Sala común

*FdR: rol pausado

Sentado en el sofá, con un hueso del collar de Alehyss entre las manos y el propio collar colgándole del cuello, el chrysos observaba el fuego de la chimenea con gesto ausente. En un primer instante, uno podía pensar que el sutil movimiento de las llamas había acaparado toda su atención y que por eso permanecía arrellanado en el sofá en una quietud solo interrumpida por su respiración y por sus involuntarios parpadeos, pero si uno se fijaba bien, podría percibir que no estaba prestando la más mínima atención a las llamas, pues sus ojos se mantenían fijos en un punto concreto, y que realmente el chrysos se encontraba sumido en sus propios pensamientos. 

Había leído el tablón de anuncios justo después de abandonar las mazmorras, donde de nuevo la flamma no le regaló nada más que su silencio, y desde entonces sentía una extraña opresión en el pecho que parecía no remitir, como si encima de sus costillas se hubiese sentado un elefante y él fuese incapaz de echarlo por mucho que quisiese.  

*fin de escena*

El chrysos colocó un pequeño papel entre dos páginas del libro y lo cerró, colocándolo después en la mesa, al lado de un par de pergaminos donde se podían leer los nombres de diferentes localizaciones de Fulmen y de algunas de las prisiones del continente. Desde que había cogido el libro, había estado leyendo sin apenas descanso, prestando atención a todos los detalles, anotando aquellos que le despertaban más la atención, el interés. Dudaba que algunos datos se le fuesen a olvidar (con el tiempo había terminado por asumir que su memoria era, de hecho, más que buena), pero aun así había decidido ser precavido porque, en fin, con el tiempo también había descubierto que era un completo experto en meter la pata y arrepentirse luego. Por algo, a fin de cuentas, estaba así ahora.

Después de su leve temor inicial, había seguido pensando en Fulmen, y en la vida, y en qué podía hacer y qué podía dejar de hacer, y al final había llegado a la conclusión de que, francamente, qué más daba. Tampoco iba a hacer nada malo, y si por algún motivo la líder piscis creía que sí, que no era alguien de fiar y decidía mandarlo a las mazmorras, pues, mira, a lo mejor hasta lo trasladaban a él también a la prisión, esa cuyo nombre evidentemente no sabía. Aquello no se le antojaba ahora tan desagradable como lo había hecho en el pasado y hasta le veía sus puntos buenos como, por ejemplo, todo el tiempo que se ahorraría. Y, de hecho, no se le ocurría que algo así pudiese reportarle tantas cosas negativas ahora mismo. A fin de cuentas, ¿qué había ganado en los últimos años? Costillas rotas y latigazos en la espalda aparte, se le ocurrían una camisa y una tabla de caucho, y aunque sí había agradecido ambas cosas en su momento (y seguía haciéndolo, realmente), no eran precisamente grandes cosas. No comparado con todo lo demás.

O quizá solo fuese que ahora lo miraba todo así, quizá. Quién sabía. Él no, desde luego.
Fuese como fuese, necesitaría un mapa.

*se va*

La lluvia apenas da tregua, así que no tienes oportunidad de disfrutar, o mejor dicho, de hacer disfrutar, del sol y sus cualidades. No importa; puede que el sol no brille, pero tú lo harás por él. Y, a esta hora del día, y con este tiempo, cuentas con que la sala común sea un buen lugar donde compartir tu don.

No tardas en descubrir que, como no podía ser de otra forma, has acertado. Muestras tu mejor sonrisa a... ¿cómo se llamaba? Esa joven con un espíritu tan acorde al arte. Sigue intentando reproducirlo, pobrecilla. Sus esfuerzos resultan tan tiernos...

-Buenas tardes -saludas, encantadora, sentándote en un sofá y aleteando un poco, como queriendo acomodar las alas.

En seguida se centrará en ti. No podrá evitarlo.

Esperas, consciente de que necesita una preparación antes de enfrentarse a una visión tan espléndida. Tarda un momento en ser capaz de reaccionar, como es natural; es un shock demasiado fuerte. Y, cuando por fin puede expresar los más profundos sentimientos de su corazón, la escuchas con una sonrisa dulce y comprensiva. Por supuesto que pensaba en ti. ¿En qué podría estar pensando sino?

Suspiras, y tu aliento es como un embrujo.

-Tengo tantas ganas de que salga el sol... -confiesas, mirando hacia la ventana-. Claro que este lugar es maravilloso, pero los jardines son tan preciosos que...

Casi tan preciosos como tú. Te realzan, es evidente. Son un perfecto decorado para la persona más perfecta.

Asientes, completamente de acuerdo. Quizás ese sea el encanto de la primavera. Te identificas con ella, por supuesto. ¿Podría ser de otra forma?

-Desde luego, caprichosa como una niña de alta cuna -respondes, con un encantador tono de broma-. No hay más remedio que dejarla hacer. Traerá cosas hermosas, a fin de cuentas. Es el precio que hay que pagar por ellas.

De nuevo, asientes, con más energía. Que tu público te vea satisfecha, feliz con lo que haces, es absolutamente esencial. Y si ella sabe captar tu comodidad prestará mayor atención a lo que representas. Claro que, en su caso, prestar atención no es algo que pueda escoger, sino, sencillamente, algo que le sucede. Es lo habitual, después de todo. Lo natural.

-¡Por supuesto! Está siendo maravilloso. Y, pese a todo, queda tanto por hacer...

De nuevo, asientes, comprendiéndola. Será la mejor primavera de su vida, pudiendo contemplar la flor entre las flores. Tendrás que asegurarte de que tenga la oportunidad de disfrutar de esa visión, o habrás perdido una ocasión única.

Pero lo que llama tu atención es la petición. ¿Qué petición? Por supuesto, querer algo de ti es algo habitual en muchos. Te querrían a ti entera, pero desgraciadamente deben conformarse con pequeños gestos que, por supuesto, les brindas con toda dedicación. Ofrecer el arte al mundo es una tarea ardua, pero no dejarás de hacerlo.

-Bueno, estoy casi segura de que podré encontrarte un hueco en mi agenda -la tranquilizas con la mejor de las sonrisas-. ¿De qué se trata?

Lo que te cuenta es tan previsible, y al mismo tiempo tan alentador, que por un momento ni siquiera sabes qué decirle. Observas el dibujo con ojo crítico. Bueno, es evidente que lo ha intentado. Faltan los detalles, por supuesto, únicos e irreemplazables, pero ha sabido captar la forma, la figura, el buen gusto. Sí, desde luego. Sabe lo que es el arte de verdad.

-¡Por supuesto! -respondes, con el entusiasmo que sabes que mantendrá cálido su corazón-. No me parece que hayas empleado mal ese tiempo libre, en absoluto. Y estaré encantada de colaborar, desde luego. Puedes contar conmigo.

Con la modelo, la estrella, la musa que guiará sus pasos y encenderá su inspiración. O quizás no. Eso ya lo has hecho, es evidente. Ah, qué bueno es aportar a los demás. Resulta tan gratificante...

No puedes evitar una risa suave. Pero qué pequeña admiradora tan encantadora. Así da gusto trabajar. Por supuesto, dejarás que te observe para desarrollar su creatividad. Le vendrá bien, lo sabes. Ella también debe saberlo, ya que parece muy determinada. Aunque quizás se trate solo de su instinto, que sabe guiarla. El instinto nunca falla.

-No creo que lo sea -respondes, dulce-. Estoy segura de que será muy divertido. Y también muy interesante. Es más, estoy deseando empezar.

El entusiasmo de una musa supone el entusiasmo de sus adoradores. Además, debes admitir que de verdad te parece interesante. Ser modelo... En fin, no es que nunca hayas hecho nada mejor, pero es una forma elegante de realzar tus atributos.

Lo está deseando. Se le nota en la forma en que trata el tema, incluso si intenta ser recatada. No se le da muy bien disimular. No importa; no tiene por qué hacerlo. Tú comprendes a la perfección que se encuentre en ese estado. ¿Quién no lo haría?

-No hay de qué, no te preocupes -respondes, humilde y servil, como el auténtico dechado de valores que eres-. Estaré esperándolo.

Niegas con una suave risa. ¿Misiones? ¿De qué habla? Eso es secundario, no está entre tus principales preocupaciones. Tienes mucho que hacer, ¿por qué iba a ser eso lo primero de lo que te encargaras?

-Oh, no, no se trata de eso -explicas-. Me refería a labores más bien sociales. Aún tengo mucho por hacer. A fin de cuentas, acabo de llegar.

No tardas en encaminar de nuevo la conversación hacia el asunto de la moda. Es lo importante ahora mismo, después de todo. Y ella demuestra comprenderlo perfectamente, pues en seguida se enreda en nuevas cuestiones al respecto. Sería una buena encargada de atrezzo. La dejarás ser feliz; como todos, lo merece.

*Fin de escena*

Tras la ducha, con el pelo aún algo húmedo, aunque apenas, entro en la habitación. Tengo el cuerpo relajado, cómodo. Llevo una buena racha, y aunque hay días mejores y días peores parece que, de momento, dura.

Tengo un par de cartas pendientes. No soy muy atenta, nunca lo he sido, pero sí lo soy más que antes.
Tomo asiento y preparo el papel, casi perezosa. la temperatura está siendo agradable, aunque a estas horas sigue siendo fresca, y los días despejados me han permitido entrenar fuera sin problemas.

*se queda escribiendo*