Cementerio

El líder Darvenwish había madrugado aquella tarde para sacarse de encima el papeleo más urgente y aprovechar las horas que día y noche le brindaban. Realmente nunca dormía demasiado si es que dormía, con lo que aquellas horas tampoco eran demasiado prontas para él.

Decidió darse una tregua y salir al cementerio. Aquel era un lugar luminoso y no demasiado transitado y tanto la molesta luz brillante como la solemnidad del lugar eran perfectos para tratar de ralentizar un poco sus cadenas de pensamiento. Era inevitable y llegaba a ser insoportable. Estar constantemente pendiente de todo, atento a todo, hilando infinidad de ideas, patrones, acontecimientos, deducciones, construyendo la lógica necesaria para hacer encajar cada pieza en un puzle infinito que estaba en constante reforma. Y las drogas eran tan maravillosas. El humo de la pipa de opio que portaba en la mano nublaba su mente apenas algo más de lo que el brillo solar le impedía diferenciar bien las formas cara el horizonte. En poca cantidad le ayudaba a calmarse y dejar de pensar demasiado por algunos momentos. Casi podía sentir como las entrelazadas corrientes de su cabeza discurrían con más calma y se dividían en afluentes más pequeños. Con la gorra calada y el abrigo impecable nadie habría dicho que la sustancia que contenía la larga y recta pipa que con tanta sutileza sostenía mientras la mantenía apoyada en sus labios era algún tipo de sustancia estupefaciente obtenida de los más caros fundos de la economía subterránea.

Abrió ligeramente el labio inferior a la altura de la boquilla de la pipa que saboreaba y dejó escapar el aromático humo para que se lo llevase el viento.

Las cosas cambiaban en Brontë. Tres bajas entre los líderes y tres nuevas caras con las que tratar, no precisamente de sus razas favoritas. Sonrió para sí. ¿Acaso tenía más de una raza favorita? No se preguntaba todavía con qué tendría que tratar, pues ahora no parecía importante. Lo que tenía presente era el sabido dicho de "mejor malo conocido que bueno por conocer". Continentes amplios e inesperados, pero nada con lo que no pudiese lidiar. Por mucho que el sol brillase, al atardecer rojizo siempre se rendía a los pies de la noche. ¿Y el amanecer? Siempre comenzaba con un hermoso violeta.

El líder caeruleus estaba tan ensimismado mirando como la tarde tocaba a su fin que apenas se dio cuenta de la presencia de la muchachita que estaba a su lado hasta que sintió un calor en la mano que acabó por darle un pequeño apretón al tiempo que informaba, con voz siempre sonriente, algo sobre la aparición de muchos.

El líder Darvenwish tiró ligeramente de su mano al tiempo que giró la cabeza para ver, extrañado, qué demonios pasaba. Pero apenas le dio tiempo a escuchar a la muchachita cuando sus ojos se abrieron e iluminaron de una ternura muy poco habitual. Enseguida hincó en el suelo la rodilla y abrazó a la pequeña y adorada parvus como si se tratase de una hija perdida.

—¡Mi pequeña An! ¡Cuánto tiempo sin ver a mi mujer favorita! Créeme cuando te digo que estoy muy contento de verte —Indicó apretando ligeramente a la chica para luego apartarse para mirarla a la cara dejando las manos sobre sus pequeños hombros. Su sonrisa era pletórica —No has cambiado nada, querida mía —Comentó con un tono cariñoso y casi ensimismado, apartando un mechón de pelo de la muchacha. Luego volvió a abrazarla y a separarse para verla. Ahora sí, soltando también sus hombros. —Perdona mi entusiasmo, pero me has pillado tan de sorpresa, señorita, que mi ilusión casi se me escapa por los ojos —Dijo esto al tiempo que rotaba los ojos y los hacía chisporrotear en violeta con magia. De pronto sentía una inmensa tranquilidad y despreocupación y solo podía mirar aquella pícara sonrisa.

—Oh, mira, sé que esto te gustará. Lo he traído de mi viaje a Ignis —El líder hurgó en uno de sus bolsillos y sacó de él una piedra roja y caliente con una afortunada forma similar a la de una pequeña cabeza de dragón. Sosteniéndola con dos dedos, la situó entre su cara y la de ella esperando a que la cogiese. Recordaba el afán de la chica por los tesoros y al verla había pensado que le haría gracia. —Claro que solo es una piedra cualquiera, puedes tirarla si no la quieres —Indicó con tono divertido.