Cascada

Johan está buscando las cerillas en su bolsillo cuando el chico habla, y no puede evitar alzar las cejas extrañado. ¿Un pueblo en los árboles cerca de Brontë? Eso le hubiese resultado, sin duda, tremendamente interesante.

-Pasando el pueblo de paso, valga ma redundancia -comenta con un asentimiento suave, dando con la caja y abriéndola para sacar una de las cerillas-. Como... Unos kilómetros al noroeste. Hay un claro y luego bosque tupido. No es fácil de encontrar, pero tampoco diría que difícil...

Da una primera calada al cigarro, cerrando los ojos. La primera es la que más le gusta.
Rina sigue curiosa tras el extraño, y Dardo, por su parte, va bajando hasta dar con el pelo de Johan, sobre el que se posa.

-Debería estar por ahí, a unos quince o veinte metros -explica sin moverse mucho, con gesto calmado.

Kyoti no puede evitar sentirse observado, perseguido incluso, pero trata de ignorar la sensación, consciente de que sólo acrecentaría la incomodidad. Asiente sin insistir, ya callado, fingiendo que la cosa que lo persigue no está ahí.

Rodea el salto de roca, para lo cual debe alejarse un poco del río, y continúa por la subida hasta ver la parte alta de la cascada. No ve ningún puente, ni nada que pueda parecer uno. Enciende un flagrare, pretendiendo encontrarlo así con más facilidad, pero la luz no revela nada.

-¿Por... aquí? -pregunta, inseguro, buscando a su compañero con la mirada.

A Johan ya no le interesa mucho más la situación, pero se ve atrapado en ella, por desgracia. Y no puede decir que la culpa sea del otro, desde luego.
Termina por estirarse un poco, pensativo, volviendo a mirar a la otra orilla del río.

-¡Oh! -. Algo sobreactuado para su gusto, pero Johan lo da por válido-. Ahora que recuerdo, cuando fue la tormenta del año pasado, la catastrófica, lo demolieron -comenta, acercándose un poco, no mucho, para hacerse oír-. Lo siento. No suelo venir mucho por aquí.

Deja ir el humo, satisfecho consigo mismo.

Kyoti frena en el sitio, ya algo mareado de dar tantas vueltas. No sabe nada de ninguna tormenta, pero espera que no sea algo habitual. Aunque Fulmen tiene fama de tormentas eléctricas...

-Vaya... -murmura, sin saber qué hacer-. Supongo que buscaré otro cruce... Es decir, creo que hay algún sitio... Intentaré... Bueno, cruzar.

Se rasca un momento la mejilla antes de echar a andar de nuevo, buscando una zona más baja o estrecha del río.

Johan comienza a sentirse un poco incómodo al respecto, pero dedica una sonrisa al chico y se encoge de hombros, dando una nueva calada al cigarro antes de hablar de nuevo. Nota las garras de Dardo removiéndole el pelo cada vez que el ave da algún paso en su cabeza.

-A ver... Nosotros volvemos ya hacia el Palacio, así que te acompañamos y a ver si hay más suerte -le comenta-. Soy Dilam, por cierto, que no me había presentado...

Tras el ofrecimiento, viendo al fin la ocasión, Johan emprende la marcha con el pobre chico. Se siente, eso desde luego, bastante aliviado.

No hacía, por desgracia, un día como para ponerse a tomar el sol. Añoraba la caricia del sol en las escamas. Esperaba el verano con ansia. Y, quizás, una visita a Ignis. Había estado a principios de año por el viaje a Iracunda, pero no había llegado a pasar por casa por no retrasarme y con el tiempo había llegado a arrepentirme. Y más aún tras el asunto de Nýa,que había puesto a mi padre un poco...
Al menos tenía ya la carta de Nadia que indicaba que todo estaba bien y que no me preocupase y, por otra parte, preguntaba por el regalo de su inmicente cumpleaños.

Y si había ido a Iracunda a por un regalo para Lea... ¿No debía a mi hermana una devoción similar? Llevaba tanto sin verla que sería ya toda una señorita. Y sin conocer su apariencia actual parecía imposible conseguir un vestido apropiado.
Desde luego, estaba hecho todo un desastre. Pero si aprovechaba para buscar de nuevo a Cassandra en el pueblo y ya de paso miraba algún posible regalo que mandarle...

Telma caminaba a mi lado, contenta. Aquel día parecía animada, e incluso se atrevía a trotar un poco. No mucho, tampoco.
Acabó encontrando una zona de hierba tierna para comer y yo preparé la manzana que había llevado para mí aprovechando que ella no me miraba.

Quizás podía practicar algo... Ya que estaba en la cascada, podía aprovecharla.

*fin de escena*

El sol ha venido para quedarse. Ya lleva unos días persiguiéndote, lo sabes, y le has dado la oportunidad de disfrutarte. Hoy, en concreto, el calor es suficiente para esoger prendas más finas y reveladoras, para dejar que el sol te bese y se deleite. El agua no será menos, claro. Te has acomodado en una roca, junto al sonido burbujeante de la cascada que da cierto frescor a tu ambiente.

Es la representación de ti misma. El agua, llena de vida y hecha un torrente, te describe como enérgica e indómita, tan cerca y a la vez tan difícil de atrapar entre los dedos. El sol, por otra parte, añade la calidez que das al mundo, la manera en que deslumbras a todo ser viviente. El bosque, al fondo, susurra entre brisas suaves, anunciando al mundo la dulzura y suavidad que te caracterizan.

En el centro de la escena, tú misma confirmas lo que la naturaleza aclama.

*Se queda*

El paseo ha sido tranquilo. Rina se lo pasa bien ahora que hace sol, y Dardo ha terminado para alejarse para explorar. Johan, por su parte, con un cigarro en los labios, camina despreocupado. Ha sacado para la ocasión la ropa apropiada: una camiseta de asas holgada, que quizás le quede algo grande, y unos pantalones cortos, cómodos, que ya usaba años atrás. No ha crecido mucho en los últimos, por lo que puede aprovecharlos mientras le duren.

Y se detiene entonces, con la vista fija en la figura que no le ha pasado desapercibida tras haberse acercado lo suficiente a la cascada. Callado, la mira un momento, irguiéndose un poco, quizás algo tenso. Da una honda calada al cigarro y lo tira al agua que desciende cerca, apresurándose a expulsar el humo.

-Qué buen día -dice entonces, alzando algo la voz, pues aún está algo lejos, para que esta suene por encima del estruendo del agua que cae.

Con las piernas recogidas y la falda del vestido tratando de esconderlas sin mucho éxito, te limitas a contemplar el entorno, dejándote adular por él. La caricia de la brisa en las alas te hace moverlas de vez en cuando, aprovechando la forma en que el aire se cuela entre las plumas. Y, por supuesto, sonríes.

Aún llevas puesta esa sonrisa cuando una voz te llama. Te reclaman, por supuesto. Incluso en un lugar de retiro como este, tu magnetismo sigue atrayendo a los que saben apreciar el arte. Oh, y a él ya lo conoces. Le regalas la sonrisa, alzando ligeramente el cuello para verlo mejor, allá abajo, el público con la vista fija en el escenario. Aleteas suavemente y cambias de postura con fluidez y elegancia, de cara a él.

Un buen día. Hace tanto que el pobre no te ve que no puede evitar señalarlo. Ríes, aceptando el cumplido.

-Lo es, ¿verdad? -añades solamente, encantadora.

Johan asiente cuando ella pregunta. Como si no lo hubiese dicho él mismo en primer lugar y la pregunta fuese de ella.
Los separa un buen trecho. Desde donde está, sin embargo, puede distinguirla perfectamente. Y el vestido es blanco, de un blanco inmaculado, que Johan puede distinguir a la perfección, porque no es ningún color. Y los bordados... No sabe qué son, están demasiado lejos.

Se da cuenta al cabo de segundos de que está ahí inmóvil, sin decir nada. Rina, por su parte, ha avanzado más segura, pero ha terminado entreteniéndose con unas plantas diferentes a las demás.

-Estabas descansando -comprende, o aventura, Johan, finalmente-. Disculpa. Buscaré otro sitio.

Él solo iba a nadar un poco. Hace buen día para hacerlo. Pero quizás el lago sea mejor lugar.

La forma en que te contempla te hace sonreírte. Casi puedes leerle el pensamiento. Sí, es alguien que sabe valorar lo que ve. Reacomodas la postura, acercándote ligerísimamente, situándote de forma que pueda apreciar mejor tu majestuosidad. Pero, de hecho, el movimiento parece devolverlo a la realidad. Pobre, es tímido. Aún no ha entendido que el hechizo no se puede romper sin más.

-Oh, no, por favor, no te sientas obligado -respondes, concediendo parte de tu espacio para él. Después de todo, la mejor obra es aquella con la que todos pueden deleitarse-. Puedes quedarte.

A ti no te molestará, desde luego. Será divertido ver cómo lucha por resistirse a algo que ya lo tiene atrapado desde el principio. Tú, mientras tanto, podrás dedicarte a ti misma, a la par que a tu pequeño público.

Johan esboza una sonrisa suave, casi tímida, cuando ella responde. Si hay algún atisbo de duda, no lo muestra. Simplemente asiente, aceptando lo que se le da. No da las gracias porque le parece un poco excesivo. ¿En qué lugar lo dejaría eso? ¿Quizás como un acosador que desea tanto estar con ella? Porque no es más que la segunda vez que la ve.

-Había pensado en tomar un baño -le explica-. Estar lejos de Aqua hace que los días calurosos como hoy resulten más engorrosos-. Se ha contradicho. ¿No acaba de decir que hace buen día?-. Aunque las nubes lo hacen llevadero.

Los aether no nadan demasiado. Johan lo sabe bien. Tampoco a Rina le apasiona el agua. Aunque Dardo siempre disfruta, si hace calor, de una pequeña piscina en la que refrescarse.

Sonríe. Claro, acabas de concederle su mayor deseo. Ahora sentirá que el día ha merecido la pena. Bueno, ya lo ha sentido cuando te ha visto, pero con tu propuesta lo recordará con aun más gratitud. Mientras lo escuchas, te recoges los rizos con una mano, y los dejas caer suavemente sobre un hombro, de forma que el mechón azul destaque siempre sobre los demás. Es el adorno especial que tú misma te añades, un encanto más para deleite de quien te mira.

-El agua está maravillosa -. Como tú-. Antes he estado mojando los pies un rato. Seguro que te hará olvidar el calor.

Claro que la calidez que tu presencia provoca no puede apagarse con un poco de frescor. De todas formas, no es esa la que a él le resulta engorrosa, eso es evidente.

Extiendes un ala hacia adelante, y pronto estás poniendo en orden las plumas. Ya lo están, en realidad, pero un retoque más nunca hace daño, y tú estás preciosa cuando te concentras en una tarea tan delicada.

Johan asiente, mirando hacia la cascada que cae, al río, dubitativo. No duda de que lo refresque, y la idea lo tienta. Al final acaba por descalzarse para imitar lo que ella dice haber hecho. No sabe bien cómo actuar en ese momento: no lleva una toalla o algo con lo que secarse, cosa que le importa más bien poco, pero se siente tenso con la chica, que parece más elevada que el resto.

-El agua está buena -comenta tras mojar los pies, aunque eso ya lo ha dicho ella.

La mira de reojo entonces, buscando qué decir. Rina, más osada, se acerca a la piedra para examinarla más de cerca. Y Johan, aunque dude, no lo desmuestra. Mantiene esa sonrisa tranquila, como si no pensase nada en concreto y solo callase.
La gente no tiene que hablar siempre.

-¿Qué tal tu estancia? Ahora llevas ya un tiempo -observa, finalmente.

A su primer comentario respondes solo con una sonrisa. Resulta, de cierta forma, divertido. Asientes con suavidad, todavía entregada a tus plumas. Tan sedosas, tan brillantes... Están preciosas, desde luego. Como tú entera. No se puede negar.

Cuando pregunta, ríes con suavidad, restándole importancia. Así que, aunque no ha podido verte demasiado, te ha echado en falta. Quiere saber qué has estado haciendo, por qué no ha podido verte. Es comprensible. Acabas por dejar el ala y extiendes la otra, para continuar con tu tarea.

-Oh, bueno, yo no diría tanto -respondes con tranquilidad-. Todavía me queda mucho por hacer. Acabo de empezar.

Miras de reojo al animalito que se te acerca. Es una criatura extraña, pero tiene cierta gracia. Sería bien acogida en el circo, de eso estás segura. Le sonríes con dulzura, pero no le prestas demasiada atención. Los animales lo son el público más entregado, desde luego.

Johan la mira, curioso. Siempre habla de esa forma tan difusa, que no deja claro qué quiere decir. Porque se sabe lo que dice, pero a la vez no tiene detalles sobre ella. Apenas han hablado dos veces, intercambiado poca cosa, pero no ha sacado mucho en claro, tampoco, sobre ella.
Así que la mira, curioso, casi divertido. Se llama Curtis. Curtis Ginger.

-Si necesitas entrenar con alguien algún día -le dice, le propone. Y le sorprende hacerlo, porque Johan, de alguna forma, prefiere ahorrar energía- cuenta conmigo. Dicen que hacerlo en compañía es más interesante.

Vaya frases más vacías. No puede evitar pensarlo. Pero es la segunda vez que se ven, y no parece haber una conexión bilateral. La chica del piano, piensa, era bastante más amigable.

Asientes, concediendo. Por supuesto, quiere pasar más tiempo contigo. Quiere poder observarte. En acción, incluso. Es posible que no te haya visto en ese contexto, pero aún así, ya sabe que lo dejarás extasiado. Sí, desde luego, entiende de qué habla.

-¡Claro! Eso sería fantástico -respondes, dispuesta a consentirlo un poco. Sin embargo, suspiras-. Aunque suelo alejarme del palacio para entrenar. Aquí no puedo volar, ¿sabes? Sería terrible que no ejercitase las alas...

Cuando das el trabajo por terminado, agitas un poco las alas, las estiras, y te echas hacia atrás, disfrutando un poco más del sol que te acaricia. Este tiempo se adapta perfectamente a ti.

Johan alza las cejas. Termina por encogerse de hombros. Eso no debería ser un problema, a fin de cuentas. No lo había pensado. De hecho, ni lo sabía siquiera.

-¿No puedes volar aquí? -le pregunta. Al fin sabe algo más que su nombre-. ¿Y en qué lugar podrías? Yo no tengo problema en desplazarme. Aunque si es un engorro no te molestaré -añade, consciente entonces de que su amabilidad es excesiva.

Johan ni es amable ni deja de serlo. Pero se siente amable en esa ocasión. Y eso es extraño. Qué dispuesto está. ¿Y qué puede mostrarle? ¿O va a golpearla?
¿Y ella? ¿Qué es capaz de hacer? No parece una guerrera.

-Cuando quieras búscame -termina por decir, tranquilo.

Sería curioso de ver.

De nuevo, un suspiro. Claro, está preocupado. Es normal. ¿Quién no lo estaría? Seguro que sueña con verte volar, y ve amenazadas sus esperanzas. Pobrecillo. Es una suerte que haya preguntado por la situación, para así poder enmendarlo. No es justo que se quede sin verla porque un hechizo se lo impide.

-Hay un conjuro alrededor del palacio -explicas-. No sé para qué sirve, pero me impide volar. Tengo que ir lejos, hasta los alrededores del pueblo, para estirar las alas. Aunque, bueno, hacer el paseo por el río hasta allí es agradable. Y ahora, en primavera, se ha puesto precioso. Oh, no sería ningún engorro.

Eso permite que te adorne mejor. Sabes que querrá estar informado, pese a que intente resistirse. Está atrapado sin remedio. Y, sin embargo, hace grandes esfuerzos por rozar la libertad que tu belleza le ha robado tan cruelmente. Su siguiente comentario no te hace mucha gracia.

-Sí, claro, ya habrá ocasión -respondes, tratando de dejarlo pasar.

Debería ser él quien te busque.

Johan alza las cejas, sorprendido. Es algo que no sabía. Explica cosas. Porque sabe que hay aethers, pero no ha visto a nadie volando. Solo a Dardo. Y él se fija en esas cosas.

-La verdad es que no he ido hasta allí, pero estoy seguro de que con este tiempo tendrá un aspecto excelente. Y...-. No es capaz de acabar la frase. No es capaz de decirlo-. Bueno, no estará mal. Si me coincide alguna vez te buscaré-. Le gustaría hacerlo. Bastante-. Aunque suelo estar ocupado-. Por algún motivo, Johan quiere callarse. Pero al mismo tiempo algo lo insta a hablar más-. Pero podré sacar un momento, claro. Todo sea por entrenar-. "Cállate, Johan", se dice-. Por trabajar en equipo.

Mira de nuevo al frente. Se frota un momento la nariz. Siente algo que Johan no suele sentir: vergüenza.

Ah, eso es un cambio. Eso está mejor. Tu sonrisa se asienta un poco más, y tú te relajas un tanto. Entiendes que esa sensación de necesidad hacia ti puede resultar difícil de aceptar, pero las cosas no deben ponerse desagradables por algo así. Ni tú ni nadie puede hacer nada al respecto, así que es mejor, simplemente, comprender y dejarse arropar por ese magnetismo ineludible.

-A mí me vendrá muy bien -explicas, sabiendo que, por servirte, se dejará llevar-. No he tenido oportunidad de trabajar en equipo hasta ahora. Me he preocupado de conocer a muchos guerreros, claro, eso es indispensable. Pero, hasta el momento, no he podido colaborar por ninguno. Supongo que llevo muy poco tiempo para eso. Pronto tendré que salir a trabajar. No debería retrasarlo demasiado.

No, eso es impensable. La gente te necesita. Todos ellos merecen que seas tú quien les ofrezca la mano de la salvación, tener un motivo racional para adorarte. La gente suele buscar motivos racionales para entender lo que les provocas, y si eso los alivia, ¿por qué no concedérselo?

Sigue amable, agradable. Johan se siente algo aliviado. Y, sin embargo, cuando su boca se abre, cada vez que lo hace, tarda en darse cuenta de si ha querido decir o no lo que ha dicho. Quizás está demasiado acostumbrado a mentir, ya.

-Te enseñaré algo si lo deseas. Sé que acostumbrarse a un estilo de vida nuevo no es fácil. Y no pareces muy habituada a este tipo de vida -añade, por desgracia-. Apúntate a algo fácil. Suele haber misiones para principiantes, según he podido ver-. No es mentira, pero es un poco...

Rina ha perdido interés en ella y se dedica a jugar sola. Johan se aleja del agua, finalmente. Dejará el baño para otro momento.
La mira de reojo.

-¿Tienes los ojos verdes? -le pregunta entonces, repentinamente.

Ah, pobrecillo, en cuanto cede un poco se descontrola su pasión y ya no puede contenerse. Resulta tan tierno... Y tú solo puedes seguir sonriendo, encantadora, sin poder evitar que tu esencia lo atrape, que tu perfume y tu luz lo llamen con más fuerza a cada momento, sin que pueda hacer nada para resistirse.

-Oh, eso sería fantástico -respondes, cómoda al ver que se declara abiertamente tan servil, tan dispuesto-. Encontraré la misión perfecta para mí.

O, quizás, sea ella quien te encuentre. ¿Quién sabe si no habrá una misión que pida tu ayuda en particular? Eso sucederá en algún momento, seguro. El único misterio es cuándo habrá alguien que no pueda soportar más estar sin ti. Es probable que no tarde.

La pregunta te pilla por sorpresa, y te vuelves hacia él, parpadeando. ¿Verdes? ¡¿Verdes?! ¡¿Acaso no los ve?! ¡Tiene ante sí los ojos más hermosos del mundo! ¡¿Cómo puede dudar de su aspecto siquiera un instante?!

-No -respondes, tratando de sonar relajada, pese al ultraje. Una artista sabe mantener la compostura-. Son dorados, color miel. ¿Por qué lo preguntas?

¡¿Por qué lo pregunta?!

No parece tomarse a mal sus insinuaciones. No quiere que crea que la toma por débil. No la toma por débil. Porque Johan ha visto a gente parecer débil y luego no serlo. Él mismo es bajo para su edad, y lo será siempre, pero eso no lo hace débil. Solo que ella parece más frágil. Como si fuese a romperse en caso de... que la toque con demasiada fuerza. Alguien.

Dorados, le dice entonces. Eso es un alivio. Porque significa que son como los ve. Y eso es una suerte. Aunque suelen ser verdes, cuando los ve así. ¿Y el pelo? Podría ser rojo. Naranja. Aunque rubio es una buena opción. Ya no se atreve a preguntarlo.

-No me fijaría bien la otra vez- se limita a decirle-. Y ahora estás algo lejos-. Si se acercase no podría verlos mejor. Pero seguramente huela bien-. Solo era curiosidad. No es más que un detalle sin importancia. El físico es lo de menos.

Le gustan los ojos de la gente. Quizás por eso le quita importancia.
Nadie debe conocer a Johan, a fin de cuentas.

No puedes evitar tensarte. Es que, realmente, dice unas cosas que... ¿Acaso no se da cuenta de lo que está diciendo? ¿Sigue intentando convencerse de que no está hechizado? Por supuesto, tú no eres solo físico, pero te esmeras en que eso ayude. Y sabes que es necesario, que si no fueras tan bonita como eres, las cosas serían muy diferentes.

-Entiendo -respondes únicamente, notando la sonrisa un tanto tirante.

Acabas por levantarte. Es despacio, claro, con calma. No vas a dejar que se note la ofensa. Eso sería muy poco profesional por tu parte. No es más que un necio que no sabe aceptarse a sí mismo. Sufrirá por ello hasta que se permita cambiar.

-Creo que voy a dar un paseo -declaras, segura-. Hasta la próxima.

Saltas grácilmente de la roca, con las alas extendidas, que hacen la caída suave y elegante, y sabes que se quedará soñando despierto con esa imagen. Pues que sueñe. Tú prefieres buscar a alguien que, además de apreciar lo que eres, sepa reconocer el aprecio.

*Se va*