Baños de las chicas

He pasado una tarde más ajetreada de lo que tenía planeado. Ya no hay nada que hacer al respecto. Después de estar en el bosque con Vilo desde después de comer, lo he dejado allí. Diría que fui yo la que lo animó a quedarse allí hoy, pero ni siquiera es cierto. Él mismo se despide tan feliz y se marcha cada vez. Creo que no tardaré mucho en tener que decir definitivamente que ese es su lugar ahora. No puedo evitar que me dé algo de pena, pero sé que es lo mejor para él y no pienso cambiarlo.

Hoy en concreto, además, me conviene. Tengo planes que no lo incluyen, después de todo. Me ha costado acordarme del día, pero lo he hecho. Lo prometí y aquí estoy. Y tampoco tenía muy claro qué hacer con esa información, pero al final he tomado una decisión. No creo que nadie vaya a reprochármelo, desde luego.

Dejo la bañera llenándose mientras me desnudo. Me contemplo en el espejo. Me examino con cuidado y me planteo recogerme el pelo, pero acabo por decidirme a dejarlo suelto. No pasa nada porque vuelva a lavarlo hoy.

Cuando lo considero suficiente, cierro los grifos y me meto en la bañera. Está muy caliente, pero no es algo que me moleste. Me preocupo de empapar todo el cuerpo, desde los pies al cuero cabelludo, y procedo entonces a tomar una crema, escogida con mucho cuidado. Me la aplico en toda la piel y lo dejo actuar un par de minutos. Es entonces cuando cojo la espátula exfoliante y me la aplico a conciencia. Es algo que una debe hacer cada cierto tiempo, y hoy no es peor día que ninguno.

Una vez he terminado, procedo a enjabonarme. Utilizo un jabón suave, uno que no me haga daño en la piel nueva, y me enjabono con cuidado, con una esponja bien blanda. También me enjabono el pelo con bastante esmero, masajeándome el cuero cabelludo y asegurándome de deshacer nudos en el proceso. Abro entonces el tapón y dejo correr el agua para renovarla mientras termino. Una vez me he aclarado, salgo de la bañera y me escurro la melena antes de envolvérmela en una toalla.

Me seco bien, tanto la piel como el pelo, y me miro de nuevo al espejo. Hay, por supuesto, imperfecciones. Es inevitable, y no pienso ocultarlo. Prefiero que sea así. Limpieza no implica aspecto antinatural, lo cual agradezco. Eso no quiere decir, por supuesto, que no me aplique una crema tanto en el cuerpo como en el pelo. La del cuerpo alivia los roces del cambio de piel, mientras que la del pelo ayuda a terminar de desenredar. Esto último no es algo que necesite demasiado con un pelo tan lacio, pero siempre he pensado que no está de más.

Dudo un momento antes de incluir a toda la preparación unas gotas de perfume, uno muy suave que pueda llegar a pasar desapercibido. No soy amiga de cubrirme de olores que no me son propios. Por último, antes de vestirme, saco de un bolsillo de la ropa que aún no me he puesto una botellita diminuta, y la contemplo, pensativa. No tengo muy claro cómo aplicarla. Solo una gota debería ser suficiente. Desde luego, no voy a arriesgarme a más.

Tras pensarlo un momento, decido aplicarla directamente entre las piernas. Eso lo hace, en principio, sutil, aunque llegado el momento será más evidente. Espero, de todas formas, que su aplicación tenga efecto en mí como conjunto, o el resultado será burdo hasta rozar lo desagradable.

Por último, guardo de nuevo mi pequeñísimo frasco y procedo a vestirme. La ropa es la habitual, por supuesto: camisa y pantalones ajustados. Me he preocupado de escoger piezas más bien nuevas, pero tampoco tengo intención de disfrazarme. Creo que le estoy poniendo bastante empeño, en realidad. Debería ser suficiente.

Me contemplo un momento más, dudando de nuevo acerca del pelo. Acabo, pese a todo, por dejarlo suelto.

Una vez lista, recojo la ropa sucia y el regalo, que he llevado conmigo desde esta mañana, y salgo del baño. Ya pasa de la hora; puede, incluso, que esté ya esperándome.

*Se va*

Entré en el baño con la intención de asearme. Había madrugado aquella mañana para contemplar la belleza de la naturaleza que nunca llegaba a entender, pero que sabía ue estaba ahí. El ambiente en el baño era distinto que al resto del palacio; muy incómodo a mi parecer. Todo llen de humedad, espejos, casi siempre vacío a pesar de ser gigantesco. Hacía sentir a una aún más pequeña de lo que era.

No me gustaba mirarme en los espejos; de hecho, en mi casa no tenía ninguno, pero en Brontë era difícil no hacerlo, ya que estaba rodeada de ellos. Comencé a llenar una bañera con agua caliente, mientras me quitaba el yukata tapándome con una toalla encima. Tenía jabón y otra toalla para el pelo, que recogería antes de meterme en la bañera.

Empecé por el pie derecho, sin importarme cómo de caliente o fría estuviese; no tenía derecho a quejarme de los bienes que me daban otros, siempre se lo decía a mi hija. Admitía tener una debilidad por las aguas termales y baños calientes, en mi pueblo lo hacíamos como purificación del alma, para que la oscuridad no nos invadiese.

Después de pasar diez minutos en silencio dentro del agua caliente, me levanté de la bañera, aún con la toalla puesta. Mi cuerpo parecía estar levitando, como si yo fuera un fantasma. Empecé a enjabonarme el cuerpo, con cuidado de romper el aura de tranquilidad que el baño había conseguido crear. Una vez hube acabado, me metí una segunda vez dentro de la bañera, ayudándome esta vez de las manos para aclararme bien.

Salí de la bañera, esta vez definitivamente, y me sequé para ponerme otro yukata que había traído, de color blanco completamente -casi se fundía con mi piel-. Recogí todas mis cosas.

*Se va*

Llegué a los baños con una muda nueva que había cogido de paso y con dos toallas. Ya no estaba cansada, pero sí necesitaba aquella ducha. Cada vez que entrenaba una ducha con agua fresca era necesaria para sentirme revitalizada, y eso quería conseguir.

Me quité la ropa con cuidado, dejándola apartada en una esquina -ya la echaría para lavar después-. Abrí el grifo del agua y dejé que cayese un poco para que se calentase -era cierto que quería agua fresca, pero no helada-. Empezó a surgir vapor del agua y entonces cerré un poco el grifo del agua caliente y abrí más el del agua fría. La primera impresión al meterme debajo del chorro de agua en aquellas circunstacias siempre era desagradable, pero en poco segundos mi cuerpo ya me lo empezaba a agradecer.

Me enjaboné en cuerpo con cuidado y después usé una esponja para no dejar ningún imperfecto o piel muerta. Me froté bien el pelo con champú, y con mucho cuidado también; dejaba un olor de jazmín muy agradable. Finalmente aclaré todo el cuerpo y la cabeza y eché mano de una de las toallas que había cogido para ponermela en el pelo, y la segunda para ponérmela al rededor del cuerpo.

Me acerqué al espejo, donde en frente tenía dos botes, uno de terracta y otro de crema regeneradora. Ya me había echado terracota por la mañana así que no haría falta -los excesos siempre eran malos cuando se trataba de productos de belleza-, así que me puse una capa muy finita de crema regeneradora, casi nada, para notar la piel más suave y tersa -si es que era posible, claro-.

Esperé unos cinco minutos y entonces volví a la ducha para que nadie me viera, me quité las toallas de encima y me vestí con la muda nueva. Sencillamente me encataba, era un vestido de color blanco, suelto y de seda, y con un cinturón de color azul claro. Me sequé un poco más el pelo y me puse las sandalias.

*Se va con todo entre los brazos*

Cuando Ben abrió la puerta del baño se encontró con un vaho espeso que llenaba el aire junto con el olor a flores. No pudo sino sonreír. No era, entonces, la única que opinaba que, a aquellas horas del día, un baño sentaría de maravilla. En aquel caso, se trataba de Anna, la chica costurera. No era mala compañía para un baño relajante.

-Anda, pero si es mi amiga -comentó animadamente, antes de proceder a quitarse la ropa un poco de cualquier manera-. Bueno, mi amiga, mi compañera, mi... ¿empleada? No, no, empleada no, eso suena muy... ¿Cómo lo dirías? El caso: si es que vales para todo.

En un momento había dejado un montón de trapos en el suelo y se dirigía sin pudor a la bañera, en la que se metió con un suspiro. Estiró las membranas, disfrutando del calorcito. Aquel lugar era una bendición. Abrió entonces los ojos, ladeando la cabeza.

-Me haces hueco, ¿no? -preguntó, pese a que ya era un poco tarde.

Ben chasqueó la lengua, algo fastidiada por el resultado de su intervención. Trató de pensar en una forma de arreglarlo, pero no acababa de encontrar una convincente.

-No, mujer, no te apures, que no sea por importancia -respondió al fin, arreglándolo a su manera-. Con lo maja que eres, del revés, del derecho y hasta haciendo el pino.

Ben no había visto demasiadas bañeras en su vida, pero sí las suficientes como para saber que la chica tenía razón. Se escurrió bañera abajo para mojarse el pelo, encantada con la temperatura, con el agua, con el lujo en general. Miró de nuevo a su compañera, ampliando la sonrisa.

-Tan maravilloso como la persona que lo hizo -respondió, de buen humor-. Y bueno, he estado trabajando, ya sabes. Lo de siempre. Una es una chica ocupada. ¿Qué tal te va a ti?

Ben no pudo evitar un agradable cosquilleo al oír el cumplido, pese a que, como su compañera decía, no era la primera vez que lo recibía. Se acomodó en la bañera, como si tratara de acomodar el cumplido en sí mismo, y de hecho, no tardó en darse por satisfecha.

-Sí, hace algún tiempo -recordó con una sonrisa-. Sienta bien. Cualquier lugar es mejor con buen rollo, ¿ah?

Ben asintió, comprensiva.

-Yo estoy en ello ahora -explicó-. He conseguido ya permiso para una, pero aún no estamos en marcha. Espero que no tarde mucho la cosa. No quiero oxidarme.

Ladeó la cabeza, entretenida.

-¿De color o de avance? -bromeó-. ¿Cómo es?

Ben arrugó un momento la nariz, y acabó por esbozar una mueca burlona. Se encogió de hombros, entretenida.

-Bueno, un poquito de luz no hace daño. La cosa es que no sea demasiado, pero... -respondió, quitándole importancia. Como era una hija del mundo entero, la luz no le molestaba tanto. Lo había notado, sobre todo, al estar con Fif, que parecía no soportarlo.

Se dio cuenta entonces de que la chica se estaba enjabonando. Claro. Jabón. Todo el que quisiera. Tenía tantos lujos que hasta se olvidaba de ellos. Acabó por tomar un bote al azar y se echó una buena cantidad en la mano. El jabón era muy curioso, o eso le parecía a Ben, y no podía evitar tener ganas de jugar con él.

-Parece que a Lumen -contesto, contenta-. Verás qué bien me viene la gorra.

Procedió a frotarse con fuerza el pelo. Quizás con más fuerza de la necesaria. Había decidido dejárselo algo largo, y aunque le gustaba, sabía que eso quería decir más nudos y enredos. Y que tenía que cuidarlo, claro. Tener pelo para tratarlo mal era una estupidez. Para eso había tijeras y navajas, precisamente.

-Suena bien -comentó, aunque no visualizaba mucho lo que ella le decía-. Cuando avance, déjame echar un ojo. No es que sea yo una experta, pero esas cosas molan mucho.

Ben acabó por tomar una esponja para continuar el trabajo, sencillamente porque le parecía extraño y gracioso. La empapó de jabón y comenzó a frotarse con fuerza, sin importarle que la piel se le acabase enrojeciendo. En un momento dado, las escamas del brazo se rompieron, y no pudo evitar una sonrisa satisfecha. Ya iba tocándole una muda. Continuó frotando con fuerza, dispuesta a acabar aquel trabajo.

-Ah, no es indiscreta -respondió, despreocupada-. Sí soy de aquí. Bueno, no aquí aquí, pero... de Fulmen. De caeruleus tengo poco, creo yo. Y tampoco había salido hasta que empecé a trabajar aquí, no te creas. Aunque ahora ya he estado en Humus, en Ignis... Y pronto iré a Lumen, claro. Va habiendo ganas. Pero de hecho en Caligo no he estado nunca.

En lo que frotaba y soltaba la capa de escamas, Ben pensó en la pregunta de Anna. Acabó por negar, dedicándole una sonrisa.

-Más bien... me gustan las personas que fabrican cosas -respondió al final-. Y las cosas que fabrican. Me parece un flipe.

Ben se encogió de hombros. La verdad, nunca había tenido mucho interés en Caligo. No solía pararse a pensar en lo que podía suponer ir allí, ni había hecho intentos por conseguirlo. Le resultaba ajeno, como un cuento. Aunque, por supuesto, si se daba la ocasión no rechazaría un viaje.

-Bueno, yo estoy acostumbrada a moverme de día como de noche -explicó, sin dejar de frotar-. Supongo que me vale todo.

Ben, de hecho, consideraba que ella fabricaba música, pero de todas formas, le sorprendió que la chica lo expresara así. Sonrió, satisfecha.

-Pues cuando tú coses, igual -remató.

Alzó las cejas, sorprendida, ante la propuesta de la chrysos. No tardaba en sonreír de nuevo, estirarse y darle la espalda, con gestos perezosos.

-Uy, sí... -aceptó, con voz remolona-. Pero trátame con cariño, ¿eh?

Ben lo pensó un momento, pero acabó por encogerse de hombros.

-La verdad es que no lo sé -respondió-. Siempre ha sido así, y es difícil notarlo. A la gente lo le hacía gracia cuando merodeaba de noche. Son un poco tiquismiquis, ya sabes. La noche es para los secretos.

Ben ladeó la cabeza, mirándola con curiosidad. Bueno, todo dependía de lo que costase el vestido. Y de cómo fuese. Sonrió.

-Seguro que tus clientes disfrutan en invierno con lo que haces -apuntó-. Quizás no todo el mundo vaya a desvivirse por un vestido, pero más de uno cambiaría un día sin pan por una capa o una manta. El pan se acaba, la ropa... Bueno, también, pero no tan deprisa.

Ben se dio la vuelta y se dejó frotar. Era cierto lo que decía. En su experiencia, Ben había catado pocas veces el jabón, y cuando lo hacía, solía ser a costa de, prácticamente, que le arrancaran la piel y el pelo. Cuando era pequeña, era un proceso al que la sometían para evitar que lo llenara todo de pulgas y piojos, pero solo cuando las pulgas y los piojos llegaban a alguna otra persona.

-¿También te dedicas a lavar espaldas? -preguntó, divertida, mientras continuaba arrancando la muda de escamas.

Ben la miró con inocente curiosidad y una sonrisa en los labios. No parecía en absoluto afectada por lo que ella le había dicho.

-Bueno, diría que he ido bastante a mejor últimamente -admitió sin problemas-. ¿Es lo que parece? ¿Qué te hace pensarlo?

Le daban ganas de encogerse y cerrar los ojos de lo agradable que le resultaba aquello. Sin embargo, continuó con su propia tarea. Le gustaba arrancar trozos grandes de la muda, pero acababan por romperse. Además, el agua los reblandecía, con lo que se hacían más delicados.

-Supongo que no -coincidió-. Puedo hacerlo yo también, si eso. Aunque no lo he hecho nunca, creo.

A Ben le resultaba raro oírla hablar así de ella. No estaba muy segura de entender bien a qué se refería. Para Ben, la infelicidad no estaba ligada en absoluto a la pobreza, pero ella parecía creer que así era. Personalmente, pensaba que había pasado por dificultades, pero no que eso la pusiera triste. Por lo que había tenido ocasión de comprobar, por absurdo que pudiera parecer, eran los que tenían o habían tenido poder o dinero los que siempre ponían caras largas y se lamentaban de sus vidas. Y, muchas veces, los más ingratos, aunque eso era más comprensible. Ben opinaba que quien no tenía nada que perder no tenía motivos para pasar un mal rato.

-De hecho, la gorra es un regalo especial. Ahí te has colado -sonrió, entretenida-. En realidad, no creo que valore mucho las cosas. Es más bien como si las valorase de forma diferente. Hay mucha gente que estaría horrorizada si un día no le pusieran el plato delante, mientras que para mí, lo que es un cambio es que me lo pongan. No me molesta si no lo hay, pero lo aprecio si lo hay. Para muchos es al revés: tienen algo, y dejar de tenerlo es una tragedia -. Negó con suavidad, pensativa-. Los que son como yo no son así. Sabemos que cerrarse y mostrarse descontento es lo mismo que suicidarse. Y si te quieres suicidar, hay formas mucho más rápidas y fáciles. Para sobrevivir compensa más tener una buena sonrisa -. Le dedicó una mirada pícara-. Aunque aprender a dar lástima puede sacarte de más de un aprieto. Pero normalmente es solo el cuento. Es para que otros te vean como iguales. Si no, sería imposible.

Se dejó hacer, encantada, sin ninguna prisa por terminar. Casi podía decirse, de hecho, que trataba de alargarlo, mostrando gestos perezosos. Aunque, por supuesto, al final tuvo que admitir que había sido suficiente. Dejó entonces otra tira de piel y la miró.

-Eso es poco común -apuntó, aun aceptando lo que ella decía-. Me hace gracia probar. Pero antes, voy a abusar un poco de tu desinterés. Ya lo has dicho: yo no llego. Levántame un poco las escamas por ahí atrás. Que luego esto acaba siendo una porquería. Pica, ¿sabes?

Ben abrió mucho los ojos, alzando bien las cejas, mirándola de pronto con una cierta seriedad. Asintió, enfatizando el gesto.

-¡Y me preocupaba! -confirmó.

Ben tuvo que ofrecer más resistencia con el cuerpo cuando ella comenzó a frotar más fuerte. Pero, de hecho, no llegaba a ser desagradable. Aliviaba, en cierto modo.

-No sé cómo es con los flamma. Supongo que un poco más como Mithos manda -respondió, buscando restos de piel muerta que arrancar por delante-. Yo me la quito cada bastante, pero no es una piel muy fuerte. La mayoría de las veces se caen trozos muy pequeños por su cuenta, como os pasa a vosotros. Pero bueno, alguna vez hay que hacer limpieza.

Ben se palpó los hombros, buscando en vano.

-Bueno, no veo, pero lo parece -concluyo con voz alegre-. Oye, esto es un gustazo, tengo que bañarme más veces contigo, ¿eh?

Pero, pese a la pereza que le daba, el trabajo terminó por estar finalizado. Ben buscó a su alrededor y agarró otra esponja, mostrándosela con gesto triunfal. Abrió la boca, como si fuera a decir algo, pero entonces su expresión cambió.

-¡Ah, el jabón! -recordó, alcanzándolo y vertiéndolo sobre la esponja.

Al apretarla, hacía un extraño sonido y la espuma salía. Ben la miraba con la misma pasión que un niño de cinco años. Al final, sin embargo, se recompuso.

-Me toca -decidió.