Lago

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Relajé un poco el gesto, alzando una ceja. Un amago de sonrisa asomó en mis labios, aunque me vi sorprendido por sus palabras. No esperaba aquella reacción. Nunca había tenido clara la idea que tenía de mí en ese aspecto, aunque no era algo sobre lo que meditara a menudo. Me acerqué un paso de nuevo a ella.

-Entonces no deberías ofrecer tanto espacio -respondí con naturalidad, mirándola fijamente.

Alcé una mano para recorrer con ella la línea de su cuello, sin apartar los ojos de los suyos, y aún con aquella pequeña insinuación de sonrisa. La atraje levemente hacia mí, despacio. Podía devorarla, como ella decía, pero no era absolutamente necesario. Al menos, no mientras conservara el autocontrol. Aspiré con fuerza para captar su aroma característico, que me embriagó casi al momento.

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Su paso se me hace insuficiente, pero aún así no comento nada, bajando la mirada para apreciar el cambio de distancia, y subiéndola con algo más de demora. Le aprecio de abajo a arriba, y culmino con una mirada un tanto desafiante, un tanto sensual.

- Tal vez deberías entonces subir la apuesta-. Murmuro suavemente. Ni yo termino de creerme lo que sale por mi boca, pero rara es la vez que sus manos bajan más allá de mi cuello, o se mueven de mi cintura. Por no decir inexistentes.

Es más, me da igual que no quiera acariciarme, pero que suba la apuesta. El corazón me late con fuerza contra mi pecho, dejándome atraer hacia él. Su mano en mi cuello llegaba al punto de quemarme en contrasto con la noche, y tan sólo estaba en mi cuello. Su mirada era un imán, del que las intenciones de escapar están bajo mínimos. Lentamente, sabiendo que él está extasiándose con mi aroma por cómo me respira, dejo que la punta húmeda de mi lengua se deslice fuera de mi boca entreabierta. Confío en que lo vea. Lentamente, relamo mi labio superior, hasta llegar al centro, y morderme el labio inferior. Será suficiente.

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No di más rodeos. Con la mano que tenía en su cuello, recorrí la piel de su garganta hasta el mentón, que alcé al tiempo que descendía para posar mis labios sobre los suyos, quizá con algo más de violencia de lo que ella hubiera deseado. Pese a ello, no detuve el ritmo, y presioné sus labios contra los míos hasta abrirlos para explorar el interior de su boca. Sentía su aliento cálido contra el mío levemente acelerado.

Mi mano izquierda, la que no reposaba sobre su cuello, tomó su cintura y tiró de ella hacia mí con decisión, para luego acariciar levemente su espalda. Mientras tanto, mi otra mano descendía por su cuello lentamente, aunque esta vez no se detuvo en la clavícula, sino que descendió por el frente de su cuerpo, repasando sus formas en una leve caricia hasta reunirse en la espalda con la otra mano. La izquierda rodeó su cintura con más firmeza, de forma que su cuerpo quedó completamente pegado al mío. Una vez más, empezaba a hervir por dentro.

Con un último mordisco a su labio inferior, abandoné su boca en dirección a su cuello, besando, mordiendo y atrapando la piel y la carne con ansia. Mis manos, no menos inquietas, se movían por toda su silueta, ora descendiendo más allá de su espalda, ora ascendiendo por los costados hacia su pecho.

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Apenas me da tiempo a darme cuenta de lo que está pasando. Me alza el mentón y me recibe con fuerza y presión de sus propios labios, hasta que finalmente cedo ante su impulso feroz, y comienza la batalla que son sus besos. Por suerte o por desgracia, éste es el primero de la noche, y aún tengo aliento de sobra. Cierro los ojos y mantengo la lentitud en el ritmo de mis respiraciones, así no le daré el placer de oírme en un gemido.

Su mano izquierda me toma en bruto por la cintura, mermando las distancias entre ambos a prácticamente nulas. No sólo por el impulso, sino por propio deseo, me dejo mecer contra él y mi cuerpo por completo se adapta al suyo. Su mano derecha en su trayectoria descendente, abarca más allá de mi clavícula, tan sólo en una leve caricia. Todo este tiempo había pensado que todo él sería posesivo y agresivo, juzgando a partir de cómo besa. Y sin embargo, a través de la tela, ha logrado que se me ponga la piel de gallina y me estremezca entera.

No. Así no. Sus mordiscos contra mis labios me tenían callada, pero ahora que me ha liberado la boca para sumirse en mi cuello, se me va a hacer más difícil mantener el silencio de las respiraciones intranquilas. Si de la última vez me escapé con marcas de dientes, estoy segura de que por esta me sacaré un hermoso collar con tintes violáceos. Alzo el rostro gustosa, ofreciéndole todo cuanto quiera mi cuello. Con los ojos en blanco y el labio inferior demasiado mordido para mi propio bien, no puedo quedarme quieta por más tiempo. Hundo ambas manos en su pelo, y voy bajando lentamente con el filo de las uñas por delante.

Me parece insuficiente el calor que estoy obteniendo de él. Y no me refiero ya al que me transmite directo a mis venas. Clavarle las uñas en la nuca no me satisface lo suficiente. Con un suave y lento gruñido arrastrado, mientras él recorre mi cuerpo con sus manos, bajo las mías ágiles y veloces a averiguar qué tipo de camisa aether trae puesta, y tratar de quitársela. Me da igual si se deja la capa o no. Es más, apenas puedo pensar en ello. Lo que quiero es tener más piel suya. El mero pensamiento me puede.

Coincide en un determinado momento que una de sus manos está en un pecho. No estoy muy segura de querer echarle aún más leña al fuego, pero con mi propio cuerpo, opongo resistencia contra la mano echándome hacia adelante para que toque mucho mejor. De todas maneras, es de los pocos atributos femeninos que tengo, mis músculos me impiden ser lo suficientemente delicada como para que pueda morder a gusto. Su camisa me comienza a desesperar, así que cuelo las garras por el borde de la cintura, tras tironear lo suficiente para sacarlo. En cuanto logro colar las manos, suspiro de placer. En comparación parezco helada. Me olvido de plantarle lucha y fogosidad con las uñas, ni siquiera soy capaz de pensar racionalmente en ello. Creo que es un gran comienzo que las rodillas me hayan comenzado a temblar ahora y no en el beso. Bajo la punta de mis dedos se deslizan su suavísima piel y sus músculos palpables. Malditos flamma y sus pieles perfectas.

FdR- Rol pausado u.u

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Fier respondía a mis gestos con los suyos, y pese a sus comentarios acerca de mi rudeza, no se podía decir que sus gestos fueran muy delicados. Eso no me molestó en absoluto, sino que me hizo sentir con más fuerza el calor de mi propia sangre. La dejé hacer sin despistarme de mi propia tarea, aprovechando su cambio de postura para saborear con mayor libertad la piel de su cuello.

Poco a poco, fui abriéndome paso apartando su pelo para morder y besar con gusto. La mano en su espalda la apretó aún con más fuerza, pese a que ya no podía acercarla más, cuando hundió los dedos en mi pelo, mientras la otra mano exploraba su cuerpo sin reparo. Tras forcejear un rato con mi camisa, introdujo las manos por debajo, y el contacto de sus manos frías con mi piel ardiente me produjo un agradable escalofrío. Solté un leve gruñido.

Se echó más hacia mí mientras acariciaba la forma de uno de sus pechos, bien torneados y firmes, dándome más margen de actuación, que aproveché con gusto. Mi otra mano, en su espalda, pasó levemente por sus alas antes de dirigirse al borde de su escote, en un hombro, tirando de la manga para dejarlo al descubierto. Recorrí la piel desnuda con mis labios antes de volver a reclamar su boca, con más fogosidad que antes.

FdR.: Siento haber tardado >.<

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Su gruñido me ha estremecido entera, me muerdo con fuerza el labio para no corresponderlo instintivamente, y abro los ojos en la oscuridad de la noche. Estoy siendo, literalmente aplastada, por cómo me tiene apretada contra sí como si quisiera que nos fusionásemos. Y no me quejo del dolor de la presión. Mi queja es, en efecto, de que no sea posible.

Ser capaz de tocarle con libertad la piel de su torso me ha calmado considerablemente el ansia devoradora por el momento, con lo que trato de respirar hondo y disfrutar del momento. Me relamo los labios, soltando por fin mi propio mordisco, y busco con la boca el borde de su oreja. En cuanto alcanzo el lóbulo comenzando a acariciarlo con la punta de la lengua, siento cómo la tela resbala guiada por un tirón suave, suyo. Sus besos y mordiscos por el hombro me distraen de mi tarea de complacerle también, un suave quejido se me escapa sin que ni siquiera yo sea capaz de evitarlo.

Sube de nuevo a apoderarse de mi boca, interrumpiéndome y sobresaltándome, sin dejarme tomar aliento. Cierro los ojos de nuevo, entregándome al beso e intentando corresponderlo tan firmemente como puedo. Trato también de tener en mente qué manga es la que ha comenzado a bajarme, y dejo ese brazo tan sólo alrededor de su cintura. Sin embargo, subo la derecha hacia su cuello, arrastrando con él su camisa y dejando sus músculos casi al descubierto. Ronroneo suave y lentamente, para dar un contrapunto a su beso, clavando las uñas en la base de su nuca y comenzando a bajar la mano izquierda hacia su trasero.

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Llegados a este punto, mi respiración era ya acelerada, y empezaba a sentir que perdía el control poco a poco. Su quejido contribuyó a este hecho, haciendo más urgente la necesidad de buscar su boca. Ella correspondía debidamente con su cuerpo, explorando el mío con sus manos y mi boca con la suya. Repasé su encía superior con la lengua antes de morder el labio, para luego soltar de nuevo su boca y volver a la línea de la mandíbula, esta vez subiendo hacia su oreja.

Tiré un poco más de la manga del vestido, pero la tela no daba más de sí. Mientras mi mano izquierda ascendía desde su manga hacia la nuca para sujetarla por debajo de la melena, la derecha dejó su pecho para deslizarse hacia su espalda, soltando con un gesto los dos primeros botones de su vestido, facilitando el desvestir sus hombros. Los dedos recorrieron la columna hacia arriba y volvieron al hombro, acariciándolo, para luego descender por el brazo y hacer bajar más la manga.

Acaricié con la lengua la punta del lóbulo y le di un leve mordisco, antes de atacar con más fuerza la yugular. Mientras tanto, mi mano derecha se introducía por debajo de su brazo, acariciando la carne desnuda hasta la raíz de su ala. Mi boca seguía descendiendo por el cuello, de nuevo hacia la clavícula, y en un rápido movimiento, la mano derecha volvió adelante, acariciando el pecho, esta vez sin ropa de por medio. La izquierda descendía ya por la espalda, siguiendo la senda que su pelo parecía marcar hasta detenerse a la altura de la cadera, agarrándola con fuerza.

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Lo único lógico que puedo pensar ahora - y ni siquiera puedo pensarlo de manera constante, es tan sólo una serie de flashes que atraviesan mi conciencia entre los sentidos y el placer- es que mañana voy a parecer un dálmata. Muerde y domina mi boca por más lucha que le plante, por más que le devuelva los mordiscos a sus labios o llegue a atrapar su lengua por breves milisegundos. Su camino por mi mandíbula me libera para respirar jadeante, tratando de recuperarme.

Noto sus exigencias sobre mi manga, y aunque yo trato de soltarla un poco más con un par de movimientos rotatorios de mi hombro, el vestido no está hecho para sacarse así. Me sostiene firmemente de la nuca, con lo que clavo los ojos al cielo y agradezco que no haya luna llena. Abandona mi seno, y ciertamente siento un escalofrío de puro frío nocturno cuando el aire se cuela en la abertura que acaba de hacer en la abotonadura de mi vestido. Inmediatamente, la tensión de la tela se relaja, y ésta resbala por mi piel con docilidad, aunque bastante ayudada por sus dedos.

Allá a donde su mano pasa, mi piel queda enervada, y ese mordisquito en el lóbulo me pierde a mi. Pretendo tan sólo dejarle oír un pequeño suspiro, pero su ataque a mi yugular sumado a la leve caricia en la base de una de mis alas, hace que lo finalice con un gemido bastante claro y con el toque justo de dolor. Se me rompen los nervios, sonrojándome ahora ya no por la excitación, sino por pura vergüenza. Había supuesto que iba a ser dueña de mis exhalaciones.

Trato de componerme, de atar cabos y pensamientos unos con otros... Él me lo está poniendo demasiado difícil, su mano contra mi piel desnuda, abarcando totalmente mi pecho y teniéndome cogida por la cadera casi clavando sus dedos era más de lo que yo creía. Me obligo a respirar hondo, a ignorar cómo mi piel se rebela y mi pezón se marca contra su palma, a sacar mis manos de su cintura y cuello aun cuando si con ello el vestido vuelve a subir un tanto. Necesito espacio, tiempo, y sobre todo, un poco de poder sobre él. Con un suave empujón separo su boca de mi clavícula, donde ya andaba dejando marca. Deja a mi alcance, pues, el broche de su capa. Esta vez, cuando la alzo, no lo hago con la misma agresividad y saña que en el observatorio. Es más, ni siquiera lo hago por sus alas.

Habrá de pagarme con la misma moneda. La capa cae al suelo, la he aventado lo suficiente como para que no le toque las alas ni le duela. Pero antes de que termine de aposentarse, la camisa ya le ha seguido. Y ni siquiera yo sé cómo lo he hecho. Qué más me da. Ante la visión me relamo lenta, sensualmente. Subo la mirada a clavarla en sus ojos, y llevo mis propias manos a la espalda. Sin palabras, le hago creer que quiero desabotonarme a mi misma, sin su ayuda. Sin embargo, en cuanto quita sus manos de mi y me deja algo de espacio, me agacho para cojer su capa y su camisa, contra mi pecho. Río, y comienzo a correr.

Miro hacia atrás en cuanto tengo la falda del vestido también recogida, quedaría bastante feo caerme. El aire frío, el oxígeno forzado a entrar en mi organismo, me aclaran las ideas. Sé a dónde lo quiero llevar, la pregunta es si me seguirá. Me giro, corro un par de metros hacia atrás aminorando la velocidad, le invito con la mano y vuelvo a girarme riendo, riendo y corriendo. No me vale el primer árbol. Ni el segundo. Ni el tercero. Pero éste no está mal. Un sauce. Una corteza suave, un tronco ancho. Agitada, incapaz de respirar propiamente, y sin saber si he sido seguida o no, me doy la vuelta y finalizo mi carrera dejando que mi espalda choque contra la madera. La capa y la camisa caen a un lado, para poder alzar las manos en símbolo de inocencia. Claro que, la voluptuosidad y la impudicia me pueden, y acabo con las muñecas cruzadas sobre mi cabeza, ofreciéndome con sensualidad.

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No tardó en seguirme el juego, desabrochando mi capa, que cayó al suelo junto con la camisa. Sentí el frío nocturno en el pecho, pero no me molestó. La dejé hacer sin inmutarme, ocupado en recorrerla. Sin embargo, pronto me llamó la atención, deteniendo su propia tarea para mirarme, llevándose las manos a la espalda y echándose un poco hacia atrás. Solté su cadera y separe mis labios de su cuello, dejándola libre. Retrocedió unos pasos y, entonces, en un gesto demasiado rápido para darme cuenta, recogió y ropa y echó a correr.

Me quedé allí quieto un momento, con una ceja arqueada y el ceño levemente fruncido, oyéndola reír a lo lejos. Casi me dieron ganas de reír a mí también, aunque no llegué a hacerlo. Sí esbocé, en cambio, una sonrisa, y esta vez no fue un simple amago. Entre divertido y extrañado, eché a correr tras ella, siguiéndola con la mirada bajo la luz de la luna. Corrimos hacia los árboles, y la seguí entre ellos hasta que ella puso fin a la carrera, apoyando la espalda en el tronco de uno.

Sentí el roce de las hojas del sauce cuando me introduje debajo, acercándome. Tenía la respiración levemente acelerada, aunque en seguida volvería a la normalidad. Mi pelo estaba revuelto por la carrera, y tenía un brillo extraño en los ojos. Aún sonriendo, me acerqué hacia ella. Había soltado mi ropa, dejándola en el suelo, pero no me molesté en recogerla, ni siquiera en mirarla.

Avancé hacia ella, arrinconándola contra el tronco, hasta situarme a escasos milímetros, pero sin llegar a tocarla. Permanecí allí de pie, sintiendo su aliento chocar en el aire contra el mío, mirándola fijamente a los ojos.

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Ni siquiera tengo que esperar para verle, parpadeo y ya está frente a mi. Su sonrisa es superior a mis fuerzas y le correspondo con una pequeñita, casi tímida comparada con la suya. Se acerca calmado, aún a pesar de su respiración alterada, aunque menos que la mía. Su mirada sobre mi, sobre mi cuerpo.

Sus ojos comiéndome.

Me dejo arrinconar gustosamente, siento incluso a través de la distancia cómo su calor corporal me alcanza, sin que él me toque. Me pregunto si él sentirá la misma urgencia que tengo yo en la punta de los dedos por retomar el acto de tocarle, de arañarle. De hacerle que me coma. Viva. Entera. Sin dejar un sólo trocito. Le miro desde abajo, sí, pero desafiantemente juguetona. Siento que debería decir algo, que debería dejar claros algunos puntos. Pero no sé si no quiero o simplemente me niego a poder, meramente.

Le toco el tobillo con la punta del empeine derecho. Alzo la pierna con lentitud, con deliberada delicadeza. La alzo pegada al lado exterior de su pierna izquierda. No me importa el roce con su pantalón. No me detengo en la cadera. Cuando mi rodilla se ha colado entre su brazo y sus costillas, me doy por satisfecha y con un rápido y suave golpe, me apodero de su cadera con el pie y lo empujo contra mí. No me atrevo a hacer nada más.

Con la mano izquierda, bajo a acariciarle la mejilla, con tan sólo un dedo. Como la primera vez. Bajo por su quijada hasta detenerme en su mejilla, y retirarme con un descarado y retador roce con mi uña. No quiero pensar en lo demasiado dura y musculada que tengo la pierna, el muslo. No quiero pensar en que se me notan demasiado todos los músculos, en que no tengo las carnes blandas y torneadas de cualquier otra chica de mi edad. No quiero, porque acabaría con mi moral.

- ¿Vas a preferir sólo mirar?

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Alzó la pierna junto a la mía, en un gesto lento y continuo, rozando con el empeine del pie para luego subir la pierna pegándola a mi pantalón hasta más allá de mi cintura, demostrando una enorme flexibilidad. La dejé hacer, curioso, hasta que me rodeó con la pierna para atraerme más. Con un dedo me rozó la mejilla, para luego repasar la línea de mi mandíbula. Abrió los labios para formular una pregunta, pero apenas le di tiempo a terminarla.

En un gesto casi reflejo, agarré el muslo alzado con una mano, al tiempo que la arrimaba más al tronco, inclinándome, presionando mi pelvis contra la suya y atacando de nuevo su boca con más ansia que la última vez. Mi otra mano, en un principio, permaneció posada sobre el tronco, sirviéndome de punto de apoyo, pero no tardó en abandonar esa posición en busca de un tacto más suave y cálido, el tacto de ella.

Se situó primero sobre su cintura, pero no tardó en continuar donde lo había dejado, introduciéndose por dentro del vestido para tocar su piel. Así, mientras una mano aferraba su firme muslo, la otra repasaba las formas de su clavícula, descendiendo luego al pecho. Al encontrarse con el límite que ponía el vestido, buscó un hueco entre el tronco y la espalda de ella para desabrochar un tercer e incluso un cuarto botón.

Acompañó la manga del vestido cuando esta terminó de resbalar, para posarse en el costado, encontrando la piel suave y tersa. Mi boca abandonó la suya y descendió por el cuello, el hombro, e incluso más allá de la clavícula, aunque sin llegar todavía al pecho.

FdR.: Rol pausado again >.< U

Edad : 36 Mensajes : 1009

Los días empezaban a mejorar por Brontë al tiempo que crecían y el antiguo frío de la noche, aunque no cesaba del todo, empezaba a resultar poco desagradable. Por eso un paseo noscturno por el lago que me ayudase a pensar y estirar las alas no venía del todo mal. La verdad es que desde los últimos meses tenía algunas preocupaciones en la cabeza que no me dejaban disfrutar del todo de la compañía de Brontë y eso no era propio de mí.

Con calma y tranquilidad salgo a caminar entre los arbolillos y setos que hay sobre el terreno que separa al palacio del lago. Nunca me paro a pensar mucho en las largas distancias que hay que recorrer en este lugar, pero hay días en los que se agradece.

Cuando me acerco a unos siete metros de la tierra que comienza a dar paso a la orilla me pongo a caminar bordeando el lago y pensando en las cosas. Las últimas cartas a Gabrielle me han resultado un poco vacías y sus respuestas, aunque siempre son como suaves caricias a mis ojos, no acaban de tranquilizarme del todo. Es posible que ya el tiempo empiece a hacer mella en mí. Recuerdo los primeros meses en Brontë, la ilusión y el sufrimiento por la nostalgia y la falta de Gabrielle y como se había ido difuminando acompañado de una impotencia que se había convertido en una neutra indiferencia. Tenía muchas ganas de verla, claro, pero ya no sentía esa angustia diaria con la que pensaba "Ojalá hubieran pasado ya los días que faltan para verla". No había podido ir a visitarla a Ventus y ahora la gente había vuelto y Brontë se ponía de nuevo en marcha. Quizá había sido un sacrificio innecesario, pero mi preocupación y mi deber me obligan a quedarme o quién sabe si tendría la fuerza de volver. Una parte de mí se sentía un traidor para las personas que había conocido aquí, ya que todos eran chicos maravillosos. Y, por supuesto, estando aquí seguía siendo fiel a todos ellos, lucharía por ellos y los defendería y ayudaría. Pero si me iba, ¿qué? ¿Qué haría entonces? Siempre había sabido que, para eso, Gabrielle era mucho mejor que yo.

No sé cuánto rato había estado divagando por el lago, pero en cuanto me doy cuenta escucho unos susurros y unos movimientos cerca y me doy un susto del quince. Abro los ojos por la sorpresa y cierro bien las alas para no dar mucho el cante y, en cuanto localizo dónde estan las figuras levemente ruidosas, me apresuro para ocultarme en unos arbustos.

Con el corazón en un pecho me quedo allí muy quieto unos segundos. Estaba claro que eran dos porque cuando uno oye en la oscuridad ese tipo de movimientos sabe que no tienen la coordinación de una persona sola. No sé qué dicen ni qué hacen con lo que podían estar tramando algo perfectamente, o ser extraños de Brontë o vete tú a saber.

En cuanto me aseguro de que he estado suficiente tiempo sin hacer ruido, me muevo con cuidado para tratar de ver, entre árboles y setos, de quién se trata. Tal y como están las cosas hay que echarle valor y dar la voz de alarma si es necesario.

Harta es mi sorpresa cuando miro. Una mujer y un hombre bien pegados a un árbol. No sé quiénes son de entrada, pero puedo probar suerte. Él parece un aether o un hombre con algo muy pesado sobre la espalda, lo cierto es que no lo sé porque lo que deberían ser alas parecen rocas estáticas, o algo metálico que carga sobre sí. No parece Rick Dehnel o, al menos, no el Rick Dehnel que yo recuerdo y, si fuera Rick... Vuelvo a sentir un fuerte pálpito en el pecho. ¿Y si fuera Rick? Entonces la chica debería ser Inger... DEBERÍA.
Me fijo bien. Ella parece mucho más alta que Inger, el pelo lacio y de gran longitud y lo que parecen resaltar tras ella de forma conocida son unas alas. La verdad es que no es difícil reconocer a un aether. Entonces... La mujer debería ser Fier, la mujer aether que parecía tan comedida y era tan agradable. Eso si no había otra aether tan comedida y agradable y con unas alas tan claras y unos cabellos tan lacios... No conocía a ninguna así que debía ser Fier. Nuevo soplo de sorpresa.
PERO ENTONCES NO PODÍA SER RICK DEHNEL. Porque Rick Dehnel era el caballero de Inger y, aunque Inger hubiese tenido su momento de debilidad con aquel liguero a Corbin, ellos se amaban. Él estaba muy enamorado de ella porque se le notaba en su forma de hablar, esos sentimientos no son fáciles de esconder. Y ella lo amaba a él aunque tuviera sus dudas. Es comprensible que con Rick Dehnel pudiera tener dudas, pero ellos estaban hechos el uno para el otro.

Así que Rick Dehnel estaba descartado. Además no parecía tan corpulento, el pelo parecía más largo y, sobre todo, era mucho menos ruidoso.

Abro mucho los ojos. Se me enciende la bombilla. Aquel aether con las alas atrofiadas. CIERZO. ¡Claro! Ellos habían mostrado un interés entre sí. Bueno, al menos él había mostrado interesado en ella y, siendo un hombre como él era, seguro que ella estaba interesada en él. Bueno, realmente aquella escena en la que se abrazaban con pasión y desenfreno afirmaba, de hecho, que sí había un interés mutuo.

Me lleno de emoción y se me escapa una sonrisa que me llena la cara y que acabo tapando con una mano. Otra pareja en Brontë, que ilusión... Si es que yo me huelo estas cosas, había un algo entre ellos, casaban muy bien. Ella, la hermosa dama que amaría a su marido y a sus hijos y él, el noble marido que, a pesar de su angustia de carácter, sabría encontrar consuelo en la paz que ella le transmitía. Sí, era perfecto. Y aquella pasión, fogosa, fuerte, como ella lo rodeaba y como él la alzaban sobre sí y como le dejaba al descubierto un pech...

Me tapo la cara, algo ruborizado. Realmente se los veía atareados. Menuda salud tenían nuestros guerreros... Me siento un poco mal por haber profanado así la visión de Fier pero, sobre todo, por ver un pecho descubierto que no sea el de Gabrielle.
Un poco más tranquilo, me fijo un rato en ambos amantes. Bueno, Gabrielle tenía un pecho algo más recatado, pero era mucho más bonito, con su contorno redondo y bien subido. El pecho de Fier no era de desdeñar, claro, pero el de mi mujer era mejor que el de ninguna, perfecto en su talla y forma. Y su piel, claro, Gabrielle no era tan pálida como Fier, tenía un tono más salubre y maduro. No llegaba a ser tostado, pero no era de esa palidez porcelanosa. Sí, sin duda mi mujer me encanta mucho más que ninguna otra. No hay quien le haga sombra. Pero Cierzo es un gran hombre y posiblemente le gusten las mujeres más... Más del estilo de los grandes hombres con fuertes brazos y fuerte ceño y esa forma animal de agarrar con pasión sus caderas...

Trago saliva y me aparto hacia un lado del seto, girándome a ellos. El amor florecía en Brontë mejor que en el prado y cada día la gente encontraba el calor que comprendía sus brazos. Saco el retrato de Gabrielle del bolsillo de mi pecho y suspiro. Todo el mundo encontraba el amor en Brontë y yo lo había perdido. Bueno, no perdido, yo amaba mucho a mi mujer y ella me amaba a mí, pero estaba demasiado lejos... Y mi cama estaba fría y mi espalda falta de calor y mis brazos vacíos... Y mientras, el dormitorio masculino estaba lleno de días en los que las camas no se llenaban con sus poseedores mientras otras recónditas zonas del palacio se acaloraban con el amor de dos cuerpos.

Ver florecer el amor siempre es algo hermoso, pero verlo tan florecido resulta doloroso y frustrante. Pero debo alegrarme por ellos y, esperar a que venga mi mujer mientras, en mi soledad, solo la amo a ella con todo mi corazón. A veces pienso que ser como Alehyss sería mucho más fácil, pero, obviamente, mucho menos enriquecedor. Lo bueno se hace esperar y el amor nunca te abandona.

Recompuesto de mis pensamientos, creo que es hora de dejarlos tranquilos. Ay ay ay... Heylel, donde pones el ojo, pones la flecha. Con sumo cuidado me alejo para no hacer ruido que los moleste y, cuando llego a una distancia abundante me voy hacia el palacio con calma.

Echo un último vistazo atrás con una media sonrisa alegre. ¿Seguirá Massen Dew siendo la más pequeña de Brontë durante mucho tiempo?

*Se Huye*

FdR: Ningún amor puede escapar a Heyl, no ha nacido quien ewe

Edad : 33 Mensajes : 453

En modo alguno me hubiese esperado un contra ataque tan salvaje y apasionadamente animal. Su mano me asalta agarrándome del muslo con ferocidad, su boca no me deja espacio para la más mínima queja, demandandome corresponderle o ser comida. Pero... Lo que me pierde es cómo me empotra con sus caderas, y lo que noto entre sus piernas.

Abro los ojos desmesuradamente, dándome cuenta de repente hasta a dónde hemos llegado, y no precisamente de manera literal. El tiempo es un factor mínimo, lo único que noto es a él contra mi cuerpo, sus manos aferrándome. No puedo evitarlo. Es estúpido que lo niegue. Me ha llevado al límite y probablemente ni siquiera es del todo consciente. Cuando me doy finalmente cuenta de ello, comienzo a corresponder finalmente el beso con mucha más agresividad y pasión. Soy consciente de mí misma y de mi cuerpo, y de las oleadas de placer que me recorren por culpa de su obra y gracia.

Casi a punto estoy de darle las gracias cuando me separa del tronco pudiéndome tomar así un descanso, aunque lo que él quiera sea quitarme más botones del vestido. No quedan muchos más, y probablemente la tela se deslizaría fuera de mi cuerpo si tuviese ambos pies posados en el suelo. Respiro hondo como buenamente puedo, aun estando boca con boca, sintiendo cómo su mano acompaña a la tela por todo mi brazo. No sólo lo permito, sino que le acompaño, y libero el brazo para que él pueda tener pleno acceso a mi pecho.

Que sus mordiscos pasen de nuevo por mi clavícula me vuelve a sumir en el fuerte tirón del deseo instintivo. No me ha vuelto a atrapar contra el tronco, por más que mi cuerpo lo desea a gritos, con lo que termino con un pequeño salto y la otra pierna también rodeándole de su cadera. Me da igual si no me sostiene. Ahora estoy mucho más alzada, él no tiene que inclinarse, y mis brazos se han adaptado a la perfección tras su cuello, con una mano cogiéndole con fuerza del pelo, y la otra clavando las uñas por sus hombros. Deseo más en si el momento de placer en el que estamos, que lo que está por venir, pero tan sólo porque el segundo es inevitable -por más que yo trate de resistir y aguantarme- y el primero lo hemos escogido.

Agradezco que no pueda verme demasiado la cara. Roja hasta la punta de las orejas, ya he comenzado a temblar suavemente. Hace tiempo que acepté que simplemente mi cuerpo reacciona así. Bajo lenta y suavemente con las caderas, apenas un par de centímetros, para encontrarme con su erección. Aún a pesar de sus pantalones y de mi ropa interior, lo noto demasiado. Pretendo quedarme sólo así... O al menos lo pretendía. Habiendo avanzado lento pero seguro, él ha llegado al cúlmen de mi pecho por fin, arrancándome el primer gemido de legítimo placer contra su oreja. Por suerte o por desgracia, soy muy silenciosa. Dentro de mi, algo rompe con fuerza acompañado por sus mimos en mi pecho, y mis caderas comienzan ellas solas una serie de lentos, fuertes, y sensuales roces contra él. Mi orgasmo me recorre plenamente y me deja débil, con lo que no puedo más que quedarme donde estoy, avergonzada y temblando cual liebre asustada. No me veo capaz de mirarle a la cara.

Edad : 31 Mensajes : 911

De pronto, como alimentada por una fuerza repentina, comenzó a responder con mucha más urgencia, haciéndome hervir por dentro, como si un volcán estuviera estallando en mi interior. A aquellas alturas, no me tomaba ya ninguna delicadeza. Cuando desabroché los dos botones siguientes, ella misma colaboró en descubrir del todo su torso, dejando el vestido a la altura de sus caderas, sujeto por la pierna que yo tenía agarrada, y yo acepté su ayuda de buena gana.

De un salto, alzó la otra pierna alrededor de mi cintura, irguiéndose en el aire por encima de mí, agarrándose a mi cuello. En respuesta, posé la mano que exploraba su pecho en sus nalgas para tenerla mejor sujeta, la pegué de nuevo al tronco del sauce con fuerza, y llegué por fin con la boca a su pecho, que ahora quedaba a mi altura. Podía sentir la calidez de su cuerpo contra el mío, el sudor que la recorría y los movimientos acelerados de su respiración, que me animaban a dar mayor intensidad a mis gestos.

Me decanté por su pecho izquierdo, saboreándolo en círculos concéntricos hasta llegar a su aureola y su erguido pezón, comenzando a jugar con él con mi lengua. Su gemido me hizo tomar mayor conciencia, si cabe, de su situación, y apreté con fuerza sus nalgas hacia mí, sintiendo claramente la humedad que nace entre sus piernas a pesar de la ropa, que se incrementa con los lentos movimientos de su pelvis, adelante y atrás, estimulándome a mí también.

Sin dejar de saborear su pecho, y apoyándola en el tronco, comencé a recorrer con las manos sus muslo por debajo de la falda, camino de su ropa interior y sus caderas, mientras mi pelvis correspondía a los movimientos de la suya. Sin embargo, en el momento en que volvía a sostenerla entre mis manos, dispuesto a terminar de deshacerme de su ropa, sentí que de pronto se estremecía con más fuerza, deteniendo un momento su respiración, y dejaba de aferrarse a mi pelo y a mis hombros, quedando simplemente apoyada en mí, como un peso muerto.

Sin soltarla, me detuve de pronto, jadeante. Mi cara ascendió por encima de su pecho, y aproveché la repentina libertada para respirar más hondamente. Me di cuenta de que todavía la mantenía fuertemente apresada, pero no relajé mi postura. Por otra parte, estaba casi seguro de que si la dejaba en aquel momento en el suelo, temblando como temblaba, no sería capaz de mantenerse en pie.

-¿Estás bien? -gruñí sordamente, casi sin aire, intentando oírme a mí mismo por encima de los latidos de mi sangre en los oídos.

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Dejo que mi respiración se normalice un tanto, pero noto que mi pulso y mi deseo no serán tan fáciles de domar. Lo que necesito no es tiempo ni espacio, y esto me ha sido demasiado insuficiente. Vuelvo a tener conciencia de sus manos contra mi piel, a punto de terminar de desnudarme del todo, detenidas tan sólo por mi pequeño momento de debilidad. Se ha detenido demasiado bruscamente, la leve senda de saliva que antes era puro fuego, me hace estremecerme de frío.

Me sigue manteniendo con fuerza contra el árbol, ya he perdido la cuenta de los lugares en los que acabaré amoratada. Pero no me importa. Lo más mínimo. Su pregunta rasga el aire por más que apenas tiene aliento para formularla. Asiento, compulsada a ello, pero mi boca me traiciona.

- No. Quiero más, pero...-. Inmediatamente me muerdo la lengua. Si tan sólo me fuera fácil el darnos la vuelta y estamparle a él contra el árbol para pagarle con la misma moneda... Pero no, tiene las alas, y le dolería.

Antes la eternidad sin libros que amargarle el momento con mis estúpidas dudas. Con renovada fuerza, inspiro hondo para tomar valor y vuelvo a aferrarme con fuerza de piernas y manos a él, a su cuerpo. A esos jodidos ardientes músculos. Ojalá pudiera aferrarle con tanta fuerza siempre.

- Aún soy virgen, Cierzo. Y por más que te deseo, quiero...-. ¿Qué demonios es lo que quiero? Ni yo lo sé a ciencia cierta, cómo pretendo decírselo a él. ¿No podría comprenderme él sin necesidad de decir nada más? Suspiro, me muerdo el labio inferior y le miro a los ojos algo temerosa de lo que pueda leer en los suyos.- Dioses y Mithos. Sólo no me dejes así, ¿sí?

He dejado de temblar y no me he dado cuenta hasta que le vuelvo a besar. No puedo ponerle tanta intensidad si no es él quien me devora, pero intento morderle un poco.

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Permanecí en silencio, apoyado contra ella, escuchando. Sin embargo, ella misma no parecía estar muy segura de qué quería decir, si es que quería decir algo. Generalmente se amparaba en el silencio, y de pronto caí en la cuenta de que mi pregunta le había privado de ese refugio. Aunque su confesión me chocó un poco, me mantuve imperturbable. No era la primera para mí, ni la primera que traía consigo esa condición. La decisión era suya.

Y parecía decidida. No tardé en responder a sus gestos, haciéndome con su boca y luchando contra sus repentinas fuerzas, renovadas tras la leve pausa. Tiré un poco de lo que quedaba de su ropa, soltándola y empujando sus muslos para que se apoyara de nuevo en el suelo y poder desnudarla del todo. Casi a un tiempo, me deshice de mi propia ropa. En cuanto estuvieron libres, mis manos volvieron a su cuerpo automáticamente, y mi cuerpo se echó sobre el suyo, dejándola apenas sin espacio contra el tronco.

La alcé de nuevo, agarrándola por debajo de los glúteos y soltando su boca para bajar de nuevo a su pecho, más a mi altura ahora. Libre por completo de ropa, podía sentir el calor y la humedad que emanaban de ella. Solté todo el aire de mis pulmones con fuerza al sentirla contra mí. Mis manos ascendieron por sus nalgas hasta sujetarla por las caderas para terminar de situarla sobre mí, y tuve que hacer esfuerzos sobrehumanos para no embestirla con fuerza desde el primer momento.

Sin embargo, en el momento en el que entré por primera vez en ella dejé de mantener el control sobre mí mismo, y toda mi ansia contenida se desató del todo. No quedaron ya restos de cuidado; mi boca se limitó a morder, mientras mi cadera empujaba con fuerza una y otra vez contra ella, deshaciéndose en un instante de toda barrera que pudiera dificultar la penetración. Al tiempo que avanzaba hacia ella y me retiraba, en un ritmo desde el principio acelerado que seguía aumentando en cada encuentro, clavaba las uñas quizá con demasiada fuerza en sus caderas, obligándola a ella a moverse a mi ritmo.

Sentía correr fuego por mis venas en lugar de sangre. Mi cuerpo había alcanzado una temperatura desconocida hasta entonces, y mi piel ardiente casi quemaba. Tenía la sensación de que de un momento a otro saldrían por mis poros llamas en lugar de sudor. Llegó un punto en que mi respiración se tornó una especie de gruñidos cada vez más animales, hasta que me sentí morir en su interior.

Apoyándome sobre ella y a ella sobre el tronco, solté sus caderas y posé ambas manos con fuerza en el árbol, todavía jadeante, aunque sin gruñir ya, y clavando los ojos en los suyos, con un brillo salvaje. Mi gesto era serio y me mantuve inmóvil, exceptuando el cada vez más lento subir y bajar de mi caja torácica, mientras sentía el sudor recorrer mi cuerpo. Por primera vez, fui consciente de la temperatura nocturna, hasta entonces camuflada por mi propio calor interno.

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Para mi suerte o mi desgracia, me corresponde sin perder demasiado tiempo. Por un momento creo llevar la batuta, pero contra sus imbatibles fuerzas y pasiones pronto vuelvo a encontrarme siendo la dominada. Tal vez, si él quisiera hacerlo un poco más lento, un poco más detenido, pudiera yo tener alguna oportunidad de hacerme con el dominio y complacerle. Pero está más que claro que no, al menos, esta noche.

Me hace bajar de sus caderas para quitarme lo poco de tela que aún me cubre. Suerte que no tiene que demorarse en desabrochar nada, porque mi instinto me dice que hubiese acabado a garra contra mi vestido. Él o yo misma, tanto me da. No me despego un sólo centímetro de su piel, no más de lo justo para dejarle deshacerse de su ropa también. Tal y como vuelve a aprisionarme, sé que debo mentalizarme para tener una primera vez no muy tranquila. Y, por un tiempo, un morado de nuca a conclusilla.

Incapaz de seguir correspondiéndole el beso sin respirar, jadeo en cuanto él me abandona para divertirse con mis pechos. Enredo ambas manos en su pelo, tirando con relativa suavidad en cuanto él se pasaba un sólo pelo con uno de los mordiscos demasiado dolorosos. Advirtiendo cómo me colocaba sin darme opción a libertad, la adrenalina deja algo de espacio al temor. Me muerdo la lengua, y el sabor de la sangre me ayuda a tragarme cualquier queja, y seguir deleitándole con los ocasionales y suaves gemidos que logra arrancarme.

La angustia y el dolor se disiparon en cuanto él comienza con la ansia y el poder del sexo más desenfrenado y animal. Tal vez ya me he acostumbrado a su lado más bruto y no del todo cuidadoso, por eso los mordiscos no pasaron más que a ser caricias tiernas, en comparación con las tremendas embestidas que me dedica. La leve sangre que corre entre nuestros muslos lubrica aún más, y yo me rasgo la piel contra sus uñas intentando mover mis caderas no sólo para complacerle a él, sino para mi también.

Para cuando llega al punto de gruñir, mi cuerpo ya ha sufrido otras dos potentes descargas de placer que le he cantado a él al oído, y sentir su alteradísima respiración arrebolada contra mi pecho desnudo me prepara para una tercera sin descanso. Vuelvo a tratar de apresarle hacia mí con los músculos pélvicos, a rajarle la espalda con las uñas, a morderle la oreja al tiempo que le gimo y jadeo.

Estoy exhausta, tanto o más que él. El sudor nos recorre a ambos, pero agradezco que no me suelte inmediatamente. No quiero evitarle la mirada, pero tampoco puedo sonreírle. Estática, extasiada de placer y sintiendo algo de ingravidez, me relajo en cuanto toco la hierba de nuevo. Acaricio su nuca, para luego deslizar la mano a su mejilla con lentitud, luchando por recuperar el oxígeno perdido.

*Fundido a negro*

FdR: Se da por hecho que se visten y se largan. Heylel, ¡voyeur!

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Al desembocar en el lago, mochila a la espalda y buceando, no pude evitar recordar mi primer día en Brontë. Aquella primera vez llovía y yo era una niña que se había escapado de casa. Sonreí al recordarlo. Parecía que hubiera sido ayer, y sin embargo habían pasado muchas cosas desde entonces. Prácticamente todo había cambiado, empezando por mí misma.

Nadé hacia la orilla para dejar la mochila. Aunque el sol ya se había puesto, Follow aún no había llegado, así que podía aprovechar para nadar un rato más. Sin embargo, prefería dejar la mochila en tierra, pues así no tenía que cargar con ella. Además, pese a que era un material impermeable, tampoco convenía tenerlo siempre sumergido, y aquella mochila ya tenía sus años.

Así pues, volví al agua como quien vuelve a los brazos de una madre, y me quedé por allí nadando, pendiente de la orilla por si lo veía llegar.

*Se queda*

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Salgo al lago apurando el paso ya que ha anochecido del todo y ya tengo las cosas preparadas. Al llegar tardo un par de minutos en concretar la zona donde se encuentra Massen Dew pero, una vez lo hago, me aproximo y apoyo las cosas en el suelo, sobre el papel que envolvía antes a los pescados.

No digo nada, dejándola nadar a gusto un rato y preparo el cerco de piedras y las ramas para la pequeña hoguera. Una vez está lista, lanzo la tinilla y el fuego prende de inmediato haciendo que la luz aparezca de nuevo en un concentrado círculo del lago. Me siento cerca de la hoguera, con las piernas cruzadas y preparo unas ramas con el pan y el pescado clavados, acercándolos al fuego, pero alejados para que en lugar de asarse solo se calienten.

Luego me quedo en silencio, tratando de distinguir por donde nada Massen Dew.

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No me di cuenta de cuándo apareció exactamente, pero sí vi a la perfección encenderse algo que parecía una tinilla; en el momento en que me di cuenta de que el fuego había prendido, nadé hacia la orilla. Me recogí el pelo con las manos para escurrirlo y, con una tímida sonrisa, me acerqué primero a mi mochila y luego a la hoguera. Pese a que aún estaba mojada, me puse la camiseta, para luego sentarme en el suelo. Miré al chico de reojo.

-Buenas noches -dije, por decir algo. La verdad, no sabía muy bien qué decir.

Observé que había dispuesto el alimento (había pan además del pescado, observé) alrededor de la pequeña hoguera. Me pregunté si aquella era la forma en que normalmente cocinaban en su tribu, o si para él también era una especie de salida campestre.

Edad : 32 Mensajes : 613

Massen Dew no tarda en salir del agua y la observo sentarse junto a mí para después dar las buenas noches. No tengo muy claro si está saludando de nuevo o pretende dormirse porque ya nos habíamos saludado hacía poco, pero tampoco la veo en disposición de decir adiós al día. No digo nada. Es extraño.

—He traído esto también —Le enseño, sobre el papel, las algas en salmuera que he cogido de la cocina. No digo mucho más, no las he recogido y preparado yo lo que me quita puntos de orgullo. Sin embargo está bien que estén aquí.

—Puedes comer cuando quieras, todo está hecho ya —Le digo y, tras mirarla durante un rato, miro al cielo para ver si está despejado. Hay un par de nubes, pero ni rastro de que vaya a llover. —Nunca he nadado con Massen Dew —Comento mientras cojo uno de los pescados de la rama y lo apoyo en un trozo de pan.

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Desvié la vista hacia "esto" cuando las señaló. Algas en salmuera. Sonreí. Hacía mucho que no las comía, ni siquiera se me había ocurrido pedirlas en Brontë.

-Qué buena pinta -comenté.

Cuando me lo indicó, tomé un trozo de pan y otro de pescando, dispuesta a empezar a comer. Aunque al tacto no parecía que fuera a quemar, tomé mis precauciones antes de dar un bocado. Cuando lo hice, encontré que estaba perfectamente.

-Está bueno -comenté.

Entonces hizo un comentario que no me esperaba. Ladeé la cabeza.

-Bueno... creo que nunca te he visto nadar... -no era del todo cierto si recordábamos un encuentro en las termas, pero en general, pese a ser piscis, no parecía disfrutar tanto como yo del agua-. Aunque, por mi parte, me encanta. Y aquí hay muchos lugares para ello. El lago, por ejemplo, es enorme y bastante profundo.

No estaba segura de si aquello era una invitación al baño o no, pero por mi parte no había inconveniente.

Di un nuevo bocado.

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Al comentario de Massen Dew la miro un momento mientras mastico mi trozo y algo dentro de mí se siente mejor al escucharlo. Sin embargo no digo nada al respecto. Al poco otro comentario. Me recordaron a pequeñas gotas que caen desde una estalactita y remueven el pequeño charlo para luego devolverlo a la calma.

Anuncia que no me ha visto nada y posiblemente sea cierto. Suelo dedicarme a perfeccionar mis movimientos en tierra y cuando nado lo hago de forma sigilosa y rápida sin que me vean o simplemente me dedico a las profundidades. No me gusta que los extraños me vean moverme en el agua, extraños no piscis, por supuesto. Por otra parte, deduzco pro sus palabras que Massen Dew no da demasiada importancia a nadar sola o en compañía. En la tribu es un gesto de confianza y cuanto más pequeño sea el grupo que nada en compañía, más confianza tiene entre sí la gente que lo forma.

—He estado nadando solo alguna vez, pero nadar en presencia de extranjeros no está bien visto. Nadar con piscis no es problema, pero nadar con una sola persona o con muy pocas es compartir un destino —El agua, la eterna vida del piscis, es una clara imagen del manto del destino que comparten las personas, ya sea bueno o malo según la situación. Si una tribu se baña en conjunto el manto los englobará a todos sin mayor intensidad más que la de la tribu.

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Lo escuché en silencio, dando algún que otro bocado y tomando conciencia de qué significaban sus palabras. Noté que me ardían las mejillas, y rogué porque el fuego lo disimulara con su luz rojiza. Asentí lentamente. Tenía completo sentido. En mi caso, llevaba toda la vida nadando sola, o en compañía de Sock, antes de que el abuelo lo "secuestrara" a su estudio. Y, como eso sucedió cuando aún éramos muy pequeños, me había acostumbrado más a nadar sola que en compañía. No me habían educado en la idea de que fuera algo importante, pero un sentimiento irracional dentro de mí me decía que entendía aquel concepto como algo innato.

Tomé un poco de alga antes de volver al pan y al pescado.

-Lo entiendo. No crecí con esa... filosofía, pero me parece lógico -respondí-. Y... hum... Me alegra que remarques, si esa es la situación, que no hayamos nadado juntos. -Lo miré a los ojos, buscando una forma de expresarme que se acercara a la suya-. Querría nadar con Follow alguna vez.

Tuve que contenerme para no bajar la vista en seguida, pese a que me moría por hacerlo. Cuando lo hice, lo hice despacio, mostrando una confianza que en realidad no tenía. Di un nuevo mordisco al pescado.

FdR.: Roleo pausado~~

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Mastico centrado en el fuego y la comida mientras Massen Dew me informa de que entiende lo que le estoy diciendo. Cojo unas pocas algas y las mezclo en la boca con el sabor del pan para luego dar un nuevo bocado al pescado. Como bastante rápido por costumbre, por si pasa algo en cualquier momento. Así al menos ya se ha llenado la reserva aunque te sorprendan.

Cuando dice que quiere "nadar con Follow" yo niego lentamente con la cabeza.

—Quieres nadar conmigo —Comento, volviendo a dar un bocado al pescado. Mientras mastico, miro por fin la cara de la piscis ya que llevo un rato sintiendo como me mira a los ojos para hablar. Trago la comida.

—Podemos hacerlo después de cenar. Eres una piscis, Massen Dew y la persona que conozco en Brontë —Le digo, volviendo a centrarme en mi comida.

» Lago
» Lago Veredith.