Pasillos

La he visto antes de que hable, pero no me detengo hasta que lo hace. La observo, examinándola, mientras la escucho. Es una recién llegada, se ve por su equipaje, aunque ella misma lo confirma poco después. De hecho, diría que el equipaje es excesivo, aunque tampoco podría jurar por su aspecto que haya venido como guerrera. Al fin y al cabo, aquí hay gente diversa, y no todos ellos vienen a luchas, necesariamente.

-Soy Alehyss Lester -respondo, cuando da su nombre, mirándola fijamente-. ¿A dónde te diriges? -inquiero, con voz monocorde-. Quizás pueda ayudarte yo misma.

No es más que una leve distracción de mi objetivo, pero he aprendido a ser un poco flexible, y ser la primera en recibir a un recién llegado puede darme cierta posición privilegiada, aunque solo sea en lo relacionado a la información que pueda tener al respecto.

De nuevo, responde. Es educada, pero sus excesos me resultan hasta demasiado edulcorados. Sin embargo, no tengo motivo alguno para negarme a su petición. No estoy más ocupada de lo que yo misma considere, y abandonarla a su suerte terminaría representando un problema a la imagen que doy. No es que pretenda volverme, repentinamente, la persona más amable de todo Brontë, pero ya que pretendo reinsertarme, de algún modo, no sobra alguna buena acción. Prometí a Fera que me esforzaría más, y supongo que esta es otra forma de hacerlo.
Y, reitero, no tengo motivo alguno para dejarla a su suerte.

-Tranquila. Tengo un momento -respondo, serena, negando con suavidad, sin abandonarla nunca con la vista-. Si has venido a formar parte del ejército, lo primero que deberías hacer es ir a las habitaciones a dejar tu equipaje -indico, haciendo referencia a sus bultos con un gesto de mentón. Comienzo a caminar, despacio, esperando a que me siga-. Luego sería interesante que conocieses las instalaciones. Esto es bastante grande, así que quizás necesites varios días hasta lograr dejar de perderte, pero al final resulta sencillo -explico, andando hacia los dormitorios. Yo no he tenido especiales problemas al respecto, pero la última vez que vi a Seth él todavía encontraba dificultades-. En cuanto al funcionamiento de Palacio, es simple: tendrás cubiertas tus necesidades principales, y de sobra -matizo-; incluso algunas no tan principales. Hasta la fecha, lo único que han pedido a cambio es que cumplamos cuando se nos requiera, que entrenemos y que no nos insubordinemos. Si mantienes un comportamiento correcto y cumples, todo debería irte bien.

La miro un momento, de reojo, mientras giro el picaporte para abrir la puerta que da a los dormitorios. ¿Estoy segura de eso último? Parece delicada y despreocupada, y no diría que es el tipo de chica que viene a luchar. Y, sin embargo, cosas más extrañas he visto. Lo que menos debe tener una persona como yo son prejuicios. Ya he tenido demasiados escarmientos al respecto, eh, Heylel.

-Adelante -invito, seria, entrando primero.

*entran*

Lyo estaba llorando. ¡Y a unas horas como aquellas! El muy malandrín... ¡No sabía qué le pasaba! Había comido bien, y dormido la noche entera como un auténtico y noble caballero, pero en aquel momento lloraba y no parecía querer jugar. ¡O quizás era precisamente aquello! Quizás quería jugar en el prado y la lluvia le había estropeado el día, o algo semejante. ¡Pero que un hombre como yo jugase entrenase igual bajo la lluvia no significaba que un niño pudiese! Su fuerza no sería la suficiente, y su madre acabaría conmigo de saber que que lo llevaba a mojarse y resfriarse.

-Venga, Lyo -pedí, meciéndolo con cuidado-. Si dejas de llorar te haré un zumo de naranja. Un héroe sin zumo de naranja no es la mitad de héroe, ¿sabes? Mi padre siempre me decía que antes de cualquier batalla lo mejor era..

*se queda*

Nada más asomarme me encuentro con que no se trata de Cassandra, sino de Dehnel. Eso es mucho más revelador, y si bien no entiendo el motivo por el cual Dehnel lleva un niño en brazos (ni quiero, que nadie me malinterprete), me resulta sumamente lógico pensar que si hay alguien interfiriendo en mi lectura, es él.

-Molestas. Ve a otro sitio -me limito a decir, con tono neutro, aunque con un deje final algo duro. Con él no he de disimular.

Dicho esto, regreso al interior de la biblioteca, cerrando la puerta con desgana.

*entra*

Me volví, curioso, al escuchar la puerta, y se me endureció la mirada cuando escuché lo que Lester tenía que decirme, no cuando la vi. Le había dado una oportunidad para ser agradable, pero había fracasado, por supuesto, y ella había sido malvada sin preocuparse de que hubiese un inocente niño en mis brazos, pero seguía siendo ruda, como siempre. Desde luego, aquella mujer nunca tendría hijos, a o ser que robase a un pobre hombre el material para hacerlos.

-Descuida -gruñí, viéndola entrar de nuevo.

Me quedé un rato más mirando la puerta, con mala cara, pero terminé por suspirar. Mejor alejarnos de ella, no fuese a ser que a Lyo se le pasase algo de sus ojos de asesina, que también los tenía opacos, el pobre niño.

-Vamos a otro sitio, Lyo. Si dejas de llorar te llevaré a ver a los bismontes, ¿qué te parece? O quizás a comer algo más, o...

*se va*

Camino por los pasillos, silenciosa. A estas horas, ya voy hacia los dormitorios. Sin embargo, por algún motivo me detengo frente a la puerta de las escaleras que bajan hacia las mazmorras, y me mantengo inmóvil un instante. Sinceramente, no tengo nada que ver abajo, y, sin embargo, de pronto tengo como el antojo de bajar. Sería una pérdida de tiempo, por supuesto, aunque tampoco es que ahora, concretamente, esté haciendo algo de provecho.

Me paso un mechón tras la oreja y reviso de reojo la ventana más cercana. La lluvia me hace sentir enclaustrada. Y hoy no hay música que valga.
Escruto la oscuridad, de nuevo.

Es extraño... Porque tengo la sensación de que bajar solo me traerá recuerdos incómodos. Me veo obligada a analizar bien mis deseos un instante.

*se queda pensando*

Caminaba por los pasillos en dirección al comedor, sumida en mis propios pensamientos, cuando al girar por uno de ellos vi a Alehyss Lester observando una de las ventanas. Movida en parte por la soledad que últimamente sentía (hacía mucho que no veía a Gerald, del que tampoco sabía nada, y últimamente mis conversaciones se limitaban a charlar con Lyam en la biblioteca o el comedor), decidí acercarme a ella, esperando no molestarla. La chrysos me imponía bastante, y por algún motivo pensaba que no le caía bien a pesar de que apenas nos hubiésemos visto.

—Buenas noches —saludé, a unos metros de ella, componiendo una tímida sonrisa.

Si la molestaba, irme sería sencillo; a fin de cuentas, sólo tenía que decirle que iba a comer y seguir avanzando.

He bajado la guardia tanto que durante un instante me sobresalto, poniéndome en guardia, mirándola repentinamente, alerta. No tengo claro, siquiera, en qué pensaba exactamente, pero lo cierto es que acaba de despertarme de una especie de trance extraño. Este tipo de cosas me suceden muy poco.

-Buenas noches -respondo, con un tono artificial, volviendo todavía a los pasillos. Sacudo ínfimamente la cabeza, un instante, y relajo la expresión y el cuerpo-. Buenas noches -repito, esta vez más natural-. Lo siento. Estaba distraída.

Miro de reojo las mazmorras, a las que no tiene sentido bajar, y luego me vuelvo por completo hacia Inger. Me alegra ver, supongo, que ha tomado nota de lo que le dije la última vez y que no me toma como alguien que tiene nada contra ella.

-¿Cómo estas? ¿Ibas a bajar? -inquiero, apartándome un poco de la puerta.

Aunque, por lo que sé, están vacías ahora mismo.

Me apresuré a disculparme con Alehyss, a la que había asustado sin querer.

—Lo siento, lo siento, lo siento. No pretendía... Asustarte. —Me pasé una mano por la nuca; fruncí el ceño un poco después—. O sobresaltarte. Molestarte, realmente. —La miré de nuevo—. Lo siento...

Me pregunté en qué estaría pensando, aunque no lo dije. Por algún motivo, veía a la chrysos como una persona difícil de sorprender, mucho menos asustar, así que debía de ser algo que la preocupase bastante. O a lo mejor estaba cansada y se había quedado en trance por culpa del sueño. Quién sabía.

A su pregunta, negué con la cabeza, sonriendo de nuevo. Gracias a Mithos, no tenía ningún motivo para bajar a las mazmorras.

—Oh, no, no. —Reí con suavidad—. Por suerte, no tengo motivos para ir a las mazmorras. —Curvé los labios—. Sólo pasaba por aquí.

Alzo las cejas, con cierto escepticismo. Termino por esbozar una sonrisa, no obstante. Eres demasiado cuidadosa, Inger. Puede ser bueno a veces, y malo otras. Como todo, al fin y al cabo.

-Simplemente me abstraje. No pasa nada -aseguro, negando con suavidad. Y no solo por consolarla, por hacer que no se sienta mal, ambién es interesante que sepa que este tipo de eventos no se repite habitualmente y que no debe esperar hallarme con la guardia baja de nuevo.

Como es de esperar, no tiene nada que hacer abajo. Lanzo una última mirada a la puerta y luego roto un poco el cuello: lo tengo algo entumecido.

-Eso tiene más sentido -coincido, atrapando un mechón de pelo entre los dedos-. No das el perfil de alguien al que le guste bajar a ese lugar por placer -reconozco, por decir algo, una verdad. De hecho, hubo un tiempo en el que me hubiese callado, pero me estoy ablandando-. Quizás te estoy reteniendo y tienes prisa -digo de pronto, pensativa.

Es algo improbable, puesto que ella ha saludado y se ha detenido, pero cortesía obliga.

Observé yo también la puerta que daba a las mazmorras cuando ella lo hizo, alzando ligeramente las cejas. Lo cierto es que nunca había estado en ellas; sabía dónde estaban porque sí había abierto la puerta para ver qué había, pero jamás me había entrado en ellas. Me pregunté durante un segundo si en Brontë les estarían dando uso. ¿Habrían encerrado a alguien? Y en ese caso ¿había sido un guerrero o no? Sentía una cierta curiosidad.

—Nunca he entrado. —La miré de reojo—. He abierto la puerta y he visto qué había, pero nunca me adentré en ellas. —Curvé, de nuevo, un poco los labios—. Y me alegro, la verdad. No parece un lugar agradable.

A su siguiente comentario, respondí negando.

—No, tranquila. —Amplié la sonrisa—. Si de hecho me apetecía hablar contigo. —Suspiré—. Últimamente casi no hablo con nadie.

Ladeo la cabeza, curiosa.

-¿Ni una vez? -inquiero-. Yo creo que entraría una vez en el sitio que más repulsivo me resultase simplemente por curiosidad -reconozco, con aire pensativo-. Supongo que no todo el mundo es como yo, de todos modos-. No lo supongo. Lo sé. Lo tengo muy claro. Es mejor así-. De todos modos, por lo que sé, están vacías, así que no te pierdes demasiado.

¿Le apetece hablar conmigo? Bueno, considero que no he sido mala con ella, y, si bien no soy la persona más agradable del mundo, ni la más divertida, he conseguido tener amigas alguna vez. Así pues, no es algo por lo que sorprenderme. Aunque ninguna de esas amigas era como Inger.

-Tiende a gustarme la soledad, y aún así sé bien que llega a hacerse aburrido permanecer en silencio -. Callo un instante-. ¿Acaso tienes algún problema? -me atrevo a preguntar, seca.

No soy, insisto, alguien muy simpático, y la empatía tampoco es algo que derroche. Supongo que, sin embargo, por una vez... No pasa nada por ser amable por una vez.

Me encogí de hombros.

—No parece un lugar agradable —murmuré. Parpadeé—. Y tampoco creo que difieran mucho de las que he visto descritas, ni que su uso sea diferente. —Suspiré—. No sé, no me llaman la atención. Y si dices que no hay nadie, pues no tengo ningún motivo.

Sonreí ampliamente, mirándola un segundo más antes de bajar la vista al suelo, pensativa. Si algún día me enterase de que algún amigo estuviese ahí, probablemente iría. Aunque ahora mismo en Brontë apenas tenía amigos. Y sería mala suerte que alguno de ellos acabase ahí abajo, encerrado.

Alcé la vista al escucharla, y de nuevo, negué.

—Nah. —Sonreí—. Pero Lyam puede ser bastante seco o en su defecto estar en las nubes, y como últimamente sólo hablo con él, pues. —Me encogí de hombros—. Me apetecía cambiar de aires, y tú eres la primera que he visto, así que... —Ensanché la sonrisa—. Está bien hablar con más gente de vez en cuando.

La miré.

QUizás sueno algo seca cuando vuelvo a hablar.

-No es un lugar agradable -concuerdo. Es cierto. Los recuerdos que tengo no son agradables. Denigrantes incluso. No tengo claro por qué quise bajar, pero ya está pareciendo una mala idea desde hace buen rato-. Sinceramente, lo mejor que te puede pasar es que nunca te veas obligada a bajar -zanjo, con un asentimiento.

Me sorprende que mencione a Lyam tras lo que se disculpó la última vez. No me esperaba que volviese a hablar de él después de asegurarme lo muy casualmente que se habían encontrado sin motivos específicos. ¿Quizás tenían una relación esporádica? De ella no sabría decirlo, pero de él podría, casi, asegurar que no.
Enarco una ceja, curiosa.

-¿Os veis mucho? -inquiero, echando suavemente los hombros hacia atrás para estirar un poco la espalda. No tiende a mencionarte, pero no voy a decir eso-. Me alegra ver que no se pasa el día solo, entonces -comento, por decir algo, encogiéndome de hombros-. Le viene bien la compañía -. Y tú, quieras que no, no eres una chica desagradable.

La miré de soslayo durante unos segundos, en silencio. Luego, con lentitud, asentí. Por sus palabras, parecía evidente que había estado, aunque no podía saber si ella había sido quien estaba tras los barrotes o quien observaba desde fuera. No obstante, no iba a preguntar: no sólo no me interesaba, sino que además me parecía de mal gusto.

Me encogí de hombros al escuchar su siguiente pregunta, aunque finalmente acabé asintiendo. Lo veía bastante, mucho más que al resto de mis compañeros, y a pesar de que el chrysos no me caía mal, aquello me resultaba un poco deprimente: antes de irme, tenía bastantes amigos; ahora, apenas tenía. También tenía pareja, y ahora mismo lo único que hacía al respecto de esos temas era preguntarme dónde estaría Gerald.
Era extraño.

—Bastante, sí. —La miré de reojo, apresurándome a aclarar al momento—. Nada fuera de lo normal, no obstante. —Me pasé una mano por el cuello—. Normalmente nos vemos en la biblioteca, y a veces viene a comer conmigo, pero no mucho más.

La miré, encogiéndome de hombros.

—Creo que cuando la lluvia termine iremos a correr, o algo así. A mí me hace falta entrenamiento y él ya pensaba hacerlo. —Parpadeé—. Aunque nunca parece demasiado entusiasmado con mi presencia; es un seco.

Parece ir con pies de plomo, aunque no tanto como la última vez. Acabo por negar, mirándola fijamente, pero sin dureza, bastante relajada.

-Mientras no os incordiéis mutuamente todo está bien, ¿no? -comento, mirando un instante por la ventana. Me vuelvo de nuevo hacia ella, y esta vez sonrío, con cierta diversión-. ¿Correr? ¿En serio? -. Niego un par de veces, para mí-. ¿Te lo ha propuesto él?

Cuesta creérselo. No es que sienta nada especial cuando la gente sigue mis consejos, pero tiene gracia, de alguna forma. Nunca creí que, de todos, fuese a seguir ese. Es extraño.

Asentí, esbozando una sonrisa.

—Claro. —La miré—. Lo que pasa es que es extraño que haya pasado de tener bastantes amigos a casi no poder hablar con nadie. —Reí con suavidad—. Y con quien he terminado hablando no se parece a los que antes eran mis amigos, así que...

Negué con la cabeza. Lo que me pasaba, creía, era que echaba de menos a Heylel, con el que podía hablar de todo sin temor a aburrirlo. No obstante, acabaría acostumbrándome.

—No realmente. —Fruncí levemente el ceño, pensativa—. Surgió sin más. Quiero decir, por algún motivo acabé diciendo algo de entrenar, y él dijo algo sobre que tenía pensado hacer eso, así que al final acabamos decidiendo que sería más divertido si no estás solo. —La miré—. Nada muy relevante, realmente. ¿Por qué preguntas?

Asiento. No sé su situación, pero yo tuve una crisis de esas no hace tanto, de modo que creo que puedo ubicar sus palabras en mis recuerdos.

-Cuando pasan esas cosas llega a ser frustrante -coincido, con un leve encogimiento de hombros-. Nunca he sido muy sociable -admito-, pero la conclusión que he sacado, al final, es que ser flexible es una gran habilidad. Supongo que yo no soy como tus amigos que ya no están, ni tú te pareces a los míos, pero ahora mismo hablo contigo y me siento cómoda-. Creo que mi sequedad choca un poco con lo que deben de ser las palabras más amables que he dicho en mucho tiempo.

Pasé un tiempo perdida, pero creo que ahora me siento más cómoda conmigo misma, aunque la situación no sea la ideal. Me siento satisfecha con haberme adaptado a mí misma. Era lo que me faltaba, realmente.

-Le dije que le vendría bien correr un rato, pero no esperaba que lo hiciera. Quizás tú lo convencieses -repongo, sonriendo un insaten breve. No lo veo la rimera opción, pero es plausible-. Aunque el tiempo no acompaña -gruño justo después, desviando la vista a la ventana, con cierta repulsión. Odio la lluvia-. Por suerte, el verano suele ser seco.

Y espero que así sea.
No sé si aporto mucho a Inger. No me siento forzada a hablar con ella, pero quizás ella esperaba algo más animado.

Escuché sus palabras en silencio, mirándola de reojo, con los labios ligeramente curvados, y cuando terminó de hablar, no pude evitar ensanchar la sonrisa, mostrando incluso los dientes, animada de pronto.

—Entonces creo que podemos ser amigas. —Negué con suavidad—. Si quieres. —Bajé la vista, suspirando—. No me parezco mucho a ti, y dudo que nuestros gustos sean parecidos, pero tal vez podríamos hacer cosas juntas. Aunque sólo sea charlar de vez en cuando.

La chrysos me imponía respeto, y dudaba que en algún momento dejase de hacerlo, pero no me caía mal, y quizá pudiésemos convertirnos en amigas con el paso del tiempo. Sería agradable: en Brontë apenas me relacionaba con las chicas, aunque ni yo misma llegaba a entender el motivo. Apenas coincidía con ellas, suponía.

Su siguiente comentario hizo que primero alzase las cejas, sorprendida, y que luego rompiese a reír.

—Oh, no. No. —Negué—. Es imposible que yo lo hubiese convencido, créeme. —La miré—. Ya te dije que nunca parece muy entusiasmado.

Sonreí, y de reojo, también yo dirigí una mirada a la ventana. Asentí.

—Espero que pronto deje de llover.

No me desagradaba del todo la lluvia, pero me gustaba mucho más el sol, y poder salir y pasear por los jardines, bañarme en el lago, leer fuera. El palacio a veces resultaba un poco asfixiante.

Eso de "podemos ser amigas" me suena algo artificial. No porque lo diga ella, ni por la situación. Simplemente, supongo, un día doy por hecho que alguien es mi amigo, y el verbalizarlo o no no me hace cambiar de idea. De todos modos, soy perfectamente capaz de entender lo que quiere decir, así que no hago sino asentir sutilmente.

-Claro. Supongo que siempre habrá algo en lo que podamos coincidir.

Tampoco me sobran las amistades, aunque me siento satisfecha ahora mismo. No obstante, lleva en Brontë lo que yo, y no está de más conocer a otros veteranos. De hecho, es de esperar. Tres años aquí y hemos hablado más los últimos meses que sumando la estancia completa.

Cuando ríe esbozo una sonrisa, también, aunque breve. Supongo que estoy de acuerdo con ella, podría decirse, en algunas cosas.

-Aprovecha mientras le dure la iniciativa -respondo sin más, internamente mordaz.

De modo que entrenará con Inger. Qué entretenido, desde luego. Ya tengo un tema de conversación.

-No me gusta nada la lluvia -coincido, seca, pasándome un mechón tras la oreja. Me muevo un poco, estirando la espalda-. Iba a dormir cuando me distraje, pero al final se ha hecho tarde, así que comeré algo antes. ¿Te importa que hablemos caminando? -inquiero, con mi acostumbrado tono monocorde.

Sonreí ampliamente, asintiendo al instante, contenta. Desde luego, seguro que había algo en lo que coincidiríamos. Y aunque la chrysos me inspirase respeto, creía firmemente que podíamos no sólo llevarnos bien, sino ser amigas, como ya había propuesto.

Reí al escuchar su segundo comentario.

—Espero que le dure —murmuré, jocosa. De lo contrario, sería bastante decepcionante. Por algún motivo, la idea de poder entrenar con alguien me gustaba: en casa siempre lo hacía con Simon, y sería una buena forma no sólo de recuperar el tiempo perdido, sino de sentirme como en casa. Sólo que ni el chrysos ni yo éramos como Simon; nadie era como él.

Cuando la chrysos propuso que caminásemos, asentí, sonriente, y ambas comenzamos a avanzar.

*se van*

Aquella noche había decidido cuidar yo mismo de Lyo, y los del servicio me habían dicho en qué habitación podíamos meternos: una sin nadie más que nosotros dos para que no molestase a mis compañeros, alejada del resto de los cuartos. Era una beuena idea, desde luego, pero aún estaba yendo hacia allí y Lyo ya lloraba, de modo que me tuve que detener un momento, meciéndolo y cantándole alguna cosa para que se calmase. Incluso le agité el muñeco del boro delante, pero no quería chuparle los tentáculos, pero, como siempre, seguía sin parar, y era bastante estresante.

-Venga, no llores. Te daré un postre especial... ¡Una galleta! -. Me la saqué del bolsillo y al verla calló ligeramente. Al final todo era aprender, aunque seguía siendo difícil, por Mithos-. Qué buena pinta, eh... Pues tú no lloras y yo te la doy. Es un buen trato, todos salimos ganando; soy un hombre noble, no te engañaría.

Lyo se llevó la galleta a la boca, más calmado, y pude seguir al fin mi camino, contento. ¡Si Massen me viese, qué orgullosa estaría! Y si Lea me viese... Supongo que estaría estresada por los lloros del niño.
Lea... Llevaba tiempo sin verla. Hablar con Corbin me había hecho pensar en ello con más fuerza. ¡Y a Goco!

Seguí caminando hacia aquel cuarto tan apetecible.

*se va*