Pasillos

Salía del baño, con la toalla en los hombros, recién afeitado y limpio. Debía mantenerme aseado y perfectamente presentable de día y de noche, y más de noche que de día, o más de día que de noche, y por ello perfectamente siempre. Era lo más noble que podía hacer, al fin y al cabo. Y más tras haber pasado la tarde con mi dulce Telma, porque los establos me daban un olor al que, aunque poco a poco me había ido acostumbrando, no resultaba quizás el perfume que quería llevar por la noches.

Me sentía contento. Iba tarareando una cancioncilla en voz baja, muy satisfecho con la vida en general. Con aquel día perfecto sin lluvia... Con...

-¡Adain!

Apuré el paso al verlo, poniéndome a su lado con una sonrisa brillante como mil chrysos, pero menos opaca porque yo no tenía sus ojos ni su traición. Le di una animada palmada en la espalda y dejé ir una carcajada, animado.

-¿Cómo te trata la vida? Cuidado, no te vayas a cortar con eso.

Y suspiré, satisfecho. Los baños sentaban maravillosamente.

Negué un par de veces, contento, y lo miré de reojo, con una sonrisa.

-Tranquilo, hombre. Estoy seguro de que eres cuidadoso. ¿Sabes? Una vez me estalló un vaso en las manos, cuando era pequeño, y me clavé un cristal en la mano. Aquello sí que fue doloroso... -. Negué un par de veces, perdiéndome en el recuerdo, pero pronto estaba con él de nuevo. Lo atraje por los hombros, animados-. ¿Cómo estoy? ¡Oh, Adain! Mi vida es magnífica. ¿No te encanta Brontë? ¿No hueles la libertad en estos muros? ¡El poder! ¡La nobleza!-. Me volví hacia él, mirándolo con intensidad-. ¡Me encuentro perfectamente! Me siento fuerte, me siento ágil... -. Me giré sobre mí mismo, pasando a darle la espalda, y estiré los brazos hacia el techo, tal alto que no podía alcanzarlo-. ¡Alto! ¡Grande! -. Me volví hacia él de nuevo, echándome el flequillo hacia atrás con las manos-. Debería escribir algo, ¿no lo crees? Antes era capaz de escribir poemas, a las damas, ¿sabes? Les encantaban los poemas. ¿A ti te gustan?

Lo miré con ojos brillantes.

Abrí mucho los ojos, sin perder la sonrisa. Hasta dolía un poco la cara de mantenerla, pero era tan natural... Me serenicé un poco, aunque terminaba moviéndome de todas formas pese a proponerme estar quieto.

-¿Beber? Oh, no, buen amigo. Vengo de la ducha ahora mismo, no de una fiesta. ¿Por qué usaría mi tiempo en ahogar las penas en jarras de cerveza? Adain, ¿sabes? A veces al beber luego no recuerdas las cosas... ¡Y no hay nada que desee olvidar, hoy por hoy! El día a día es un regalo...

Lo abracé, inspirando relajado un momento. Me llevó más de tres segundos soltarlo, y para entonces estaba más tranquilo. Ni siquiera yo comprendía aquella repentina felicidad muy bien.
¡O sí! ¡Qué demonios!

-Simplemente me encuentro muy contento. Y eso que la peor persona que he conocido a lo largo de mi vida ha regresado a Brontë -. Decir aquello me hizo ponerme más serio de pronto, y fruncir algo el ceño, aunque no me apagó-. Pero, a pesar de eso, he decidido que debo disfrutar de lo que pueda. ¡Y puedo! Puedo porque, de momento, Adain, ¡he sido correspondido! ¿No lo encuentras maravilloso? Aunque no lo vayas diciendo por ahí...-. Me llevé la mano a la barbilla. ¿Y aquello era un secreto o algo a revelar?-. Como sea, que me encuentro feliz y querría compartir mi felicidad contigo. ¿Hay algo en lo que te pueda ayudar? ¿Te pica la espalda? ¿O quizás alguna dama ha llamado tu atención y necesitas que te presente?

Lo que fuese por mi amigo.

Me sentía tan... ¡contento! Me costaba concentrarme, por Mithos. Me costaba concentrarme en aquel momento y aquel lugar.
De nuevo, suspiré.

-No quieres escuchar hablar de él, pero igualmente te diré su nombre. Gerald, un guerrero chrysos de ojos opacos de asesino, uno de cada color, que emalna maldad por sus poros en forma de líneas negras-. Negué un par de veces y puse una mano en su hombro-. No te acerques a su espada, ni dejes que su espada se acerque a ti si estás de espaldas...-. Tras aquella advertencia recuperé la sonrisa, asintiendo casi con timidez-. Ella misma... De verdad que me siento como si flotase. Aunque no sea ningún quinceañero. ¿Alguna vez has experimentado, Adain, ese sentimiento tan profundo?

Aún me costaba aceptarlo. Aún me costaba verme a su lado. Pero, de hecho, era así, y las cosas no habían cambiado especialmente, como ella había dicho que quería, pero a la vez eran muy distintas. En esencial, al menos.

-¿Volver a volar? ¿Acaso estás herido? -pregunté entonces, curioso, mirándolo muy serio. Aunque me ruboricé un poco ante su pregunta, volviendo a negar-. Oh, tranquilo. Hay tiempo para todo y... Tranquilo. ¡Qué innoble sería si te abandonase!

Qué incierto resultaba aquello...

Asentí enseguida, ensanchizando más la sonrisa. ¡Mithos, vaya memoria! Creía no haberle hablado demasiado de ella, y de todos modos...

-Ese es su nombre, sí. He de admitir que me gusta mucho... -. Asentí un par de veces más, perdiéndome un momento, pero no tardé en reír su comentario, con cierta burla-. De modo que eres un innoble rompecorazones, eh-. Le di una palmada suave en el hombro-. Espero que algún día encuentres también la felicidad, sea la que sea para ti.

No todos buscaban damas... Pero esperaba que a Adain le fuese bien la vida. Y a todos. Menos a Gerald. Lo cierto era que me costaba desearle cosas buenas a Gerald. Al menos se había comportado bien en su encuentro con Lea, al parecer. Seguía sin gustarme que anduviese por los pasillos, tranquilamente, pudiendo herir a cualquiera, pero que no hubiese sucedido nada malo era de agradecer.
Con suerte se habría calmado ya.
Pero con aquel bastardo no podía confiarse en la suerte.

-Oh, es cierto-. Asentí-. Supongo que esas cosas se solucionan despacio. ¡Pero no te rindas! Los que se rinden al primer momento no merecen la recompensa-. Me sentía lleno de orgullo, de alegría. Y de nuevo reí al escucharlo-. No te preocupes, que no te olvido. ¡De hecho, echo en falta un día de hombres! Los hombres necesitan días de hombres a veces, o noches de hombres. Ya me entiendes. ¿Te apetece tomar una cerveza alguna noche? Olvida lo que he dicho de la cerveza, porque esa noche sería aceptable. ¡Aunque no para olvidar nada! Las noches de hombres no deben olvidarse. ¡Una cena y una cerveza después! No puedes rechazar algo así, imagino.

-Me alegro enormemente de que estés feliz aquí, porque me resultas muy agradable. Podría decir que yo también me encuentro feliz de que estés aquí.

Me revolví un poco el pelo con la mano. Ya había secado por completo. Ya estaba listo para meterme en cama y... dormir.
Arquicé las cejas a su comentario, algo extrañado. Me llevé la mano a la mejilla derecha, frotando un par de veces la zona, pensativo, despeinando un poco la patilla, entretenido con la textura de esa zona.

-¿Pero no puedes planear al menos? Creí que eso sí... Supongo que no me lo había planteado nunca-. Ladeé la cabeza, curioso-. Sea como sea, espero que no te hagas daño. Eso de volar suena peligroso.

Esperé su respuesta con ganas. La verdad era que disfrutaba de aquellas cosas, de relajarme entre machos, como uno más, hablando de las cosas más viriles y cantando canciones, o lo que fuese. Todo era posible en las noches de hombres. Por eso me alegré tanto cuando dijo que sí. ¡Aunque no podía ser de otra forma!

-¡Oh, venga, Adain! -. Le di una palmada energética en la espalda, aquella vez-. No he olvidado lo que es el agua, ¡me baño en ella! Y si quieres beber agua y no cerveza juro que me habré bañado antes en ella, de modo que piénsatelo bien -advertí, con una carcajada-. Ahora, sin embargo, debo seguir mi camino. Verás, desde la vuelta de ese mal hombre, Gerald, no quiero pasarme por las habitaciones, así que me están prestando una cama. Y no querría despertar al dueño cuando me meta, ya me entiendes -expliqué, risueño.

Me sentía arropado con un amigo como aquel. La verdad es que tenía la sensación de que no había pasado tanto tiempo con él como hubiese deseado. ¡Aquella Noche de Hombres sería un buen momento para hacerlo! Hablar de cosas de hombres, hacer cosas de hombres... Todo sería perfecto. Muy noble. Muy heroico.

-Avísame si consigues planear -comenté, riendo. Esperaba haberlo ayudado con aquello-. Pero no empieces en sitios muy altos.

Su comentario me hizo alzar las cejas. ¡Qué ofensa más gratuita!

-¡Cuánta crueldad, Adain! Qué poco nobles son tus palabras. ¡Mi cuerpo lustroso no tiene mucho más pelo del que puedes ver! Acusarme de ello es deshonrar a mis ancestos -. Mi lustrosa piel era mi orgullo, ¡demonios! No obstante no tardé en reír, dejando claro que solo bromeaba con aquel enfado-. Pero comprendo tu disgusto por mi agua. Así que más te vale beber otra cosa. Y ahora vamos, que se hace tarde.

Comencé a andar y a contarle, de paso, que la madre de Lyo ya había venido a buscarlo, y lo triste que estaba si pensaba en ello. Aunque no le conté, por supuesto, que Cassandra se había ido no sabía adonde, o lo de que había estado en las mazmorras de Brontë, o cosas que me preocupaban tanto como aquellas...

Y me hallaba muy contento. Tanto que esperaba no atosigar a Lea cuando llegase... Sería un caballero, por supuesto.
Un caballero...

*se van*

Alzo las cejas, curiosa. Enseguida río y entonces lo examino a conciencia, sin disimulo.

-Para empezar, se ve que tiene poder económico. Es ropa muy nueva y de calidad. Y, sin embargo, no es un traje serio, o una capa oscura. Se le ve dinámico, alegre. Elegante, pero no aburrido -. Dibujo una sonrisa que llega a ser traviesa-. Pero supongo que puede considerarlo trampa, porque ya hemos hablado antes. Digamos que no contradice su comportamiento-. Me acerco un poco, recorriendo las prendas con la mirada, más de cerca, para terminar en su rostro, risueña-. Me atrevería a decir que se considera atractivo, señor Stoke -digo entonces, buscando sus ojos, esperando algún tipo de respuesta.

La fecha queda acordada y asiento.

-Venga directamente a mi taller entonces. Lo estaré esperando. Por la tarde estará bien, supongo.