Biblioteca

FdR: Rol pausado

Con los brazos apoyados en la mesa y la cabeza sobre ellos, observaba sin interés las estanterías de la biblioteca. A mi derecha, sobre la madera, había una pequeña pila de libros, todos ellos de diferentes temas, pero hacía ya bastante que había abandonado la lectura.

Suspiré. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí? No lo sabía, pero estaba convencida de que ya habían pasado un par de horas desde que entré. Ladeé la cabeza, luego suspiré y entrecerré los ojos. Por primera vez en mucho tiempo, no tenía ganas de leer. Estaba cansada de leer. Llevaba semanas, meses incluso, leyendo, sin hacer nada más, hablando tan solo con los miembros del servicio. ¿Dónde estaba todo el mundo? ¿Dónde estaba Gerald? ¿Y Lyam? Se suponía que íbamos a entrenar juntos, pero hacía tanto que no lo veía que ya me había hecho a la idea de que nuestro compromiso no se haría realidad. ¿Y Rick, dónde estaba él? No es que quisiese verlo, que tuviese demasiadas ganas, pero aun así, a él también hacía mucho que no lo veía. ¿Y Heylel? ¿Heylel tenía pensado volver, o pensaba quedarse en Ventus eternamente? Probablemente lo segundo. A fin de cuentas, estaba casado. Seguro que quería pasar el mayor tiempo posible con su mujer, y desde Fulmen no podría.

Alcé un poco el cuello, y miré una ventana. Era bastante temprano, al menos para los claritas. Suspiré de nuevo. Luego apoyé el mentón de nuevo sobre los brazos y cerré los ojos.

*se queda*

Vengo a por un libro, nada más. No soy capaz de conciliar el sueño. Quizás hoy no me he agotado lo suficiente, y lo he intentado por todos los medios, pero no soy capaz. Quizás sea, también, la ligera tensión que empieza a invadirme. Pero no hay forma de ponerle remedio ahora mismo, durante la noche, sin más, de modo que leer será un buen sustituto. Hace tiempo que no lo hago, de todos modos.

-Buenas noches -saludo al entrar, reconociendo a Inger en una de las mesas. Modulo la luz de mis ojos para evitar molestarla demasiado-. ¿Cansada de la lluvia? -inquiero, por decir algo, observando su actitud, aunque viendo su posición no me sorprendería incluso que estuviese dormitando. Quizás la he molestado.

Me acerco a una estantería cercana y recorro los títulos con pereza. No sé bien si buscar algo para aprender o algo para dormirme, la verdad. Lo segundo tienta, pero es una irresponsabilidad...

Abrí los ojos al escuchar una voz familiar y, sin levantar la cabeza, observé de reojo a Alehyss Lester, que acaba de entrar. Parpadeé. También hacía mucho que no la veía a ella, pero hasta ahora no me había parado a pensar en la chrysos.

—Buenas noches —murmuré. Luego negué suavemente. La lluvia no me molestaba; nunca me había molestado—. No, no. Estoy bien.

Entrecerré los ojos, y escuché sus pasos, en silencio. Había hablado muy poco con la chrysos en todo el tiempo que llevaba en Palacio, así que me costaba sacar un tema de conversación.

—¿Qué tal estás? —pregunté finalmente.

Al cuarto libro que saco para ojear un poco, ya hace una pregunta más apta para sacar un tema de conversación, pero aún no he despegado los labios y me doy cuenta, con pesar, de que tengo poco que contar. Vaya desastre. Eso es una señal horrible, o buena, si tenemos en cuenta que significa tranquilidad. A no ser que le hable de entrenamientos, pero no parece algo que le interese comentar. No obstante...

-Muy bien. Demasiado, llegaría a decir -comento, recordando al pronunciar estas palabras mi reciente conversación con Anna-. Aunque además de entrenar, poco más hago. Quejarme de la lluvia -termino, atreviéndome a esbozar una sonrisa, escueta-. Llevaba tiempo sin verte -comento entonces, arriesgándome a entrar en terrenos personales, mirándola. No sé si ha estado fuera, o algo así.

Pese a mirarla de soslayo, la escuchaba con interés, sin decir nada para no interrumpirla. Parecía, por sus palabras, que estaba pasando por una racha bastante tranquila, feliz incluso, y que hacía poco más que entrenar y quejarse del tiempo. Eso me hizo esbozar una tímida sonrisa, y recordar que yo, a diferencia de ella, apenas había entrenado en todo este tiempo. Sí que había ido a la sala un par de veces, y que incluso me había animado a correr por los exteriores cuando hacía buen tiempo, pero llevaba ya unas semanas dedicándome única y exclusivamente a la lectura.

—Me alegro... —murmuré. Parpadeé—. ¿Has entrenado mucho, entonces?

Sonreí. Luego, tras un segundo, añadí:

—Y, eh... Yo también hacía mucho que no te veía... —Esbocé una mueca—. Aunque llevo bastante tiempo sin ver a nadie, la verdad.

Asiento, aunque vuelvo a mirar los libros, dejando este. Demasiado denso. Mucha palabrería, pero poco contenido en realidad. Aunque, de hecho, sería, efectivamente, muy indicado para conseguir conciliar el sueño. Quizás sea una buena opción, pero por ahora queda descartado.

-Entreno desde hace mucho tiempo. Solo paré por la lesión de la pierna, y lo retomé en cuanto pude. Me gusta mejorar mis aptitudes físicas, o simplemente mantenerlas si lo primero no se hace posible -. La miro de reojo, iluminándola un poco-. Supongo que podría decirse que eso me gusta -digo, con tono algo más quedo, recordando una conversación que tuvimos una vez sobre gustos.

Evidentemente, lleva lo mismo sin verme que yo a ella. Me he fijado en ella alguna vez, en los dormitorios, pero supongo que, tratándose de horarios tan opuestos, coincidir poco no es tan extraño.

-¿Sueles vivir en horario caeruleus? -inquiero, con tono tranquilo, curioso, mirándola una vez más-. Supongo que vivir de día se os haría muy complicado. Sobre todo en verano -murmuro, casi para mí.

Analyn, por lo menos, encontraba ciertos problemas al respecto. No la escuché quejarse demasiado, pero supongo que no era a mí a la que venía a quejarse.

La miré de nuevo de reojo, aunque no tardé mucho en apartar la mirada y observar una pared. Con la pregunta no había intentado insinuar que no entrenase, ni nada por el estilo. Solo preguntaba si últimamente había entrenado más que de costumbre, aunque supuse que no me había expresado bien. No obstante, era interesante saber que le gustaba entrenar. Apenas la conocía, no sabía nada acerca de sus gustos, y si quería que fuésemos amigas, tenía que conocerla mejor.

—Me... Me refería a si últimamente habías estado entrenando más... —murmuré, mirándola de reojo de nuevo, esbozando una corta sonrisa. Desvié la mirada. Parpadeé—. Yo antes entrenaba con mi hermano —dije pasados unos segundos—. También me gustaba. —Esbocé una mueca—. Ahora entreno muy de vez en cuando, aunque no sé por qué...

Suponía que era porque mi hermano, de alguna forma, me obligaba a entrenar con él. En casa sentía que tenía la obligación de entrenar todos los días, porque de lo contrario acabaría decepcionándole, pero en Brontë, a pesar de los líderes y los ataques, no tenía ese sentimiento. Era extraño, de todas formas. En casa estaba siempre segura, pero en Palacio ya había habido varios ataques, así que lo normal sería que entrenase más ahora que no estaba en un ambiente tan tranquilo.

—Sigo con el horario caeruleus, sí. —La miré de nuevo. Luego saqué los brazos de encima de la mesa y me puse derecha—. He intentado cambiarlo, pero... Eh... No he sido capaz.

La miro, alzando las cejas un instante, con curiosidad. No es que sea el tema más intenso de mi vida, pero con ella hay que ir poco a poco. Es evidente desde hace tiempo. No gano nada siendo demasiado directa.

-¿Tu hermano es guerrero también? -inquiero, sacando un libro sin prestarle mucha atención-. Supongo que te falta la rutina. Una rutina de entrenamiento hace que tu cuerpo te lo pida, incluso, y sienta muy bien, tanto física como mentalmente -recito con convicción.

Y, efectivamente, no se ha adaptado al horario diurno. Me encojo de hombros, con sencillez.

-No es algo que tengas que hacer tampoco, en mi opinión. Podrías verlo como que resulta útil estar despierta a la vez que la mayoría, pero también está bien que haya gente atenta durante la noche, cuando otros somos más vulnerables -opino, echando un vistazo al libro, finalmente-. Hierbas medicinales... -murmuro, seria. La miro-. ¿Qué opinas?

Asentí.

—Lo es. Y es mejor que yo, de hecho —añadí, pasados unos segundos. Esbocé una pequeña sonrisa—. Pero no quiso venir a Brontë.

Aquello no era exactamente cierto. Durante unos meses Simon pensó en ir, en responder a la llamada, así que durante unos meses sí quiso ser parte de este ejército. Pero al final optó por quedarse en Caligo, con sus compañeros. A veces me preguntaba si realmente se sentía satisfecho con lo que hacía y si no se arrepentiría algún día de no haber venido, pero nunca llegué a preguntárselo.

—Yo creo que me hace falta alguien que tire de mí —respondí finalmente, mirándola. Le sonreí—. Trabajo mejor acompañada que sola.

Pero por supuesto, no le iba a pedir a nadie que entrenase conmigo todos los días. Mucho menos a ella.

A su siguiente comentario me limité a responder con una sonrisa y un asentimiento, sin saber muy bien qué más decir. A su pregunta, no obstante, sí respondí con palabras, frunciendo antes el ceño durante un segundo.

—No sé nada de ellas... Pero supongo que es un tema interesante. —Parpadeé—. ¿Por?

Mejor que ella... No sé su nivel, exactamente, de modo que no me puedo hacer una idea exacta del de su hermano, pero tomo nota de todos modos. Es una información que podría llegar a ser útil, supongo. Toda puede llegar a serlo.

-¿Él también recibió la llamada? -pregunto, con una leve subida en el aumento de mi curiosidad. Ya he llegado al nivel de interesada, supongo.

Desde luego, es un punto interesante. No sé hasta qué punto podría afectarme. En todo caso, siento curiosidad.

-No sé si Lyam te lo ha dicho, pero estamos entrenando algunas veces. Personalmente, no tendría inconveniente en incorporarte de vez en cuando, siempre y cuando no entorpezcas mi rutina -ofrezco, serena, contemplándola.

A mí no me importa que se sume. Quizás llegue a hacerlo, tiendo a agobiarme con facilidad con la compañía, pero por el momento me siento dispuesta a ello. Si alguna vez necesito soledad, me encargaré de hacérselo saber a todo aquel que entrene conmigo.

-Es el libro. Plantas medicinales -indico, mostrándoselo-. No sé si es una lectura adecuada para conciliar el sueño. Es algo útil, aunque las plantas nunca se han hallado entre mis mayores intereses. Quizás sea algo contraproducente y deba aplicarme... -. Casi me siento como si hablase sola, no suelo hablar tanto. Aunque no está resultando incómodo, por el momento.

Supongo que me estoy esforzando para invitarla a participar, pero no es algo que se me de especialmente bien.

Asentí.

—Sí, pero decidió que "no era lo suyo". —Me encogí de hombros. Luego suspiré—. Es una pena, pero nadie puede obligarle...

Evidentemente, no le iba a contar a la chrysos la vida de mi hermano, ni los motivos por los que había decidido quedarse en Caligo, así que tendría que conformarse con eso. Saber que Simon había recibido la llamada ya era mucho más de lo que sabían otros de el. No podía quejarse.

Su siguiente comentario me hizo fruncir el ceño un instante, pero no tardé demasiado en esbozar una nueva sonrisa, pequeña. No sabía que el chrysos había empezado a entrenar con Alehyss; había supuesto que no le apetecía entrenar, ni conmigo ni con nadie.

—No me había dicho nada —murmuré, mirándola. Parpadeé. Ensanché un poco la sonrisa—. De todas formas, no creo que sea buena idea. Gracias, no obstante.

Agradecía su invitación, pero también recordaba que la última vez que había estado con ellos a solas me había terminado yendo porque sentía que estorbaba y que no me querían delante. No quería pasar por eso otra vez, mucho menos durante un entrenamiento. No era agradable.

—A mí me parece una lectura perfecta para dormir. —Bajé la vista al suelo. Me encogí de hombros—. Suena un poco aburrido, así que yo me dormiría pasadas un par de páginas.

Asiento, abriendo el libro por el índice y leyendo con poco interés. De modo que llamaron al par de hermanos... Tiene que haber mucha gente como él, llamada, pero que ha decidido no venir. No es algo que me quite el sueño. Simplemente una curiosidad.

-¿Tienes algún otro hermano? -pregunto, sin mirarla, ya más por ver si le saco alguna frase más que por interés sobre el tema.

Al mencionar el entrenamiento con Lyam la miro. Rechaza la oferta. Parece que no soy la persona más adecuada para tirar de ella. De todas formas, no es algo que tenga que hacer. Tratándose de mí, ya he hecho un esfuerzo extraño. No obstante, no insistiré si ella no quiere. Ya entrenará cuando llegue el momento, si recupera las ganas.

-Como veas -concluyo, con un asentimiento, pasando un par de hojas-. Si te interesa algún día puntual, acércate sin problema, de todas formas.

Mi amabilidad está siendo inusual. Me siento incluso algo extraña.

-Supongo que es una buena lectura -admito, tras repasar el nombre de los capítulos-. Optaré por este, entonces -. La miro. Hay un breve silencio-. Gracias.

No me siento en gratitud con ella. Habría llegado a la misma conclusión sin su opinión. No obstante, tengo la sensación de que eso suavizará un poco la conversación. No termino de verla relajada, y resulta un poco incómodo. No se me da bien guiar conversaciones.

Negué con la cabeza.

—No. Sólo uno. —La miré. Tras un breve silencio, pregunté—: ¿Tú tienes alguno...?

Nunca me había preguntado si el resto de mis compañeros tenían hermanos o no. Sabía que Rick sí tenía una hermana pequeña, pero no sabía si el resto eran hijos únicos o no. Suponía que, por estadística, muchos de ellos sí debían tener alguno, pero a saber quiénes.

Cuando mencionó el entrenamiento, volví a negar. Por ofensiva que pudiese parecer, no tenía ningún interés en entrenar con ellos.

—Gracias —repetí, sonriendo, tratando de parecer educada.

Observé la mesa, sin saber qué decir. Me resultaba complicado hablar con la chrysos. No sabía el motivo, pero sí me sentía incómoda, más tímida y callada que de costumbre.

—Espero que te guste. —La miré—. Y... Eh... De nada...

Parpadeé.

Solo uno. El hermano que entrenaba con ella, y que fue llamado a Brontë pero no vino. Al que parece admirar, supongo, por encuentros anteriores.
Niego, suavemente.

-Soy hija única -redundo, apartándome suavemente un mechón de la cara-. Lo más cercano, primos, pero vivían lejos de casa y no los veía a menudo -murmuro, finalizando con un encogimiento de hombros. Nada que lamentar.

Y parece que todo está dicho. No la veo muy habladora hoy. Supongo que no soy la persona más adecuada para ponerse habladora. Tengo la sensación de que me tiene miedo. No es exactamente desagradable. Es un tipo de respeto, de algún modo. Quizás le caigo mal. No lo tengo claro.

-Cuando lo haya leído puedo comentarte qué me ha parecido -se me ocurre decir, mirándola con las cejas alzadas-. Ahora creo que es hora de que vaya a descansar -informo inmediatamente después, haciendo un gesto suave con la cabeza, una inclinación-. Buenas noches.

Me acerco hacia la puerta, rebasándola, pero me detengo un momento antes de salir. Llego a despegar los labios, pero no a hablar. Cambio de idea antes de hacerlo y salgo de la biblioteca.

*se va*

Asentí, sin saber qué añadir. Pensé en preguntarle si sus primos vivían en Lumen y si por eso no los veía demasiado, pero decidí no hacerlo. A lo mejor se ofendía, y yo no quería que nadie se ofendiese.

Se formó un silencio, que la chrysos rompió. Volví a asentir cuando habló, curvando los labios un poco, mirándola. Hablar de libros con ella podía resultar interesante. A lo mejor así sería capaz de no sentirme incómoda con ella. No era que me cayese mal, no tenía motivos para que me cayese mal, pero me infundía demasiado respeto, tanto que llegaba a asustarme. Tenía miedo de ofenderla, o de decir algo que no le gustase. De llevarle la contraria. Era una sensación extraña y desagradable, especialmente porque yo realmente quería que fuésemos amigas. La chrysos parecía interesante, y no era desagradable. Además tenía más o menos mi edad. ¿Por qué no ser amigas?

—Eso estaría bien —respondí, en voz baja, mirándola. Luego sonreí—. Buenas noches, Alehyss.

No vi cómo se iba.

Minutos más tarde, yo misma me fui de la biblioteca. Se hacía tarde para mí. Lo mejor sería que aprovechase lo que me quedaba de noche en hacer algo más interesante que observar las paredes de la biblioteca.

*se va*

El chrysos, subido a una escalera de mano, observaba la estantería de no ficción de la biblioteca, curioso, concentrado, buscando algo interesante entre los numerosos títulos que llenaban los estantes. Hacía bastante que no leía nada, y si bien hace mucho, mucho tiempo aquello le hubiese parecido lo normal, ahora mismo se sentía raro de alguna forma si no leía aunque fuese una tontería de vez en cuando. Le había encontrado el punto interesante a esos libros que antes había definido como "el coñazo del siglo", "una soberana pérdida del tiempo" o "un conjunto de cosas innecesarias para mi día a día encuadernadas", o eso creía; al menos, y de eso sí estaba seguro, ya consideraba que era mucho más productivo e interesante leer que estar tirado en cama, observando el techo y pensando en la enorme y apabullante nada.

Lyam ladeó la cabeza, escudriñó el lomo de un volumen y lo cogió. Bestias del monte y del río. Volumen 52, de Chárity Strauss. Parpadeó; luego lo abrió y empezó a leer las primeras páginas. No sonaba muy alentador, pero podía resultar interesante, pensó.

*se queda*

Llegué a la biblioteca todavía en pijama. Había dormido poco y fatal: durante todo el día me había estado despertando, incapaz de dormir durante más de dos horas seguidas, y al final me había despejado del todo antes de que cayese el sol del todo. El día estaba siendo horrible, muy desagradable, y no había hecho más que empezar: había intentado volver a dormirme, convencida de que podría, pues no había dormido nada, pero había resultado inútil; después había decidido intentar leer para que me entrase de nuevo el sueño, pero no tenía ningún libro cerca porque ya había terminado todos los que había estado leyendo; luego había decidido que, si no podía ni dormir ni leer, podría entrenar, pero nada más ponerme en pie noté un fuerte pinchazo en el estómago, así que me volví a sentar. Finalmente, tras permanecer unos minutos en cama, sentada, me puse en pie de nuevo, y con pasos lentos y cuidadosos comencé a avanzar hasta la biblioteca: no pensaba quedarme todo el día en cama sin hacer absolutamente nada, y dado que parecía que no iba a poder pasear o entrenar, había decidido coger un libro, uno cualquiera, para, al menos, entretenerme un poco.

Me adentré en la sala en silencio, observando las estanterías sin demasiado interés, con los ojos entrecerrados y sin detenerme en ninguna. No obstante, al girar por un pasillo, algo llamó lo suficiente mi atención como para pararme durante un segundo. Subido a una escalera, leyendo sabía Mithos qué, Lyam leía.

No tardé ni dos segundos en fruncir el ceño y apretar los labios.

Así que ahí estaba, leyendo, tan tranquilo, feliz, aparentemente. Tenía el pelo más corto desde la última vez que lo había visto, hacía mil millones de años, probablemente, y su aspecto había mejorado bastante.

Apreté la mandíbula.

No podía creerme que estando tan normal, tan aparentemente contento no me hubiese dicho absolutamente nada. No me molestaba no hablar con él, no era eso, a fin de cuentas, todos teníamos nuestras cosas, pero se suponía que íbamos a entrenar juntos. Habíamos quedado en ello, y yo lo había estado esperando durante semanas en la maldita sala, como una auténtica idiota. Se me había ocurrido que estaba triste, o que sabía yo, que tenía algún problema y que por eso solo estaba con Alehyss, pero no: el tío estaba perfectamente.

Sería ingrato.

Yo esperándole, preocupada de alguna forma, y él tan... Tan bien. No, bien no: mejor que antes. Ya no parecía un alma en pena, ahora parecía alguien normal, sin tantos problemas a la espalda. Me sentía estúpida. ¿Ni tan siquiera se le había ocurrido, genio de los genios, pedirme perdón? No pedía mucho, solo un, yo qué sabía, un papel que pusiese que sentía haberme dejado tirada, o algo así. Ni tan siquiera tenía que ser una disculpa dicha, me valía con una escrita, siempre había sido comprensiva.

Pero no.
Ni perdón, ni lo siento, ni hola, ni nada.
Absolutamente nada.
Seguro que ni se lo había planteado.

Por supuesto, aquello, si me paraba a pensarlo, no era sorprendente. A fin de cuentas, yo no era Alehyss Lester, ni me había hecho especial caso. De hecho, todo lo contrario: parecía que escucharme le supusiese un gran esfuerzo, porque casi nunca decía nada y dejaba que yo hablase y hablase, mientras él asentía y hablaba con monosílabos. Pero que no fuese sorprendente, no significaba que no me molestase: faltar a un entrenamiento era una falta de respeto, y no pedir disculpas, otra.

Lo observé durante unos largos segundos, planteándome cómo de mala sería si moviese la escalera. Luego decidí que aquello probablemente fuese una terrible idea, porque si se caía la culpa sería mía a pesar de que el imbécil era él, así que decidí no asustarle. En su lugar, no obstante, compuse mi mejor mirada de odio, una mirada llena de desprecio y rencor, entrecerrando los ojos, frunciendo el ceño aún más, y apretando la mandíbula, y comencé a retroceder, sin dejar de mirarlo durante lo que creo que fueron diez segundos. Luego cogí el primer libro que vi y me fui del lugar, maldiciéndolo por lo bajo.

Todos los hombres de Palacio eran imbéciles.
Estaba claro.

*se va*

El chrysos no se dio cuenta de que alguien había entrado en la biblioteca hasta que escuchó el sonido de unos pasos que se alejaban, bastante enfadados, o al menos eso dedujo por la fuerza con la que golpeaban el suelo. Lyam alzó entonces la vista, frunciendo levemente el ceño, confuso, y miró a su izquierda, buscando al dueño de los pasos.

Desde la altura que le proporcionaba la escalera, el chrysos vio una cabellera pelirroja que se iba, en silencio, apretando con fuerza un pequeño libro. Lyam parpadeó, preguntándose qué demonios le pasaba a Inger, pero antes de que pudiese llamarla, saludarla, o hacer algo, la muchacha se fue, cerrando la puerta con fuerza.

Demasiada fuerza.

El chrysos alzó las cejas, sorprendido. Fuese lo que fuese lo que le hubiese pasado a la muchacha, debía ser bastante grave. No recordaba haberla visto nunca dar un portazo, no en la biblioteca al menos. Mithos, aquel lugar se suponía que debía ser tranquilo, uno no iba por ahí dando portazos, así que debía ser grave.

Se preguntó qué le podía pasar. A lo mejor, pensó, le molestaba que Rick estuviese con aquel bebé que no era suyo. A fin de cuentas, estaban saliendo, y a lo mejor el flamma no le prestaba la suficiente atención. O a lo mejor se había enfadado con el final de algún libro; la caeruleus siempre había sido muy pasional en lo que a las lecturas se refería, así que a saber.

Tras observar unos segundos más la puerta, descendió por las escaleras, con el libro entre las manos. El tal Chárity Strauss parecía interesante.

*se va*