Escalera de caracol

Zacharyas siguió a la chica con la mirada, poco seguro de si había llegado a despedirse o no, mientras las palabras de aquel lejano día en el baño, las palabras de Rick Dehnel, lo atravesaban de nuevo, y las imágenes de dolores y torturas llegaban a su cabeza, renovadas, fuertes otra vez. Pero pronto se encontraba de nuevo a solas con Ayne, y ella llamaba su atención, liberándolo de aquellos pensamientos.

-¿Habías visto -. Carraspeó -antes a esa persona? -inquirió, clavando los ojos en las pupilas de la parvus, muy serio.

Comenzó, al mismo tiempo, sin embargo, a ascender tras ella, siguiéndola escaleras arriba, hacia el observatorio. La miraba, y a ratos recordaba, de todas formas, como en una especie de bucle, mezclando aquel breve y extraño encuentro con las ideas que había llegado a hacerse en algún momento, cuando el nombre "Alehyss Lester" rondaba su cabeza. Y aunque hacía ya mucho que no pensaba en ello, en aquel instante no podía dejar de hacerlo, y le hervía la sangre con interés, con enfermiza curiosidad.

*se van*

Subir corriendo unas escaleras tan estrechas como aquellas era un buen entrenamiento para las piernas. Tenía la obligación de pisar cada escalón, sin saltarme ninguno aunque lo desease, de modo que controlaba el ejercicio e incluso contaba los pasos. No cambiar el ritmo también era importante. Recordaba las palabras de mi padre cuando en mi niñez una vez me había sentado sobre mis piernas y me había dicho "Rickiard, hijo, la gente que no lucha cree que no pierde, pero lo hace, porque no gana nada." Quizás aquello poco tenía que ver con entrenar o no hacerlo para otros, pero yo nunca lo había visto de aquel modo. Desde el instante en el que lo había escuchado decir aquellas sabias palabras, con apenas seis o siete años de edad, había comprendido que solo esforzándome podría conseguir lo que quería. Y si no lo lograba, al menos lo habría intentado, que era más de lo que muchos hacían.

-¡Vamos, Telma! Un poc... -. Negué varias veces, para mí, dándome un pequeño golpe en la cabeza con el puño cerrado-. Ya estoy hablando solo otra vez... - murmuré, sin bajar el ritmo-. ¡Y qué más da! ¡Hablaré conmigo mismo si eso me hace entrenar mejor! -exclamé, aumentando la velocidad con fuerzas renovadas.

Al llegar arriba tocaba la bajada, igual que la subida. Repetiría aquello varias veces, hasta que no aguantase más, aunque la hora de comer ya estaba cerca y quizás mi estómago pidiese una pausa. ¡Pero de todos modos seguiría!

No era un héroe, desde luego. Era un guerrero que luchaba para que otros no lo hicieran; un protector.
¿Y nada más?

Cuando me hube sentido satisfecho con todo aquello... ¡Un poco! Porque un buen guerrero nunca estaba satisfecho con su entrenamiento! Pero bastaba por aquel día.
Cuando lo decidí, abandoné las escaleras.

*se va*

Kyoti no ha tenido problemas para encontrar los sitios más básicos. Un criado le ha indicado dónde dejar sus cosas y dónde encontrar el baño y el comedor. Pero, por supuesto, eso no significa que tenga la menor idea de dónde está. El chico, que no encuentra nada mejor que hacer, explora el lugar en silencio, todavía bastante abrigado, aunque visiblemente más cómodo que cuando llegó.

Todos los pasillos le parecen iguales, todas las puertas parecen ir a dar al mismo sitio. El entorno que se ve por la ventana, blanquecino por el frío, tampoco lo ayuda a guiarse. Así que, en silencio, trata de hacer rutas en su cabeza, observa techos, tapices y paredes, y va dejándose perder por el palacio, buscando encontrarse.

Unas escaleras de caracol no parecen algo descabellado en un sitio como este. Se asoma primero, como si así fuese a descubrir adónde llevan. Por supuesto, no es suficiente, así que comienza a subirlas. Quizá una vista desde las alturas le permita hacerse mejor idea de dónde está.

*Empieza a subir*

Kyoti ha llegado arriba, pero la puerta está cerrada. O eso parece. Hace amago de probar a abrirla, sin atreverse. Pone la oreja, buscando oír algo al otro lado. Aunque de una madera tan gruesa no espera oír mucho. Incluso piensa en mirar por la cerradura, aunque sigue sin decidirse a probar a abrirla.

Al final, ya está a punto de dar media vuelta y bajar cuando una voz lo hace girarse de golpe, con un respingo. Fija los ojos en la chrysos, sintiéndose pillado en falta. Duda un momento, sin saber muy bien si será parte del servicio, aunque si es el caso parece que no está trabajando ahora. Acaba por sonreír tímidamente, sintiendo un pinchazo de culpabilidad, como si hubiera sido pillado en falta.

-Sí, claro, es que acabo de llegar -explica-. Y buenas tardes. Yo me llamo Kyoti. Oye, ¿trabajas aquí? Es decir. Supongo, claro. Pero, ¿sirves en Brontë? Bueno, sí, pero me refiero a si eres... -Aún tardó un momento en dar con la palabra- ¡guerrera! ¡Eso! ¿Eres guerrara? Guerrera. ¿Eres una guerrera?

¡Vaya forma de aturullarse! Carraspeó, mirándola con expresión de disculpa.

Kyoti se encoge de hombros, revolviéndose un momento el pelo con nerviosismo. Mantiene la sonrisa. Se siente extraño. Por una parte, porque está en un sitio muy diferente a todo lo que está acostumbrado. Por otra, porque se siente acorralado entre la chica y la puerta, como en una encerrona. Aunque, se convence, no es esa la intención de ella.

Ríe un momento.

-Bueno, supongo que las dos cosas -admite, asintiendo-. Llegué esta mañana.

El ofrecimiento de ella le hace sentir una cierta calidez. Es agradable encontrar alguien dispuesto a echar una mano cuando no conoces a nadie en el lugar en el que estás. Su sonrisa, agradecida, llega a ampliarse.

-No diría tanto -responde-. Estaba explorando, en realidad. Viendo un poco el palacio. Es muy bonito, la verdad. ¡Aunque! Quizás. Un par de indicaciones me vendrían bien. No sé si sé volver por donde he venido... ¡Ah! ¡Bueno! ¡Y gracias!

Torpe, Kyoti imita la reverencia de ella, un tanto abrumado. Sonríe, pese a todo, contento de que su primer encuentro sea agradable.

-De ningún sitio en particular. Bueno. Del comedor. Pero he dado muchas vueltas. He estado paseando... -explica. Luego niega-. Me llega con las indicaciones -. De pronto, abre mucho los ojos-. ¡Quiero decir! ¡No quiero robarte tu tiempo! ¡Me refiero a eso!

Se frota las manos y traga saliva, nervioso.

-Quizás sea hora de volver al comedor, de hecho -cavila-. No sé qué hora es, pero parece que la de cenar.

Kyoti no sabe qué esperaba de Brontë, pero le sorprende la facilidad con la que ella lo trata. Quizás uno espera un bravo guerrero, serio y fornido, antes que una chica con vestido de volantes. De todas formas, Kyoti ha llegado a la conclusión de que le parece bien que sea una chica con vestido de volantes y trato agradable. Lo hace todo mucho más acogedor.

Asiente, inclinándose ligeramente, un tanto abrumado.

-Mu-muchísimas gracias -balbucea, sonriente.

Espera a que ella inicie la marcha, asintiendo cuando lo mira, y después la sigue escaleras abajo, aún sintiendo cómo la vista se le detiene, a cada pocos pasos, en algún rincón que antes le ha pasado por alto. Incluso si ese rincón, en realidad, no tiene nada digno de verse.

Siguiéndola, vuelve al comedor, aunque por un camino nuevo. No imagina la de vueltas que ha dado.

*Se van*

Corbin corría por los pasillos, ignorando las expresiones molestas del servicio. En general, aquellos hombres tendían a intentar evitar las carreras en el interior del palacio, y Corbin sabía que se trataba de un esfuerzo vano si los que corrían eran ellos, los guerreros.

De todas formas, no dejó en desaparecer de la vista de aquellos hombres, dejándolos así tranquilos. Corbin encontró la puerta que daba a las escaleras y entró por ella, en dirección a la torre del mirador. Las escaleras tenían peldaños altos, de piedra basta, más pulida por el uso que porque fuera la intención inicial. Algunos llegaban a estar hundidos y resbaladizos, y el ascenso en espiral no facilitaba en absoluto la carrera.

De todas formas, aquello no detuvo a Corbin, como no lo detenía la pesadez de las piernas, que se veían forzadas a subir un escalón tras otro a ritmo acelerado. Corbin no se había molestado nunca en contar los peldaños, pero sabía que eran muchos, los suficientes como para que una carrera subiéndolos fuera un ejercicio digno de su interés. No eran peldaños demasiado grandes, así que tenía que preocuparse de afianzar cada pie antes de apoyar el peso del cuerpo sobre él para impulsarse y seguir ascendiendo. Por otra parte, Corbin se negaba a reducir el ritmo de la carrera, así que afianzar los pies tenía que ser un proceso rápido.

Con la respiración y las pulsaciones reguladas y sin dejarse vencer por el esfuerzo, Corbin siguió ascendiendo hasta dar con la puerta que lo llevaba al exterior, al mirador de la torre.

*Sube y sale*

Había intentado subir arriba. Había puesto todo mi empeño. Me había esforzado en convencerme de que no había ningún problema, de que no había diferencia y de que seguiría teniendo suelo bajo los pies. No había servido de nada.

Al final, lo único que había podido hacer era detenerme, sentarme en la escalera. La subida en espiral, casi sin agarre y con peldaños tan finos me estaba mareando. Bajar tampoco sonaba demasiado bien, en realidad.

Así que, aún sintiéndome ridícula, me senté y me quedé allí quieta, sin hacer nada. Esperaba que no fuera un lugar muy transitado.

*Se queda*

La he estado buscando durante el día. Cuando ya no sé dónde más mirar es cuando la encuentro. Entiendo no haberlo hecho antes: no es un sitio muy habitual en que que quedarse, las escaleras de caracol.

La saludo con un gesto de mano y voy hacia ella. Creo que he tratado de sonreír, pero no con mucho entusiasmo, así que termino por mantenerme serio.

<<Te buscaba.>>, formulo con las manos, y tras una breve duda: <<¿Cómo estás?>>

Ayer también la busqué al acabarlo todo, pero imagino que querría estar sola. Quizás también ahora quiera...

Pues transitado o no, acabaron por encontrarme. Mi primera reacción fue forzar una expresión despreocupada, sonreír y actuar como si nada hubiera pasado. No me dio mucha oportunidad de hacerlo. Carraspeé, limitándome a encogerme de hombros. No parecía que hubiera mucha escapatoria. Para empezar, me había arrinconado yo misma.

<<Bien>>, dije de todas formas. <<¿Y tú? ¿Te hicieron daño?>>

No iba a preguntar por qué me buscaba, pero era evidente que huir del tema tampoco servía de gran cosa. Aunque no tenía muchas ganas de que me buscase nadie.

Termino por acercarme definitivamente y sentarme a su lado. La verdad es que estoy algo cansado. Llevo días durmiendo mal, y esta noche, concretamente...

<<No me pasó nada. Fue todo un poco raro, pero salí bien parado. Ni un rasguño. >>

Pese a que deberían ser palabras optimistas, las formo con seriedad. No están los ánimos como para ponerse ahora con risas.
Viéndola, parece que mi preocupación haya sido innecesaria. O, yendo un paso más allá...

<<No sé si querías estar sola...>>

Le hice sitio para que se sentase. No ganaba nada con no hacerlo. Después me quedé callada, esperando. O eso pensaba, hasta que me salió la voz de golpe, cuando él aún estaba formando sus signos. No iba a decir nada, pero lo dije.

-Dime que no soy un monstruo.

No tenía muy claro qué era. ¿Una pregunta? ¿Un ruego? ¿Una orden? ¿Y qué ganaba pronunciándolo en voz alta? Sentirme peor. Pero no había hecho nada malo. Eran ellos los que me habían estado engañando, uno tras otro. En realidad, Lyam no tenía nada de particular. Lo conocía, no me llevaba mal con él, pero no me era tan cercano. Quizás el problema era que lo había visto llevar la contraria. Alehyss decía que eran iguales, pero a ella no la había visto interponerse entre Brontë y un objetivo. Lyam quería decir que no todos elegían Brontë cuando se les presentaban dos opciones. Y Brontë era lo correcto, lo que ayudaba a la gente. Yo había ayudado a la gente, a mucha gente. Y lo había hecho en nombre de Brontë.

Me costó darme cuenta de que empezaba a ver todo borroso, pero me limpié las lágrimas con auténtica furia antes de que ninguna llegara a caer. Miré a Jun. Lo estudié. Lo examiné. ¿Y si...?

-¿Tú también tienes algo por lo que te meterías en mi camino? -pregunté, sin pensar en lo que decía-. ¿Alguna red de espionaje? ¿Alguna organización secreta? ¿Algo que confesar?

Frunzo el ceño cuando lo dice. ¿Que no es un monstruo? ¿Un monstruo ella? ¿Por qué iba a ser un monstruo?

<<No eres un monstruo>>, formulo con gestos rápidos. <<Eres una guerrera, y haces lo que crees que está mejor. Intentas hacer lo correcto.>>

Se queda un momento callada. Cuando veo que se le humedecen los ojos extiendo una mano hacia ella, tocando su hombro para hacerle ver que estoy, para que se dé cuenta de que estos. Me planteo abrazarla, pero se vuelve hacia mí y haba antes de que pueda ofrecer ese tipo de consuelo.

Yo jamás me entrometería en su camino, creo. Suelo pensar que lo que hace está bien. Ella me ha enseñado muchas cosas: me ha enseñado a no tener tanto miedo o a ser capaz de sentirme más seguro de mí mismo y de mis capacidades. De no ser por ella quizás siguiese escondido en una torre, incapaz de volver los ojos hacia el mundo exterior.

<<Me gustas.>>

Me doy cuenta enseguida de que no es el tipo de confesión pedido. Ha sido como un acto reflejo, como una respuesta reflejo. Algo un poco innecesario.

Que lo dijera tan de sopetón me hizo reaccionar de una forma extraña. Tras un momento de silencio, no pude evitar echarme a reír. Pero todavía tenía los ojos húmedos, y en aquellas condiciones no podía contener las lágrimas, así que acabé llorando y riendo a la vez. Al menos, tuve el detalle de ponerme las manos delante de la cara para intentar ocultar un poco mi expresión. Porque, con semejante actitud, parecía una desquiciada.

Conseguí serenarme al cabo de un momento, y me sequé la cara con los brazos al tiempo que sorbía, intentando controlar la respiración. Le dediqué una sonrisa que, seguramente, resultaba extraña en aquella cara llorosa. Asentí.

-Eso ya lo sé -respondí con tono suave, sin saber muy bien si él era consciente ya de aquello o si también lo mío era una confesión.

Me acerqué a él y lo abracé, rodeándole el tronco por debajo de los brazos y apoyándole la oreja contra el pecho, al tiempo que sorbía de nuevo. Bueno, era evidente que cada uno tenía sus propias preocupaciones. Y por más que quisiera ocultármelas, a mí las de Jun me importaban.

Su reacción es un poco rara, pero bueno. Hasta se agradece haberla hecho reír, imagino. Sigue sin ser muy cómodo, pero está bien. Poder animarla, aunque sea un momento, me hace sentir algo mejor.

Lo que no sé cómo tomarme es ese "ya lo sé" tan seguro. Aunque ni siquiera me sale un gesto contrariado. Me siento algo raro, pero el abrazo me relaja un poco, me hace sentir cierto alivio.
Supongo que estoy algo nervioso.
La atraigo, aprovechando su posición, dejando caer un poco la cabeza casi sobre la suya y cerrando los ojos.

Podría decir algo, ahora mismo. Pero no puedo sin manos y sin el amuleto. No puedo decir que "no te preocupes tanto, haces bien las cosas", o que yo admiro mucho la forma en la que se enfrenta a los problemas y los va superando, así que al final solo queda callar.

Al menos ella parece un poco más relajada, también.

Esperé un momento más antes de incorporarme. Se había quedado quieto, y sabía de sobra que, si no lo miraba, no podía decirme nada. Prefería estar en igualdad de condiciones, la verdad. Así que me erguí para mirarlo, tratando de mantener la entereza y la sonrisa. Me permití el acercarme a darle un beso en la mejilla, antes de ganar distancia de nuevo. No estaba segura de si pretendería llevar la confesión más allá, pero lo último que quería era tener problemas con él en aquel momento.

-Tengo miedo de estar contando con la gente equivocada -confesé con una mueca-. No hablo de ti. Te estás volviendo fuerte, y en ti confío mucho. Como me vendas, lo pagarás más caro que nadie, creo. Pero Brontë se está volviendo muy caótico. Todo parece ir bien hasta que empiezan estas crisis y alguien mete la pata. Me enferma.

Me puse de rodillas en la escalera, en dirección a él, acomodándome de forma distinta. Fui a añadir algo más, pero callé. Al menos, me sentía un poco más fuerte.

Cuando se acerca dejo de respirar apenas un segundo, pero pronto me mira de nuevo, y aunque aún tiene los ojos enrojecidos al menos sonríe. Tardo un segundo en hacerlo yo también, en componer una sonrisa. Es como si hubiese tardado en ser consciente de que no la llevaba puesta en ese momento.

<<Para mí las cosas que pasan son caóticas muchas veces. No tengo muy claro, todavía, qué pasa. Estoy seguro de que pronto sabremos algo. Y, si no lo sabemos, te ayudaré a averiguarlo>>, le aseguro mientras asiento con seriedad. <<Puedes contar conmigo por completo. Para lo que necesites. Yo creo que haces lo correcto, que te preocupas y buscas soluciones.>>

Me siento muy serio. Me siento extraño. En general, desde hace un tiempo ya.

Negué con suavidad. Luego me quedé un momento quieta, y al final me encogí de hombros. Desde luego, era bastante complicado.

-No busco respuestas -expliqué. Inspiré hondo y solté el aire, tratando de buscar entereza-. Soy una guerrera de Brontë. No me corresponde buscar más respuestas que las que me pidan que encuentre. Lo único que pido saber es que puedo confiar sin dudarlo en mis compañeros -. Bajé la vista con una mueca-. Pero parece que es bastante más difícil de lo que había pensado...

Lo miré de nuevo. Yo había ido a Brontë a demostrar algo. A demostrar que era útil, que podía hacer cosas importantes, que valía algo. Pero, mientras yo intentaba conseguir aquello, todo parecía desmoronarse a mi alrededor. No servía de mucho si lo hacía sola.

-Este ejército no tiene la lealtad y disciplina que necesita un ejército -declaré-. Ni tampoco la organización. No sabemos trabajar en equipo. Es como si cada uno fuera por separado, y no bajo el mismo mando. Y así, en cuanto aparece la menor duda, el grupo se divide. Yo no quiero estar sola.

Eso sería como volver a Nevus.

Confiar...
Supongo que los motivos para desconfiar de los compañeros sí que pueden hacer que el vínculo de muchos se rompa, o amenace con hacerlo. Y si no luchan juntos entonces no sirve para nada que sean muchos. Es un poco lo que ella quiere decir, creo.

<<Pues yo sí quiero una explicación de lo de ayer. No entiendo la relación que tenían con la chica flamma, pero quiero saberlo. Alehyss dijo que lo sabríamos>>, le digo entonces, serio.

Me pongo en pie y doy un par de vueltas, pensativo. Incluso algo como esto debería tener una solución lógica. Una que no implique un cambio radical que haga que todos se opongan en redondo.

<<No vas a estar sola. Yo te apoyo>>, gesticulé mirándola, sin embargo, cuando dijo aquello.

Me encogí de hombros, un tanto indiferente. Hice un gesto de cabeza hacia donde bajaban las escaleras.

-Hay un cartel nuevo en el tablón de anuncios -expliqué-. Los líderes dicen que atenderán a quien quiera hacer preguntas. El propio mensaje explica algunas cosas.

A mí me daba igual aquella flamma. Había supuesto una amenaza, para Brontë y para el mundo, y por ello había sido reducida. Correspondía a otros juzgarla, no a mí. Yo prefería no volver a toparme con ella, si tenía esa opción.

Hice una mueca, encogiéndome un poco, apoyando los brazos en las rodillas y la mandíbula en las muñecas.

-Tú te vas a Aqua -le recordé en un murmullo.