Biblioteca

Sonrió.

—Alguno habrá. Imagino, vamos —murmuró como respuesta al comentario del aether.

Apoyó, de nuevo, la cabeza en el respaldo y volvió a observar el techo. No sabía qué hora era, pero empezaba a notar una sensación de adormecimiento que le hacía entrecerrar los ojos. Parpadeó varias veces y suspiró. Luego bajó la mirada para observar a Cierzo, que se estaba levantando.

—Igualmente; ha sido un placer —murmuró, sonriente —. Buenas noches, Cierzo.

Desde el asiento, contempló cómo su acompañante abandonaba la sala y luego volvió a apoyar la cabeza en el sillón. El aether parecía agradable pero serio. Aunque, claro, no había hablado demasiado con él, así que no podía afirmar nada con exactitud.

Bostezó. Luego cogió el libro, se levantó del asiento y abandonó la biblioteca.

*se va*

Tras el encuentro con el extraño y siniestro caeruleus, Corbin había decidido estar unos días sin aparecer por la biblioteca. No tenía la menor intención de ganarse un enemigo como aquel, aunque no pudiera decir a ciencia cierta qué le resultaba tan amenazador. Por otra parte, no había cumplido el supuesto "encargo" de aquel pobre loco. No había encontrado a ningún Lyam, ni mucho menos hablado con él.

Con el paso de los días, sus inquietudes se habían ido disipando, y aquella mañana decidió que no tenía nada de malo volver a la biblioteca y retomar la elaboración de su poema épico. Tampoco había visto ya a Rick el mendigo, pero no se le había olvidado una palabra de su relato. Si volvía a encontrarlo, su tarea de investigación continuaría. Si no era así, se limitaría a la parte creativa.

Entró en la biblioteca con un par de rollos de pergamino en blanco bajo el brazo, repasando mentalmente un par de versos que había ido creando por el camino. Sin embargo, una vez más, algo lo distrajo al llegar a la biblioteca. Flores.

Había flores por todas partes, colocadas en ramilletes o sueltas, de unas formas o de otras. Se acercó a un ramillete y acarició los pétalos de una margarita. Nunca le había dado mayor importancia a aquellas cosas, pero hay conocimientos del entorno que uno no puede ignorar, y Corbin sabía que aquellas no eran flores de decoració.

Se volvió al oír el roce de unos pasos, y se encontró una figura conocida. No había vuelto a verla desde hacía meses, pero no se puede olvidar a una persona tan llamativa y luminosa. Tenía flores en las manos. Tal vez fuera la responsable de la extraña decoración, aunque eso hacía la situación aún más extraña.

-Buenos días -saludó Corbin, sin moverse.

Corbin vaciló un momento antes de tomar el ramillete entre las manos y observarlo. No entendía qué estaba pasando, por qué aquella decoración, pero no sabía si traer flores a la biblioteca podría ser bueno para los libros. Observó al boro, flotando casi a la altura del suelo, que comía la broza restante, preguntándose si aquellas criaturas serían capaces de acabar también con los bichos y parásitos que pudieran atacar a los libros. No tenía nada en contra de las flores, pero sería desagradable perder una biblioteca como aquella. Alzó de nuevo la vista.

-Estoy... bien -dijo, con voz extrañamente robótica. Llevaba días sin hablar prácticamente con nadie-. ¿Y tú?

Quiso preguntar de dónde habían salido todas aquellas flores, pero pensó que no era buena idea. Tal vez ella sintiera que se lo estaba recriminando, o tal vez se esperaba de él que supiera el por qué de todo aquello. Tal vez fuera una costumbre propia de Ventus que la joven echaba de menos lejos de su hogar. Volvió a bajar la vista al boro y alzarla de nuevo hacia ella. Con flores o sin ellas, seguía destacando con su luz.

Ante las palabras de la chica, Corbin esbozó una leve sonrisa divertida. Parecía animada respecto a su actividad, y aunque no estaba del todo convencido de que traer flores fuera del todo seguro, no era asuntos suyo. Probablemente, como ella había dicho, el servicio se encargaría de que aquello no durase mucho.

-Tienes razón -convino-. Está bien hacer un amigo que te ayude en la decoración, pero hay muchos otros de su especie que estarán más interesados en deshacerla.

Contempló de nuevo al pequeño boro. No parecía adulto, o no tan maduro como otros que había visto. Era un poco más pequeño, tenía los ojos más brillantes y parecía rezumar energía, como si no la controlara bien del todo. Era gracioso verlo rondar alrededor de la chica en busca de comida. ¿Sería suyo y no del palacio?

Asintió a sus palabras, bajando también él la vista a sus notas. Si de aquella no se ponía a trabajar, no lo haría nunca. Así pues, se despidió de la chica con un gesto y buscó un sitio un poco apartado de las actividades florales, donde pudiera trabajar sin distraerse.

Abrió uno de los rollos y repasó lo que había escrito hasta el momento, añadiendo un par de anotaciones aquí y allá. Poco a poco, se fue centrando en su trabajo hasta olvidarse de las flores que lo rodeaban.

Al cabo de algún tiempo, dejó la pluma sobre la mesa y releyó sus avances. Algunos versos no acababan de convencerle, pero en general parecía que empezaba a tomar forma. Una vez estuvo seca la tinta, enrolló los pergaminos y dejó todo como estaba.

Miró alrededor, contemplando el colorido y percibiendo el perfume de las flores, cada vez más numerosas, distribuidas por la sala. Desde luego, la aether estaba trabajando a conciencia. Finalmente, se levantó y abandonó la sala, aún perdido en sus versos e historias.

*Se va*

Había pasado días, semanas incluso, dándole vueltas, pero al fin había tomado una decisión. Cuando puse los pies en la biblioteca ya lo había decidido, y estaba empezando a pensar en un buen encabezado. Necesitaba algo que me diera una imagen de disponibilidad, pero no demasiada. Algo que me permitiera parecer firme y fuerte, pero dispuesta a escuchar. No era una tarea fácil.

Me senté en la silla con un pesado suspiro, y puse ante mí papel, tinta y pluma. Mojé la pluma y me llevé la mano a la barbilla, mirando a lo alto, pensativa. Finalmente, aunque todavía no muy convencida, comencé a escribir el primer borrador de mi carta.

*Se queda*

Dejé la pluma en el tintero y releí lo que había escrito. No era perfecto, pero de todas las versiones hasta entonces, era sin duda la mejor. Apliqué el papel secante y lo enrollé. Miré por la ventana; parecía ya muy tarde. Decidí que lo dejaría pasar por hoy, pero me propuse buscar al cartero al día siguiente. Quería aclarar aquel asunto cuanto antes. Con esta idea en mente, me levanté y me fui a dormir.

*Sale*

Entro en la biblioteca (por suerte vacía) y aspiro aire profundamente.
Estoy incómoda, de mal humor. De alguna manera, la sangre lleva hirviéndome varios días.

Recorro los pasillos en aparente tranquilidad. El caos es interno, pero mi semblante no deja entrever nada de eso. Estoy entrenada para eso, tanto a nivel profesional como personal: nunca debo mostrar mi debilidad o mi turbación. Ya lo he hecho suficientes veces con Heylel, y ya me he arrepentido bastante. Cuanto menos cuente una de sí misma, cuanto menos vulnerable se muestre, más difícil será que la humillen.

Humillación. Lo pienso y se me crispan los dedos de las manos.

Finalmente, al no encontrar libro alguno que me apetezca leer (realmente no tengo ganas de leer en absoluto) decido hacer algo que, desde mi llegada a palacio, nunca me he parado a hacer. Me siento en el sitio en el que suele sentarse Heylel cuando escribe y tomo una hoja y una pluma. Pienso unos instantes. Entonces, la pluma rasga el papel.

"Madre

..."

*se queda*

Buscaba las palabras en su cabeza, pero estas se resistían a acudir a su encuentro. Había alcanzado el límite de su inspiración, y ya nada parecía fluir de su mente al papel. Necesitaba que un aire más fresco ventilara sus ideas y sus notas. Entró en la biblioteca y se dirigió sin dudarlo a una estantería concreta. Sabía perfectamente lo que estaba buscando. Pasó los dedos por los lomos de los libros y fue seleccionando unos pocos.

Buscó un asiento. Por una vez, no quería sentarse en una mesa, así que avanzó hacia una de las butacas puestas junto a la ventana, no mucho más allá de un escritorio donde una joven morena estaba sentada escribiendo. Corbin la miró un momento, intentando recordar dónde la había visto antes. Probablemente, pensó, encogiéndose de hombros, la habría visto alguna vez por el palacio.

-Buenos días -murmuró al pasar por detrás de ella, de forma automática.

Entra un claritas en la biblioteca. Lo examino unos instantes, aunque no tarda en meterse tras las estanterías para -presumo- buscar algún libro. Enseguida por mi cabeza pasan cientos de recuerdos a toda velocidad hasta que creo dar con el deseado: lo he visto antes, si no recuerdo mal, en los pasillos. Sin embargo, el encuentro no dio demasiado de sí y no lo almacené con ninguna prioridad. Los detalles no están muy claros.

Escribo un par de palabras más en la carta, pero ahora estoy más intrigada por el claritas. ¿Cómo he podido descuidar mi trabajo de esta forma? He caído tan bajo a nivel profesional que ni siquiera examino a las personas que conozco para filtrar posteriormente esa información.

-Buenos días -respondo, volviendo el rostro para mirarlo mientras lo saludo.

Mantengo la mirada unos segundos. Luego regreso a mi carta. Ha de haber una forma de examinarlo rápido y averiguar lo básico sobre él.

Corbin hizo un pequeño gesto con la cabeza ante la respuesta de la chica, para después tomar asiento un poco más allá. Dejó a sus pies los libros que había recopilado y tomó el primero, sin estar muy seguro de que le apeteciera dedicarse a aquello. Lo hojeó un poco antes de decidirse a leer algún fragmento concreto.

Se trataba de un ensayo comparativo sobre la épica de distintos continentes. En opinión de Corbin, una visión demasiado general como para serle realmente de ayuda. Sin embargo, la introducción sí podía ayudarle a seguir una estructura un poco más clara, y en el glosario, al final del libro, se recogían una buena cantidad de términos técnicos que podían ser de ayuda en su trabajo.

Cuando comenzó a leer la introducción, no pudo evitar una sonrisa de reconocimiento. Estaba escrito tomando como ejemplo el Cantar de la insidia de Selther, la obra más detallada que Corbin conocía sobre la violación de Myrinn. Aquella historia hablaba de una terrible traición al pueblo de Lumen, pero al claritas siempre le había fascinado.

Escribo una carta escueta con pocos detalles, pero lo suficientemente extensa para evitar quejas de mis padres. Aunque, realmente, el hecho de recibir una carta mía les será suficiente para darse con un canto en los dientes. De todas formas, tampoco tengo mucho que contarles, ya que los temas de trabajo son secretos y, excepto la desaparición de Silvanus y algún detale más, la vida en este lugar es bastante rutinaria.

Acabo la carta pronto y la dejo secar, apartándola.
Tomo otra hoja en blanco y mojo de nuevo la pluma.

Esta vez la carta va en clave, dirigiéndome a mi "hermana", a la que cuento un par de trivialidades y le digo lo mucho que me encantaría verla la semana que viene por "su cumpleaños", pero que me será imposible debido a mi estancia aquí.

Acabo las dos cartas y dejo la pluma en su sitio. Dirijo una mirada al claritas por el rabillo del ojo.

Aunque no se paró en los detalles, Corbin consintió en leer la introducción de la obra hasta el final, disfrutando especialmente de los fragmentos del Cantar de la insidia que el ensayo utilizaba como ejemplos. Aunque le pareció un texto medianamente aprovechable y sentía curiosidad por qué otros poemas épicos se citarían en el libro, al final lo dejó a un lado para ojear los demás volúmenes que había recogido.

La siguiente obra no era ensayística, sino una antología de poemas ignitas. Corbin se dirigió directamente al índice, buscando alguna obra reconocida. Incluía varias composiciones con la misma temática que el Cantar de la insidia de Selther, pero ninguna, conocida ya o no, le convencía tanto como el propio Cantar. Sin embargo, sí convino, ya que el protagonista de su obra era un flamma, en que escribir un poema de estilo ignita sería bastante adecuado.

Se paró al llegar a un título que le llamó la atención: De cómo el caballero Rhial domó la primera llama. Arqueó las cejas, sorprendido. No estaba muy puesto en folclore más allá de Lumen, pero aquel título le pareció llamativo.

Sintió un cosquilleo en la muñeca. Alzó la vista para mirar a la chrysos, pero ella no lo estaba mirando. Sacudió la cabeza, preguntándose si habría sido tan solo una sensación infundada. Pensó que no debía descuidar sus entrenamientos.

Volvió al índice. El poema comenzaba en la página 238. La buscó rápidamente y comenzó a leer, interesado.

Le lanzo una mirada furtiva mientras lee. Me pone nerviosa. Devuelvo la vista al frente. Llevamos demasiado tiempo en la misma habitación sin hablar. Ya no es demasiado factible que vaya y lo salude.

Lleva un buen rato leyendo, y yo un buen rato sin escribir.
Compruebo que la tinta haya secado en ambas cartas y las doblo. Meto cada una de ellas en un sobre, cuidadosamente, y mojo de nuevo la pluma en tinta para escribir en uno los datos de mis padres y en otro los de mi supuesta hermana.

Una vez más, espero a que seque la tinta.
Miro al claritas por el rabillo del ojo. ¿No está ni un poco interesado en mí? Generalmente en este lugar todo el mundo está interesado en los demás. Aunque también es cierto que una vez en este mismo lugar me topé con un flamma que tampoco veía más allá de sus libros.

Observo la tinta brillante, aún húmeda, en los sobres.

Si quiero abordar al claritas, tendrá que ser otro día. Es frustrante, pero sería demasiado sospechoso que lo hiciese ahora. Demasiado tiempo en silencio.

Corbin cerró el libro de golpe. Pensaba repasar el resto en busca de más ideas, pero aquel poema, De cómo el caballero Rhial domó la primera llama, le había resultado bastante inspirador. Dejó el libro sobre los otros, los tomó todos juntos en sus brazos y fue a sentarse a una mesa, un poco más allá de la chrysos. Seguía teniendo una intermitente sensación de ser observado, pero ni se sentía en peligro ni tenía tiempo para preocuparse por eso en aquel momento.

Sacó los pergaminos en los que había estado trabajando de uno de sus bolsillos, los puso sobre la mesa y buscó pluma y tinta. Luego, tomó de nuevo la antología de poemas ignitas y buscó la página 238. Comparó el inicio del poema y sus propias notas, y fue tachando y haciendo nuevas anotaciones allí donde lo veía necesario. Debía corregir la métrica también, descubrió de pronto.

Poco a poco, la obra empezaba a tener una forma, aunque le estaba resultando complicado. De vez en cuando alzaba la vista y dejaba que se perdiera por la sala, buscando alguna palabra concreta. En un momento dado, en uno de estos recorridos, su vista se fijó en la chrysos, y la contempló como si la viera por primera vez. No tenía mucha pinta de damisela, pero sus rasgos eran agradables. Quizá pudiera basarse en ella para describir a la amada de Rick el mendigo.

El claritas parece estar algo inquieto. No logro ver (sería demasiado cantoso) el contenido de su libro, pero lo compara con unas notas que lleva en el bolsillo y me intriga. Supongo que no será nada sospechoso, pues es perfectamente consciente de que yo estoy aquí. No obstante, la curiosidad es inevitable, y más aún cuando casi te tienes que obligar a ti misma a curiosear por motivos profesionales.
Trabajar de cara al público es muy duro; especialmente para gente huraña como yo.

A ratos, alza la vista y esta se pierde en ningún lugar. Puedo contar por el rabillo del ojo un par de miradas perdidas, aunque quizás lo haya hecho más veces.

La tinta se ha secado por completo. Observo los sobres inertes sobre la mesa.

Noto una sensación extraña y me vuelvo sutilmente hacia el claritas.
Intercepto su mirada un instante.

¿Acaso me miraba? ¿Acaso está escribiendo sobre mí? ¿Quizá tomando nota sobre quién soy? Yo lo hago. ¿Por qué no habría de hacerlo él?

Aprieto incómoda la mandíbula.

Desde que estoy de mal humor (peor que de costumbre, como decía mi madre) me encuentro muy neurótica. Agacho un poco la cabeza y me froto la parte superior del tabique nasal.

Quizás necesite descansar un poco.

Cuando sus miradas se cruzaron, Corbin desvió la suya de golpe, sintiéndose un poco estúpido. Tuvo que hacer grandes esfuerzos, sin embargo, para reprimir una sonrisa, y tomó un par de nuevas notas. No necesitaba una damisela. Una damisela sería un personaje plano, sin personalidad y sin importancia en la historia. Y el motivo por el que Rick el mendigo quería recuperar su honor era recuperar a su amada. Si ella era el objetivo de la historia, no debía ser una simple bandera.

Corbin marcó unos pocos trazos en la esquina de su pergamino. Esta vez no eran palabras, sino un boceto. En líneas muy básicas, dibujó a la chica que tenía delante, y a su lado a Rick el mendigo, basándose en lo que recordaba. Sí, una amada fuerte era mucho más novedoso que una jovencita sosa esperando en una torre a ser rescatada.

Buscó en el poema de Rhial, en el que, sin embargo, las mujeres no tenían demasiado peso. Él necesitaba renovar aquella imagen femenina; debía ser una dama hermosa (miró de reojo a la chrysos) de piel teñida por el sol y ojos de esmeralda. Pero también debía ser una joven con temperamento, valiente y dispuesta a vivir aventuras. Sí, aquello cuadraba muy bien con Rick el mendigo. No una dama que la esperara en su castillo, sino una joven dispuesta a acompañarlo hasta el fin del mundo. Los separaba el caprichoso destino, pero ambos lucharían por reencontrarse.

Al cruzarse nuestras miradas aparto la mía con entereza. Ahora sí, sin duda, sé que me observa. Es el momento oportuno para aprovechar su mirada y abordarlo. No es mi momento favorito, pero si no aprovecho la excusa quizás no tenga otra ocasión.

Respiro hondo un par de veces recordándome que no debo ser borde si quiero sonsacarle algo. Llevar días de mal humor no implica que cuando hables a alguien esa persona lo sepa, de forma que lo único que me queda es fingir.

Vuelvo el rostro hacia él.

-¿Me estás espiando? -inquiero, procurando dar a la pregunta cierto tono divertido (tampoco demasiado) que le dé a entender que estoy bromeando.

FdR- Me voy a comer >o< Luego seguimos

Corbin detuvo la pluma al oír su voz. Era ligeramente grave, comedida y suave, aunque no dulce. A pesar de la seriedad que transmitía, se revelaba en su tono un leve matiz de broma, tan leve que Corbin pensó que tal vez se lo imaginaba.

Alzó la vista y ladeó la cabeza, divertido. Aquella reacción lo había tomado por sorpresa, pero le gustaba pensar que reflejaba seguridad. La chica no se andaba con rodeos. Sí, un buen perfil de heroína para Rick el mendigo.

-Es posible -concedió.

Desde luego, no tenía intención de espiarla, pero decir que no lo estaba haciendo no era del todo sincero. Al fin y al cabo, había un retrato de la chica entre sus notas, y una descripción que se le podría atribuir. Dejó la pluma sobre la mesa y volvió a mirarla, con más libertad esta vez. En su rostro se mezclaban la dulzura de unas facciones agradables y un cierto aire de rebeldía e independencia. Una combinación muy curiosa.

-¿Nos conocemos? -preguntó.

FdR.: Y sí, tardo ahora tres siglos de repente porque acabó la clase de lingüística XDD

Esbozo una sonrisa al escuchar su respuesta. No podría haber una mejor, pues entremezcla gratamente la curiosidad y la intriga con cierto descaro. Además, me da pie a indagar más.

Alzo ligeramente el rostro, dando la impresión de que lo miro en un ligero picado, si bien estamos casi a la misma altura. Esta posición me da un aspecto ligeramente altanero.

-¿Es posible?

Se vuelve hacia mí, sin ocultarse ya. Al fin y al cabo el contacto ha sido iniciado y ya no existe ese pudor a ser hallado mirando al otro sin un supuesto permiso.

-No sé cómo tomarme eso.

Bajo de nuevo la cara para poder mirarlo de frente, teniendo los dos los ojos al mismo nivel y en un ángulo semejante. Así consigo mirarlo de modo más desafiante, fijamente.

-Nos hemos visto antes -respondo a su pregunta-. En los pasillos, si mal no recuerdo. Aunque no debí causarte mucha impresión.

Tuerzo la sonrisa, algo cínica. Realmente tampoco yo recuerdo bien aquel encuentro, por lo que podría decirse lo mismo de mí. Pero ser la primera en decirlo me da cierto derecho a esconder la parte que me toca.