Comedor

Suelto una carcajada claramente sarcástica. Lo que hay que oír.

-¿Que tú sepas? ¿Tan poco control tienes sobre ti mismo que ni siquiera te das cuenta de lo que haces? -pregunto, casi furiosa.

Se acerca, se pone sobre mí, como queriendo hacer ver que está por encima. Sí, definitivamente debe tener un complejo con su altura. Será uno de esos niños que crecen tarde y con los que se meten de pequeños porque son los enanos del grupo. Una dura infancia, qué terrible. Pues si cree que así va a conseguir amedrentarme, está muy equivocado.

Le mantengo la mirada, tan orgullosa y desafiante como hasta el momento. Incluso me yergo un poco más, encarándome con él, haciéndole ver que no me va a poner nerviosa o a asustarme por acercarse. Respondo a su sonrisa con una propia, frunciendo el ceño.

-Pues yo diría que no soy la única -murmuro con voz venenosa.

Por cómo me mira, casi parece que le dé asco. Podría llegar a decir que se da asco a sí mismo. Me pregunto cuál es su maldito problema. Él vino buscando esto, y ahora casi parece que lo rechace. Menudo capullo integral con el que me he ido a topar. Al menos, mientras tenga la boca ocupada, no va a tener tiempo de seguir diciendo tonterías.

Parece alterado, furioso. Tiene con qué competir, porque después de semejante diálogo yo no estoy para delicadezas. No le consiento empujarme hacia atrás, arremetiendo de tal forma que no le doy opción a imponerse sobre mí más allá de la postura que mantenía mientras hablábamos. Me pregunto un instante si agarrarlo por el cuello de la camisa será muy agresivo. Acabo por agarrar, en su lugar, el pelo a la altura de la nuca, que me permite ejercer mayor o menor presión a mi gusto, manejándolo. Que se joda.

Me resisto a su imposición con rabia, revolviendo la boca contra la suya, tratando de demostrarle que no puede dominarme porque sí, sin prestar atención a si mi violencia le hace daño, casi sin prestar atención a si me hace daño a mí. Me limito a seguir un instinto que me desahoga.

Parece que, después de tanta tontería y tanto despecho, reacciona como si fuera su último día de vida. Poner a trabajar el cerebro de un hombre tiene esta clase de consecuencias. No me importa, en realidad. Hace bastante que no tengo contacto, y no me muero por el sexo, pero no tengo motivos para rechazar algo como esto. Además, por una vez en mi vida, tengo la certeza de que no van a surgir problemas por ello a posteriori.

En momentos concretos tengo la impresión de que está intentando matarme. Me resisto, evidentemente, demostrando que yo también puedo hacer lo mismo, casi jugando en algo que parece más una pelea que contacto sexual. Le dejo que me abra la camisa, le dejo que toque; no me importa que disfrute. Sí me importa, en cambio, que pretenda hacerse superior, que llegue a creer que lo es.

Frunzo el ceño, de pronto, pese a que sigo esforzándome en la extraña batalla. Hago, entonces, algo de trampa, tirando con más fuerza de su pelo hacia atrás al tiempo que apoyo la mano libre en el respaldo, dándome impulso para levantarme y encarándome con él. Me aparto apenas de sus labios y lo miro fijamente a los ojos, con petulancia.

-Nos vamos -susurro entre jadeos.

No espero una respuesta, y tampoco me molesto mucho en el estado de ninguno de los dos. Una cosa es dejar que me manosee, y otra hacer una sesión de exhibicionismo. Quiero un poco de intimidad, aunque sea un puto armario de las escobas. Tiro de él sin la menor delicadeza, arrastrándolo fuera del comedor.

*Se lo lleva XD*

Zacharyas entró en el comedor con pasos lentos. Se lo veía más pálido de lo normal, y sus ojeras eran más profundas. Madrugar, si bien era doloroso, y debería corresponder con el tipo de cosas de su agrado, también lo dejaba unas horas indispuesto, como si solo su cuerpo se levantase y andase, muerto, incapaz de soportar la energía necesaria para moverse.

Tras un tiempo deambulando, el caeruleus se decidió por la nutricion. Era una necesidad que debía ser suplida, y para la cual no necesitaba demasiada disposición. De modo que comenzar por ella era la idea más apropiada.

Aquel día, aunque no lo pareciese, Zacharyas pensaba hacer algún tipo de actividad física, harto de vagar sin más, pero primero pidió algo de comer.

*se queda*

Zacharyas comía tranquilo. Alzó la vista, componiendo una sonrisa algo extraña, al ver cómo se acercaba Gerald, el chrysos al que había visto algunas veces. Pese a haber ido a una misión con él, sin embargo, apenas habían interactuado. Sin embargo aquel día el caeruleus se notaba animado, de modo que asintió antes de empezar a hablar, una vez el otro hubo acabado.

-Zacharyas Blacksmith -recitó, bebiendo un sorbo de agua para evitar carraspear-. Recientemente he estado entrenando el hechizo de curación que me mostró la líder flamma -se le ocurrió decir, recordando que había visto en la sala de entrenamiento al guerrero aquel día-. También tú... ¿No es así?

Aquello era para el caeruleus el sinónimo de "bien".

Era ya media tarde, así que me animé a acercarme al comedor con intención de tomar algo. Me era extraño estar tan tranquilo en un día de perros como aquel, pero el hecho era que me encontraba hasta cómodo. Dentro del palacio, claro; salir no me parecía una opción en absoluto en aquellas condiciones. Y que estuviera tranquilo no significaba que me sintiera activo.

Entré en el comedor con intención de relajarme un rato, pero al ver un poco más allá a Gerald no pude resistir la tentación de acercarme. Charlaba con el fantasmita. Vaya, vaya, tan solo un claritas loco y el complejo fúnebre de mis alas estaría reunido al completo. Agradable visión, cuanto menos.

-Buenas tardes, caballeros -saludé, acercándome-. Espero no interrumpir nada demasiado íntimo.

Tomé asiento junto a Gerald y pedí una cerveza.

Zacharyas escuchó silencioso las palabras del otro, con una sonrisa algo impersonal en la cara, mientras Gerald declaraba no confiar en la magia. Aquello, por algún motivo, le resultó gracioso, casi irónico.

-¿Y sí confías en el filo que puede cercenar tu propia carne? -inquirió, adquiriendo sus ojos un brillo especial por un instante, sonando sus palabras más atropelladas que de costumbre.

Rápidamente, el mago se recompuso. En aquel momento llegó Cierzo, el aether son alas, lo que le dio tiempo para recuperar su serenidad.
Ambos hombres se saludaron de un modo un tanto peculiar, demostrando abiertamente su estrecha relación mediante contacto e incluso referencias a charlas pasadas. Zacharyas aguardó su turno de hablar.

-Buenas tardes -repitió, respondiendo de aquella forma al saludo del aether-. Espero no ser yo el que -. Carraspeó- molesta.

FdR- Está muy hablador y directo hoy D:

Negué con la cabeza, con fingido pesar.

-Tendré que perdonártelo -respondí a Gerald.

Entonces expuso la situación y yo asentí a sus comentarios con naturalidad. Sin embargo, de pronto, cambió de tema, abrazándome y dándome un beso, y lo miré con cierta sorpresa. Acabé por esbozar una pequeña sonrisa divertida.

-Sí, creo que voy a necesitar que me lo expliques -confirmó.

Se volvió entonces al caeruleus, negando con la cabeza y quitándole importancia con un gesto.

-No te preocupes, tenemos una relación abierta, como habrás podido comprobar -respondí al caeruleus, con gesto divertido.

Pronto llegó la cerveza que había pedido, pero antes de probarla le robé a Gerald un trozo de pan con queso, con total naturalidad. A continuación, di un pequeño sorbo a mi bebida.

Entro en el comedor con aire chulesco y las manos en los bolsillos. Hoy voy a comer algo ligero y a entrenar como una buena guerrera que soy. Incluso me he hecho una coleta alta ya, preparándome para el campo de batalla. El pelo largo en los ojos es el puto mal. No es nada profesional.

Me sorprende ver tal comité en una de las mesas, pero me acerco arrogantemente de todos modos. Gerry, el tipo borde y una especie de mancha negra y triste, lánguida, en una esquina. Qué pena de personas...

-Veo que aquí la gente trabaja sin descanso -comento, jocosa, deteniéndome junto a la mesa, sin sentarme.

La respuesta de Gerald hizo que los ojos de Zacharyas se mostrasen vivos, interesados. Deseaba, sin duda alguna, ver aquella situación, aunque tuviese que ser él el enemigo que lo atacase para provocarla, para, antes de morir, ver la escena, tan hermosa y sangrienta, como última imagen de su vida.
La imagen de un bebé incompleto en el vientre de la parvus, de pronto, lo hizo cambiar de idea. Ya no era momento de morir por la simple belleza.

Cierzo y Gerald tenían una forma extraña de comportarse. Zacharyas frunció el ceño, confuso, al oír aquello de la relación abierta. ¿Acaso, se preguntó, se abrirían heridas en el vientre para hurgar en ellas y extraer los intestinos? Pero aquello no sonaba a nada que dos personas hiciesen. Quizás sí él...

Una cuarta persona, esta vez una desconocida, hizo aparición. Zacharyas la contempló un instante, embelesado. Su cabello era del color de un rostro sin aire durante minutos, amoratado y lleno de dióxido de carbono. Pero parecía ser él el único que no la conocía, comprendió enseguida, volviendo en sí.

-Zacharyas -murmuró, empezando a ponerse nervioso-. Blacksmith -añadió, bebiendo luego un sorbo de agua para aclararse la garganta.

Poco después apareció una cuarta persona. Anda, la pequeña de Gerald... qué interesante. La saludé con un gesto, apartando una silla de la mesa para ofrecérsela. Parecía del mismo humor que la última vez.

-Grandes guerreros ocupados en importantes tareas -asentí-. Siéntate, a ver si nos animas la conversación.

Pensé en ofrecerle cerveza, pero luego me planteé si bebería siquiera alcohol. Y, aunque lo hiciera, si sería buena idea dárselo. Después de todo, con un cuerpo tan menudo, el alcohol debía tumbarla en cuestión de minutos. Así pues, me limité a robarle otro trozo de pan con queso a la rubia.

Respondo a las palabras de Gerald con una sonrisa-mueca, burlona, enseñándole todos los dientes. No en vano los tengo blancos y perfectos. Es para reírme de la gente sin pudor.

-Es que sentí que estabas por aquí y tuve que venir a compensar tus mariconadas -respondí, tajante, divertida, balanceando el cuerpo adelante y atrás una vez, con las manos todavía en los bolsillos.

Será joputa.

-¡Hablas! -exclamé a la sombra de voz jodidamente rara. Estar con gente me hace un poco borde de más. Es inevitable-. Yo soy Njorthrbiartr. Un placer.

Te mereces que te metan un dedo en los ojos, Fifi.

Y en cuanto al Cierzo este, le hago un favor y me siento, sacando finalmente las manos y apoyando los codos sobre la mesa, entrelazando los dedos y dibujando una sonrisa maligna.

-Ya os animáis vosotros solos, por lo que veo -canturreo, alzando un par de veces las cejas, insinuante-. De hecho, creo que sobro en esta reunión de rabos. Incluso siento algo de miedo - añado, adoptando un inocente tono asustado antes de echarme a reír con cero delicadeza.

Todos, de hecho, parecían muy amigos. Y no solo muy amigos, pensó Zacharyas, sino muy acostumbrados a aquel lenguaje coloquial que utilizaban, haciendo referencia a temas sexuales para decir, aparentemente, cosas que no tenían que ver con aquello. Zacharyas nunca se había comunicado de aquella manera con nadie, y no sabía cómo proceder. Asimismo, la burla de la chica le resultaba curiosa, si bien no se sintió ofendido.
Sonrió, tranquilo, a las palabras de Gerald. Una animalito, comprendió. De modo que sería un buen objeto de tortura para practicar aquel hechizo.

Zacharyas, algo incómodo, se volvió hacia la muchacha. Se sentía atacado por tantos frentes que no comprendía cómo debía proceder. Quería huir.

-Disculpa que no sea capaz de pronunciarlo, aunque pueda hablar. Buscaré alguna forma alternativa de llamarte, si no te importa -dijo, tomando sus propias palabras como si fuesen un comentario bromista.

Tratándose de Zacharyas, lo era.

La presencia de la joven caeruleus no tardó en aportar alboroto a la conversación. No tardé en advertir cómo repartía para todos, intentando ganarse el centro de toda la atención. Era cierto que resultaba evidente, pero tampoco había motivos para no complacerla. Tenía su gracia, incluso.

También tenía su gracia el extraño comportamiento del fantasmita, que se mostraba mucho más abierto de lo que era habitual en él. Me pregunté si la luz del día no afectaría a los caeruleus y los pondría eléctricos. No dejaba de ser una posibilidad.

Asentí a las palabras de Gerald, convencido.

-Ya lo creo que tienes motivos para tener miedo -corroboré-. No dejas de ser una pobre mujer indefensa en nuestras manos.

Aunque no creo que despierte demasiado los intereses sexuales generales. Tampoco es que tenga nada contra ella, su aspecto infantiloide no tiene por qué significarlo todo, pero hay que admitir que algo aporta.

Esta vez no tengo la guardia baja, de modo que su comentario me rebota como la mierda. Puedo vivir sin ti, cabronazo, aunque es más aburrido.

-Me paso las noches llorando por tener que verte cada día -murmuro, llevándole la contraria, con gesto de melodrama-. He pensado en arrancarme los ojos, pero es que creo que lo peor es olerte.

Con el índice y el pulgar pinzándome la nariz, burlona, me vuelvo de nuevo al caeruleus. ¿Qué cojones dice? Estña un poco fuera de esto, ¿no? Bien pensado... Sé tu nombre, capulete, pero no tengo puta idea de quién eres.

-En ese caso usa Frikka -respondo, permisiva. Tampoco vamos a quemarnos con el tonto este-. ¿Y tú de dónde has salido, sombra?

El comentario de los tres agujeros de Gerry me arranca una carcajada, haciéndome mirarlo con las cejas alzadas, como felicitándolo. Qué soez, el capullo.

-Sinceramente, me asusta más lo que pueda veros hacer entre vosotros -río, burlona, a Cierzo, ignorando al rubio.

Pese a que no podía interactuar demasiado, Zacharyas sentía cierta diversión en contemplar aquella escena. Era, pensaba, como si lo hubiesen dejado sentarse cerca de aquellos adolescentes que de joven lo ignoraban y, simplemente, pudiese contemplar de cerca cómo se relacionaban, qué decían... Obviamente, Zacharyas sabía que había algo en su cabeza que lo hacía diferente al resto, pero, seguramente, experiencias como aquella lo hubiesen ayudado a ser más normal.
Aunque aquello no lo preocupaba especialmente.

-Frikka -repitió, ensanchando aquella macabra sonrisa que lo caracterizaba. Frikka, cabello de cadáver-. Veo que os conocéis bien -añadió luego, procurando no sonar demasiado maleducado.

Si no decía nada, pensaba, acabaría relegado a lo de siempre. Pero todavía no había acabado de comer y no podía huir sin más.

-Deja a ya a la chavala, Gerald.- Masculló el parvus bajando el enorme libro que lo había estado tapando todo el rato en una mesa cercana. - O voy a ser yo el que te meta la cabeza en el retrete.- Dijo apartando el libro a un lado y bebiendo después de su vaso.

-Perdón por haber puesto la oreja.- Masculló amagando un aborto de sonrisa.- Oye tú.- Dijo señalando con su cuchillo a la chica.- Si se mete contigo, me lo dices.- Habló chulesco.

-Por cierto, soy Errald.- Dijo presentándose al resto con un tono neutro.

FDR: me han invitaoU