Encargos de Madame: La daga de Corbin.

Nada más sucedió aquella noche. Todos dormía tranquilos, profundamente, y si había algún peligro cerca decidió hacer lo mismo. De modo que cuando toda la troupe hubo despertado, tras escuchar algunas blasfemias de Eclipse, la marcha pudo comenzar, tranquila, lenta, pero inexorable.
Las primeras horas no hubo muchas palabras, aunque pronto el grupo se animó un poco más. Sin embargo, al comienzo de la tarde, tras la comida, las palabras volvían a faltar. Y entonces el carro se detuvo, en uno de los caminos que se bifurcaba.

-Nosotros hemos de seguir por el de la izquierda -explicó Ferox, con una sonrisa suave-. Si sigues el camino de la derecha no creo que tardes demasiado en dar con un puente por el que cruzar el río. Desde ahí serás tú el que deba encargarse.

Todas las miradas estaban puestas sobre él, de pronto. Incluso Rayo parecía fijarse en el guerrero con atención, aunque no por ello se levantaba del suelo. El primero en estrecharle la mano fue Ferox.

-Ha sido un placer, Corbin. Espero que tu viaje termine bien.

Fortuna, por su parte, le sonrió, silenciosa, extraña.

-Mañana lloverá cuatro horas a partir de media tarde. Sería útil que aprovechase ese momento para dormir y no interrumpir la marcha.

Incógnita también le tendió la mano, con una sonrisa afable, y cuando se la estrechó Eclipse hizo lo propio con la otra, más animado, burlón, como una parodia de su hermano.

-Si alguna vez nos encuentra venga a vernos, por favor. Estaremos encantados de tenerlo entre el público.

-También puedes venir a verme solo a mí si quieres -interrumpió Eclipse, socarrón-. Estos son muy aburridos.

Violeta, risueña, contemplaba, aunque podría decirse que la envolvía un halo extraño desde hacía rato. No obstante avanzó cuando el resto se hubieron hecho a un lado. Y de verdad parecía que le hubiesen hecho espacio.

-Ha sido un verdadero honor viajar con usted, señor Corbin -recitó dulce, haciendo una reverencia suave, teatral.

Y entonces iba a seguir hablando, pero Tormenta tomó la palabra. Le tendió a Corbin un morral de cuero, con su habitual sonrisa desafiante.

-Hay algo de comida. Estoy segura de que sabes cazarte la tuya y guisar mejor que Ferox si te lo propones, pero llegarás antes si no tienes que entretenerte con esas cosas-. Y entonces le tendió la mano, mirándolo a los ojos-. Ha sido un verdadero placer, guerrero. Espero que podamos enfrentarnos de nuevo alguna vez-. Tormenta miró entonces a Violeta, con una sonrisa más tranquila-. Me encontarás si buscas a los artistas ambulantes más torpes de todo Mithos -añadió, pero mirándola a ella en aquel momento.

Eclipse se interpuso entonces, abriendo una baraja ante Corbin, ignorando a Tormenta y Violeta, poniéndose entre ellos sin tapujos. Sonreía, y la sombra que el ala de su sombrero proyectaba sobre su cara le daba un aire siniestro muy apropiado.

-Coja una carta, caballero, por favor -lo invitó, en un gesto divertido muy semejante al que había ofrecido la primera vez que se habían visto, al inicio del viaje-. Mírela usted, pero a mí no me la enseñe.

Y en el fondo, pese a la divertida expresión pícara, había un rastro amable, más sosegado, más propio de una despedida.

Todos mostraban una sonrisa, aunque la de cada uno era diferente. Tormenta respondió entonces al desafiante tono del guerrero con una risa similar, aunque relajada de alguna forma.

Cuando Corbin cogió la carta Eclipse sonrió ampliamente, satisfecho. Volvió a cerrar el resto del mazo con un movimiento ágil, visual, practicado muchas veces.

-Su carta, caballero es... -. Se llevó los dedos a las sienes, cerrando un momento los ojos, concentrándose-. ¡Un comodín! -arrojó entonces, con una seguridad pasmosa.

-Has usado el mazo de comodines -comentó Violeta, con una sonrisa entretenida.

Eclipse la miró, cómicamente alarmado, con una gran mueca de desaprobación.

-¡Pero no me desveles el truco o me quedaré sin propina! -exclamó, aunque no tardó en mirar a Corbin, risueño-. Quédatela. Es un recuerdo -le dijo, sin más, risueño-. Así cada vez que tengas una buena mano nos recordarás.

Las despedidas estaban hechas. Ya no quedaba mucho más que hacer. Fue entonces, Tormenta, la que tomó la iniciativa y se subió al carro la primera.

-Venga, que tenemos mucho viaje por delante -indicó, arrastrando a Eclipse tras de sí.

Y, en un truco perfectamente ensayado, bien orquestado, como si verdaderamente lo hubiesen ensayado, en un instante todos habían desaparecido de la escena, dejando sola a la pequeña muchacha de bucles naranjas, que miró a su alrededor un instante, viéndose traicionada de pronto.
Miró entonces a Corbin con una sonrisa suave.

-Bueno, señor Corbin, no sé qué puedo decirle que no le haya dicho ya... -. Parecía algo nerviosa, pese a su aspecto liviano, que la hacía parecer siempre algo distante-. Espero que todo lo que le espera sea provechoso. No solo su viaje, entiéndame. Su vida, en general. Yo espero que tenga mucha suerte en todo lo que haga de aquí en adelante. Y que no nos olvide, aunque no seamos más que unos extraños artistas ambulantes sin demasiado repertorio.  

Violeta alzó las cejas a lo que Corbin le dijo, y no hubo nada que ocultase la sorpresa en su rostro.

-¿Puedo hacerlo? ¿Puedo escribirle? Lo haré sin duda, señor, y en caso de que no tenga dónde recibir las cartas buscaré alguna forma-. Una sonrisa cruzó su rostro, dulce, ilusionada-. ¡No sabe lo feliz que me hace con eso, señor Corbin! Trataré de mantener el contacto, aunque sea solo de vez en cuando. Muchas gracias.

Y la muchacha se permitió el cruzar la distancia que los separaba para darle un abrazo breve, pero efusivo. Para cuando lo miró de nuevo parecía tener una mirada menos apagada, con una chispa extraña.

-Que su viaje sea próspero, señor.

Aquellas fueron las últimas palabras que la joven le dedicó. El último contacto fue un beso en la mejilla, acompañado del suave tirón que pedía que se agachase para poder acceder a ella. El último gesto una sonrisa y una despedida con la mano.

Pero cuando Violeta se subió al carro ya no miró atrás. Eclipse se asomó, sonriendo, pero la despedida no se prolongó. Quizás estaban demasiado acostumbrados a cruzarse con personas en los caminos. Quizás eran artistas que llevaban la risa a las personas y no querían mostrarse tristes.

A Corbin le tocaba el camino de la izquierda. Era más frondoso, más tupido que lo que habían recorrido hasta entonces. Parecía más salvaje.
La última parte de su viaje comenzaba, y allí ya estaba solo.

Para suerte o decepción de Corbin, una vez hubo iniciado su viaje en solitario la tranquilidad parecía completa. El entorno parecía acechante, con crujidos ocasionales, o leves sonidos animales, pero ninguna amenaza parecía haberse interesado por él. La jornada, pues, se sucedió sin inconveniente, más que uno.
Pasaba ya un buen rato del mediodía cuando el cielo alcanzó su estado más nuboso. Aunque Corbin, ya prevenido de aquello, había tenido tiempo, para entonces, de encontrar un socavón en un muro del bosque, lo suficientemente grande para protegerlo del inminente aguacero.

No era muy profundo, y el fondo se veía desde la entrada. No lo protegería mucho de las miradas, aunque lo hiciese de la lluvia. Y Corbin tenía para cuatro horas de agua, según Fortuna le había dicho.
Aún tenía para quizás una jornada más de viaje, si no se desorientaba o daba muchas vueltas. Aquella parada era una buena oportunidad para decidir qué haría.

El tiempo pasaba despacio en aquel lugar tan pequeño, acompañado por el monótono sonido de la lluvia. El aire, que no contaba con el calor del Sol en el continente oscuro, soplaba frío, invernal, colándose en los recovecos, mezclándose con el agua, creando una brisa desagradable que introducía buena parte de las gotas en el comienzo de aquella pequeña caverna. Sin embargo, pese a todo, o quizás precisamente por aquello, el entorno seguía siendo tranquilo, y los sonidos animales habían decrecido.

Corbin ya llevaba más de dos horas viendo llover cuando sonó el primer sonido cercano, como un chapoteo de pisadas, que resaltaba por encima del ruido de la propia lluvia cayendo contra las hojas y el suelo encharcado.

El sonido se acercaba hacia allí. Para Corbin era imposible ver nada, debido a la lluvia y la oscuridad, pero los pasos eran demasiado seguros como para resultar una casualidad. Y entonces, sin previo aviso, una figura encapuchada, empapada, hizo acto de presencia, atravesando la cortina de agua, jadeante, y entrando bajo parapeto. Y entonces lo vio.

-¡Diantres! -exclamó, con sorpresa-.  ¡¿A ti también te persiguen?! ¡Rápido, busca dónde esconderte! -le dijo, y enseguida corrió a los muros, intentando encajar su cuerpo en alguna grieta, o tras algún saliente o roca, sin mucho éxito.

El hombre seguía buscando algo entre las sombras. Cuando Corbin se le acercó simplemente se volvió hacia él, aún con el rostro oculto.

-¿Qué pasa? ¿No me has oí...?

No tuvo tiempo a acabar de hablar. Cuando la rodilla de Corbin impactó en su vientre se dobló por la mitad, soltando todo el aire por la boca en un sonido semejante a una arcada. Trató para forcejear para librarse del repentino agarre, entre toses, y aunque su fuerza era considerable el ataque parecía haber logrado su propósito: aturdirlo.

-¡¿Qué demonios haces?! ¡¿No ves que no tenemos tiempo?!

Y como si sus palabras hubiesen invocado a aquellos seres, una bandada de figuras oscuras entró por la misma boca por la que el hombre lo había hecho escasos segundos atrás. Resultaban difíciles de localizar en medio de la penumbra, siendo los orbes de sus manos lo único que resaltaba un poco en aquel lugar.
Podían contarse hasta siete.

Corbin actuó rápido. El primero de sus hechizos le permitió ver la distribución enemiga: uno iba delante y los otros seis formaban parejas dos a dos, tras ese, en una especie de forma de uve. Sin embargo, enseguida comenzaron a dispersarse, con un claro intento por ir rodeando a los hombres. Asimismo, su ebrain aitchbrëa arrancó también un alarido al hombre encapuchado, que en aquel momento trataba de incorporarse del suelo con una mano en el vientre.

-¡Demonio de hombre! ¡Vas a acabar conmigo! ¡Entretenlos un rato! -le chilló con voz apurada, y continuó palpando las paredes, sin ver, tanteando entre las rocas como quien buscaba algo.

Su clair ëm yäk, por suerte, fue certero, y resquebrajó el orbe derecho, haciendo retroceder a la criatura con un chillido desagradable. Pero allí donde una reculaba se abalanzaban tres al mismo tiempo, ondeando en el aire como si verdaderamente se tratasen de ropa flotante.
Otras dos, por su parte, trataban de rebasar al guerrero, con una evidente intención de perseguir al otro hombre, que continuaba tremendamente apurado, buscando a tientas algo que parecía tan importante que lo hacía apartar la vista de su espalda, que peligraba en aquel momento.

De nuevo, los ataques de Corbin repelían a sus rivales, pero eran demasiados, y los dos eran sustituidos de nuevo por el primero y por un cuarto, que chillaban, sin miedo. Se trataba, sin duda, de un problema. El espacio reducido actuaba en su contra, haciendo mucho más fácil que lo cercasen. El que ya se le había lanzado, al que no había podido atacar antes, llegó a rozarlo un instante antes de que Corbin pudiese zafarse, y notó al contacto con su piedra la sensación de que el frío lo envolvía y de que el aire le faltaba por un breve momento.
Y, para colmo el otro hombre no parecía demasiado dispuesto a ayudarlo a derrotarlos.

-¡Por aquí, en algún lugar, ha de haber un pasadizo! -gritó el encapuchado, haciéndose oír por encima de los gritos, mientras rodaba torpemente por el suelo, evitando por los pelos a los dos que lo atacaban-. ¡Pero necesito más tiempo! ¡Dame tiempo y salvaré tu vida, por Mithos!

Pero no tuvo mucho tiempo para hablar, pues, viendo su ataque errado, las dos siluetas rectificaron su marcha y se lanzaron de nuevo. Y el hombre de la capa prácticamente solo tenía pared a su espalda, ya.

Cinco a por el guerrero, dos a por el encapuchado. Los horrdtes parecían haber decidido cuál de los dos hombres representaba un mayor peligro en aquel momento, y se habían dividido de aquella forma. Y habían conseguido, pues, acorralar a los dos. Aunque en el último ataque del claritas uno de los orbes del que lo había tocado había estallado en añicos, arrancándole un chillido también, obligándolo de nuevo a recular.

-¡Por el amor de Mithos! -gruñó el otro hombre, pegado a la pared, lanzando patadas a sus asediadores, buscando alejarlos de sí mientras sus manos seguían palpando la pierda-. ¡Busca alguna piedra que se hunda! ¡Un botón o palanca! ¡Son demasiados, y creo que eran más que estos cuando me los topé!

Corbin, por su parte, hacia estallar en aquel momento otro orbe, y el espectro en cuestión, encontrándose de pronto sin ninguna de sus gemas, retrocedía y parecía descomponerse en el aire, desvaneciéndose, como si nunca hubiese estado. Pero aquello no hacía que los otros cuatro se detuviesen.
Pudo sentir una de aquellas garras asiéndose a su tobillo, helada, helándolo, como alimentándose de su energía, que le arrebataba incluso a través de las prendas.

El combate seguía, caótico, acuciante. Cuando se liberó del agarré Corbin pudo sentir de nuevo el calor, pero el cansancio comenzaba a hacerse patente. Aguantaría algunos asaltos más, pero estaba en un evidente aprieto. Incluso con su habilidad, los rivales eran demasiado numerosos, y no se echaban atrás.

-¡No tengo la menor idea! ¡A mí me lo han contado, pero jamás había venido! ¡Ha sido por la emergencia! -explicaba a gritos, mientras a duras penas repelía los envites de las criaturas, que también lo buscaban.

Una de las figuras, con ya solo una gema, se abalanzo entonces hacia el rostro del claritas, no permitiendo que viese más allá de su cuerpo oscuro, como envolviéndolo. Mientras lo tuviese delante corría el peligro de ser atacado por otros flancos.

-¡Creo que lo tengo! -oyó gritar, mientras-. A ver si... es esto...

Mientras Corbin se deshacía de que se había lanzado contra su cabeza, desgarrando su cuerpo etéreo con dos hechizos, consiguiendo de aquel modo derrotar al segundo de los siete. Quedaban, entonces, cinco, y tres para él. Tres que no habían perdido un segundo en abalanzarse sobre él aprovechando la falta instantánea de visión.
Pronto se vio tocado, y aquella sensación, como un rayo de energía abandonando su cuerpo, haciéndolo temblar, lo recorrió con más fuerza todavía.
Se alimentaban de él, lo devoraban con avidez, arrebatándole la vida a cada segundo. Podía sentir cómo su cabeza se iba nublando, aunque todavía sabía dónde se encontraba.

Al mismo tiempo un sonido quejumbroso sonó, como el de la tierra abriéndose, y una roca se separó del muro abriendo una puerta, una gruta, por la que cabría un hombre de lado, a duras penas, arrastrándose.
Se encontraba a unos diez metros de donde Corbin estaba.

-¡Venga, vamos! -exclamó el hombre, que también parecía hallar dificultades en sus rivales, que trataban de succionarlo y recibían patadas que apenas los distanciaban.

A duras penas, pegado a la pared, trataba de arrastrasre hacia el lugar, aunque en varias ocasiones lograron asirlo, debilitándolo también.

El combate estaba perdido. Corbin pudo deshacerse de uno más, pero las piernas le flojeaban, la oscuridad no ayudaba a su visión borrosa a orientarse, y cuando quiso darse cuenda se percató de que aquellos resollos que escuchaba eran suyos. Y pese a todo, pese al cansancio, pese al entumecimiento de su cuerpo y de su mente, de alguna forma logró llegar al hueco e internarse en el mismo, y en unos segundos que le parecieron horas pudo sentir como el otro hombre entraba también, cómo la puerta se cerraba y cómo, entonces, el mundo se oscurecía.

Se oscurecía...

* * * * * *

Estaba tendido en el suelo. No sabía cuánto tiempo había pasado. A ratos había estado dormido, inconsciente, y a ratos en medio de una fiebre extraña, de una ligereza mental, con el cuerpo pesado, incapaz de diferenciar el delirio de lo real. Y entonces despertó, todavía entumecido, pero notando cómo sus sentidos se liberaban lentamente.

También el hombre encapuchado estaba allí, apoyado contra el muro de una zona más ancha de la gruta, sentado, inmóvil, encapuchado, vivo, peor inconsciente.

Allí Corbin podía sentirse tranquilo, seguro. El tiempo parecía no correr prisa, por lo que pudo tomarse la recuperación con calma. Poco a poco volvía a sentirse, a notar cada parte de sí, a recuperar fuerza y entereza.

Cuando por fin pudo levantarse fue hacia el otro hombre, que aún no había recuperado la consciencia. Retiró su capucha y lo examinó. Era joven, podría bien tener su edad, de raza caeruleus, pelo corto y barba descuidada. Era, en general, bastante robusto, y llevaba un puñal prendido al cinto, pero ningún arma más que aquella, o a la vista al menos.

Cuando Corbin introdujo algo de comida en su boca reaccionó torpemente al sabor, moviéndose por primera vez, mas no despertó. Corbin tendría, pues, que cargar con él. Por suerte la gruta seguía una sola dirección, por lo que fue sencillo elegir el camino que, con aquel hombre a la espalda, se hacía pesado y lento, pero se avanzaba.

No fue hasta pasada la media hora del inicio de la marcha que produjo el primer sonido, comenzando a revolverse.

-¿Qué...? ¿Dónde estamos? -inquirió finalmente, mirando aturdido a su alrededor-. ¿Quién eres? -preguntó luego, más serio, a Corbin.