Lago

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Massen. Un nombre más. Le sonríe, afable.
Johan no puede evitar fijarse en la cicatriz que le surca la cara. Tiene ojos, a fin de cuentas. Ha debido de dolerle.
Asiente cuando ella le pregunta, sin dudarlo, firme.

-Soy del servicio -le explica-. Pasamos más desapercibidos. Pero a veces también tenemos descansos -le dice, de buen humor-. Y veo que es más fácil hablar con un guerrero en estos. Quizás es porque no llevo el uniforme. A veces tengo la sensación de que nos hace invisibles -comenta, como si la idea lo divirtiese mucho.

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Del servicio. Justo lo que no esperaba. Por una parte, porque un chico así destacaría en el servicio. Y a mí, en particular, me habría llamado la atención. Además de que era más raro que no lo hubiera visto. Bueno, o quizás no tanto. A lo mejor estaba en las cocinas, o una cosa así, y se dedicaba a algo que los guerreros no veían habitualmente. O a lo mejor...

Abrí los ojos, sorprendida ante la posibilidad.

-No será que... ¿eres uno de los sirvientes del nuevo líder piscis? He oído que ha traído a gente consigo... -se me ocurrió entonces.

Aunque, si llevaba uniforme... No sabía si los sirvientes particulares de los líderes vestían el uniforme de Brontë. Lo examiné un momento.

-Yo creo que tú me habrías llamado la atención incluso con uniforme -comenté.

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Johan alza las cejas, con complacencia, pero termina por negar, acariciando el agua con el pelo al hacerlo. No se había planteado esa mentira, y le gusta, pero no es su mentira. Prefiere tirar de algo más normal en ese momento. Al final las cosas las decide así, cuando pasan, sin ningún motivo en particular.

-Estoy en las cocinas -le explica-. Soy uno de los que hacen esos estofados que tanto os gustan. Aunque mi especialidad son los postres- añade, casi como si se avergonzase-. Quería ser repostero, pero donde necesitaban gente era en Brontë. No sois los que más apreciáis los pasteles, pero do momento a mí nadie se me ha quejado -le explica, con tono alegre.

Claro que nadie se le ha quejado. Nadie se le ha quejado de nada. No es que le moleste, pero se le hace extraño. Alguna vez ha esperado ver a un líder molesto al volverse, pero no ha sido así.

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Así que... repostero. Vaya, pues yo pedía postres de vez en cuando, pero asomarme a la cocina a ver quién los hacía no se me había ocurrido. Quizás era un poco desagradecida a ese respecto. Hasta me sentí enrojecer, algo preocupada por mi falta de atención.

-Pues... no sé cuáles serán los tuyos, pero en general, los postres de Brontë están ricos -aporté-. ¿Llevas mucho trabajando aquí?

La verdad, era un poco particular. Me pregunté si habría nacido en Fulmen. Cerca del palacio, probablemente, por lo que decía. Después de todo, por mucha gente que necesitaran en Brontë, no tenía sentido que hubiera venido de muy lejos para eso. Tampoco eran los postres tan codiciados en el palacio, y probablemente había cocineros de sobra en las cercanías. No era un oficio tan especializado, después de todo, o al menos, no lo era si lo que se buscaba era cumplir con las necesidades del palacio.

-¿Y cómo a un repostero le da por pescar en su tiempo libre? ¿Es para algún postre especial? -bromeé.

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Johan sonríe complacido ante los piropos. De hecho, sus capacidades reposteras son poco menos que nulas. Pero en esa mentira suya el orgullo es cierto. ¿Por qué no aceptar un cumplido, aunque sea tan pequeño?

-No demasiado. Ya sabes, unos cuatro meses, o así... Lo notarás porque ahora todo lleva algo más de canela-. Sonríe, una mezcla de diversión y reparo, como aceptando un mal chiste-. Pero todo muy bien, la verdad. Es duro, no lo niego, sois bastantes... Y el servicio también come, claro. Pero oye, hacer lo que uno quiere...

Se mueve un poco, aunque sus membranas hacen que sea muy fácil flotar incluso para alguien como el, que apenas nada. Johan no puede dejar de pensar que es una chica simpática. Está bien eso. Aunque sigue sintiendo curiosidad por su cicatriz.

Ríe a su broma, pero solo un poco.

-Oh, no. Realmente es una excusa para venirme un rato al lago. Me quiero poner en forma. Rodeado de guerreros, si uno gana algo de peso se nota el triple.

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Sonreí, divertida. Bueno, eso podía estar bien. Me coloqué un par de trenzas tras la oreja, planteándome una buena respuesta.

-La próxima vez que pida un postre, especificaré que sea uno tuyo -decidí, convencida-. Veremos qué tal le queda esa canela. Prepárame algo que merezca la pena, ¿eh?

Me acomodé en el agua, aburrida de estar en el sitio. Yo había ido a entrenar, y con la charla... Pero bueno, era entretenido. Y podía seguir luego.

-¿Aspiras a guerrero? También hay que trabajar duro, o puedes jugarte el cuello -comenté, aunque con tono no demasiado serio.

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Johan sonríe de oreja a oreja. Pero se encoge de hombros.

-Bueno, espero que los demás no se sientan desplazados. Pero me esforzaré por cumplir tus expectativas. ¿Cómo de dulce te gusta? -le pregunta, recabando datos-. Será toda una sorpresa, te lo aseguro.

Y con la pregunta de si aspira a guerrero Johan no puede más que abrir los ojos y un poco la boca, con sorpresa. Desvía la mirada un momento, pero enseguida está de nuevo con ella, componiendo una sonrisa.

-Bueno, no creo que es esté al alcance de todos. No sé si podría aspirar a tanto... Además, dicen que tienes que ser elegido, o algo así, ¿no?-. Hace una pequeña mueca-. A mí nadie suele escogerme para nada. Aunque tengo un hermano que bien pasaría por guerrero. Yo me quedo con los postres...

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Una vez más, amplié la sonrisa, con una mirada significativa.

-Soy bastante golosa -admití-. Ya veremos cómo me sorprendes.

Di unas pocas brazadas, con movimientos relajados, casi perezosos. El agua siempre acababa pudiendo conmigo. Era demasiado cómoda.

Lo miré, pensativa.

-Te contaré algo -concedí-. Pero no vayas diciéndolo por ahí, ¿eh? Es solo un rumor, y no quiero que luego, si resulta que no es cierto, me tachen de mentirosa. Pero he oído decir que hay guerreros en Brontë que no han recibido la llamada. No sabría darte nombres; no es algo que se comparta públicamente, o al menos nadie me lo ha dicho directamente... Pero es lo que se dice.

Tampoco era que pretendiera darle esperanzas o algo así. Pero, de hecho, sí era cierto que había oído comentarios al respecto. No tenía muy claro cómo funcionaba. Probablemente, a esos guerreros no llamados les exigirían alguna compensación. Si existían realmente.

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Johan se tensa un poco. ¿Golosa? ¿Sorprendes? Las mujeres de Palacio, no puede evitar pensar, parecen estar muy decepcionadas con los hombres. Porque ya ha contado dos o tres que hacen esos comentarios o que dan señas de disponibilidad. ¿O quizás el éxito se le ha subido a la cabeza?
Sonríe, encantador.

-Buscaré algo que te deje sin aliento -le responde finalmente, enigmático.

Al verla alejarse se da cuenta de que no ha preguntado lo más importante, lo que lo ha sacado del agua.

-Por cierto, ¿qué hacías?

Y ella, a cambio, le cuenta algo curioso. ¿Hay guerreros que no han sido llamados? Johan no sabía que eso fuese posible. Que tampoco es que le vaya a cambiar la vida.
Pero...

-¿De verdad? -la mira con sorpresa-. Bueno, acabas de decir que no lo sabes-. Sonríe-. Pero, ni con esas sé si yo... Quiero decir que vosotros sois increíbles. ¿No tenéis miedo nunca?

Demasiado adulador, quizás.

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Asentí, conforme. Tenía ganas de preguntar por su especialidad, pero quizás era mejor no hacerlo. Así sería todo más intrigante.

-Entrenaba -respondí a su pregunta-. Tengo que saber sacar partido a mi agilidad en todo momento. Y en el aire es lo más difícil, al menos para mí.

Me resultó un tanto extraña la pregunta. Me volví en el agua para mirarlo, pensativa, y me encogí de hombros. Sentaba un poco mal un comentario de ese tipo... Pero, imaginaba, él no tenía la culpa. A fin de cuentas, no lo había vivido.

-Sin miedo es más fácil morir, ¿no te parece? -respondí, tratando de seguir sonando agradable. Negué con la cabeza-. De todos modos, si de verdad es cierto que hay guerreros que no han sido llamados, los líderes los vigilarán más, o algo parecido. Supongo.

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Johan mira un momento en dirección a la piedra y luego a ella. No es el único piscis interesado en el aire, entonces. Le gustaría poder darle un consejo, pero él no tiene alas.

-Supongo que es un reto para cualquiera. Pero bueno... Esos saltos parecían bastante ágiles. Al menos sonaban así -confiesa-. No he visto ninguno.

La diversión disminuye un poco con esa respuesta de Massen, tan tajante, y por primera vez a Johan se le queda una cara un poco seria, tensa. Quizás ha bromeado demasiado. Él no se ha enfrentado a peligros muy grandes. Ha frivolizado.

-Lo siento -se disculpa. Es sincero-. No pensé eso... Brontë no es un juego para nadie, es un trabajo.

Se pone boca arriba y se deja flotar, pensativo. Quizás se ha excedido. Aunque ella no parece enfadada.

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Me encogí de hombros, sin darle mucha importancia. Prefería no profundizar mucho en el tema de las alturas. No era algo de lo que me gustase demasiado hablar.

-Si hubiera prestado atención, yo también te habría sentido -remarqué, en lugar de continuar con sus comentarios-. Debería prestar más atención a esas cosas. No es bueno que me deje sorprender así. Podría meterme en problemas.

Lo miré un momento, y acabé por negar. Me obligué a sonreír. Yo no tenía por qué hacerlo sentir culpable, porque él no tenía la culpa.

-Ten cuidado -advertí, de todos modos-. No quiero meterte miedo, pero incluso el servicio puede verse afectado por ataques al palacio. No sería la primera vez -. Miré hacia las rocas-. Aunque ojalá haya sido la última, claro...

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Johan la mira, risueño. Es simpática. Casi se arrepiente de haberse hecho pasar por alguien del servicio, en lugar de otra cosa. Pero el mal está hecho. En la vida hay pocos momentos para arrepentirse. Una vez uno hace algo, queda ahí. No se puede cambiar el pasado.

-Bueno, estaba muy al fondo. Quizás por eso no te diste cuenta -le dice, tratando de justificar el que no se hubiese dado cuenta. Y es algo que tiene sentido.

Su gesto se vuelve algo más grave cuando ella le cuenta lo de los ataques y asiente, algo incómodo. Algo ha oído, aunque no ha investigado demasiado. Al final sonríe.

-Tranquila. Seguro que de ahora en adelante todo va mejor-. Mira hacia fuera-. Voy a ir saliendo. Ya llevo un buen rato aquí -le dice-. Me muero por un cigarro.

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Negué, sin aceptar la disculpa.

-Cuando has salido no estabas muy al fondo -apunté-. ¿Qué tal la pesca por ahí abajo?

Asentí cuando él habló de retirarse. Probablemente tenía que volver. Era tarde, y lo reclamarían en las cocinas. De hecho, le extrañaba que no hubiera tenido que irse antes.

-Yo me quedaré a entrenar un poco más -decidí-. No te olvides de mi postre, ¿eh? Iré a reclamarlo.

Eché a nadar hacia la orilla, dirigiéndome ya hacia las rocas. Debía seguir practicando. De todos modos, no tardaría en dejarlo, porque estaba haciéndose tarde.

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Johan sonríe, concediendo a Massen lo que dice. Mira un momento al agua, como si esperase ver desde ahí los peces. Termina por encogerse de hombros con suavidad, risueño.

-Pues normal. Se ve que no es lo mío. Quizás tengas más suerte si lo intentas. En las cocinas siempre es bien recibida comida fresca, la pesque quien la pesque.

Nada hacia la orilla, despacio, prestándole atención mientras tanto. Se encarama a las rocas y sale, volviéndose hacia ella con una sonrisa, asintiendo.

-Claro. Buena suerte. Yo me encargo del postre-. Se escurre el pelo y le hace un último gesto antes de volverse-. Buenas noches.

Irá a por su ropa y se liará un pitillo. Luego, ya, lejos de la orilla, llamará a Rina y a Dardo. Deben de tener hambre.

*se va*

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Después de despedirme de Efesto, me encaminé de nuevo hacia las rocas. Tenía que seguir con aquel ejercicio. Una vez más, me subí arriba, más arriba que la última vez, sin mirar abajo. Después me coloqué en el borde y me lancé al aire, o más bien, quizás debería decir que al agua.

Relajé el cuerpo y me moví en el aire en piruetas, tan rápido como podía. No tardé en acabar en el agua, y, de nuevo, lo había conseguido a tiempo para no darme un buen planchazo. En aquella ocasión abrí más las ventanas y presté atención, no fuera a perderme más cosas importantes.

Cuando emergí, miré a las rocas. Otra vez.

*Fin de escena*

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Las lluvias habían parado aunque en el cielo se seguían viendo nubes.
Decidió aprovechar para salir al exterior, ver los alrededores del palacio. Su nueva casa. Su nuevo paisaje. Todo lo que veía sería su día a día ahora.

Sacó un cigarro y una cajita de cerillas, encendió una y la llama lllenó todo lo que veía, brillante. La observó un instante antes de que se acercara peligrosamente a sus dedos. Dio una calada para encenderlo y la apagó agitándola. La tiró al suelo, húmedo por la tormenta de ayer, sabiendo que no prendería. Inspiró y mantuvo un momento la respiración, notando el calor del humo, antes de soltarlo lentamente por la boca.

*se queda mirando el paisaje*

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Zacharyas iba junto al lago cuando vio aquel destello, que lo hizo acercarse un poco a la zona. Iba despacio, por la espalda, como si acechase al extraño, aunque no planeaba. A veces planeaba aquellas cosas, pero no en aquel momento. Le interesaba más investigarlo, porque nunca lo había visto.

-Hola -dijo finalmente, como si lo llamase, cuando estuvo algo más cerca, a pasos del extraño, a su espalda. Carraspeó, entonces.

¿Era quizás aquel muchacho claritas que había llegado algunos años atrás? Llevaba tiempo sin verlo, y los chicos crecían deprisa. El color del pelo lo hizo pensarlo.
No le importaba mucho, realmente.

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Se gira cuando oye al extraño aunque la luz le dificulta verlo bien. Se lleva el cigarro a la boca y da otra calada. Asiente lentamente, a modo de saludo.

Lo observa tanto como puede según se acerca. Su aspecto no parece de alguien del servicio, por lo que deduce que es otro guerrero. Al menos no espera que sea otro de los líderes ¿cuántas veces le iban a dar la bienvenida?

Gira la cabeza hacia el lago y deja salir el aire, observando los suaves destellos en el agua.

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Zacharyas lo identificó enseguida como un hombre tranquilo. O quizás, se le ocurrió, había visto en él, como otros muchos atrás, a un indeseable extraño con el que no se debía estar. Fuera como fuese, no le importaba demasiado. Ya tenía claro que no se trataba del chico claritas, sino de otra persona diferente.
Observó con curiosidad cómo fumaba, deseando extender la mano y rozar la parte incandescente. La quemazón era agradable. Pero no iba a hacerlo.

Miró a su alrededor.
Estaban solos. Podía incluso atacarlo.
Volvió a mirarlo, curioso. Y carraspeó.

-¿Me das... uno? -le preguntó, con una sonrisa extraña.

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Lo miró cuando hizo la pregunta y asintió.

Buscó el paquete de tabaco y con un movimiento rápido de muleca hizo que asomara la boquilla de uno. Estiró el brazo para que lo cogiera. Se puso el cigarro en la boca y con la mano que le quedó libre libre sacó la caja de cerillas al tiempo que guardaba la de tabaco.

Encendió una y la observó un instante, aunque no tardó en aprovechar la luz para poder bien la cara a su acompañante: joven, no pasaría de los 30, pelo negro, piel pálida...

Guardó la cajetilla y se giró un poco más hacia el lago, sin dar la espalda al hombre, aprovechando para soltar el humo ahora que tenía las manos libres. Con la luz que había cada vez tenía menos a lo que mirar.

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Zacharyas tomó el cigarro con los dedos y lo miró, como si fuese la primera vez que veía uno. Luego se lo llevó a los labios como el hombre, imitando un poco su posición. Cuando aquel encendió la cerilla entrecerró un poco los ojos, pero no apartó la vista. Incluso clavó las pupilas en la luz, como queriendo absorberla un poco más.

Cuando el cigarro se tiró, Zacharyas tosió, sin poder evitarlo. El humo le rascaba primero la garganta y luego los pulmones. Luego asintió y se apartó el cigarro de la boca con la derecha.

-Gracias -dijo al extraño, volviendo a examinarlo, y se volvió hacia el bosque, como si algo los acechase y lo hubiese escuchado, con el cigarro en la mano.

Era un hombre sin voz.

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Se extraña un poco al oírle toser. Se pregunta si estará enfermo o si su aspecto será simplemente descuidado.

Ahora con la luz del cigarro podía distinguir un poco las facciones de aquel hombre, lo cual era mejor que nada. Se giró en la dirección en la que miraba su acompañante con cara de haber visto algo, intentando distinguir lo que había llamado su atención, pero aunque entrecerró los ojos fue más por reflejo que para intentar ver algo.

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Zacharyas volvió a mirar al extraño. No había nada que mirar en la penumbra ni para él, que veía perfectamente a través de la oscuridad. Y el desconocido, con aquellos ojos ciegos en la noche, no vería nada. Ni siquiera a él si se hubiese camuflado bien. O si, se le ocurrió, le apagaba el cigarro en los ojos. Quizás le llegase solo para uno, pero el caos haría que pudiese arrancarle el otro con los dedos, en un movimiento veloz.

-Buenas noches -le dijo, sin embargo, y se alejó de él con el cigarro en la mano, en dirección al bosque, a los árboles.

Ya tenía fuego. Podía usarlo. Había sido más fácil de lo que había esperado. Se haría un par de marcas en el brazo.

*se va*

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El hombre no tarda en irse. Tampoco es que hubiera mucho que hacer y más con aquella oscuridad.
Se queda un rato más, disfrutando el cigarro antes de decidir volver al palacio, donde al menos podrá ver algo.

Observa el punto rojo caer al suelo y lo extingue con el pie, notando la tierra blanda aunque no puede decir si por la cercanía al lago o también por la lluvia. Se gira y observa un momento las luces del palacio, le podrían servir de guía, el camino no tenía demasiados baches el venir, pero decide que aún no lo conoce lo suficiente.

-Clair ëm yäk.-Susurra con voz ronca.

Como quien sigue una estrella se dirige hacia las luces de Brontë, iluminado sólo por su hechizo, preguntándose a dónde habrá ido el hombre del pelo oscuro.
Podría haberle preguntado su nombre, o haberle dicho él el suyo.
Prefiere no pensar mucho en ello.

*se aleja hacia el palacio*

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