Biblioteca

Aprieto la mandíbula. No sé... Estoy...
Empiezo a mover las manos, algo torpe. No quiero escribir porque hace que el mensaje tarde demasiado en llegar. Prefiero deletrear. Al menos puedo mirarla mientras lo hago.

<<No sé qué hacer.>> Me pican un poco los ojos, y yo sí que no quiero llorar... Que se sienta mal, aún por encima. No. No. <<Quiero que no llores. Quiero que sonrías. Pero no sé qué puedo hacer. No sé qué puedo hacer para que no tengas esa expresión que tienes a veces.>>

Quiero que se sienta feliz. No quiero que...
Alzo las cejas, pidiéndole que me ayude con la mirada. Por favor... Dime qué puedo hacer, qué quieres, para que puedas avanzar sin llorar, para que no estés sola, para que no parezcas triste...

Lluvia observó al claritas en silencio mientras él hablaba, sin saber qué decir, sin estar segura de cuándo era un buen momento interrumpir. Se sentía un poco culpable al verlo así. También confusa. No entendía por qué el claritas se sentía responsable de su felicidad, por qué creía que tenía que hacer algo por ella.

La aether bajó la vista, un segundo. Luego le cogió una de las manos, la derecha, estrechándola con fuerza.

—Soy feliz cuando estoy contigo —murmuró, mirándolo—. Y sonrío cuando estoy contigo. Quédate conmigo: con eso soy feliz.

Trago saliva. Me cuesta un poco. Tengo un nudo en la garganta.
Cuando baja la vista me asusta que llore de nuevo, pero cuando toma mi mano me siento un poco más tranquilo. La oprimo un poco, con fuerza, esbozando una sonrisa algo cansada.

Me sorprenden sus palabras. Alzo las cejas, y la sonrisa se me ensancha ligeramente.

<<Ya estoy contigo, ¿verdad? Siempre que puedo estoy contigo. Me gusta mucho estar contigo.>>

Por eso quería que se alegrase, que se hiciese más fuerte. Porque así, estaba seguro, sonreiría todavía más, y no solo conmigo. Incluso cuando yo no estuviese sonreiría...
¿No?

Le sonrió ampliamente, todavía agarrándole la mano.

—A mí también me gusta mucho estar contigo —murmuró.

Era cierto. Le gustaba estar con en claritas, le daba seguridad, a pesar de que no fuese un poderoso guerrero de Brontë, y de que todavía fuese un niño. Pero con él se sentía segura, como cuando por las noches se acurrucaba bajo las sábanas, pensando que ahí estaría a salvo de cualquier monstruo porque las sábanas tenían ese poder.
Era una sensación extraña, pero agradable.

La miro, esbozando una sonrisa. La verdad era que me sentía un poco más tranquilo, pero de todas formas no sentía que se hubiese arreglado. Porque, de todos modos..., nada había cambiado, ¿no? Todo estaba igual. Pero al menos estaba más tranquila.

Me acerco un poco a ella y le doy un beso en la frente. Luego me aparto y le sonrío, oprimiendo la mano de nuevo, cariñoso. Tengo que evitar que vuelva a pasar. Tendré más cuidado la próxima vez. No seré tan duro de nuevo.

<<¿Mejor ahora?>>, formulo con las manos, mirándola con una sonrisa suave.

Es algo tarde. No creo que leer a estas horas sea lo más apropiado. Pero no me siento mal por no haber podido ver ese libro.

Lluvia le devolvió la sonrisa al claritas, todavía sentada en la silla. Asintió brevemente. Sí, se sentía mejor. Aunque no hubiese cambiado nada, se sentía mejor.

—Sí —murmuró.

Se puso en pie y lo miró un segundo, sonriente. Luego se acercó a él, y tras ponerse de puntillas, le dio un suave, breve beso en la mejilla derecha. Nada más separarse bajó la vista, alzo azorada.

—Gracias...

Me sorprende un poco el contacto. Esbozo una sonrisa, suave, y le doy un pequeño abrazo cuando se separa, negando. Como si tuviese que darme las gracias por animarla cuando la he hecho llorar, aún por encima.

<<Tranquila. Me alegra que estés mejor.>>

Miro alrededor un momento. Luego a ella de nuevo. Aunque es tarde, no quiero marcharme ya. Primero he de asegurarme de que está bien de verdad, de que no vuelve a ponerse triste. Supongo que por una noche no pasa nada.

<<¿Quieres buscar ese libro?>>, inquiero, con una sonrisa amigable.

Buscamos un rato, hasta encontrar un par que le buscasen. Luego decidimos que, ya sí, era hora de irnos. Recogimos las cosas.
Antes de salir me tomó la mano. La miré extrañado un momento, pero terminé por esbozar una sonrisa.

Tenía que buscar, de verdad, una forma de que ella pudiese no estar triste.

*se van*

Había una base en Fulmen, cerca de la capital, de dónde él había crecido.
Era un lugar bastante amplio: tenía diferentes salas, dedicadas o al entrenamiento o al propio descanso, y durante mucho tiempo había estado lleno de gente. Ahora, sin embargo, apenas se usaba: las nuevas bases que Lyam había conocido no solo eran más grandes que aquella, sino que estaban mejor escondidas, así que lentamente la banda se había ido desplazando. Ya en la época en la que él había estado había poca gente, de hecho, hubo semanas, las primeras, en las que solo habían estado Dena, Malia y él, pero ahora aquel lugar debía de estar prácticamente abandonado. No obstante, tal vez se usase como punto de encuentro en ocasiones excepcionales, o como guarida cuando la guarda les pisaba los talones, así que el chrysos la anotó en un papel, acompañada de unas pequeñas indicaciones para encontrarla; aquellas notas no servirían para que otra persona llegase al lugar, principalmente porque no eran apuntes precisos, sino personales, basados plenamente en los recuerdos que el chrysos tenía y en aquello que le había llamado la atención de las veces que había estado.

Había otra base en el Cabo Garndod, una mucho más grande que la anterior pero igual de antigua, y probablemente igual de olvidada. Lyam había estado ahí un par de veces, cuando Dena ya era su jefa. La primera de las veces apenas había parado un segundo, porque Lysa y Guillem habían querido terminar cuanto antes el encargo, pero la segunda de las veces sí había tenido tiempo para observarla. Entonces no había ido solo con sus compañeros de equipo, sino también con Dena y Malia, y ahí había podido ver a algunos de los miembros de más alto rango y más antigüedad de la banda. Había sido una ocasión especial, porque gente cercana al Jefe se había desplazado para entregarles información a los líderes de equipo e informarles de sus nuevos objetivos, así que todo el mundo había estado bastante nervioso y preocupado. Dena no había podido dormir bien durante el tiempo que duró aquella multitudinaria reunión; cuando Lyam se despidió de ella, la chica todavía tenía unas profundas ojeras.

Después de aquella reunión, el chrysos no había vuelto a ver a la flamma hasta que se encontraron en la base de Ignis. Fue allí donde algunos miembros manifestaron que habían escuchado la llamada, y también fue allí donde se decidió quiénes de los que la habían escuchado se irían a Brontë. La base de Ignis era más pequeña que la del Cabo, pero estaba mejor comunicada y oculta. No tenía secciones para entrenamientos, a diferencia de la de las afueras de la capital de Fulmen, pero sí estaba conectada con otras bases mucho más pequeñas donde sí se podía entrenar; Lyam apenas había pasado tiempo en aquel lugar, pero durante el tiempo que estuvo, escuchó a varias personas mencionar que los conductos eran subterráneos y que se adentraban en el interior de la capital. Lyam, aunque no los hubiese visto nunca, se los imaginaba de alguna forma como lo que habían visto en el rescate de Silvanus: probablemente ahí se viese la alianza entre su antigua organización y la encargada de todos aquellos ataques a Brontë, aunque esto no era más que una suposición. Quizá estuviese equivocado, y por eso mismo, se ahorró anotar aquel detalle en el papel.

Había más bases, mucho más pequeñas que las tres que ya había descrito. Durante un encargo en la zona del desierto Ulunqür, él y sus compañeros se habían escondido en una claustrofóbica base, pequeña y oscura, oculta en medio del desierto, de la arena; había que entrar y salir usando magia, conjurando no sabía qué cosa que Lysa sí sabía hacer, y una vez dentro te atacaba un fuerte frío, y era necesario encender varias hogueras si querías ver y entrar en calor. También había una en la Cordillera esta que había en Fulmen, aunque ahí solo habían ido para que otro miembro les diese información sobre lo que debían hacer, así que Lyam apenas recordaba nada de aquel lugar, más allá del hecho de que Lysa se había comido todo el suelo en el descenso y de que Guillem, que bajaba volando, le había echado la bronca por permitir que Lysa se cayese, porque menuda falta de modales, Roy, qué poco caballeroso, por Mithos, y demás tonterías que el aether solía decir.

Lyam suspiró.
Se le hacía extraño pensar en sus compañeros. No solía hacerlo, de hecho, solía evitarlo, pero era inevitable acordarse de ellos cuando recordaba los lugares en los que había estado destinado. A fin de cuentas, de los ocho años que estuvo en la banda, cinco de ellos los había pasado con ellos, así que, por mucho que no hubiesen hablado desde que estaba en Brontë, era imposible borrarlos de su mente. Aunque tampoco era eso lo que quería, no exactamente.

*se va*

Cada vez dedicaba menos tiempo a la lectura, y eso no era algo que me viniera demasiado bien. Las cartas a casa eran escasas, y aunque no iba a olvidarme de leer por no practicar, sabía que me vendría bien hacerlo. Y escribir, de paso. Desde que Jun me había enseñado lengua de signos y tenía aquel amuleto para hablar, veía letras con mucha menos frecuencia.

Así pues, decidí tomar un libro y unas hojas y ponerme a leer y escribir un rato, aunque fuera sin ningún propósito. Así, además, podía darme un descanso. Busqué en la sección de novelas algo no muy largo (y a ser posible con dibujos) y, tras dar con un libro de mi gusto, fui a sentarme a una mesa. Una chrysos que no conocía estaba sentada un poco más allá.

-No molesto, ¿verdad? -pregunté, sonriendo, mientras tomaba asiento.

Satisfecha por su respuesta, y tras dedicarle una sonrisa, me acomodé algo mejor y abrí el libro, hojeándolo un poco antes de proceder a leer. No tuve tiempo de leer mucho, porque pronto habló de nuevo, presentándose.

Solía darme algo de reparo hablar con desconocidos en la biblioteca, ya que era un lugar donde uno no esperaba ser molestado. Pero, por otro lado, me daba algo de reparo encontrarme con gente y no llegar ni a presentarme, así que el hecho de que ella iniciara la conversación me puso las cosas algo más fáciles, y lo agradecí internamente.

-Yo soy Massen Dew -respondí, mirándola con una sonrisa-. Creo que te he visto alguna vez por ahí, pero nunca he tenido oportunidad de hablar contigo. No llevas mucho tiempo, ¿verdad?

Asentí.

-Vaya, sí que pasa rápido -coincidí-. Yo ya he perdido la cuenta. Llevaré unos tres años y algo, pero la verdad es que no se me da muy bien calcular. Pero bueno, ¿cómo lo llevas? Si necesitas algo, no dudes en pedirlo, ¿eh? Aunque supongo que ya te lo habrán dicho otros. El caso es que aquí somos un equipo, hay que ayudarse.

No sabía por qué me había entrado de pronto la vena solidaria y compañerista, pero no estaba mal del todo. Quedaba bien, y no me disgustaba. Yo me lo pasaba muy bien colaborando con otros. Me gustaba más que trabajar sola. Probablemente porque no me gustaba estar sola, sin más.

De nuevo, el arco de mis cejas crece, mientras la contemplo. Llego a entreabrir un instante los labios, que pronto se cierran de nuevo, pegándose entre sí y dibujando una nueva sonrisa, concesiva, suave.

-Eso es mucho tiempo –observo-. Has debido de entrar muy joven –añado, y aunque sonrío puede entreverse un matiz en la voz, casi de decepción o leve tristeza. No obstante, esa perturbación no dura demasiado-. Por ahora podría decir que por fin siento que me adapto, aunque diría, de todas formas, que aún me falta un poco –confieso, bajando la vista al papel un instante-. No obstante, recientemente me encuentro más cómoda, así que supongo que por fin está llegando el momento.

Alzo la mirada hacia ella. Recorro su rostro, y luego miro sus manos, y el libro.

-He interrumpido tu lectura –me disculpo, enseguida, risueña, sin embargo-. Vas a pensar que no me han enseñado educación. Disculpa si estabas ocupada.

Ladeo ligeramente la cabeza. Pese a mis palabras, es fácil adivinar cierta curiosidad en mi mirada.

Asentí, firme, con una sonrisa.

-No a todos les hace mucha gracia, pero creo que sí que soy la que más pequeña entró -expliqué-. Al menos, no sé de nadie más pequeño. Pero no quiero que nadie me tome por menos solo por eso. Me esfuerzo mucho, o al menos lo intento. Verás como con el tiempo te haces a ello.

Volví la vista al libro, y luego me encogí un poco, mirándola con una mueca traviesa.

-Apenas había empezado -repuse-. Además, si te digo la verdad, tengo que obligarme un poco a ello -expliqué-. No soy mucho de leer, pero no quiero olvidarme. De todas formas, me gusta más hablar. Aunque creo que yo sí te he pillado a ti en plena faena.

No sabía si sentirme halagada o abrumada por sus comentarios, aunque trataba de encajarlos con tanta naturalidad como podía. Negué lentamente.

-Eso no debe decirse hasta llegar al campo de batalla -repliqué-. Bien podría ser yo una mentirosa o tú alguien muy humilde. Además, la preparación es algo que se hace, no que viene de base. Estoy segura de que podrías prepararte tan bien como yo, si no mejor.

Miré un momento sus cartas, tan solo un vistazo, y evidentemente sin ninguna intención de cotillear. Bastante poco me apetecía leer como para escoger como lectura el correo ajeno. Sonreí.

-Estamos todos con correspondencia a cuestas como locos -comenté-. Yo debería volver a escribir un par de cartas. Tengo unas cuantas pendientes. Me abruma un poco tener que escribir a tanta gente, y lo voy dejando y...

A la mención de “campo de batalla” mi sonrisa flaquea un instante, pero enseguida corrijo el gesto y vuelve a resultar suave. Río, calma, entonces, cuando sigue hablando.

-Señorita Dew, créeme de verdad si te digo que si te miento con respecto a mis capacidades puede ser en otra cosa, pero no en las que tengo para el combate. Casi me avergüenza admitir mi inexperiencia, aunque he logrado ponerme en marcha y creo que podré mejorar si me lo tomo en serio, por supuesto-. Cuando mis ojos vuelven a encontrarla se nota cierta intensidad, y aunque sonrío da la sensación de que lo que digo es serio-. De todos modos no haría eso; no me gusta el exceso de humildad. No me parece más que otra forma de mentir –declaro, peinando un mechón con delicadeza.

Sigo sus ojos cuando se dirigen a los papeles que he dejado sobre la mesa, un momento. No hago, sin embargo, amago de cubrirlas o retirarlas, y pronto contemplo de nuevo a la señorita Dew, con tranquilidad.

-Supongo que puede hacerse pesado con el tiempo. Al hacerse a un sitio nuevo, cuando deja de ser nuevo, quiero decir, parece que dar noticias es menos necesario -. He bajado algo la voz, y contemplo la segunda de las cartas, la que aún tengo ante mí, con gesto algo apagado, aunque sin abandonar la sonrisa-. Tómatelo con calma –me limito a decir, finalmente, dejando ir un resoplido muy leve, amago de risa.

Me encogí de hombros.

-Lo dicho: eso se cambia trabajando -insistí-. Si necesitas un empujoncito, para eso estamos los demás. Si solo necesitas tiempo, tómatelo. Estamos aquí para trabajar, pero también para aprender, ¿no?

Reí con suavidad, y negué, resignada.

-¡Qué remedio! Si no me lo llegase a tomar con calma estaría desbordada -comenté-. Mi hermana se toma muy mal que tarde en responder, ¿sabes? Está muy emocionada desde que llegué, y no deja de mandar cartas y cartas. Pero claro, no es la única con la que tengo que hablar. Tengo una familia bastante grande, y algo dispersa. Cada vez más. Mantenerse en contacto con todos se hace muy difícil. Al final acaba habiendo preferencias. Lo bueno es que nadie se lo toma demasiado a mal, porque como todos estamos en la misma situación...

Asentí, enérgica. Inger también llevaba mucho tiempo en Brontë, así que podía decirse que Anna había sabido con quien juntarse. Seguro que le enseñaría bien. Yo también debería buscar a alguien con una espada que me ayudase un poco. Aunque por el momento tenía mucho trabajo con el arco, por ejemplo.

-Claro -acepté, contenta-. A mí me gusta más entrenar acompañada que sola. Sirve para ver cómo se desenvuelven los demás, como bien dices, pero además es más divertido. ¿Cómo luchas tú?

Me encogí de hombros.

-Bueno, no todos escribimos para los mismos -repuse-. No sé si conoces a Heylel. Yo hace mucho que no lo veo, pero recuerdo que solía escribir cartas a su mujer a diario. Supongo que dependiendo de quién se trate echas más o menos de menos a la gente. Yo creo que soy bastante independiente, así que no necesito estar siempre en contacto. Pero mi hermana, por ejemplo, me escribe cada dos por tres.

Me encogí de hombros, y acabé por negar.

-Bueno, no necesariamente -repliqué-. Justamente no hace mucho he tenido oportunidad de hablar con el líder claritas, el príncipe Svend. Según me ha dicho, valora mucho a los magos. A él le gusta mucho la magia, y le gusta que la usemos, por lo que parece. Tener un arma nunca sobra, supongo, pero tampoco es absolutamente imprescindible si no es lo que se te da bien.

Llegué a torcer un poco el gesto cuando habló. Calculando el tiempo que llevaba, le había pillado lo peor, probablemente. Aunque hacía ya unos meses que todo estaba tranquilo, era imposible olvidar todo lo que había pasado en el último año. Me encogí de hombros.

-Supongo que Brontë no está en su mejor momento -concedí-. No puedo asegurarlo, pero creo que no se repetirá. Es lo que espero, al menos. Contamos con mucha gente para reaccionar cuando hay una crisis, y los líderes son poderosos. Hemos estado trabajando en ello, ¿sabes? En lo que pasó. Hemos hecho algunos progresos, y seguiremos trabajando. Hay que tener confianza.