Sala común

Ayne no veía por qué iba a ser tan increíble que ofreciese a su hija. Era una niña preciosa, y Ayna Anne era una chica preciosa, y Julia tenía que conocerla. Cada palabra de la chrysos parecía hacerla volverse más alta y grande, llena toda ella de un inmenso orgullo.

Ayne volvió la vista a Lino cuando Julia lo señaló, y alzó las cejas al verlo por primera vez. Avanzó ella una mano hacia él para acariciarle las plumas, sin reparo. Era bonito.

Volvió la vista a Julia.

-¿Ves, Julia? ¿Ves? -le dijo, con una sonrisa.

La niña parecía interesada, curiosa.

Ayne se echó un poco para atrás, cediendo espacio a Julia, expectante, aunque visiblemente inquieta. Julia, que encontró a Lino a su alcance, aprovechó la oportunidad para agarrarle el pluma con un puñito, insistiendo con su entusiasta "uh", y tiró un poco hacia así, despacio pero sin pausa, con los ojos bien abiertos.

Ayne observaba, atenta, sin renunciar a su sonrisa.

-Es la más guapa -coincidió, muy segura-. Y la más buena. Ahora se está haciendo mayor y está conociendo a todos. ¿Has visto? Va ella sola. Me lleva de paseo.

A Ayne le encantaba que Julia hubiera aprendido a gatear.

Ayne ladeó la cabeza, interesada. Llegó a soltar una risita, mientras Anne Ayna intentaba que Julia soltase a Lino.

-El otro día conseguí plumas para el tesoro -explicó, con una sonrisa dulce-. Seguro que ella también quiere conseguir una.

Al final, la niña cedió a lo que Anna intentaba, aunque siguió señalando a Lino, y buscó a su madre.

-Se despierta de noche -explicó Ayne, convencida-. Tiene ojos bonitos, pero no le gusta la luz mucho.

Miro a Ayne de reojo, sonriente, intentando todavía que Julia suelte a Lino, que parece un poco más asustado. Aunque realmente no le ha hecho nada especialmente malo.

-¿Una pluma? -inquiero, curiosa-. Le podemos dar una si quiere, eh Lino -comento, mirándolo. Al oír su nombre me busca, alterado-. Aunque habrá que buscar una que ya esté suelta, para no hacerle daño.

Voy hablando con suavidad, guiando a la pequeña mano hasta que suelta las plumas. Al ver que Julia busca a su madre, entonces, se la acerco, con una sonrisa, todavía, devolviéndosela con sumo cuidado. Recojo la labor del suelo y la dejo sobre el sofá. Luego acaricio a Lino, que sigue pegado al cojín, asustado y tembloroso, aunque se calma un poco cuando le susurro un par de palabras.

-¿Es caeruleus, entonces? -le pregunto, después de que haya hablado-. Es un encanto... -. Sacudo un momento la cabeza, como despejándome, sonriendo-. ¿Qué tal en Caligo? Estuviste mucho tiempo.

Ayne asintió, satisfecha. Julia, por su parte, veía que ya nadie le dejaba acercarse a Lino, y empezó a reclamar a su madre.

-¡Sí! -exclamó, concenta-. Seguro que le gusta. Así puede tener muchas y son todas como ella.

Reclamó a su niña, que pedía su atención, y empezó a comérsela a besos. Julia hacía ruiditos suaves, agarrándose a ella, y acomodándose, aunque no tardó en mirar a Anna y Lino de nuevo. Y, finalmente, pidió que la dejaran en el suelo, y Ayne concedió, observando con orgullo cómo se movía ella sola.

Se encogió de hombros.

-Papá sí, pero no lo sé -explicó-. Estuvimos con el abuelo. A lo mejor no le gusta mucho la luz porque allí no había.

Dudo un momento, pero acabo por peinar a Lino con ambas manos hasta conseguir un par de plumas, pequñas y suaves, no muy impresionantes. Se las cedo a Ayne con una sonrisa interrogante.

-Parece que hoy no se le caen muchas -comento, casi como disculpa, aunque el tono es alegre y desenfadado-. Puedo guardarle alguna bonita -le propongo entonces.

Lino pía, bajándose del sofá con un aleteo y estirándose en el suelo, alejándose un poco de nosotras pero sin perdernos de vista. Poco después Ayne deja a Julia en el suelo, y Lino eriza un poco las plumas.

-Supongo que quedará tiempo para descubrirlo -termino por decir-. Tampoco creo que importe mucho -añado, mirando a Julia gatear con una sonrisa tierna.

Me muevo un poco en el sitio, estirándome mínimamente. Tengo que alzar una mano para cubrir un pequeño bostezo, tratando de disimularlo.

-Vaya, se me ha pasado el tiempo volando -comento, mirando de reojo la labor a medio empezar, distraída. Vuelvo a mirar a la niña, y luego a Ayne-. Debe de ser agotador compaginar el cuidado de Julia con el trabajo en Brontë. Yo estoy agotada por las noches -confieso-. Y eso que no tengo ni la mitad de responsabilidades, a ese nivel.

FdR- Pausa

Ayne tomó las plumas y se agachó, llamando a su niña.

-Mira, Julia, son para ti -llamó, ofreciéndoselas.

La pequeña estaba ocupada en tirar de los flecos de una manta que alguien había dejado doblada sobre un sofá. Cuando se la echó encima, Ayne fue hasta ella y la liberó de la manta. Después, la cogió en brazos y le cedió las plumas.

-Va a ser la mejor igual -declaró Ayne, convencida-. Nosotros somos dos y ella es solo una, y es la más buena de todos. Ahora vamos a buscar a papá.

Anna también estaba pensando en irse, así que las siguió un rato, antes de que sus caminos se separaran.

*Se van*

Es Vilo quien marca el camino. No puedo evitar pensar que, dada su estatura actual, debe pensar que el palacio ha empequeñecido. Además, como rara vez entra ya, me resulta extraño verlo pasear bajo techo, explorando todo una vez de tantas. Pero ha querido hacerlo, y no veo por qué iba a impedírselo.

Cuando empuja la puerta de la sala común, se me ocurre que es buena ocasión para leer la carta que Rick me ha enviado. Me ha llegado esta mañana, pero todavía no he tenido ocasión de abrirla. Salvo que Vilo se altere mucho, y por ahora está bastante tranquilo, no veo por qué no iba a leerla allí.

Pero resulta que no estamos solos, y que lo primero que hace Vilo es ir a olisquear los zapatos de la flamma. No sé si me ha dicho su nombre, pero sí reconozco su cara. Le dedico una sonrisa dulce. No sé si tengo muchas ganas de hablar con ella, sinceramente. Veremos qué tal se da.

-Vilo, no molestes -lo regaño con tono suave, pero que él entiende a la perfección-. Buenas noches. Con permiso.

Como si lo necesitara, pero en fin. Me siento en un sillón cómodo, cerca del fuego, y me acomodo. Vilo, mientras tanto, deja de lado los zapatos para dedicarse primero a la flamma, que estudia con atención, y luego al sofá que ella ocupa.

Parece que está dispuesta incluso a colaborar con Vilo, así que este aprovecha, tras dedicarme una breve mirada, para acercarse un poco más a ella y estudiarla. Yo consiento, ya que mi único motivo para no hacerlo sería que ella se negase, y no parece ser el caso.

Por el momento no saco la carta, ya que parece que quiere iniciar una conversación y preferiría que esta no se incluyera en la misma. Asiento a su pregunta, manteniendo la expresión agradable.

-Sí, allí nos vimos, aunque no sé si podría hablarse de conocer en una situación tan caótica -bromeo con natural simpatía-. Entiendo que no estés segura. Me llamo Lea.

Y prefiero no poner más datos sobre la mesa hasta que sea necesario.

Vilo no se toma las caricias como algo demasiado importante. Está ocupado, a fin de cuentas, en explorar un territorio que ha dejado abandonado hace tiempo. Por eso, aunque no la rechaza, acaba por dejar de prestarle atención, y sigue con el reconocimiento de la sala.

Yo, mientras tanto, me enfrento a un personaje que quiere hablar pero no sabe qué decir. Desde luego, qué suerte la mía.

-No sé si eso es muy positivo -comento, manteniendo la sonrisa, aunque con cierta expresión de apuro-. Estamos en una situación de desventaja con respecto a hace algún tiempo. Creo que nos vendría bien un poco de movimiento para no aletargarnos, ¿no te parece?

Vaya, vaya, una optimista. Eso quiere decir que todavía no ha tenido la ocasión de pegarse un buen golpe. Habrá que ver después, cuando ya se le haya pasado la filosofía barata. ¿Fui yo también así cuando llegué aquí? Tengo la sensación de que es algo bastante habitual en los nuevos guerreros.

Que, bien pensado, tampoco lleva tan poco tiempo. El suficiente como para que ni me acuerde de la primera vez que Gerald me habló de ella. ¿No es hora ya de abandonar esos comentarios estúpidos, entonces? Brontë está en decadencia, y necesita seriedad y esfuerzo, no sonrisitas y optimismo. Quizás Alehyss tiene razón, al fin y al cabo.

-Es una bonita forma de verlo -sonrío, dócil.

Bonita, pero no buena. ¿No te cansas de explorar la sala, Vilo? Porque a mí empieza a enfermarme la conversación. Me pregunto cuándo volveré a ver a Brontë fortalecido, realmente.

Asiento con suavidad, encantadora. Mira qué bien, qué chica tan lista, que sabe que tenemos que entrenar y acatar órdenes. ¿Y habrá llegado a esa conclusión a raíz de los últimos acontecimientos o ya se le habría ocurrido antes esa idea? No sé si quiero saberlo. Me pregunto, por otra parte, si leer e hincharse a chocolate entran dentro de su definición de entrenamiento y disciplina.

-Por supuesto -coincido con voz suave.

No añado nada más. Me dedico, en vez de ello, a observar a Vilo, que sigue explorando. Creo que la última vez que estuvo por aquí no podía asomarse a las mesas, como está haciendo ahora. No dejo de preguntarme qué le pasará por la cabeza.

Parpadeo, sorprendida por la pregunta. Vaya un cambio de tema más radical. Dedico a Vilo una sonrisa dulce. Mi niño.

-Nunca me han llamado la atención al respecto -replico, con tono alegre-. En realidad, se ha criado en Brontë, así que ya es conocido por aquí. Por suerte, nunca ha dado problemas. Cuando llegó me temía que fuese a ponerme en dificultades. Hay más animales por aquí, y parece que son bastante permisivos con ellos.

Aunque he visto el rastro de miedo en los ojos de alguno. De todos modos, si alguien tuviera órdenes de hacerlo salir de Brontë, yo ya lo sabría. Al final, Vilo se ha convertido en uno más. La miro de nuevo, alzando las cejas, como si de pronto se me hubiera ocurrido que, quizás, ha sido una indirecta. Como que me importan tus indirectas, bonitas.

-Aunque, si te molesta, no tengo problema en llevármelo -añado entonces, rápidamente, servicial.

Sería una buena excusa para marcharme, bien pensado.

Asiento, relajando el gesto, como si su respuesta me supusiese un alivio. Es la respuesta más predecible, por desgracia. Muchos considerarían la contraria una falta tremenda de respeto, por molesto que fuese Vilo.

Que, por cierto, ha decidido que ya ha explorado lo suficiente. Buen chico. Llévame a un sitio donde pueda leer la carta de Rick, en vez de dar conversación a una persona tan insulsa. Me vuelvo hacia Vest con una sonrisa divertida, medio expresión de disculpa, mientras me levanto. Vilo ya está en la puerta, pero me mira, esperando.

-Cualquiera diría que se lo ha tomado a pecho -bromeo-. Creo que nos toca seguir explorando. Hasta la próxima.

Y, tras un breve gesto de despedida, sigo a Vilo, que ya está saliendo de la sala.

*Se van*