Escalera de caracol

Me aparezco en el lugar al instante, y lo contado por Rick Dehnel, lo cual esperaba que fuera una broma de mal gusto, se hace real. Inspiro profundamente y enseguida noto rastros de magia. ¿Cómo ha podido suceder algo así sin que yo me percatase? Quizás fue tanta la concentración que puse en el tema de la carta recibida que no fui capaz de atender a este otro suceso.

Oigo un mínimo ruido arriba y recuerdo que Dehnel mencionó a Alehyss Lester.

-Lesterr. Baja -digo en tono medio, pero autoritario.

No es momento de tenerla por aquí husmeando.

Consigo que baje y entonces la hago salir. Lo mejor será que, por el momento, ningún alumno se acerque a este lugar. CUando ella lo abandona, no con demasiada ilusión, realizo un hechizo que crea una barrera ante la puerta de las escaleras, haciendo que el que mire no vea más que un muro. Nadie debe pisar este lugar hasta que esto se haya aclarado mínimamente.

Examino bien el cadáver, el suelo, las paredes y el techo, tanto en las escaleras como en el observatorio. no tardo en sacar conclusiones desastrosas. Sin embargo, prefiero que los demás vean esto antes de lanzar ninguna hipótesis, aunque para mí ya está bastante claro que hay que tomar una smedidas más que drásticas.

*se desvanece en busca de los líderes tras sellas el lugar*

Llevo ya un rato despierto, temblando ligeramente porque la nieve ha entrado por las pequeñas ventanas de las escaleras y ha llegado a calarme parte de la ropa por la noche. Abro ligeramente los ojos con el ceño fruncido sin abandonar mi posición, sentado en uno de los grandes escalones de caracol con la espalda apoyada en la pared y las piernas estiradas mientras mantengo los brazos cruzados y la cabeza cayendo sobre mi pecho.

Levanto la cabeza todavía algo somnoliento. Al final, ayer noche me había dedicado a recorrer el palacio entre sombras en lugar de irme a dormir después de acompañar a Massen Dew a su dormitorio. Massen Dew, hum. Boqueo un par de veces porque tengo la boca pastosa y luego me estiro, bostezando. No comprendo bien el interés de Massen Dew, pero ayer no ha hecho algo desagradable. No me importaría repetirlo. ¿Pero quién es Massen Dew? A penas sé nada de esa piscis, aunque parece que ha dado un paso hacia el contacto.

Al volver a apoyar las manos en mi regazo las miro por un momento y, curioso, me llevo la diestra a mi entrepierna. Nunca he sentido nada especial por esta zona de mi cuerpo, pero en mañanas como estas parece más caliente. Retraigo las rodillas y me quedo así un rato, relajado y con los ojos cerrados.


En cuanto me despejo un poco me levanto y me voy a practicar un poco.

Esta escalera es bastante extraña. En la torre había escaleras de caracol, pero eran mucho más luminosas y amplias que esta, que me recuerda más bien a algún tipo de escenario terrorífico de un libro de monstruos. Además, con cada paso que doy resuena el eco y es de lo más escalofriante. Puede ser que, sin darme yo cuenta, alguna criatura de las sombras se encuentre a mis espaldas, acechándome para succionarme el alma. Aunque, claro está, es bastante improbable.

...

Me vuelvo y miro, por si acaso. Suspiro, aliviado. Nunca está de más ser precavido.

*se queda curioseando*

Aparezco a la espalda del chico, que justo en este momento, por alguna razón que desconozco (hasta los sabios como Nagorr Brumm desconocemos cosas. A veces). Está mirando hacia abajo como si esperase ver un monstruo esperándolo con la boca abierta al final de las escaleras. De todos modos, bien poco me importa lo que tenga el chaval en la cabeza.

-Acabo de rrecibirr una carrta de tu abuelo -anuncio alegre-. Un hombrre vendrrá a buscarrte a mediados de la semana que viene. ¿Qué te parrece?

Espero su respuesta con una sonrisa apacible dibujada bajo la barba.

La voz a mi espalda, mientras busco monstruos, me hace dar un respingo tan grande que pierdo el equilibrio. Hago círculos con los brazos, notando cómo mi cuerpo comienza a inclinarse peligrosamente hacia adelante sin que yo pueda evit... Oh, al final sí he conseguido evitarlo, pero vaya susto. Estoy con el corazón a mil...

Me doy la vuelta, casi temblando, y veo frente a mí a un feliz Nagorr Brumm... No sé cómo hacen eso de desaparecerse, pero yo también quiero.
Sus palabras me hace concentrarme, de pronto. ¿La semana que viene ya? Bueno, lo cierto es que no se han dado demasiada prisa, pero no me lo paso mal investigando este lugar. Es mucho mejor que pasarse las veinticuatro horas del día encerrado en un cuartucho leyendo. Con perdón para la lectura, que me gusta mucho.

Alzo el pulgar y dibujo en mi rostro una sonrisa no demasiado animada.

Río a carcajadas cuando veo la cara del chico. Me recuerda a la vez que asusté al chrysos aquel, Lyam, en los tejados. ¡Casi se había caído! Qué gracioso hubiese sido tener que recogerlo centímetros antes de que llegase al suelo y luego llevarlo en volandas, tembloroso como un pequeño boro resfriado, hasta la enfermería para que le diesen algún tipo de reconstituyente.

-¡AJAJA! ¡Cuidado, pequeño! Cuando te pase algo así serría mucho mejorr que grritases parra alerrtarr al rresto AJAJAJAA.

Me limpio una lagrimilla con un dedo, todavía recordando lo de los tejados. Desde luego, no sé por qué nadie me ha partido la cara todavía. Bueno, sí. Porque yo soy mucho más fuerte que ellos.
Pobrecillos.

Ante el gesto del chico, recupero un poco la seriedad. Aunque asienta, no parece especialmente animado.

-¿Qué sucede? Crreí que estarrías deseando marrcharrte de este lugarr lleno de guerrrerros. A veces me pasa a mí AJAJAJA.

En el fondo, puedo comprender que no quiera volver a aquella torre. Pero yo no pincho ni corto, así que...

Sus chistes, como siempre, me arrancan una pequeña sonrisa. Sin embargo, ahora mismo estoy pensando en lo que me ha dicho. Si me voy... ¿Me dará tiempo a tirar con arco con Lluvia? Y quería acabar de enseñar el lenguaje de signos a Massen Dew... Por no hablar de que todavía no he encontrado a todos los guerreros que me salvaron. ¡Tengo mucho que agradecer todavía!
A este paso, mi estancia en este palacio no será recordada más que como la de aquel niño que solo nos estorbaba mientras hacíamos cosas importantes. Y no quiero algo así...

Suspiro.

<<Sí. Tengo muchas ganas de volver a casa.>>

La vida aquí es más intensa. Estoy aprendiendo a nadar, incluso. Me dejan salir... Puedo ir a los sitios que quiera. ¡Hasta he cogido una espada!
¿Podré seguir viviendo ahora en la torre, sin más, recordando la libertad que tuve aquí? Menuda contrariedad...

No me lo creo. Más que nada porque conozco a Jun desde que medía menos que yo ahora. Pero no tengo motivo alguno para sonsacarle nada. Ya bastante haré si él se decide a contármelo. No quiero ser yo el que reciba la bronca luego, por alentar a jóvenes a tener actitudes temerarias.

Paso un brazo alrededor de su espalda, comenzando a caminar escaleras abajo.

-Bueno, pequeño. Lo que tú digas. Perro quierro que sepas que si tienes cualquierr prroblema puedes hablarrlo con el tito Nagorr AJAJAJA. Yo de pequeño erra muy pillo y puedo entenderr que a veces los adultos pueden...

Ambos salimos por la puerta, llegando a los pasillos. El joven claritas tiene mucho que aprender.

*se van*

Al llegar a la base de las escaleras, se detuvo. No le gustaba interrumpir el hilo de sus pensamientos, pero se daba perfecta cuenta de los peligros de subir las escaleras sin mirar por dónde pisaba.

Así pues, dobló los papeles, los guardó en un bolsillo y, animado, subió las escaleras. No había vuelto a aquel lugar desde la primera vez, pero tenía ganas de hacerlo.

*Sube*

Hace frío. En este maldito nido de burgueses hace mucho frío, incluso para mí. Echo de menos una chaqueta, o al menos unos pantalones largos, pero cuando salí de casa no consideré que pudieran ser necesarios. El aire helado hace que me duela la cabeza y que esté de muy mal humor. ¡Odio que me castañeen los dientes! ¡Odio este puto palacio congelado! ¡Odio al maldito Sven! ¡Muerte  a la monarquía!

Refunfuño escaleras abajo, en busca de comida que ratonar en algún lugar. Todo apesta estos días en Brontë. No encuentro a nadie que me ayude con la única causa merecedora de atención y esfuerzo. Sigo sin averiguar nada relevante del príncipe y sigue desaparecido. Tengo hambre. Estoy tan ocupada estando enfadada que no veo un escalón (o la ausencia de él o Mithos sabrá él) y ruedo, ruedo, ruedo, ruedo hasta que logro detener mi caída. Au. Aaaaau. Me duele todo.

El estruendo es considerable, pero no se para a pensar demasiado en ello. Ni falta que hace, ya que a escasa distancia de donde se aparece, una chica está terminando una estrepitosa caída escaleras abajo.

Avanza un par de pasos silenciosos, casi como si caminara flotando a unos milímetros del suelo. Cuando llega a su altura, se agacha junto a ella (una monada, de eso no cabe duda) y, tras una suave caricia en la mejilla, le tiende la mano, ofreciéndole su ayuda.

-Cielo, ¿estás bien? Deberías tener más cuidado -murmura con voz melosa, al tiempo que le brinda una suave sonrisa.

Me froto el culo intentando mitigar el dolor. ¡Pero una auténtica revolucionaria no se deja vencer por algo tan sencillo como la mayor caída-por-escaleras del mundo! Y menos cuando una mano se planta frente a mí. Levanto una vista y veo a una chica guapísima al otro lado de la mano. Guau.

Me quedo sin habla un momento mientras me ayuda a levantarme. Es tan increíble que ni me planteo su posible afiliación a la causa, me limito boquear como tonta sin soltar su mano.

-Yo, yo... tengo cuidado. Normalmente.

La sonrisa se extiende un poco más, creciendo paulatinamente. Pronto la chica está en pie de nuevo, y Fera aprovecha para examinarla con más calma. Sus ojos la recorren como si quisieran desnudarla, curiosos e interesados, buscando ver más allá. Su aspecto es jovial, y su cuerpo pequeño, pero no por ello menos interesante. El pelo corto llama especialmente su atención.

Con un particular brillo en los ojos, entre curioso y divertido, se inclina sutilmente hacia ella, acercándose un poco más de lo normal a su cara.

-No lo dudo, preciosa -declara, concesiva. Dado un encuentro como este, no tiene intención de discutir-. ¿Todo bien?

Y, en el momento en que pregunta, una mano, acaricia suavemente la mejilla de la chica, y deja correr por su cuerpo una agradable descarga de energía.

FDR.: Rol pausado

El tacto de la chica es... eléctrico. Siento una sacudida en cada músculo de mi cuerpo. Es lo más raro que me ha pasado en tiempo. Tiene tanta intensidad a su alrededor que resulta casi tangible. Es la clase de persona que inspira revoluciones. A alguien así la quiero de mi lado.

Me abalanzo sobre ella para darle un abrazo.

-¡Seamos muy amigas! ¡Me serás de mucha ayuda! - de pronto recuerdo mi hambre y me separo-. Pero no ahora, ¡mis víveres me esperan!

Me despido con un gesto alegre de la mano y desaparezco a saltos, feliz por haber conocido a una chica tan guapa.

*Se va*

El gesto efusivo de la claritas la pilla por sorpresa, por lo que, al tiempo que rodea a la chica con suavidad cuando ella se lanza en su dirección, arquea una ceja. Se pregunta qué habrá llevado a la chica a actuar así. Aunque, visto lo visto, parece bastante enérgica generalmente.

La deja ir sin retenerla cuando ella se despide, y tuerce la sonrisa ante su partida. Una chica curiosa.

-Hasta la próxima, querida.

Y, dicho esto, desaparece.

*Se desvanece*

Seguramente, la escalera de caracol no era un buen lugar para estar sentado. En Brontë, palacio enorme, con una infinidad de salas y espacios libres, debía haber miles de sitios mejores para sentarse que un peldaño. Por ejemplo, un par de escalones más arriba, estaba el observatorio, donde muy probablemente uno encontraría una silla, o un cómodo espacio de suelo donde no molestaría a nadie. Un par de escalones más abajo, estaba uno de los pasillos, que tampoco sería un buen lugar para decidir tomar asiento, pero que seguro que guiaba a quien quiera que fuese a un lugar donde poder encontrar una silla, un sillón o un banco. Tal vez, si el individuo en cuestión tenía a la fortuna de su lado, el pasillo lo llevase  a un sofá. O a una cama. En Brontë había dormitorios, y en los cuartos, por alguna especie de norma de cortesía, solía haber mullidos colchones donde uno podía sentarse sin molestar o sin llamar la atención. Sin duda, si uno buscaba, encontraría sitios mejores para sentarse. Sitios con mejores vistas, sitios más cómodos. Sitios menos frecuentados, sitios que no llevaban a ningún lugar. Sitios con más intimidad, sitios menos fríos.

Sin embargo, y a pesar de que el individuo en cuestión conocía todos los recovecos de Brontë, estaba sentado en un peldaño de la escaleras, con los hombros caídos y la mirada fija en un pequeño libro. Debía admitir que no tenía muy claro por qué había decidido pararse a medio camino, pero el chrysos no se arrepentía de su decisión. No demasiado, al menos. El peldaño era frío, incómodo, y si alguien lo encontrase, tendría que explicar por qué demonios estaba leyendo ahí en vez de, qué sabía él, la biblioteca. Pero también impedía que se quedase dormido. Y aquello, sin duda, era algo a tener en cuenta. Había días que se despertaba en los sillones de la biblioteca, a una hora que no sabía si definir como muy temprano o muy tarde, y había otros días en los que abría los ojos y se encontraba a sí mismo tumbado en el sofá de la sala común y con un incómodo dolor de espalda. Hoy, por ejemplo, se había despertado ahí, con el libro perdido entre los cojines del sofá y con los brazos helados.

Así que, tal vez, aunque hubiese sitios más cómodos y normales para sentarse, aquel fuese el lugar indicado para él. Las escaleras de caracol: lugar de lectura a prueba de modorra. No sonaba mal; tampoco especialmente bien. Pero qué más daba. Con un poco de suerte, nadie pasaría por ahí y no tendría que explicarle nada a nadie. Y aunque pasase alguien, eso no implicaba que debía dar explicaciones. La gente podía sentarse donde quisiese: no había normas sobre eso. O al menos ninguna que él conociese, aunque, para ser sinceros, él tampoco era un experto en protocolo y el saber estar. Más bien, todo lo contrario.

El chrysos bostezó y pasó la página. Había partes de la geografía que podían ser interesantes, pero el relieve de Aqua no era una de ellas.

*se queda*

Me encuentro extraña. No me bastaba con estarlo después de haber vivido meses en las mazmorras, apenas relacionándome y avergonzándome de mi situación ante los que la descubrían, sino que ahora, fuera, también he de ver cambiado mi aspecto físico en contra de mi voluntad. Todavía tengo el pelo húmedo, pero evito tocarlo para no sentir lo cambiado que lo encuentro... Al pasar la mano por él, los dedos apenas recorren unos centímetros antes de sentir el aire de nuevo.
De todos modos, es estúpido preocuparse por algo tan superficial... Lo importante es seguir con vida, terminar la misión.

Aún así... Decido retirarme a un lugar poco frecuentado para pasar el tiempo mientras me acostumbro a mi nuevo aspecto. No quiero soportar más comentarios sarcásticos de Gerald, ni nada semejante.
Pero no puede ser. Lyam ha elegido la escalera como un buen lugar para leer, y cuando quiero dar media vuelta me temo que ya me ha visto, de modo que solo me quedo inmóvil, tensa, mirándolo un instante y, luego, apartando la vista.

Mierda.

El chrysos escuchó cómo unos pasos se acercaban y alzó la vista de las páginas, dispuesto a responder a quien se hubiese acercado a las escaleras. Estaba dispuesto a pedir perdón por molestar, y también estaba dispuesto a poner mala cara si alguien discutía sus lugares de lectura.

Para lo que no estaba preparado era para encontrarse con una Alehyss Lester inmóvil, con el pelo mucho más corto y una expresión peculiar, como si en su interior estuviese pensando cientos de contestaciones mordaces con las que callarle en un segundo.

El chrysos frunció levemente el ceño y parpadeó.

—Hola.

Se fijó de nuevo en su pelo. La encontraba extraña, aunque no estaba seguro de si le gustaba el cambio o no. No estaba fea (sería muy difícil hacer que Alehyss estuviese fea, pensó), pero estaba tan diferente que no sabía cómo definir la transformación. Aunque, claro, su opinión era insignificante. Si Alehyss quería cortarse el pelo, era libre de hacerlo. A lo mejor le molestaba en los ojos, o a lo mejor se había cansado de todos los cuidados que derivaban de una melena tan larga. No lo sabía, pero tampoco le importaba demasiado.

—¿Qué tal estás?

Aparte de diferente, claro.

Saluda normal. Su pregunta, normal. Pero se ha dado cuenta. ¿Cómo no iba a darse cuenta? Es obvio que está pensando en ello, mirándolo, y preguntándose por qué. ¿Cuándo hará la pregunta? ¿Estará, acaso, esperando a que yo misma me explique? Como si necesitase hacerlo, excusar mi comportamiento... O tal vez crea que deseaba hacerlo, que odiaba mi pelo, que me gusta más así. En ese caso, tendría una falsa imagen de mis gustos. Pero no dice nada, solo hace preguntas normales, lo que es de lo más estresante, pero no puede ser recriminado.

-Bien -respondo, seca-. ¿Tú?

Tengo que hacer un esfuerzo para no sonar escéptica, borde, frustrada... No me gusta esto. No me gusta tener que dar explicaciones por algo que no he decidido yo. ¿Qué se supone que debo decir si me preguntan el motivo?

Calma, Alehyss. Es un tema banal. Ignóralo.
Solo son células muertas.

La chrysos respondió con la misma sequedad con la que solía responder, así que Lyam dedujo que antes no estaba pensando respuestas con las que cerrarle el pico. Lo cual era todo un alivio. No le apetecía lidiar con una Alehyss Lester malhumorada y borde. Puestos a elegir, prefería a la seca.

—Bien. —Estiró los brazos—. Aquí. Leyendo.

No había mucho que contar. No había hecho demasiadas cosas ni hoy ni ayer, ni anteayer. De hecho, desde la última vez que la había visto, no recordaba haber hecho algo digno de contar. Lo más emocionante que había vivido últimamente había sido su encuentro en la biblioteca, y sería estúpido contarle a Alehyss Lester que se había encontrado con Alehyss Lester en la biblioteca porque ya la habían liberado.

Volvió a fijarse en su corte de pelo. Se preguntó, mientras lo observaba fingiendo desinterés, si debía decirle algo. Algún piropo, algún comentario que dejase claro que se había fijado.

—Te... Resalta los... ojos.

Curvó los labios.

Su comentario me hace fruncir el ceño, enseguida, sacándome una mueca malhumorada. Efectivamente, no ha sabido mantenerse callado. Efectivamente, había estado fijándose y pensando en qué decir. Efectivamente, ese ni siquiera es un motivo lógico para enfadarse con nadie, de modo que...
Aprieto los dientes un instante.

Espero, Madame Desmarais, que esto sea necesario, y no solo una broma para sonreír con más fuerza la próxima vez que me veas. Espero que tenga un sentido tan grande, obvio y crucial en mi vida que tras descubrirlo no vuelva a arrepentirme jamás de haberme cortado hoy mi preciada y elegante melena negra.

-¿Alguna novedad? -inquiero, con la voz algo tirante, como ignorando su "piropo", si es que se puede considerar que es eso.

O a lo mejor el piropo había sido innecesario. Por la reacción de la chica, parecía que hubiese estado mucho mejor si se hubiese mantenido en silencio, sin hacer ningún tipo de comentario sobre su nueva imagen. Tal vez, pensó, no se lo había cortado por gusto. O, tal vez, sí lo había hecho y el resultado no había sido el esperado.

—Ni que te quedase mal —murmuró.

A veces no entendía por qué todo parecía molestarle. Daba igual lo que hiciese la gente, la intención que hubiese detrás de sus palabras, las probabilidades de que a Alehyss Lester le molestase el comentario, presencia o existencia de una persona eran de más de un noventa por ciento.

El chrysos suspiró y cerró el libro, seguro de que no volvería a leer nada más en un buen rato. Luego alzó la vista de nuevo y observó a la chrysos. ¿Alguna novedad? Ninguna. No que él recordase. Llevaba meses leyendo libros, aislado de la gente, hablando sólo con ella o con Heylel.

Heylel.

De pronto recordó que sí que había una novedad. Cuando se la comentaron, apenas había prestado atención, pero eso no significaba que no recordase aquella conversación. No la tenía presente en su día a día, pero no había olvidado lo que el aether le había dicho.

—Una. —Clavó sus ojos en los de la chrysos—. El crío que sacamos de Ignis, el piscis, tenía un conjuro de espionaje en la frente. Así que es más que probable que alguien haya estado escuchando lo que sucedía alrededor del chaval. —Parpadeó—. Pero ya se lo han quitado.

Estiró, de nuevo, los brazos.

—Es una información bastante vieja, así que no sé si se puede considerar novedad o no —admitió.

Me paso una mano por el pelo, inconscientemente, sintiendo una sensación de lo más desagradable nada más hacerlo, arrepintiéndome. Siempre tan innecesariamente adulador. Vaya fastidio.

-¿Consideras, realmente, que me queda bien? -inquiero, casi desafiante, como si de lo que me responda dependiese su vida, mirándolo fijamente a los ojos.

Y, a pesar de que parece que su existencia aquí está vacía, es aburrida... No lo es del todo, pues cuenta con una información que yo no conocía. Aunque no es de extrañar. He estado encerrada, sin contacto con el exterior... Y al salir no he deseado meter las narices en más cosas. Tengo cosas más importantes que atender que los asuntos de los demás, aunque... Toda información es valiosa. Siempre.

-Un conjuro de espionaje...-repito, para mí.

Eso... Puede ser digno de investigar...

-¿Quién lo deshizo?