Escalera de caracol

Zacharyas sentía cada leve contacto en la piel, y lo imaginaba multiplicado por mil, volviéndose cada leve mordisco un fuerte desgarro. Sin embargo, aunque se concentraba en aquellas sensaciones, también lo hacía en la pregunta de la parvus, dándole vueltas incesantes, de forma casi inconsciente, buscando aquellos momentos que le habían provocado miedo alguna vez a lo largo de su vida.

-Si mueres tengo miedo -explicó, poco convencido con aquello, pero sin ser capaz de precisar con mayor exactitud lo que deseaba-. No tengo claro cómo se decide cuándo me asusto, pero es muy pocas veces -zanjó, finalmente, carraspeando tras hablar.

Eran preguntas difíciles, Zacharyas lo tenía claro. No porque para él lo fuesen, dado que la respuesta, pensaba, sería igual con él que con cualquier otro. El problema era tratar de traducirlo, de algún modo.

-El corazón se aprieta y hay sudor frío. No es agradable, aunque sí lo sea. Es difícil...

Otra vez lo miré con extrañeza. Negué, convencida.

-Pero es que nunca me he muerto -rebatí, casi en una queja.

Al final callé. Tampoco sabía. Asentí. Yo no sabía, así que si él tampoco, era como yo. Sonreí, pegando mi nariz a la suya y ladeando un poquito la cabeza. Llevando los labios hacia él besé un momento los suyos. Luego sonreí otra vez.

-¿Es bueno?

Zacharyas negó, frunciendo los labios un instante. Tiró de su flequillo hacia abajo, cubriéndose un instante los ojos, cavilante.

-Si hubieras muerto no tendría miedo. El miedo viene antes. Cuando crees que algo malo puede pasar. Como cuando saltaste, ¿recuerdas?

Carraspeó, algo incómodo, pero terminó por sonreír de nuevo. Cuando ella se acercó y lo besó, en aquel momento, se relajó un poco, correspondiendo con suavidad, pese a que sus labios estaban resecos, algo agrietados, de deshidratación, pues no acostumbraba a beber tanto como era necesario.

-Para la gente no es bueno. Para mí es bueno, pero no es bueno. Prefiero otros dolores. El miedo es mejor en otros, no en mí. Aunque es bonito igual.

Asentí suavemente. Me había tirado al negro. Me acordaba. Pero él me lo había dicho. Me lo había dicho.

-¿Y cuando saltaste tú? -pregunté, intrigada.

Froté su nariz con la mía y lo besé de nuevo, igual que la vez anterior. Luego eché de nuevo los brazos a su cuello, rodeándolo con ellos, contenta. Cuánto tiempo, y ahora estaba otra vez con el chiquillo.

-¿Entonces quieres que salte o no? -inquirí, algo confusa.

Zacharyas negó, suavemente, de nuevo.

-No me da miedo saltar, ni me da miedo que saltes; me da miedo que mueras. ¿Entiendes?-. Frunció levemente el ceño, algo contrariado por sus propias palabras-. Así que no me gusta que saltes si puedes morir.

Tras hablar, fue él el que redujo la distancia, dándole un beso seco en los labios y otro en la frente. Ya había decidido que lo que deseaba era que ella no muriese, por hermosa que su muerte fuese. En algún momento moriría, como todos, y Zacharyas no veía necesidad para adelantar aquello que llegaría igual. Solo por una vez.

Fruncí el ceño, y acabé por asentir. Recibí su beso con gusto y adelanté la cabeza cuando me besó la frente. Luego sonreí.

-Entonces no quieres tener miedo -resumí, segura-. No te daré miedo. Me quedaré contigo.

Era lo que yo quería. Yo no tenía miedo de irme ni de que se fuera, pero no quería. Ni morirme tampoco. Ni que se muriera. Quería estar como ahora, aunque fuera en la no luz, los dos. Lo abracé otra vez.

-Quiero verte más -reclamé.

Zacharyas se lo pensó de nuevo, pero terminó por asentir, sintiéndose interiormente sorprendido, incluso, por aquella afirmación. El miedo, el dolor, aquellas cosas eran buenas para él, agradables, pero a veces, como cuando el líder Darvenwish lo había azotado, o como cuando temía la muerte de Stalon, entonces se volvían incluso desagradables para él.

-No quiero tener miedo -corroboró, con voz ronca.

Correspondió torpemente al abrazo, aún con la mente divagando sobre temas alejados de allí, y se le dibujó una sonrisa de pronto, al recordar algo.

-Hay que ir a Caligo, todavía. Ya acabó la tormenta -murmuró, tirando suavemente de algunos de los mechones de la parvus. Terminó por tirar de un solo pelo, arrancándolo.

Lo miré mientras pensaba, y asentí, conforme. No miedo. Así.

-Entonces, ¿el miedo no es arte? -pregunté.

Me tomé mis propios dedos, uno a uno, apretando las yemas. Sentía los tirones, pero no hacía caso. Pero sí hice caso a lo que dijo. Alcé la vista de pronto, con una sonrisa radiante y lo estrujé de nuevo.

-¡Sí! ¡A tu casa! -exclamé, antes de besarlo con entusiasmo.

Zacharyas se encogió de hombros, con una sonrisa algo tímida, encogiéndose un poco de pronto.

-No es que no lo sea -comenzó, vacilante, deteniéndose para carraspear un par de veces, como si estuviese probando su voz-. Pero no me gusta tanto. Prefiero otras cosas -zanjó, más tajante de lo que acostumbraba a ser.

Al verla sonreír por su mención a Caligo, Zacharyas esbozó una sonrisa. No quería llevarla por la fuerza, al fin y al cabo, aunque la idea de forzar a una persona a hacer algo que no deseaba sí se le hacia atractiva.

-A mi casa -coincidió, con un leve asentimiento-. En barco. Tengo ganas de ir. Y de comer.

Tras aquella reflexión, ambos se pusieron en pie. Zacharyas dio una última caricia a la parvus, en la cabeza, con una sonrisa extraña. Bajaron las escaleras, dirigiéndose al comedor.

*se van*

Como lo había guardado todo, me había vuelto rápida rapidísima y podía ir por donde quisiera, porque no pesaba nada de nada. Solo con ropa. Ni tesoros, ni Amatistas, ni faroles ni nada de nada. Y así podía subir las escaleras. Un escalón. Otro escalón. Otro escalón. Y no me cansaba porque era muy fuerte.

-Llueve -. Un escalón-. Llueve -. Un escalón-. Llueve -. Un escalón.

Y podía subir hasta arriba aunque los escalones fuesen altos, y seguía siendo fuerte. Y luego podía bajar un salto tras otro hasta llegar abajo. Porque era poderosa. Y podía.

Desciendo desde el observatorio, tras una noche poco productiva. El mal tiempo no facilita la observación del cielo. Quizás lo mejor que podría hacer sería ir a entrenar al lago, aunque no a horas como estas, aprovechando el amuleto de los piscis, pero con la lluvia no acabo de decidirme. De todos modos, con un tiempo tan desagradable acaba convirtiéndose casi en imperativo. Acabaré teniendo que salir por un motivo u otro, aunque simplemente sea por la claustrofobia que empieza a provocarme el palacio.

Una vocecilla me advierte antes de que llegue aun punto en la escalera desde el cual puedo verla, y cuando recorro una curva ya la veo, ascendiendo, extrañamente animada, hablando sola, jugando, como si fuese una niña, aunque no lo sea. ¿No?

-Buenas noches -saludo, deteniéndome, con los ojos iluminados clavados en ella, en Ayne Stalon, que parece llevar la dirección contraria que yo, y no solo en este punto concreto de nuestras vidas-. La lluvia no permite que el cielo se observe bien, si buscas eso -informo, monocorde, cabeceando un instante, casi como en un asentimiento.

Otro escalón.

-Llue...

Y entonces me callé. Miré hacia arriba, seria al principio. Luego sonreí con todos los dientes bien visibles. La giganta se hace más giganta cuando está arriba, como entonces. Alcé una mano hacia ella y roté la muñeca a derecha e izquierda.

-Claro -respondí-. Por eso bajo al llegar arriba. Y por más cosas.

Miré hacia abajo de reojo, y luego a ella otra vez. Me puse de puntillas y le enseñé mis manos vacías.

-Hoy no llevo tesoros -expliqué.

Ladeo suavemente la cabeza. En ese caso, podría hasta considerarlo un entrenamiento. Supongo que como pasatiempo, sin embargo, los hay más interesantes. No obstante, no diría que soy la más divertida de por aquí, de modo que tampoco quiero juzgar lo que ella haga.

-¿Qué más cosas? -inquiero, llegando a sonar algo curiosa por un momento.

Corrijo el gesto casi al instante. Entrometerme en vidas ajenas ya no forma parte de mi trabajo, y resulta de mal gusto.
Enarco ambas cejas a su último comentario.

-Tampoco yo llevo demasiado encima. Aunque no deberíamos acostumbrarnos a ir desarmadas ni tras estos muros. No es la primera vez que sufrimos un ataque -. Últimamente me siento como si no hablase de otra cosa. De todos modos, llevo conmigo el estilete-. ¿Eres buena con la magia? -inquiero, apartándome un par de mechones de los ojos. No la conozco demasiado bien, pese a que llevo mucho viéndola por aquí, y no sé cómo se maneja, pero, pese a su aspecto atolondrado, no diría que me parece inofensiva.

Me encogí de hombros, ampliando la sonrisa.

-Pues para saltar -declaré, como si fuera evidente.

Asentí un par de veces, enérgica. Subí un nuevo escalón hacia ella.

-¿Como los verditos? Pero viene Aren y saca serpientes y ya se van todos. Y la chica de los brillitos. La que les gusta a todos. Pero ella no hace caso -. Al recordarlo, se me encogía la barriga de emoción.

Alcé las manos hacia arriba e invoqué dos terra der. Dos de los gordos.

-Soy así -le enseñé, contenta.

Asiento, sin demasiado entusiasmo, como dándole la razón. Y no tiene por qué no tenerla. Ella sabrá qué hace aquí.
La mención del nombre de Aren, sin embargo, sí me hace reaccionar, y evito estremecerme casi por orgullo. Siempre he tenido la sensación de que ellos pueden saber cuándo se les menta, y lo que hacemos o pensamos, incluso, en momentos como ese. Aunque Fera no respondiese en aquel momento, en los balcones. Y hablando del rey de Lumen...

-Es cierto... Los líderes lucharon en ese ataque, ¿cierto? -. Ladeo suavemente la cabeza, con gesto curioso-. ¿Pudiste verlos? Tuvo que ser espectacular-. Puedo hasta sentir que estoy sinceramente interesada en ello, aunque no en sentirlo en mis carnes-. Supongo que eso indica la envergadura del ataque... -murmuro, más para mí que para ella.

Hago amago de retroceder un paso al verla invocar dos hechizos, más por el hecho de haber estado despistada que por sentirme amenazada. Aunque, desde luego, puedo corroborar que me supera, y que lo que ella hace no sería capaz de hacerlo yo con tanta facilidad.

-¿Aprendiste el hechizo que enseñó el líder parvus? -inquiero, relajando la posición de nuevo. Todavía no he tenido la oportunidad de practicarlo, o quizás no me he puesto a ello, y es algo que debería arreglar pronto, en vez de dar tantas lecciones de moral a otros.

De nuevo, asentí. Alcé dos dedos hacia ella.

-Vi dos. Eran dos. Eran fantásticos. Fue tan bonito... -Sonreía, encantada.

Deshice los dos terra der y bajé saltando un par de escalones, con una risita. Luego me volví hacia ella otra vez.

-Claro. Baadha -pronuncié, sonriente. Y el panel apareció entre las dos-. Ahora no puedes pasar.

Zacharyas, tras atravesar el umbral, subió con un paso extraño, que no era lento, pero tampoco parecía lo contrario. De alguna forma, parecía flotar a la vez que se arrastraba hacia arriba, escalón a escalón. Seguía el sonido apagado de voces, sin reconocer palabras ni dueños, y a medida que ascendía aquello se hacía más nítido, y reconocía mejor. No obstante, al alcanzar la curva desde la que podía reconocer a Ayne, al dar tan solo dos pasos más, se percató de que no podía poner nombre a una de las dos.

-Buenas noches... -saludó tras un carraspeo, esbozando una sonrisa, mirando primero a la chrysos, y luego, tras un par de segundos, a Stalon, ensanchando sutilmente la sonrisa.

La escucho con atención, pese a que no aporta demasiada información con sus palabras. Por lo que ha dicho antes, creo tener bastante claro de los que habla, pero pese a todo, teniendo en cuenta su personalidad extraña, decido cerciorarme.

-Aren Darvenwish y Fera Twinkle, ¿cierto? -inquiero.

Se me hace extraño pronunciar juntos ambos nombres. No me es difícil encontrar conceptos que los unan a ambos, ya sea el motivo por el que se encuentran aquí, en Brontë, como otros más personales, pero tampoco se me olvidan las diferencias. Y si tuviera que posicionarme en mis preferencias, no dudaría un instante, a mi parecer. Aunque a veces, en ciertas situaciones, nuestras propias reacciones nos sorprenden.

Clavo los ojos en ella cuando formula el hechizo y me atrevo a acercarme para apoyar la mano sobre la barrera, que se percibe muy pobremente. Doy un par de golpes con el puño en ella, como si llamase a una puerta, y dejo ir una sonrisa suave.

-Eres interesante -admito, mirando a la parvus-. Quizás estaría interesada en...

Me veo interrumpida por una nueva presencia, que saluda. No es la primera vez que lo veo, aunque no es alguien que llame mi atención. Nunca hemos interactuado más de lo debido. Zacharyas Blackalgo, si mal no recuerdo haber oído.

-Buenas noches -respondo a su saludo, recuperando la expresión monocorde.

Quizás empieza a haber demasiada gente en un espacio reducido. Eso no me alivia.

Fruncí el ceño un instante. Al final, asentí de nuevo dos veces.

-Sí. Esos. Preciosos -corroboré, sonriente.

La observé acercarse y golpear, y reí cuando lo hizo. Le miré los ojos, tan raros, con una sonrisa. Y entonces me giré, deshice el hechizo, y señalé.

-¡TÚ! -exclamé, sonriendo aún más.

Bajé a saltos las escaleras hasta quedar ante él y le salté encima, agarrándome con fuerza. Entonces me giré a la chica.

-¿En qué?

Zacharyas volvió a mirar a la chrysos antes de ver, primero por el rabillo del ojo y luego directamente, cómo Ayne se lanzaba sobre él sin miedo. Aquel lugar le traía recuerdos, al pensar en aquel gesto, pero no temía, pese a todo, por su naturaleza, que la situación se repitiese.
La abrazó suavemente, como atrayéndola sin llegar a rodearla, a oprimirla, y enarcó las cejas, alternando la vista de nuevo entre ambas. Se apresuró, de pronto, como cayendo en la cuenta de algo, a carraspear, liberando una de las manos y ofreciéndosela a la chrysos, aunque todavía se encontraba muy lejos para estrechársela.

-Soy Zacharyas Blacksmith-saludó, con voz ronca, hundiendo al mismo tiempo los largos dedos de su mano izquierda en el cuero cabelludo de Ayne, con suavidad. Carraspeó, algo incómodo de pronto-. ¿Os interrumpo? -inquirió. Aunque era una pregunta, el tono interrogativo no era excesivo, como si dudase.

Podría discrepar con uno de los dos "preciosos", pero, de hecho, estoy segura de que el líder Darvenwish se atribuiría ese adjetivo a sí mismo sin dudarlo un instante. Eso me da bastante que pensar. No obstante, pronto este tema se ve interrumpido por la nueva aparición. Y el saludo me resulta, cuanto menos, inesperado. Aunque más por parte de él que por la de ella, a la que veo realizando esa acción sin preocuparse demasiado por el receptor.
Cuando él se dirige hacia mí, asiento para mí, dando un par de pasos hacia adelante, estrechándole la mano brevemente.

-Alehyss Lester -respondo, descendiendo de nuevo la mano, dejándola caer junto a mi cuerpo. Supongo que no tengo mucho más que hacer aquí, y su pregunta no hace sino corroborármelo-. En absoluto. Yo simplemente bajaba hacia las habitaciones. Ha sido un encuentro casual -me limito a responder, con tranquilidad.

Luego vuelvo la mirada a la parvus. Durante un instante he olvidado lo que iba a decir, por lo que pestañeo, contrariada, pero pronto vuelvo en mí.

-Sentiría interés en enfrentarnos un día, si no ves inconveniente.

Últimamente es a lo que me dedico, a entrenar, de una forma u otra. Pero ya va siendo hora de que aproveche la de guerreros que hay aquí para formame mejor en combate.

Lo apreté con fuerza, con una especie de gorgorito, y luego sonreí. Negué con la cabeza.

-Llueve y estaba saltando un poquito -expliqué, sin más.

La miré fijamente, expectante, y luego alce las cejas. Me reí, nerviosa, agarrando con fuerza la ropa del chiquillo, y luego asentí suavito. Alcé la vista hacia el chiquillo, sonriente, y de nuevo la miré a ella.

-Pero -indiqué-. Si te hago sangre, te tienes que limpiar con un pañuelo. Y luego me lo tienes que dar a mí. Y yo lo tengo.

Zacharyas correspondió suavemente al abrazo, esbozando una sonrisa por un momento, mirando a la parvus, como si durante un instante la chrysos hubiese desaparecido del lugar.

-Yo buscaba un lugar donde dormir -respondió a sus palabras, deteniéndose un instante a cavilar, con la mirada perdida-. Y eso que es de noche...

De todos modos, al caeruleus no le importaban las horas del día, y simplemente dormía cuando lo veía oportuno, cuando su cuerpo se lo pedía o cuando, simplemente, no encontraba más que hacer que aquello.
Pero dos palabras lo hiceron dejar de sonreír por un instante, y una sensación fría, y a la vez un cosquilleo extraño, lo invadieron, y Zacharyas volvió el rostro hacia la mujer a la que había visto algunas veces, sin haber mostrado interés alguno por ella, simplemente cruzándosela..., hasta entonces. Mudo, no parecía escuchar el resto de la conversación, y solo la examinaba con una extraña avidez, tensando repentinamente la expresión, crispando las manos y el cuerpo.

La situación empieza a volverse extraña. Diría, incluso, que un tanto violenta. Sé cuándo debo sentirme fuera de lugar. Ahora mismo me siento fuera de lugar. Por suerte, parece un buen momento para darse a la fuga, y el lugar me facilita la excusa, incluso, y eso que podría valerme perfectamente sin ninguna.

Aunque lo de la sangre no termina de convencerme... Sé que, por lo menos, hay hechizos que se valen de la sangre para ser más eficaces, o para diversos efectos.

-Podemos hablarlo antes del enfrentamiento -menciono, sin más, comenzando a andar hacia ellos con intención de pasar a su lado y rebasarlos-. Ahora, sin embargo, voy a descansar-. La extraña mirada del caeruleus no me pasa desapercibida. Creo que incluso he apurado el paso inconscientemente-. Buenas noches -me despido, con serenidad, seria-. Ha sido un placer.

No tardo demasiado en llegar al final de las escaleras, y entonces, una vez he llegado a los pasillos, pongo rumbo a los dormitorios femeninos.

*se va*

Di un par de saltitos, sin soltarlo.

-¡Conmigo! ¡Ven a dormir conmigo! -pedí, encantada.

Inquieta, rebusqué entre la ropa, alzando las manos sobre mi cabeza para tomar la suya, que comencé a repasar, presionando cada yema. Me puse un dedo sobre los labios y miré a la chica, sonriendo de nuevo.

-Vale. ¡Buenas noches! -dije, despidiéndola con un gesto de la mano.

De nuevo di un tirón al chiquillo.

-¡Vamos a dormir arriba! -insistí.