Encargos de Madame: La daga de Corbin.

El hombre, algo aturdido, asintió, llevándose una mano a la mente. Carraspeó, con un leve jadeo cansado, antes de comenzar a hablar, entonces. Todavía estaba desorientado.

-Es muy extraño ver a gente por estos caminos tan peligrosos-. Explicó-. Mi nombre es Sílex Duvnar y soy explorador. Regresaba de uno de los viajes a casa de mi padre cuando me encontré ese grupo de bestias. No es extraño ser atacado por horrdtes, aunque sí que haya tantos juntos, y más en una zona como esta. Pero siento que el mundo ha cambiado recientemente, y los peligros acechan en cada rincón. ¿Tienes agua?

Se frotó el rostro, los ojos,, respiró. Estaba sudoroso, sucio, como el guerrero, pero ambos estaban vivos. Y debían ser conscientes de aquella suerte.

-Estos túneles sirven para recorrer el bosque sin ser visto. Mi padre me habló de ellos, y contaba con encontrar uno, o estaba acabado-. Sonrió-. Y también te encontré a ti. Quizás de no haberlo hecho ahora estaría muerto... No sé a dónde da exactamente, pero creo que será una mejor opción que volver atrás.

El hombre, Sílex Duvnar, aceptó el agua con agrado, regando con ella su garganta seca, y devolvió luego la bota a Corbin, más recompuesto. Lo miró entonces con curiosidad, llegando a dibujar una sonrisa, asintiendo con suavidad pero, podría decirse, con entusiasmo.

-No creo que pueda correr demasiado, pero puedo caminar -aseguró, con un suspiro-. De verdad creí que no lo contaba -repitió, irguiéndose con ayuda de la pared, poniéndose en pie-. ¿Ahora podrías devolverme mi arma, por favor? -añadió con suma naturalidad, risueño, una vez se hubo alzado-. Y darme tu nombre, de paso, si no es molestia. Yo ya lo he hecho. No me gustan las condiciones desiguales.

El camino único era fácil de seguir, y en aquella zona era más amplio que en la angosta entrada. De todas formas, tuvieron que recorrer más de dos kilómetro de túneles, cuatro incluso, antes de dar con el final del camino, momento en el que el hombre se detuvo a palpar de nuevo las paredes. Uno de los salientes reveló una grieta en la pared que pudieron atravesar, dando a una cueva semejante a la primera, pudiendo respirar aire fresco al fin.
No llovía.

-Ha sido más largo de lo esperado -confesó el hombre, tranquilo.

Corbin tuvo de pronto una sensación extraña, al contemplar lo que su vista le ofrecía. Era, notaba, como si ya hubiese estado allí, como si hubiese pisado aquel lugar antes. Pero al mismo tiempo tenía la certeza de que no lo había hecho.
Pero de alguna forma sabía que no estaba sino más cerca de su objetivo. Los caminos se le revelaban claros, de pronto. Sabía cuáles debía seguir.

-¿Tienes un mapa? Te diré dónde estamos -le dijo el hombre, dispuesto.

Pese a las escuetas quejas del hombre no puso mucho impedimento al respecto de lo del arma, y afirmó tener comida, por lo que el resto del camino hacia el exterior transcurrió la mayor parte del tiempo en silencio por parte de ambos. Una vez allí, cuando Corbin desplegó el mapa, Sílex lo contempló un momento, buscando en él, recorriendo varias zonas con el dedo y tomando una brújula un momento, que colocó sobre la palma de la mano.
Arrugó la nariz y terminó por mirar a su alrededor fugazmente.

-Aquí es -declaró finalmente, sonriente, contento-. Creo que este es el punto exacto.

Se hallaban, pudo comprender enseguida Corbin, a unos quince kilómetros al oeste del lugar al que iba. De alguna forma el túnel lo había hecho atajar un buen trecho, ahorrándole medio día de viaje, aunque en un principio hubiese pensado que se había retrasado.

-Ahora dame mi arma -le dijo Sílex, extendiendo la mano-. Voy hacia el este y el terreno puede ser peligroso por esa zona. Y no hay mucha gente por aquí, así que no cuento con volver a tener ayuda inesperada -le dijo, con un deje burlón al final.

Sílex terminó por recoger de nuevo la mano, rotando los ojos exasperado. Parecía un poco cansado de aquello, aunque no perdía el amago final de sonrisa ni la expresión de buen humor, pese a todo.
Se frotó la nariz con el puño, pensativo, antes de empezar a responder las preguntas de Corbin.

-Voy a casa de mi padre -le explicó, pausado-. Vive hacia el este. Es un hombre solitario, así que mi deber como hijo es mitigar alguna vez esa soledad en la que vive, y llevarle historias. Ya sabes... -. Se encogió suavemente de hombros-. Me dirijo hacia esta zona -indicó, con gesto vago, señalando un punto en el mapa. Y entonces Corbin comprendió hasta qué punto sus rutas coincidían, al comprobar a qué lugar se dirigía el explorador-. Y el peligro... Creo que ya lo has comprobado, ¿no? Es un lugar solitario, abundan las bestias, aunque no los bandidos, de modo que hay que andar con mil ojos-. Carraspeó-. ¿Y ahora puedes devolverme mi arma? El ataque me ha dejado cansado y todavía queda camino. Quisiera llegar hoy a la casa.

El hombre miró a Corbin de reojo mientras este deliberada, sin demasiado entusiasmo. Sin embargo, cuando el guerrero le devolvió su arma dibujó al fin una nueva sonrisa, satisfecho, y llegó a asentir, guardándoselo enseguida.

-¿Buscas a mi padre entonces? -inquirió, y volvió a afirmar con un gesto-. Qué casualidad. Aunque pocas más cosas interesantes que ver hay por aquí cerca, así que podía ser eso o que, como yo, fueses un explorador. O un cazador de bestias -popuso como opciones-. Yo te llevo, por supuesto, pero a cambio... -. Calló un momento, guardándose un comentario mordaz, y cuando volvió a hablar empezaba sonriendo divertido-. Sí. Me parece un buen plan. Entonces vamos.

Quince kilómetros no eran demasiado para Corbin, acostumbrado a esfuerzos mayores  que aquel, y tampoco Sílex parecía desacostumbrado a la marcha, por lo que en un par de horas ya daban con unos caminos que el caeruleus recorría con pericia y, finalmente, el olor a humo indicó la última dirección.

Era una casa de piedra, lo que se encontraron, rodeada de una huerta muy bien cuidada, con agricultura nocturna, y una gran chimenea en un lateral que expulsaba un humo que olía además a comida.

Sílex fue delante hasta alcanzar la puerta y llamó un par de veces. Esta se aprió poco después, y en el umbral apareció un hombre de mediana edad, robusto, de pelo grisáceo por las canas. Al ver a su hijo sonrió, abrazándolo un momento, dándole un par de palmadas en la espalda. No obstante sus palabras se vieron cortadas al diferenciar a la segunda figura, y su sonrisa menguó hasta desaparecer.

-Estaba a punto de almorzar -dijo-. Acompañadme.

Les ofreció una comida sencilla, mayoritariamente verduras de las que habían visto fuera cocinadas con carne de liebre. El sabor era agradable, aunque el de los vegetales le daría unos matices nuevos que Corbin jamás habría probado.
Sílex hablaba, contando algunas de sus historias más pintorescas, y tras un rato el hombre tomo la palabra, cuando si hijo pareció hacer una pausa.

-Vienes de Brontë, ¿no es así? -inquirió a Corbin, mirándolo fijamente-. Cuéntame a qué.

A la visión de la daga el hombre alzó las cejas, y Sílex también mostró una repentina atención. Fue el herrero el que la tomó entre sus manos, sin desenfundarla, examinándola minuciosamente, como si no le importase en absoluto interrumpir la comida para ello. Sus ojos se movían veloces en la oscuridad.

-Hay que forjar de nuevo la empuñadura -le explicó finalmente-. Eso bastará. Puedo encargarme -le indicó, mirándolo serio-. Me llevará un día. Puedes pasar aquí un par de noches hasta entonces, pero deberás traerme leña y caza.

No habló de precios, sin embargo. Lo miró sereno, casi severo, como esperando a que el claritas le diese el visto bueno para ponerse a trabajar allí mismo, sobre la comida.

El herrero contempló a Corbin completamente serio mientras este seguía hablando, y observó los puños que él había puesto sobre la mesa. No tardó en asentir con suavidad, reclinarse hacia atrás, acomodándose sobre el respaldo de la silla.

-Por supuesto -indicó-. Hay formas de acoplarlos, aunque no será tan cómodo de usar como si se funden. No obstante, puedo tratar de hacer un arreglo para que puedas usarlos tanto por separado como juntos -explicó, escueto-. ¿Te vale así? -inquirió entonces, mirándolo fijamente-. Has salvado a mi hijo, por lo que simplemente te pediré que me ayudes mientras estés aquí y estaremos en paz.

Sílex sonreía, por su parte. Convenientemente había contado, durante la comida, la parte en la que Corbin lo salvaba, pero no en la que lo atacaba o lo dejaba sin arma.
Lo miró de reojo, satisfecho.

El trato quedó de aquella forma y los tres pudieron terminar su comida tranquilamente. El hombre comenzó a trabajar poco después, tras haber reposado los alimentos.

Durante el tiempo que estuvo allí Corbin tuvo que ir a cortar leña y cazar para el herrero, ocupándose de algunas otras tareas cuando era necesario, como ir a buscar agua a un pozo cercano. Sílex lo ayudaba a veces, pero la mayor parte del tiempo se internaba en el bosque para realizar algún tarea que no comentaba a nadie.
Fue un día después, por la noche, cuando el herrero abandonó su taller finalmente. Mostró entonces a Corbin el mecanismo que había creado: el nuevo mango de la daga tenía una parte móvil. Al girarlo de cierta forma se creaba una abertura adaptada a la forma del puño, y ambos podían acoplarse mediante un par de enganches que encajaban perfectamente en unas aberturas mínimas hechas en cada puño.

-Esto debería funcionar -le explicó, ofreciéndole la daga y los puños para que revisase ambos.

De aquella forma podría tanto usarlos por separado como en conjunto.

Al día siguiente, en el amanecer caeruleus, Corbin abandonaba la casa. El herrero le entregó antes de que partiese un paquete sellado en una mochila, indicándole que debía cuidarlo como a su vida a cambio de lo que él le había dado gratis, que no debía tratar de abrirlo y que lo entregaría en cuanto pudiese a la mujer que lo había enviado allí. Después Sílex lo acompañó un trecho por un camino que, aseguró, era un ataje.

-Un placer haber sido salvado por ti -le dijo, cuando consideró que el guerrero ya podía solo-. Acepta esta muestra de gratitud también. Pese a los golpes -le dijo, con una sonrisa socarrona, ofreciéndole una pequeña cajita-. Es una brújula. Supongo que eres un gran viajero, pero nunca sobra todo lo que ayude.

Y después se despidieron.
Corbin no podía tener claro si el camino de vuelta sería más peligroso o menos, ni tampoco su duración. Pero ya podía tomárselo con la calma que desease.

MISIÓN CUMPLIDA

Recompensa:

-4 puntos de experiencia.
-Una daga ígnea (No produce llamas, pero su filo, además de cortar, abrasa, como su hoja, provocando graves quemaduras incluso a su portador si lo tocase sin quererlo.
-Puños de acero mejorados para poder usar unidos a la daga.
-Una funda nueva para la daga que puede prenderse al cinturón.
-Una brújula de bolsillo.
-Técnica "Pies ligeros".
-Mejora: orientación marítima.
-Mejora: pesca con redes.
-Morral de cuero mediano.
-Un comodín.
-Muchos amigos e historias.

-No sé si olvido algo...