Cementerio

En uno de sus paseos, como muchas veces hacía, Zacharyas había decidido ir al cementerio, a disfrutar del olor de la tierra húmeda en aquel momento en el que la lluvia ya había cesado. No podía evitar pensar, a ratos, si la putrefacción de los que descansaban bajo las lápidas crecería con la humedad, o si ya no quedaría carne sobre hueso, por haber sido todo ya pasto de gusanos y otros seres. No obstante, al alcanzar el lugar el encapuchado se percató de que, extrañamente, había más vivos de los acostumbrados aquella noche en el cementerio.

Carraspeó, algo incómodo por un instante, pero no tardó en avanzar de todos modos, pues la conocía. Las había conocido a todas ellas, a las cinco, pero solo una se encontraba en el lugar aquella noche, ante dos de las tumbas más recientes.

-Buenas noches -saludó el mago, descubriéndose el rostro como muestra de respeto, contemplando, en la oscuridad, a la alta mujer, guardando silencio por un rato.

Zacharyas estaba allí a menudo, y por aquello conocía los nombres de muchas de las lápidas nuevas, y, aunque no tenía claro si se trataba de aquellas en concreto, creía imaginar qué cuerpos se encontraban en aquel punto.
La curiosidad, insana, lo embargaba.

FdR- No sé si iba a venir alguien ):

Se maldijo por imbécil. - Buenas noches.- Mintió. No, no eran buenas. Ahora parecería débil, llorando la muerte de aquellas que habían sido sus compañeras.
-¿Qué necesitas? No habrá más Jornadas.- Sentenció, seca.

Se giró y le vio.- Zacharyas Nosequé. Me acuerdo de ti.- Se acercó un poco.- Espero que no pienses que estaba dando mis condolencias a nadie.- Se defendió del ataque inexistente.- Sólo hacía una ronda.- Se explicó, innecesariamente.- ¿Y tú? ¿Qué haces en este sitio? ¿Acaso me buscabas?- Quiso parecer fuerte en todo momento.

Zacharyas notó el tono seco, tenso, pero no cambió su expresión ni un ápice, acostumbrado a respuestas mucho más duras. El tiempo había acabado por volver aquellos recuerdos lejanos, distantes, pero ya nunca olvidaría las expresiones de desagrado, ni las malas palabras de las personas que no se ocultaban al mirarlo.

Lentamente, cuando ella hubo acabado de hablar, incluso con una leve sonrisa en los labios, pero algo apagada, Zacharyas negó suavemente. Su espeso pelo siguió la trayectoria de su cráneo, acomodándose desordenado.

-Solo he venido a -. Carraspeó -visitar las tumbas. No obstante, seguiré mi camino, ya que incomodo -dijo, con voz ronca, sencillo, y tras una leve reverencia se alejó de aquella zona, como un fantasma, poniendo dirección a unas lápidas más antiguas, a la derecha de aquellas.

A ratos deseaba mirarla, curioso, llegando a hacerlo un par de veces por el rabillo del ojo. Quería comprobar su dolor, aunque no fuese físico. También aquel era hermoso.

Vio como marchaba. Asintió con la cabeza, firme. Eso es lo que debería hacer. Sus labios estaban apretados y su semblante era serio.

Sin embargo, con cada paso que el hombre daba, Vatra comenzó a sentirse molesta consigo misma. ¿Qué ocurría?
Chasqueó la lengua de nuevo y dio un par de pasos al frente, frotándose la nuca con molestia.- Oye, no tienes por qué irte...- Caminó un par de pasos rápidos hasta colocarse a su altura.- De hecho, deberíamos irnos los dos de aquí...

Caminaron por fuera del recinto entonces.- ¿Todo bien?- Soltó con una sonrisa torpe y nerviosa. Socializar nunca se le dio bien. ¿Por qué lo hacía? Quizá porque llevaba demasiado tiempo sola y hasta el sonido de su voz le sonaba extraño.
Quizá simplemente fuera la regla. Odiaba la regla demasiado. Siempre le hacía quedar mal. Fuese por hache o por be.
Rotó los ojos hacia el cielo y calló.
Qué mal se le daba aquello.

Le vio de reojo. No era un hombre muy aseado. O al menos que se preocupase por la imagen que quería dar. Era casi tan extraño como ella.

Al oír cómo era llamado de nuevo, Zacharyas alzó la vista de una de las tumbas, mirando de nuevo a la mujer, con gesto curioso. No tardó en esbozar una sonrisa, en asentir, en acompañarla. Pese a su extraña forma de ver la vida, a su raro modo de relacionarse, al mago se le había enseñado cómo comprender aquellas situaciones. Incluso había llegado a tener una mayor capacidad de comprensión desde su llegada a Brontë, con las experiencias y el tiempo.

-Todo marcha bien -explicó con voz seca, callando un par de segundos, hasta que se percató de que se esperaba de él algo más que aquello. La acompañaba sin rechistar-. Me relajan los lugares como este. Hay gente que lo encuentra tenebroso, pero no creo que haya nada de malo en guardar respeto a los que se han ido -murmuró, mirándola de reojo, con una sonrisa suave.

El guerrero era consciente de que aquello era una mentira, en cierto modo, pues a él le gustaba estar allí por otros motivos, pero también sabía que decir algo como aquello, y más en aquella situación, sería como una condena, y un lastre para la mujer, y entonces se contenía y solo era cuidadoso, como le habían enseñado.

-Además -. Carrapeó, ensanchando ligeramente la sonrisa en su rostro pálido-, la lluvia ha cesado.

-No debieron morir. - Dijo sin más. - Ni si quiera pude hacer nada por ellas.- Apretó los puños. Siempre había sido la más fría de todas ellas. Sin embargo, le dolió más que a ninguna la marcha de ambas.
-No en mi corazón.- El remordimiento le podía.

Dio un salto y un enorme león de fuego apareció y, sin mirar atrás, se perdió en la noche.

*se va*

Las palabras de la mujer hicieron que Zacharyas se detuviese y la mirase, aquella vez claramente, de frente, sin ocultar sus ojos, sin llegar a pronunciar la pregunta que su rostro, curioso, parecía reflejar. Pero él sabía, porque sabía del dolor, aunque lo sintiese de otro modo, porque lo había visto en otros. Y era un dolor bello y frustrado, apagado y ardiente por dentro.

Tras sus palabras, la mujer desapareció, convertida en fuego, fuerte y débil a la vez, y la sonrisa de Zacharyas se ensanchó ligeramente, mientras continuaba con la mirada clavada en el punto en el que aquel animal envuelto en llamas se había fundido en la noche.

El dolor era hermoso, pensaba Zacharyas, mientras se calaba de nuevo la capucha sobre los ojos, y ensanchaba lentamente la sonrisa, partiendo en dirección contraria, de vuelta hacia el cementerio, hacia las tumbas junto a las que la mujer había estado minutos atrás. Leyó los nombres, callado. Acarició la roca de las lápidas con los dedos ásperos.

-¿No es hermoso -inquirió, con voz algo apagada, ronca- que os recuerden de ese modo?

Era triste, y por tanto hermoso, aquel sentimiento que la carcomía por dentro. Seguro que incluso la guerrera de fuego era capaz de ver aquello, pensó Zacharyas, regresando a Palacio tras inclinarse ante las tumbas, educado, satisfecho.

*se va*

Llego delante y me vuelvo hacia él, sin haber soltado su mano, llevando el cincel y el martillo en la derecha. Parece que obedece. Buen chico.

-Bueno... -. Miro a ambos lados. Este sitio da chungo, pero yo no le tengo miedo a la oscuridad, no sé si me explico-. Creo que era por aquí...

Me muevo un poco entre sombras hasta dar con la tumba acertada. Entonces doy un tirón de la mano de Buscador y la pongo sobre la piedra, para que palpe el grabado. Porque lo hay. Un nombre. Finder. ¿Acaso no lo entiende ahora? Esto es una enorme falta de respeto.

-Vamos a borrarlo, ¿vale? -. Me sacudo un poco el pelo con la mano que ha quedado libre tras soltarlo-. Por respeto hacia ti, o hacia ella, no sé. Me ha parecido correcto. Te lo iba a decir luego, pero ya que estás aquí...

Arrugo un poco el ceño. Ahora, de repente, mi idea fantástica va a quedar en sus manos. Pierde toda la gracia así. De todas formas, le tiendo el martillo y el cincel. No es asunto mío. Supongo que vemos las cosas de forma diferente, pero es su muerta de todas formas. Ya no espero encontrar algo de pena al respecto en su corazón de salvaje atontado, pero creo que esta es la forma más parecida que tengo a su idioma de decirle que lo respeto un poco o así.

Anda que... Como nos pillen nos la vamos a cargar, joder...

-Date brío, que no creo que los dueños del sitio vean muy bien esto -mascullo, mirando a los lados, como esperando que alguien se aparezca de un momento a otro.

Observar su trabajo es extraño, pero me satisface. Se afana en ello. En otra ocasión consideraría esto como bandalismo... E incluso diría que es demasiado para mí. Eso de romper tumbas a mí no me... Pero creo que ahora tiene como un significado especial, o algo así. Es simbólico. No es que yo sea muy seguidora de estas cosas religiosas, tampoco... Pero supongo que ella tiene derecho a decidir lo que quiere que pase con ella cuando ha muerto. Y seguro que la piscis hubiese elegido lo que Buscador, dado que siguen las mismas creencias raras.
Será lo mejor, digo yo.

-No es que los muertos pertenezcan a nadie -explico, torciendo un poco la cabeza-. Pero sí las piedras. Aquí la gente conserva los cuerpos de los muertos para rendirles homenaje. Es como si el alma fuese a estar algo ligada a este sitio. Y si vienes puedes estar más cerca de ellos, o algo semejante.

Una forma, imagino, de evitar que se esparciesen enfermedades por los cuerpos pútridos, bien pensado. No me gusta pensar estas cosas en estos sitios.

Recojo las herramientas cuando me las da. Pues aquí está todo listo, ¿no? No puedo evitar una sonrisa cuando se pone a dar las gracias, algo nerviosa. Tampoco me vengas con estas, joder, que me entra algo de vergüenza. No es que sea buena, hostia. Es un gesto, nada más.

-No es nada... Solo se me ocurrió y supuse que tú no lo habrías pensado-. Porque eres un zopenco gilipollas. Me rasco la nariz un momento, pensativa. ¡Hostia!-. ¿Sabes? Hoy es mi cumpleaños. Para nosotros es algo que celebrar, pues es otro año más que hemos evitado la muerte. Aunque si lo piensas bien, al mismo tiempo solo marca que estás un año más cerca de que te encuentre, ¿no crees?-. Hago una mueca. Qué vas a entender tú, claro. Tendrás mil motivos estúpidos que digan lo contrario-. Para mí es un día "delicado".

Háblale a las piedras y te dirán lo mismo. Por favor...

Dejo ir una risa divertida, alejándome con él de las lápidas. Creo que he conseguido que lo entienda a su manera. Desde luego, soy la puta ama...
Aunque eso no soluciona mis problemas con Massen. De hecho, si estuviese aquí, casi diría que serían incluso peores. Ya ha pasado tiempo de la discusión, y creo que debería ir pensando en hablar con ella, si tal... No me gusta esto de estar peleada con nadie, y menos por putos malentendidos.

Contar todos los putos días... Pues sí que estamos jodidamente enfermos, ¿no? Toda una vida sabiendo qué día es. Tanto tiempo perdido en contar el tiempo.

-Gracias -respondo, simple, con tono algo teatral, llevándome la mano derecha a la nuca; en la otra llevo las cosas. Niego un momento-. Para nada. No estoy enferma. Solo un poco triste.

Triste. Esa palabra la habrá oído muchas veces, y aún así dudo que la entienda. Pero no me siento como para explicársela. Yo, hoy por hoy, diría que he cumplido.

-Han pasado muchas cosas últimamente. Y muchas de ellas no me gustan. Pero, como dirías, no me separo de mi camino de todas formas. Ya veremos qué pasa-. Le empiezo a pillar el rollo a su filosofía y no me gusta. No quiero ser una loca más en taparrabos-. ¿Me acompañarías a dejar las cosas al taller? -inquiero, mirándolo un momento. Ahora sí es una petición, y bastante mansa-. Llueve, y quiero ir pronto a Palacio. Hoy no me apetece mojarme.

Ni siquiera a Narbe lo veré hoy, por supuesto. Se desvanece cada vez que aparece. Menos mal que no soy una de esas gilipollas que se hacen ilusiones con nada.
Y Cierzo podía enviar otra carta...

Las lápidas tenían tamaños muy diversos, pero en conjunto constituían un campo de obstáculos interesante. Corbin no solía darle uso, pero sabía que podía hacerlo. Y, en aquella ocasión, decidió proceder a ello. Entró en el terreno con un suave trote sobre la nieve, utilizando pisadas ligeras, como Violeta le había enseñado, para evitar hundirse en la nieve. No era solo útil para dejar pocas marcas; también servía para no hundirse, lo que le permitía correr más deprisa, aprovechando del todo su velocidad.

La nieve parecía querer impedir que entrara en calor, pero Corbin estaba acostumbrado a lidiar con ella y no le importó. Tampoco las magulladuras que le cubrían el cuerpo, consecuencia de su enfrentamiento con el yeti en el lago, eran suficientemente molestas como para evitar que se empleara tan a fondo como siempre.

Tomó ventaja de sus habituales ejercicios para vencer al frío y a la rigidez del cuerpo, calentando con saltos y carreras, así como rotando las articulaciones, tanto quieto como en movimiento. También añadió a su carrera movimientos técnicos, especialmente aquellos más básicos a partir de los cuales formaba sus ataques. Centró especial atención en las piernas, tratando de probar toda su flexibilidad y fuerza.

Cuando dio el calentamiento por terminado, procedió a dar uso a las lápidas y tumbas. Las lápidas servían como vallas que saltar, y sus diversas alturas ofrecían retos de distintas dificultades. Corbin empezó buscando las más bajas, y a medida que iba centrándose en el ejercicio, buscaba lápidas más grandes. Llegado un punto, se encontró con que tenía que darse impulso con las manos para lograr saltarlas, pero no fue eso motivo para que se detuviera. Las tumbas suponían un reto mayor, pues al salto de altura había que añadirle movimiento hacia adelante. Corbin procedió en primer lugar con las más bajas, saltando únicamente con las piernas, y utilizó, igual que en las lápidas, los brazos para darse impulso en aquellas que se le resistían. Utilizó las tumbas también para cambiar alturas desde las que lanzar ataques, y trató a coordinar sus movimientos con hechizos para sacarles mayor partido.

Por último, y tras estirar un poco, Corbin se fue de allí con un trote ligero. Debía dedicar tiempo a la escalada y a su rapidez en ella.

*Se va*

Al caeruleus siempre le había gustado aquel lugar. No solo allí, en Brontë, sino en cualquier parte. Había visto cementerios de todo tipo, más grandes o más pequeños; a veces las tumbas eran solo cruces de madera, monículos de piedra sobre el suelo removido o nada. Porque no siempre había tiempo para enterrar a los muertos, y no siempre había muertos que enterrar. A veces los cuerpos se descomponían, se reducían a cenizas o se perdían en el fondo del mar. Una vez allí dentro, el agua los descomponía, volvía la carne blanda, y los animales se alimentaban de ella, o las bacterias. La pena, pensaba, era no poder percibir aquel repugnante olor, el olor a muerte y putrefacción, y a sal de mar.

Allí no había de aquellos cuerpos, por lo que él sabía. Había más que a su llegada, cuerpos de los guerreros que fallaban, o de los miembros del servicio que no habían sido bien protegidos, pero Zacharyas no sabía de ninguno que se hubiese ahogado. No había visto jamás una persona ahogada, hinchada, aunque sí animales.
Quizás algún día, se dijo.

*fin de escena*

Aquel día llevaba un farol apagado consigo, aunque él no necesitase la luz para nada. O quizás "habitualmente", ya que aquella noche planeaba darle un uso.

Las lápidas lo esperaban, frías y muertas, como los cuerpos que guardaban. Pero Zacharyas no iba a visitar a los muertos, sino a los vivos; a los vivos que pudiese haber en un lugar como aquel.
Depositó el farol sobre una de las losas y lo encendió. El destello de la luz lo hizo entrecerrar los ojos y la quemazón, agradable, esbozar una sonrisa. Tras aquello, solo quedó esperar. La primera de las polillas no tardó en llegar, atraída por la luz, y con su aparición procedió el mago.
La luz daba sombra. Y la sombra le daba poder.

-Cement -murmuró, pero no pasó nada.

A Zacharyas le daba igual. Era paciente. Incluso en la tortura. O al menos en el comienzo. Luego, en función de cómo fuese, decidía (o dejaba de hacerlo). Simplemente observaba al animal que volaba distraído en torno a la luz, con sus alas frágiles y su cuerpo débil, y pensaba en lo sencillo que hubiese sido para él atraparlo en la mano y aplastarlo. Allí estaba la dificultad.
No debía centrarse en el animal, sino en la sombra que proyectaba.
Una sombra minúscula. Una sombra que lo envolvería y destrozaría.

-Cement.

Aquella vez no vio nada, pero si notó una perturbación en el aire. El animal, sin embargo, no sufrió ningún daño. Zacharyas estrechó los ojos, relajado.

Fue poco a poco. Al principio no pasaba nada, pero luego la sombra se extendía, como pequeños hilillos, y se movía en torno al animal, que volaba distraído. Más polillas se acercaron, y el caeruleus probó con todas, disfrutando embelesado del baile de sus sombras, que era como una amenaza de muerte de la que no podía huirse.
La sombra tragaba. Nadie podía huir de la sombra. Sin luz, solo había oscuridad. Pero incluso con luz seguiría habiéndola. Siempre que hubiese algo.
Las cosas eran oscuridad. En todo lo vivo y todo lo muerto había oscuridad. Y aquello era lo que hacía que Zacharyas pensase que la oscuridad era mucho más bella que la luz. Era más que la contraparte. Era el verdadero concepto de la existencia. El negro. La sombra.
Nada.

-Cement -susurró, y su voz áspera fue como una caricia.

La sombra de una de las polillas se lanzó a por ella y desgarró su ala. El animal cayó sobre la lápida, saltando con la otra, debatiéndose, y Zacharyas la contempló, tan firme y risueño que parecía estar contemplando cualquier otra cosa.
Era tan bello como cualquier flor, como cualquier cuadro.

-Cement -siseó aquella vez, y el cuerpo del insecto fue desgarrado en dos. Aquello lo llenó de satisfacción-. Cement -repitió, atrapando con aquel a una nueva víctima, que cayó junto a la primera, decapitada.

En algún momento perdió la noción de sí miso. Solo repetía aquella palabra tan apropiada, aquella llamada a la muerte, que capturaba las figuras que su ojo encontraba primero. Al final no veía animales, solo sombras, sombras bailando al son del fuego suave, devorando todo, devorando el mundo.

Cuando se detuvo jadeaba, grave, y tenía una pila de pequeños cadáveres ante sí. Se entretuvo un minuto o dos aplastando algunos cuerpos con el dedo, pero al final se contuvo y paró.

Tenía que estar con Ayne y Julia, se recordó. Ayne y Julia.
Tenía ganas de ver a Stalon.

*se va*

Cuando el cementerio se deja ver Johan se da cuenta de que ya no sonríe. Es de noche, eso le da un aspecto algo más siniestro del que ya de por sí tiene. Y, aunque no sabe si lo admitiría, se da cuenta de que tiene la piel de los brazos de gallina. Quizás tampoco es el tipo de paseo nocturno que esperaba.

Carraspea, deteniéndose justo antes de entrar, pasando el peso de una pierna a la otra de forma alternativa y después mirándola.

- Supongo que hay que respetar este lugar para no enfadarlos. No hablemos demasiado alto -comenta, justo antes de entrar con paso lento.

Hay lápidas, como es evidente. Algunas más nuevas que otras. Johan se siente aliviado porque desde su llegada no ha tenido que ir a despedir a nadie. Realmente apenas ha pasado por ese lugar. Pero en ese momento, moverse entre losas y leyendo fechas de apenas cinco años antes, se da cuenta de que muchas de ellas reflejan aquel ataque... Todo aquel revuelo que sucedió cuando aún no había llegado, pero que resulta igualmente aterrador.

Siente que ha palidecido ligeramente al recordarlo.

Azael me guía hasta el cementerio. Cuando el chico me mira, me da la sensación de que no está muy cómodo en este sitio. Me pregunto si conocería a alguna de las personas que dan nombre a estas lápidas. Asiento en respuesta a lo que me dice.

Nunca he sido asustadiza. Ni tampoco particularmente creyente o supersticiosa. Por eso no me inquietan especialmente los cementerios. Por eso, cuando entramos, mi primera reacción es admirar la belleza tranquila del lugar: el silencio, las lápidas de piedra esparcidas por el amplio terreno verde, y el gran mausoleo que se intuye entre las sombras.

Según avanzamos, y lo sigo, intento leer alguna lápida. Me fijo en que algunas fechas son relativamente recientes y que algunas de las personas enterradas eran bastante jóvenes. Es una pena. Me hace pensar en lo serio que puede llegar a ser todo esto. Espero que al menos hayan podido disfrutar de los pocos años que tuvieron. Me obligo a mirar al frente, a la nuca del chico, no quiero ponerme triste ahora mismo.

Me limito a seguirlo entre las tumbas.