Biblioteca

Su espalda se puso un momento rígida, pero controló los nervios antes de que lo traicionaran. La figura detrás de Corbin lo había sorprendido realmente, pues no la había oído acercarse. El chico se preguntó si no estaría perdiendo facultades.

Se giró hacia el hombre y lo miró largamente. Era alto, pálido y, a simple vista, parecía bastante joven. Sin embargo, prestando un poco de atención se podían detectar en él marcas que delataban que no lo era tanto. Corbin compuso una sonrisa tensa, correspondiendo a la del caeruleus.

-Buenas noches -dijo, alejando un poco los papeles del recién llegado-. Lo siento, no está terminado.

Trató de mantener tanta serenidad como pudo, pero lo cierto era que aquel hombre tenía un halo extraño que no acababa de gustarle. Lo miró fijamente a los ojos, con gesto entre paciente, interrogante y diligente. Había algo en la actitud del recién llegado que le recordaba a Falace.

El líder caeruleus amplió la sonrisa ante la reacción y palabras del muchacho que, indicando cierto pudor, apartó sus escrito de la vista del líder. Éste volvió a erguirse y dio un par de pasos hacia la silla más cercana al muchacho para tomar asiento con movimientos calculados y fluidos hasta acabar con las piernas cruzadas, una brazo sobre el reposabrazos de la silla y el otro con el codo plegado de forma que su mano jugueteaba con los dedos en el aire.

—Un gesto muy típico de los artistas obstinados, guardar sus obras como tesoros hasta que no están satisfechos de ellas... —Parpadeó lentamente mirando de nuevo los escritos para, enseguida, volver con el chico. —Lamentablemente, casi nunca consiguen satisfacerse del todo. No sé si llamarlo ambición o soberbia... —Entornó ligeramente los ojos. El chico no parecía conocerle y eso solo podía ser así si era un paleto, un ermitaño o un descerebrado en caso de un claritas.

—¿De dónde eres...? —Dejó la frase inacabada para preguntar su nombre al tiempo que su localización. Su gesto indicó al muchacho que no era tan idiota como para preguntar su pprocedencia general, sino que quería conocer una localización más concreta.

No respondió a las palabras del hombre, probablemente una provocación. Se limitó a mirarlo en silencio, esperando algo más. Dudaba que aquello fuera todo lo que le interesaba a aquel hombre, aunque no sabía qué podía interesarle. Repasó mentalmente qué se le podía haber escapado. Generalmente, tenía mucho cuidado en no llamar la atención.

No le gustó la siguiente pregunta, pero trató de disimularlo. Buscó rápidamente una respuesta convincente en su cabeza.

-Me crié en la montaña. Cerca un pueblo al este de Lumen -se encogió de hombros-. No es el ombligo del mundo, precisamente.

Pensó en preguntar de dónde era él, pero decidió no hacerlo. En realidad, no le interesaba, ni le gustaba aquella conversación. El problema residía en encontrar otra.

-Me llamo Corbin ad Faldice -por una vez, lo dijo con cierta convicción-. Y tú eres...

El chico parecía algo incómodo ante las palabras del líder, algo que le picó la curiosidad y lo hizo mantener la sonrisa. Cuando le habló de su lugar de crianza el líder no supo si fiarse a causa de su hostilidad y su falta de educación. Cambió su postura y entrelazó sus manos en su regazo.

—No, no lo es, tus palabras lo dicen mejor que tú —Indicó mirando al muchacho con una sonrisa apretada en sus comisuras. Hacía tiempo que no topaba con un muchacho engreído y quería corroborar sus terquedad un poco más.

—Corbin... Un nombre bastante refinado, ¿no crees? —Mencionó con el mismo tono repiqueteante, ladeando ligeramente la cabeza. Cuando aquel "tú" chocó contra sus oídos se le escapó una ligera risa que le hizo cerrar los ojos unos segundos.

—Supongo que no importa demasiado quién soy. Y, dime, ¿decías que vivías cerca del Llano Solar?, por ahí pasa el río Luminia... —Preguntó con tono desinteresado, para retomar la conversación como si se tratase de un tema más.

El caeruleus resultaba cada vez más extraño. Extraño e irritante, aunque Corbin decidió que era mejor guardarse esa parte. No tenía la menor intención de hacerse enemigos.

-Supongo -respondió, sin mucho interés, aunque sin apartar la vista del hombre. No sabía si Corbin era su nombre desde siempre. No podía descartar que la loca Falace se lo hubiera puesto en uno de sus delirios.

Tuvo que contener un suspiro exasperado cuando el caeruleus volvió a la carga. Lo estudió con atención. ¿Acaso no sería alguien que sabía más de él de lo que fingía saber?

-Más al este del Valle Solar, y más al norte. En una pequeña cadena de montañas al norte del lago Veredith. El Luminia queda más hacia el oeste -si seguía insistiendo, acabaría por darle las coordenadas, o algo así.

Mantuvo la mirada atenta a sus reacciones, buscando algún signo que le ayudase a identificar el por qué de la actitud de aquel hombre. Tal vez, simplemente, era su carácter. Tal vez lo que le recordaba a Falace era ese aire de no estar del todo cuerdo.

La actitud del chico varió ligeramente de forma que sus respuestas se hicieron más humildes. A ojos del líder caeruleus, aunque descarado, era un muchacho precabido. El líder se humedeció los labios dejando ver su particular lengua, era una pena que el muchacho no fuese más impetuoso. Por otra parte, que corrigiese la situación del lago le indicó que sabía de lo que hablaba.

—Entiendo. Supongo que conoces la capital entonces —Añadió recordando la localización. Quería curiosear sobre el muchacho que parecía tan cerrado.

Se tomó entonces unos segundos de silencio y, cambiando totalmente su conversación, miró a su alrededor y volvió al muchacho una vez más.

—Y dime, Corbin el asrtista, ¿qué te dedicas a escribir? Si puede saberse... —Volvió a apoyar uno de sus codos en el reposabrazos de la silla y sostuvo con la mano de ese mismo brazo su mentón cubriendo ligeramente su boca.

El chico ladeó la cabeza. No le pasó desapercibido el relamerse de labios, ni la lengua que los relamía, y aunque apuntó mentalmente el dato, no le parecía lo más relevante. Volvió a los ojos violáceos de su interlocutor.

-En realidad, no -respondió. A aquellas alturas, dejar caer más información era una forma de encontrar reacciones-. No salí de las montañas hasta el año pasado, y cuando lo hice, fue buscando un puerto. Uno que me trajera directamente a Fulmen.

Sintió una presión relajarse al ver que el hombre cambiaba de tema. Parecía que su historia no le interesaba ya. Era todo un avance.

-Estoy empezando -repuso, quitándole importancia-. No había escrito hasta ahora, pero encontré una historia interesante. Así que supongo que probaré suerte.

Mientras intentaba ganar tiempo, trazó en su cabeza una historia convincente acerca de sus ocupaciones. Si el hombre se parecía a Falace, como él creía, no dejaría escapar una pregunta sin responder.

El líder escuchó al muchacho mientras corroboraba su procedencia rural. No era extraño que los guerreros llegasen desde cualquier lugar del mundo con lo que aquello tampoco era demasiado interesante de por sí. Sin embargo le parecía curioso que el chico se dedicase a la escritura siendo un hombre de campo.

Su respuesta sobre sus escritos fue tan escueta como sus palabras, pero las historias de los libros no le interesaban al líder Caeruleus.

—Es curioso... Un joven claritas como tú, que no parece débil ni escueto, viviendo en el rural sin pertenecer a la nobleza y dedicándose a la cultura. Dime, ¿quiénes eran tus padres? —Preguntó con un tono más serio, denotando que no tomaba al muchacho en broma como lo parecía hacía algunos minutos. Mantuvo su postura.

La tensión volvió a apoderarse de su cuerpo. Aquel hombre no parecía dispuesto a dejarlo en paz, por desgracia. Y, para más inri, tocando unos temas de lo más personales. Temas para los que él mismo no tenía respuesta y que no tenía intención de remover. Entrecerró los ojos, dejando entrever una pequeña parte de la molestia que sentía.

-¿No crees que, para no haberte presentado, estás haciendo unas preguntas un poco personales? -preguntó, tratando de mantener un tono educado, aunque el contenido de la pregunta daba más bien pie a la discordia.

Corbin estaba preparado para esa situación. Aquel hombre rezumaba un poder extraño, pero su forma de tratarlo, sin dejar ver abiertamente sus capacidades y siendo al mismo tiempo tan directo, le parecía un sinsentido. Pese a todo, esperaba que la reacción se limitase a una simple disculpa. No le apetecía una rencilla.

A la respuesta del muchacho, el líder dio un sutil mordisco a su índice aprovechando que este cubría ligeramente su boca, y una sonrisa volvió a asomar a sus labios.

—¿No crees que, para no haberme presentado, estás siendo algo desconsiderado? —Bromeó parafraseándole para luego recolocarse la chaqueta. Soltó un suspiro forzado mientras todavía no se decidía a volver a ver al chico y acabó por volver a depositar sus manos sobre su regazo.

—Eres muy divertido, Corbin ad Faldice. Pareces un chico tranquilo y amable y entonces te irritas y te vuelves desagradable, supongo que algo te resulta demasiado molesto y, ya que has podido hablar conmigo tranquilamente sin conocerme supongo... que no seré yo el problema —Comentó a modo de veredicto con un tono finjido en su último "supongo" y dedicándole una última mirada alzando las cejeas. Luego volvió a su sonrisa y se levantó.

—Te dejaré descansar, hijo de la luz. Pareces inteligente, creo que la próxima vez sabrás qué y cómo debes respodnerme... —Acompañó sus últimas palabras con un par de pasos hacia el muchacho, posando su mano sobre su hombro de forma casi cariñosa. —Ah y puedes hablar con un chrysos llamado Lyam, si lo deseas. Él te podrá decir que no me gustan los mentirosos —. Dicho esto, dio un par de pasos más y desapareció sin dejar rastro.

*se desvanece*

Definitivamente, para hablar como lo hacía, aquel hombre solo daba lugar a tres opciones: o le faltaba un hervor, o era un desvergonzado o estaba muy seguro del poder que tenía. Corbin sabía muy bien que ninguna de esas opciones era digna de ser menospreciada.

Consciente de lo delicada que podía ser su situación, o más bien sospechando que podía serlo, no respondió a las palabras del caeruleus. Era repugnante, pero no parecía que insultarlo fuera una opción recomendable. Se mantuvo en silencio, observando con cuidado cada uno de sus pasos, cada gesto, cada movimiento, y grabando en su mente cada palabra. Un tipo tan peculiar no debía pasarse por alto.

Estuvo a punto de no contenerse al oír sus últimas palabras, pero no llegó a abrir la boca. Por una parte, porque aunque era cierto que no le había mentido, sí le había ocultado cosas. Por otra, porque el hombre acababa de desaparecer delante de sus narices.

Corbin frunció el ceño, confuso. Aquel no era un truco muy habitual, por no decir que no era en absoluto corriente. De hecho, hablando en plata, era la primera vez que veía a alguien hacer aquello en su vida. Inspiró profundamente y soltó el aire poco a poco, tratando de serenarse. Hacía mucho que nadie conseguía sacarlo de sus casillas, y no pensaba olvidarlo. Sin embargo, echar más leña al fuego tampoco ayudaría.

Se volvió hacia el papel. El caeruleus había conseguido distraerlo lo suficiente como para que no supiera por dónde continuar. Con un suspiro, se guardó sus apuntes y dejó la pluma y el tintero. Ya seguiría escribiendo en un momento en que estuviera más inspirado.

*Se va*

Lluvia atravesaba los pasillos en busca de una sala de entrenamiento cuando la entrada a la biblioteca de Brontë se cruzó por el camino. Movida por la curiosidad, pues no se había topado antes con aquella sala, la aether se detuvo y asomó la cabeza por el marco de la puerta y observó el interior de la estancia, preguntándose cómo sería.

La biblioteca era un lugar amplio repleto de amplias y alargadas estanterías llenas de libros. A primera vista, no parecía que hubiese mucha gente ahí dentro (como mucho, pensó Lluvia, un par de personas que debían permanecer al servicio de Palacio), pese a que sí que había un número considerable de boros. Tras permanecer unos segundos a las puertas de la sala, la aether se adentró en ella.

En su vida había leído muchas obras, tanto de ficción como de no ficción, pero nunca había cogido algún libro que tuviese que ver con técnicas de lucha. Hasta ahora, el tema nunca le había interesado, pero desde que descubrió que en Palacio no iba a ver lecciones tal y como ella se había imaginado, Lluvia comenzó a preocuparse por su falta de conocimientos tanto prácticos como teóricos. Y dado que siempre había pensado que antes de la práctica alguien debía saber la teoría, decidió que sería buena idea buscar un libro que le explicase alguna técnica o algo por el estilo. Mientras se subía a una escalera, se preguntó si sería muy complicado encontrar algo relacionado con el tema.

No le fue muy difícil encontrar libros que versasen sobre artes para combatir, pero sí que le costó decantarse por cuál se llevaba. Tras releer las primeras páginas de un par de volúmenes, ya en el suelo, finalmente se decantó por un pequeño librito de color verde que enseñaba conceptos básicos sobre cómo usar el arco. Después de colocar los otros ejemplares en su sitio, Lluvia abandonó la biblioteca con el libro entre las manos.

*se va*

El chrysos se dejó caer en uno de los sillones de la biblioteca y suspiró. Se había acercado hasta ahí hacía un par horas para devolver el libro que había estado leyendo hasta ahora, y, hasta hacía un rato, había estado buscando algo nuevo que leer.

Lyam abrió el libro que tenía en su mano derecha y comenzó a leer las primeras páginas. No había llegado a la decena cuando, aburrido, resopló y apartó la mirada. No era que la historia no le gustase, pero llevaba tanto tiempo dedicándose sólo a leer que estaba un poco cansado. Aunque, claro, tampoco se le ocurría otra cosa que hacer. De reojo, observó por una de las ventanas de la biblioteca la lluvia que caía. Se preguntaba cuando haría buen tiempo.

*se queda*

Entré en la biblioteca casi arrastrando los pies, con aire abatido. Con la vuelta de las nieves, había decidido desaparecer unos días, concediendo, por una vez, a mi dolorida espalda. Sin embargo, la vuelta de la lluvia me había hecho obligarme a mí mismo a detener aquella horrible hibernación. Odiaba aquella asquerosa nieve, que se te clavaba en los huesos sin siquiera tocarte. En Ciudad Tornado era muy difícil que llegara a nevar, y en Ignis, más difícil aún. Aquel temporal incesante me hacía sentirme un viejo artrítico.

Farfullando aquellas y otras tantas quejas, avancé por la sala, sin saber muy bien qué buscaba. Mi instinto me había guiado allí, tal vez porque era el último lugar en el que había visto a Fier, tal vez porque en aquel encuentro había dejado un par de asuntos pendientes. Un par de asuntos que, entendí de pronto, me convenía solucionar.

-Buenas noches -murmuré al pasar junto a un chrysos que no parecía muy centrado en su lectura.

Tomé asiento no muy lejos de él, de espaldas a una crepitante chimenea. Necesitaba algo que me templara los miembros.

Encorvado, llegó a la biblioteca. Como la herida de su vientre estaba curando bien, ya daba largos paseos por los pasillos. Ya no corría peligro de abrirse, y le daba agradables pinchazos cuando hacía esfuerzos, pero no se había infectado.

Zacharyas pensó que leer en la biblioteca el libro que tenía a medias sería mejor, pues habría menos sonidos que lo estorbasen, aunque cuando llegó vio que ya había un alguien en el lugar. Lo observó y sonrió un instante. Le sonaba de algo, pero no recordaba de qué ni le venía nombre alguno a la mente al mirarlo.

- Buenas noches -dijo con una sonrisa.

No era capaz de ubicar aquel rostro.

Desvió entonces la mirada y vio la inconfundible figura de Cierzo. Su mente se nubló. Imágenes comenzaron a girar. Sin mediar palabra, Zacharyas supo qué debía hacer.

Hizo una leve inclinación al chrysos y se volvió, saliendo de la biblioteca.

*se va*

FdR- ESTABA POSTEANDO ÒOÓ

Un aether al que el chrysos no recordaba haber visto antes entró en la sala. Sin moverse del asiento, Lyam observó los movimientos del recién llegado con curiosidad, preguntándose cuándo habría llegado y si sería alguno de los guerreros que Fier había mencionado el otro día.

—Buenas noches —susurró como respuesta al saludo del aether. Por el rabillo del ojo, vio cómo se sentaba en uno de los asientos próximos al suyo. No parecía tener pensado hacer algo (a no ser que fuese meditar, claro), así que el chrysos pensó que sería buena idea que se presentasen. No obstante, antes de que articulase palabra, otro nuevo desconocido entró en escena. Esta vez se trataba de un caeruleus al que tampoco había visto antes. Al igual que el aether, tenía el pelo oscuro y era absurdamente alto. Pero a diferencia del otro desconocido, este no tomó asiento, sino que, tras saludarles con un buenas noches, abandonó la biblioteca.

Lyam alzó las cejas, sorprendido. Luego, con confusión, frunció el ceño. Miró al aether de reojo.

—¿Lo conoces...? —inquirió, señalando el lugar donde antes había estado el caeruleus. No acababa de comprender del todo por qué se había ido con... tantas prisas.

Una figura entró poco después de mí por la puerta, y entrecerré los ojos al reconocerla. Vaya, vaya. Hacía mucho que no veía al alma en pena. Arqueé las cejas al ver que, tras dirigirme una mirada nerviosa, abandonaba la sala rápidamente, sin siquiera saludar. No sabía si reír u ofenderme. Resultaba que había aprendido, sin quererlo, a ahuyentar fantasmas. Curiosas, cuanto menos, las habilidades que se adquirían en Brontë.

El otro chico, el chrysos, tampoco saludó, aunque sí parecía un poco más dispuesto a socializar. Me encogí de hombros levemente, en un gesto perfectamente calculado para evitar el dolor.

-Supongo que podría decirse que sí. Se llama Zacharyas. Es un hombre... curioso -comenté, aún mirando a la puerta, como si el caeruleus siguiera allí.

Parpadeé un par de veces y me giré hacia el otro.

-Soy Cierzo Cogo -informé secamente.

Lyam alzó las cejas. Así que aquel desconocido era el famoso Zacharyas. Pese a que hasta entonces no lo había visto antes, sí que había oído hablar de él, y tenía que admitir que el caeruleus no era como se lo había imaginado. Aunque, claro, teniendo en cuenta lo poco que sabía del chico, era evidente que la imagen que él había formado no iba a parecerse al real. Se preguntó si tardaría mucho en volver a encontrarse con él. Lo cierto era que tenía curiosidad por saber cómo era realmente.

El chrysos parpadeó cuando el aether se presentó. Luego esbozó una sonrisa. Era uno de los nombres que había mencionado Fier el otro día.

—Un placer, Cierzo —comentó. Luego añadió—. Yo soy Lyam.

Apoyó la cabeza en el respaldo del sillón y observó el techo, sin interés. Ensanchó la sonrisa.

—¿Llevas mucho tiempo por aquí? No recuerdo haberte visto antes.

Hice una leve inclinación de cabeza cuando se presentó. Parecía un chico completamente normal, que no llamaba la atención, quizá hasta simpático. Me hubiera gustado tener un aspecto como el suyo. Aunque bien visto, me hubiera gustado tener un aspecto como casi cualquiera.

-Un placer. No, no llevo más de unos meses -respondí-. Supongo que soy de las últimas adquisiciones.

Me recosté un poco en la silla, intentando acercar un poco más la espalda al fuego. Notaba el calor de las llamas en la punta de mis alas, haciendo que me estremeciera levemente, pero también que entrara en calor.

-¿Y qué hay de ti? ¿Hace mucho que sirves en Brontë?

Me resultaba un poco extraño hablar en un tono tan cordial, pero traté de adaptarme. Desde mi llegada a Brontë, no había topado con nadie que se diera demasiados aires, y aunque no estaba acostumbrado, era un cambio agradable. Traté incluso de corresponder a su amplia sonrisa, aunque sentí mi gesto mucho más sutil y un poco tenso.

Lyam escuchó las palabras de Cierzo con interés. Luego, cuando el aether hizo una pausa, cerró el libro, que hasta entonces había permanecido abierto en la página nueve, y se recostó en el sillón. Colocó el libro en las piernas y estiró los dedos. Por lo que decía, Cierzo había llegado mientras él estaba fuera. Contando a Fier, ya eran dos personas las que habían llegado en ese periodo de tiempo. El chrysos se preguntó si durante su ausencia el número de guerreros habría aumentado demasiado.

—Yo llevo aquí alrededor de un año —respondió, observando a Cierzo. Torció una sonrisa—. Un montón de tiempo, si te paras a pensarlo. Pero, bueno —se encogió de hombros—, se está bien.

Ensanchó la sonrisa. Luego se pasó una mano por el flequillo, echándoselo hacia atrás.

—¿Y cómo llevas esto de estar en Palacio? Imagino que en este tiempo ya habrás conocido a bastante gente, ¿no? —Se calló durante unos segundos, antes de esbozar una mueca y de añadir—. Perdona si parezco una cotilla. Puedo llegar a ser muy preguntón. —Rió con suavidad—. Responde si quieres.

Arqueé una ceja, preguntándome qué podía pasar a lo largo de un solo año. En un año, tal vez yo ya no estuviera allí. Con un poco de suerte, habría encontrado la forma de mezclarme entre la gente de pies en la tierra. Con algo más de suerte, habría conseguido la excusa perfecta para cercenar mis alas. Con mucha suerte, me habría deshecho de mis lazos familiares lo suficiente como para sentirme libre. Contuve una sonrisa amarga. Aquella tercera hipótesis parecía muy improbable. Quizá no fuera tanto tiempo un año. Un año podía pasar muy deprisa.

-Sí que es mucho tiempo -concedí, igualmente.

Tal y como él mismo dijo, resultaba un poco preguntón. Sin embargo, eso no me molestaba. No tenía grandes secretos, y menos acerca de cosas tan generales. Se lo di a entender con un gesto que quitaba importancia a sus palabras.

-No socializo demasiado -repuse, con un gesto indiferente-. A ese chico, Zacharyas, solo lo había visto una vez antes. Aunque parece suficiente como para haberle metido el miedo en el cuerpo -de nuevo, un gesto de indiferencia-. A parte de a él, he hablado una vez con un aether, de nombre Heylel. Pero creo que, sin duda, con la que más me he relacionado es con una mujer, también de mi raza, llamada Fier -entrecerré un momento los ojos, frunciendo levemente el ceño en un gesto de molestia-. Este sitio está infestado de aether -casi gruñí.

Lyam esbozó una corta sonrisa como respuesta al gesto del aether. Luego apoyó el codo derecho en su pierna derecha, echando el tronco hacia delante, y colocó el mentón en la palma de su mano derecha. Con atención, escuchó las siguientes palabras de Cierzo. Por lo que decía, no socializaba demasiado, y el número de nombres que pronunció aseveraban dicha afirmación. A diferencia de Fier que, según los cálculos del chrysos, debía llevar más o menos el mismo tiempo que Cierzo en Palacio, el aether sólo había visto a tres personas: al aether Heylel, a la propia Fier y a Zacharyas. Y de todos ellos, parecía, según lo que decía, tener un mayor trato con la chica. Lyam se preguntó, con una sonrisa jocosa dibujada, qué clase de relación tendrían esos dos.

Al escuchar el último comentario de Cierzo, rió. No se había parado a pensarlo, pero sí que había bastantes aethers en Brontë.

—Lo cierto es que sí, hay muchos. Aparte de los que has mencionado, yo conozco a otra. —Sonrió, y volvió a acomodarse en el sillón, colocando, de nuevo, la cabeza en el respaldo—. Se llama Thamerlein. —Ensanchó la sonrisa. Volvió a mirar al aether—. Aunque los flammas parecen que quieren competir con los aethers en eso de "a ver qué raza tiene más". —Se encogió de hombros—. Pero bueno, cuántos más mejor, ¿no?

No me hizo mucha gracia eso de que aún me quedaran más aethers por conocer. Ya había tenido más que suficiente con las plumitas que había visto hasta entonces. No era que tuviera una especial aversión a los que había conocido, precisamente, pero me resultaba irónico haber llegado a aquel lugar escapando de mis orígenes y ver cómo me perseguían. Su siguiente afirmación casi me hizo soltar un resoplido. ¿De verdad que en un lugar perdido de Fulmen se reunían una mayoría de aether y flamma? Aquello tenía que ser una broma de mal gusto. Mantuve, sin embargo, el semblante invariable.

-Es curioso -repuse-. Lo lógico sería pensar que hay mayoría de chrysos. No creo que estén menos dotados para la lucha que otras razas, y el punto de reunión les queda más cerca...

Sabía que mi razonamiento no era del todo lógico, y que si la distancia del punto de reunión era un factor a decidir qué raza predominaba entre los guerreros, eso daba a entender que era gente demasiado acomodada. Y en la guerra, no convenía acomodarse demasiado.

-Supongo que he dicho una tontería -murmuré, más para mí que para él.

Lyam alzó ambas cejas al escuchar al aether. El comentario acerca de los chrysos le había parecido, de alguna forma, divertido. Por un lado, aquel razonamiento tenía sentido, pues por algo estaban en Brontë, pero, por otro, no acababa de verlo del todo lógico (pues se suponía que la llamada había llegado a todos los continentes y porque, en teoría, allí iría la gente que quisiese ayudar, independientemente de su raza). No obstante, las palabras de Cierzo le hicieron pensar en los chrysos que había en Brontë. Aparte de él, en Brontë estaban Alehyss y la chrysos pelirroja Julie (si es que seguía en Brontë, claro). Durante una fracción de segundo, recordó a la chrysos Adela y frunció el ceño. No le agradaba pensar en gente que ya no estaba, aunque esperaba que pronto se supiese a manos de quién había perdido la vida la anciana.

Suspiró. Luego miró a Cierzo y esbozó una sonrisa sesgada.

—Bueno, tampoco es que el número de chrysos sea desdeñable. En comparación con la cantidad de gente que hay aquí, claro —Estiró los dedos—. Aparte de mí, que yo sepa, en Palacio hay dos chrysos más. Una se llama Julie, y hace un montón que no la veo así que no sé si sigue estando o no, y la otra se llama Alehyss Lester. —Ensanchó la sonrisa. Luego frunció ligeramente el ceño, pensativo. Tras unos segundos en silencio, añadió—: La raza de la que menos personas conozco es la parvus: no conozco a ninguno, salvo a su líder Nagorr Brum.

Se encogió de hombros.

Asentí.

-Yo tampoco he visto a ningún parvus. Aunque, teniendo en cuenta a la poca gente que he visto, sería extraño que hubiera visto alguno... -respondí.

Me centré de nuevo en mi espalda. El dolor se había mitigado considerablemente al entrar mis alas en calor. Era un alivio pensar que el fuego podía deshacer aquella sensación insoportable, pero también era incómodo pensar que dependía de él. Contuve un suspiro de cansancio. Si de verdad conseguía deshacerme de aquella carga, me convertiría en la persona más feliz de todo Mithos.

Miré entonces al chrysos, dándome cuenta de que, una vez más, había ido a la biblioteca a no hacer nada. Pensé que, si mi madre supiera que el motivo era aumentar mi círculo, lo habría excusado e incluso aprobado. Sin embargo, esta vez era mi padre el interesado, y esa faceta de mi vida era menos importante para él. Debía responder rápido aquella carta si no quería ganarme su ira. Y, desde luego, daría lo que fuera por evitarla.

Me levanté despacio, tensando levemente la espalda, aún incómodo por el dolor.

-Me alegro de conocerte, Lyam -hablé-. Pero ahora debo irme. Mañana tengo algunos asuntos que arreglar, y se me ha hecho tarde. Buenas noches.

*Se va*