Biblioteca

Tras un buen rato caminando e intentando disimular el par de veces que se encontró con el mismo pasillo de antes, abrió una gran puerta cuyo interior le agradó.

- La biblioteca -anunció, contento de que existiera un lugar así y, aparentemente, tan lleno de obras. Ya se encargaría luego de juzgar el mismo la calidad de estas. La miró con una inquietante sonrisa-. ¿Te interesa?

Frené en seco en la puerta. Una biblioteca. Vaya. Sonreí.

- ¡Libros! -exclamé con entusiasmo. Eché a correr hacia las estanterías, cogiendo volúmenes al azar, uno de aquí, otro de allá, sin fijarme en los títulos, hasta hacerme con un montón que me hacía tambalearme al caminar. En ese momento giré de golpe, con lo que el montón se inclinó hacia un lado peligrosamente, y tras conseguir una cierta estabilidad, caminé con paso firme hacia unas mesas que allí había. Luego, corrí hacia Zacharyas, lo tomé del brazo y lo llevé hasta la mesa, sentándolo en una silla.

Me senté en frente y empecé a poner los libros en la mesa frente a él, uno encima de otro, mientras iba informándole sobre su contenido.

- Este es de historia -abierto frente a él-. Este, de astronomía -encima del de historia-. Este... parece una novela. Y este otro, de poesía. Animales... Armas... Anatomía... Vaya, otro de poesía.

Una vez puestos en un montón, frente a él, lo miré. Parpadeé confusa cuando me di cuenta de que los libros apenas me dejaban verlo. Me tape la cara con la mano por mi estupidez, muerta de risa, y negué con la cabeza. Bajé de mi silla y me situé de pie a su izquierda, mirándolo con una sonrisa, con las manos apoyadas en su brazo.

- ¿Cuáles te gustan? Di.

Una vez más, se vio arrastrado por la energía de la parvus, que se tomaba unas confianzas increíbles con él, como si se conocieran de siempre. Al estar sentado en aquella silla, frente a tantos libros, se preguntó por qué razón querría ella saber tanto de alguien como él, extraño, desconocido y macabro. Nadie había mostrado jamás tanto interés en tan poco tiempo.

Observó los libros con calma y fue separándolos uno a uno.

Historia. Anatomía. Armas.

Al mover este último la miró.

- Mi padre es herrero -dijo, como si ese dato zanjase una importante conversación.

Apreté su brazo con fuerza y una oleada de emoción me recorrió en estómago. La sorpresa de que me ofreciera un dato sin preguntas me proporcionó una tremenda ilusión.

- Herrero. Caray -comenté-. Estará cachas, ¿eh, chiquillo? -solté una pequeña risita.

Miré el libro. Me subí a la silla, medio sentada en el regazo de mi compañero, y me puse a pasar páginas, parándome a estudiar los dibujos.

- ¿Y a ti te gusta la herrería? -pregunté, casi como si cantara.

Sonreía, algo melancólico, mientras observaba a la muchacha pasar páginas. Le agradaba que se alegrase por nimiedades como esa. Al menos no sentía ninguna clase de rechazo, que era peor. Además, poco a poco se acostumbraba a sus confianzas y su proximidad. Era, sin duda, una muchacha extraña, pero él no lo era menos.

El recuerdo de su padre apareció nítido en su mente. Un caeruleus fuerte y alto, de brazos musculosos y piel curtida y morena por el fuego de la forja. También recordó fugazmente su propio cuerpo sosteniendo el martillo y como su padre lo guiaba para que aprendiera el oficio familiar.

- No -respondió, sin más. La miró-. ¿Qué libros te gustan a ti?

Fingí un puchero ante su respuesta, tan seca y simple. Me había gustado que hablara por sí solo, pero al parecer no debía acostumbrarme. Me acomodé definitivamente sobre su regazo y esparcí los libros por la mesa para verlos todos mejor.

- Veamos...

Me llevé de nuevo un dedo a los labios, acariciándolos mientras pasaba mi vista de unos a otros con breves murmullos, entre pensativos y musicales.

- Me gustan las novelas -atraje el libro hacia mí-. Pero no la poesía -puse la mano de Zacharyas sobre uno de los libros de poemas y moví su brazo, de forma que arrastró el libro por la mesa para alejarlo de nosotros. Repetí la operación con el otro libro-. Anatomía e historia, sí -los acerqué-. Animales, no -tomé su brazo para que lo alejara-. Astronomía... Interesante, pero sé poco del tema -también alejado-. Armas... Depende de qué armas -hojeé el libro-. Debería empezar a estudiarlas en profundidad...

FdR.: Sí, utiliza su brazo para alejar libros porque es más largo XD

Mientras ella hacía esa especie de juego con su brazo, utilizando su brazo para alejar los libros, la muro algo melancólico, pero pronto volvió a animarse mientras ella iba haciendo comentarios sobre cada uno de los temas.

- Me pegabas con animales -confeso medio susurrando.

Carraspeó y se rascó la sien con la mano libre, pensativo, con el rostro relajado.

- Sé de armas. Podría... -. La miró, callado, preguntándose si debía hacer aquello. Era un gran compromiso para él. Aún estaba a tiempo de echarse atrás.-. ayudarte.

Me senté de medio lado, mirándolo con una sonrisa. Pasé un brazo por su costado, en una especie de semiabrazo, alzando la cabeza para mirarlo, como una niña que espera que le cuenten un cuento. Negué con la cabeza.

- Me gustan los animales -reconocí-. Me parecen graciosos, y algunos son muy curiosos. Pero no es un tema que me interese especialmente.

Me apoyé contra él con un suspiro, cerrando los ojos un momento y abriéndolos con fuerza de nuevo e incorporándome ante su propuesta.

- ¿De verdad? ¿Me ayudarías? -mi sonrisa era tan amplia que apenas me cabía en la cara-. ¿Y qué podrías enseñarme?

"Así que era eso..." Había acertado con lo de los animales, lo que le hizo pensar que a lo mejor no se le daba tan mal tratar con gente como pensaba. De todas formas, el mundo de las armas era, tal vez, algo más peliagudo.

- Pues tipos de armas, usos, materiales, formas de fabricarlas... -. Mientras enumeraba, mirando hacia arriba con expresión distraída, iba levantando un dedo de cada vez-. Cosas de ese estilo. Tuve que aprenderlas...

La miró. ¿De verdad podían parecerle interesantes esos aspectos de las armas? A él solo le gustaba lo que podía llevarse a cabo con ellas. Nada más que eso.

Fui siguiendo el movimiento de sus dedos a medida que el iba enumerando. Sí... Un hijo de herrero tenía que saber cosas, por la fuerza.

- No me interesa el fabricarlas -comenté, agarrando su mano y bajando el dedo con el que había enumerado ese aspecto. Bajé también el de los materiales-. Materiales, tampoco. Al menos, por ahora. Cuando me interese fabricarme un arma, sí. Pero tipos de armas... Y, sobre todo, usos... Creo que debería informarme sobre eso. Voy a ver muchas a partir de ahora, ¿a que sí?

Me recosté de nuevo contra él, jugando con su enorme mano entre las mías. El contraste era muy gracioso. Su mano era muy graciosa. Me reí, a gusto.

- Zacharyas, ¿qué clase de armas te gustan a ti? Cuéntame -pedí, volteando su mano y siguiendo las líneas de sus venas bajo la fina y blanca piel, casi con movimientos hipnóticos.

Se estaba relajando demasiado. Tras empezar a notar su cuerpo más tranquilo en la silla, pese a la presencia sobre él de la pequeña parvus, siguió las palabras de la joven, asintiendo con el rostro y confirmándolo con la voz en los momentos oportunos.

Parecía que ella estaba incluso más relajada que él. Se sintió extraño, estando tan deshinibido ante una desconocida. Una parte de él estaba incómoda, pero la suma total de sus percepciones no tenía nada en contra.

- A mí me gustan todas, en general. Prefiero las de filo -. Irónico, pensó al recordar su arma-, pero cada una de ellas es una herramienta diseñada para crear un arte diferente.

Sonrió. Le gustaba imaginarse las armas como pinceles, plumas y lápices que dibujaban en cuerpos con sangre. Le parecía hermoso.

Armas de filo. Y, una vez más, el arte del dolor. Imaginé aquella mano, de limpio color blanco, salpicada de rojo. La yema de mi dedo seguía la línea de una de sus venas, que pasé a dibujar con mi uña, pero sin llegar a arañar la piel. Sonreí, pensando que Zacharyas llamaría a aquello arte.

- ¿Tú tienes algún arma, Zacharyas? -pregunté, con curiosidad. Con gestos lentos, tomé mi guadaña de su funda y acaricié su mano con el mango, apretando y separando sus dedos de ella. La dejé a un lado, apoyada contra la pata de la mesa, y busqué la posición exacta en la que estaba antes, volviendo a tomar su mano entre las mías y retomando mi juego particular.

Empezaba a sentir un leve sopor, pero me mantuve atenta al sonido de su voz y la vibración de su tórax al hablar.

Le hacía cosquillas en la mano. Suaves,pero cosquillas, al fin y al cabo. Le recordaba a su infancia, cuando no podía dormir y su madre lo acariciaba y tranquilizaba si tenía miedo. No era dolor, pero también era agradable, de otra forma.

- Un espadín... - respondió con voz queda-. Sin filo - aclaró.

Se estaba quedando dormido. En otro momento, hablar de armas lo hubiera excitado, pero el largo viaje la hacía difícil pensar en sangre, dolor o filos... Simplemente pensaba en que estaría bien aprovechar el calor de la pequeña y dormir como si tuviera un gato en las piernas.

Mi respiración se iba haciendo cada vez más lenta. Pasé a recorrer su palma con varios dedos a un tiempo, de forma suave, como un leve roce repetido una y otra vez, casi de forma mecánica.

- Sin... filo... Vaya... -mi voz se volvía cada vez más débil y susurrante, sin que tuviera fuerzas para evitarlo. Bostecé. Con un suspiro, cerré los ojos, adaptada al vaivén de su torso al respirar-. Deberías conseguir una más afilada... Si te gustan más... Como Amatista... -mi voz se iba convirtiendo en un murmullo, tal vez aún audible debido al silencio del lugar.

Asintió. No encontró necesario hablar, lo cual no tenía sentido, pues ella no lo veía. Pero para Zacharyas bastó con asentir para sentirse conforme.

Si ella estaba cómoda en aquella posición -Zacharyas ya había asumido hacía mucho que ella iba a dormir sobre él, así que no le importaba demasiado- a él le llegaba para zanjar el asunto. En un gesto de enorme generosidad, para tratarse de él, agarró un pliegue de su capa con la mano libre y se la echó por encima a ella, dejando caer de nuevo la mano.

Cerró los ojos por completo. La luz no le agradaba, y dormir por la noches se le hacía extraño, aunque durante el viaje se había ido acostumbrando a cambiar su horario.

Carraspeó una última vez, preparado para dormir en aquella extraña situación. Esperaba soñar con algo agradable.

Zacharyas no respondió. El silencio absoluto nos envolvió, y el ambiente, cada vez más pesado, me hacía sentir mi cuerpo muerto. Había dejado de acariciar su mano sin apenas darme cuenta. Entonces noté que algo me arropaba, y ya en mi duermevela, sonreí con ternura. De forma inconsciente, atraje su mano, que aún agarraba, hacia mí, y abracé su brazo, como normalmente abrazaría mi almohada (un gesto que tenía grabado muy dentro de mí). Apenas alcancé a distinguir si era realidad o sueño la vibración de su cuerpo al carraspear, antes de caer definitivamente en las garras de Morfeo.

*Ambos se duermen*

Bocanegra entró el la biblioteca ¿para que? ni ella misma lo sabía. Entró por entrar, simplemente.

Dio un par de pasos por el enorme habitáculo relleno de celulosa por hacer algo. - Menudo bodrio de sitio- musitó viendo a su alrededor.

Entonces vió un bulto en una silla, frunció el ceño divertida y se acercó. ¿Que se supone que pasaba allí?

Llegó y vió una peculiar escena que hizo que su boca se tornase en una mueca de diversión, mezclada con ironía y asco.

-Je. dijo separando las piernas y pasándose la manga por la nariz haciendo bastante ruido.- joder- dijo quitándose el sombrero para rascarse la cabeza- aquí la gente se mete el pudor por el ojal- dijo en alto delante de los dormidos.

Acercó su cara a la pareja dormida lentamente con una sonrisa y una ceja alzada.

Al estar a la altura de los ojos cerrados del caeruleus, la capitana frunció el ceño.


Hombres.


¿Que sarta de mentiras le habría dicho este pene con cuerpo a esta pobre jovencita para acabar asi?. Le dieron ganas de escupirle en la cara y enseñarle lo que una verdadera mujer hacía con los de su calaña.

-Esta vez de salvas, inexperto vio-la-dor- susurró a su oído, con voz canturrona, exhalando todo el aire en la última palabra y marcando mucho la "r" con tono picaron y gracioso.

Se separó. Había sido divertido, de hecho, era lo más divertido que había hecho nunca en una biblioteca.


Aspiró fuerte por la nariz, como si tuviera mocos, carraspeó y escupió un flema al suelo. A continuación, le dió un fuerte trago a la botella de Whisky que siempre llevaba consigo.


Se puso el sombrero y echó su dos manos a la nuca, dejando los codos hacia arriba, yendose dando unos pasos largos y aburridos.

La verdad es que la Capitana se aburría bastante. Estaba acostumbrada a estar rodeada de un montón de gente ruidosa, malholiente y un largo etcétera de improperios varios a esos seres con pene a los que tanto le gustaba bejar y divertirse a su costa, demostrando su corto intelecto y pisoteando su condición en la cama.

*se va*

FdR: Zacharyas, no se lo tengas en cuenta. No es por tí, es por lo que te cuelga de entre las piernas.

Aún medio dormida, giré la cara contra la superficie en la que me apoyaba, para evitar la luz del sol. Suspiré. Estaba tan cómoda... Sin embargo, poco a poco se fue levantando el velo del sueño y abrí los ojos, estirándome ruidosamente. Noté moverse al chico sobre el que estaba sentada y lo miré con una sonrisa, guiñando un ojo debido al exceso de luz y con cara de sueño.

- Hola, Zacharyas -dije, medio riéndome-. ¿Has dormido bien? Yo, desde luego, sí, eres de lo más cómodo.

Me destapé de su túnica, bajé de su regazo con una risa cantarina y, una vez en el suelo, extendí los brazos hacia el techo, estirándome otra vez. Luego me puse a balancear los brazos y mover las piernas. Era hora de ponerse en marcha. Sonreí de nuevo al chico, que seguía sentado, aunque ya completamente despierto, y me observaba en silencio. Me reí otra vez.

- Eres aún más silencioso por las mañanas, ¿eh, Zacharyas? Vamos, busquemos algo para comer. Mi estómago ruge...

Cogí de nuevo su mano y tiré de él para que se levantara. Una vez en pie, me dirigí con él hacia la puerta, silbando una cancioncilla que iba improvisando sobre la marcha. Zacharyas me acompañaba con su paso calmado y en silencio, y juntos salimos de la biblioteca.

*Se van*

FdR.: Tengo permiso para llevármelos.

Entro en la biblioteca silenciosamente. Me desizo entre estanterías, preguntándome qué puedo leer a continuación, pero pronto queda patente: una carta extraña aparece ante mí por encantamiento. La tomo, algo extrañada, y la abro. En cuanto la leo queda claro qué significa esto.

Sonrío. Por fin algo de acción.

Tomo una hoja y una pluma y garabateo sin cuidado "Cuida de todos".

Abandono el lugar.

*se va*

Por primera vez desde mi primera noche en el palacio, volví a la biblioteca. Tenía la leve esperanza de encontrar uno de los libros que había visto con Zacharyas encima de la mesa, pero me equivocaba. Alguien los había vuelto a guardar. Con gesto pensativo, caminé entre las estanterías en busca del libro.

*Busca*

Cuando encontré el libro que buscaba, corrí hacia la puerta mientras reía y salí de la biblioteca.

*Se va*

Había ido a la biblioteca y encontrado el libro sobre la anatomía del cerebro humano que había estado buscando. Entonces se había puesto a leerlo con sumo interés en un cómodo sillón, completamente a oscuras. Le gustaba sentirse amparado por aquella oscuridad y también leer aquellas pequeñas letras, acompañadas de ilustaciones, que le hablaban de entresijos médicos a veces desconocidos para él.

Hubiera podido pasarse así el día entero.

*se quedó leyendo*

Llego a la biblioteca con una carta de Ariel entre mis manos, mi plumilla de faisan, un pergamino y un bote de tinta para responderle. Hacía tiempo que no recibía crrespondencia y estaba muy ilusionado.

Me siento en una mesa y comienzo a escribir, pero el pergamino se me acaba y quiero seguir contandole cosas, por lo que echo un vistazo a mi alrededor y veo a un hombre al fondo.


Me acerco. Mis pasos resuenan por la silenciosa habitación.

-Perdone...-digo dandole con mi frío dedo en un hombro. ¿tiene pergaminos?

Tardó un rato en percatarse de que aquel sonido había sido una voz y de que algo lo había tocado en el hombro. A veces se enfrascaba tanto en algo que ni siquiera se percataba de lo que sucedía a su alrededor, volviéndose sus estímulos mucho más lentos, y había algo en los lóbulos cerebrales que lo había dejado realmente extasiado. Incluso, sin haber tenido jamás un cerebro humano entre las manos, notaba su textura en los dedos, como si llevase uno. Lo imainaba blando, viscoso, maleable y húmedo, como muchas otras vísceras, pero al mismo tiempo, frío.

- ¿Disculpa...? -inquirió-. Ah, pergamino... Sí... Un segundo.

Se puso en pie´, dejando el libro a un lado, y caminó hacia la mesa donde había dejado todas sus cosas, sacando lo que aquel muchacho lo pedía. Luego volvió a su lado y se lo tendió. Era bastante más alto que él.

- Ten. Aprovéchalo y escribe grandes cosas -dijo, sonriendo algo ausente.

Se me encogió el corazon al ver su estatura y su forma de hablar, su cara, cetrina y macabra... ai, por mithos, que miedo.

Cogí el pergamino con la mano temblorosa. No podía quitarle los ojos de encima, me hipnotizaban. Comencé a caminar hacia atrás lentamente.- Bueno... encantado y gracias... Silvanus Kettleburn... un... un placer- digo caminando hacia atrás.

Entonces tropiece porque me pisé un cordón y me caí de culo.
-Ay!- digo levantándome con cuidado.

No le estaba haciendo mucho caso al muchacho, enfrascado como estaba en la imagen mental de un cerebro humano siendo extraído de su cráneo correspondiente, pero entonces el muchacho se cayó y Zacharyas se sobresaltó. Le pareció que había dicho su nombre, pero no estaba seguro.

Se apresuró a encorvarse un poco sobre el chico.

- ¿Estás bien?

Entonces vió que le faltaba un trozo de la oreja. Se preguntó de dónde había salido aquella antigua herida. ¿Quizás una batalla? ¿Una amante? ¿Un accidente?

- ¿Qué te ha pasado en la oreja? -preguntó apremiándolo, acelerando el ritmo de sus palabras por primera vez en mucho tiempo, con los ojos muy abiertos y clavados en el chico, ansiando conocer el origen de aquello.