Biblioteca

Sin saber muy bien cómo, acabé en la biblioteca. Probablemente, el único lugar tranquilo en aquel momento. Allí no había nada que hacer, ni nadie se reuniría a hablar. Entonces, ¿por qué había entrado yo?

Sin saber muy bien qué hacía, me senté en una silla, junto a la ventana. Desde allí se veía una zona cerca de la entrada. El tumulto se había ido disipando. ¿Qué habría pasado realmente? ¿Qué podía hacer?

Apoyé ambos brazos en la mesa, cruzándolos, y hundí la cabeza en ellos. Me sentía mareada.

*Se queda*

Ya sin saber qué hacer, entro en el lugar en el que no espero encontrarla, pero ahí la hallo. Aprieto la mano de Lluvia, en reflejo, al verla, y luego la suelto para acercarme, agobiado, jadeante. Ni siquiera sé cómo no he caído todavía en el miedo y me he vuelto a las habitaciones.
Como cuando vi a Lluvia, la abrazo, aunque la posición que tiene me lo hace un poco más difícil, y siento cómo el rastro de agobio desaparece un poco. Queda un resto, claro, pero me siento como si... No sé... Es difícil describirlo.

<<¿Cómo estás?>>, formulo con las manos, veloz, buscando que me mire. <<Por fin te encontramos.>>

Estoy extrañamente entero. Siempre lloro, o amago hacerlo, pero ahora me siento como si la situación fuese tan sencilla de controlar, pese a todo... Pese a todo...

Miro a Lluvia, cansado, y esbozo una sonrisa algo triste en su dirección.

Lluvia observó, inmóvil, en silencio cómo Jun se acercaba a la piscis. Finalmente la habían encontrado. Había sido complicado, pero finalmente, finalmente estaban con la piscis.

Lluvia no se acercó a ellos al principio, dejándoles espacio. Luego, lentamente, y sin decir nada, avanzó hacia la mesa, curvando un poco los labios, sin saber qué decir.

Di un respingo al sentir un contacto, y entonces, al volver a la realidad, me di cuenta de que había entrado en una especie de trance. Definitivamente, necesitaba dormir. Alcé una mano para responder a Jun, y entonces reparé en Lluvia. Hacía mucho que no la veía más que de pasada, y era extraño verla acercarse. Correspondí, o al menos lo intenté, a su sonrisa, sin embargo.

Cuando quise intentar responder a Jun, sentí que los dedos se me trababan. Sacudí la cabeza y lo miré fijamente.

-No estoy acostumbrada a no poder hacer nada -declaré, con una seriedad y brusquedad que a mí misma me sorprendieron-. Me siento inútil.

Carraspeé y me levanté de golpe. No quería consuelos. No de ellos. Ellos siempre parecían más desvalidos. Yo debería consolarlos, en todo caso.

¿Consolarlos de qué?

-¿Estáis los dos bien? -los miré alternativamente.

Me alivia verla entera. No quiero sonreír, pero se me escapa un momento, aunque no tardo en estar serio de nuevo. No es difícil, dada la situación. Y tampoco es que yo sea un experto en situaciones como esta.

<<Todo es muy confuso>>. Deletreo las palabras que no sabe, porque no quiero ponerme a escribir. <<Mañana estará más claro. No debes sentirte frustrada por no poder actuar. No siempre se puede.>>

Miro a Lluvia, que se acerca. Me acerco también un poco a ella, oprimiéndole el brazo un instante. Ahora que estoy tranquilo.

-¿Tú estás bien? -le pregunto. Solo ella puede escucharlo, al fin y al cabo.

Me vuelvo hacia Massen y asiento, serio. Me siento tan entero que es como si no fuese yo.

<<Me asusté un poco al principio, pero ahora estoy bien. Estaba preocupado porque no te encontrábamos.>>

Lluvia los observaba en silencio, sin intervenir. No tenía muy claro qué debía decir, ni qué podía decir. Hacía mucho que no veía a Massen Dew y no sabía como tratarla. Tampoco sabía cómo animarla, o consolarla.

Cuando Jun se acercó de nuevo, Lluvia le sonrió, curvando un poco los labios, y asintió. Pese a todo, sí que se encontraba algo cansada.

En silencio, observó a Jun y a Massen. Se pasó una mano por la cara, por las mejillas.

Observé a ambos de nuevo.

-Necesito poder hacer algo -insistí-. No puedo quedarme sin más, sin hacer nada. ¿Lo sabéis? Una de las víctimas era una guerrera de Flavia. Quedaban tres. Por fuerza, tiene que ser una de las mejores. Alguien capaz de matarla estuvo anoche en el pueblo de paso.

Sentí que me fallaban las piernas. No había conseguido ninguna información respecto a la otra víctima. Ni siquiera sabía si la conocía. Había podido descartar algunos nombres a través de lo que había oído, pero seguía sintiendo una gran angustia.

Tragué saliva. Negué con la cabeza.

-Ya, es que estaba... -¿Qué? ¿En los calabozos? ¿Lamiéndome las heridas? Volví a negar-. No importa. Es tarde. Buenas noches.

Pasando de largo al lado de ambos, salí de la biblioteca con una enorme sensación de torpeza.

*Se va*

La escucho. Lo que dice no suena bien, pero... Tampoco ella lo parece. Me siento algo confuso, aturdido, cansado. Cuando quiero darme cuenta, se marcha. Me siento aliviado de haberla visto, y algo tonto por...
Da igual. No. Es una situación difícil. Es normal. Todos nos sentimos extraños.

Miro a Lluvia. Nos hemos quedado solos. Y ya ni tengo fuerzas para esbozar una sonrisa forzada.

<<¿Vamos a dormir?>>, le pregunto, con las manos.

Ella asiente. Supongo que es lo mejor.

*se van*

Recorría los pasillos de la biblioteca, leyendo uno a uno los títulos, buscando uno que me sirviese. Con tantos nombres extraños estaba empezando a dolerme la cabeza, pero no podía estar demasiado lejos uno que me sirviese, ¡por Mithos! Por ejemplo... Por ejemplo aquel: "Bestias de Mithos en todas sus formas", o quizás el de "Mamíferos y sus explicaciones", o el de... Uf.
Terminé con una buena pila de libros, pero con mis poderosos brazos pude cargarlos todos hasta una de las mesas y dejarlos allí encima. Me senté, pesado, al lado, y tomé el de más arriba, abriéndolo por el índicio. Me rasqué una patilla, confuso, mientras leía el nombre de los capítulos en voz alta, para ver si las palabras decían algo a mis oídos.

-Relación con el ambiente de los seres vivos vivíparos que... -.Fruncí el ceño. ¿Vivíparos? ¿Que vivían? Desde luego, si no viviesen no serían seres vivos. Abrí otro-. Equinodermos y... ¡¿Qué demonios es eso?! Animales de... deuter...deuteróstomos... marinos y bentónicos...

Estrechicé los ojos. ¿Quién demonios escribía aquellas malditas cosas?
Cerré el libro con frustración.

-Maldita sea...

Enseguida abrí el siguiente, a ver si allí...

*se queda*

El chrysos llegó a la biblioteca, buscando algún libro. Hacía bastante que no cogía ninguno; últimamente, había estado dedicando todo su tiempo libre a entrenar o a vagar por Palacio, a pesar de que ya había llegado a la conclusión que leer era mucho más recomendable que mirar las musarañas. Por eso, y porque había decidido, tras oír lo de la explosión, no molestar demasiado con sus preguntas sobre los asesinatos de aquellas dos guerreras, había acudido a la biblioteca. Con un poco de suerte, allí encontraría algo medianamente interesante que leer.

Al adentrarse en el lugar, sin embargo, el chrysos se detuvo antes de acercarse a las estanterías. Sentado frente a una mesa, con un montón de libros delante de él, Rick Dehnel leía. El chrysos no pudo evitar alzar un poco las cejas al verlo ahí, tan serio. Por algún motivo, le extrañaba ver al flamma tan concentrado leyendo.

Se acercó a él.

—Rick.

Me estaba doliendo verdaderamente la cabeza, y ya no estaba seguro de si era por las malas noches con Lyo, porque tenía hambre o por aquellas palabras que no entendía ni Efesto. Por el amor de Mithos, qué complicación... ¡Yo solo quería encontrar un animal entre todos!

Alcé la vista al escuchar mi nombre, agitando la cabeza para despejarme. Enseguida esbocé una sonrisa.

-¡Buenas noches, Lyam! ¿Cómo te encuentras? ¿Sabías que un animal vivíparo lo es porque nace de una madre y no de un huevo? -inquiricé, enseguida, cerrando el libro y pasando a otro, algo más grueso-. No puedes imaginar cuántos misterios guarda la naturaleza. Hay un tipo de mariposa que sabe susurrar. ¿Te lo puedes creer?

Aquel libro tenía dibujos. Mucho mejor...
Empecé a pasar páginas, fijándome en ellos.

Lyam alzó las cejas, sorprendido por los extraños comentarios del flamma.

—¿Eh?

Pasados unos segundos, tras poner en orden las palabras de Rick, el chrysos asintió. Evidentemente, no, no sabía qué había un tipo de mariposa que supiese susurrar, porque él no sabía absolutamente nada de animales, pero evidentemente también, aquello no se lo iba a decir al flamma.

—Eeeeh... Pues no. —Sonrió—. No sé si leí algo así en algún libro, pero no, no lo sabía. —Se encogió de hombros—. Animales...

Ensanchó la sonrisa.
Si se había acercado al flamma, no obstante, no era para hablar de animales, y de naturaleza, ni nada por el estilo. Lo que buscaba en su acercamiento era pedirle un favor: que lo ayudase a entrenar un poco. El chrysos ni tan siquiera tenía pensado que el flamma se convirtiese en su maestro, ni buscaba entrenar con él tanto como con Alehyss, pero sí quería, si era posible, que Rick pudiese supervisarlo durante un par de sesiones. Rick manejaba un mandoble, el chrysos lo había visto varias veces y, a pesar de que el flamma no le parecía muy despierto, creía que podría aprender algo de él. Al menos, pensaba, Rick podría ayudarle a eliminar sus errores.

—Yo estoy muy bien. —Lo miró. Esbozó una amplia, amplísima sonrisa. Luego, fingiendo que acababa de acordarse, añadió—: Tengo un arma nueva, por fin, así que estoy entrenando un montón, un montón. —Rió—. ¿Tú cómo estás?

Asentí, con una sonrisa. ¡Por supuesto que no lo sabía! ¡Mithos! ¿Acaso alguien lo sabría más que el que hubiese escrito aquel libro, o el que lo hubiese leído? Vaya cosas misteriosas y extrañas encontraba uno sin buscarlas...

-¿Un arma nueva? -pregunté, levantando la vista del dibujo de uno de los seres más extraños que creía haber visto jamás-. ¡Probar cosas nuevas siempre es interesante! Yo tenía interés en probar una lanza. ¿Lo ves interesante? -inquiricé, animado-. Pero una de estas que en vez de punta tienen hoja... ¿Cuál era su nombre? -. Me llevé las manos al tabilete nasal, frunciendo el ceño un instante, pensativo. La pregunta de Lyam me distrajo de nuevo-. Pues bien, supongo. Las cosas están algo tensas, ya sabes, pero supongo que lo llevo bien. Gracias por preocuparte -. Me froté la barbilla con el dorso de la mano, curioso-. Eh... ¿Necesitas algo? Si quieres uno de estos libros puedes cogerlo, tranquilo -murmuré, apresurándome a empujarlos hacia él.

No quería entorpecer su noble estudio, por supuesto.

El chrysos frunció el ceño, pensativo. Había probado a usar lanzas en sus entrenamientos con Vatra, no por interés sino porque era lo que la mujer le había dado, pero aquello no había terminado de convencerle: era incapaz de verse manejando una lanza, la veía poco afín a su estilo de combate. Sin embargo, tal vez al flamma sí le sirviese.

Lyam se encogió de hombros.

—He probado a usar lanzas algunas veces —admitió—, pero no se me dio demasiado bien. —Miró al flamma—. No va conmigo, pero igual tú puedes manejarte con ellas.

No conocía otro tipo de lanzas aparte de las normales, y además, aquello no le interesaba ni lo más mínimo, así que no hizo comentarios al respecto. Sin embargo, sí escuchó pacientemente al flamma hasta el final, y cuando Rick terminó de hablar, negó.

—Oh, no te preocupes. No quiero leer ni nada por el estilo. Pero... —Volvió a sonreír, ampliamente—Ahora que te veo me gustaría pedirte un favor, porque, bueno. —Se encogió de hombros—. Tú siempre me has dado buenos consejos y tal...

Vaya, era un chico estudioso. ¡Quizás me tomaría delantera si no empezaba enseguida a practicar con lanzas! Tenía mucho que trabajar, desde luego.

-¡Pues ya tengo un nuevo objetivo! Las lanzas permiten un rango enorme, desde luego -comenté, asintiendo para mí, satisfecho, con los brazos cruzados.

Dejé de hablar cuando se mostró tan misterioso, mostrándole toda mi atención de pronto, clavando los ojos en él. Un favor... Buenos consejos... ¡Por supuesto!

-No me digas, estimado Lyam -comencé, apartando los libros a un lado- que al fin has admitido lo que siente tu corazón. Te lo dije en su momento, y te lo repito ahora. ¡Lánzate! El amor puede doler, pero más duele el no expresarlo. Créeme. Entiendo mucho más ahora que la última vez que hablamos, y no puedo imaginar nada más doloroso que el sufrimiento y el ser ignorado...

Asentí con fuerza. Desde luego, al fin lo comprendía. Más valía tarde...

Sonrió.

—Suerte con ello, pues.

Y hablaba sinceramente: esperaba que el flamma, si decidía a atreverse con las lanzas, tuviese suerte. Al chrysos a veces le sorprendía un poco cómo era su relación ahora con Rick. Si antes lo había evitado, y había hecho todo lo posible para no intercambiar ni una sola palabra con él, ahora el chrysos se acercaba por propia voluntad a hablar con él. Era un cambio extraño, y si en algún momento del año pasado alguien le hubiese dicho que acabaría hablando amigablemente con el flamma, Lyam estaba convencido de que se hubiese echado a reír.
Aunque había cosas del flamma que parecía que no iban a cambiar nunca, como podía ser su obsesión por relacionar cualquier tipo de problema que el chrysos tuviese con el amor.

—No, no, no. No. —Lyam lo miró, serio—. No necesito ayuda amorosa, Dehnel. —Negó—. Nada de amor: ahora mismo no es el Dehnel romántico el que necesito, sino al Dehnel luchador, ese que es un experto utilizando la espada.

Tomó aire. Tras unos segundos, en voz más baja, preguntó:

—¿Me puedes ayudar un poco a aprender a usar un mandoble? —Lo miró—. Mi arma nueva es una espada, y aunque creo que sé manejarme más o menos bien con ella, sé que tengo algunos errores y, bueno, como tú sabes tanto...

Sonrió.

Me sorprendió su negativa. Pero cuando dijo lo del "Dehnel luchador" lo entendí todo. Me puse de pie enseguida, haciéndome más grande, y fruncí el ceño con una sonrisa determinada, mirándolo fijamente, con un noble asentimiento.

-Querrás decir el Rick luchador -corregí, con un fuerte asentimiento, sintiéndome más poderoso de pronto. ¿De verdad me tenía en tan alta estima? ¿Cómo podía haber dudado de aquel noble muchacho?-. Descuida, Lyam. Si lo que quieres es aprender a usar la espada, has dado con el hombre indicado. ¡Dime hora y lugar y allí estaré para ayudarte a progresar! Me alegra enormemente que hayas decidido seguir el camino de un arma tan noble -aseguré, más cerca de él, apoyando una mano en su hombro.

El chrysos sonrió ampliamente cuando el flamma aceptó, e incluso dejó que Rick apoyase una mano en su hombro.

—¿En serio? ¡Genial!

Lyam había pensado que el flamma, teniendo un bebé a su cargo, podía negarse porque estaría muy ocupado, pero parecía que no, que no le importaba. Aquello era fantástico. Rick podía ser un idiota con todas las letras, pero no había duda de que sabía manejarse con la espada. Con un poco de suerte, el chrysos pensaba, pronto solventaría todos sus problemas.

—Pues, verás, los martes, jueves, viernes y algún día más entreno con Ale... Alguien. —Sonrió—. Así que podemos vernos los lunes o los miércoles, si te viene bien. La hora... Si te viene mejor por la tarde, porque por la mañana igual tengo que ver a alguien, por eso de esos otros entrenamientos, pues mejor. Pero si no puedes —se encogió de hombros—, podríamos vernos por las mañanas.

Lo miró.
Esperaba que no le importase que quedasen por la tarde, porque, francamente, por las mañanas quería dormir. Siempre quería dormir.

Vaya, por lo que decía se estaba esforzando mucho. Y se notaba. Su cuerpo se veía mucho más tonificado, e incluso parecía más atractivo. Como hombre, por supuesto.
Asentí con ganas.

-Me parece perfecto. Así podré organizarme. No eres el único que quiere que lo ayude, ¿sabes? -comenté, sacando pecho levemente-. De todos modos, si algún día no tienes nada que hacer siéntete libre de avisarme. Cuando estoy aburrido me gusta entrenar. ¡Y los horarios no deben alejarnos de la gloria!

Me froté la nariz con el dedo, risueño. La verdad es que estaba de bastante buen humor, teniendo en cuenta la delicada situación.
Miré un momento los libros, de reojo.

-Por cierto, Lyam. Tú no has visto a Inger, ¿verdad? -inquiricé de pronto, curioso, mirándolo un momento, con las cejas alzadas, más serio.

Llevaba mucho sin saber nada de ella. Estaba algo preocupado.

El chrysos asintió.

—Perfecto entonces.

Dudaba que fuese a entrenar con el flamma cuando estuviese aburrido, porque, sinceramente, entre sus planes no estaba pasarse los días entrenando, primero con Alehyss y luego con Rick, pero agradecía el gesto.

Negó al escuchar la pregunta de Rick. Le parecía extraño que no supiese dónde estaba su novia, pero tal vez se hubiesen peleado. Eso, pensó, explicaría por qué Inger se había ido tan enfadada aquel día de la biblioteca. Tal vez la muchacha estuviese pasando por un mal momento.

—Últimamente no. Antes sí que la veía bastante, en la biblioteca, pero llevo meses sin hablar con ella. —El chrysos se encogió de hombros—. La última vez que la vi, se estaba yendo de la biblioteca hecha toda una fiera, así que no hablé con ella. —Parpadeó—. ¿Por qué preguntas?

Hablar de Inger me ponía un poco triste. Al parecer, tampoco él sabía mucho de ella. La buscase como la buscase, era como si fuese escapando de mí por todo el palacio. E incluso podía ser que así fuese. No me hubiese llegado a sorprender. Le había hecho daño, al fin y al cabo...

-Hace tiempo que no la veo, y estoy algo preocupado -murmuré, bajando la vista un momento, frunciendo el ceño-. ¿Sabes si Browen ya se había marchado de Palacio la última vez que la viste? -inquiricé, alzando la vista a él de nuevo. Solo era un mal presentimiento, pero...-. Gerald Browen.

Era decirlo y me empezaba a arder la sangre.

Lyam frunció el ceño, confuso. ¿Gerald se había ido de Palacio? No tenía ni idea, no se había enterado, aunque, francamente, le importaba bien poco dónde pudiese estar el chrysos. Por él, como si se había perdido para siempre en mitad del desierto, solo y sin agua.

—No sabía que Gerald se había ido —admitió. Miró al flamma—. Pero a Inger la vi hará cosa de un mes, mes y medio, si te sirve.

Permaneció un segundo en silencio. Luego, movido por la curiosidad, preguntó:

—¿Tienen alguna relación esos dos? No pretendo ofender, porque sé que sales con Inger y ella parece buena chica, pero...

Alzó las cejas.
Es que casi lo parecía. ¿Por qué, si no, mencionaría a Gerald si estaban hablando de Inger? A lo mejor el flamma pensaba que ambos se habían fugado, o algo así: Rick siempre había tenido mucha imaginación.

Fruncí ligeramente el ceño. Tener que hablar de Gerald me ponía de mal humor, pero al menos tenía la respuesta que había buscado: Inger no estaba con él. Aquello era bastante. Me aliviaba lo suficiente como para calmarme un poco.

-De acuerdo. Gracias -repuse, asintiendo.

Ante sus nuevas palabras, pronto comprendí que había algo que él todavía no sabía. Esbocé una sonrisa cansada, algo triste, y negué con suavidad, mirándome la palma de la mano abierta.

-Inger y yo ya no estamos juntos -mencioné, con tono algo nostálgico-. De hecho, me temí que él iba detrás de ella, y que quizás... -. Apreté el puño, pero me apresuré a mirar a Lyam-. ¡No pienses que soy un celoso, ni mucho menos! Es que ese tipo no es de fiar. Créeme. Yo que tú alejaría todo lo que quiero de él, si regresa. Es un consejo.

Lyam alzó las cejas, sorprendido.

—¿Habéis roto? Vaya... —Frunció un poco el ceño—. Lo siento.

O eso suponía. Realmente no sabía qué decirle. Pero aquello le sorprendía: la última vez que había hablado de Inger con el flamma, Rick parecía muy enamorado. Incluso le había dicho que ya tenía no sabía qué regalo pensado.

Lo que dijo sobre Gerald, sin embargo, no le sorprendió. El chrysos no dudaba que aquel tipo fuese un indeseable que estaba mucho mejor perdido por el mundo.

—No he tratado mucho con él, pero ese tío sin duda es un indeseable. Un capullo, vamos. —Se encogió de hombros—. Pero tampoco es que tenga nada que alejar, tranquilo —se apresuró a añadir.

Esbocé una sonrisa algo apagada, encogiéndome de hombros.

-Bueno, ya hace más de seis meses de eso. No te preocupes -comenté, echándome el pelo hacia atrás, pensativo.

Pero aquello no hacía que no me preocupase por ella. Y después de haberla visto con Gerald... Y después de lo que Browen me había hecho. Fuera como fuese, no podía decir que no tuviese motivos para estar preocupado.

-Solo es un consejo -dije, en respuesta a sus palabras-. Ahora no está aquí, pero quizás cuando vuelva lo haga con más ganas de tocar la moral.

Me acerqué a la mesa y comencé a apilar los libros de nuevo. El maldito Browen me ponía de muy mal humor. Con el buen día que llevaba...