Escalera de caracol

Frunció el ceño. ¿Qué le pasaba? ¿Qué necesidad había de ponerse a la defensiva? Definitivamente, si tenía pensado discutir, enfadarse por un maldito corte de pelo, debería replantearse muchas cosas.

—Estás diferente. Me costará acostumbrarme, pero sí, creo que te queda bien. —Clavó sus ojos en los suyos—. También, sinceramente, creo que es complicado que algo te quede mal. Y también creo que enfadarse por un peinado es una gilipollez.

Él había tenido el pelo de colores horrorosos, y no se había enfadado. Porque era sólo eso: pelo. Crecía y esas cosas. A no ser que tuvieses problemas de alopecia, y, francamente, dudaba que la chrysos tuviese esos problemas.

—El líder aether —farfulló—. Sea quien sea.

El chrysos sólo conocía al líder parvus y al líder caeruleus, así que no sabía cómo era el aether. Y tampoco le interesaba demasiado.

Mientras sigue hablando de mi pelo simplemente aparto la vista, como si no lo escuchase, aunque sin poder evitar hacerlo. Es imposible no oír, por mucho que se intente. Los oídos no funcionan así, no se abren y cierran a placer.
Sus últimas palabras, sin embargo, sí me incomodan un poco.

-No estoy enfadada -gruño, seca.

Claro que lo estoy, pero no es por un peinado. Es por lo que significa, por lo que simboliza. No soy dueña de mí misma. Eso es todo. Sin más.

El líder aether... ¿Acaso Timber Birght? ¿O su sustituto? No creo que Lyam, visto su comentario, sepa mucho más.
Asiento, todavía algo seca, pero intentando relajarme un poco.

-Gracias. No sabía nada relacionado con eso.

Me siento algo escueta hoy.

Reprimió una risa.

—Seguro... —murmuró, más para sí mismo que para ella.

Claro que no estaba enfadada: aquel era su estado natural, todo respuestas secas, respuestas desafiantes y muecas. Cómo podía dudar que se había molestado, por Mithos, qué iluso.

El chrysos se puso en pie y, sin vergüenza, se estiró. Luego miró a la chica.

—De nada.

No tenía mucho más que decirle sobre el tema. Él no sabía más. Heylel no le había comentado nada más y él no se había molestado en buscar información. Ni tan siquiera había hecho preguntas cuando descubrió lo del hechizo.

Descendió un escalón.

Parece que la conversación ha muerto. Ambos temas... No merece la pena prolongarlos. No creo que aportasen más. De modo que habría que tratar uno nuevo, aunque no me siento muy inspirada ahora mismo.
Lyam se aproxima, descendiendo el primero de los escalones que nos separan. Carraspeo, procurando dejar un poco de lado mi sequedad, aunque sin lograr una mejora demasiado notable.

-¿Qué sabes de la geografía de Ignis? -inquiero, monocorde, mirándolo a los ojos.

Contengo un nuevo gesto que me pide peinar un mechón de pelo tras mi oreja. No tiene largo suficiente. Esto es de lo más extraño.

Bajó otro escalón.

De la geografía de Ignis sabía algunas cosas. No demasiadas, pero algo sabía. Por ejemplo, conocía la capital, sabía que había un desierto y que la zona costera tenía un nombre que no invitaba a acerarse. Había estado ahí dos veces, así que conocía un par de ciudades, pero poco más.

—Poca cosa —admitió—. He estado un par de veces, así que conozco algunos sitios, pero no es que sea un experto.

Descendió otro escalón.

—Sé que el Mar Volcán o cómo fuese no suena apetecible y que hay un desierto. Y, bueno, en la capital hay un palacio. Y hace calor y. —Frunció el ceño—. Eh. ¿Hay provincias? ¿O cómo se llamaban? Creo que había más de un gobernante, pero no estoy seguro. —Compuso una mueca—. ¿Eso entra en lo que es geografía o no? Bueno, da igual, sea como sea, creo que no hay un rey, ni tampoco una reina. Y, eh. —La miró—. Eh. —Chasqueó la lengua. Notándose nervioso, se pasó una mano por el cuello. Sentía las mejillas ligeramente ruborizadas—. Eeh. Hay... Y... ¿Una montaña? ¿Hay montañas? Creo que hay montanas. Definitivamente, hay montañas. Y un desierto. Y... ¿eso lo había dicho? —Frunció el ceño. Aquella no era la verdadera pregunta—. Quiero decir, ¿por qué preguntas?

Esa era la verdadera cuestión.

Una risa contenida, despectiva, se me escapa. AUnque me encuentro algo más relajada. Mejor así, desde luego.
Me encojo de hombros, simple.

-Nada en especial. Quería evaluar tus nuevos conocimientos -comento, divertida-. Y hay un Mar de Lava, y volcanes, pero no un mar volcán, siento comunicarte.

Ignis... Estuvimos juntos allí por muy poco tiempo, pero las cosas comenzarón a torcerse allí. No exactamente, de hecho, pero aquella misión marcó la recta final en lo que había sido mi vida hasta entonces. Resulta de lo más deprimente, pensado así. Y todavía me duele la cara si recuerdo aquella bofetada... Y el ego con ella.
No he vuelto a saber de Fier, por suerte.

El chrysos frunció el ceño, molesto de pronto. Si la pregunta la había hecho sólo para reírse de él, entonces podía habersela ahorrado. Evaluar sus nuevos conocimientos... No necesitaba que ella evaluase sus conocimientos. Ni ella ni nadie. Además, ni tan siquiera se había centrado tanto en Ignis como en otros continentes. Qué sabría ella.

—Si vas a hacer preguntas para reírte, entonces puede ahorrártelas —gruñó, molesto. Descendió otro escalón—. Por desgracia, o no, no todo el mundo es tan inteligente como tú, o ha tenido el mismo acceso a libros, enciclopedias o lo que fuese que tú.

Apretó la mandíbula y bajó otro escalón.
Ahora estaba mucho más cerca de la chrysos.

Borro la sonrisa, adoptando un rostro inexpresivo. Clavo los ojos en los suyos. Los ilumino un poco, casi como amenazándolo.
No sé cómo hemos evolucionado los chrysos. Sin embargo, cada vez que, inconscientemente, los enciendo de este modo, siempre siento esto. Amenaza. Quizás sea algún instinto que perdura. O simplemente mi propia impresión.

-La inteligencia no depende de los libros -gruño, sin más, frunciendo el ceño desafiante.

En ningún momento busqué burlarme de él. Me desagrada que genere caos de una forma tan gratuita, tan arbitraria. Rompe la calma. Qué engorro.

Cruzó los brazos y observó a la chrysos, notando cómo sus ojos se iluminaban como un aviso, una señal. A lo mejor, pensó, se lo había tomado a pecho. Era probable. Más que probable. Recordaba la última conversación que habían tenido y la manera tan inestable, tan irascible con la que se había comportado. Con Heylel, cuando había hablado con él, había tendido a la indiferencia; pero era incapaz de tener un comportamiento indiferente con la chrysos. Podía mostrarse casi sumiso, o podía responder airadamente ante el menor comentario. Era un engorro.

—Ya lo sé —gruñó.

Apartó la mirada.
Había cosas que le frustraban. Le frustraba esforzarse y no conseguir nada, le frustraba encontrarse con gente más joven que él que sabía más cosas. Le frustraba que en Brontë todo el mundo supiese de todo. Fier sabía hacer de todo. Heylel sabía mil cosas, Hewina también. Corbin, el claritas aquel que se encerraba en la biblioteca, escribía. Alehyss sabía más que nadie. ¿Y él qué hacía? Nada. Y lo que hacía lo hacía mal, y como prueba de ello tenía el recuerdo de sus costillas rotas. Y no necesitaba que nadie se lo recordase, no era necesario.

—Perdón —farfulló.

Tuerzo el gesto un instante. Lyam... no debe de encontrarse muy bien. Nunca lo he visto con demasiada gente, y recientemente... Siempre que nos encontramos estaba solo. Quizás esté siendo algo dura con él. Tampoco mi vida es un lecho de rosas, pero él tiene un aspecto que indica que no está pasando los momentos más maravillosos...

Me muerdo el labio inferior un instante, apenas medio segundo. Lo miro, entonces.

-No te preocupes -murmuro, con voz más sosegada-. Comprendo que te hayas alterado. No pretendía burlarme.

Doy un paso hacia él, vacilante. La verdad es que no sé cómo intentar animarlo. No es algo que se me de especialmente bien.

Tragó saliva y la miró de reojo, todavía con los brazos cruzados.
Asintió.

—Perdón de todas formas.

Descruzó los brazos y dejó caer los hombros, abandonando su posición defensiva. Recordaba que en la biblioteca también había reaccionado igual ante un comentario suyo. Y luego se había arrepentido, hasta se había calmado. Suspiró. Hablar con Heylel era mucho más sencillo.

Por el rabillo del ojo, observó cómo la chrysos se acercaba a él. Confuso, frunció levemente el ceño, preguntándose por qué se acercaba.

Parece que los ánimos se están calmando un poco, pero, de todos modos, la situación es inestable. Qué frustrante es encontrarme en momentos como este en los que parece que las cosas solo se pueden arreglar si entierro su cara entre mis tetas, o algo semejante. Resulta de lo más frustrante, aunque... Lo cierto es que llevo un tiempo sin contacto físico de ese tipo y me siento algo sensible.

Apoyo una mano sobre su brazo, casi a la altura del hombro, con delicadeza.

-Venga... No pasa nada. Vamos a relajarnos, que ambos estamos un poco... tensos.

Bordes incluso, diría yo. Ambos. Él y yo, mal que me pese.

El chrysos observó la mano de Alehyss apoyada en su brazo durante unos segundos, escuchando sus palabras. Entonces asintió y alzó la vista, posándola en el rostro de la chrysos.

Curvó ligeramente los labios.

—Ya estoy relajado —murmuró.

Y no era del todo mentira. Al igual que en la biblioteca, después de saltar, de estar a punto de soltarle alguna borderia o de pegarle un grito, se relajaba, y ya no quería responder mordazmente. Se deshinchaba, después de pedir perdón; era como si todo su enfado desapareciese, aunque no hubiese llegado a expulsarlo.
Además, él ni siquiera quería discutir.

Con delicadeza, colocó una mano sobre la mano de la chrysos. Tras unos segundos, la movió, despacio, invitando a la chica a que apartase la mano.

Aparto la mano, sin dejar de mirarlo. Trato de encontrar alguna clase de gesto que lo delate. Algo que me indique... cualquier cosa. Vaya soso que está.

Aprieto la mandíbula. Está tan parado que no me sirve ni como desahogo sexual, el maldito. Es cierto que, poco a poco, he conseguido dejar de necesitarlo tanto, pero de vez en cuando todavía... tengo ganas de... Y parece que todos los hombres que tuve detrás se han desvanecido (de hecho, así es. Esos hombres viven en ciudades lejanas). En esos momentos de estrés...
Maldita sea.

-No me gusta verte tan apagado -sentencio, como si estuviese comentando el día que hace, pero sincera.

Al escuchar a la chrysos, Lyam torció una sonrisa, sin saber bien qué decirle, y la miró, en silencio.

—Gracias por tu sinceridad —murmuró finalmente.

Se pasó una mano por el pelo, echándose el flequillo hacia atrás. Tener el pelo más largo que antes estaba comenzando a convertirse en un engorro. Algunos mechones podían llegar a ser molestos, tapándole los ojos dependiendo de la posición que adoptase. Suspiró.

Miró de nuevo a la chica y se acercó a ella. Esbozó una sonrisa jocosa y, en un gesto terriblemente infantil, se iluminó ligeramente.

—¿Mejor? —inquirió, torciendo la sonrisa.

fdr. turuntunchássssssssss.

No puedo evitar dejar salir el aire por la nariz, en una risa muda. No me lo puedo creer.
Asiento, cerrando los ojos, con tremenda solemnidad.

-Tú sí que sabes como contentar a una chica, Lyam -. Lloyd-. Magnífico.

Me echo el flequillo hacia atrás un instante. Vaya sensación más desagradable. No termino de acostumbrarme, ni creo que lo haga nunca. No. Es... Me siento desnuda, pero peor. He estado desnuda en muchas ocasiones, y la mayoría de las veces no conllevaba nada desagradable más que lidiar luego con el estúpido que creía que aquello significaba algo más que lo meramente físico.
Siempre pienso en lo mismo...
Creo que estoy obsesionada.

Carraspeo, incómoda.

-Últimamente hace frío. No lo soporto -murmuro, casi tratando de sacar cualquier tema con tal de decir algo.

El chrysos se encogió de hombros, al tiempo que se apagaba.
Sonrió.

—Se hace lo que puede —murmuró. Luego añadió—: Aunque seguro que mejoro con el tiempo.

La miró a los ojos, todavía sonriendo. Observó cómo se echaba el flequillo hacia atrás. Ensanchó la sonrisa.

—Yo prefiero el frío al calor —respondió, dando un paso hacia ella. Se encogió de hombros—. El calor es pegajoso y no puedes hacer nada contra él; contra el frío hay soluciones. Como las mantas. Millones de mantas. Unas encima de las otras. Mantas por todas partes.

Torció una sonrisa.

—O el té caliente. O mantas y té caliente.

Frío, calor... Creo que los odio ambos. Odio sudar y odio temblar. Lo ideal es una temperatura agradable sin demasiada humedad en el aire. Que se haga llevadero y no incordie. Sin viento que levante tierra o que moleste en la cara. Ese es el clima idóneo para mi gusto, pero es prácticamente imposible obtenerlo, por lo que la gente termina eligiendo entre frío y calor. Yo simplemente los odio ambos y añoro uno al sufrir el opuesto. Creo que resulta un comportamiento de lo más recurrente entre las personas.

-Se me ocurren varias formas más de deshacerse del frío... -. Alzo ambas cejas, sugerente-, algunas de las cuales resultan más beneficiosas que un par de mantas.

Estoy pensando en sexo. Llevo un buen rato haciéndolo. Pero si pregunta, diré que hablo de entrenar. Entrenar es muy bueno, y más en nuestra posición.

El chrysos torció una sonrisa, pícara, al escuchar la respuesta de la chica y se acercó a ella. A él también se le ocurrían más formas de superar el frío. Formas mucho mejores que unas mantas o un asqueroso té.

—A mí también se me ocurren formas mejores —murmuró, acercándose más a ella. Ensanchó la sonrisa—. Mucho mejores.

Tal vez estuviesen pensando en lo mismo. De hecho, parecía que pensaban en lo mismo. Mithos, ojalá estuviesen pensando en lo mismo.

Contemplo a Lyam un instante. Podría decir, sin más, que hablaba de un entrenamiento, pero creo que todo sería demasiado cansado y aburrido. Estoy harta de estar cansada y aburrida. Para el caso, aprovecharse de una situación favorable no es para nada inapropiado. Al fin y al cabo, se busca lo mejor para todos. Eso es lo verdaderamente correcto. La felicidad colectiva. No puede haber maldad en algo así.

Me muerdo el labio inferior un instante, calibrando mis opciones. Finalmente, resuelta, enarco una ceja. Seria, alzo un dedo y lo coloco frente a sus narices.

-Esto es una excepción provocada por la necesidad -declaro, mirándolo a los ojos fijamente.

No estoy bromeando. En absoluto. Pero no me gustaría seguir lanzándole indirectas a Corbin solo porque tiene pene. Es una tarea inútil y poco satisfactoria, hasta la fecha.
Lo único que espero de esto es que no haya resentimientos. Al fin y al cabo, no he olvidado lo que le hice.

FdR- Bueeeeno, pero solo hoy

El chrysos alzó las cejas, curioso, cuando la chica le puso un dedo delante de las narices. La miró, expectante, esperando algún tipo de respuesta y, cuando la tuvo, asintió. Incluso sonrió, jocoso.

—Claro —murmuró. Volvió a asentir—. Sin problema.

Y no dijo nada más. En su lugar, se limitó a romper la molesta distancia que los separaba, besando a la chrysos con más avidez de la que había esperado. Y luego, como las escaleras no eran un buen lugar ni para sentarse ni para hacer otras cosas que no fuesen llegar a alguna sala o pasillo, ambos abandonaron el lugar, buscando más intimidad.

*se van*

Fdr. ea.

Zacharyas ascendía las escaleras como si se tratase de una más de las sombras que se reflejaban en ellas. Una extraña sonrisa adornaba sus labios, siniestra, como casi siempre que se encontraba de buen humor. Y aquel día había tenido suerte: una pesadilla, como otros dirían, aunque sueño para él, se le había aparecido aquella noche, y el caeruleus había dormido maravillosamente. Y tan bueno era su humor que incluso superaría la pereza para escribir una carta a su padre.

Había pospuesto su viaje tras el ataque, y tras saber lo de Ayne, pero cortar el contacto... Era su padre, al fin y al cabo.

*sube*

Zacharyas fue arrastrado fuera del cuarto por la parvus, que pronto lo soltó para dedicarse a bajar cada escalón de un modo diferente, aparentemente entretenida con sus juegos. El mago, poco habituado a estar con niños, se preguntó si uno sería de aquel modo, desde qué edad, por qué motivo, hasta cuándo o incluso si aquello no era propio de un niño, saltar de aquí para allá, y simplemente aquel concepto de niño era un invento suyo, aunque él no recordaba haber sido de aquel modo en su infancia. Se recordaba a sí mismo como un niño tranquilo, calmado, feliz, cuando solo tenía siete años, pero no activo. El guerrero nunca había sido demasiado activo.

Mientras la contemplaba saltar de un escalón a otro, Zacharyas fantaseó con que la piedra se rompía. O mejor. Con que era el tobillo, el frágil hueso congelado, el que se partía con un crujido aterrador, dejando el pie atrás, derritiéndose en el escalón, y entonces la parvus se precipitaba y su cráneo se rompía, y el cerebro rosado se desparramaba por el suelo, volviéndose un charco que él tendría que recoger con una cuchara, guardándolo en un vaso.
Qué aterrador... Qué hermoso.

Saltaba un escalón tras otro, tarareando, contenta. Miraba hacia abajo, con el farol apuntando a mis pies. Saltaba con los pies juntos, a veces en zonas más cerradas de la escalera, otras en zonas más abiertas.

En un momento dado, salté en una zona demasiado cerrada, con lo que solo pude apoyar el talón de los pies. Me balanceé un momento adelante y atrás, agitando los brazos con expresión de alarma. Al final, pese a la inestabilidad de mi cuerpo, que crecía a un ritmo demasiado rápido como para que me acostumbrara a él, logré mantener el equilibrio.

Giré la cara hacia arriba y miré al chiquillo con una sonrisa.

-¡Uy! -exclamé entre risas.

Continué bajando a saltos, al principio de forma más recatada, preocupada por mi reciente pérdida de equilibrio. No tardé en coger confianza de nuevo, reduciendo el intervalo entre saltos y atreviéndome de nuevo con zonas más cerradas de la escalera. En uno de aquellos saltos, pude sentir de nuevo cómo apenas el talón se apoyaba en el siguiente escalón. Esta vez no hubo tiempo de estabilizarse. Los talones resbalaron.

Entonces perdí pie y caí rodando por las escaleras.

La primera vez que la parvus se balanceó, el hijo del herrero no tuvo muy claro, durante un instante, si se trataba de la realidad o de sus pensamientos, y para cuando lo hizo nada había sucedido. La había visto caer, incluso, como una prolongación de aquel leve desequilibrio. Pero al despertar de aquella ensoñación se había dado cuenta de que ella seguía de pie, y de que él se había quedado inmóvil, tres escalones por encima, contemplando un punto fijo de las escaleras en el que había imaginado su cuerpo desnucado.
Zacharyas se puso en marcha de nuevo, calmo, tratando de mantener ya su cabeza en la realidad, tratando de ignorar los atractivos saltos de la muchacha, que tanto espacio a la imaginación dejaban...
Pero pronto sucedió de nuevo, y entonces la imaginación y la realizad se entremezclaron.

Zacharyas abrió mucho los ojos, viéndola caer inerte, rodando escaleras abajo como un cadáver, como un saco, como un objeto, incapaz de reaccionar. Sus miembros no se desprendían, como si estuviesen congelados... Seguían pegados al cuero de la pequeña, golpeándose con cada saliente.

Primero Zacharyas quiso probar él también a saltar, para sentir aquello que parecía tan provocativo, tan atractivo. ¿Rodaría su cuerpo de aquel modo tan inerte?
Luego, más consciente de la realidad, el caeruleus corrió hacia ella, siguiéndola, sin tiempo ya para detenerla, no muy seguro de si quería romperle el cuello o ayudarla.
Finalmente se agachó a su lago, frunciendo el ceño, repentinamente alterado.

-¡Stalon! -. Alzó la voz, algo extraño en él.

Tenía un corte en la mejilla, cuya sangre rozó con el pulgar, llevándosela a la boca. Se estremeció, sintiendo cómo la vista se le nublaba un instante, pero se contuvo, recorriendo el resto de la joven con la mirada, hallando cada rasguño o chichón que pudo encontrar a primera vista, palpando luego su vientre, sintiéndose repentinamente frío y ansioso.

-Ayne -pronunció, más bajo aquella vez-. ¿Estás bien?

Su voz sonaba extrañamente fría. Zacharyas se sentía culpable, como si él mismo hubiese invocado aquella suerte con sus ensoñaciones, y se notaba algo ausente, aunque no dejaba de contemplarla, preocupado.