Sala común

No estaba haciendo un tiempo muy bueno que se dijera, pero yo tenía entre ceja y ceja la idea de que era verano y eso no me lo quitaba nadie. Y por eso, pese a todo, me pasaba el día fuera, en el lago, haciendo esos entrenamientos míos que, al parecer, nadie más hacía. Y llegaba tarde para cenar y siempre entraba al comedor empapada.

Y aquel día, después de cenar, ni siquiera me preocupé de pasar al baño a por una toalla. En su lugar, fui directamente a la sala común a pasar un poco el tiempo. Y, pese a que la hora era ya de presencia caeruleus, el único que estaba por allí era Jun, sentado de cualquier manera y jugueteando con una especie de colgante.

-Qué raro tú por aquí a estas horas -comenté al entrar.

Me dirigí a un sofá, no muy lejos de él, y me dejé caer, tumbándome tranquilamente. Tomé una trenza y la solté, comenzando a continuación a deshacerla.

-Cuánto tiempo, ¿eh?

Al ver entrar a Massen no tardo demasiado en acomodarme y esbozar una sonrisa, saludándola con un gesto de cabeza y con la mano libre, dejando caer luego el colgante sobre mi pecho. Me hurgo un momento en los bolsillos, por la costumbre, pero he perdido la pizarra en medio del bosque, al lado del Templo de Lumen, así que nada. Entonces asiento, simplemente.

<<Ha pasado mucho tiempo. ¿Qué tal estás?>>

Echo un vistazo por la sala, buscando algo con lo que escribir. Localizo algunas hojas de papel sobre una mesa y... ¿Tinta? ¿No hay tinta? Ah, sí, ahí hay tinta, aunque... Hay algo más interesante, ¿no?
Miro un instante el colgante, risueño, y luego a Massen, con cierta expresión traviesa.

Me encogí de hombros, terminando de deshacer la trenza, y solté sin más el pelo. Luego probé a responder a su manera. No era que se me diera de maravilla y llevaba tiempo sin practicar, pero algo tan simple...

<<Como siempre>>, respondí. <<¿Y tú?>>

Se lo veía contento, la verdad, aunque tampoco me fijé mucho. Estaba un poco disgustada con la gente en general. Quitando Alehyss... Porque parecía que todos mis amigos hubieran decidido desaparecer. Y bueno, de Follow ya no esperaba nada, que ni que se lo hubiera tragado la tierra.

La contemplo un par de segundos. Luego, animado, me pongo en pie de un pequeño salto, y me acerco a ella. Me quito, con cuidado, el amuleto del cuello y se lo muestro. Todavía no he tenido ocasión de probarlo, y la verdad es que... por una parte tengo ganas de dejárselo a una persona responsable, como al señor Brumm, pero a la vez siento que podría serme tan útil que...
Bueno, a nosotros nos dio problemas, pero soy un buen chico... Supongo que no estaría tan mal probarlo, ¿no? Solo un momento...

Con una mirada le pido permiso para ponérselo, y entonces lo acerco a su cabeza.
Ahora que lo pienso... ¿Había que poner sangre, no? Eso es lo peor...

<<Mira esto.>>

Me muerdo la yema del dedo, pero no logro apretar lo suficiente. La verdad es que...
Tiendo la mano a Massen.

<<¿Me haces sangre?>>, pido, deletreando la última palabra, haciendo luego el gesto, con cierta inseguridad.

Parecía más ocupado en su nuevo accesorio como para preocuparse por responder. Me incorporé un poco, frunciendo ligeramente el ceño, cuando se acercó, pero dejé que me lo pusiera. Automáticamente y sin poder evitarlo, me eché la mano a la nuca para sacar el pelo por fuera. Lo cogí con la otra mano, contemplándolo, y luego miré a Jun.

Sus actos y su petición me hicieron alzar las cejas, arrugando la frente. ¿Qué estaba tramando exactamente? Le dediqué una sonrisa burlona, divertida, sin entender muy bien.

-Claro, ¿te arranco un diente o mejor te corto el cuello? -pregunté.

Sin embargo, no tardé en sacar un pequeño cuchillo que llevaba en el bolsillo. Me servía para practicar el fuuchi, y nunca estaba de más llevarlo encima. Con bastante más seguridad que la suya, le cogí el dedo y rasgué la piel, dejando que saliera algo de sangre. Ya se lo curaría luego. Si es que me dejaba. Alcé la vista para mirarlo, interrogante.

Su pregunta me hace esbozar una sonrisa burlona. Muy graciosa, sí. Mejor lo del cuello, que lo otro queda muy feo cuando sonríes.

Ver el cuchillo impone un poco, la verdad, y se me escapa el aire, incluso cierro los ojos, cuando corta tan segura. Esa es la diferencia entre ella, una guerrera consolidada, y yo... Jun. Pero bueno, sea como sea... Ya está, ¿no? Y no es para tanto...
Dejo caer, entonces, una gota de sangre en el centro del amuleto, y me llevo el dedo a los labios, limpiando la herida.

Ahora a ver cómo funciona esto. A ver... Era algo así como... supongo que ya me quedo con la voz de la misión, que ya que no tengo otra es la que más me he oído.

-Bueno, a ver qué te parece esto. ¿Qué hay?

La miro curioso, risueño, algo tímido... Jo, es que esto es algo raro... Ni siquiera tengo claro que haya oído nada. Yo no he oído nada. Dentro de aquella especie de sueño tenía más sentido, pero aquí...
Y acabo de olvidar mover los labios, por cierto. Tengo que acostumbrarme a este objeto, me da a mí... Aunque tampoco es que sepa moverlos. ¿Debería intentar que ella lo viese sin más?

Enseguida comienzo a notar el amago de presión en el cuello.

Lo observé mientras dejaba caer la sangre, manchando el colgante, como si fuera una especie de ritual. Casi daban ganas de decirle algo, pero me callé. Sí reclamé su mano, en cambio, cuando vi que se la llevaba a la boca, suponiendo que eso era señal de que había acabado, e invoqué un fuuchi. Así habría menos problemas.

Me detuve en seco, nada más invocar el hechizo, alzando la vista para mirarlo. Miré luego por encima de su hombro, y a los lados, y de nuevo a él. Fruncí el ceño y solté su mano, incorporándome un poco.

-¿Has oído eso? -murmuré, bajito, mirando de nuevo alrededor. Lo miré a él, con desconfianza, y tomé el colgante, examinándolo. Luego alcé de nuevo la vista, interrogante.

No puedo evitar la sonrisa. Es esa mezcla de vergüenza y emoción, con cosquilleo incluido. Siempre he sido muy tímido, así que no me extraña. Durante la misión no tuve tiempo para sentir vergüenza, pero así, en frío, la verdad es que cuesta.

-Gracias -. Eso es lo primero que hay que decir. A ver si consigo que me vea mover los labios, que así será menos raro, aunque la verdad es que es más cansado y complicado, supongo-. ¿No te había dicho que quería probar a ir de misión? Pues déjame decirte, Massen, que no solo lo he hecho, sino que parece que no me ha ido tan mal. Y me he llevado esto de recuerdo, que no está nada mal. Lo estoy estrenando ahora y la verdad es que me parece impresionante... Bueno, si es que funciona, porque yo no escucho nada. Pero espero, y supongo por tu comentario, que tú sí lo haces...

Debería relajarme, que voy a hacer que le explote la cabeza. Y a mí el cuello...

Cuando volví a oír esa voz desconocida, que además iba acompañada de un movimiento de labios que hacía que no cupiera duda de que se trataba de Jun, mi primera reacción fue dar un respingo, separándome un poco. Siguió hablando y yo, demasiado anonadada como para hacer nada, me limité a mirarlo fijamente y escuchar lo que decía, tratando de asimilar a la vez sus palabras y la situación.

Al final acabó por callar, y yo tragué saliva. ¿Pero qué...?

-¿Eres tú? ¿Así suena tu voz? No suena igual que la última vez, ¿qué ha cambiado? -Sacudí la cabeza-. ¿Por qué no te oyes? No, ¿por qué yo te oigo? ¿Qué es esto?

Bajé la vista de nuevo al amuleto, tomándolo en las manos y examinándolo. ¿Qué clase de brujería extraña era aquella?

No puedo evitar reír, y hago que ella escuche algo así como una risa, para acompañar el gesto. Ya puestos a ser detallistas, pues... Pero entonces, cuando se pone a hablar, no puedo evitar arrugar el ceño, extrañado, y la siguiente vez que hablo ignoro de nuevo el movimiento de labios: me llega con que escuche lo que le quiero decir.

-¿Como la última vez? -. Eso sí ha sido extraño. En el bosque solo estaba Lluvia. ¿Se lo ha contado?-. Es un amuleto que me han dado por haber recuperado la Chispa de la Vida, una gran reliquia del templo de Fulmen. Aunque, de hecho, no se había ido a ningún sitio, ¿sabes? Puedo controlar tus sentidos, o algo así, así que puedo hacer que escuches lo que quiera que escuches, por ejemplo... Es increíble, eh. Y muy cómodo.

Me llevo una mano al cuello, que todavía molesta. Cómodo es, pero incómodo. Depende de cómo se mire...

De nuevo volvió a "hablar", y parpadeé al ver que ni movía los labios. ¿De repente era como esa gente de los circos que hablaba con el estómago o qué? Miré de nuevo en torno a él. ¿Se trataría de una broma? Aunque no lo parecía. Y aquel hormigueo del colgante...

Traté de centrarme.

-Aquel día, en el comedor... Ya no me acuerdo cuándo, fue hace bastante. Empezaste a ponerte muy raro y llegaste a gritar, aunque no parecías tú. Luego vino el señor Brumm a buscarte. No sé, aquel día fue raro -expliqué, poco convencida.

Ante su explicación, bajé de nuevo la vista al colgante. Así que me controlaba, o algo así... No me hacía mucha gracia. Aunque con lo feliz que se lo veía con aquello de hablar, como para decirle nada. Además, había estado trabajando. Me obligué a sonreírle.

-Entonces, ¿estás trabajando de guerrero? -pregunté-. No está tan mal, ¿no?

Sus palabras... Diría que he palidecido, incluso. Y aún tardo bastante en reaccionar, mientras pienso a toda prisa, confuso. Cuando lo logro, solo soy capaz de mover las manos, en un primer momento. Luego recuerdo el colgante.

<<¿Gritar?>>

-¿Me oíste gritar? Eso es imposible. Yo nunca he podido hablar. Desde que recuerdo. Una persona muda no puede gritar. Es imposible. Las cuerdas vocales no vibran, y el sonido no puede salir.

Exactamente. Así es. Y así ha sido siempre para todos los mudos. Y para mí, desde que recuerdo. Yo nunca... Yo nunca he... Yo...
Si lo pienso fríamente... Diría que... Diría que me suena, incluso... Algo me suena, pero no puede ser...

Me dejo caer sentado sobre el sofá, a su lado, con cierto aire de consternación y la mirada clavada en la pared que tengo frente a mí. Me llevo una mano al cuello, asiendo el collar que no puedo separar de mi piel, que oprime un poco menos ahora que no hablo.

Vuelvo el rostro hacia Massen, sintiendo que un ligero sudor frío empieza a salir de mí.

-¿Me oíste gritar de verdad? ¿Y el señor Brumm? ¿Qué dijo él?

No tiene sentido. No puede ser.

Me costaba acostumbrarme a aquello, y parecía que al propio Jun también. Y más cuando, por lo visto, había ido a decir algo importante. ¿Y yo qué sabía? Si al final, entre secretismos y el poco caso que me hacían, ni tiempo tenía de decir nunca nada. Traté de pensar en aquella vez. No me lo habría inventado, ¿no?

-Pues aquel día gritaste -repliqué, cabezota-. Aunque como para decir nada. Ni a ti ni a nadie. Nunca me entero de nada de lo que te pasa, pero parece que tú aún menos. O que no te preocupa. Ya no sé qué sabes de ti mismo y qué no. Pero aquel día empezaste a ponerte muy raro, como esas veces que usas magia y acabas inconsciente. No sé qué hacían tus cuerdas vocales o si tienes un fantasma metido en el cuerpo o qué, pero gritaste.

Me encogí de hombros. Brumm...

-El señor Brumm nunca dice nada. Llega y dice que él se encarga, que todo está en orden. Jamás da explicaciones. Tampoco parecía exactamente sorprendido. Fue cuando yo le grité a él, porque estaba ya... -Suspiré-. Pero bueno, habla tú con él, a ver si a ti te dice algo. Es asunto tuyo, ¿no? Y a mí parece que me tenga manía o algo.

A cada cosa que dice, me encuentro un poco más confuso. No tiene sentido. Y si es una broma, no tiene ninguna gracia. Pero no puede serla, porque Massen no haría ningún tipo de broma así... Ella no lo haría... No tiene sentido y...
¿Que yo grité?
Pero me viene de nuevo ese recuerdo borroso y tan lejano... Un recuerdo que nunca... ¿Acaso es un recuerdo realmente, o mi imaginación trabajando? Y, aún así, se va haciendo ligeramente nítido poco a poco.

-Hablaré con él -digo, muy serio, mirándola-. Y luego te contaré lo que me diga. Gracias.

No... No me siento muy cómodo ahora. La verdad es que me iría a buscar al señor Brumm, sin más, a preguntarle qué pasó, si es verdad todo esto... Pero claro... No estaría bien.

Me froto el tabique nasal, pensativo, tratando de calmarme un poco. Lo mejor será no marearla con esto hasta que no sepa nada más, que al final siempre la estoy enfadando...

-¿Qué tal todo? Ahora que tengo esto podremos hablar de verdad... ¿Qué te parece?

Esbozo una sonrisa, tímido. Sigo algo nervioso, pero... Últimamente es como si hablásemos tan poco...

Ya estaba poniéndose de los nervios otra vez. Si es que era siempre igual... Ya totalmente recta en mi asiento, volví a mis trenzas, deshaciendo una tras otra. Cuando habló, me encogí de hombros y asentí, sin mucho entusiasmo. Ya me había volcado bastante en él y había salido mal parada, así que prefería no insistir.

Acabé por sonreír cuando cambió de tema, sin embargo. Lo miré.

-La verdad es que es cómodo. ¿Qué quiere decir que controlas mis sentidos? ¿Me estás manipulando? No sé si eso suena muy bien, eh...

Suspiré, soltando una nueva trenza. Poco a poco, el pelo me iba quedando suelto, echándoseme un poco sobre la cara en ondas, aunque sin ser molesto.

-Yo también he estado fuera -comenté-. Fui a Humus a ayudar un poco con los estropicios. Las catástrofes han dejado huella en todas partes, y no todos reciben la misma ayuda. Aunque las cosas mejoran poco a poco. ¿Qué tal has encontrado la zona del Templo?

Su sonrisa me quita una enorme losa de encima. No quiero más momentos incómodos entre ella y yo porque no entiendo que la enfada y solo sé estar callado. Bueno, tiendo a estar callado. Soy mudo. Pero ahora no, claro. Y, bueno... Hay más cosas divertidas que hacer con este amuleto que hablar, sin más.

Con gesto muy teatral, y una sonrisa, extiendo la mano derecha hacia ella, ofreciéndole una margarita blanca. Una perfectamente sólida margarita blanca, invisible para mí.

-Huélela -indico, haciendo un gesto, además, para que la coja.

¿Y qué olor le puedo dar a la margarita? Olor a bizcocho de chocolate puede estar bien... Recién salida del horno, pero fría, por supuesto.
Y sonrío, entretenido. Espero que funcione. La verdad es que es difícil de creerse esto, todavía.

-Pero está en buenas manos, ¿no? -. Sonrío, tranquilizador-. Y te lo puedes quitar cuando quieras. Te dejo probarlo, si quieres.

Y entonces es su turno de hablar. Aprovecho el silencio para dejar de sentir la incómoda presión de mi propio collar en el cuello, dejando de usar la magia.

-Eso parece más duro que lo mío -menciono-. Es horrible que aún ahora no se hayan recuperado en algunos sitios... En el Templo la cosa se veía bastante mejor, supongo, pero al tratarse de un lugar importante es normal que se esfuercen más por recomponer los desperfectos. Es una zona emblemática, histórica y de culto, al fin y al cabo. Y, seamos sinceros... Hay que guardar las apariencias de cara al resto del mundo-. Arrugo el gesto un momento.

¿Ese comentario ha salido de mí?

-Yo fui con Lluvia. Al principio me alegré de ir con ella más que de haber ido con cualquier otro porque estaría tranquilo, pero la verdad es que verla tan frágil y asustada siempre me hace pensar que debo protegerla. Y, aunque al final todo salió bien, no sé si tengo el temple para hacerlo. No sé bien ni cómo logramos salir bien parados, pero la verdad es que llegué a pensar que ir había sido un error... No creo que ella sea débil, inferior a mí o algo así, ni mucho menos, pero me asusta mucho pensar que podría haber pasado algo peor y que quizás yo no hubiese sabido reaccionar... Y aún así, supe, de alguna forma...

Me paso una mano por la frente, pensativo, echándome el pelo hacia atrás, algo agobiado, pero termino por sonreír, un poco tenso.

-Pero ha merecido la pena, creo. Me siento mejor ahora.

La miro un momento, callando. No sé a qué ha venido ese monólogo. Supongo que después de una limitación tan enorme para hablar, el poder hacerlo con libertad es liberador. Resulta muy agradable.

-Tienes el pelo increíblemente largo. Tiene que ser muy difícil trenzárselo todos los días -comento, con gesto curioso.

Tomé la margarita con curiosidad -¿de dónde la había sacado?- y la olí, tal y como me indicaba. Fruncí el ceño. Olía a dulce, como a bizcocho. La miré y la hice girar en mi mano, con cierta desconfianza.

-¿Ahora debería comérmela? ¿O es venenosa? -pregunté, escéptica-. No existe, ¿o sí?

Me encogí de hombros.

-Espero que sí -repliqué, en tono casi amenazante. Luego negué con la cabeza-. Prefiero que no. Me fiaré de ti.

Comenzó entonces a hablar. Era extraño oírlo hablar, y más aún oírlo decir tantas cosas. Asentí.

-Eso pensaba -respondí-. En Humus la gente no estaba muy contenta con la situación. Hay que decir que de verdad les venía bien una ayuda. Aunque espero que todo siga adelante sin problemas. Al parecer hubo terremotos y así, y eso en las montañas es duro...

Parecía realmente emocionado con su experiencia. Daban ganas de apuntillar un "te lo dije", pero me mordí la lengua. Mejor dejarlo disfrutar.

-¿Cómo está Lluvia, por cierto? -aproveché para preguntar.

Respecto a mi pelo, me encogí de hombros. Era raro oírle aquellos comentarios, la verdad. Tener que escribirlos debía de ser agotador.

-Cuando me fui a vivir al glaciar tenía piojos -confesé-. La abuela nos cortó el pelo a todos. Que no sé para qué; dudo que los piojos hubieran sobrevivido ese frío. Pero el caso es que el pelo largo quedó prohibido. Supongo que necesitaba rebelarme. Como con todo, ya me conoces. A estas alturas no me molesta nada.

Sonrío, divertido. Es una ocurrencia peculiar, desde luego.

-Cómetela si quieres. Puedo hacer que sepa a lo mismo que huele, creo. Pero no existe, pese a todo... Y, después de lo que vimos en el bosque junto al templo, puedo decir sin miedo a equivocarme que con esto se puede asustar hasta al más valiente.

Aunque Lluvia y yo no creo que somos buenos ejemplos. Y, pese a todo, reitero, creo que lo hicimos mejor de lo que esperábamos. Me gustaría hablar con ella al respecto.

-Humus tiene zonas muy aisladas, y debido a su geografía puede llegar a ser un problema. Supongo que tiene que ser realmente dudo. Estoy seguro de que hicisteis un buen trabajo, sin embargo. Eres una persona bastante confiable y seria, al fin y al cabo. Menos me fío de mí mismo que de ti -confieso, haciendo una leve mueca.

Lluvia... Dejo ir un suspiro, mudo, y esbozo una sonrisa algo nerviosa. La verdad es que sigo siendo un irresponsable, y da igual cuánto pase el tiempo.

-Aún no te he tenido oportunidad de hablar con ella. Antes parecía mejor, pero me asusta que tras la experiencia se haya venido abajo. Debería buscarla urgentemente. Si la ves dile que quiero verla. Y habla con ella si tienes ocasión, si no te molesta. La noto un poco solitaria... Siempre que la veo está sola. Y eso que se ve que le gusta un chico -menciono, sonriendo un momento. No tardo en negar-. Bueno, yo no he dicho nada de eso, que no es asunto mío -zanjo, enseguida, acomodándome contra el sofá.

La mención de la palabra piojos hace que me pique inconscientemente la cabeza, que me rasco un momento. Y eso que no me suena haberlos tenido. Supongo que el abuelo se habrá ocupado de eso si alguna vez pasó. Tiene medios más que suficientes.

-Rebelarte... Es algo que te pega, desde luego -comento, con una sonrisa ligeramente comprometida-. Me gusta cómo te queda suelto -indico, mirándola un momento, serio, estudiándola-. Será porque es menos usual en ti...

Me llevo la mano al cuello, de nuevo. Debería ir pensando en parar, o terminaré asfixiándome. O en descansar unos minutos, al menos. Aunque es tan tarde que... Incluso se me escapa un bostezo, sin quererlo.

-Quizás no he escogido la hora más adecuada... -comento, con una sonrisa de disculpa.

Pero lo he hecho, y la conversación no tarda mucho en morir, debido, principalmente, a mi bostezo y mi comentario. Es bueno para mi salud, tanto por no abusar de la magia como por un sueño equilibrado. Aunque tengo la sensación de que podría pasarme la noche entera hablando, hoy.

No tardamos en marcharnos ambos, dejando la sala común vacía.

*se van*

Me encontraba pensativo, ansioso, nervioso como un chiquillo, caminando de un lado a otro de la habitación y mirando por la ventana a ratos, como si esperase algo entrando por ella, de repente, aunque nada llegase. ¿Y qué esperaba? Pues, realmente, muchas cosas... Esperaba que Lea apareciese repentinamente, necesitando mi presencia en su lecho, en su vida, o que Heylel viniese a tener una conversación de amigos, o que Cassandra regresase a por su hijo, o que la hermosa Fera viniese a felicitarme por mi gran trabajo. ¿Y qué gran trabajo? Pues, lejos de hacer algo más, llevaba un tiempo solo dedicándome a entrenar y cuidar de Telma y Lyo, sin atisbos de misiones o de peligros... ¡Y aquello era excelente! Pero no lo era. Porque estaba seguro de que había mucho a lo que enfrentarse, y si yo no estaba haciendo aquello, no servía de utilidad y...

Me dejé caer en el sofá y suspiré, cansado. No conseguía conciliar el sueño. ¿Acaso el mundo estaba en mi contra?
Quizás la hermosa Aloe atravesase el umbral de la puerta para charlar un rato, al menos, y pasar una buena noche de aquel modo...

*se queda*

Desde que regresé de Caligo me rondan ideas por la cabeza. Por ejemplo: la Revolución no puede quedarse tan solo en Lumen. Debería ser compartida por todas las naciones de Mithos, y si ellas no se levantan de su sueño, tendremos que despertarlas nosotros y dirigirlas hasta la libertad. Por eso, estoy intentando cambiar mis hábitos para poder vivir con soltura también en la oscuridad. Por ahora no da muchos resultados. Las últimas noches he intentado quedarme despierta durante la noche, pero en algún momento he caído redonda sin darme cuenta siquiera. Ni Agatónico revolviéndose lograba despertarme antes del amancecer.

¡Pero Ío, estrella de la Revolución, no se rinde! Esta noche volveré a intentarlo, y así todas hasta que finalmente logre dormir de noche o de día según necesite. Solo que... por ahora, necesitaré ayuda. Seguro que un poco de compañía sería ideal para mantenerme despierta. En la sala común encontraré a alguien.

Entro y la sorpresa, desde luego, no es agradable. ¿Por qué, entre todos los habitantes de Brontë, tenía que ser él?

-¡Tú! ¿Qué haces aquí, renacuajo antirrevolucionario?

Pero no fue ninguno de los nombrados el que entró. Ni alguien al que conociese menos... Ni la joven Massen Dew, despierta a aquellas horas intempestivas... Ni siquiera Lester, a la que llevaba tanto sin ver que hasta sentía menos repulsiva. No.
Quizás solo Gerald hubiese empeorado aquella situación. Daban ganas de tratar de arrancar la máscara a aquella mujer, por si él estaba debajo.

Iba a respirar hondo, pero no daba tregua. Enseguida se puso a ladrar, y ya me dolía la cabeza. Arrugué el ceño, desconformado.

-¿Renacuajo? Ha hablado la mayor mujer del reino -le espité, con un gruñido-. Y es un sarcasmo de esos, debo informar, no vayas a tomar en serio mis palabras -. Tras un nuevo gruñido, traté de relajarme. Ser innoble no ayudaría en nada-. No hacía otra cosa que estar simplemente tranquilo, sin molestar a nadie. Calma esos ataques tan innecesarios -exigí, severo, pero algo menos agresivo.

Me hierve la sangre de solo verlo. Arg. He de ser fuerte. El camino hacia la libertad está empedrado de obstáculos, momentos difíciles y encuentros con este ser infradesarrollado, al parecer.

- Pff- bufo, sentándome en un sofá cercano al suyo-. No hables como si hubieras visto muchas mujeres de verdad de cerca. Y no te preocupes, que te he entendido perfectamente- le saco la lengua y me estiro. Agatónico estaba hecho un ovillo bajo mi camiseta, pero se despierta con las voces. Sale por mi escote y mira con sus no-ojos al Dehllina. Le acaricio y me siento un poco más tranqula, pero el fuego de la lucha no se apaga con tanta facilidad-. Tu simple existencia es una molestia para los más modestos. Burgés apolillado.

Pero, lejos de irse, por supuesto, decidió quedarse. Seguramente había venido especificadamente junto a mí, a molestarme, a sabiendas de que aquella noche no lograba dormir, para aumentar mi desgana. Pero un De... ¡Rick! Yo no era vencido fácilmente, y menos por una mujer sin sesera que no comprendía y hablaba, gritaba incluso, sandeces y mentiras solo por no aceptar sus errores.
De todos modos, me crucé de brazos y mantuve la composición. Era un hombre serio, al fin y al cabo.

-He visto a muchas mujeres que te harían palidecer como tal-. Se me escapó una sonrisa de satisfacción. ¡Incluso me había salido una ocurrencia sin quererlo!-. No obstante, no quiero iniciar una guerra a estas horas, en este lugar. No te lo recomiendo, te informo. Los líderes son severos, y todos debemos mostrarnos unidos, o el enemigo nos verá débiles y...-. Un movimiento me hizo, desgraciadamente, mirar hacia sus senos, aunque de allí salía una cabeza. Aquello no era otra cosa que un mecña, y la extrañeza me hizo enmudecer un momento, hasta que caí en que ella me hablaba de nuevo-. Y de nuevo me acusas sin saber de cosas que no son ciertas. ¿A quién molesto más que a ti, si puede saberse? Y de antemano te informo de que no hallarás a nadie más con quejas- expuse, mirando al mecña un instante, de nuevo, y luego a ella, desafiante.

La Revolución será de todos o no será, a menos que todos sean unos cabezas hueca como aquí mi compañero. Me duelen los ojos de intentar forzarlos todo el día en la oscuridad, y me siento frustrada por mis intentos fallidos. ¿Qué culpa tengo yo si un enemigo de la clase obrera ha acabado frente a mí? Tengo que desquitarme.

- Soy más mujer que las fulanas que se te arrejuntan, sedientas de dinero y corruptas por el poder. Y esto no es una guerra- afirmo resuelta-, en pocas batalla has estado si te lo parece- bajo el tono para susurrar-, guerrero de pacotilla.

Agatónico se está espabilando poco a poco. Se nota que él sí que es nocturno. Es un mecña tranquilo y mimoso, por no decir vago, pero está claro que en su corazón late el ansia de la libertad. Sale por completo de su cama improvisada, arañándome y haciéndome quejarme queadmente y pasea entre nosotros, con la elegancia que le falta al cabezaalcornoque no inflamable.