Cementerio

La sensación fue asombrosa. Zacharyas sintió la sangre brotar del cuerpo de aquel hombre y luego vio la luz de sus ojos extinguirse, poco a poco, hasta que quedaron opacos e inservibles, como si tuvieran una tela recubriéndolos.
Arrancó, no sin deleite, el arma del cuello del difunto y la limpió en su capa. Luego la envainó de nuevo

Quería más sangre, pero allí no había más. Vagó, buscando quizás tras las lápidas, pero creía escuchar algo. Quizás hubiese más sangre cerca, pues en él había despertado algo oculto que jamás había salido a la superficie. Se sentía como flotando, como si no fuese él, como si tuviese que ensartar más personas para ver extinguirse más luces.

No le gustaba la luz. La luz era mala.

*se va buscando sangre XD*

No hice más amago de acercarme, pues parecía que el caeruleus se las arreglaba muy bien solo. De hecho, no parecía tener intención de compartir su presa. Una presa que, en parte, yo le había facilitado, pero que no pensaba reclamar. Aquello parecía cuadrar bastante bien con su insano interés por mis alas. Así pues, dejé al fantasmita al cargo y le di la espalda para mirar a mis compañeros. Gerald había salido de debajo del cuerpo del otro, y el flamma se había despedido con bastante prisa.

Así pues, todo había acabado. Eso me hizo centrarme de nuevo en aquello que tanto me molestaba: la lluvia. Solté un suspiro exasperado. Me moría por volver dentro y quitarme aquella estúpida caladura de los huesos.

-Parece que aquí, el amigo, se las apaña muy bien solo -respondí a Gerald, mirando de reojo al caeruleus, que se alejaba como una sombra-. Tal vez deberíamos haber dejado a alguno con vida, por eso de saber qué es lo que está pasando. -Suspiré de nuevo-. En fin, yo, la verdad, voto por entrar dentro y dejarnos de tonterías. Ya he tenido bastante con estos tipos y esta estúpida lluvia por hoy.

Gerald se mostró de acuerdo y, animado, pasó a mi lado, dándome unas palmaditas en el hombro, antes de que ambos echáramos a andar hacia el interior del palacio. De camino, retomamos el tema que nos ocupaba antes de encontrarnos con aquel percal, en una relajada charla hasta llegar a cubierto.

*Se van to's coleguis*

Aparezco en el lugar.

Vaya lugar para luchar, no puedo evitar pensar. Además, aquí los dos esán muertos. Parece que se han encontrado con guerreros más intransigentes. No me preocupa.

Examino los cuerpos. Sus heridas, sus golpes... Luego reviso que la propiedad de la familia de Jillian se encuentre bien. Al fin y al cabo, ahora mismo no se encuentra aquí, y sería terrible que a su regreso se encontrase tumbas rotas.

Tras comprobar que todo se encuentre en perfecto estado, me voy.

*examina y desaparece*

*unos del servicio se llevan los cadáveres*

Zacharyas llevaba un tiempo algo decaído. Estaba un poco preocupado por Stalon, de la que no había vuelto a saber nada desde aquel día en las mazmorras, y lo cierto era que le había costado sacarse de la cabeza la idea de que estuviera mal. La había estado buscando, pero no la había encontrado, así que, al final, había optado por esperar a que ella llegase a él, que era lo que solía pasar cuando no la esperaba.

El caeruleus estaba confuso y esperaba que el cementerio lo ayudase. El sonido de las ánimas que reproducía su cerebro lo calmaba como si fuese una hermosa nana infantil.

*se queda*

Telma había salido corriendo en mitad de la noche y la había seguido para recuperarla, pero tras un par de tropiezos me había desorientado y no sabía bien qué dirección había tomado, así que me había aventurado con el cementerio. Un flagrare en la mano me ayudaba a no perderme, pero no evitó que me encontrase aquella figura de pesadillas, oscura y tenebrosa, saliendo de una tumba.

Palidecí. Seguro que aquello era un espíritu que había despertado para estirarse un poco y, al haberlo descubierto, no le quedaba otra que alimentarse de mi alma.

-¡Lo siento! ¡No pretendía molestarlo! -grité, lanzándome al suelo de rodillas para pedir perdón, esperando que aquel espíritu en vida hubiese pertenecido a alguien noble y bondadoso.

Al caeruleus le sorprendió ver aparecer al flamma Rick Dehnel portando un flagrare en su mano para iluminar su camino, pero más aún lo sorprendió la extraña actitud que el guerrero mendigo adoptó en el momento en el que lo vio. Se imaginó que, quizás, quería que lo golpease y lo sometiese hasta dejarlo inconsciente y malherido, aunque su actitud corporal expresaba, aparentemente, lo contrario. Aunque, al fin y al cabo... ¿No era lo interesante que pareciese poco interesado cuando, realmente, deseaba que lo golpease hasta la sangre?
Zacharyas no pudo evitar sonreír pensando en ello.

-Rick Dehnel -dijo, cuando recuperó la compostura. Todavía sonreía con deleite-. No molestas en absoluto. Tranquilo.

Aquella voz... Me sonaba de algo, aunque... A ver... Si pensaba un poco tendría que sacarlo. No en vano era el más inteligente de toda mi generación en la familia. Muchas veces mis primos habían enilcimado mis habilidades intelectales.
Voz seca, ronca, fría, cansada, áspera...

-¡Zacharyas! -. Mis ojos se abrieron de par en par, sorprendidos. Pronto la sorpresa se transformó en horror-. ¡No me digas que has muerto! ¡¡NO!!

Me llevé las manos al rostro, aterrado. ¿Al final aquella parvus loca había acabado con él y yo no lo había podido ayudar?

-Lo siento, amigo... -. Las lágrimas acudieron a mis ojos-. No creí que fuera a pasar esto... Es culpa mía por no haberte protegido como Mithos... -. Sorbí, triste.

Zacharyas no era como mi mejor amigo, Cero, pero sí era un buen hombre, y pensar en lo que había pasado no hacía más que...

Zacharyas enarcó las cejas con confusión. Aquello que Rick le planteaba le resultaba atractivo, no lo iba a negar. Porque, a ver... Si estuviese muerto, ¿cómo habría muerto? Quizás de una forma dolorosa difícil de imaginar. Quizás, por ejemplo, alguien le había partido la columna por debajo de los omóplatos y luego lo había tirado al lago, haciéndolo ahogarse. Luego su cuerpo habría sido devorado por los peces, cerrando el ciclo. Pero, aunque fuese hermoso, nada así había pasado.

-Me temo que estoy -. Zacharyas carraspeó -vivo.

Esbozó una sonrisa que trataba de ser amigable, pero no pasó de macabra.

-Solo paseaba por el cementerio. También tú estás aquí y te veo buen color.

Recordaba su último encuentro, algo accidentado. De todos modos, Zacharyas no le guardaba rencor alguno.

Lo observé, bueno, a su sombra, que a él malamente lo veía, un momento. Luego me toqué la cara con ambas manos, como comprobando que sus palabras eran ciertas. ¡Diantres! No sabía si mentía o no, pero desde luego, si yo no estaba vivo, en serio que lo parecía.
Sonreí con amplitud y me incorporé de nuevo.

-¿Has visto por aquí a Telma? La estaba buscando.

Él, creo, veía mejor que yo en la oscuridad, así que quizás sabía algo de mi pequeña Telma.

Zacharyas enseguida recordó el día que el flamma le había presentado a aquella bismonte que solía acompañarlo. En aquel momento Dehnel había jurado y perjurado que Telma se trataba de un macho, pero a Zacharyas le alegraba comprobar que había recapacitado sobre ello. Aunque, bueno, si el guerrero lo hubiese querido él podría haber operado a Telma para tratar de emular lo contrario.

-Lo cierto es que no la he visto. ¿Acaso se ha perdido?

Zacharyas se rascó la cabeza, confuso. Carraspeó levemente.

-Puedo ayudarte a buscarla, si quieres -ofreció de pronto, pues esa noche se le estaba haciendo muy parada.

¡¡Qué buena persona era aquel tipo!! No solo no le importaba ayudar a un pobre mendigo, un hombre de buen corazón y bolsillos vacíos como yo, sino que además, con él allí, ningún fantasma se acercaría. Lo cierto era que Zacharyas daba algo de miedo y les dejaría las sábanas heladas solo de verlo.

-Pues estaría muy bien, gracias -dije, asintiendo, contento-. Por cierto... ¿Qué tal todo?

Ambos comenzamos a andar, charlando un poco sobre cualquier cosa, buscando a Telma.

*se van*

He llegado, no sé bien cómo, al cementerio. Es un lugar escalofriante. Lo cierto es que cerca de la torre no había ninguno, y solo visité alguno un par de veces, pero nunca como este. Eran más bien ordenados mausoleos de mármol. En este, sin embargo, camino junto a las lápidas y lo cierto es que da bastante miedo.

Pronto vendrán a buscarme. Esta semana, según me dijo Nagorr Brumm. Sin embargo, todavía no he podido despedirme de nadie. Me hubiese gustado decir adiós a Massen Dew, a Lluvia... Quizás a Lyam. Pero no creo que ninguno de ellos piense en mí cuando falte. Al fin y al cabo, solo soy un crío.

Suspiro.

*se queda*

Caminaba lentamente, sin rumbo. ¿Qué hacía en aquel lugar? Un niño de pelo blanco... ¿Qué hacía allí tan joven? El tiempo y la guerra no perdonaba a nadie... Observé distintas tumbas, lápidas que se erguían desde el suelo y marcaban el final de gente que había dado su vida por nosotros, su pueblo. En las lejanía se podía atisbar un gran mausoleo.

Me acerqué a una de las lápidas, que palpé con suavidad a la vez que susurraba un gemido que ni yo lograba entender. El tacto de la piedra, que llevaba ahí más tiempo del que yo llevaba en este castillo, encrispaba las yemas de mis dedos, junto al resto de mi cuerpo.

Volví mi mirada hacia el niño y bajé la cabeza. Mina...

Una mujer se acerca, sobresaltándome. Es una chrysos de pelo negro y muy delgada. La observo en silencio (¿Qué otra opción me queda?) mientras se acerca a palpar las lápidas como si fuese ciega. Me produce una sensación un poco extraña, como triste. Quizás sea familiar de alguno de los que están enterrados. En ese caso, creo que sobro un poco en este lugar.
Veo que ni siquiera el cementerio es un sitio para mí. Aunque, bien pensado, eso se trata de algo bueno. Significa que mi muerte está lejos.

Apretando los puños y frunciendo el ceño me armo de valor. Quizás sea mi función conseguir consolarla.
Me acerco a ella y la saludo suavemente con un gesto de mano, tímido.

Pude ver como el jovencito se acercaba a mí y me saludaba con un gesto, en silencio. Aparentaba la misma edad que Mina... Mi querida Mina... Le dirigí una débil sonrisa. ¿Tendría padres o hermanos?

- La vida es tan frágil... - comenté, dejando de tocar la lápida y lentamente mirándolo a los ojos.

Sonreí con un poco más de alegría, de sólo ver al niño pude sentir un escalofrío, llevándome las manos al pecho.

- ¿Duele?

Es cierto que estaba envalentonado, pero lo cierto es que en cuanto comienza a hablar pierdo un poco el valor. Parece tan adulta y a la vez tan entristecida. Yo apenas sé sobre los problemas serios... ¿Quién soy para tratar de aplacar las penurias de una mujer madura?

Trago saliva con poca decisión y asiento como puedo. ¿Es frágil la vida? Lo cierto es que los seres vivos tienen una gran variedad de formas de morir, muchas de ellas tan fáciles de alcanzar que resulta espeluznante. Hay tantas enfermedades... Y un golpe certero en la nuca te deja seco enseguida. Así, pensándolo de ese modo, es normal que los cementerios sean lugares tan sombríos...

Su pregunta me hace mirarla confuso. ¿Doler? ¿De qué habla? ¿De la muerte? Según los libros, morir no duele. Lo que podría doler sería el proceso de la enfermedad o problema que te lleva a ello, pero morir no es más que la desactivación de tu cuerpo y, por tanto, indoloro.
Saco de mi bolsillo la pequeña pizarra y un trozo de tiza.

"¿El qué?", escribo. Le muestro la tablita.

Observé cierta incomodidad en sus gestos, lo que me hizo acabar bajando los ojos, avergonzada de haber intimidado la inocencia de un niño. Abrí la boca otra vez para disculparme, cuando de repente vi cómo sacaba una pequeña pizarra de tiza y escribía unas palabras. Sonreí, sonreí más alegre que nunca. Lo miré a los ojos.

- Tengo una hija de tu misma edad - comenté intentando mantener la curvatura de mis labios hacia arriba-. ¿Cómo te llamas?

No tenía sentido que hablásemos de dolor, muerte y desgracia. Era un simple niño, y no iba a permitir que mi desdicha le llegase.

¿Una hija de mi edad?
Esbozo una pequeña sonrisa. Si se parece a ella, será bonita. Ella es guapa, aunque parece cansada. Seguramente sería más hermosa si sonriese más.

Borro el mensaje con la manga y escribo de nuevo en mi pizarra. Tengo la punta de los dedos blanca. El color de la tiza destaca sobre mi piel oscura.

"Jun."

La miro y hago referencia a ella avanzando la barbilla un instante. ¿Cómo se llamará la chrysos triste? ¿Habrá venido realmente a recordar a un ser querido al cementerio?

Observo su nombre escrito sobre la pizarra: Jun. Era un nombre que nunca había escuchado.

- Jun - pronuncié, experimentando el sentimiento que me transmitía oír el nombre.

Lo miré de nuevo a los ojos.

- Mi nombre es Chi Yeon - lo miré entonces de arriba abajo y viceversa.

Era tan joven.

- ¿Qué haces aquí? - Pregunté con ojos melancólicos. No podría permitir que mi hija viniese aquí sola, ¿o sí?

Chi Yeon. Vaya nombre más extraño.
Borro el contenido de mi pizarra y la miro atentamente un instante. Luego garabateo rápido.

"¿Cómo se escribe?", pregunto, mostrando la frase con cierta timidez. No es agradable que se den estas situaciones, pero a veces pasa.

Aguardo a que me dé la respuesta.

La forma en que me mira es extraña. De hecho, no me sorprendería que al girarme me encontrase con un fantasma portando una guadaña a punto de segarme la vida. Parece que estuviese moribundo.

"Unos bandidos me capturaron", escribo. Borro y escribo de nuevo.
"Varios guerreros de aquí me salvaron." "Pronto me iré."

Parezco una dama en apuros... Como, vivo, duermo... Me baño aquí. Y todo eso por haber sido tan inútil como para ser capturado a escasa distancia de la torre. Sin poder defenderme.
Soy bastante triste...

Me permito coger su pizarra habiendo antes hecho un gesto de petición. Con delicadeza pongo la tiza sobre la pizarra, cierro los ojos un segundo y empiezo a escribir con lentitud, pero sin pausa.

- Chi Yeon - repito a la vez que escribo.

Sonrío cuando oigo que habían sido los guerreros del palacio los que habían salvado al joven Jun.

- ¿Echas de menos a tus padres? - Dudaba que tuviera padres, sinceramente.

Observo sonriente cómo escribe.
La forma de escribir de la gente también define cómo son. Ella es cuidadosa y lenta al trazar cada letra. Seguramente sea una mujer reflexiva y tranquila.
Asiento, conforme. Me lo aprenderé. Aunque, de todas formas, no suelo escribir el nombre de las personas para referirme a ellas. Solo en cartas o al hablar con terceros.

Su siguiente pregunta me hace encogerme de hombros. Esbozo una sonrisa tranquila y borro lo que pone en la pizarra para trazar con destreza y mano segura mi propia frase.

"Yo no tengo padres."

Es difícil de explicar y de comprender. Además, no creo que deba explicarlo ni ella comprenderlo. Pero es así.

Leí con detenimiento las palabras que el chico escribió en la pizarra. Sonreía, y yo también sonreí. No sabía nada de él, pero parecía una persona muy fuerte, muy inspiradora. Alcé la mano y la dirigí lentamente hacia su cabello, esperando que no le importase que apartase un mechón de pelo que se descoordinaba con el resto.

- ¿Tienes al menos a alguien que cuide de ti? - Pregunté esperanzadora, deseando que ese niño tuviese a algún familiar, alguien de su sangre que pudiese cuidar de él.

¿Por qué había ido al cementerio? ¿Acaso quería recordar algo? ¿Pensar en viejos tiempos?

- ¿Hermanos? - Añadí, recordando mi pasado y presente.

Me dejo tocar el pelo sin moverme. Es agradable, de alguna forma. Me parece una mujer muy atenta. Seguramente su hija esté muy contenta. Tiene mucha suerte.
Bien pensado... ¿Cuántos años tendrá esta mujer? No parece demasiado mayor. ¿Ya tiene una hija de mi edad?
Bien pensado... A saber cuál es "mi edad".

"El abuelo me cuida", respondo sin más a su pregunta. No menciono la torre ni qué es para mí el abuelo en realidad. Seguramente se quede más tranquila sabiendo solo eso, y yo no me meteré en problemas.

A la pregunta sobre los hermanos niego nuevamente. Ni hermanos, ni primos, ni nada. ¿Cómo vas a tener hermanos si no tienes padres? No tiene sentido. Si hubiese alguien con mi sangre, desde luego, no lo conozco.