Sala común

Jugar al ajedrez siempre me había relajado. Ya de pequeña lo utilizaba como método para despegarme de lo que ocurría a mi alrededor. Sin embargo, jugar con Svend Rybner era tan sencillo, tan poco emocionante que en vez de olvidar mis preocupaciones sólo hacía que me centrase más en ellas mientras él pensaba qué pieza mover. No obstante, no era desagradable. Le faltaba emoción, pero seguía siendo tranquilo, apacible y reconfortante a su manera.

Cuando finalmente el claritas movió uno de sus alfiles, no dudé en devorarlo con una torre, haciendo que volviese a sumirse en sus elucubraciones. La ventaja que llevaba sobre él se hacía mayor y a la partida le faltaba poco.

Lo observé en silencio, expectante.

Realmente no entiendo cómo es posible que ya me lleve semejante ventaja. Hace poco que hemos empezado y apenas tengo piezas, como siempre. ¡Y no lo entiendo! Durante estos meses, aparte de dedicarme al estudio de las bestias, estuve practicando mis tácticas de juego, pero parece que no ha dado ningún resultado. Es realmente frustrante.

Cuando su torre mata a mi alfil, reprimo un suspiro y observo el tablero, pensativo, concentrado en el juego. Lo peor de jugar con Blues Splash es que parece que no le cuesta nada decidirse; da la sensación de que, mientras tú te esfuerzas por avanzar hacia su rey, ella va un paso por delante, de que lo tenga todo controlado y de que sólo está esperando el momento más oportuno para dar el golpe de gracia. Es, de alguna forma, desalentador, pero mentiría si dijese que no es motivador a su forma. Desde que estoy aquí, uno de mis mayores deseos es ganarle una partida. Es algo complicado, pero espero que con la práctica y a base de observarla jugar pueda llegar a lograrlo. Sin duda, su cara sería todo un poema.

Muevo un pequeño peón casi con miedo, esperando que su vida sea más larga que la del alfil. Blues, segundos después, mueve su torre hacia delante, acercándose a mi rey y devolviéndome el turno.

Frunzo el ceño, pensativo.

Su último movimiento resultó una completa estupidez. Mover al peón no tenía ningún sentido, especialmente si tenía en cuenta que no podría acercarse mucho más y que apenas le quedaban piezas. No tenía muy claro qué esperaba adelantándolo. Tal vez pensase que era una perfecta cabeza de turco, un sacrificio que haría que una de sus escasas piezas pudiese ponerme en jaque, pero no lo era.

Ignorando al mártir de su peón, adelanté la torre, acercándome al rey. Aparte del peón sacrificado en vano, le quedaban cuatro piezas: el rey, un alfil y dos peones. Estimaba que a la partida le quedarían un par de turnos más, dependiendo de cuánto quisiese alargarla.

—Según mis últimos estudios, es posible que haya algo en Aqua —murmuré, observando el tablero. Fruncí levemente el ceño—. No estoy segura de si es relevante para Brontë o no, pero no me gusta. —Alcé la vista y lo miré—. Bastantes problemas tengo ya con la prófuga de Bocanegra y con todo lo de este Palacio como para tener que preocuparme por irregularidades en mi... En el país.

Resultaba frustrante. Yo no podía dedicarme a todo, pero no podía ignorar algo relacionado con mi país. No era mi estilo. Aqua era más importante que Brontë. Y por mucho que me alegrase de algunos avances, como el rescate de Kettleburn, no podía centrarme sólo en ese caótico Palacio donde los líderes iban y venían a su antojo.

Finalmente, decido mover un segundo peón, formando una diagonal con el primero. No es que tengan mucho que hacer, pero hoy me conformo con matarle la otra torre. Poco a poco se hacen grandes cosas, y yo siempre he sido paciente.

Sus palabras hacen que enarque levemente las cejas. Blues suele contarme lo que descubre en sus estudios (porque, según dice, Timber es un inepto que la saca de quicio), pero normalmente sólo se centra en aquello que tiene relación con Brontë. Supongo, no obstante, que esto le preocupa más que Brontë. A fin de cuentas, Aqua es para Blues lo que Lumen es para mi padre, por muy acaparador que parezca.

Observo cómo su torre se aproxima peligrosamente a mi último alfil. Rápidamente, me apresuro a moverlo, y ella hace lo mismo con la torre, acechándolo y casi arrinconándolo. Pobre alfil.

—¿Y qué piensas hacer? —inquiero, curioso, alzando la vista para mirarla. Por el tema de sus estudios, puedo imaginarme qué es lo que puede haber, y lo primero que se me ocurre es que ella misma vaya a estudiarlo. Pero no estoy seguro, y prefiero preguntar—. ¿Estás pensando en irte?

Recuerdo la última reunión. No parecía tener ningún inconveniente en marcharse, pero tal vez haya cambiado de idea. Si no, ya se hubiese ido con los demás.

Avanzo con el primer peón, el cabeza de turco, acercándome a su segunda torre, la recluida.

Ignoré al cabeza de turco y arrinconé a su alfil. Cuando lo movió hacia delante, en un inútil intento de salvarlo, lo devoré con la torre y sonreí. Ahora sólo quedaban los dos peones y el rey. Él, por su parte, avanzó con el segundo peón, sabía Mithos por qué. La partida ya casi había terminado.

Dejé la torre donde estaba, próxima al rey, y adelanté un caballo. No quería iniciar un estúpido juego de jaques y huidas, así que lo mejor sería cercarlo.

—No lo tengo claro —respondí, finalmente, a su pregunta. Alcé la vista del tablero y lo observé, cruzando los brazos y echando la cabeza hacia atrás, recostando la nuca en el respaldo y alzando el mentón. Contemplé el techo con desinterés, concentrada en mis opciones. Había pensado en ir yo misma a Palacio, pero, quizá, alguien muy estúpido y entrometido pensaría que estoy desentendiéndome del tema tal y como hicieron los otros líderes, y no quería que a nadie se le cruzase esa idea por la mente. Yo, si me iba, era por algo importante, no por algo indefinido.

Chasqueé la lengua. Otra opción sería aprovecharme del ejército que había aquí y enviar a algunos guerreros. Sin duda, era algo factible y cómodo. Yo no me movía del sitio, pero no me quedaba sin información.

Esbocé una amplia sonrisa, mostrando los incisivos superiores, y miré a Svend.

—Puedo enviar a los guerreros, ¿no crees?

Bajé la vista al tablero, sólo para descubrir que el muy estúpido había avanzado con la cabeza de turco de nuevo. Rápidamente, moví el caballo, acercándome más a su rey. ¿En todos estos meses había aprendido algo sobre ajedrez?

Parece que no se ha dado cuenta de lo que quiero hacer, y eso me hace sonreír. Cuando veo cómo continúa adelantando al caballo, alzo la vista, borrando la pequeña sonrisa que había esbozado, y muevo el segundo peón, que sigue en diagonal con el otro.

—Puedes enviar a los guerreros —respondo, sereno—, pero no sé si es recomendable.

Observo cómo su caballo se acerca aún más a mi rey, y entonces decido moverlo hacia un lado, alejándome de su figura. Cuando ella mueve la torre, opto por volver a centrarme en mis peones, y adelanto al mártir del peón un poco. Ahora mismo podría devorar a su torre con ese peón, pero no va a dejar que lo haga. Blues es muy orgullosa, y ahora que parece ver qué había estado planeando estoy convencido de que no dejará que su preciada torre se vaya al cementerio sin una víctima.

—Se supone que los guerreros están aquí para resolver los problemas de Brontë, no los de Aqua. Y, antes de que digas nada, sé que no estás convencida de si lo que hay ahí tiene importancia para nuestro cometido o no. —La miro. Tiene las cejas alzadas—. Yo, si fuese tú, me aseguraría de que lo que hay es importante o no, pero todos sabemos cómo soy y cómo dejo de ser. —Me encojo de hombros—. Haz lo que quieras.

Contemplo cómo su segunda torre, la rodeada por mis peones, se lleva por delante al cabeza de turco; después, mi peón hace lo propio con su torre. Ensancho la sonrisa, satisfecho.

Fruncí el ceño al descubrir cuál era el propósito de esos dos peones. Menudo estúpido. Podía haber aprovechado sus dos peones para intentar cubrir al rey y hacer la partida más interesante. Pero no, no había querido. Bufé. Qué aburrido.

—Evidentemente, haré lo que quiera —gruñí. Alcé el mentón—. Además, sea o no sea relevante para Brontë, que, recordemos, yo eso no lo sé, será un buen entrenamiento, o como quieras llamarlo. Y también podría servirles para conocer la belleza de Ciudad Nevada.

Esbocé una pequeña sonrisa. Ciudad Nevada era un sitio precioso y nadie con ojos podía negarmelo. Seguro que a los guerreros, si es que alguno decidía ir, les gustaba. A todo el mundo le gustaba.

Borré la sonrisa y devoré a su cabeza de turco. Luego, cuando su segundo peón hizo lo mismo con mi torre, chasqueé la lengua. No era una perdida importante porque la partida ya había terminado prácticamente, pero no me gustaba perder piezas. Mucho menos contra el bobo de Svend.

Contemplé su rey durante unos segundos, pensativa. Finalmente, acerqué mi torre a él, cercándolo. Hiciese lo que hiciese, el rey estaría muerto, así que la partida había terminado. Pobre rey.

—Jaque mate. —Lo miré—. Para la próxima, acuérdate de que el ajedrez se gana acabando con el rey, no con las torres.

Entro en la sala común y abro mucho los brazos para luego juntarlos en una sonora palmada. -¡Anda! Buenas noches- digo bastante sorprendida, acercándome a ambos líderes, remangándome y ofreciéndoles mi mano de largas uñas rojas. - Al fin me encuentro con alguien con autoridad.- Reprocho molesta.- El ya no tan joven Svend, ¿verdad? -Pregunto contenta. - Inconfundible joven...- sonrío, frotándole con fuerza la cabeza. - Y tú eres... perdona, no me sé tu nombre.- río con fuerza- Es que Aqua... sois demasiados gobernando- recrimino.
- Yo soy Flavia, la sustituta de la representante del Fuego. Un placer. La inutilidad de los Ethrial me ha obligado a tomar el relevo y... por lo que veo...- digo viendo el tablero de juego y mirando picarona a Svend. - La inutilidad brilla por doquier.
-Ajijiji- ríe la Tercera.
-Ah, bueno, dejad que os presente a las chicas- dijo extendiendo los brazos y, de pronto, las Cinco estaban alrededor de ella.
Estas son mis guerreras personales. Vatra, Eld, Branne, Tuli y Felhlo.
-Un placer- dicen al unísono.

Me encojo de hombros después de que Blues termine de hablar. Supongo que en parte tiene razón. Además, no sabemos (yo mucho menos que ella, evidentemente) si lo que hay o deja de haber en Aqua puede ser relevante, así que tal vez no sea mala idea. Quién sabe.

Contemplo cómo rodea a mi rey, sin darle opción a salvarse, y sonrío ampliamente. Al menos, a diferencia de otras veces, he mantenido una pieza en pie. Por algo se empieza.

—Pero, Blues, mira a ese adorable peón, en pie a pesar de ser un simple peón. Es claramente enternecedor, no me lo niegues. —La miro, jocoso—. La próxima vez mantendré otra pieza en pie, y así hasta que te gane.

Comienzo a guardar las piezas, contento; para mí esto es una pequeña victoria y nadie me la va a amargar. Cuando no llevo ni la mitad de las figuras guardadas, alguien aparece en la sala y, curioso, giro el cuello para observar a la recién llegada.

La desconocida no, realmente, tan desconocida. Recuerdo haber oído a mi padre hablar de ella, aunque no me acuerdo ni cuándo ni por qué. Tampoco recuerdo mucho de la conversación.

Cuando se dirige a mí, sonrió ampliamente, cordial, y permito que me frote la cabeza; no es algo tan importante, aunque Blues parece estar juzgándome. Cuando Flavia se dirige a ella, admitiendo que no sabe quién es, sonrío jocosamente. Blues se limita a mirarla sin más, pero estoy convencido de que ha herido su orgullo de alguna forma.

—Blues Splash —digo, señalando a mi compañera con la cabeza. Luego vuelvo la vista al tablero—. Y, sí, acaba de ganarme al ajedrez. Se le da muy bien.

Sonrió ampliamente, sereno. No me molesta que me llame inútil en algo así. Ya tendrá tiempo para descubrir que no soy tan inepto en otros campos.

Tranquilamente, escucho cómo presenta tanto a la chica que había entrado con ella como a otras cuatro que acaban de aparecer. Al parecer, son sus guerreras personales. Frunzo levemente el ceño, aunque no tardo en volver a esbozar una cordial sonrisa.

—Encantado, señoritas.

Dudo que me aprenda sus nombres, pero no voy a decirlo.

Ignoré las palabras de Svend porque no tenían ningún sentido. A quién le importaba que un peón hubiese permanecido en pie si habías perdido. Era completamente absurdo. Así no se jugaba ni, evidentemente, se ganaba al ajedrez.

Me acomodé en el sillón, arrellanándome en él, y lo observé en silencio mientras guardaba las fichas. Cuando escuché los pasos de alguien, miré de reojo a la puerta, preguntándome quién sería. Quienes aparecieron resultaron ser dos desconocidas. Durante unos segundos, las observé con cierto interés, pero pronto volví a centrar la vista en mi amigo claritas.

La mujer mayor se acercó a nosotros y empezó a hablar y a hacerle carantoñas a Svend. Yo fruncí levemente el ceño, todavía observando a mi amigo que sonreía como el bobo que era, preguntándome a qué venía tanto mimo. Cuando mencionó que no sabía quién era, noté cómo mi ceño se crispaba, pero no dije nada. De reojo, relajando la expresión, volví a mirarla, examinándola. ¿No sabía quién era? Pues, francamente, tenía un problema de desinformación.

Dejé que Svend me presentase y, cuando terminó, sonreí ampliamente, frunciendo de nuevo el ceño, adoptando una expresión extraña. Segundos después, volví a mirar al frente. Sólo retiré la mirada cuando aparecieron cuatro chicas de la nada. Con cierta curiosidad, las observé de reojo, mirándolas de arriba a abajo. Luego, tras analizarlas, volví la vista al frente.

—Un placer.

-Bueno. Iré al grano señores. Es tarde, ustedes quieren dormir y yo también. Por suerte ninguno de nosotros es Darvenwish- critico feliz.
-Mis chicas han estado en las sombras analizando a los guerreros y sus constumbres y el informe que tengo en mi haber no es nada satisfactorio- doy un fuerte golpe en la mesa- Se supone que estamos aquí para crear un ejército. Somos siete, por el amor de Efesto- les recrimino molesta-. Repártanse el trabajo pero tengo constancia de que han recibido poca o ninguna o formación por parte de nosotros. - Reclamo- Yo no he venido aquí a jugar al ajedrez, señoritingos- les reprocho molesta. Hay que hacerse respetar desde el primer día. Esa es una ley universal.

-A lo largo de mis más de cuarenta años siendo un cargo político, nunca he defraudado a nadie y ustedes en menos de una semana, han echado por tierra las pocas expectativas que tenía sobre este "ejército" - les regaño con todas mis ganas. Me da igual que les haya acabado de conocer.- Quizás no sean los culpables y regaño sin conocimiento de causa, sin embargo, son líderes y este ejército es su responsabilidad. La enfermería está llena de gente. Es inadmisible -digo imponente, golpeando con mis manos la mesa repetidas veces como si petase a una puerta.

Cayo unos segundos y me yergo. - Bien. Como siempre, el Fuego enmendará triunfante lo que los demás dejan a medias -explico-. Soy una mujer de principios y de acción. Por tanto, actuaré aunque mi llegada haya sido temprana. Estableceré un sistema de entrenamiento para los guerreros. Las chicas les entrenarán y establecerán un sistema de recompensas. Eso fomentará el entrenamiento y los guerreros dejarán de vaguear en las bibliotecas -sentenció triunfante.- Las cosas van a cambiar mucho a partir de ahora...

-Sí, Señora -responden las Cinco-. Así se hará.

Cuando la señora comenzó a hablar expresando lo decepcionada que estaba con nosotros, no pude evitar sonreír. Adoraba cuando la gente hablaba sin saber. Sin mirarla, escuché lo que decía, asintiendo de vez en cuando para darle a entender que la escuchaba. Cuando terminó, miré a Svend durante unos segundos y luego me puse en pie. Entonces la miré.

Sonreí ampliamente y, de nuevo, fruncí levemente el ceño.

—Señora Flavia, es cierto que los guerreros no han recibido ninguna clase de formación por nuestra parte. No obstante, antes de que hable, tal vez le interese saber que nosotros hemos estado estudiando lo que puede ser la extraña energía, el motivo por el que ha aparecido y qué tipo de magia es. No hemos, por tanto, desperdiciado ambos años. Aunque el avance sea lento, hemos conseguido datos importantes que, dado que ni tan siquiera sabía quiénes eran sus compañeros en Brontë, imagino que desconocerá.

>> De la misma forma que desconoce que los guerreros de la enfermería han llegado de una misión de rescate. Al igual que yo, imagino que desconoce qué ha ocurrido en esa misión, contra quién se enfrentaron y en qué características. No obstante, yo espero enterarme pronto, usted no sé, pero le aseguro que la enfermería no suele estar tan atestada de gente. Ahora, si usted, sea quién sea, es incapaz de entender que en una misión de rescate puede producirse bajas, no sé qué quiera que le diga.

>> Si usted quiere dar entrenamientos, es libre de hacerlo, pero tal vez debería saber que esos guerreros no sólo han logrado traer de vuelta a un alumno, sino que también han logrado acabar con unas bestias que, por algún motivo, asolaban el Palacio cuando llevábamos poco tiempo aquí y que también, esos guerreros que están en la enfermería, así como otros a los que podrá encontrar en algún otro lugar de Palacio, han logrado salvar a un muchacho de un grupo de mercenarios que, al igual que las bestias, decidieron que era buena idea detenerse a explorar Brontë.

Tomé aire. Luego sonreí.

—Y tal vez le gustaría saber que entre esos guerreros hay quinceañeras. Dígame, ¿qué hacía usted con quince años? ¿Salvar compañeros? Es cierto que no han recibido ninguna lección por nuestra parte, pero creo que no debería sentirse defraudada porque unos guerreros, de los que no conoce nada porque parece que ese es su estilo, estén en la enfermería. En su lugar, tal vez, debería mostrarse orgullosa, porque, ¡oh!, esos pobres guerreros de la enfermería lograron rescatar a un joven que, ¡vaya sorpresa!, estaba en la poderosa región del fuego. —Ensanché la sonrisa—. Debería agradecérselo. Y al líder Darvenwish también. Creo que estos inútiles han demostrado ser mucho más útiles que el Fuego.

Miré de reojo a Svend. Después, volví a observar a la señora.

—Ahora, si me disculpa, me gustaría que se informase antes de dirigirse a mí. Buenas noches.

Y dicho eso, desaparecí.

*se va*

La escucho con los labios fruncidos y blancos por la presión.
-Me da igual, maldita sea. No pueden embarcarse en misiones sin un mínimo de poder. Son ustedes unos irresponsables. Que la enfermería no suela estar atestada, no justifica que ahora lo esté. No viva en el pasado- le reprocho.

-No digo que no hayan hecho nada. ¡Faltaba más! No los elogie como si sus actos fueran favores. ¡Al contrario! Es su deber realizar todos esos trabajos. ¿Acaso hay que premiar al niño que estudia? No. señorita. No hay que hacerlo. Ese es su deber. Estudiar y los deberes, a diferencia de los favores, no deben ser recompensados. -  La señalo con furia-. Aprenda a discernir esos dos conceptos. Si el Ejército que representa al Mundo no es capaz de acabar con cuatro pelagatos y malandrines... sería el colmo de la inutilidad.

-Mire a Felhlo- la señalo y esta dio un paso al frente. - ¿Sabe lo que diferencia a esta joven quinceañera de la suya? La disciplina. Esta o cualquiera de estas mujeres tienen más disciplina en su mano derecha que sus quinceañeras hormonadas que seguramente estén fornicando con cualquiera escondidas en cualquier lugar de Palacio- digo alzando la derecha con asco al aire.
- Un guerrero, atendiendo a la etimología de la palabra, debe dedicarse por completo a la guerra. Una madre, a criar.

En cuanto hace referencia a Ignis, exploto, y cientos de llamas vuelan de debajo de mis ropas ignífugas con rabia, extinguiéndose a la altura de mi cara.- VAYA A DECIRLE ESO A LA INÚTIL DE CYNARA ETHRIAL- bramo con tanta fuerza que el eco debe retumbar por todos los confines de palacio. - Es en Fudo, si mal no recuerdo, donde se rescató al guerrero.- Digo ahora, más calmada-. No tengo jurisdicción más allá de mis fronteras provinciales. Ni se atreva a acusarme de semejante falacia. La provincia de Fudo está en la más profunda decadencia debido a su incompetente líder. Si tiene algo que reprocharle, vaya a hacerle una visita. Podrá nadar en el seguro mar de lágrimas que es su casa. ¡NO HACE OTRA COSA!- critico airada.

-Y tú, ¿qué miras? - le pregunto a Svend-. ¡Vámonos!- dijo agarrando con fuerza la mano de una de las chicas para que, una vez todas ellas estuvieron dadas la mano, desaparecer de golpe con una fuerte llamarada que se desmenuzó en forma de minúsculos gorriones de fuego.

*se va*

Las palabras de la flamma no me gustan demasiado, pero la respuesta de Blues tampoco. Consternado, observo a la piscis mientras responde, casi atacante, a los comentarios de Flavia, preguntándome si realmente merece la pena que discutan el primer día que se conocen. La respuesta, evidentemente, es no, pero dudo que alguna de las dos me escuche.

Blues, pese a lo enclenque que es, puede resultar bastante imponente, y ahora mismo da esa impresión, todo orgullo y contestaciones mordaces. Flavia, por su parte, se dedica tacharnos de inútiles e irresponsables. Al igual que Blues, no niego que no hayamos entrenado a los guerreros, pero no creo que los comentarios de la flamma sean acertados. Parece olvidarse que el ejército de Brontë no es algo realmente vinculante, sino algo con lo que una serie de personas, por los motivos que fuesen, han decidido colaborar. Sus comentarios respecto a la misteriosa quinceañera (¿por qué se centra en ella?) tampoco me parecen acertados, más que nada porque yo, que llevo dos años aquí, no sé de quién me está hablando Blues y dudo que ella sí lo sepa. Así que sus insultos no me parecen correctos. Además, aunque estuviese haciendo lo que predica que hace (cosa que, por otro lado, dudo bastante, más que nada porque dudo que esa quinceañera exista de verdad y no sea un ejemplo de una persona aleatoria), tampoco habría nada de malo.

No obstante, no hablo, porque Blues sabe valerse sola. Me fijo en el rostro de la piscis cuando Flavia habla de las obligaciones de una madre y de un guerrero, y casi puedo jurar que se está riendo de ella. Pero si ahí no podía asegurarlo, cuando Flavia estalla sí que puedo afirmar que Blues, en su interior, se está carcajeando. Y yo, que hasta entonces me había limitado a observar, no puedo evitar esbozar una sonrisa al comprobar lo irritable que es la nueva. Me pregunto qué hará cuando vea a Aren. Si ya explota con ese simple comentario, no quiero imaginarme qué le ocurrirá con el líder caeruleus.

—Dudo que la señorita Ethrial se dedique sólo a llorar, señora Flavia —murmuro, defendiendo a la antigua líder flamma. No está entre nosotros, pero Blues no la va a defender y yo me siento un poco mal dejando que se la critique sin que esté ella presente.

Cuando me pregunta qué miro, niego con la cabeza. La mujer parece furiosa y a mí no me apetece ponerme a discutir. Lentamente, cuando ella desaparece de la sala, recojo las fichas de ajedrez que Blues y yo habíamos estado usando. He de admitir que la magia que utilizó para irse era bonita. Curiosa y llamativa. Me había gustado.

Tras guardar las piezas, desaparezco de la sala común, dispuesto a aparecerme allí donde Blues estuviese.

*se va*

*se van*

FdR: *"Son Heylel y Masslow"

Cuando se aparece en la sala, lo hace directamente sentada sobre el respaldo de un sillón, con las piernas cruzadas y apoyadas en el brazo y ligeramente inclinada hacia adelante. Suelta un suspiro apacible. Parece que los invitados están un poco revueltos. Pero en fin, no es asunto suyo, ni le interesaba intervenir. Como espectadora se entretiene mucho más.

Mira de soslayo al hombre tumbado en el sofá. Un buen partido, que dirían muchos, aunque no parece encontrarse en su mejor momento. Suelta una pequeña risa al verlo allí tirado, un poco de cualquier manera.

-Qué duro es trabajar para el ejército -comenta, con voz teatral.

FdR.: Ola k ase, te kuela donde nadie t a invitao o k ase

FdR: asdfasdf, lo siento, he intentado esperar pero se me cae la cabeza. Puedes pausa o sacarlos.

Tuerce la sonrisa, divertida. Parece que, por fin, ha aparecido alguien un poco bocazas. ¿Lo suficiente? ¿O tal vez demasiado? Será divertido averiguarlo. Desvía la vista, teatralmente coqueta, aceptando el cumplido.

-No lo dudo -responde sin la menor humildad.

Estira ambas piernas, pasando una por encima de la otra. Alarga los dedos hacia su nuca, y pasea con ellos por ella, en una extraña caricia. Pese a que piensa en dejar pasar una descarga por ellos, se contiene. Se siente generosa. Así pues, deja ir una extraña energía, pero una positiva. Como un vaso de agua calmaría la sed, la energía mitiga levemente el dolor.

Arrastrando los dedos por su hombro, los retira, y recodándose, apoya los dedos que acaban de tocarlo en los labios, mirándolo fijamente. Bajo sus dedos puede percibirse una pequeña sonrisa.

FdR.: Rol pausado
FdR2.: Problemas internetiles :__D Ya seguiremos

Curva la sonrisa, evaluándolo con la mirada. Acaba por apoyar ambas manos en el respaldo y encogerse de hombros, obviando la pregunta. A su nombre, la sonrisa vuelve a su sitio habitual.

-Es bueno saberlo -repone. Se guarda, sin embargo, su propio nombre. A Gerald no es un dato que tenga por qué interesarle, si se piensa fríamente.

Está a punto de volver a hablar, de continuar con su pequeño juego, cuando un gesto en él la pone alerta. Borra su sonrisa y lo mira, seria. Ha pasado algo, algo que lo ha hecho reaccionar. Fera no aprueba su reacción, pero no hace comentarios al respecto. Simplemente, lo observa.

Él, finalmente, parece decidirse a escapar de su juego, aunque quizá no está del todo convencido de huir, porque su despedida invita a un nuevo encuentro.

-Ten por seguro que apareceré por aquí -responde ella como despedida.

Lo ve marchar sin añadir nada más. Sabe que él se ha dado cuenta de algo, que quizá se ha precipitado, que no todas las presas son tan confiadas. Puede, sin embargo, que vuelva a verlo en algún momento, y que esa segunda vez no se escabulla. La chrysos cuenta con muchos recursos, y él no parecía del todo disgustado con la situación.

Volverá a buscarlo, decide. Y, la próxima vez, será decisión suya quién se va y cuándo. Con este pensamiento en mente, desaparece.

*Se desvanece*

Estoy sentada en el sofá con los pies sobre la mesa, cruzados uno sobre el otro, y la espalda recostada, con ambas manos cruzadas también tras la cabeza, usándolas de almohada. Miro al frente, pensativa.
No ha llegado ninguna carta. Obvio, no tendrán ni idea de dónde estoy... Seguramente ahora mismo mamá estará más preocupada por mí que ningún día, recordando que hoy... Quizás debería escribirles, no decirles dónde estoy pero sí que estoy bien...

Suspiro. Ahora mismo haberme escapado de esa forma de casa me parece un poco infantil. Quizás si al menos hubiese dejado una nota...

-Frikka, te has lucido -gruño para mí, meneando la cabeza.

Vaya si lo he hecho...

*se queda*

Entré en la sala común con un manojo de papeles en la mano. Desde mi encuentro con Alehyss, había dedicado prácticamente la totalidad de mi tiempo a investigar mis posibilidades. Ni siquiera había tenido tiempo para Nagore, que, por otra parte, también debía de estar muy ocupada, porque llevaba semanas sin dar señales de vida.

Había escrito muchas cartas en los últimos días. Había escrito a Allie para resolver mis dudas. Había escrito a Arennette para que dejara de preocuparse por mi silencio. Había escrito incluso a Sock, a pesar de que no sabía muy bien qué decirle.

La respuesta de Arennette, tan entusiasta como siempre, fue la primera en llegar. Por desgracia, era la menos interesante. Allie, por su parte, también respondió con cierta urgencia, lo que me hizo pensar que de verdad le preocupaba mi situación (aunque no estaba demasiado segura de que fuera por mí por quien estaba preocupada). Según me dijo, no tenía el menor acceso a la justicia ni podía hacer nada por Alehyss. En cuanto a las muñecas, se mostró escueta y misteriosa, pero también muy alarmada. A pesar de que la información no era muy exacta, empezaba a pensar que me había cargado con una enorme responsabilidad.

Aquel día había llegado, al fin, la última respuesta, la de Sock. La carta era formal y distante, aunque perfectamente cortés. No estaba segura de que me gustase mucho el tono. La sorpresa que vino en ella fue una invitación que no esperaba; el abuelo, personalmente, me animaba a asistir a la boda de Inwir. Lo cual, siendo sinceros, me dejó de piedra.

Con toda aquella correspondencia en las manos, me disponía a escribir las respuestas cuando una presencia llamó mi atención. Sentada en el sofá, una chica conocida parecía sumida en sus pensamientos. Compuse una sonrisa tirante. En nuestro único encuentro, me había intimidado un poco su carácter enérgico y abierto, pero eso no era motivo para ignorarla, y parecía un poco decaída.

Así pues, decidí guardar mis cartas y me dirigí hacia ella.

-Buenas tardes -saludé.

Lanzo una mirada a la piscis cuando me habla. Esbozo una sonrisa algo falsa, casi por cortesía, llegando a torcer el gesto un poco al final de la sonrisa.

-Qué hay, Massen -saludo, tratando también de sonar animada, retirando una de las manos de la nuca y elevándola ante ella, estirada, mostrándole la palma abierta.

Esta es la chica que me recibió cuando llegué: algo sosa y responsable, pero aparentemente buena. Supongo que no es lo peor que me podría encontrar en un día como hoy, aunque no la veo muy fiestera. Como para animarme.

Hago un gesto a las cartas que lleva con la barbilla, volviendo a poner la mano tras la nuca y recostándome una vez más, recuperando la posición original.

-Se ve que no das a basto para responder a tus seguidores. ¿Eres famosa y no me lo habías dicho? -inquiero, entre divertida y burlona.

Como no decía nada pero tampoco parecía molesta, me animé a sentarme en un sillón, no muy lejos de ella. Aunque no me sentía muy cómoda, traté de mantener la sonrisa.

A su pregunta, bajé la vista a los papeles un momento, y luego negué con la cabeza. Volví a mirarla, encogiéndome de hombros.

-Es mi familia -expliqué, sencillamente-. Somos muchos, así que no es raro que llegue alguna carta. Aunque, la verdad, sí que he acumulado unas cuantas esta vez...

Generalmente, cuando estaba con alguna persona recién llegada, me costaba un poco entablar conversación aunque me esforzara en hacerlo. En el caso de aquella caeruleus, sin embargo, me costaba incluso pensar en qué decir para llenar el silencio.

Acabé por buscar algo simple.

-¿Qué tal en Brontë? -pregunté-. ¿Ya te has aclimatado?