Sala común

El líder Darvenwish estaba dejando listos los papeles del día para dar su habitual vuelta por Brontë en busca de alguna mujerzuela que le amenizase un par de horas. Con el tiempo que llevaba en Brontë conocía bien al servicio como para saber a dónde debería dirigirse para su complacencia.

Por otra parte, además de sus ganas de sexo habituales, sentía desde hacía un tiempo un vacío, una carencia. Con las piernas cruzadas, se llevó la mano bajo la levita, a la altura de la cadera, y acarició su flamante látigo con mimo y cierta sensualidad. Aquel tacto entre suave y áspero generado por el buen cuero y la fibra de cristales. Cerró los ojos con satisfacción, acariciando el mango y sosteniéndolo con cierta fuerza, pudiendo casi sentir el alma que rodeaba los cueros principales. Sí, aquella era su creación maestra, su amor platónico y, por mucho que disfrutase sintiéndolo y obsevándolo, llevaba demasiado tiempo sin utilizarlo y empezaba a desearlo demasiado.

Salió de su trance al darse cuenta de que alguien había entrado en la sala común de los guerreros y, curioso por quién sería, se levantó para bajar las escaleras hasta su encuentro.

Se encontró con un muchacho chrysos bastante mayor, con el pelo mojado y ropa vulgar que utilizaba aparentemente para dormir. Pensó en que tenía muy poco decoro recorrer el palacio con ropa como aquella sabiendo que había integrantes caeruleus en él además de que el servicio hacía turnos de noche. Sin embargo, el hecho de que no fuese un caeruleus le intrigó lo suficiente como para dejar eso a un lado -al menos apartarlo un poco de su mente-.
Recordó al flamma de hacía un par de noches, al parecer los guerreros estaban teniendo problemas de sueño.

—Noches trémulas por lo que veo —Comentó con su habitual sonrisa, delante del hombre.

Escucho pasos pero decido ignorarlos. Supongo que será otro guerrero o alguien del servicio con lo que decido hacerme el dormido para evitar dar explicaciones. Sin embargo, una voz de hombre se dirige a mí y, quizás por el tono, abro los ojos para descubrir por qué me está hablando.

Mi sorpresa no puede ser mayor, se me corta la respiración y casi podría jurar que se me encogen las pupilas. Doy un brinco del sofá, ignorando el dolor y me cuadro con los pies juntos y mirada al frente. Firme y en silencio. Delante de mí tengo al Capitán General de Caligo. Como parte del ejército es la mayor de mis obligaciones permanecer firme en su presencia, no porque sea el Capitán General del ejército al que pertenezco, sino porque ante un Capitán General se cuadra hasta el soldado raso de la más remota isla helada del continente azul.

No me atrevo ni a tragar saliva.

El líder Darvenwish se sorprendió ligeramente y sonrió más ampliamente ante la reacción del hombre. Al parecer había al menos un guerrero de verdad en Brontë y con de verdad ser refería a uno que había pertenecido al ejército y sabía de su reglamento y etiqueta. Un suspiro de alivio para el supuesto "ejército" de Brontë. Al menos alguien podría enseñarles algo a esa panda de ilusos y creídos.

—Descanse, soldado. Tiene permiso para hablar —Indicó con tono amable sin perder el gesto. —Di, ¿a qué ejército perteneces? Pocos por aquí saben cómo comportarse ante un Capitán General, así que tú vienes de formar filas —Explicó con tono complacido. Luego tomó asiento en una delas butacas, la que solía ocupar, para continuar observando al muchacho. Se fijó en su brazo rojizo e hinchado y el cinturón que llevaba atado. Entornó los ojos.

—Eso no tiene buena pinta —Indicó.

Nunca había visto al General Darvenwish tan de cerca y, ni por asomo, esperaba encontrármelo cara a cara en el palacio de Brontë. Había oído que se encontraba en él pero, siendo quien era, no esperaba tener una oportunidad como esta. Igualmente, encontrarse tan de cerca con un líder podía ser una fortuna o una maldición y yo estoy demasiado tenso y dolorido.

Me ordena descanso y me da permiso para responder con lo que trato de relajar los hombros y trago al fin para que no se me seque la boca.
Sus preguntas e interés me sorprenden y me agradan.

—Buenas noches, señor. Me llamo Gerald Browen y pertenezco al ejército de Caligo en calidad de Sargento —Respondo claro y conciso, sin vacilar y tratando de mirarle respetuosamente a pesar del descanso.

Me sorprendo todavía más cuando presta atención a mi brazo y lo observo por un momento.

—Es una herida de guerra, señor —Respondo. No quiero dar explicaciones innecesarias, pues cualquier detalle sobre su estado puede dar pie a que piense que soy un quejica o que me arrepiento de haber formado parte del ejército por esto. Nada más lejos de la realidad.

Sus respuestas son concisas y claras algo que le agradaba y hacía gracia al líder caeruleus. Todavía no se había acostumbrado a que un guerrero de Brontë supiese mantener tanto tiempo las formas. De hecho, ni siquiera él las mantenía demasiado en Brontë.
Cuando le dijo que formaba parte de su ejército se regocijó.

—Vaya, muy interesante. Pues me alegro de tener a alguien como tú entre mis filas, Gerald —Indicó con calma y complacencia. —Aunque espero que no me decepciones aquí dentro —Bromeó a sabiendas de que el hombre podría tomárselo como una especie de reto u obligación. Eso estaba bien para animar a las tropas.

Escuchó sobre su brazo y se llevó una mano a la cara, pensativo.

—Hum, lo siento entonces. Es una pena que te haya tocado en una época poco conflictiva —Se puso en pie de nuevo y se acercó al muchacho para sostenerle el brazo —Permíteme —Indicó, mirándolo a los ojos con gesto ladino. Luego soltó el cinto y observó el tatuaje enrojecido que recorría desde más abajo de su codo hasta su omóplato. Estaba hinchado y palpitante y, en su zona superior, cerca del hombro, parecía tirar de la piel como si la arañase o se enganchase a ella. El líder entornó los ojos con cierto desagrado y volvió a amarrar el brazo del rubio.

—Un golpe complicado... Sin duda es un gran desperdicio —Indicó. Luego puso ambas manos sobre el chico. Una sobre su brazo, la otra en su espalda y pronunció unas palabras en su idioma, utilizando su magia sobre el tatuaje embrujado. Cuando concluyó, soltó al muchacho.

—Espero que esto te deje descansar, Gerald. Si eres un buen guerrero velaré por tu integridad —Indicó reduciendo su sonrisa para tomar un gesto más serio. —Muchos te dirán que soy un tirano, pero ten por seguro que sé cuidar de los que me demuestran valer la pena —Le dedicó una sonrisa y se alejó para salir de la sala. —Trata de descansar. Volveremos a vernos así que espero verte en condiciones óptimas —Dicho esto, abandonó la sala dejando la puerta entreabierta.

Lo cierto es que el general Darvenwish me parece un hombre realmente correcto. He escuchado muchas cosas sobre él: que es un mujeriego, que es un déspota, que es un narcisista y un caprichoso... Lo sea o no lo sea, ahora mismo su actitud me parece de lo más respetable y, sinceramente, me importa muy poco lo que un hombre haga bajo las sábanas.

Sus palabras me hacen sentir algo vago en un principio, pero también me hacen olvidarme del dolor y sentir mis fuerzas renovadas para mejorar mis entrenamientos. No dice demasiado, ni tampoco demasiado concreto, pero su tono me resulta seguro y fiable. Sin duda es un líder.

Su comentario me halaga pues, aunque no se trate de verdadera preocupación, el hecho de que tenga el detalle de fijarse me resulta de honor. Pero antes de poder darle las gracias, se acerca a mí y revisa mi herida. Realmente me siento algo avergonzado por presentarme ante él con estas pintas y con el brazo así, pero no me muevo, lo dejo hacer.

Me sorprende todavía más cuando noto calidez en las zonas donde apoya sus manos y siento como el brazo se me queda adormilado al tiempo que el dolor remite. Cuando termina, me quedo bastante estupefacto por su gesto ya que ahora solo siento un cosquilleo en el tatuaje, como si se hubiera calmado.

—Muchísimas gracias, señor... —Digo bastante abrumado. Supongo que esta estampa se está dando porque estamos solos y el general no tiene trabajo pendiente o muy urgente, pero igualmente me resulta extraño e impensable. Será que me creo una piltrafa, yo qué sé.

Cuando se despide, no digo nada, sino que me despido con el gesto correcto militar, juntando las piernas y llevando una mano a la frente. Abandono mi postura cuando desaparece por la puerta.

Estoy totalmente asombrado de esta visita. Hoy por hoy, me alegro mucho de servir a este hombre en el ejército de Caligo. No sé si son o no verdad las habladurías, pero la impresión que me ha dado va bastante más allá de lo que pueda gustarle hacer en sus ratos libres. Tiene entereza de líder, ambición y seguridad de mando. Lo acompañaría a la batalla sin duda.

Suelto mi brazo, ahora más calmado y vuelvo a tumbarme en el sofá con una estúpida sonrisa sorprendida.

—Wow, esto sí que ha sido toda una experiencia... —Por lo menos ahora ya tengo algo más que agradecerle a Brontë.

Tras haber estado despertándome durante la noche me ha costado mucho levantarme de aquí más que para cosas básicas como beber o mear. Ni siquiera he tenido demasiada hambre ya que me ha vuelto el dolor del brazo y me deja desganado.

Pero tras perder gran parte de mi día y haciendo acopio de la conversación con el general caeruleus decido que, al menos, tendré que hacer algo aunque sea para aplacar el dolor.