Cascada

Sonreí ampliamente cuando me rodeó con el brazo y me acerqué más a él. Luego yo misma le rodeé con los brazos, abrazándole. Cerré los ojos.

—También. Pero también puede ser lo otro. Creo. —Entreabrí los ojos—. Lo cierto es que no lo sé; no se me ocurre nada que encaje con tu definición.

Lo miré. Volví a sonreír.

—Muy tonto, a lo mejor.

La verdad era que yo no era un experto en definiciones, de modo que tenía que aceptar las de Inger. No tenían que ser mentira, ni mucho menos, pero, de todas formas, un amante del saber como yo necesitaba definiciones más concretas de las cosas. No me gustaba conformarme. Yo era un hombre abuicioso, nada más.
Asentí, aceptando aquella opción.

-Muy tonto. ¡Bien! Pero no es el tipo de palabra impresioante que decirle a un malvado antes de ajusticiarlo. ¡¡Tendré que buscar otra!!

Esbocé una sonrisa, emocionado y, sin quererlo, vi aparecer un inafortunado bostezo en mis labios. La maldita noche se cernía sobre mí, debilitándome, como buena partidaria de las sombras y la oscuridad que era.
¿Cómo sería ver en ella como si brillase la luz?

Me reí de nuevo. Si lo que buscaba eran palabras para decir en combate, tal vez debería buscarse a otra persona. O un diccionario. Aunque, por otro lado, no tenía motivos para hablar en medio de un combate. Al menos no para marcarse un discurso.

—No creo que necesites ninguna palabra, Rick. —Lo miré—. No es necesario.

Le sonreí. Luego, al ver cómo bostezaba, reprimí una risa. Siempre igual. Tras ofrecerle que ambos nos fuésemos a dormir (él a dormir, yo a leer o cualquier otra cosa), ambos nos fuimos de la cascada.

*se van*

No fue una patada muy fuerte, pero sumada al frío y al grito que me penetró en el cerebro como cuchillas, fue más que suficiente para despertarme. Abrí los ojos, sintiendo al momento la molestia de la luz y un fuertísimo dolor de cabeza. Lo más que pude ver al abrirlos fue una mancha borrosa que salía corriendo. Me llevé una mano a la cara y me froté los ojos, pensando en las repentinas ganas que tenía de matarlo.

Decidí que, dada la situación, no era el mejor momento para plantearme mi estado. Así pues, sintiéndome más agotado que descansado, me limité a vestirme para evitar el frío y a levantarme con un pesado suspiro. Sin mucho ánimo de carreras ni juegos, me limité a caminar hacia el palacio. Lo único que quería en aquel momento era una habitación oscura y silenciosa donde esconderme hasta que me encontrara mejor.

*Se va*

Alcanzo la cascada poco después, y allí me quedo, estirando un poco tras la carrera: gemelos, cuádriceps, tobillos... Luego, con las piernas abiertas, doblo el cuerpo hasta tocar el suelo, relajando la espalda. Empecé con calentamientos de hombros, rotando los brazos adelante y atrás, el cuello, la cintura, las muñecas...
En unos diez minutos me sentí más o menos conforme. Sacando pecho, orgullosa, me acerqué a un árbol cercano que tenía ramas bajas, y salté para alcanzar la más baja de ellas.
Dominadas... Frikka Njorthrbiartr puede hacer dominadas también. ¡Puedo!

La primera aún la hago bien. la segunda jode un poco más, pero bueno... La tercera... La puta corteza me rasca las manos. Tras la cuarta me suelto. No quiero sobreesforzarme.
Mejor practico con la katana...

Desenvaino y comienzo a calentar los hombros, con movimientos amplios. La verdad es que me noto bastante más ágil con la espada, incluso. Papá estaría orgulloso.

*se queda entrenando*

Tras un buen rato calentando con movimientos amplios, deteniéndolos primero casi en el suelo, estirando bien, y luego más arriba, como si cortase la cabeza de un oponente hasta la barbilla. Fluye mucho mejor.

Un sonido me hace volverme un instante hacia la zona del río, pero no logro ver nada. Supongo que nadie será tan gilipollas como para atacar a una guerrera armada entrenando con los músculos a punto, de modo que sería algún animal. Además, me queda poco para largarme a darme un baño, así que pienso acabar.

Abandono los cortes lentos y comienzo a aumentar la velocidad. Llega un punto en el que casi parece que salte adelante y atrás, pero no. No es así. Derecha izquierda, izquierda derecha, derecha izquierda... Esto cansa, pero ya queda poco... Solo cien.

FdR- Haya Suburi!

Estoy por la treinta y ocho cuando una voz me hace detenerme, aunque paro en la cuarenta. Que no se diga que soy irrespetuosa.
Conteniendo los jadeos asmáticos, me vuelvo hacia el lugar de origen de la voz. Una sonrisa socarrona se me dibuja en los labios, y me seco la frente con una manga, volviéndome por completo hacia él. Ya creía que se habían comido al pececillo.

-¡Hostia! Pero si es Buscador -exclamo, dando un paso hacia él-. No te había olido desde aquí-. Y eso que el pescado huele desde lejos. Me echo la espada al hombro-. ¿Admirabas mi estilo?

Enarco una ceja, exagerando una mueca de ofensa. Aunque no tengo claro que este pececillo pueda verlo en la oscuridad. Lo cierto es que no sé muy bien cómo ven los demás.
Me acerco más a él, reduciendo la distancia que nos separa a un par de metros.

-No es más que un intenso entrenamiento -respondo, sintiéndome algo estúpida al darme cuenta de que trato de justificarme. Frikka, imbécil.

Arrugo el ceño, apartando un instante la mirada. Vaya cagada... Mejor cambio de tema.

-¿Cómo te va la vida? -inquiero, inclinándome hacia él con una sonrisa burlona.

La verdad es que no sé de qué hablar con un rarito como él.

Camino de un lado para otro, como si fuese a rodearlo pero nunca decidiese por qué lado hacerlo, con un brazo cruzado sobre el vientre y el otro sujetando la katana, con el canto apoyado sobre mi hombro. Luzco una hermosa sonrisa tranquila.

-¿Vas a ser el jefe de la tribu? -me burlo, deteniéndome a su derecha-. Qué machote...

Me froto la nariz con un dedo. Luego estiro los brazos, desperezándome. La lluvia es un poco pesada. No me disgusta el agua, pero tampoco me enamora empaparme. Todo en su punto.

Contengo una especie de risa, soltando un ruido nasal. Su destino... Vaya un panoli. No me puedo creer que pueda ser verdad que una persona de su edad vaya diciendo por ahí cosas como esas del destino. Vaya memo...
Sin embargo, al escucharlo repetir mi apellido, dejo que mi sorpresa fluya, abriendo los ojos con cierto respeto. Le paso una mano por el hombro, atrayéndolo hacia abajo, pegando mi mejilla a la suya con camaradería. Meterse con este es divertido.

-Nada mal, Buscador -canturreo, tirándole de la coletilla esa que lleva, burlona, y soltándolo luego-. Te has ganado un poco de mi respeto.

No demasiado. Pero los que recuerdan EL APELLIDO se lo tienen que ganar. Por cojones. Es la norma de los Njorthrbiartr.

-¿Vamos dentro entonces? -. Me escurro el pelo vagamente con las manos, mientras pregunto.

No sé qué me pasa hoy, pero estoy de un humor maravilloso. Es uno de esos días en los que me atrevería a decir que nada puede amargarme, pero me estarí arriesgando a que apareciese algún gilipollas y lo hiciese, de modo que paso. Solo voy a disfrutar un rato.

Estuve con Buscador aquí la última vez, y parecía un buen sitio para nadar. Me desvisto, otra vez he tenido la decencia de ponerme sostén para evitar a los jodidos mirones, que bien poco tendrían que ver. Sin miramientos, salto al agua, y grito de la impresión, ya dentro, de modo que no sale sonido alguno y se me llena la boca de agua dulce.

Me importa una polla lo fría que esté. Nadaré un rato, que estoy con la vena piscis muy salida, y ya luego haré algo interesante, o no. Simplemente relajarme.
Quizás vaya a las termas.

*se queda nadando y haciendo cosas de piscis*

Tras un buen rato el estómago me ruge, y decido salir. ¡Hay que compartir los buenos días con los pardillos!

*se va*

Dado que llovía, no podía haber lugares en los que mojarse mucho más, de modo que me daba igual meterme en el agua que estar fuera. Así, decidido a entrenar un poco tras mi incompartinencia, corrí con paso ligero a ras del río, siguiendo la corriente en dirección contraria, llegando hasta la magnificente cascada, ya empapado, sin saber si llevaba o no la ropa de la humedad que notaba contra mí. ¡¡Ni el sudor de mil batallas mojaría tanto como aquello!!
Me quité la ropa y entré en el agua, que sí noté pese a la lluvia, nadando hasta alcanzar la cascada. Una vez al lado, me senté debajo, en una roca plana, con las piernas cruzadas como uno de aquellos guerreros solemnosos, justo bajo la catarata para que su golpe refrescasi mi espalda noble. ¡Aquel era un peso con el que yo podía cargar noblemente sobre mis hombros!

Aguantaría hasta que el agua me tumbase. ¡O mejor hasta que la hora de la cena llegase! Estaba de buen humor, fuerte y preparado para resistir incluso si mi poderoso cuerpo pedía a gritos mentales que saliese de aquel puño golpeador que no paraba de caer.

*se queda*

Tardé bastante en rendirme, pero llegó un momento en la que el dolor y el hambre me derrotaron. Animado, salí del agua y puse rumbo a palacio para darme un buen festín, contento con mi trabajo paciente y poderoso.

*se va*

Contemplo el agua que cae con desgana, acomodada en la rama de un árbol, apoyando la espalda contra el tronco, pasando una pierna a cada lado de la misma y con las dos manos sobre sus superficie rugosa, para evitar caerme hacia un lado o hacia el otro. Resulta algo deprimente, la verdad. Es como muy solitario, todo. Allá donde voy, hay soledad. Supongo que soy yo, entonces. No queda otra.

Ni una carta de Cierzo. Supongo que si algo hubiese salido mal, me habría avisado. Pero el muy capullo prometió que me mantendría al tanto, y al final nada. A veces una tiene ganas de pillarse un caballo y salir al galope a buscarlos. Solo tendría que seguir el rastro de mujeres que irán dejando tras de sí. No puede ser difícil.

Ya ha pasado más de un mes. Se nota. Cada día sin noticias pesa como cien toneladas. Ya no es solo sentirme sola, porque podría sentirme sola sin más... Es la preocupación. Y ni siquiera tengo manera de contactar con ellos. Solo Cierzo puede. Porque el otro ni se preocuparía por ello, claro.
A estas alturas no se acordará ni de por qué letra empieza mi apellido. Con suerte, si hoy no están en algún pueblo, recordará el suyo, por lo menos.

Suspiro profundamente y me descuelgo, con desgana. Yo, por mi parte, seguiré entrenando y tratando de hacer algo de mi vida. La frustración no lleva a nada.
A veces, sin embargo, querría desplomarme. Pero no creo que merezca la pena...

*se va*

Con el clima agradable, estar junto a la cascada, bajo un árbol, apoyado tranquilamente mientras leo un libro... Resulta de lo más inspirador. Me recuerda al escenario de muchas historias, y, de algún modo, diría que se siente más o menos como esperaba que fuese. Además de que, personalmente, como claritas, las lluvias constantes y los días nublados me minan bastante el ánimo.

Paso la hoja con calma. La lectura resulta interesante, pero creo que tampoco en este libro encontraré las respuestas que busco. Pese a todo, por lo menos pasaré una tarde tranquilo y a gusto, relajado.

La tarde me pasa más rápido de lo esperado, pero cuando empieza a oscurecer y a hacer algo de frío es evidente que llega el momento de ir abandonando ese sitio. Cierro el libro y me dirijo de nuevo hacia el palacio, satisfecho.

*se va*

Una vez dentro del agua, poco importaba la lluvia. Al menos así lo veía yo. Y, sumado al hecho de que la temperatura era bastante agradable, podía permitirme un buen baño Lo necesitaba, realmente.

Nadé un rato en la zona de la cascada, sin acercarme a la propia caída de agua. Me sumergí y exploré el fondo. El río no era tan profundo como el lago, pero en aquella zona, probablemente por la cascada, se hacía más ancho y más hondo, así que era más interesante explorarlo. Por eso, al igual que el lago, servía como zona para practicar la resistencia.

Tras un par de zambullidas, inspiré hondo y me concentré, llegando incluso a cerrar los ojos. Fui directa al fondo, dirigiéndome a una zona muy específica, que ya tenía localizada, llena de algas y plantas acuáticas de buen tamaño. Sin miedo a enredarme en ellas, me acerqué y pegué el cuerpo contra el fondo, utilizando manos y pies para mantenerme allí, inmóvil. Y, así, sin moverme, me dediqué a aguantar la respiración y percibir el entorno del río.

Podía sentir, como un enorme estruendo, la cascada por encima de todo lo demás. Eso dificultaba percibir otras vibraciones más pequeñas, pero me concentré en ello. Los peces eran más fáciles de localizar si eran grandes y se movían con energía. Fui buscando distintas fuentes de vibración, primero en peces grandes, luego en peces cada vez más pequeños y por último en plantas y algas, que por moverse mucho menos eran más difíciles de localizar.

Para cuando la urgencia me obligó a volver a la superficie, tenía un mapa mental más o menos estructurado de aquella zona del lecho del río. Tomé aire con fuerza según salí del agua, y no esperé mucho antes de sumergirme de nuevo y repetir el proceso. Quería asegurarme de que mi capacidad pulmonar era suficientemente buena, y también de que podía fiarme de mis sentidos acuáticos.

Una vez me di por satisfecha con aquellos ejercicios, tras repetirlos aún un buen número de veces, me dediqué a flotar, sin más, descansando. Aunque pudiera aguantar mucho tiempo la respiración, si me dedicaba a abusar de ello podía acabar mareándome.

*Se queda*

Una voz me hizo dar un respingo, sumergiendo de golpe todo el cuerpo en el agua, dejando fuera tan solo la cabeza, incorporándome, con los ojos bien abiertos, y fijando la vista en la figura. Me sorprendió tanto verlo allí que al primer momento me quedé quieta, como dudando de si realmente podía ser él. Parpadeé. ¿Cuánto tiempo había pasado? Pero no cabía duda, era él.

-Alexander -respondí, mirándolo desde mi posición, sintiendo cómo un montón de preguntas se apilaban en mi cabeza-. Cuánto tiempo...

Me sentía extraña, como sin saber muy bien cómo reaccionar. En su momento, había sido una de las personas más cercanas que había tenido en el palacio. Luego, de la nada, aquella relación acabó en malos términos. Y por último, un día, sin más, desapareció.

Me acerqué nadando, con prudencia, sin salir del agua.

-¿Cómo es que has vuelto? -pregunté.

Era curioso. En su tiempo lo había tratado con toda la poca educación que había podido traer de casa, poniéndolo siempre por encima, con aquel "usted" que tanto parecía gustarle. Y en cambio, en aquel momento, me sentía incapaz de retomar aquel trato.