Lago

Cada vez tenía el cuerpo más pesado, pero no me costaba moverme tanto como antes. Incluso, de vez en cuando, me daba por volver a corretear por ahí. Había recuperado el ánimo, y caminaba de aquí para allá, contenta. No me veía con ánimos de hacer más cabriolas de las necesarias, pero no le daba demasiada importancia.

Hacía algo de frío, pero no demasiado frío, y había mucha luz. Al acercarme a la zona del lago, vi a alguien conocido entre los matorrales y sonreí. Me acerqué con aire de disimulo, pero al llegar a su altura me aproximé hasta tenerla lo suficientemente cerca como para darle una caricia en el lomo.

-Hola, chica grande -saludé, contenta.

Al principio temblaba un poco y tenía los brazos y las piernas algo rígidos, pero poco a poco todo iba yendo mejor. Ya sentía el calor de los flamma recorriendo mi cuerpo, impulsándome a través de las aguas del lago como si fuese una barca propulsada por fuertes remos, siendo los remos mis piernas y brazos y la barca mi torso desnudo y trabajado. Estaba seguro de que podría llevar a una dama en mi fuerte espalda como si fuese verdaderamente su barca hacia el amor.

Telma, por su parte, se encontró con la pequeña parvus en la orilla. mientras rumiaba las hojas del matorral, olisqueó la mano de la pequeña, curiosa, permitiendo finalmente que le acariciase el lomo. Tras las caricias, arrancó un manojo de hierbas del suelo y prosiguió con su alimentación.

Buceé un rato, tratando de llegar al fondo del lago, que estaba algo lejos. Desde donde estaba solo podía ver oscuridad. Quizás solo los piscis llegasen allí.
¡O un nuevo Rick Dehnel verdaderamente entrenado!

La chica no me hizo mucho caso, porque estaba comiendo y no se debe interrumpir a la gente mientras come. Así pues, no tardé en dejar de acariciarla y darme la vuelta, mirando alrededor. Había ropa en la orilla y chapuceos en el agua, así que me acerqué.

Pesadamente, me senté al borde del agua y me quedé mirando al lago, esperando a que el gigante rojo (que debía de ser el de los chapoteos) asomara su cabezota del agua. En lo que esperaba, tomé unas cuantas piedras que había cerca y las fui echando al agua. Cuando me cansé de las piedras, decidí empezar a invocar pequeños terra der, que iba lanzando también al lago.

Al salir del agua busqué a Telma, alegre por el gran aguante que estaba demostrando. Sin embargo vi otra figura en la orilla y no pude evitar apretar los dientes. ¡¿Acaso alguien quería raptar o herir a Telma?! Enseguida me apresuré a nadar hacia allí, furioso. Sin embargo, cuando ya estaba cerca me di cuenta de que no era otra que la pequeña parvus. Así que bajé la velocidad y, de todos modos, llegué hasta la orilla.
Telma también se acercó a saludar.

-¡Buenas tardes, pequeña damita! -saludé, saliendo por fin del agua.

Una vez en el exterior... El frío resultaba mucho peor. El viento helado sobre mi piel húmeda era más horrible de lo que imaginaba. Aunque el sufrimiento era algo que un héroe como yo debía saber soportar para poder crecer.

De mi mano salió un último terra der pequeñito, que eché al agua junto a todos los demás. Luego ladeé la cabeza, mirando al gigante rojo, y extendí una mano hacia él. Roté la muñeca a un lado y a otro, moviendo la mano en forma de saludo.

-Buenas tardes, gigante rojo -respondí, con voz algo risueña. Bajé la mano y toqué el agua, y la encontré fría-. El sol calienta poco y el agua enfría mucho. ¿No le has echado fuego?

Con algo de esfuerzo, me puse en pie, acercándome otra vez a la chica. Esta vez no me acerqué tanto, sino que solo la miré un momento. Luego, miré otra vez al gigante rojo.

Lo primero que respondí a las palabras de la parvus fue una carcajada alegre. Qué graciosa era, creyendo que el frío podía conmigo.
Telma aprovechó la cercanía para olerle el pelo con curiosidad.

-¡Un hombre de verdad, como yo, heroico y noble, no tiene frío! No al menos en un día como soy -. Me llevé la mano al pecho, cerrada en forma de puño, con solemnidad-. Haría falta mucha nieve para enfríar mi cuerpo de lava.

Acaricié distraído la cabeza de Telma antes de volverme de nuevo hacia la pequeña.

-¿Y cómo estás tú? Hace mucho que no veo a Zachy. ¿Está bien? -inquirí, jocoso.

Me recorrió un escalofrío al sentir el aliento de la chica en la nuca, haciéndome cosquillas en el pelo. Sin poder evitarlo, me rasqué la cabeza, distraída. Luego me volví hacia ella con una sonrisa y le di una caricia en el morro, antes de volverme de nuevo al gigante rojo.

-No hay nada blanco -me quejé, dándome cuenta de pronto-. Es un rollo que no haya nada blanco.

Callé un momento, cavilando su pregunta. Miré al suelo, y luego lo miré a él de reojo, y luego alcé la vista para mirarlo mejor.

-Yo estoy mejor -decidí, al fin-. Y el chiquillo no lo sé. Está ocupado. Creo. Que tenía que pensar.

Enarqué ambas cejas, confuso. Claro que había cosas blancas...
Telma, por su parte, al sentir la mano en el hocico sacó la lengua y se lamió la nariz.

-¿Nada blanco? -. Señalé entonces a Telma-. Ella tiene partes blancas, si te sirve.

Inspiré profundamente por la nariz. El aroma a campo era tan agradable... ¡Hacer ejercicio sentaba maravillosamente! Últimamente estaba algo inactivo, y eso era innoble.

-¿Mejor? -inquirí, curioso, sacudiéndome el pelo con una mano para secarlo un poco-. ¿Has estado enferma? -. Sin embargo, a su comentario sobre Zacharyas respondí con una carcajada-. ¡Ese larguirucho siempre está pensando! Si pensase menos e hiciese más flexiones no tendría ese aspecto de enfermo que tiene.

Y, para demostrar lo que era un espicimen de verdad, sonreí de lado, seductor, doblando el brazo para mostrar mi porcentuoso biceps.

Miré a la chica un momento, y acaricié una de aquellas manchas blancas. Era suave y esponjosa. Sin embargo, negué con la cabeza, convencida.

-No, no -repuse-. No ese blanco. Ese blanco es calentito. Yo quería blanco frío.

Con un suspiro, me agaché al suelo y removí los cantos, hasta dar con una pequeña piedra blanca. Me levanté.

-Más frío que esto -expliqué.

Cuando preguntó, fruncí el ceño, extrañada, y negué con la cabeza.

-Pero el chiquillo también creía que estaba enferma -recordé, de pronto, con una sonrisa-. Luego vio que no y por eso se fue a pensar.

Enarqué una ceja, confuso. Busqué ayuda en Telma, girando mi hermoso rostro para mirarla, pero ella solo respondió con un grave mugido y continuó masticando sus hojas. La verdad era que, cuando quería, no echaba una pata para nada. No podía entender cómo una Dehnel podía ser tan vaga...

-¿Blanco frío? Te... ¿Te refieres a nieve? Nunca he visto nieve. En mi casa no ha nevado nunca- comenté, rascándome la barbilla pensativo-. Creo que no puedo ayudarte, pequeña dama. Mis más sinceras disculpas -añadí, doblándome en una reverencia.

Un escalofrío me recorrió. ¡Qué innoble malandrín, tratando de hacerme pasar por débil! ¿Cómo osaba hacer algo como aquello, por Mithos?

-Qué raro -murmuré, cruzándome de brazos-. Debería irse a pensar si estás enferma, y no lo contrario. Eso es lo que hacen los auténticos caballeros. Aunque Zacharyas no sabe muy bien cómo debe comportarse un auténtico y noble caballero.

Ladeé la cabeza, evaluándolo con la mirada.

-Pues aquí hubo -comenté, casi en tono acusador.

Luego me encogí de hombros. No sabía qué había pensado el chiquillo, porque no sabía dónde estaba. Alcé el labio inferior, como diciendo que yo no sabía nada.

-Ya dejará de pensar -resolví.

Y, sin decir más, ni siquiera despedirme, di media vuelta y eché a andar hacia el bosque.

*Se va*

Me despedí de la pequeña con la mano, aunque ella parecía poco interesada en despedidas. La verdad es que era algo pintoresca, y a mí no se me daban bien esa clase de damiselas. Más que nada porque no las entendía demasiado. Hablaban como en clave, o algo similar...

El frío crecía con la noche, así que, ya seco, decidí volver a palacio. Me vestí, colocando bien mi ropa y mi pelo, e hice una señal a Tel. Ella mugió, alegre.

-¡Vayamos a llenar nuestros estómagos con dignos alimentos! -exclamé.

Bien pensado, ella llevaba toda la tarde comiendo.

*se van*

Puedo escuchar los chillidos de desesperación, de lucha. Puedo ver el fuego, las esporas esas raras... Todo me ha pillado en el lago mientras me bañaba después del entrenamiento.


No voy a ir. No... puedo ir. Si muero... nunca visitaré Caligo.

*se queda en el agua llorando*

Cinco chicos se aproximaron a la orilla del lago y le señalaron con el dedo.- Cobarde. Llorón.- Dijeron con cariño.- Morirás aquí. Mithos lo ordena.
Cinco cañonazos de esporas salieron hacia él.


Uno de ellos se introdujo en el agua y comenzó a hincharse.

Al aparecer en el lago, justo encima, dejando caer a los que llevo conmigo en el agua para que se despejen un poco mientras yo floto a escasos milímetros de la misma compruebo, con pesar, que no estamos a salvo ni aquí. ¿Y ahora que los he traído aquí, que...?

Suspiro, cansada, y genero una barrera mágica en torno a los guerreros, incluyendo al pececillo y a mí misma. Debería aguantar un poco. A ver si viene algún poderoso líder a ayudarnos, o algo semejante...

-¿Quién os envía? -inquiero, divertida, a las esporas.

*hace una barrera esférica alrededor de todos, sí XD*

El alboroto de la superficie le hace salir.
Enorme.
Apestoso.
Tiene la nariz tan llena de mocos que es incapaz de respirar nada.
Juguetón, alcanza a uno de los hombres verdes y se lo come entero. Corre de forma patética con sus casi tres metros de alto dando pisotones a los restantes mientras aplaude con sus dos pares de aletas.

Un enorme nargüino ronda el lago.

Contento, va a buscar su recompensa a junto la caeruleus. No han podido obtener la respuesta que buscaba la extravagante mujer.

Abrí los ojos, de repente, sorprendiéndome de estar en el lago, en una especie de... algo semitransparente, como una esfera. Conmigo... Lea, Telma, ¡Silvanus! Y una mujer que está cañón, pero no tenía tiempo para algo como aquello...
Y un animal de lo más extraño nos contemplaba contento.

Me dolía la cabeza y me sentía débil. Telma nadaba resollando. ¿Cómo habíamos llegado hasta aquí?

-¿Qué está pasando? -pregunté a Silvanus, con un hilo de voz. Me sentía sin energía.

Luego me volví a Lea, que todavía parecía flotar inconsciente. Piqué su cara con un dedo.

-¿Lea? Despierta...

Me despierto de golpe, moviendo los brazos en un esfuerzo por mantenerme a flote y respirando con fuerza. Lo primero que veo es la cara de Rick, y tengo el corazón en un puño.

-¡Rick! -llamo-. ¿Dónde está Telma?

Al mirar alrededor la localizo en un momento, y nado hacia ella, tratando de comprobar si está bien. Por suerte, estamos en el agua, así que está en su ambiente. Y, además, no parece estar en mal estado.

Vuelvo a mirar a Rick, buscando una explicación de lo que ha pasado, porque todo lo demás en nuestro entorno me desconcierta. Aún estoy algo conmocionada.

Una oleada de ardientes trinos hizo acto de presencia y (a pesar de chamuscar gran cantidad de árboles y arbustos) logró eliminar todo tipo de espora. Ahora todos estaban a salvo y una vez la enorme bandada se disipó, el lugar quedó traquilo.

*esta escena está limpia*

Acaricio la cabeza del nargüino con una sonrisa pérfida. Al final, por suerte, no he tenido que mancharme las manos. Menos mal...

Poco a poco, los guerreros despiertan. Una pena que en ese estado sean inútiles. Espero no tener que quedarme a protegerlos.
Lo primero que pregunta la de los animales, como no puede ser de otro modo, es dónde está la bola de pelo. Telma, según la llaman.

-Parece que las cosas se han puesto feas, eh -comento, con una sonrisa divertida. No tiene nada de divertido.

Cierro los ojos, concentrándome. La busco. Busco a Blues Splash.
Déjame entrar en tu mente, señora de Aqua. Tengo un mensaje para ti.

Los pajaritos de fuego terminan de limpiar los alrededores, mientras tanto, permitiéndome deshacer la barrera.

*pasa de los guerreros, vamos*

Todo era muy confuso. La cabeza me daba vueltas. Incluso tenía barcadas. Pero, de todos modos, no pude evitar sonreír al ver despertar a Lea. No estaba muerta, al fin y al cabo. Reprimí el impulso de darle un abrazo. De todos modos, nos hundiríamos. Ya bastante me costaba mantenerme a flote.

-No sé qué ha pasado... Ni qué son esos chicos... -. Tosí, cansado.

Ni siquiera sabía por qué estaba vivo, ¡Mithos!

-Tengo que regresar...

Apreté los puños, jadeante.
Telma mugió, cansada.

NO VOLVERÉ A BAÑARME EN ESTE LAGO NUNCA JAMÁS.
Después de ver a aquel repugnante monstruo y ver lo que les había hecho a aquellos jóvenes algodonosos, viviría con miedo el echo de estar en el lago por lo que, en cuanto pudo, nadó hacia la orilla.- ¡Chicos, vamos!- Dijo ayudando a sus compañeros.


*si os vais, lleváoslo con vosotros*

Aparecí en mitad del lago, al lado de la caeruleus.

—¿Qué ocurre? —pregunté, mirándola de reojo. Luego observé a mi alrededor.

Tres guerreros: dos, flamma; uno, piscis. Uno de los flammas es el ruidoso al que tuvimos que encerrar en las mazmorras los primeros días; la otra, una desconocida. El piscis, por su parte, es Silvanus, el muchacho al que rescataron hacía unos meses. También había un nargüino en el lago. Deduje que era el de Bocanegra, y durante unos segundos maldije a Svend por no haberse deshecho de él. Aparte de eso, no había nada más cerca. No había rastro de los bichos-espora.

Aún desorientada, sigo a Rick y al piscis que está con nosotros, con intención de salir del agua. Telma parece a gusto allí, pero de todas formas nos sigue, con lo que me deja más tranquila. Los cuatro, ya a salvo de enemigos, abandonamos el lugar.

*Se van y dejan a las señoras de charla*

Los guerreros se marchan. Son unos temerarios, o quizás unos cobardes que huyen lejos. Aunque guiados por Rick Dehnel lo primero tiene más sentido. Espero que no vuelvan a llamarme si están al borde de la muerte. Ya he hecho mucho por hoy.

-Querida, creí que no vendrías -comento, con sorna, acercándome a la piscis-. Me alegra que me hayas escuchado. Me preguntaba, pues, si tú podrías hacer algo que se me acaba de ocurrir...

Una sonrisa pérfida asoma a mis labios. Los hongos, al fin y al cabo, no soportan el frío, y unas esporas arrastradas por el viento se propagan como si nada...
Los ojos me brillan, curiosos. También quiero saber hasta dónde llegan los poderes de un líder.

-El cielo está algo nublado, ¿no? ... ¿Podrías conseguir que nieve?