Lago

Asentí, pensativa. No parecía que él tuviera ninguna observación que hacer. Quizás lo que debía era seguir entrenando como hasta el momento. Me prepararía para enfrentarme a lo que viniera. En eso consistía estar en Brontë, y yo me había acomodado bien allí.

Me incorporé y metí un momento la cabeza bajo el agua. No era la misma sensación que en la lluvia, a fin de cuentas. Luego me volví hacia Follow y le sonreí.

-¿Bajamos otro rato? -propuse.

No tenía sentido estar allí quietos. Nos iba a coger el frío, y yo, que tenía costumbre de resfriarme por aquella clase de cosas, no quería repetir otra vez. Así que me sumergí de nuevo, invitándolo a venir conmigo. Quería bajar hasta abajo, hasta el fondo del islote, y ver si había algo interesante que explorar por allí.

En aquella inmersión no encontré nada que llamara especialmente mi atención. Seguía explorando los recovecos con normalidad, y eso era todo. Me había sumergido más, pero no parecía que por ello fuera a encontrar nada diferente.

Follow, en cambio, sí encontró algo. Lo supe cuando sentí que venía hacia mí, porque nadaba como si llevara algo. Y, aunque no veía bien en el agua, lo miré, y pude ver los brillos que emitía aquello. Era una especie de culebra de agua, o eso parecía. Cuando Follow la soltó, comenzó a ascender, y los brillos se multiplicaron. La lluvia, que repiqueteaba contra la superficie del lago, los hacía cambiar de forma. En cierto modo, me recordó a las luces del sur, que podía ver en invierno cuando me escapaba de casa.

Sentí un agradable cosquilleo.

Al final, las luces acabaron por disiparse poco a poco... y a mí me empezaron a picar los ojos de mantenerlos abiertos debajo del agua. Subí de nuevo a la superficie, siguiendo las luces que quedaban, y al llegar arriba, tomé aire.

Busqué alrededor. Follow se había alejado, y había salido del agua. Eché a nadar hacia allí, sin demasiada prisa, disfrutando todavía del baño. Al final, sin embargo, llegué a la orilla, recogí las membranas y salí del agua.

*To'l mundo al islote*

Kyoti lleva toda la tarde dedicándose al arco. Ha encontrado en la zona del lago un lugar tranquilo y amplio en el que entrenar al aire libre sin necesidad de agujerear los árboles de los jardines. Considera que, aunque nadie ha dicho nunca nada al respecto, el servicio agradecerá el detalle.

Lanza una nueva flecha, concentrado. Espera que el lago no sea un lugar demasiado especial, desde un punto de vista estético, para nadie. Después de todo, lleva toda la tarde dejando su marca en los árboles. La linde del bosque permite que apunte a varios objetivos, con lo que puede variar la dirección de las flechas, y moverse con mayor libertad a sabiendas de que no interrumpe el trabajo ni el ocio de nadie.

Sin embargo, empieza a ser tarde, y a estas horas, con tan poca luz, incluso su buena puntería se ve perjudicada. Kyoti se promete que, una vez termine el carcaj de flechas, recogerá y dejará su entrenamiento.

*Se queda*

Kyoti ya está terminando su carcaj. Lanza otra flecha, decidido. Y, entonces, cuando se clava en el árbol, se da cuenta de que otras tantas flechas no están allí. Desconcertado, se queda quieto. Juraría que ha dado en el blanco. Mira alrededor y ve que otros árboles con los que ha estado practicando tienen las cortezas completamente limpias.

Preferiría ir con el arco a mano, pero necesita luz. Es por eso que se echa el arma a la espalda e invoca un pequeño flagrare, tan grande como su escasa capacidad mágica le permite. Avanza entonces hacia los árboles, en busca de sus flechas.

Encuentra varias al pie del árbol contra el que disparaba hacía apenas un momento. Acaricia la corteza, en busca de unas marcas que ya no están allí, y al mirar al suelo, encuentra sus flechas en él. Desconcertado, se agacha a recogerlas.

Hace apenas unos días estuvo probando su dureza, y se clavaban en la madera dura con facilidad. De hecho, juraría que hace un momento estaban allí, clavadas al tronco. Mientras le da vueltas a lo extraño de la situación, comienza a recoger las flechas y guardarlas. Resultan más difícil de localizar en el suelo, aunque lleve una luz para buscar.

Kyoti se sobresalta cuando ve que la flecha que va a coger empieza a fundirse con la tierra, como si hubiera vuelto a la vida. Da un respingo, sin comprender. Nunca ha visto una planta crecer tan deprisa, tampoco. Tenso, acerca un poco más el flagrare para verlo mejor.

Llega, incluso, a soltar la flecha, sin darse cuenta. Se ha quedado tan sorprendido con lo que está viendo que se ha olvidado de su entrenamiento, de sus flechas. ¿Será algún tipo de magia que flota sobre el lago? ¿Alguna especie capaz de absorber otras plantas? Lo cierto es que Kyoti sabe lo justo sobre madera como para hacerse unas armas relativamente rudimentarias, pero de plantas no tiene ni idea.

No era lo más llamativo en la zona de los volcanes.

Kyoti permanece fascinado un momento, hasta que se da cuenta de que aquel lo-que-sea está afectando a todas sus flechas, una tras otra. Alarmado, echa a correr, moviéndose con rapidez para recorrer tantas como sea posible. Si no lo hace, tendrá que volver a dedicar su tiempo a fabricarlas, en lugar de a entrenar o cazar.

Trata de localizarlas cuanto antes y recogerlas. Quizás debería pedir ayuda, se le ocurre entonces. Sus flechas son básicas, rudimentarias. Flechas, por ejemplo, de metal, serían mucho más resistentes. El problema es dónde puede conseguir el metal, y quién puede encargarse de moldearlo. Él no tiene ni idea de cómo manejar el metal.

De todos modos, lo primero es recuperar sus flechas.

Kyoti se siente algo aliviado al descubrir que es capaz de moverse más rápido que las plantas que brotan. No pierde tiempo en recoger todas las flechas que puede y llevárselas al carcaj. Al menos, no está quedándose sin ellas, como temía. O sin tantas.

Sin embargo, que las flechas vuelvan a ser como eran y rueden hacia él, lo pone algo nervioso. Algo les ha afectado, desde luego. Acerca el flagrare a los proyectiles que lo rodean, preguntándose si pretenderán atacarlo. Espera que no, aunque ver cómo van hacia él, capaces de detectarlo, no lo tranquiliza demasiado.

Con ciertas dudas, se agacha a recoger las flechas, despacio, como si se tratase de animales que pudieran sentirse amenazados en cualquier momento. Preguntará a los líderes sobre el lago. No ha venido mucho por aquí antes, y puede que le falte información sobre el lugar.

Kyoti tarda un momento en darse cuenta de que las flechas han dejado de moverse. Duda todavía, pero las recoge tan rápido como puede, antes de que vuelvan a la vida y hagan algo más inquietante que hasta ahora.

Repasa bien el suelo, por si alguna ha quedado por ahí. Antes de irse, dirige una última mirada a los árboles... Tendrá que preguntar en el palacio, desde luego. Y con urgencia.

Finalmente, emprende el camino de vuelta, aunque sin dejar de mirar atrás de vez en cuando. No puede evitar estar alerta a nuevos sucesos fuera de lo normal.

*Se va así: o.oU...?*

Tras dejar la ropa en una roca, salvo la interior, que no le gusta ir desprotegido, Johan salta al agua. Ha dejado a Rina suelta, con Dardo. La primera, sabe, no se separará mucho de la orilla. La segunda seguramente vuelve por todo el bosque, pero acudirá en cualquier momento si la llama. En realidad, ya ambas acuden si las llama.

El salta al agua, fría, como si fuese una piedra, abrazándose las rodillas, pegándolas al pecho, en mitad del salto, y se hunde con facilidad para luego emerger, risueño. Despliega las membranas y nada un poco por la superficie, pero enseguida se mete bajo el agua y comienza a bucear, ágil, siguiendo a un banco de peces o llegando hasta el fondo e investigándolo.

No es que espere ver nada especial, pero de vez en cuando recupera esa relación tan distante que tiene con el agua. Aunque no sea un practicante habitual de la natación, sigue siendo piscis, por lo que las ventajas las sigue teniendo. Y a veces es divertido cambiar de sitio.
En vez de un paseo, un chapuzón.

El agua estaba fresca, pero eso no suponía un problema. Ni siquiera me molestaba el saltar desde cierta altura si lo que iba a encontrarme era eso. Una vez más, me lancé desde una roca y relajé el cuerpo, aprovechando la altura y la caída para moverme libremente en el aire. Conseguí dar una vuelta sobre mí misma antes de sentir que el agua se me echaba encima, y tener que centrarme en acomodar el cuerpo para evitar un planchazo.

Asomé la cabeza de agua y la sacudí para despejarme. Era entrar y sentir cómo se me relajaba el cuerpo. Pero el salto había estado bien, y quería seguir practicando. Salí del agua, resuelta, y volví a buscar entre las rocas una que me resultase útil para saltar. Me lancé de nuevo, y de nuevo, dejé el cuerpo relajado y traté de girar sobre mí misma, haciendo piruetas. Por supuesto, me encontré el mismo problema de nuevo, y tuve que apresurarme al entrar en el agua.

Una vez más, ascendí, y miré las rocas. Sabía cuál era el problema: saltaba desde muy abajo. Pero no tenía muy claro si quería solucionarlo.

La primera de las vibraciones no es suficiente para que Johan deje de fijarse en una roca pulida que ha encontrado en el fondo, pero sí el siguiente. Ha venido desde bastante lejos, pero mira hacia arriba como si fuese a poder ver algo. Al final se impulsa contra el suelo, con fuerza, y de esa forma ya sale nadando en la dirección adecuada con una buena velocidad de base.

Se pregunta de qué puede tratarse. ¿Se habrá lanzado Rina al agua? No lo cree posible. Y menos aún dos veces. Quizás alguien esté lanzando piedras, eso sería lo más normal... Aunque por la vibración no cree que se trate de algo como eso, tampoco. Un par de personas nadando tiene más sentido. Pero ya cree estar cerca del sitio del que venía la vibración y no ve señales de que nadie esté haciendo nada. Que no hay nadie, bueno.

Mira a su alrededor y termina por tensar un poco las membranas, curioso, esperando recibir nuevas señales.

Una vez más, nadé hasta la orilla para salir del agua. Me aparté una trenza de la cara y miré las rocas. Inspiré hondo y solté el aire de golpe. Tenía que subir más alto. Si iba con cuidado, no tenía por qué pasarme nada. Y, sobre todo, no debía mirar abajo. Al menos, no mientras subía.

Comencé a subirme, una tras otra, buscando las más cómodas para moverse. Acabé en el mismo sitio de las otras veces, claro. Entonces miré arriba y fruncí el ceño. Había otra un poco más alta que... Bueno, no sabía si tan poca diferencia me daría margen suficiente, pero poco a poco.

Subí hasta mi objetivo y me estiré. Era hora de volver a saltar. No me paré a pensarlo mucho, porque sabía que sería peor. De todos modos, lo que me esperaba era agua, así que no había problema. Me lancé y relajé el cuerpo, aprovechando para girar sobre mí misma en una pirueta...

En aquella ocasión, no tuve que preocuparme de ir muy apurada cuando llegué al agua, y entré limpiamente de cabeza. Sonreí para mí y ascendí de nuevo. Poco a poco, podía dárseme algo mejor.

Johan está mirando un punto en el agua, algo lejos, que parece un poco más turbio, cuando algo cae muy cerca, y lo obliga a revolverse en el agua, sobresaltado. Todo se llena de burbujas y no puede ver nada, pero sus membranas lo ayudan a localizar el cuerpo que nada hacia la superficie. Para cuando puede distinguir algo, son unos pies y un trasero vistos desde abajo, y solo un momento.

Johan frunce un poco el ceño, curioso, y nada hacia arriba también, a la superficie, apartándose de ese punto, por si el cuerpo vuelve a caer. No quiere estar en medio ahora que ya sabe, más o menos, que está pasando.
Al salir fuera toma aire y mira a su alrededor, curioso.

Cuando veo una cabeza emerger poco después de mí no puedo evitar un sobresalto, e incluso llego a pegar un grito. Lo acallo al momento, pero que me ha sorprendido es algo evidente. Marco algo de distancia nadando y lo miro, todavía recuperándome del susto. No tengo ni idea de quién es. ¿De dónde ha salido?

Sonrío, un tanto apurada.

-Qué susto... -comento, todavía un poco tensa.

No es de Brontë. ¿O sí? Es que no me suena, no me suena para nada. No tengo ni idea de por qué está aquí. Aunque, en principio, debería pensar que se trata de alguien del palacio. Es un piscis, así que, posiblemente, un guerrero. Entre nosotros hay más diversidad racial que en el servicio.

-¿Nos... conocemos? -pregunto, tratando de evaluarlo.

Cuando ella grita Johan esboza una sonrisa. Solo puede pensar una cosa. "Qué divertido". Aunque, por supuesto, en ningún momento quiso asustarla. Ni siquiera sabía quién era. Y ahora que la ve, desde luego, tampoco lo tiene muy claro.
Le suena de aquella vez, cuando aparecieron unas bestias enormes y el bosque se incendió, pero él no se acercó demasiado a la zona donde se desarrolló la parte más intensa del encuentro.

-Disculpa. No sabía que había alguien más. Estaba pescando -le dice, tranquilo. La estudia con curiosidad-. Bueno, yo creo que no me conoces. Si tú también lo crees, supongo que será cierto. Soy Efesto -se presenta, con naturalidad.

Pescando. Eso explicaba qué hacía debajo del agua. Aunque no debía de ser algo muy en serio, teniendo en cuenta que no llevaba encima materiales de ningún tipo. Quizás fuera alguna clase de entrenamiento. Yo lo había probado alguna vez, y era divertido.

Sonreí, entretenida.

-Bueno, entonces podemos dejarlo en que no nos conocemos -acepté, recuperando poco a poco el buen humor, aunque aún manteniendo las distancias-. Yo me llamo Massen. No te había visto por aquí. ¿Eres de Brontë?

Prefería dejarlo claro desde el principio.