Lago

El chrysos seguía, mientras nadaba torpemente, las instrucciones de Alehyss, a quien escuchaba con suma atención. Cuando empezó a tener frío, el chrysos se sorprendió al darse cuenta de que no se había hundido ninguna vez, y de que incluso había nadado algo, sin demasiados problemas. Echó el cuerpo hacia delante, cuando llegó a una zona en la que creía hacer pie, y miró a la chrysos. Estaba contento, aunque no tenía muy claro el motivo; nadar nunca había estado entre sus grandes intereses, nunca le había gustado, ni llamado la atención, pero aun así, estaba contento.

Caminando, Lyam se acercó a Alehyss, hasta quedar frente a ella. La observó durante unos segundos, en silencio.

—Vale...

Pero a pesar de su respuesta, el chrysos se acercó más a ella, y la atrajo hacia él, colocando las manos en su cintura mientras él acercaba el rostro al suyo, porque, francamente, quería besarla. Ahora. Aunque estuviesen en el agua y pudiese dejar de hacer pie en algún momento, y hundirse, y ahogarse y morir entre terribles sufrimientos mientras su cuerpo se llena de agua.

Me sorprende, he de admitir, su acercamiento. No mucho, y solo un instante.
Permito que se acerque y correspondo con suavidad, aunque no dejo que vaya más allá. Tras el breve contacto, desciendo levemente la cabeza, apoyando la frente sobre la suya, impidiendo así un nuevo avance.

-Tengo frío -digo, con tono suave, pero mirándolo a los ojos, concisa.

No me muestro agresiva o brusca, ni, exactamente, rechazo su acercamiento, pero al mismo tiempo sí demuestro convicción al respecto. No sabría explicarlo.
Podría decir que ha escogido un buen momento para acercarse. Bueno y malo a la vez. Me he llegado a sentir receptiva, pero al mismo tiempo encuentro puntos en contra.
Tengo frío. Eso no es mentira. Ya hace tiempo que debimos volver dentro.

El chrysos, con la frente apoyada en la de la muchacha, la miró, con los ojos entrecerrados. De nuevo, rodeó su cintura con los brazos, y acarició suavemente con las manos, un poco arrugadas ya, la piel de la muchacha, aunque esta vez no trató de acercarse. La abrazó con fuerza.

—Vale... —dijo de nuevo. En un tono más bajo, preguntó—: ¿Te quedas conmigo esta noche...? O nos vemos después de, no sé, igual quieres darte un baño...

Movió un poco los pies, para no hundirse.

Sello los labios in instante, seria. Espero a que me suelte para separarme un poco, para responder. Los abrazos van un poco más en contra de mi forma de proceder. Al menos por ahora. No es exactamente lo que busco. Puedo aceptarlos, darlos incluso, pero este lleva cosas implícitas que resultan complicadas.

-Quiero darme un baño -admito, con un leve asentimiento, sin alzar la voz, con la vista clavada en el agua, que me devuelve el reflejo de la luz que emito con los ojos-. Luego... ya veremos.

Esta vez sí lo miro, fijamente. Podría decirse que me he armado un poco, y parezco más tajante, pero sigo sin mostrarme agresiva. Simplemente me reafirmo en una posición que he adoptado. Así es como debe ser.

Comienzo a salir del agua y él me sigue. Voy a por la ropa, aunque así de mojada vestirme no es una opción Esperaré un poco y lo haré por el camino. No queda mucha más opción.

*se van*

Había llovido un poco al principio de la mañana, pero poco a poco parecía que el cielo se iba despejando y la lluvia abría paso a unos tímidos rayos de sol. En realidad, a Corbin le daba lo mismo una cosa que la otra; las batallas y misiones no eran remilgadas con el tiempo, así que él tenía la obligación de no serlo tampoco.

Desde hacía algún tiempo se había aficionado al lago como zona de entrenamiento. Por una parte, era una extensión amplia por la que correr. Por otra, el agua daba muchas posibilidades, y mejorar sus habilidades natatorias era algo que no pensaba dejar de lado.

Sin embargo, en aquel momento no nadaba. Semidesnudo, había comenzado corriendo por la orilla, sin llegar a tocar el agua. Rodeaba la masa de agua a un ritmo constante, y de vez en cuando cambiaba súbitamente de dirección, obligándose a, pese a ello, no perder el ritmo. Las piedrecillas del lago se le clavaban en los pies, pero Corbin había tenido el tiempo suficiente a lo largo de su vida para ignorar aquellas pequeñas molestias.

Poco a poco, iba introduciéndose en el agua. Al principio apenas la rozaba con los pies al pasar, levantado unas pocas gotas que le salpicaban las piernas. Poco a poco, sin embargo, iba introduciéndose en el agua, hasta llegar a su auténtico objetivo: correr con el agua por las rodillas.

Era un entrenamiento muy interesante. La resistencia del agua lo obligaba hacer grandes esfuerzos para avanzar. Debía preocuparse de mantener el ritmo, aguantar la pesadez de las piernas y, sobre todo, mantener el rumbo de la misma forma que lo había hecho en la orilla. El agua no podía ser ningún impedimento.

*Corre*

Zacharyas se deslizaba entre los árboles, dirigiéndose de vuelta a palacio, tras haberse internado hasta muy profundamente en el bosque. Su camino lo llevó por el lago, cuando aún se hallaba lejos de Brontë, y una imagen lo detuvo un instante, haciéndolo calarse un poco más la capucha sobre los ojos para, desde la penumbra que esta proyectaba sobre su cara, ser capaz de ver mejor al hombre que corría por la orilla.
Zacharyas lo recordaba, y también el interesante combate que habían mantenido. Sus costillas se resentían de nuevo al verlo, gloriosamente, trayéndole recuerdos de un dolor casi olvidado.

Risueño, el caeruleus salió de la sombra que proyectaban los árboles y avanzó, dejándose ver, oscuro como un ánima debido a la capa, aproximándose a la zona de agua, manteniendo siempre las distancias, acercándose al hombre que entrenaba.

Corbin vio a la oscura figura acercarse, pero no se detuvo. De todas formas, sus sentidos de alerta y el recuerdo de aquel hombre eran suficientes como para ponerlo sobre aviso. Quizás fuera necesario volver a enfrentarlo. Después de la última vez, lo veía perfectamente factible.

Metiendo una mano en su bolsillo, sacó uno de los puños. Sabía que no tenía interés a aquella distancia, pero estaba acostumbrado a llevarlos y el contacto con los mismos lo hacía ponerse en situación. De todas formas, el hombre no parecía armado. Y, si lo estaba, en el tiempo que tardase en sacar su arma Corbin ya estaría preparado para recibirlo. En caso de hechizos, por otra parte, se mantenía atento a contrarrestarlos.

Continuó corriendo, sin más. Aunque, evidentemente, lo vigilaba.

Zacharyas se acercó hasta que no eran ni quince los metros que los separaban, con la cara cubierta, sin mostrar su expresión debido a la sombra que daba la tela. No obstante, para sí sonreía, contemplando su carrera, sabiéndose descubierto, tranquilo, deslumbrado por la luz del día.

Se mantuvo inmóvil durante largos segundos, llegando a parecer que se volvía una estatua, y cuando volvió a reaccionar lo único que hizo fue alzar la diestra con suma naturalidad, siguiendo el cuerpo del claritas con ella, apuntando, sin hacer nada más.
Hasta que habló.

-Âchnam -siseó.

Y la bola de materia oscura surgió de su palma, saliendo despedida a toda prisa, buscando el cuerpo del otro guerrero.

Corbin no se vio en absoluto sorprendido por el ataque. Sabía lo que correspondía con aquel hombre. Después de todo, no era la primera vez. Así, cuando se vio apuntado por el hechizo, saltó a un lado, evitándolo. Era la señal que había estado esperando.

Rápidamente, conjuró un ebrain aitchbrëa y se lanzó hacia la orilla, en pos de su enemigo, acortando las distancias. Sabía que aquello no serviría fácilmente contra el caeruleus, pero contaba con que le daría algo de tiempo con el que situarse en un terreno mejor, fuera del agua. Pese a todo, no iba a dar ventaja a su enemigo porque sí. Por el camino, sacó el otro puño de acero.

Sintiéndose ya totalmente armado, se dirigió hacia el caeruleus, pendiente de evitar otros posibles hechizos que, sabía, buscarían su cuerpo antes o después.

Al verse cegado, Zacharyas apenas reaccionó. Lo único que hizo, en primer lugar, fue un garves con el que recuperar la visión, para ver que su oponente ya corría hacia él. Aquello no hizo sino ensanchar sutilmente su ya de por sí ancha sonrisa.

Viéndolo venir, Zacharyas se puso en marcha. Recordaba el dolor de sus puños, pero le gustaba la idea de darle un poco de dolor él mismo antes de recibirlo. De modo que invocó un nuevo âchnam, directo al pecho del claritas, de frente. Aprovecharía el tiempo que tardase en evitarlo, la obligación de desviarse, para retroceder y observarlo, manteniendo una distancia mínima entre ambos. Y si lo golpeaba entonces, Zacharyas lo tenía claro, atacaría de nuevo.

A menor distancia, más sencillo era acertar.

Por supuesto, el caeruleus contrarrestó el hechizo. Aquello era algo que Corbin esperaba, así como su nuevo ataque, que no tardó en llegar. Se limitó a girar el cuerpo lo mínimo posible hacia un lado, sintiendo como el hechizo pasaba justo a su lado, casi rozándole el pecho. Continuó, pues, su avance hacia el caeruleus, que retrocedía. Una vez salió del agua, sentía las piernas extrañamente ligeras, y sabía que había ganado velocidad.

También era consciente de que el caeruleus no iba a dejarlo acercarse fácilmente. Sin embargo, él debía seguir intentándolo, pendiente de esquivar sus hechizos, pero también de alcanzarlo. Dirigió un clair ëm yäk a sus pies, buscando dificultarle la movilidad.

Zacharyas saltó hacia un lado para esquivar el ataque, revelando por primera vez sus piernas, al abrirse la capa, dejando de parecer un ente fantasmal por un instante. Alzó entonces ambas manos a la vez, invocando un âchnam en cada una de ellas, No obstante, aquella vez no los lanzó: con una sonrisa de satisfacción, Zacharyas esperó a que su adversario llegase, con los hechizos preparados. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, se impulsó hacia delante, con las manos extendidas, buscando interceptar los puños de Corbin cuando llegasen, o de alcanzar su rostro con ellas, a bocajarro, si lo primero no llegaba a suceder a tiempo.

No le importaba su integridad física. Por aquello mismo se lanzaba sin temor a los golpes que pusiese recibir. El no tener miedo lo hacía más peligroso.

Corbin veía el gesto de él, amenazante. Lo estaba avisando y lo sabía. Lo supo desde el mismo momento en que vio conjurados aquellos dos hechizos, uno en cada mano, dos bolas de absoluta oscuridad. Y, cuando vio que no los lanzaba, supo que lo estaba esperando.

Y no quiso hacerse esperar. Avanzó hacia él, ligero, seguro, buscándolo. Y, cuando consideró que la distancia era suficiente, que los hechizos iban a salir buscándolo, cuando vio el primer amago del caeruleus de lanzarse hacia él, invocó un ebrain aitchbrëa, dispuesto a aturdirlo. Y, al tiempo, agachó el cuerpo y buscó embestirlo, directo al vientre, con la cabeza por delante y un puño a escasa distancia de la misma.

Zacharyas esperó a su llegada, sin protegerse, sin atisbo alguno de tensión en el rostro y el cuerpo. Y es que realmente disfrutaba con el dolor. ¿Por qué habría de temer a los golpes y heridas? No podía evitar pensar que, sucediese lo que sucediese, aquello acabaría bien para él, y ya se hallaba satisfecho sin haber empezado.

Entonces Zacharyas dejó ir un bufido, una especie de risa, y de pronto era incapaz de ver nada, deslumbrado por el ataque de su rival.
Al recibir el golpe en el vientre expulsó el aire por la boca, pero al mismo tiempo se puso en marcha, veloz, sin preocuparse por el daño recibido. Al estar en contacto directo sabía dónde estaba sin necesidad de ver. Juntó ambos brazos, como buscando abrazar la cabeza de Corbin, en un gesto fugaz, disparando los âchnam que mantenía invocados directamente contra la parte trasera de su cráneo cuando lo sintió.

A cambio no podría defenderse si el otro llegaba a atacar, pero no le preocupaba. Ansiaba el dolor en las costillas.

Zacharyas no pudo agarrar la cabeza de Corbin, pues para embestirlo, la había agachado entre los hombros, directa a su vientre. Sin embargo, el claritas no pudo evitar que ambos hechizos estallaran directos sobre su espalda, uno tras otro, bloqueando su respiración por un momento. La piel descubierta llegó a estallar en el punto central del golpe, asomando sobre ella una mancha de sangre.

Corbin sintió cómo se le crispaba el cuerpo un momento, impidiendo tanto que soltarla al caeruleus como que continuara los golpes. Inconscientemente, había cerrado los ojos con fuerza. Cuando el momento de extrema tensión pasó, sin embargo, Corbin continuó, ignorando el lacerante dolor sobre su espalda.

Con ambas manos, sujetó el torso del caeruleus, e impulsándose con los pies, se lanzó hacia adelante, tratando de tumbarlo. Si lo conseguía, podría situarse sobre él, inmovilizándolo, y dirigir un golpe hacia su cara.

El dolor de los golpes fue eclipsado por la sensación de haber alcanzado su objetivo. Aquello no hizo sino animar a Zacharyas, tensarlo, hacer que se emocionase y buscase más.
Sintió el impulso de su enemigo, aún sin poder ver claramente: lo notaba más fuerte que él; oponer resistencia quizás no funcionase, y dejarse ir solo permitiría. De modo que simplemente opuso una resistencia mínima, para aguantar el embiste un momento, tratando de, mientras tanto, repetir un nuevo âchnam contra la espalda ya herida, sobre la misma zona, buscando agotarlo a base de dolor.

Por supuesto, no podría aguantar eternamente. Por ello, cuando Zacharyas sintió que caía, plegó la mano libre sobre el pecho, y cuando notó que su espalda chocaba contra el suelo, tras perder el aire debido al golpe, la interpuso velozmente entre Corbin y él, con una sonrisa laxa, enfermiza.

-Baadha -siseó, tratando de cubrir todo cuanto pudiese del puño nefasto del claritas.

Por suerte para Corbin, el tercer hechizo no lo alcanzó de lleno en el mismo punto, pues se desvió en el breve forcejeo. De todas formas, sí pudo sentir el roce del hechizo, levantando un tanto más la piel en la zona herida.

Pronto tenía a Zacharyas en el suelo, y con ello otros asuntos de los que ocuparse. El claritas lo tomó por la ropa y alzó el puño, dispuesto a asestarle un golpe en la cara. Un golpe que estalló contra la barrera que el caeruleus había creado, deshaciéndola casi por completo.

El claritas entrecerró los ojos. Entonces, él mismo extendió un instante la mano para conjurar su propia barrera, cubriéndolo en parte, con el centro de la misma algo por delante de su mano. Y, en lugar de golpear a su adversario con el puño, tiró de su ropa hacia sí con brusquedad, con intención de obligarlo a golpearse, en primer lugar, con lo que quedaba de su barrera, en segundo lugar, con la que él había compuesto y, por último, con su puño de acero, que cerraría durante el segundo impacto.

Zacharyas escuchó el resquebarajarse de la barrera, imaginando que ella era su rostro, que hubiese sido destrozado por el golpe, y un instante después sintió que tiraban de él. Podía ver el aire turbio allí donde se juntaban ambos hechizos defensivos, y pronto pudo sentir el dolor en su piel, mientras traspasaba una a una las barreras con la cara, quedando algo aturdido.
Mientras aquello sucedía, su mano derecha buscaba hábil el costado del rival, forcejeando. En un instante buscó apoyo a la altura del riñón, forcejeando para quitárselo de encima sin lograrlo, tirando de la piel. Justo entonces se encontró con el puño contundente contra el pómulo y la articulación de la mandíbula, que le arrancó un jadeo y una leve risa, haciendo que empezase a sentir el sabor a sangre dentro de la boca.

Apuntó de nuevo a la cara del claritas, con una sonrisa desafiante.

-Âchnam -siseó, con placer, con la palma extendida frente a su rostro, pero no fue allí donde surgió el hechizo, sino de la otra, situada sobre el riñón izquierdo, buscando quitárselo de encima, herirlo en puntos especialmente dolorosos.

Cuando Corbin vio cómo el caeruleus le apuntaba, dirigió rápidamente el puño hacia su mano, con intención de estrellarla y rompérsela si tenía oportunidad. Quizás así pudiera, además, evitar el hechizo que le dirigía.

O eso pensaba, sin entender que, en realidad, el hechizo no iba dirigido a su cara. Sintió el fuerte dolor en el vientre, a la altura del riñón, obligándolo a abrir mucho los ojos, y su cuerpo se desplazó ligeramente hacia atrás sobre el del caeruleus, impulsado por el ataque. La mano que agarraba aún la ropa de Zacharyas se tensó, retorciéndole la ropa, y todo lo que Corbin pudo hacer para evitar salir de encima de él fue empujarlo de nuevo contra el suelo, aprovechando la gravedad para dejar caer el puño sobre él.

Le pareció oír que soltaba un gemido, aunque de alguna forma, era como si ese sonido lo hubiera emitido otra persona.

FdR.: rol pausado

Su mano izquierda se estrelló contra el suelo, crujiendo con violencia. Cualquiera qu elo hubiese escuchado sabría del intenso dolor que había sufrido el mago en el proceso. Quizás incluso había tenido alguna fisura ósea o muscular, y sin duda necesitaría atención médica. Sin embargo, Zacharyas se sonrió ampliamente al comprobar que su estrategia había dado resultado. La mera visión de los ojos de su rival le bastó para deleitarse en el dolor que habría sufrido, la contracción de sus pupilas, el aire...
Necesitaba más.

Con la mano derecha, Zacharyas agarró la izquierda de Corbin, que lo sujetaba, apretando con fuerza. Al ver venir el puño, incapaz de reaccionar de otro modo, apenas tuvo tiempo a apartar la cara de la trayectoria, torciendo el cuello, sintiendo enseguida cómo el puño de acero golpeaba y rasgaba la piel de su mejilla y alcanzaba casi el ojo, en un contundente puñetazo descendente que terminaba por hacer saltar incluso piedras del suelo.

-¡ÂCHNAM! -gritó, con furia y emoción a la vez, atacando entonces al brazo que sostenía, buscando en todo momento mellar su cuerpo a bocajarro, hasta que su rival lo soltase.

Aunque Zacharyas dudaba poder volver a evitar un golpe como aquel, que ya había llegado a alcanzarlo.

Corbin, viendo lo que vendría a continuación, trató de zafarse del agarre del mago, pero sin resultado. Una vez más, sufrió los poderosos efectos de su magia, y no tuvo más remedio que aflojar el agarre de la ropa.

Sin embargo, su mano derecha seguía en perfectas condiciones, y él se mantenía encima del caeruleus. Además el claritas no tenía ninguna intención de detenerse. Levantó una vez más el puño, dispuesto a golpearlo, mirándolo fijamente a los ojos.

Y, al ir a bajar el puño, cambió la trayectoria y lo dirigió a las costillas, buscando clavarlo en ellas y quebrarlas.

Camino sigilosa, a oscuras, apretando ligeramente la mandíbula, pero manteniendo bastante calma. Lo poco que he visto, supongo, basta para darse cuenta de que esto se les va de las manos. No conozco bien al otro, a Zacharyas, pero sí a Corbin, y estoy segura de que a estas alturas no sabrá discernir ni detenerse.

-¡Corbin! -bramo junto a su oído con el arma desenvainada, llevándola a su garganta, amenazante, cuando alcanzo su espalda-. Detente.

Es una orden. Una orden fría. Espero que me escuche. Porque no quiero meterme ahora en problemas de este tipo.
Ya ha habido bastantes muertes, y esta sería una verdadera irresponsabilidad.

El puño se detuvo en el aire, a escasa distancia del cuerpo del caeruleus. Corbin se dio cuenta entonces, por primera vez, de lo oscuro que estaba el día. Cerró los ojos e inspiró con fuerza. Entonces se impulsó hacia atrás de un salto, alejándose a un tiempo del arma que había ante su cuello y de su adversario.

Se tambaleó. La herida de la espalda seguía sangrando, y la del vientre parecía hacer amago de poder abrirse de un momento a otro y comenzar a sangrar también. Su brazo izquierdo colgaba inerte, mientras el derecho se mantenía frente a su cuerpo, aún en actitud de combate. Tenía el ceño fruncido.

No la había oído ni visto venir. Y, comprendió, no había sido porque ella se hubiera esforzado en evitarlo. Había sido él mismo el que, enzarzado en el combate, había olvidado todo lo demás. Y eso era un error imperdonable. Porque aquella vez había sido Alehyss, y había llegado con intención de detenerlos. Pero la próxima, sabía, podía ser otro, o la propia Alehyss, con intención de aprovechar su distracción.

Sentía una inmensa rabia por dentro que no tenía nada que ver con nadie más que consigo mismo. Por un momento, el caeruleus había sido el centro de todo su mundo, por no decir su mundo en sí mismo, y esas actitudes eran una sentencia de muerte en muchas ocasiones. Corbin lo sabía. Él mismo se había encargado de que algunas personas tuvieran aquel por último error.

Se mantuvo quieto, tratando de mantenerse firme pese a las tremendas magulladuras de su cuerpo, mirándolos desde la distancia que había ganado.

Zacharyas se estremeció al ver el filo surgir en el cuello del claritas, y aunque no era cosa suya, dejó de ver todo lo demás, y no quería más que que el arma seccionase al fin el cuello, y que la sangre chorrease sobre él, sobre su cuerpo, sobre su rostro, hasta ahogarlo. Aquello parecía a Zacharyas la escena ideal.
Y cuando alzó el rostro y vio a la dueña del arma se estremeció... Alehyss Lester. ¿Acaso las palabras de Rick Dehnel habían sido ciertas? Su frialdad, y la facilidad con la que podía acabar con todo aquello, lo hicieron temblar por un instante.

Pero pronto el combate llegó a su fin, y Zacharyas se sintió libre: libre para levantarse, libre para deleitarse con sus heridas, o para recordar por siempre aquel encuentro.

-Buenas noches -saludó con una sonrisa extraña, levantándose, mirándolos a ambos como si acabase de llegar a aquel lugar, con la mirada algo oscura, perdida.

Observó su mano herida. Se limpió la sangre del rostro con la sana, contemplándola con deleite. Luego, calmo, se alejó hacia el palacio. El espectáculo de dolor, comprendía, había llegado a su fin. Estaba algo cansado, pero muy satisfecho, y emocionado.

*se va*

Pues suerte, consigo deshacer la matanza, aunque la situación sigue siendo algo tensa. Ahora que se han separado me ilumino, facilitando la visión, por lo menos, a dos de los tres.
Parece que ambos pueden valerse por sí mismos. Creo que en Brontë he agotado el cupo de cargar con hombres desde los exteriores hasta la enfermería.

Desde luego, el caeruleus me resulta escalofriante. Apenas le respondo con un gesto, viéndolo partir. No me resultaría extraño que viniese en un rato a apuñalarme por la espalda. A intentarlo, bueno.
Me vuelvo hacia Corbin, seria. Mantengo la distancia que él mismo ha generado.

-Aprender a controlarse también es un entrenamiento a tener en cuenta -comento, con tono monocorde, apuntando a sus ojos con los haces de luz de los míos, sin guardar el arma, pero sin mostrar agresividad-. ¿Tienes alguna herida grave?