Biblioteca

Ladeé la cabeza, enarcando una ceja, al ver su reacción y oír su pregunta. Casi me dieron ganas de pedir una medalla por entender, por una vez en la vida, qué era lo que se le pasaba por la mente. Al menos, su pregunta y su reacción daban a entender que se trataba de simple vergüenza, tal vez de un complejo. Tuve que contener un gesto entre exasperado y divertido; en aquel momento, me recordó enormemente a E'lhin, siempre pidiendo opiniones sobre su aspecto.

Pese a todo, mi madre y mi hermana me habían hecho entender que se trataba de un asunto de suma importancia, así que asentí con la cabeza. No me parecía un dato necesario, pero si a ella le importaba mi opinión, no tenía ningún motivo para ocultársela.

-Te dan un aspecto elegante -comenté-. No deberías preocuparte tanto en esconder un rasgo así. Es parte de tu naturaleza.

Sabía que aquellas palabras eran un arma de doble filo; también eran parte de mi naturaleza aquellas alas malditas, y eso no implicaba que no las odiara con todo mi ser, que no fuera a sentirme más completo el día que las expulsara de mi vida. Para mí, sin embargo, tenían una connotación negativa, y renunciar a ellas no implicaba renunciar a mis orígenes; mi extraña magia me acompañaría siempre, y eso era algo que me enorgullecía.

Definitivamente, su reacción termina de demostrar que aquel asunto era importante para ella. Bueno, mejor saberlo, entonces. Su reacción me pareció un tanto exagerada, pero lo dejé estar. Realmente, parecía absolutamente contenta, y yo no tenía la menor queja a ese respecto. No tenía la menor intención de enzarzarme en discusiones que no llevaban a ninguna parte.

Si su repentino abrazo me pilló por sorpresa, su beso entusiasta me dejó un tanto descolocado. Por un instante tuve el impulso de descender hacia ella, lo que se reflejó en un brillo ardiente en mis ojos, pero fue apenas un instante antes de que lo controlara. No parecía cuadrar mucho con la situación, ni me sentía del todo inclinado a algo así en aquel momento. Aunque su presencia me distraía, el dolor me agotaba.

Sí le ofrecí, en compensación, una suave caricia en la mejilla.

-Bueno, las normas del protocolo incluyen esa clase de trucos de galanteo -respondí, irónico, poniendo los ojos en blanco. Aunque de forma un tanto forzada, me obligué incluso a sonreír levemente.

El chrysos resopló y apartó el papel que tenía enfrente. Estaba sentado en una de las sillas de la biblioteca, frente a una de las mesas. Llevaba ahí un buen rato, intentando escribir, pero era incapaz de hilar párrafos de forma coherente. Por el mueble, como resultado de su fracaso, había, además del bote de tinta y la pluma que había estado usando, dos papeles arrugados donde se podían leer algunas frases.

Lyam suspiró, alzó el cuello, se hundió en la silla y observó el techo. Frunció el ceño, pensativo, y luego volvió a resoplar: pese a que era consciente de que tenía que responder a la dichosa carta, no sabía qué poner. Evidentemente, lo más sencillo sería escribir todo lo que sabía, pero, claro, si quisiese ser completamente sincero, la carta ya estaría enviada.

Chasqueó la lengua y desvió la vista hacia una ventana. Sin interés, observó la lluvia que caía.

Llevo todo el día de un humor espantoso. Hay días que me levanto con el pie izquierdo y no hay manera de evitarlo. El clima es demasiado húmedo para mi gusto, no me apetecía comer ni entrenar, y me he pasado toda la tarde paseando malhumorado, gruñendo hasta a las piedras.

Me detengo ante una de las miles de puertas que parecen florecer por todo el palacio, cambiando a voluntad. O quizás simplemente mi sentido de la orientación no es tan buena como cabría esperar.

- Estúpido palacio, lleno de estúpidas puertas- murmuro mientras la abro de un empujón. No me gustan las puertas cerradas. Es como si escondieran tesoros al otro lado y yo no pudiera verlos.

Por una vez estoy en lo cierto. Cuando veo su interior, mi incendio interno se calla instantáneamente. ¡Es la biblioteca! Entro como una tromba, distinguiendo a un par de personas ya en su interior pero haciendo caso omiso de ellas. ¡Es la biblioteca!

-¡Halaaaaaaaaa!- exclamo, mientras corro a una de las estanterías más cercanas-. ¡Nunca había visto tantos libros!

Concentrado como estaba en la interesantísima lluvia, el chrysos no se dio cuenta de que Fier había entrado hasta que la aether le tocó el brazo. Lyam dio un respingo, sorprendido, y miró a la chica, el ceño fruncido y los labios entreabiertos.

—Buenas... Noches —dijo. Luego esbozó un amago de sonrisa—. ¿Qué tal, Fier?

Mientras hablaba, se acomodó en la silla, sentándose lo que se dice bien, y después observó los papeles. Si se hubiese percatado antes de su presencia, los había escondido, pero ahora le parecía bastante sospechoso esconder algo que, a fin de cuentas, estaba emborronado y arrugado. Reprimió un suspiro. La próxima vez que se quedase absorto mirando por una ventana recogería antes.

Una voz completamente desconocida le hizo apartar la vista de la mesa. Curioso, observó el lugar, buscando al dueño de aquel "grito". Cuando lo encontró, alzó las cejas, sorprendido. No conocía de nada al flamma que acababa de entrar. Miró a Fier de reojo, preguntándose si ella lo conocería o no, y luego volvió la vista al desconocido. Sonrió.

—Buenas noches —dijo en un tono lo suficientemente alto como para que el flamma lo escuchase, pero lo suficientemente bajo como para que nadie lo definiese como un grito.

Contemplo emocionado todo ese horizonte de libros ante mí, pero sin atreverme a tocarlos. ¡Hay tantos! ¡Tan bonitos!

Los otros ocupantes de la biblioteca me saludan, sacándome de mi trance. Un chico sentado a la mesa y una preciosa aether, que me mira con algo parecido a la reprobación. Lo ignoro por completo, lleno de euforia y me acerco a ellos casi a saltos.

- ¡No son buenas noches! ¡Son más que mejores noches! ¡Noches fantásticas! ¡Las noches de las noches! ¿Habéis visto este sitio? ¡Es increíble! ¡Está lle-no de libros!- me contengo para no bailar. Pero de verdad que lo deseo con todas mis fuerzas.

Lyam frunció el ceño y miró a la aether, confuso. ¿Shh? ¿Por qué le decía shh? ¡Si no había nadie en la biblioteca! Y ni tan siquiera había hablado tan alto.

—¿Shh? —repitió—. ¿Por qué shh? —Miró a ambos lados, buscando a alguien que no vio—. Si aquí no hay nadie.

No lo entendía. Comprendería que le mandase callar si había alguien leyendo o estudiando, pero ahí, a primera vista, no había nadie. Y si había alguien, muy escondido debía de estar, porque él no había visto a nadie en todo el tiempo que llevaba ahí.

El desconocido se acercó a ellos. Parecía eufórico. De hecho, hablaba con un entusiasmo tan grande que Lyam tuvo claro que era nuevo. Eso o era un veterano que mágicamente no había visto nunca la biblioteca.

—Hemos visto este sitio —aseguró, asintiendo un par de veces con el ceño levemente fruncido y una pequeña sonrisa en los labios—. Y sí, es un sitio perfecto si te encanta leer. —Ensanchó la sonrisa. Luego le tendió una mano—. Lyam. Encantado.

Estrecho con efusividad la mano que me tiende el chico.

- Encantado. Soy Narbe- acto seguido me giro hacia la chica y tomo su mano con algo más de cuidado, pero sin poder controlar mi alegría. La verdad es que parece tan delicada que me da miedo dañarla-. Un placer. ¡No me puedo creer que nadie me haya traído aquí antes! ¿Siempre ha estado aquí la biblioteca? ¡He debido pasar por delante de la puerta cien millones de veces!- me alejo de nuevo, exultante, acercándome a otra de las paredes cubiertas de libros. Alzo una mano para tocar el lomo de uno de ellos, pero me detengo con reverencia. Seguro que tengo las manos sucias y estropearía este templo al orden y a la belleza. Sonrío bobaliconamente, pensando en la cantidad de obras que debe de haber en el lugar. Es tan bonito que dan ganas de llorar.

Miró a Fier de reojo.

—Una biblioteca vacía —repitió, en voz baja para que sólo ella lo escuchase. Luego volvió a mirar al chico, que se había presentado como Narbe, y sonrió, mientras retiraba la mano. No recordaba haber escuchado su nombre nunca, así que disipó cualquier duda sobre el tiempo que el flamma llevaba en palacio: definitivamente, no llevaba mucho tiempo por ahí.

Tras darle la mano a Fier, el chico había vuelto a su estado de entusiasmo extremo. Lyam frunció el ceño, confuso. Tal vez Fier lo entendiese porque a ella, según lo que él tenía entendido, le encantaba leer, pero él era incapaz de comprender la alegría del flamma. Para él, la biblioteca era un lugar tan normal como la sala común.

—Que yo sepa, sí, siempre ha estado aquí. —Miró al flamma. Sin duda, era bastante estravagante, tan enérgico y tan lleno de tatuajes y pendientes. Era curioso. Esbozó una amplia sonrisa—. No llevas mucho tiempo por aquí, ¿no?

Me giro cuando escucho a Lyam dirigirse a mí de nuevo.

-No, la verdad es que no hace mucho que llegué... y aún estoy algo perdido...- respondo ausente. No puedo quitar la vista de los libros por mucho tiempo, son como un imán.

Oigo, como si el sonido llegara de otro mundo, el ruido de la lluvia con mayor intensidad por unos momentos. En alguna parte de mi cerebro, mi mal humor aletargado refunfuña y se queja de la humedad reinante, pero lo ignoro. En estos momentos, las estanterías son más importantes. Salvo si el agua entrara en la biblioteca. Eso sería un desastre. Agua que estropearía los libros, qué horror. Tantos tesoros maltratados...

Sumido como estoy en mis pensamientos, no reparo en que la aether se ha acercado a mí y, antes de que me dé cuenta, me está limpiando las manos con su falda humedecida. Si supiera cómo hacerlo, me sonrojaría. Hace tiempo que nadie tenía un gesto tan dulce conmigo. Cuando termina contemplo mis manos, impolutas. Me las seco como puedo en el pantalón antes de atreverme a coger uno de los tomos y comienzo a pasar páginas con tanto cuidado como el que mostraría con un bebé o un ser increíblemente frágil y pequeño.

- Qué bonito es...- murmuro, más para mí mismo que para ella-. Ojalá supiera leer como para saber qué dice...- las palabras se escapan de mi boca antes de que pueda controlarlas. Alzo la mano libre mientras trato de justificarme entre balbuceos avergonzado, ante la chica-. ¡No! Quiero decir... ¡No es que no sepa leer! Es solo que... en mi pueblo en Ignis no tenía mucho con lo que practicar y es una habilidad que tengo un poco olvidada... y estos libros parecen tan complicados...- no sé cómo arreglar mi pequeña "confesión". La verdad es que desde que nacieron mis hermanas no tuve muco tiempo para practicar con libros y apenas había un par de tomos en toda la población. Suspiro apesadumbrado. Ahora van a pensar que soy un idiota.

Frunció el ceño y miró a la aether de reojo. Definitivamente, no entendía qué problema tenía, pero no iba a seguir con el tema. En lugar de replicarle, movió la cabeza, alejándola de su mano, y respondió al flamma.

—Es un sitio enorme; es normal que te pierdas. Pero, si necesitas ayuda, imagino que nadie tendrá problema en prestártela —dijo, sonriente, aunque el flamma parecía más interesado en los libros que en otra cosa. Lyam suspiró. Definitivamente, no entendía la pasión que los libros despertaban en algunas personas. Para él, la lectura era un pasatiempo más, mucho más aburrido que conocer a la gente o pasear, que servía como entretenimiento cuando hacía mal tiempo y estabas completamente solo. Durante un instante, pensó en aquel claritas, Corbin. Sin duda, Fier y Narbe podrían ayudarle mucho más que él con el asunto aquel de las rimas y de cómo escribir el poema aquel.

De reojo, observó a la aether y al flamma. No sabía cuándo se había movido exactamente la aether, pero ahora mismo Fier estaba limpiándole las manos a Narbe. Lyam alzó las cejas, sorprendido. Aparte de no entender el qué le veían a la biblioteca, tampoco entendía del todo a Fier. Decía que le costaba relacionarse con la gente, pero ahí estaba, limpiándole las manos con la falda a un desconocido. No lo entendía.

Cuando el flamma habló, el chrysos frunció el ceño, confuso. ¿No sabía leer o hacía mucho que no leía? ¿Qué le pasaba exactamente? Si era lo primero, entonces sí que dudaba que en algún momento de su existencia comprendiese su fascinación por el lugar. Mentalmente, anotó, a pesar de lo raras que le parecieron las palabras del flamma, lo referente a su lugar de origen.

—Aquí hay de todo —respondió—. Hay libros complicados y libros más sencillos, así que... —Se encogió de hombros. Tras unos segundos en silencio, añadió—. Y hay libros que no hay Mithos que los entienda...

Resisto a la tentación de salir corriendo. Después de todo, Brontë es enorme. Podría tardar semanas, incluso meses, en volver a cruzarme con estos dos. Pero, al contrario de lo que había creído, no se ríen de mí. Fier incluso se ofrece a ayudarme a volver a retomar el noble arte de la lectura. Abro los ojos, entre la sorpresa y la felicidad.

- ¿De... de verdad harías eso? Yo, yo... ¡muchísimas gracias!- no me contengo y la abrazo, cuidando de no aplastarla a ella ni a sus alas con mi entusiasmo. No podría ser más feliz. He encontrado una habitación llena de libros y alguien que me va a ayudar a comprenderlos. Me alejo de ella cuando Lyam habla de nuevo. Escucho atento a sus palabras y veo que Fier asiente también. Supongo que en un sitio tan enorme es normal que haya libros de diversa dificultad, puede que incluso esté al nivel de alguno.

Toda mi emoción me va desgastando y noto el cansancio se va apoderando de mí. Echo una última mirada a la sala, preguntándome esperanzado qué libro estará aguardando por mí, esperando a ser leído. Sonrío a mis acompañantes ampliamente.

- Creo que no sería capaz de aguantar más emociones por hoy; os dejo con lo que estuvierais haciendo- guiño un ojo con picardía y marcho hacia la puerta. Desde allí aún me giro una vez más y miro a Fier-. ¡No olvides que has dicho que me ayudarás!- exclamo, y salgo, camino de la habitación.

*se va*

FdR: ahí os dejo, chicos, que mi cama me reclama muymucho ya ;3

El chrysos escuchó la conversación de sus dos acompañantes sin pronunciar palabra. Por algún motivo, que Fier le ofreciese ayuda no le sorprendía, aunque cada vez estaba menos convencido de que a la chica le costase relacionarse con la gente. Desde su punto de vista, no tenía ningún problema. No lo había tenido con él ni parecía tenerlo ahora con el flamma. Narbe, por su parte, parecía ser tener un entusiasmo que, de alguna forma, le recordaba al estúpido flamma Rick Dehnel. Con la clara diferencia, claro está, de que Narbe no parecía demasiado estúpido y parecía simpático.

Lyam reprimió bostezo. Se había hecho bastante tarde y estaba bastante cansado. No obstante, no se levantó todavía. Escuchó a Narbe en silencio, intentando prestarle toda la atención que podía, y, cuando se despidió, sonrió.

—Buenas noches —se despidió. Ensanchó la sonrisa y observó cómo el flamma abandonaba la biblioteca. Cuando se fue, suspiró y se puso en pie. Miró a la aether.

—Yo también me voy yendo: estoy bastante cansado. —Volvió a sonreír. Recogió las cosas de la mesa y, una vez cargado con todo, se despidió de la aether con un gesto de la cabeza y un buenas noches. Tras eso, abandonó la biblioteca.

*se va*

Fdr. Fier postea mañana por la mañana >w<

Citación :

...como te dije la otra vez. No sé por cuánto tiempo tendremos que estar en esta situación, pero ya se me está alargando. Sigo con ganas de volver a casa, al menos para verte. ¿Recuerda lo que te conté sobre el encuentro con el líder Darvenwish? Pues tras eso resulta que...

Escucho un ruido extraño en el exterior que me hace levantar la cabeza de la hoja y me quedo tieso durante un momento. No es habitual escuchar algo así en Brontë a estas horas.

Miro a mi alrededor, algo asustado. Estoy solo en la biblioteca.

Rápidamente guardo las cosas y salgo de allí corriendo a ver qué pasa.

*se va*

El chrysos, sentando frente a una mesa, escribía. Tras repasar mentalmente lo sucedido el viernes, había decidido que el suceso era perfecto para relatar en la carta. De alguna forma, haberse visto envuelto en algo así le parecía una suerte: había tenido problemas para responder a la carta porque, sinceramente, no sabía qué poner (¿sobre qué y quién hablar y hasta qué punto?), pero ahora tenía un tema que rellenaría el papel y que haría que sus superiores no se cuestionasen, de momento, nada. O al menos eso esperaba. El suceso de la banda le parecía lo suficientemente interesante como para que, como mínimo, se interesasen por él. Y si se interesaban por él, tal vez obviarían que, realmente, no estaba desvelando gran cosa de los guerreros.

La carta estaba dirigida a su prima, y en ella le relataba lo que había sucedido, admitiendo, al final, que todavía no entendía muy bien algunas cosas y que buscaría más información. Aparte de la mera descripción de los sucesos, había una breve descripción de la forma de combatir que tenían los guerreros a los que había visto (nada relevante), y un par de palabras dedicadas a la gente que había conocido tras su vuelta a Brontë (tampoco nada demasiado relevante). También le preguntaba qué tal estaba y cómo era el tiempo en Aqua, y le agradecía la felicitación de cumpleaños. Si alguien la leyese, probablemente pensaría que era una carta normal, pues apenas daba información sobre la gente que convivía con él dentro de esas paredes y la forma de describir estaba más próxima a la forma de hablar entre amigos que a la de hablar entre alguien y su jefe. Pero nadie iba a leer la carta.

Cuando terminó de escribir, dejó la pluma en su sitio y suspiró. Guardó la carta en un sobre. Luego observó a su alrededor, curioso.

*se queda*

Después de pasar por la enfermería para informarme sobre el estado de mis compañeros, lo único que me apetecía era leer. No tenía ganas de pensar en nada, ni de recordar lo que había pasado. Cuanto más pensaba en ello, peor me sentía: me sentía débil, incompetente, inútil. No había hecho nada y, aun por encima, me había mostrado como una damisela en apuros delante de aquel tipo, Sanders o algo así.

Suspiré. Sin duda, lo que había sucedido sólo podía significiar una cosa: necesitaba entrenar más a menudo. Había descuidado los entrenamientos y eso me había pasado factura. Y aquello, para una guerrera, era inadmisible. Me imaginé a mi hermano, lo qué él habría hecho si estuviese allí y me sentí peor. Él hubiese podido solventar la situación sin problemas (porque siempre solucionaba todo sin problemas), pero yo no había sido capaz de hacer nada. Era frustrante.

Entré en la biblioteca y, al adentrarme en la estancia, me topé con un conocido desconocido. Mal sentado en una silla, el chrysos desconocido que había salido "a ayudarme" observaba con curiosidad el lugar. Durante unos segundos, me planteé irme, pero, antes de que pudiese decidir qué hacer, él se volvió para mirarme. Esbocé una corta sonrisa, tímida. Parecía una tonta observando a la gente de lejos.

—Bu... Buenas noches... —murmuré mientras me acercaba. Me pasé una mano por la nuca—. La... Lamento no haber... Saludado antes... —Me humedecí los labios. Luego tomé aire y le tendí una mano—. Soy Inger Nielsen... ¿Y... Y tú...? No hace falta que respondas, ¡es mera curiosidad! Pero... Bueno... El otro día te vi y, eh, me gustaría... No sé... Saber tu nombre... ¡Pero no hace falta que respondas si no quieres!

Fdr. this is real life

El chrysos frunció el ceño y miró a la caeruleus que, plantada a unos pasos de él, lo observaba. Era la desconocida del otro día y, por lo que podía apreciar a primera vista, no estaba herida. Pese a que la carta seguía, aunque dentro de un sobre, en la mesa, el chrysos le devolvió la sonrisa y la invitó a acercarse.

—Buenas noches —saludó, acomodándose en la silla, y miró a la caeruleus, curioso. Se preguntaba cuánto tiempo llevaría en Palacio y qué había visto aquel día. ¿Era nueva o, por el contrario, se trataba de una veterana? ¿Cómo había llegado a la cueva? ¿Había combatido con más mercenarios? ¿O no se había encontrado con nadie hasta llegar a la cueva? Demasiadas preguntas.

Cuando la chica se presentó, Lyam no pudo evitar alzar las cejas, sorprendido. Inger Nielsen... Había oído hablar de ella; Corbin la había mencionado.

Sonriente, estrechó la mano de la joven y luego negó con la cabeza. La chica hablaba con un tono nervioso y alzaba y bajaba la voz cada dos por tres. Era bastante cómico.

—Lyam —dijo, mirándola. Luego añadió—. Y no hace falta que te disculpes. —Ensanchó la sonrisa. Tras unos segundos en silencio, añadió—. ¿Qué tal estás? Menudo día fue aquel, eh...