Encargos de Madame: La daga de Corbin.

Ferox miró a Corbin un instante, serio, mientras este hablaba. Parecía estar cavilando muy seriamente en lo que el claritas había dicho. Mientras tanto, la tranquilidad volvía a la posada, que había quedado extrañamente en silencio por un momento mientras se había dado la escena.

-Por supuesto que Violeta la ha retado, señor, por Mithos... Pero Violeta no es una guerrera, solo una pequeña artista. Y me gustaría preservarla entera, en todo lo posible-. Ferox negó, sin embargo, dando a entender que su diálogo no terminaba en aquel punto-. No obstante ha de saber, señor Corbin, que ni siquiera le pido que ocupe su puesto. No he dicho eso en ningún momento. No creo que el berrinche de Violeta llegue a ningún lado, pero de todas formas creo que usted querrá ver a qué se enfrentaría antes de hacerlo, si llegase a aceptar, por precaución-. El hombre frunció el ceño, algo más serio-. Nuestra directora ha dicho que hoy será el último día que nos permita desafiarla. Pero no ha dicho si librará un combate solo, o si librará varios. Comprendo, por ello, que es posible más de un desafío-. Ferox suspiró, algo abatido. Le hizo un gesto a Corbin mientras comenzaba a andar, para que lo siguiese-. Entiendo que esto no es problema suyo, señor, pero venga fuera de todos modos. Creo que no querría perderse este espectáculo.

Y mientras hablaba, algunos más de los que estaban en la posada habían ido saliendo, curiosos.
Fuera no había empezado nada todavía, pero ambas mujeres estaban ya una frente a la otra, en una zona despejada, a unos seis metros la una de la otra. Violeta, con una expresión furibunda extraña en su delicado gesto, parecía ínfima al compararla con la otra, mucho más alta, imponente y fornida. Tormenta de Fuego, sin embargo, mantenía el gesto tranquilo, sereno, divertido incluso.



-Venga, Vi, cariño, te dejo empezar. Hoy es un gran día, al fin y al cabo. El principio del fin, ¿no es así? -inquirió, risueña, provocativa, apoyando el hacha contra unos toneles cercanos-. Pero date prisa. Se me va a calentar la cerveza.

El combate de las mujeres daba comienzo. El ambiente parecía silencioso por la solemnidad de ambas, la sonriente Tormenta de Fuego y la seria Violeta, pero lo cierto era que los cuchicheos habían ido aumentando a medida que la gente se unía al grupo que se había formado. Incluso dos o tres personas, más ruidosas, apostaban por cuál de las dos "gatitas" se llevaría el premio, y lo cierto era que Tormenta de Fuego tenía todas las papeletas, en opinión de los tres, lo que anulaba la apuesta.



-Venga, pequeña. No tengas miedo -invitó la flamma, con tono burlesco.

Violeta comenzó. Se impulsó hacia la otra mujer, y parecía que volase, ligera y veloz, de una forma enigmática que no podía explicarse. Incluso al mirarla parecía escapar a la vista, pero no por su rapidez, sino por un aura especial y extraña que hacía que así lo pareciese.

De un gesto con la mano, moviendo los labios un momento, Violeta lanzó a la otra mujer lo que parecía un muro invisible, buscando empujarla, y esta simplemente se protegió con los brazos en cruz, retrocediendo un par de metros ayudándose del impulso del empujón. Nada más sus pies tocaron el suelo, ella misma se propulsó hacia delante, haciendo surgir algo de fuego en la hierba que tenía bajo ellos, y lanzó un potente puñetazo con la zurda hacia el rostro de Violeta, que lo evitó apenas por unos centímetros, echándose, liviana, ínfima, a un lado, cayendo sobre la mano derecha y acabando pronto de pie de nuevo.

Un nuevo ataque por parte de la menuda, un nuevo hechizo: dos ondulaciones extrañas en el aire, afiladas como cuchillas, salieron disparadas de su mano hacia el cuerpo de la flamma, formando una equis, arañando el suelo a su paso, haciendo dos surcos, y esta, nuevamente, la evitó con facilidad.
No parecía más rápida que Violeta, pero entonces, cuando atacaba, de nuevo, parecía impulsada por una fuerza sobrehumana que multiplicaba su avance, haciéndolo más incisivo y veloz, y al instante siguiente su codo se estrellaba contra la sien derecha de Violeta, que salía despedida varios metros.
En mitad de su trayectoria, la muchacha giró sobre sí misma, cayendo, por algún motivo liviana, como si el impulso del golpe hubiese cesado, en el suelo, de pie. Sangraba por la sien, y tenía el maquillaje algo corrido.
Tras un momento, se vio obligada a apoyar la rodilla y la mano opuestas en el suelo, jadeante.

-¿Ya está? ¿Solo dos ataques? -. Tormenta de Fuego negó, jactanciosa-. Siempre necesitaste descansar más que el resto, Vi. ¿Y bien? ¿No tienes más?

Violeta hizo amago de ponerse en pie, pero como si el mero hecho de que sus músculos se tensasen hubiese causado su reacción, la flamma despegó de nuevo, dejando la hierba chamuscada a su espalda, y la remato con un tercer golpe, alcanzando su mejilla izquierda con el puño.
Fue un golpe seco, y la chica se desplomó. Ferox acudió enseguida junto a ella, mientras la gente no tenía claro si vitorear o guardar silencio.

-Creo que está claro que esto no ha sido más que un error, Ferox. Espero que ella pueda comprenderlo al fin -murmuró la mujer, dando la espalda al domador, buscando su hacha con la mirada. Sonrió de lado, sin embargo-. ¿O también necesitas que te lo enseñe a ti?

Ferox no dijo nada, y tomó a Violeta en brazos, volviendo junto al grupo de gente, que le abrió paso, junto a Corbin.

-Juzgue usted mismo, señor -murmuró-. Aunque me temo que quizás ahora desee, menos que nunca, aceptar una petición tan descabellada como esta.

Retiró un par de mechones de la herida de Violeta, aplicando un fuuchi sobre ella, con gesto algo preocupado.

Cuando Corbin habló todas las voces que habían empezado a hablar cesaron, y los que allí se encontraban, Ferox, y la propia Tormenta de Fuego, se volvieron para mirarlo. La flamma lo contempló largos segundos, con una ceja alzada y una sonrisa burlona. Terminó por romper a reír, entre incrédula y tremendamente divertida, dándose la vuelta por completo, dejando su arma donde reposaba.



-Esto sí que es divertido. ¿No se ha acabado todavía? -inquirió, avanzando los pasos que acababa de separarse del lugar al ir a por el hacha, regresando al punto donde todo había comenzado-. Parece que hoy es el día de las lecciones. ¿Cuál es tu nombre, chico? Me gusta acordarme del de aquellos que derroto para poder cerrar bocas luego -comentó, muy segura de sí misma, llevándose las manos a las caderas, ladeando la cabeza-. O mejor déjalo -añadió luego, jactanciosa-. Ya son demasiados nombres a recordar. Una mujer tiene que pensar en otras cosas, ¿sabes?

Cuando adoptó su posición, Tormenta de fuego pareció empezar a emanar un vapor extraño. De nuevo, bajo sus pies, la hierba parecía marchitarse. Al estar más cerca que antes, Corbin podía percibir una leve ascensión de la temperatura, y ver cómo el aire que rodeaba a la mujer parecía enturbiarse y ondular levemente.

-A ver qué sabes hacer. Acabemos con esto.

Acto seguido, la mujer se impulsó de la misma forma que lo había hecho contra Violeta, adoptando de pronto una velocidad extrema que parecía exagerada, solo con el impulso, dejando un par de pequeñas llamas a sus pies, y repitió el mismo movimiento: su puño izquierdo salió disparado hacia el lado derecho del rostro de Corbin, fugaz, peligroso, haciendo que el aire se estremeciese a su paso, calentándose. Parecía verdaderamente estar compuesta por llamas, porque caldeaba el ambiente con su mera presencia.

Corbin pudo sentir el aire caldeado rozándole la mejilla cuando el golpe pasó a escasos centímetros de esta, esquivándolo por los pelos. Pero antes de que pudiese responder, ella parecía haberse impulsado de nuevo hacia atrás, y había salido de su alcance. No daba la sensación de ser liviana, como Violeta, sin embargo sí era extraño ver cómo parecía desplazarse distancias inmensas con impulsos que parecían relajados, insuficientes para tales recorridos.

Ella lo miró entretenida, como si estuviese participando en un juego sumamente divertido. Incluso se pasó una mano por la melena, echándosela hacia atrás, divertida, elegante, antes de regresar a la contienda.

-No está mal para un don nadie -murmuró, jactanciosa, y se puso en marcha.

Potente, en un nuevo y brutal avance, se lanzó en diagonal hacia la derecha de Corbin, rebasándolo apenas en un instante, y desde allí lanzó un nuevo puñetazo, aquella vez hacia su sien derecha, utilizando la diestra en vez de la zurda. Era un golpe directo, veloz, que no titubeaba en absoluto. ÉL no había tenido tiempo a reaccionar ni volverse por completo, pero el calor y lo que podía ver de reojo le permitía saber la posición aproximada de ella y la trayectoria de su ataque, y tenía que actuar en consecuencia de aquello.

De nuevo, Corbin sintió cómo el puño lo rozaba. Lo despeinó, y un instante después, al ver el golpe fallido, se plegaba de nuevo. Tormenta de Fuego sonreía con fiereza. Y él, sin embargo, sí la alcanzó, pero tan suavemente como una caricia, solo rozando su ropa, pues ella había, en un momento, doblado la espalda, metiendo el vientre hacia atrás, huyendo de su mano mientras esta avanzaba, salvándose.

A lo que no pudo escapar, sin embargo, fue a la ceguera que el hechizo le provocó, ante la cual dejó ir una carcajada jocosa. Se impulsó veloz con la izquierda, moviéndose ante las narices de Corbin, para atacar por el lado contrario. En aquel momento fue su pierna izquierda la que buscó, con un barrido, la sien izquierda de Corbin, potente. Pese a la ceguera, su trayectoria no parecía precisamente errónea, y sus movimientos eran igual de seguros que hasta entonces.

-La vista está sobrevalorada -murmuró, sin más, con una sonrisa de tiburón en los labios-. Los artistas deben saberse su número a la perfección, y poder repetirlo incluso sin ver.

La gente, callada, contemplaba la visión espectacular que se desarrollaba. Ferox, todavía con Violeta en los brazos, también miraba, más serio. Pero ya no estaba solo. El resto de los miembros de la troupe, igual de serios que él, lo acompañaban. Parecían especialmente tensos.

Cuando Corbin reaccionó, Tormenta de fuego todavía no había recuperado la visión. Quizás su trayectoria no había cambiado debido a aquello. Como resultado del encuentro entre la pierna y el puño, Corbin sintió cómo el brazo retrocedía más de la cuenta con el impacto, y el tirón violento llegaba al hombro, que debía detener aquel retroceso provocado por una fuerza bastante superior a la suya. También su cuerpo salió despedido un poco hacia atrás, aunque no cayó: simplemente fue empujado.

Su hombro derecho dolía, pero era una sensación perfectamente soportable. El puño de hierro, por otro lado, había recibido el impacto, y la mano se había librado de un buen golpe.

La mujer apoyó de nuevo la pierna en el suelo. Su sonrisa era más tensa. Parecía ser capaz de ver de nuevo. 

Lo escrutó.

-Parece que ha venido un temerario -murmuró, más seria que hasta aquel momento-. Pero eso no ha sido más que un error por mi parte que no se va a repetir. No vas a tocarme de nuevo, chico. 

Un halo amenazante, nuevo, había surgido de ella. El aire que la rodeaba comenzaba a ondularse un poco más, fruto del calor creciente que parecía irradiar su piel. Incluso su cabello parecía moverse un poco por sí mismo, debido al ascenso del aire caliente, que creaba una suave corriente ascendente que la envolvía.

Cuando Tormenta de Fuego se puso en marcha aquella vez la hierba se incendió, y no solo del lugar del que ella partía. Una línea de plantas chamuscadas la perseguía, aunque las llamas no llegaban a aparecer, dejando su trayectoria dibujada en el suelo. Y en aquella velocidad su velocidad fue tal que Corbin apenas pudo distinguirla. No parecía ser humana.

Cuando sus ojos reaccionaron ella ya estaba muy cerca, frente a él. Un puñetazo certero, veloz, volaba hacia el lado derecho de su mandíbula, dejándole un instante escaso para reaccionar.

 La gente, muda, contemplaba el espectáculo. Violeta había despertado, y también contemplaba, junto a Ferox, fatigada, sentada en el suelo. Ella, como el resto de la troupe, también tenía una extraña expresión de preocupación y cansancio, que se le notaba incluso pese a la capa de maquillaje que llevaba.

Corbin parecía torpe, comparado con ella. Si seguía moviéndose a aquella velocidad el combate no duraría demasiado para él. Apenas podía diferenciar ya los movimientos, como si ella avanzase más rápido que sus propios reflejos.

Por desgracia para Corbin, él no tenía forma de adivinar las acciones de Tormenta de Fuego antes de que ella las declarase. Y cuando el movimiento empezaba ya casi podría afirmarse que no había tiempo. 

Como Corbin pensaba, su barrera no fue suficiente para contener un ataque tan atroz, pero sí para minimizar un poco su velocidad, y para darle tiempo de apartarse, por lo que cuando ella alcanzó su posición pudo, por meros reflejos, y por una ínfima distancia, apartar la cabeza del puño, que pasó junto a su mejilla derecha, causándole una desagradable quemazón, pero nada más.

Ella retrocedió un instante, recuperando carrerilla con la distancia, mirándolo con una sonrisa extraña, divertida, pero no duró demasiado en aquel punto.

-Me bastarán tres golpes para derrotarte -indicó, segura de sí misma, cuando ya volvía hacia él.

Aquella brevísima pausa había dado a Corbin tiempo para invocar un clair ëm yäk, que la obligó a desviarse un instante de su trayectoria, pero lanzó el ataque de todas formas, hacia abajo, hacia sus pies. Una patada, de frente, lo golpeó en las espinillas, dolorosa, potente.

Corbin sintió enseguida cómo su cuerpo hacía amago de precipitarse hacia adelante. Tenía todavía tiempo para reaccionar a aquello, pero poco, porque ella se había recuperado del impulso y volvía a erguirse, preparada para lanzarse de nuevo contra él.

Aquella vez, Corbin no perdió un instante, lo cual fue una buena decisión, dada su situación y el escaso tiempo del que disponía para reaccionar. Lo primero fue un hechizo, un fogonazo de luz cuando ella ni había comenzado su ataque, que sin embargo golpeó con precisión un puño que se dirigía hacia él, como la predicción de Corbin había sentenciado. Inmediatamente después, de alguna forma antes de que la mujer fuese consciente de que sucedía, también el propio puño del claritas la alcanzó, y los dos se encontraron.
Si bien Corbin fue consciente del duro impacto que recibía, que de nuevo lo hizo sentir un leve tirón en el hombro, notó que la fuerza era menor. Obviamente, uno de los motivos era que en aquella ocasión enfrentaba un puño, y no una pierna. La otra, muy probablemente, se debía a la unión del clair ém yäk con el segundo de sus golpes, y al hecho de que él llevaba un puño de hierro y ella iba con la mano desnuda.


El impacto la hizo retroceder de un impulso, abriendo distancia enseguida. Si Corbin miraba su puño podría diferenciar un rastro de sangre, ajena, sobre el hierro. Ella, por su parte, conservaba la sonrisa, y abría y cerraba el puño varias veces, sin ocultar sus nudillos heridos.

Si lo que ella había dicho era cierto, solo quedaba un golpe. Y Tormenta de Fuego no parecía dispuesta a dar tregua.

El impulso fue bestial, incendiando una buena zona de hierba, propulsándola con una fiereza descomunal. Aunque los separaban unos cinco metros, se reducían a una velocidad sobrehumana.
Corbin podía verla llegar, pese a todo, porque el espacio era suficiente. Ella lo buscaba, apretando el puño derecho, el fuerte, hacia su estómago.
Iba claramente de frente.

Aquel era el último movimiento, según ella había revelado. Su gran ataque final. La guinda del pastel. Y, aunque Tormenta de Fuego no lo había declarado de aquella forma, el concepto quedó claro muy poco tiempo después.

La vio llegar, amenazante, con su puño. Podría decirse, vista la situación, que ambos comenzaron el siguiente movimiento que realizaron al unísono, pues ninguno de los dos fue capaz de cambiar de rumbo por haber visto el del otro.
Sucedió todo muy rápido.

Corbin se lanzó al suelo, a por las piernas de Tormenta de Fuego. Al mismo tiempo ella, fugaz, repentina, abandonó su recta desviándose un poco, pasando por su lado, cruzándose ambos. Todo lo que Corbin pudo sentir el breve momento que no la vio, debido al ángulo en el que se encontraba uno con respecto al otro y a la velocidad de la mujer, fue un calor repentino pasar por encima de él, y al alzar la vista vio el resto de una potente onda ígnea que lo hubiese golpeado por detrás, desde la espalda.
El hechizo se desvaneció con una explosión, arrancando un jadeo al público, que observaba anonadado. Desde luego, aquel golpe no habría dejado a Corbin indemne.

Cuando Corbin volvió a mirar a Tormenta de Fuego, ya lanzando su ataque, esta estaba inmóvil, contemplándolo, muy seria, casi podría decirse que sombría. Lo esquivó ladeando el cuerpo, con un gesto casi perezoso, sin dejar de contemplar al claritas en ningún momento.

-Chico -llamó ella, mucho más seria que hasta entonces, sin perderlo de vista, sin moverse, pero extrañamente amenazante. Irradiaba un aura extraña de peligrosidad que disuadiría a muchos de mirarla siquiera, cuanto menos de acercarse-. ¿Cómo decías que era tu nombre?

Incluso encontrándose inmóvil, desarmada, sin aspecto de ir a lanzarse al ataque, Tormenta de Fuego parecía más peligrosa en aquel instante que en ningún otro. Y, sin embargo, al mismo tiempo se mostraba pasiva, como si no hubiese habido combate alguno en ningún momento y, simplemente, llevasen todo aquel rato hablando de banalidades.

La mujer alzó las cejas, con interés, aunque seria, y terminó por asentir. Iba a abrir los labios cuando él reemprendió su marcha contra ella, lo cual le arrancó una sonrisa burlona, jocosa, aunque no la hizo moverse.

-Verás, Corbin -comenzó, con tono explicativo, evitando su puño por muy poco, apenas moviendo el cuerpo hacia la derecha, inclinándolo, pero sin desplazarse-. No tienes que luchar más. El espectáculo ha terminado ya.

Al instante el claritas sentía un poderoso golpe sobre la nuca, que hizo que su entorno se emborronase de repente, como si la oscuridad se lo estuviese tragando. Lo último que vio fue el suelo, acercándose.
Lo último que escuchó, ya en medio de la oscuridad, fue apenas un murmullo.


Antes de poder abrir los ojos Corbin sentía cómo el suelo se movía a pequeños trompicones, aunque no llegaban a resultar desagradables, y un traqueteo familiar lo arrullaba. Su cuerpo, relajado y descansado, parecía flotar, de alguna forma, y si se paraba a fijarse notaría que una venda rodeaba su cráneo un par de veces, apretando una gasa contra su cráneo. No obstante, el dolor apenas era un recuerdo.

-Parece que despierta, nuestro huésped -canturreó una voz, entretenida, a la izquierda de Corbin.

Un pequeño movimiento, suave y leve como un suspiro, sonó acercándose a él, que poco a poco notaba los párpados ligeros, viéndose ya capaz de despertar.

-Oh, señor Corbin. Por fin despierta usted -. A su lado, arrodillada y con las manos apoyadas junto a su brazo, casi sobre él, la muchacha lo miraba. Desmaquillada aquella vez, con la fina piel al descubierto. Un parche, sin embargo, tapaba su mejilla herida-. Es increíble su habilidad, señor. Me ha dejado anonadada. Supe de su fuerza solo con verlo, pero jamás creí que fuese tan impresionante.

Estaban en el carromato. Violeta, Ferox y Rayo, uno de los gemelos y Fortuna, sentada en una esquina, silenciosa, pero mirándolo fijamente a través de sus enormes gafas, como si fuese un muñeco dejado en aquella posición.
El carro estaba en marcha.

-Verdaderamente impresionante -corroboró el domador, con un asentimiento, acariciando suavemente a su bestia, recostada junto a él.

-Bueno -habló otra voz, entrando en aquel recinto desde la zona del conductor, atravesando las cortinas-. Olvidáis quién venció al final. Dejad tanto halago para el que se lo gane-se quejó Tormenta de Fuego, aunque sonreía con diversión-. Buenos días, Corbin -saludó entonces, mirándolo a él, de pie, con gesto socarrón.

* * * * * *

Violeta se apartó un poco, dejando a Corbin que se levantase, y rió con suavidad cuando él hizo la primera pregunta, con su habitual tono musical. La tensión que había mantenido durante en el encuentro junto a la posada parecía ser agua pasada.

-¿Dónde vamos a estar, señor Corbin? Nos dirigimos hacia el este, siguiendo el curso del río. Lleva durmiendo unas diez horas, diría yo -. Buscó a Ferox con la mirada, que asintió.

-Once horas, trece minutos y cuarenta y un segundos -detalló Fortuna desde su esquina, volviendo a su inmovilidad habitual tras sellar los labios.

Tormenta de Fuego, entretenida, por su parte, se dejó caer en el suelo, apoyándose contra la pared, con aspecto relajado. También ella llevaba una venda en la mano, pudo observar Corbin, que le rodeaba los nudillos.

-No quiero que malinterpretes la situación, guerrero -murmuró, mirándolo de reojo con una sonrisa divertida, arrogante-. Con un rival como tú no he tenido ni para empezar. Aunque, admito, tienes madera para el mundo del espectáculo. ¿No te has planteado el poner tus habilidades en manos de alguna compañía? -. Rió, para sí. Casi parecía burlarse de aquella misma idea-. Supongo que no eres de los que pierden el tiempo con esas cosas. Ser artista requiere mucho entrenamiento, pero la gente valora más a los guerreros y los mercenarios. Son "más útiles" -resolvió. Parecía hablar sola.

-¿Quiere comer algo, señor Corbin? -interrumpió entonces Violeta, alzando las cejas, lo que ensanchó sus ya de por sí grandes ojos-. Debe de estar hambriento.

Tormenta de Fuego dejó ir una carcajada jocosa, pero no dijo nada. Se limitó a cruzarse de brazos y acomodarse.

-Cuéntenos, señor -dijo entonces Eclipse, con una sonrisa entretenida-. ¿De dónde viene usted? No todo el mundo puede herir a Tormenta, y eso se lo puedo asegurar.

La mujer arrugó el ceño, aunque seguía manteniendo un atisbo de sonrisa, en el fondo. Era fácil percibirlo.

-No seas jactancioso, Francis -siseó sin más, entretenida-. Tú no podrías, y no me tientes -.El mago hizo una reverencia exagerada, bufón,  y amagó el gesto de cerrar sus labios con una cremallera. Entonces la mujer volvió a mirar a Corbin, con interés-. Pero sí querría saber de dónde has venido, guerrero, y a dónde vas. ¿No tienes una historia que contar?

Todos parecieron guardar silencio cuando Corbin habló. Incluso Violeta se sentó de nuevo, tras tenderle algo de comer,observando curiosa, con una sonrisa entretenida en los labios.

-He oído hablar de Bronté -comentó Tormenta de Fuego, alzando un poco el tono, cuando Corbin se pronunció-. ¿Son todos como tú por allí? -inquirió entonces, y su gesto revelaba curiosidad, aunque su tono animado no guardaba malas intenciones.

-¡Entonces harán falta diez o más para derrotarte, oh, mi señora! -se burló Eclipse, entretenido-. ¿Quizás sea un ejército para acabar al fin con vos?

Ante la nueva mirada de reprobación que recibió de la flamma, el hombre se encogió, aunque sin perder en ningún momento el gesto pícaro. Rayo bostezó, entonces, levantándose y estirándose un poco. El carromato era amplio, pero las voces y movimientos lo hacían parecer más pequeño. Y de todas formas tenían cierto sitio para moverse.

-Una vez una mujer... -murmuró Eclipse, bajando la vista, más serio de pronto.

-Oh, no -masculló Tormenta, llevándose una mano a la cara, cubriéndose con ella.

Ferox rió, calmo, y Violeta miró a su compañero, entretenida, escuchando sus palabras.

-¡Era una mujer horrible! -exclamó Eclipse, abriendo mucho los ojos, gesticulando-. Espantosa como un ogro. Las arrugas poblaban su rostro, pese a su corta edad. ¡Y tenía una enorme verruga en la nariz!

-Con tres pelos -se escuchó un apunte, desde la parte delantera, al otro lado de la cortina que separaba el interior del exterior.

-Creo que eran cuatro -repuso Eclipse, contrariado, negando-. ¡Como fuese! ¡Oh, qué odiosa era además! ¡La más egoísta! ¡La más mala! Solo blasfemias salían de su boca, señor, y tenía de artista lo que yo de sastre. ¡Y el sentido del humor de una piedra! Un poco como usted, señor -se burló, con una leve risa, malicioso-. Crío a dos grandes artistas, ¿eh hermano?

-A los dos más grandes de esa aldea, por lo menos -comentó el otro, desde fuera.

-Nos criamos en Humus -aclaró Eclipse a Corbin, con tono de estar diciéndole algo confidencial, terminando con una risilla.

Tormenta, por su parte, mantenía la mano sobre el rostro, con una especie de mezcla entre resignación y una sonrisa.

-¡Verá! -. El caeruleus se puso en pie de un salto impetuoso, e hizo amago de tocar un violín invisible, realizando con la voz una imitación bastante convincente de ello-. Ella era la bruja más grande habida sobre la faz de la tierra. Pero no se lo diga a Incógnita, que se pone muy sensible cuando hablan de su madre -. Sonrió-. Yo es que soy adoptado, ¿sabe? ¡Entonces nos fuimos de casa! ¡Pero algo había que hacer, eh hermano!

-Yo propuse ser minero, pero él es un vago -dijo el otro desde fuera, siguiendo con el diálogo, entretenido, con un tono más mordaz.

-Quizás sea cierto, señor, ¡pero cuando uno no come a diario valora mucho más las comidas! -exclamó finalmente, dejando ir un par de carcajadas suaves.

-Comerías a diario si tuvieses algo de gracia -masculló Tormenta de Fuego, negando para sí, cruzada de brazos.

Y Fortuna, por su parte, contemplaba igual de callada que siempre, sin reaccionar, al menos en apariencia,a ninguno de los gestos de nadie, ni a los comentarios. Solo respiraba y pestañeaba. Nada más.