Biblioteca

Zacharyas asintió, recordando aquel encuentro. Había llegado a verla otra vez, en el comedor, pero apenas había sido un instante y no habían hablado.

-Me ha ido bien. Como siempre. Sin novedad –respondió, esbozando lo que pretendía que fuese una sonrisa amable, aunque solía parecerse más a una mueca para asustar-. Y tú, ¿qué tal?

Notaba cierto nerviosismo. No solía pasarle, solo con algunas personas, pero en momentos como ese se sentía soberanamente torpe y no sabía exactamente qué decir.

Zacharyas nunca había sido un hombre demasiado bueno en las relaciones sociales, y perder esa poca capacidad era como...

Su respuesta hizo ensanchar la sonrisa del caeruleus. Parecía que la aether estaba haciendo mejores migas con los guerreros que él. Aunque ello no le parecía demasiado extraño.

-No puedo entender que se te haya dado mal relacionarte –confesó, casi sintiendo que ello era un halago-. Aunque yo no soy muy buen... -. Carraspeó- punto de partida... A mí nunca se me ha dado bien y, presumo, tampoco se me dará.

Terminó de hablar con un encogimiento de hombros. Quizás no hubiera hecho muchos amigos, pero, en comparación con su vida pasada, sí era una cantidad digna de aplauso, y estaba bastante conforme con ella. Al fin y al cabo, que pese a su torpeza y su apariencia hubiese encontrado alguna persona que gustase de pasar con él algún tiempo lo había animado a seguir buscando personas con las que compartir algo.

FdR- Está tímido u.u

Zacharyas notó que se ruborizaba. Alzó ligeramente los hombros y bajó la cabeza, encogiéndose avergonzado, como haría un niño, aunque su altura y su apariencia no recordasen en absoluto a uno.

-Eso es verdad... –dijo, agradecido. La miró-. Aunque, por desgracia, muchas veces las apariencias echan atrás a la gente. Seguro que tu hermosura atrae a más hombres de los que espanta.

Sentía que le ardían las mejillas. Él no acostumbraba a decir esas cosas, y menos a la cara de una mujer, en voz alta y clara. Enseguida notó flaquear sus rodillas y pensó que no debía haber hablado.

Se tocó el flequillo con los dedos, casi para taparse la cara más que para apartárselo.

-Y del mismo modo... -. Arraspeó, bajando la voz- yo espanto a los niños.

Se le escapó una risa nerviosa. Decir aquello era algo vergonzoso, pero no dejaba de ser cierto.

FdR- ZACHARYAS INVOCA AL DEMONIO CON TODOS SUS 6666666 XDDD (Y no sabe tratar con mujeres, que es muy virgensito)

FdR2- Me voy a comer, regreso enseguida :3

Cuando habló de que solo un hombre había tenido el valor de soportarla, Zacharyas dudó, pero finalmente no preguntó nada. Recordaba la última vez que había preguntado a Stalon algo similar y la vergüenza que le había dado el recibir tal respuesta. No sabía si Fier hablaba de lo mismo, pero prefería no arriesgarse a entrometerse nuevamente.

Ella se acercó a él y le apretó ligeramente el antebrazo, lo cual se conocía comúnmente como una muestra de afecto, o algo semejante. Zacharyas, por un momento, fantaseó con que aprovechaba la repentina cercanía para estrangularla con su propio cabello, inmovilizándola y viéndola morir lentamente, cosa que le había atraído desde la primera vez que la había visto, pero no hizo nada, como siempre que tenía esas morbosas visiones.

Cuando comentó que ella se hubiese acercado a él de niña, el caeruleus esbozó una sonrisa, pero cuando Fier mencionó los otros dos nombres, su rostro se volvió interrogativo. La miró, algo confuso.

-¿Lyam? –inquirió-. ¿Ayne? -. Carraspeó-. Me temo que no logro identificar los rostros de estas personas, así que no puedo corroborar tus palabras.

Se preguntaba quienes serían. Había muchos guerreros a los que había visto, pero cuyos nombres no conocía y, del mismo modo, nombres, como aquellos o “Alehyss Lester” que conocía, pero no identificaba con persona alguna.

Sin embargo, sus pensamientos dejaron de divagar cuando ella apartó nuevamente el flequillo que él, semiinconscientemente, había usado para cubrirse.
Sus palabras le hicieron ruborizarse, pero no supo qué responder.

Aquella mujer era buena con él. Ninguna mujer había sido así antes con él. Le apenaba, de alguna forma, pues ahora que lo vivía no era desagradable.

Supuso que, si lo que ella decía era cierto, quizás fuese buena con él porque, habiendo vivido dificultades para relacionarse en la infancia, como él, lo entendía bien.
También Stalon había tenido una infancia difícil. Quizás, pensó el caeruleus, también había en aquel lugar personas afines a él, como las había para Fier.

Si bien Fier explicó a Zacharyas, a grandes rasgos, como eran aquellos de los que le había hablado, el caeruleus se quedó con Ayne. Y, más concretamente, con lo de la corona de pelo. Zacharyas solo conocía a una persona a la cual el cabello le parecía un regalo. Incluso él le había regalado uno de sus mechones. Sin embargo, aquella persona, Stalon, la primera a la que había visto a su llegada a palacio, no se llamaba Ayne.

¿O sí?

Se quedó pensativo un rato. No le resultaría extraño que Stalon le hubiese mentido o lo que fuese. Al fin de cuentas, era una persona peculiar.

Fier lo sacó de su ensimismamiento. Asintió, distraído, pues seguía pensando.

-Sí, leer está bien –le dijo-. Yo venía a buscar un libro...

Se introdujo en la primera estantería y lo buscó. Ya lo tenía localizado. Era un libro sobre bestias de Ignis.

-Este es –dijo al tenerlo, dedicando una sonrisa a la aether.

Miró a su alrededor, buscando algún incómodo sitio en el que sentarse. Finalmente optó por un rincón, en el suelo, en el cual su espalda no estaba apoyada ni en una pared ni en la otra.

¿Ayne? ¿Stalon Ayne? Quizás, pensó, fuese su apellido, o...

FdR- Haz lo que veas, que me voy a reunir un rato XD

Zacharyas leyó durante largo rato, concentrado a veces en las interesantes páginas del libro, que le desvelaban innumerables secretos sobre bestias que jamás hubiera creído posibles, y otras veces en el misterio de Ayne, aunque poco a poco el libro lo fue atrapando y dejó su preocupación a un lado. Al fin y al cabo, no era seguro que su mente hubiese seguido los caminos correctos, y quizá solo se tratase de una casualidad.
Fuera como fuese, pensó, ya lo desvelaría en cuanto viese a la joven parvus, o en cuanto encontrase a la tal Ayne.

Tras un largo rato leyendo, cerró el libro, dando por concluído su estudio -o su disfrute, según se viese-. Dirigió una amable mirada, buscando a Fier, y cuando dio con ella sonrió. Puso en pie su largo y encorvado cuerpo.

-Yo he leído suficiente por hoy -le dijo, afable-. Creo que ahora saldré a despejarme un rato.

Tras desearle un buen día y que disfrutase con sus tareas, el caeruleus hizo una leve reverencia formal, que quedó algo estrambótica en su alargada figura, y caminó hacia la puerta.

Le agradaba la joven, eso lo tenía claro, pero había abierto puertas a indagaciones quizás interesantes.

*Se va*

FdR- Siento la tardanza. Si quieres que edite cualquier cosa, o lo que sea, avisa, por favor.

Lluvia, más lluvia y viento. Al menos, no hacía tanto frío como otras veces, pero la humedad se colaba por cada rendija, inundaba el aire, se colaba hasta los huesos. Al entrar en la biblioteca, desvié la vista hacia los ventanales con hastío. Si al menos las nubes dejaran espacio a algún rayo de sol... Pero no, el cielo estaba absolutamente encapotado; casi parecía que estuviera anocheciendo ya.

Desvié la vista, gruñendo, y me encaminé hacia las estanterías con la espalda tensa y medio entumecida. Parecía que mis alas hubieran absorbido el frío del aire, porque el dolor no daba tregua. Necesitaba algo que me distrajese y un fuego que me calentase.

No tardé en descubrir que no estaba solo. Una conocida figura se movía unas estanterías más al fondo, y parecía más estar observando el panorama general que buscando algo en concreto. Suspiré. No me apetecía mucho la compañía, pero hacía mucho tiempo que no veía a Fier, y sabía que no tenía sentido cerrarme en banda. Así pues, olvidándome ya de la búsqueda de una lectura, avancé hacia ella, que estaba de espaldas. Al llegar a su altura, puse una mano sobre su hombro para llamar su atención.

Pese a que traté de no ser demasiado brusco en el gesto, pude notar la tensión de sus hombros al sentir el contacto. Me sentí algo culpable por haberla asustado, pero no tardó en recuperarse al darse la vuelta y verme. Pese a todo, no parecía del todo relajada, y su mirada, tan fija e intensa, me sorprendió un poco. Le devolví la mirada, entre escrutador e interrogante.

Me encogí levemente de hombros, acariciando distraidamente el suyo.

-Estoy bien -respondí con voz ronca-. Aunque algo afectado por el tiempo. Hacía mucho que no te veía.

Parecía algo nerviosa, aunque no tenía ni idea del motivo. Me pregunté si, sin darme cuenta, había hecho algo que la había incomodado, o si sencillamente no tenía nada que ver conmigo. Aquella chica tenía siempre tantas cosas en la cabeza que intentar descifrar su actitud era toda una odisea.

Ya casi había olvidado la mano posada sobre su hombro cuando la apretó contra su mejilla, atrapándola. El tacto era suave y cálido, agradable. Como un bicho aplastado, la mano se estiró y dejó de moverse al instante, y desvié la vista hacia ella en el preciso momento en que la dejaba ir con un beso, pero la mano se alzó junto a la mejilla, acariciándola levemente.

-Te creo -repuse-. Gracias. ¿Cómo estás tú?

Volví la vista a la ventana, pensativo. Si mejorara un poco el tiempo, tal vez estuviera mejor.

FdR.: Siento el combo tardanza + cutrez u.u

Asentí distraidamente a sus palabras, haciendo esfuerzos por seguir la conversación, que el dolor de mis alas se empeñaba en interrumpir. Iba a abrir la boca para responder algo (ni siquiera sabía exactamente qué) cuando sentí que se acercaba y me abrazaba por el cuello. Me quedé un momento rígido, con el ceño fruncido, antes de corresponder acariciando aquella larguísima melena. Fier estaba extrañamente cariñosa.

Me mantuve un momento en silencio antes de volver a hablar, intentando retomar el hilo de la conversación. Tuve que esforzarme para recoger sus palabras, mi más aún para encontrar una respuesta.

-Bueno, supongo que eso implica que te has integrado bien -comenté. Por mi parte, no se podía decir lo mismo, precisamente. Aunque sí había conocido al fin a alguien interesante-. Yo conocí a alguien nuevo el otro día. Un hombre curioso.

Apoyé la mejilla contra su cabeza, mientras enredaba los dedos en su pelo. No pude evitar un nuevo vistazo a la ventana.

FdR.: Siento la tardanza >___< Me llamaron mis padres, perdón...

FdR edit: no importa que tardes, si eso corta y vete cuando quieras, no te obligo a nada, de verdad. Aparte, perdona si cometo alguna barbaridad, no es mi teclado y no estoy acostumbrada.

Solté una especie de mezcla de risa y resoplido. Por cómo lo decía, parecía que le diera exactamente igual lo que dijera, pero si era así tampoco me importaba demasiado. De todas formas, no tenía muchas ganas de hablar, pero si seguía concentrándome en mi entumecimiento acabaría desquiciado. Cerré un momento los ojos e inspiré profundamente, buscando qué decir.

-Bueno, tuvimos una charla bastante interesante -asentí, con un leve encogimiento de hombros-. Era un tipo sarcástico, pero no desagradable. Gerald, se llama. Un tipo peculiar, pero supongo que sí le doy el visto bueno. Parecía que teníamos bastante de qué hablar.

No quise entrar en detalles, pero recordé aquella extraña marca que el chrysos tenía en el brazo. En un momento dado, la mano enredada en su pelo ascendió hasta la altura de la oreja, y abrí los ojos de golpe. Fier no parecía muy dada a mostrarlo, pero su piel pálida y aquellas orejas en punta revelaban su origen. Lo cierto era que el tatuaje de Gerald me había parecido de origen caeruleus, pero ni siquiera tenía por qué ser así. Y, aunque lo fuera, dudaba que Fier pudiera saber algo al respecto.

Mi mano se detuvo al instante, soltando su pelo como si acabara de tocar algo muy caliente. La bajé de nuevo hacia su hombro, y la deposité allí suavemente, como temiendo romperla si no era lo suficientemente delicado. Traté de buscar su rostro para mirarla, sin entender del todo qué acababa de pasar. Una idea rondaba mi mente, pero la posibilidad de que ese fuera el problema me parecía remota.

-¿Te... duele? -pregunté, vacilante, frunciendo el ceño con extrañeza.

Quizá no había reaccionado con la agresividad con la que yo hubiera reaccionado si alguien me tocara las alas, pero Fier no era tan agresiva como yo. Desvié la vista hacia sus alas, tratando de imaginarlas como las mías, desplumadas, paralíticas, doloridas. Apreté los dientes, estremeciéndome y tratando de alejar aquella idea de mi mente. En su lugar, imaginé la katana de Gerald atravesándome las alas en la raíz, cercenándolas en un corte limpio. Casi se me escapó una risa siniestra.

Volví a buscar su rostro y, muy lentamente, llevé la mano a su pelo, a la altura de su oreja, en un gesto que indicaba la intención de separarlo. No podía evitar sentir curiosidad, pero no pensaba examinarla en contra de su voluntad. Así pues, mis movimientos eran tan lentos que ella misma podía detenerlos si quería.

-¿Puedo?

Al parecer, no tenía inconveniente en que echara un vistazo. Así pues, aparté la cortina de pelo y contemplé aquella oreja de aspecto extraño, puntiaguda como la de un caeruleus, pero más pequeña, a medio camino entre eso y una oreja redondeada. Me abstuve de tocarla, pero a pesar de todo, pude apreciar su nerviosismo, reflejado en una serie de sutiles movimientos.

No parecía que tuviera nada de extraño, pero a pesar de ello, Fier parecía incómoda. Sin dejar de apartar su melena, hice descender un poco mi mano, de forma que la punta de su oreja quedó cubierta por el pelo. Aprovechando el que hubiera girado el cuello, me agaché un momento para posar un suave beso junto al lóbulo, para luego soltar de nuevo la melena y enderezarme.

No dije nada, pero internamente seguía preguntándome por aquel extraño nerviosismo. No parecía que hubiera ningún problema físico, ninguna anomalía. Así pues, todo lo que se me ocurría era que estuviera preocupada por su aspecto. Pese a que me parecía un poco ridículo, me autoconvencí de que era un sentimiento lógico, especialmente habitual en mujeres. Mi madre daba mucha importancia al físico femenino, y aunque Nýa no parecía tan preocupada por todo aquel paripé, E'lhin llevaba el asunto a rajatabla. Y, desde luego, habiéndome criado en semejante ambiente, sabía de sobra lo estúpido que era discutir aquellas manías femeninas.