Lago

Suspiró. Tal y como parecía, a Rick no le gustaba en absoluto aquella idea. Sus motivos tendría, tal vez contenidos en su historia, pero eso Corbin no podía saberlo.

-No me trates de señor, Rick -repitió, con paciencia-. No es lo apropiado.

Se llevó la mano a la barbilla, pensativo. Definitivamente, algo ocultaba aquel hombre.

-Te propongo un trato -habló finalmente-. Acompáñame hasta la entrada. No es necesario que entres. No tienes más que esperar allí. Yo entraré a por algo con que pagarte tu historia, saldré e intercambiaremos. ¿Qué te parece, eh?

No pude evitar sonreír. La verdad es que un mendigo no era nadie para intercambiar historias por cosas, pero dado que me había propuesto aquello no iba a hacerle un feo, y si no tenía que entrar en palacio... Esperaba que Inger no estuviese por allí para verme.

Mi estómago rugió, aceptando la respuesta. Telma le hizo los coros.

Salí del agua, goteando. Esperaba que aquel hombre no se sorprendiese de mis atributos, pues era mendigo, pero nací noble.

- De acuerdo. Espera que me vista y vayamos.

Corbin suspiró, aliviado. El hombre parecía conforme, y no tardó en salir del agua. Su "compañera", que ya llevaba fuera un rato, parecía tan hambrienta como él, y aunque aquella situación era extraña para Corbin, que nunca se había visto en situación de ayudar a nadie, estaba dispuesto a cumplir como "mecenas".

En pocos minutos, el hombre se había vestido ya, y acompañados del bismonte, echaron a andar rumbo al palacio. Corbin se sentía cada vez más intrigado.

*Se van*

Llegué hasta el lago sin dejar de correr, aunque la falta de oxígeno en mi cuerpo era bastante acusada. Me detuve junto a la orilla del lago y me doblé por la mitad, apoyando las manos en mis rodillas jadeante. Tenía un desagradable sabor metálico en la boca.

Tosí.

-Rick, no eres lo que eras...-dije para mí, jactanjocoso.

Me limpié el sudor de la frente con el puño. No iba a rendirme tan fácilmente.

Mi estómago rugió con fuerza, sorprendiéndome hasta a mí. Como no encontrase comida pronto, daba igual si me rendía o no. Mi cuerpo sí que lo haría.

Me desnudé y me lancé al agua pesadamente. Quizás atrapase algún pez.

*nada*

Tras nadar un buen rato sin lograr pescar nada braceó hasta la orilla, agotado, y se vistió como pudo con sus escasas ropas. Aquello no funcionaba.

*se va*

Duermo encaramada a una de las más altas ramas de un árbol. Lo cierto es que mi entrenamiento de los sentidos también es de lo más relajante, por lo que al terminarlo acabé subiéndome aquí a admirar el lago y descansar. Elegí una rama ancha con bastante forraje, de forma que sea prácticamente imposible verme desde abajo.

El sueño es ligero, pero aún así consigo evadirme de la realidad. Inevitablemente, comienzo a ver imágenes en mi cabeza, y a causa de estar dormida soy incapaz de discernir por completo cuales forman parte de un sueño y cuales son mis recuerdos.

<< "¿Qué hace aquí una chica tan guapa? ¿Cuántos años tienes?"
"Quince..."

El chico de los ojos azules la miraba sonriendo con seguridad. De pronto, un parche apareció en su cara y su mirada se endureció.

"¡Es él, ¿verdad?! ¡Él es al que buscamos! ¡Delátalo! ¡Acaba con él!"

El alado le arrancaba la ropa y la tocaba. Sus alas se volvían un mando, sus dedos finos y fríos y su rostro se alargaba. Su cabello violeta caía sobre su espalda y su lengua de serpiente hurgaba en su boca. Sonreía con su boca afilada y sus escamas reflejaban su rostro asustado.
Ella trataba de soltarse, pero un chico rubio con forma de serpiente se enrollaba alrededor de su cuerpo y la inmovilizaba. Una potente voz resonaba en el extraño lugar oscuro en el que se encontraban.

"¡Aquí está! ¡¡Es una puta!! ¡Miradla!"

Alehyss recogía su ropa hecha jirones mientras buscaba qué ponerse para tapar su cuerpo desnudo mientras todos la señalaban y se reían de ella. Una enorme luz la enfocaba, de forma que no se veía más que ella, y los entes que reían quedaban ocultos entre la sombra, viéndose solo sus dedos y sus risas en cara sin rostro.

"Mírala, no tiene trabajo", decía uno. "¿No eres tampoco mi chica ideal?".

Bocanegra dio un paso. Tenía el rostro contraído en una mueca y las facciones deformadas. La señaló con su arma.

"¿Y tú, Alehyss? ¿Estás contenta? Cualquiera lo estaría tras demostrar su dominio como mujer."

Adela yacía muerta. De sus ojos salían gusanos blancos, pero Alehyss notaba que la miraba. Su desdentada boca podrida le sonrió.

"¿Estás contenta, Alehyss Lester? ¿Estás contenta? Hay algo que no cuadra, ¿verdad? Búscalo.">>

Abro los ojos con calma. Estoy húmeda. Creo que es sudor, pero me doy cuenta de que llueve.

Bajo del árbol y regreso a palacio tiritando.

*se va*

Estaba desnudo nadando en el lago. LLovía un poco, así que tras lavar la ropa la había dejado secar colgada de una rama, esperando que no se mojase más de lo que ya estaba. Además, había encontrado un par de árboles con unos pequeños frutos colgados y me había puesto las botas. Limpio y lleno me sentía casi como un ser humano.

Tras terminar de nadar salí del lago y me froté el cuerpo con un puñado de tierra que cogí del suelo. De esa forma las escamas muertas serían historia. Era un truco que me había dado otro mendigo en el pueblo.
Me froté bien un rato y me aclaré de nuevo metiéndome en el agua.

Salí del agua. Mi ropa todavía estaba mojada, así que me puse los calzones y me dediqué a esperar bajo un árbol observando a Telma nadar feliz en el lago.

*se queda*

Tras secarme y vestirme, llamé a Telma y ambos nos fuimos.

*se van*

Si ayer había sido un día apacible, hoy había resultado incluso mejor. Ni siquiera había llovido, la temperatura se había mantenido alta e, incluso ya de noche, un paseo resultaba apetecible. Salí del palacio cuando aún había luz, con intención de dar un paseo, pero la buena temperatura me había animado a no regresar incluso después de anochecer. De hecho, debido a aquel buen tiempo me sentí animado incluso para alejarme un poco. El buen tiempo me daba buenas vibraciones.

Llegué incluso a una zona en la que los árboles del bosque se espaciaban más hasta desaparecer. La hierba crecía allí libremente, y un poco más allá se extendía un lago, amplio y brillante incluso de noche. No recordaba haber estado en ese lugar antes. Por otra parte, no estaba solo. Había una figura un poco más allá, cerca de la orilla, de espaldas a mí. Una figura a la que reconocí pese a lo mucho que hacía que no la veía. Avancé hacia ella, con calma.

-Buenas noches -saludé, de pie a sus espaldas.

Tardó un tiempo en responder, como si se lo tomara con mucha calma, como a una flor a la que le da pereza extender sus pétalos. Permanecí en silencio detrás de ella, esperando. Finalmente, devolvió el saludo, con voz suave, casi adormilada. Parecía una niña pequeña a la que acabaran de despertar. Contemplé su pelo y sus alas largamente, observando que apenas se movía. No pude evitar un pensamiento que hacía ya tiempo que había rechazado, el de una muñeca de porcelana. La luz pálida de la luna la iluminaba, como queriendo apoyar mi teoría.

-Sí.

De nuevo, silencio. Me pregunté si de verdad estaría adormilada, o melancólica, o simplemente serena. Me pregunté si tendría que haberla ignorado, yéndome sin más, antes de que supiera que estaba allí. En cualquier caso, no era ya importante. No había mucho que hacer al respecto.

Alcé la vista de su espalda al agua, observando la luna que rielaba en ella. Había tanta quietud en la escena que parecía que cualquier gesto fuera a profanarla.

Al fin, habló. Ladeé la cabeza, pasándome la punta de la lengua por el borde de los incisivos superiores. De nuevo, una pregunta. Una petición. Últimamente, todo se basaba en eso para ella. Medité un momento, pero finalmente resolví que si tuviera algún reparo en acompañarla (aunque no sabía adónde quería que la acompañase), no me habría acercado a saludar.

-De acuerdo -asentí, pues-. Tú guías.

Retrocedí unos pasos, alejándome de ella para que se levantase con comodidad, y esperé a que lo hiciera. Permanecí quieto, expectante, preguntándome qué estaría pasando aquella vez por su cabeza. Siempre parecía tener algo que hacer.

Sus siguientes palabras dieron un sentido diferente a su petición. La observé un momento, como con desconfianza, sin avanzar de nuevo. Desvié la vista al suelo, a su lado, y una imagen vino inmediatamente a mi mente. Una imagen de torpeza e incomodidad que no me apetecía en absoluto repetir. Se había vuelto hacia mí, y me miraba divertida. Personalmente, no me hacía ninguna gracia.

Con todo, cedí un poco. Me acerqué de nuevo a ella y me situé esta vez no a su espalda, sino a su lado, aunque de pie todavía. No, si a eso se refería, no tenía la menor intención de complacerla. No en aquel momento.

-Ya estoy aquí -murmuré, intentando sonar firme sin ser violento.

Alcé la vista la frente de nuevo, aún con los ojos algo entornados, aunque apenas me daba cuenta del gesto.

Al parecer, mis intentos de no resultar violento no tuvieron demasiado éxito. Se levantó en un momento y se acercó más a mí, poniendo su mano en mi antebrazo. Sentí erizarse los pelos de mi nuca. Mi piel reaccionaba ante una calidez que conocía. Era una sensación extraña, pero para nada desagradable.

Sus palabras me sorprendieron, y fruncí el ceño con extrañeza. Clavé los ojos en los suyos, oscurecidos con tan escasa luz pero todavía brillantes. Me quedé un momento inmóvil, sin reaccionar, hasta que poco a poco fui retomando el movimiento. Posé mi propia mano sobre la que ella había puesto en mi antebrazo, y rocé sus nudillos con los dedos.

-Estoy bien. Estoy bien aquí -remarqué.

Simplemente, no quería sentarme. No me gustaba sentarme en el suelo. Ni siquiera, había descubierto, sabía muy bien cómo hacerlo de forma natural. Años y años de fuerte disciplina a mis espaldas me habían dejado muy pocos gestos naturales, pero aquel en concreto me resultaba de lo más incómodo.

Según sus palabras, estaba conforme. Sin embargo, su actitud no parecía acompañar del todo ese hecho. ¿Qué estaría pensando? No lo entendía bien. Sin embargo, algo entendí pronto. Se alzó de puntillas y posó sus labios entre mis cejas en un suave beso. Sentí el dolor de músculos entumecidos al alzar las cejas, cambiando la posición del ceño y relajándolo. Por naturaleza, los músculos tendían a contraerse de nuevo, pero traté de evitarlo. Era como estirar los músculos en un calentamiento, solo que no podía permitirme sujetar la zona con los dedos para mantener la posición.

Pese a todo, no parecía huraña, ni melancólica, ni nada parecido. Incluso podía decir que estaba cariñosa. Se acercó más, apoyándose en mí y abranzando mi brazo. Al notar su cuerpo relajado, me di cuenta de lo tenso que estaba yo. Cuadré un poco los hombros, tratando de ignorar mis alas, y rodeé sus hombros con mi otro brazo, acercándola más al centro de mi pecho y tratando de corresponder así a sus gestos. Sentí de pronto que mi ceño se había fruncido de nuevo en un momento en que no le prestaba atención, y me esforcé en relajarlo una vez más. Además, traté de acompañar el gesto con una pequeña sonrisa, aunque pronto desistí, viendo el esfuerzo que tenía que poner en ello.

-Has estado desaparecida -comenté, como quien menciona el tiempo.

Esta vez sí tuve que hacer un gran esfuerzo para evitar fruncir de nuevo el ceño. No añadí nada a sus palabras. No me resultaba del todo cómodo que sacara esa conclusión de mis palabras, pero negarlo sería absurdo y empeoraría enormemente la situación, así que lo dejé estar. Su silencio me hizo preguntarme si ella estaba pensando lo mismo.

Se acomodó más entre mis brazos, sin dejar de mirarme. Yo, desde mi posición, observaba sus alas, brillantes a la luz de la luna, casi más aún que de día. Rocé las plumas con el dedo un instante, pero en seguida lo retiré. No creía que le molestara el gesto, pero a una parte de mí mismo sí le molestaba. Pese a todo, ella seguía siendo todo eso que yo hubiera querido ser.

Sin apartar los ojos de sus alas, volví a pensar en las mías. Había imaginado su fin de una y mil maneras, y seguía esperando con ansia el momento. Me pregunté qué opinaría ella de mis intenciones. Probablemente, su opinión sería parecida a la de mi madre: que era una auténtica abominación. Aunque ella había demostrado tener unas ideas muy distintas, así que tal vez no fuera así. Pese a todo, el orgullo con el que brotaban las alas de su espalda no daba a entender que pudiera estar a mi favor.

Cerré un momento los ojos, para volver a abrirlos en seguida y clavar la vista más allá, en la superficie del agua. Ni siquiera sabía por qué estaba pensando en todo eso.

Sentí cómo se separaba un poco y mi ceño se frunció solo de nuevo. ¿La habría ofendido? No opuse resistencia, pues si estaba enfadada, no quería contribuir más a su enfado. Tal vez había tomado demasiadas confianzas. La dejé ir, aunque me permití pasar el borde del dedo índice por la línea de su mandíbula al soltar sus hombros. La contemplé en silencio, sin entender del todo.

-Lo siento -murmuré.

Tal vez, efectivamente, aquella caricia había estado de más. Yo no permitía que nadie tocara mis alas, y mucho menos sin mi consentimiento. No era justo que me permitiera el acariciar las suyas con tanta libertad. Ladeé la cabeza, con gesto serio. ¿Qué le estaba pasando por la cabeza?

Negué con la cabeza, aún con el ceño fruncido, con extrañeza. ¿Espacio? ¿Así, de repente? Vino a mi mente un recuerdo del observatorio, en que ella apartó mi capa para examinarme sin que yo pudiera impedirlo. Después, mi huida en la sala de baile, incapaz de soportar la tensión y la extrañeza en las alas por más tiempo. En esa clase de momentos, necesitaba espacio y lo exigía. Pero que me diera espacio en un momento como aquel me parecía de lo más extraño.

No acabó ahí, pero sus siguientes palabras no variaron en absoluto mi gesto. Raro. Tal vez. No lo sabía. No me había parado a pensar en ello. Asentí con la cabeza, conforme a pesar de todo.

-Yo tampoco.

Desde luego, cada enfado me parecía estúpido e innecesario, y una completa pérdida de tiempo. Por otra parte, no sabía qué era lo que le molestaba ahora. Siempre estaba pensando muchas cosas a la vez, o eso parecía, porque hilaba pensamientos a una velocidad pasmosa. Crucé los brazos sobre el pecho, tratando de relajar un poco mi gesto.

-No veo por qué tendría que pasar, sin embargo.