Cascada

-Demasiado.- Resuelvo en menos de un segundo. Demasiado tiempo... sí.

Me acerco un par de pasos y la tensión de mis labios se relaja, dejando entrever una sonrisa algo tímida. Para él las diferencias del pasado habían quedado atrás y simplemente recordaba buenos momentos. No quería pensar en cosas negativas.
- He venido de visita.- Digo echando con fuerza aire por la nariz para luego sonreír, acuclillándome cerca.- Era broma.- Explico.- Me han mandado volver.- Dejémoslo ahí.


-Has crecido. Mucho.- Informo alzando las cejas.- Supongo que todos lo hemos hecho.- Le tiendo una mano tanto como saludo tanto como si quiere utilizarla para salir.- Tenemos que hablar, supongo.- Aprieto los labios.

Supongo que todos... hemos madurado.

Asentí, sin más. En realidad no estaba segura de cuánto era demasiado tiempo. Solo de que era muy raro verlo allí. Era la última persona a la que esperaba encontrarme allí. Bueno. Quizás eso fuera exagerar. Pero una de las últimas.

-Mandado... ¿El señor Darvenwish?

Ni siquiera supe, en primera instancia, por qué había llegado a aquella conclusión. Quizás porque, desde siempre, a Alexander le gustaba el líder caeruleus, y trataba de mantenerse en su rango de mira. Y, después de todo, no dejaba de ser un noble de Caligo, y Aren Darvenwish era la persona más cercana a Caligo con autoridad en Brontë. En realidad, bien pensado, no era una conclusión difícil.

De todas formas, más me llamaba la atención el por qué se había ido. No lo pregunté, sin embargo. Lo veía actuar y tenía la sensación de que estaba haciendo lo mismo que yo, investigar el terreno para decidir hasta qué punto era peligroso. Aunque, de todas formas, parecía bastante tranquilo.

Ladeé la cabeza.

-No lo sé -respondí, totalmente sincera. ¿Por qué teníamos que hablar? O, mejor, ¿de qué? De todas formas, asentí-. Aunque supongo que sí.

Y me callé, esperando a que él mismo comenzara.

-¿Qué comes que adivinas?- Río, con un deje jocoso. - Ta aguda como siempre, Massen Dew.- Sonrío.

Su precaución me hace ponerme alerta.- Por los viejos tiempos.- Alzo las cejas con perspicacia. -Aunque... esperaba que lo hiciésemos en un lugar menos... húmedo.- Me explico, haciendo un gesto con la cabeza hacia Brontë. - Venga, te prepararé un chocolate. Yo mismo.- Le guiño un ojo, para luego sacar del bolsillo la insignia del servicio que todo el Servicio porta.

Espero que sea un pique de curiosidad lo suficientemente grande para Massen como para que me siga.



FDR: e.e llueve. Hace frío. ene...

De nuevo, asentí. Por los viejos tiempos. Entonces, ¿ya estaba? ¿Ya no me iba a retirar más tiempo la palabra? Bueno, parecía evidente que no desde el principio de la conversación, pero de todas formas no estaba segura de adónde llevaba aquello.

Alcé las cejas cuando me mostró la insignia, y abrí la boca para hablar, pero no llegué a decir nada. Entonces era...

-En lo que me lo preparas iré a cambiarme de ropa -accedí-. Podemos vernos luego en el comedor.

Salí del agua y me puse la ropa, sin preocuparme mucho por secarme antes. Cuando estuve lista, volví con él al palacio.

*Se van*

La noche anterior no me había acostado precisamente pronto, así que no era de extrañar que sintiera la cabeza un poco en las nubes y la cara un poco tirante, especialmente en torno a los ojos. Y, pese a ello, por algún motivo, no había sido capaz de seguir durmiendo. Tal vez necesitaba aprovechar la mañana, el cuerpo me lo pedía, pese a que no estuviera del todo despejada.

De todas formas, sabía perfectamente qué necesitaba para despejarme. Ya desayunada, e ignorando el hecho de que el sol todavía no calentaba del todo, me dirigí hacia el río, a la zona bajo la cascada, dispuesta a poner en marcha el cuerpo. Cada vez sentía que necesitaba más el ejercicio; no entrenar llegaba a ponerme de mal humor.

Me deshice de las capas más superficiales de ropa y me lancé al agua sin rodeos, sintiendo cómo me mordía la piel, que se contrajo al primer contacto. En el caso de los ojos, en cambio, y tal y como había pensado que sucedería, se me abrieron de par en par, y mi mente pareció volver a la realidad, llamada por el frío y el agua. Las membranas, abiertas, sentían el alivio húmedo del agua, animándome a moverme por ella. Solo el lanzarme al agua ya mejoraba mi ánimo.

Con la respiración contenida sin demasiado esfuerzo, me dediqué a nadar por la zona, dejándome arrastrar primero por la corriente y remontándola después. La cascada volvía el agua de aquella zona revoltosa y caótica, pero también aumentaba la fuerza de la corriente. Y yo peleaba por dominarla, moviéndome libremente por ella, aunque supusiera emplear la fuerza en su contra en ocasiones. Aunque, generalmente, era más práctico adaptarse a su forma y aprovecharse de ella.

Cuando decidí que estaba suficientemente despejada, y a la segunda vez que salí a tomar aire, procedía a comenzar con el ejercicio que me había llevado allí. En una de las riberas, las ramas de los árboles formaban una especie de dibujo, un círculo libre de leña y hojarasca a través del cual podía verse un tronco un poco más allá. Y ese era mi objetivo. El problema del mismo era que, desde la altura a la que quedaba dentro del agua, no podía siquiera verlo, mucho menos golpearlo.

La única solución desde mi posición era impulsarme. Y eso procedí a hacer. Comencé por afianzar los impulsos. Bajaba para ello hasta el fondo del agua y, desde allí, me impulsaba hacia arriba con las piernas. A medida que subía, aumentaba el impulso con los pies, nadando hacia arriba, de tal forma que pudiera alzarme del agua hasta la cintura. A aquella altura, durante un instante, antes de caer de nuevo, podía ver mi objetivo. Me costó un poco calibrar los impulsos, pero una vez lo hice, pude proceder.

En el siguiente impulso conjuré un aquaerum, manteniéndolo bien pegado a mi cuerpo hasta estar fuera del agua para asegurar que no ralentizara mi ascenso. Una vez en el aire, localicé mi objetivo, apunté, y lancé. Y el aquaerum se perdió entre las hojas, por debajo de las ramas que definían el círculo.

No me desanimé por ello. Me dediqué a insistir en el mismo movimiento, y cada vez que ascendía buscaba el punto exacto que quería golpear, y en el momento en el que apuntaba, en el mismo instante, lanzaba mi hechizo contra el punto escogido, a sabiendas de que no tendría tiempo si esperaba. Al principio solo pude acertar un par de veces. Al cabo de tiempo y tiempo de práctica, empecé a notar cómo cada vez parecía más fácil golpear el tronco. Llegado un cierto punto, había arrancado parte de la corteza, dejando en el árbol una marca considerable. Decidí detenerme.

Tenía la sensación de que empezaba a entenderlo, pero también podía ser que, simplemente, me hubiera acostumbrado a la altura y momento exactos en que debía lanzar mi hechizo, sin preocuparme tanto por la puntería como por los tiempos. Y aquel no era mi objetivo. Así pues, salí del agua, me sequé, me vestí y eché a andar por el bosque, en busca de nuevos ejercicios para aquel entrenamiento. Quería asegurarme de que de verdad era capaz de hacerlo.

*Se va por ahí por el mundo*

No hacía un día maravilloso, pero aquellos días nunca hacía un día maravilloso. Tampoco me importaba demasiado. Estaba más que acostumbrada a ignorar aquel detalle a la hora de nadar. No me importó en absoluto deshacerme de la ropa, ni me importó en absoluto lanzarme al agua, aunque estuviera helada. De hecho, casi podría llegar a decir que me regodeaba en aquel frío, que lo disfrutaba.

Nadé un rato, antes de nada, para calentar en condiciones. Y luego comencé con un entrenamiento que, sabía, no me iba a gustar demasiado, pero que creía necesario. Comencé por lo más complicado; así me lo sacaría de encima. Miré la pared de la cascada con gesto serio, evaluándola. Suspiré y avancé hacia ella.

No era algo que me hiciera gracia en absoluto, pero sabía que sería mejor hacerlo. Así que, con los ojos cerrados con fuerza, pegué una mano a la pared e invoqué un sunthu, pegándome así a la pared. Repetí el proceso con la otra mano, un poco más arriba. Entonces despegué la primera y la alcé por encima. Y, poco a poco, con las manos pegadas a la pared y las piernas preparadas para agarrarme, fui subiendo por la pared.

No tardé mucho en considerar que había llegado suficientemente arriba. Temblaba un poco. Pero no había por qué, ¿no? No había motivo. Simplemente tenía que... Venga, Dew. Inspiré hondo y deshice el hechizo que me unía a la pared, impulsándome hacia atrás con las piernas para alejarme de la pared de la cascada. No me preocupé de caer de la forma adecuada. En su lugar, me concentré en encajar el golpe en condiciones.

Y, por más que intentara, el dolor fue considerable. Tras el planchazo con el agua, tardé un momento de más en reaccionar y recuperarme. Tenía el gesto contraído. Me había hecho más daño de lo que esperaba. Además, desde aquella altura, aunque el propio planchazo amortiguara cualquier otro golpe, era imposible no hacerse daño con algún saliente. De hecho, me di cuenta de que tenía una herida en el costado, una raspadura de tamaño considerable.

Nada grave, una vez recuperé la compostura. Un fuuchi fue suficiente para deshacerme de ella. Y entonces me dirigí de nuevo a la pared, dispuesta a repetir el proceso.

*Entrena*

Había trotado a lo largo del río por un buen rato, y ya tenía el pelo empapado, innoblemente aplastado contra el cráneo. La ropa había corrido una suerte parecida, y se adaptaba a mi cuerpo, desagradablemente mojada. La verdad es que hubiese podido jurar que había ido más abrigado de no llevarla.

Me froté la cara con las manos cuando llegaba hacia la cascada, que pronto surgiría, pero entonces una figura, algo completamente inesperado dado el día que hacía, me informó de que no había sido el único que había decidido salir pese al mal tiempo.

Me detuve poco a poco, sin pararme de golpe, aunque pretender “no enfriar” era demasiado positivo en aquella situación. Me resguardé bajo un árbol, mirando en dirección a la joven piscis, observando su labor. Me dediqué entonces a escurrir un poco mi ropa, y a calentarme con un batzall.
Merecía más la pena esperar a que escampase un poco.

Una vez más, pegué las manos a la pared. La adrenalina acumulada me ayudaba un poco más que la primera vez, pero el golpe que me había dado lo contrarrestaba. Las piernas me temblaban un poco, y llegaban a resbalárseme, así que tampoco eran un apoyo muy bueno. Nerviosa, trataba de repetirme una y otra vez que el sunthu no me iba a permitir caer y romperme las piernas. Y, sobre todo, intentaba no mirar abajo.

No soportaba bien lo de estar en el aire, así que, aunque me propusiera llegar a un punto, no podía evitar detenerme antes. Me lancé de nuevo como antes. Y, aquella vez, una pierna me falló, haciendo la caída más aparatosa. Apreté los dientes, tratando de aguantar el golpe.

Cuando me levanté, descubrí que aquella vez los daños habían sido mayores. Me temblaba el cuerpo, y me había golpeado la mejilla, además de una mano y, de nuevo, el costado. Procedí con las curas una vez más antes de ponerme en marcha de nuevo.

La contemplaba trepar, con una sonrisa suave, mientras calentaba mi cuerpo poco a poco. Lo mejor era que el batzall secaba un poco la ropa, por lo que me iba sintiendo reconfortado.
¡De todos modos un guerrero como yo podía plantar fácilmente cara al frío y la lluvia! No en vano había entrenado bajo la nieve incluso, varias veces, y nadado en verano e invierno. Había que prepararse para todo.

Al verla saltar sentí que me paralizaba. Enseguida abandoné mi refugio, mojándome de nuevo, y me quedé a la orilla contemplando concentrado el agua, esperando a que saliese o a entrar yo mismo.

-¡Massen Dew! –llamé, una vez hubo sacado la cabeza-. ¡Diantres! ¿Te has hecho daño?

Por supuesto, era una guerrera. Pero aquella no era la caída más segura de todas. Los ríos eran traicioneros y las zonas con cascadas más, porque la espuma que se formaba podía guardar peligros. Y como nunca había saltado desde aquella, o buceado en aquella zona, no tenía claro hasta qué punto los había.
Pero no parecía haber sido grave, y ella misma se encargó. La miré de todos modos, preocupado, todavía desde la orilla.

Una voz me sobresaltó cuando aún empezaba a revisarme todo el cuerpo, y me apresuré a aplicar el hechizo antes de que pudiera vez los golpes. Me volví hacia Rick con una sonrisa, saludándolo, tratando de mostrar la mayor entereza posible pese a que me sentía temblar.

Acabé por nadar hacia él, tratando de recuperar la calma y de dominar mi cuerpo, que parecía estar intentando administrar demasiada energía. Pese a todo, podía con ello.

-Ah, hola, Rick -saludé, saliendo del agua y sacudiendo las manos enérgicamente-. Sí, sí, todo está en orden, no te preocupes... Solo estaba practicando.

Localicé entonces un corte en la pierna y me agaché un momento a cerrarlo. Luego me incorporé de nuevo, sacudiendo un momento las manos y juntándolas luego, con una sonrisa nerviosa y la respiración algo acelerada.

-¡Uf! -fue todo lo que pude decir en un primer momento-. Vaya día, ¿eh?

Me tranquilizó verla acercarse. No parecía estar en mal estado. Suponía que, al fin y al cabo, ya sabía cómo entrenar. Mientras tuviese cuidado yo estaba tranquilo, pero es que el impacto contra el agua había sido…
Y entonces, al verla de cerca, me di cuenta de algo. Había un trazo en su rostro, de lado a lado, pero no era algo nuevo; era una cicatriz cerrada. Me mantuve un instante mirándola, antes de reaccionar.

-¿Qué ha sucedido? –inquiricé, empezando a sentir cierta indignación-. ¿Quién te atacó de ese modo?

¡El que hubiese sido merecería mi justicia! Atacar de aquel modo a una joven inocente…
Alcé las cejas entonces, deteniendo mi enfado, dándome cuenta de que sonreía, aunque, pese a todo, temblaba. Era lógico, visto el día que hacía.

-¿Tienes frío? Puedo encender fuego –ofrecí-. Vi hace poco a Lyam y me dijo que últimamente estaba nadando bastante. Mira que elegís las épocas más adecuadas, eh… -. Esbocé una sonrisa, suave, dedicando una breve mirada a su corte-. Aunque un guerrero debe practicar en todos los medios y todas las épocas. Y, sin embargo, los días como este sigo teniendo ganas de quedarme por la tarde metido en cama, o junto a la chimenea.

Parecía alterada. Nerviosa. Quizás, pensé, aquello se trataba de algún tipo de entrenamiento secreto y había estado a punto de descubrirla haciendo algo que nadie debía saber, o algo semejante.
Aunque de preguntar nunca hubiese dicho que sí, ya fuese simplemente por el detalle del “secreto”.

Me llevé la mano a la cara cuando señaló aquel incómodo detalle. Empezaba a acostumbrarme cuando lo veía en el espejo, pero seguía olvidándolo la mayor parte del tiempo. Lo repasé con el dedo, con una sonrisa resignada y negué con la cabeza, suspirando.

-No... no es nada -repliqué-. Solo un recuerdo de mi última misión. No hay mucho que hacer al respecto.

Negué nuevamente, sacudiendo cada poco los brazos, tratando de hacer que mi cuerpo recuperara la calma. Poco a poco, me iba relajando.

-Ah, no, no te preocupes -repliqué-. Estoy acostumbrada al frío. Me gusta. Es la energía del entrenamiento, que me deja inquieta.

Traté de afianzar la sonrisa. No me apetecía preocuparlo por nada; Rick era muy dedicado, y no valía la pena que perdiera así su tiempo conmigo.

Asentí, todavía algo serio. No me gustaba aquello, ya fuese un ataque del malvado Gerald o la herida de una misión, no era algo que una buena chica como Massen mereciese. Me llegaba a partir el alma, a veces, darme cuenta de que su vida corría peligro. Ella había decidido ser guerrera, por supuesto, pero era muy niña cuando había llegado. De hecho, tendría la edad de Nadia, y yo luchaba para proteger a Nadia, en parte. No quería imaginar que de pronto mi joven hermana hubiese aparecido allí, enfrentando la muerte, saliendo herida.
Aquello no me hubiese gustado. Pero Massen ya no era alguien a quien podías decirle “vete a casa, crece”, porque llevaba allí tanto ya… Y de decirle a ella aquello, habría tantas otras personas a las que debía pedir que abandonasen Brontë para estar a salvo… Y más tras los sucesos, tras las muertes.

Sonreí, asintiendo, en lugar de aquello.

-¡Oh, te entiendo! Cuando entreno por la noche siempre procuro tomar una ducha caliente y relajante antes de irme a dormir, o me quedaré en la cama mirando al techo durante más de una hora, inquieto. La verdad es que la actividad incita a la actividad. Y es lo mejor. Incluso ahora, que empieza a hacer frío, no es tan difícil salir y hacer cosas si empiezas a hacerlo.

Me estremecí y me aparté un poco el flequillo, que hacía que el agua me resbalase directamente sobre los ojos.

-Bueno, tampoco es que quiera interrumpirte –dije entonces, dándome cuenta.

A veces era un poco despistado. Y además al estar quieto y mojado me sentía incómodo. ¡De verdad que tenía ganas de desnudarme!

Solté una suave risa, negando con la cabeza. Como experiencia, consideraba que podía declararlo como suficiente. No disfrutaba demasiado entrenando de aquella forma; prefería buscar métodos alternativos a aquel, ahora que ya lo había probado. Tenía muchas otras formas de practicar mi resistencia a los daños sin lanzarme de ningún sitio. Por ejemplo, aquel duende...

-Creo que voy a dejarlo estar -expliqué-. Tampoco lo estaba disfrutando mucho, y aunque entrenar sea parte del trabajo, prefiero hacerlo de forma que me satisfaga.

Avancé por la orilla hasta un poco más allá, donde esperaba mi mochila, y saqué de ella una toalla, con la que me sequé la cara y me envolví. Volví a escurrirme el pelo, dedicándole a Rick una sonrisa.

-Seguiré en otro momento -decidí.

Asentí, risueño. La verdad era que aquello me sonaba bastante tranquilizador. Me había puesto algo nervioso verla caer de aquel modo, aunque no podía juzgar lo que hacía porque ella era piscis y seguramente sabía mucho más de agua que yo…
Aunque haberla visto curar sus heridas no quitaba que se las hubiese hecho, por supuesto.

-Supongo que ha sido suficiente para todos –confesé-. Hoy no consigo entrar en calor. ¡Y eso que el fuego bulle por mis venas! -. Y más lo hacía recientemente-. Tengo la sensación de que antes era más intrépido.

Roté los hombros hacia atrás varias veces. Quizás empuñar a Värdjas de nuevo, entrenar más con ella, me devolviese parte de aquella energía. Desde luego, era una buena idea.
Entonces la miré de reojo un momento, algo más serio.

-Hace tiempo que no me cruzo con Lester –me sorprendí diciendo, ya sin amago de sonrisa-. ¿Acaso ha dejado el palacio?

Porque si para que se fuese ella tenía que venir Browen no ganaba nada con el cambio.

Sonreí, divertida, con gesto burlón.

-¿Te nos haces viejo, Rick? -bromeé.

Parpadeé, sorprendida por su pregunta. Alehyss. Llevaba tanto tiempo fuera... Desde luego, aunque tratara de entretenerme por mi cuenta y centrarme en mis ocupaciones, la echaba mucho de menos. Esperaba que no tardase mucho más en volver.

Asentí.

-Ya hace algún tiempo que se fue de visita a casa -expliqué-. Y debe de haber sido un reencuentro familiar muy emotivo, porque casi parece que se haya quedado allí anclada...

La familia de Alehyss vivía en Fulmen. No podía haberse ido tan lejos.

¡¿Viejo?!
Alcé las cejas, apresurándome a negar. Quizás había mostrado mucha debilidad. Incluso me moví un poco en el sitio, demostrando mi vitalidad. ¡Mi gran vitalidad! Estaba en mi mejor momento, fuerte y en forma. La vejez quedaba lejos para mí, ¡por supuesto!

-¡Para nada! Será que debo comer más verdura. ¡Las vitaminas son importantes! –le expliqué, asintiendo ceñudo.

El tema de Lester, si bien no era mi vida, me hizo asentir. No en vano había preguntado. Y sentía cierta curiosidad al respecto por ella, pues después de mi odio inicial hacia Lester había ido molestando cada vez menos. Quizás tramaba algo, o quizás simplemente…

-Comprendo –respondí, sin más. Tampoco me sentía como para hacer una fiesta de aquello. Y entonces sonreí de nuevo, mirándola, resuelto-. ¿Y qué tal todo?, permíteme preguntar, ya que te encuentro. ¿Cómo te ha ido últimamente? Desde que Cassandra volvió a buscar a Lyo no he vuelto a verte.

O antes incluso. No recordaba la última vez exacta que la había visto, pero estaba casi seguro de que por aquel entonces llevaba a Lyo en brazos.

Su reacción apurada llegó a hacerme reír. Me arrebujé más en la toalla, entretenida. Asentí un par de veces, concesiva.

-De acuerdo, vale -acepté-. Diremos entonces que solo tienes que comer mejor. Pues ya sabes lo que te toca...

Me encogí de hombros a su pregunta. Era verdad que no nos habíamos visto desde lo de Lyo, pero eso no significaba que tuviera mucho que contarle. Cuando estaba Lyo, hablábamos del niño, y otras tantas veces habíamos tenido conversaciones más bien ligeras. Pero no solíamos hablar de nosotros, o no en profundidad. Y, así a primeras, no se me ocurría mucho que decir.

¿Qué tal todo? ¿Todo qué? Había cortado con Follow. Se me hacía raro pensar que ya hacía meses de aquello. Tampoco había vuelto a verlo. Pero, ¿por qué iba a decírselo a Rick? ¿Conocía siquiera a Follow? ¿Sabía lo nuestro? También le había retirado la palabra a Frikka, pero de nuevo surgían las mismas dudas. Alehyss no estaba. Con Jun todo seguía como siempre. Mi vida no tenía mayor interés.

-Pues fui a Ignis después de los problemas que hubo -expliqué, encogiéndome de hombros-. Las cosas se torcieron un poco, pero creo que ha servido de algo. Errald... ¿Conoces a Errald? Resultó ser un espía de la banda organizada que nos atacó. No es muy simpático, pero nunca lo hubiera pensado. Tampoco era que lo conociera mucho... Por lo demás, todo salió bien. Creo que él está en custodia de los líderes ahora. Los subterráneos en los que trabajaba la organización quedaron completamente destapados, y recogimos algo de información. Todos volvimos enteros, aunque no dimos con los peces gordos. Supongo que, en suma, es un resultado más o menos positivo... ¿no?

A veces se me olvidaba por qué luchábamos.

Comer mejor… ¡Tampoco era que me alimentase mal! Siempre había seguido una… Bueno, yo creía que comía bien, fuera como fuese, y nunca había tenido problemas relacionados con aquello. No creía que fuesen a empezar en aquel otoño. Pero prefería aquello que ser considerado un viejo, desde luego. Sobre todo en una época en la que los jóvenes llamaban a cualquiera viejo.
Bueno, nadie me había llamado viejo hasta aquel momento…
Agité la cabeza, dejando de pensar en aquello, y procedí a escuchar, mejor, la respuesta que ella dio a mi pregunta. Aquello era lo importante. Más que la vejez de nadie…
¡En primer lugar! Vejez no era la palabra, sino madurez. Madurez.

Ignis. Solo aquella palabra me hizo ponerme serio. Había oído hablar de aquella misión, pero no me había enterado demasiado del tema. Quizás no hubiese sido un acto muy responsable...
Quizás hubiese sido allí donde se había hecho aquella herida. Pero aquello no era lo que rondaba mi cabeza en aquel momento.

-No tuve el placer de ver mucho al tal Errald -le dije-. Me enteré de que hicisteis un buen trabajo-. Asentí. Me encontraba algo tenso-. Bien hecho. Supongo que debió de ser duro y peligroso. Me alegro de que al final todo fuese bien-. Apreté un poco la mandíbula, tomándome un segundo antes de decir algo más-. Volvisteis, ¿verdad? Fue en el mismo lugar. Volvisteis allí abajo.

Recordaba aquel lugar. Recordaba lo que había pasado allí. No tenía claro si hubiese deseado o no el haber regresado con ellos.
Pero en aquellas cosas no se trataba de desear o no desearlo.

Yo misma había agregado seriedad a la conversación, y no estaba muy segura de estar contenta con ello. La verdad era que era importante tratar aquel asunto, y yo apenas había hablado con nadie de él. Pero, al mismo tiempo, era incómodo. Y, comprendí, más lo era en el caso de Rick, que había ido la primera vez.

Asentí, seria.

-Ahora eso se ha acabado -respondí-. Los presos han quedado libres. La organización ha sufrido un duro golpe. No podemos estar seguros de que no estén haciendo lo mismo en otro sitio, pero sí de que no hay más que hacer en la capital. Supongo que tenemos que seguir buscando hasta que terminemos del todo con ellos.

Prefería no mencionar a Prosper. No quería contarle lo que había pasado con él. Era demasiado inhumano. Sabía cómo habría reaccionado a Rick de haber estado allí, y prefería alejar esas sensaciones de él.

Llegué a esbozar una sonrisa. Lo cierto era que sí eran buenas noticias. Todas aquellas personas que habíamos visto allí encerradas... Lester había dicho que volveríamos a por ella cuando acabásemos con los enemigos, pero al final del enfrentamiento habíamos sido arrastrados fuera de allí. Sin los que estaban atrapados. Sin Prosper...
Agité un poco la cabeza, sacándome aquello de la mente. Era un buen resultado.

-En ese caso, me alegro más del resultado. No me gusta mucho darle vueltas a lo que pasó cuando fuimos la primera vez. Hubiese querido participar en el rescate, admito, pero... -. Me encogí de hombros, sonriendo, con cierta pesadez-. ¿Quiénes fuisteis? Además de Errald.

Los ataques a Palacio, las muertes, la traición de aquel hombre... La verdad era que nunca tenía claro si las cosas que lográbamos eran dulces o amargas... Parecía que al final siempre había algo que empañaba las victorias. No lograba sentirme satisfecho por completo, de alguna forma.

Me encogí de hombros, suspirando.

-La mayoría, los de la otra vez -expliqué-. Alehyss, Lyam, Heylel. También Elektra, ¿la conoces? Una parvus rubia -. Lo miré, seria-. Pero al final no contábamos nosotros. Es decir. No diría que no hicimos nada, pero no éramos esenciales. O esa sensación me dio... Íbamos dirigidos por los líderes Darvenwish y Splash. Realmente se lo estaban tomando en serio...

Había sido una experiencia particular, incluso si los líderes se habían separado de nosotros. Había sido diferente. Ellos no solían acompañarnos a ninguna parte.

Asentí, serio. La verdad era que escuchando aquello incluso me sentía un poco al margen. Habían ido los mismos, menos la hermosa Fier, a la que no había vuelto a ver después de aquello, y menos yo... Casi sonaba como una irresponsabilidad por mi parte.

-No digas eso -la tranquilicé-. Quizás los líderes guiasen la marcha, pero estoy seguro de que vuestro trabajo fue necesario. Ya sabes cómo son las cosas en esto... Cada persona cuenta. Uno solo no puede hacer mucho en algunas ocasiones...

Bajé la vista. Antes no pensaba de aquella manera, pero había ido aprendiéndolo con el tiempo. Recordaba aún cuando aquellos hombres habían llegado a palacio, los que habían capturado al joven Jun. Yo había pensado que podría encargarme, pero había sido inútil; de no ser por Corbin...
Me preocupaba por proteger a la gente. Quería que todos estuviesen a salvo. Pero de todas formas tenía que confiar en que la gente pudiese protegerse sola, porque yo no podía estar en todas partes, no podía hacerlo todo solo.

-Me alegra mucho que lo consiguieseis sin bajas-. Sonreí sin mucho entusiasmo, pero sonreí. Alcé la vista entonces un momento. Seguía lloviendo, y ya había oscurecido-. Supongo que es buen momento para volver dentro. No te servirá de mucho la toalla mientras siga lloviendo de esta forma -le dije.

Aquello me había hecho pensar un poco.

Me encogí de hombros en respuesta.

-Supongo que sí -reconocí-. De no haber sido necesarios, habrían ido ellos solos. No tiene sentido si solo íbamos a ser una carga -. Lo miré a los ojos-. Salimos todos vivos, pero nos costó trabajo. Son muy poderosos, Rick.

Miré al cielo cuando señaló la lluvia. Me concentraba en todo lo que había pasado y se me olvidaba. Sacudí la cabeza. Tenía razón. Debíamos volver.

-Además, se hace tarde -apunte-. Quizá me anime a un baño caliente. Me sentaría bien.

Recogí la mochila y volví con él al palacio.

*Se van*