Baños de las chicas

Tengo un nudo en la garganta a causa de la contención, pero todavía consigo mantener mi entereza. Estoy acostumbrada. A lo largo de toda mi vida he usado a muchas personas para satisfacer mis necesidades fisiológicas, y en esos casos no solía ser necesario mostrar mi placer como ellos hacían, ya que una herramienta no necesita sentir eso. De ese modo, me acostumbré a la discreción, a la contención de los gemidos para que el otro no se de cuenta de lo que siento más de lo justo. Siento que eso me aporta más poder, aunque en este caso sigo siendo la que está sometida. Pero si busca un grito de placer, como otras muchas escandalosas mujeres sienten o fingen, no ha elegido a la persona adecuada.

Aprieto la mandíbula al sentir su boca, su lengua, en mi pecho. Mi espalda se arquea un instante hacia delante, contrayéndose, pero enseguida recobra su posición. Es jodidamente triste lo que hace a las personas llevar tiempo sin sexo, volviéndolas tan sensibles y vulnerables a cualquier placer...
La izquierda, aferrando su cabello, tira de él. La derecha ya deja ir las uñas un poco más, hundiéndolas en su piel sin seccionarla. Recorre su espalda con lentitud, repasando su figura, dejando un rastro blanco a su paso debido a la presión.

Lo más tentador es su muslo, situado de forma que cualquier roce incite a buscar placer, pero no pienso restregarme contra ella. Es cierto que estoy descubriendo lo mucho que necesitaba sentir según qué cosas, pero sigo oponiéndome a ese nivel de sumisión. Aunque no puedo evitar apretar ligeramente las piernas, apenas un instante, oprimiendo las suyas por un momento, como tratando de retenerlas en el lugar.
Por otro lado, la mano que se halla en mi vientre, como un presagio, me indica enseguida que mi cuerpo lleva mucho tiempo esperando a una situación así,  preparado y dispuesto. El calor en mi vientre, dentro del mismo, aumenta.

Preferiría que ella fuese un hombre para poder proceder yo. Me siento algo incómoda en esta posición, aunque ella no me ofrece opción a mucho más. Al menos, mientras me deje llevar y no domine no sentiré tanto que yo he provocado todo esto.

FdR-Cutrepost. Sigilosa incluso en estas cosas.

Fera continúa con gestos ondulantes, saboreando a la chica, atrayéndola contra sí y disfrutando con sus gestos de placer contenido. Por algún motivo, le gusta su terquedad, su resistencia a mostrar abiertamente lo que está sintiendo. Aunque, por otra parte, comprende a la perfección ese comportamiento.

No le pasa desapercibido ningún gesto. Ni su espalda, arqueándose contra su voluntad, ni sus dedos, clavándose en su espalda, ni mucho menos sus piernas, tratando de atraerla, a las que corresponde empujando la cadera que sostiene contra el muslo.

La mano del vientre sube de nuevo al pecho, acariciando su base, antes de bajar de nuevo hacia el vientre, acariciándolo. Baja del ombligo hasta el monte de Venus y lo mesa suavemente bajo el agua. Por último, la mano se dirige a la cadera libre y, sujetando ambas, toma a Alehyss y la alza sin demasiado esfuerzo, sentándola en el borde de la bañera. Ella, de rodillas, se yergue al tiempo para no tener que abandonar el pecho.

Alza un momento la vista para mirarla. Las manos abandonan las caderas. La derecha sube, acariciando el costado hasta dar con el pecho libre; la izquierda, por su parte, se introduce entre las piernas, explorando el lugar. Hay restos de lubricación, pero el agua se ha llevado la mayor parte del flujo.

Emplea, pues, la mano con habilidad, acariciando al principio con lentitud, explorando los pliegues, como sin decidirse sobre dónde situarse. Poco a poco va aumentando el ritmo, y la mano derecha y la boca, en ambos pechos, lo siguen.

Durante un instante me siento desequilibrada, al verme sentada en una superficie mucho más estrecha y sin apoyo para la espalda, notando la piel mojada resbalar sobre el borde de la bañera, pero su cuerpo acompañando al mío me facilita un lugar al que agarrarme. Solo con mantener mi mano en su cabeza consigo mantenerme firme y segura.

Mi mirada se cruza con la de Fera un instante, recordándome de quién se trata. Se la sostengo, tirando algo más de su cabello, curvando apenas la comisura izquierda al hacerlo, reconociendo en mí cierto rastro de la arrogancia que parecía haber perdido. Es entonces cuando su diestra sube, acomodándose en el pecho libre, y la izquierda baja, al fin, obligándome a dejar ir el aire por la boca esta vez, en forma de exhalación muda. Enarco entonces una ceja y la miro desde arriba, esbozando un amago de sonrisa divertida.

-¿Zurda? -inquiero, alzando ambas cejas un instante, haciéndolas volver enseguida a la posición original.

Entrecierro los ojos, algo más relajada, al sentirla moverse. Incluso me permito dejar ir algún jadeo. Contener la respiración o los gestos involuntarios del cuerpo, por desgracia, suele hacer que el placer mengüe, y a estas alturas no me interesa.
Ambas manos suben a sus hombros, acomodándose junto a su cuello y arañando de vez en cuando, sin violencia, la parte de la espalda correspondiente a los hombros. La derecha, en algún momento, abandona su puesto y desciende por su clavícula, reconociéndola, llegando hasta el pecho, hasta el esternón, repasándolo, sin atreverse en ningún momento con las partes más voluminosas. Tocar tetas no es algo a lo que sea muy aficionada.

Estoy, literalmente, en sus manos. Por suerte, no creo que sea una mujer que acostumbre a decepcionar.

FdR- De perdidos, al río. Aunque muy heterosexualmente.

En el momento en que nota el tirón en el pelo y ve su sonrisa de suficiencia, corresponde con una propia. Dejándose llevar por el tirón, abandona un momento el pecho y, al tiempo, ejerce mayor presión abajo, acelerando de golpe el ritmo durante un instante para provocarle una oleada más intensa de placer. Si quiere jugar, debe saber que está jugando a su juego.

A la pregunta de la chica, responde con una suave risa.

-En esta situación, ambidiestra, cielo -responde con picardía, sin abandonar su habitual tono meloso.

Tras el breve intercambio, y al ver que la morena vuelve a concentrarse en sus sentidos, retoma su actividad. La boca vuelve a apoderarse del pezón, mientras las manos continúan con su pequeño juego. La izquierda empieza a notar que la humedad de la zona ha cambiado, volviéndose más resbaladiza y cálida. Cierra un momento los ojos. La chica puede fingir lo que quiera; su cuerpo la delata.

Finalmente, la boca abandona el pezón, comenzando un lento descenso. Recorre la base de ambos pechos, abarca el vientre y se detiene un momento en el ombligo. Al llegar la boca al monte de Venus, la mano derecha baja del pecho al mismo lugar y Fera alza la vista de nuevo. Esta vez, su mirada tiene un brillo que podría calificarse de amenazador.

Las dos manos, con firmeza y rapidez, aunque sin brusquedad, apartan las piernas a los lados, abriendo espacio. Fera se decanta por el muslo izquierdo y, apartando la vista del rostro de la chica, lleva allí su boca, recorriéndolo hacia dentro. Hace amago de ir a dirigirse a su objetivo, lo huele, expulsa su aliento sobre él, pero finalmente lo pasa por alto y se dirige al otro muslo, repitiendo el proceso. Por último, echa una última mirada hacia arriba y, lentamente, comienza a lamerla.

FdR.: Rol pausado

Tras la breve intervención, Fera vuelve a lo que hacía. La lubricación ha aumentado, dejando a mi cuerpo preparado para la recepción de algo que me temo que hoy no llegará.
Cuando ella comienza su descenso noto que la piel comienza a erizarse lentamente, sumando el frío causado por el choque del aire con la piel mojada por el baño a la sensibilidad de esta. También mi frecuencia respiratoria ha cambiado, convirtiéndose en cortas y frecuentes respiraciones controladas.

Sostengo un instante su mirada, pero pronto pasa a abrir mis piernas. No opongo resistencia. Cierro los ojos mientras recorre mi muslo izquierdo, sintiendo la necesidad de avanzar ligeramente mi pelvis, pero evitándola. Muchos de los hombres no se detenían tanto, y eso podía ser una ventaja cuando no eran nada del otro mundo o no tenías mucho tiempo, pero lo cierto es que muchas veces resultaba de lo más decepcionante. Por otro lado, haciendo una media de lo que había vivido, por lo general en todo lo relacionado con las lengua solían ganar las mujeres, por lo que quizás no haber permitido llegar a ese lugar a ciertos hombres con sus sucias bocas había sido una decisión acertada.

Cambia de muslo para presionarme más, para hacer sufrir. Está bien. Es excitante. Sentir que de pronto lo que te va a provocar placer se aleja para aproximarse de nuevo... Mientras no se haga en exceso, hartando al cuerpo, intensifica las sensaciones.
Contengo a mis piernas, que se van tensando lentamente para atrapar su cabeza, dejándola avanzar por la sensible piel del muslo, inclinándome levemente hacia atrás, elevando el pecho al arquear la espalda, como preparación para lo que espero que venga.
Realizo una profunda respiración con la nariz, conteniendo el aire en mis pulmones. Al roce de su lengua lo dejo salir, por la boca, llevándose un pequeño rastro de voz al salir de mi garganta. Poco a poco mi respiración se va acelerándose, volviéndose algo más sonora, dejando ir algún suave jadeo. Mis manos se asientan a los lados de mi cuerpo, sosteniéndolo para evitar la caída por falta de pared y también dándome la oportunidad de aferrarme a algo en caso de necesidad.

Mi cuerpo necesitaba algo así... Y si no exactamente así, similar... El cálido placer sube en oleadas. Siento a través de la piel la seguridad de su lengua, humedecida por parte de ambas. Ahora es cuando tengo que mostrarme contenida, y no ansiosa por alcanzar algo que hace mucho que no obtengo.

La lengua la recorre al principio lentamente, como explorando lo que antes exploraba la mano. No busca un contacto demasiado directo, sino que se entretiene en saborear los pliegues, ejerciendo más o menos presión según dónde actúe.

Finalmente, acomodándose a lo que el cuerpo de Alehyss, pese a estar contenido, transmite, comienza un recorrido de abajo arriba, aprovechando la superficie de la lengua. Al principio los recorridos son lentos y cuidados; con el paso del tiempo, y según se acelera la respiración de la chica, el ritmo va en aumento, volviéndose el contacto más directo.

En la base del recorrido, la saliva se mezcla con el flujo. Atraída por esto, Fera aumenta la superficie recorrida, abarcando más de la chica y centrándose cada vez más abajo, hasta llegar la introducir su lengua en ella. Sus movimientos son seguros, precisos, casi como si ya conociera el cuerpo de la chica.

Una vez satisfecha con esto, sale de ella y sube de nuevo, retomando su recorrido, ahora de forma más directa. La mano izquierda, apoyada hasta entonces en el muslo de Alehyss, se escurre entonces entre sus piernas. El lugar que antes ocupaba la lengua lo ocupa ahora un único dedo, que se introduce con decisión, pegándose a la pared posterior, en busca de un punto concreto. Sabe que, tal y como está ella, podría introducir más, pero no tiene prisa.

Al tiempo que la recorre con la lengua, la explora por dentro, palpando sus formas y explorando el espacio, que nota crecer. Pese a ello, sí retira algo el dedo en sus movimientos, y en una ocasión en que vuelve a introducirlo, un segundo dedo lo acompaña. Comienza entonces un juego de variantes, focalizando ambos dedos o aprovechando la pluralidad, buscando hacer revelar a la chica qué la hace disfrutar más.

Un tercer dedo se introduce sin esfuerzo, acompañando y complementando a los otros. El ritmo va aumentando, y la lengua, ahora en un contacto plenamente directo, actúa desde fuera, coordinada tanto con el cuerpo de Alehyss como con la mano de Fera.

La lentitud inicial es agobiante, pues llegada a este punto no es eso lo que quiero, pero al mismo tiempo resulta placentera de una forma distinta, preparando poco a poco a mi cuerpo para soportar más, incrementando de forma creciente el placer debido a la mayor irrigación sanguínea.
Mi respiración continúa aumentando, buscando preciado oxígeno en cada exhalación, y ayudándome a relajarme, a alcanzar un mayor placer, recordando poco a poco cómo siente el cuerpo cada uno de los diferentes gestos del otro, preguntándome en algún momento por qué había abandonado esta práctica.

Primero noto su lengua en mi interior, estremeciéndome apenas un instante. Hace lo que le place conmigo, como desde su llegada a los baños, pero ahora ya no pienso en estar o no estar en contra de ello.
Mi vientre se contrae a ratos, pretendiendo hacer fuerza para arquear mi espalda y acomodar mi cuerpo a los estímulos que recibo, pero estando sentada me resulta mucho más incómodo, por lo que procuro evitar moverme según esos estímulos.

Cuando retira la lengua un dedo pasa a ocupar su lugar. Pese a que ni el grosor ni la longitud son lo acostumbrado, cuando penetra en mi interior me hace jadear. Además no tarda en hallar el punto en el que el placer se intensifica, haciendo que pronto deje de importar qué es lo que utiliza para penetrarme.
Al extraer ese dedo parte del placer desaparece, menguando también en el que me aporta con la lengua. Abro los ojos para mirarla mientras mis pulmones tratan de recuperar el ritmo normal. No tarda demasiado en volver a entrar, aunque la espera parece mayor en una situación así.

Me dejo llevar por sus dedos hábiles, independientes, que parecen saber en qué punto tocar casi mejor de lo que yo misma sabría. Quizás prefiriese un pene por costumbre, por gustos, por hábito, pero la flexibilidad que puede aportar una mano nunca podría ser alcanzada por el miembro de ningún hombre, por mucho que gran parte de ellos tomen como el mayor placer para una mujer el ser pinchada como un trozo de carne una y otra vez.
El tercero de los dedos me obliga a retener un gemido, volviéndolo apenas un quejido, audible para ella. Los dedos desde dentro, veloces y exactos, y la lengua desde fuera, ya sin dar rodeos, aplicando su habilidad en el punto más irrigado, aumentan todavía más la temperatura de mi cuerpo, la tensión de mis músculos y la irregularidad de mi respiración.
Si fuera un hombre estaría sobre ella, guiando yo mi cuerpo como desease, buscando las sensaciones que más quisiese sentir en cada momento. Si fuese Jager, ella estaría sobre mí, empotrándome contra una pared y disfrutando de la mera dominación, concentrado, sonriendo con arrogancia incluso en ese momento.

Mi cuerpo responde mejor de lo esperado a sus gestos, provocándome oleadas de placer cada vez mayores, no ocultando ya mis jadeos. Hacerlo tras una larga abstinencia genera mayores sensaciones de las que recordaba.

Mi interior se contrae de pronto, al alcanzar un máximo, apretando sus dedos en mi interior. También los míos se crispan, palideciendo al perder el riego, apretando con fuerza la bañera. Dejo ir un hondo jadeo, disfrutando enormemente de la sensación. Sin embargo, aunque todo mi cuerpo se tense durante un instante, recupera la relajación muscular, apenas un segundo después, pudiendo continuar algo más.
Una vez llegado el primero, es inevitable que el segundo no haga lo propio enseguida. La zona está suficientemente estimulada, tanto por dentro como por fuera. De nuevo, tras la bajada, noto subir el placer, llegando una vez más a la cima. En esta ocasión mi cuerpo se mantiene en ese estado durante varios segundos, oprimiendo de nuevo los dedos de la chrysos en mi interior.
La tensión cesa de pronto, comenzando entonces los jadeos, pero esta vez no de placer, sino de agotamiento, buscando recobrar el aliento. Tras tanto tiempo sin hacer algo así, dos no está mal del todo. Es más de lo que suelo obtener con hombres.
Una vez ella retira su mano de mi interior, cierro las piernas con lentitud, aún recuperando aire. La miro. ¿Buscará algo a cambio de esto? Porque no estoy segura de que mi forma de proceder en ocasiones como esta resulte tan satisfactoria como la suya.

Lentamente me dejo resbalar, entrando de nuevo en el agua un instante, limpiando así el nuevo sudor que se ha formado en mi cuerpo desde que ella me sacó de la bañera. El agua se ha enfriado bastante desde la primera vez que me sumergí, pareciéndome ahora solo templada.

Ahora mismo me siento indefensa, pero bastante satisfecha y más relajada. Aunque, seguramente, pronto comenzaré con los remordimientos.
Una pena.

Sostengo su mirada con toda la serenidad que puedo tener mientras parezco agotada y, seguramente, estoy ruborizada debido al sexo. Siento cierta expectación, aunque ya me imagino lo que tocará ahora. Las mazmorras frías me esperan, supongo.

Cuando la tensión total se apodera de Alehyss, Fera atiende, con curiosidad, al resultado. No tarda en descubrir que la chica está dispuesta a seguir, y desde luego, ella no tiene ningún inconveniente. Al cabo de un tiempo, vuelve a mostrar los mismos síntomas, y esta vez parece definitivo.

Fera disminuye el ritmo casi con pereza, hasta detenerse. Separa su rostro de ella y extrae los dedos muy despacio. Se hecha hacia atrás entonces, dejándole espacio a la chica. Totalmente tranquila y con expresión bastante satisfecha, se despereza como un gato y se acerca a los grifos. Extrae el tapón de la bañera y, pasando un momento, los abre para cambiar el agua, y aprovecha para lavarse un poco con el agua que sale directamente del grifo.

Se vuelve hacia Alehyss entonces, encontrándose con su mirada. Le dedica una amplia sonrisa. Sus ojos, sin embargo, se mantienen serios.

-Mucho mejor así, ¿eh? -comenta con voz juguetona.

Vuelve a poner el tapón y cierra los grifos, apoyándose de nuevo en la pared de la bañera, ahora algo más alejada, aunque todavía cerca de Alehyss. Toma, de nuevo, el jabón, y parece concentrarse en su higiene.

Sabe que sería absurdo continuar con el juego. Entre otras cosas, porque duda que Alehyss tenga auténtico interés, y forzarla no sería divertido. Si uno no está dispuesto a hacer algo, no va a hacerlo bien, y por tanto no vale la pena. Así pues, prefiere dejar que descanse.

Como si en ningún momento hubiese sucedido nada más allá del baño, Fera destapa la bañera y sustituye el agua que sale con agua limpia, caliente de nuevo. Sus movimientos felinos, controlados, le dan un aspecto bastante etéreo al que no termino de acostumbrarme. Cuando me mira de nuevo mi respiración ha vuelto a na normalidad casi por completo.

-Sí -respondo, serena, sosteniendo sus ojos claros con los míos.

Casi pareciendo una imitación a su persona, estiro ambos brazos hacia arriba, desperezándome con deleite, notando cómo cada hueso y músculo recupera su ubicación correcta y acomodándome de nuevo contra la pared. Suspiro con cierta satisfacción.
De hecho, sí. Mucho mejor así. Por suerte, parece no interesada en obtener nada a cambio.

Dado que ella parece dispuesta a terminar de asearse, hago lo propio, limpiando mi cabello concentrada, aunque sin poder evitar lanzar de vez en cuando miradas a la chrysos. Finalmente, tras varias dudas, me decido a hablar, con voz segura, pero tratando de no ser irrespetuosa.

-Siento curiosidad por lo que me espera -murmuro, clavando los ojos en los de Fera-. Aunque supongo que no tendré manera de saberlo hasta que suceda... ¿Cierto?

¿Me encerrarán ahí para siempre? Quizás me suelten tras conseguir algo de Jager y el resto, o cuando mueran... ¿Y luego?

Fera niega con la cabeza lentamente, sin mirarla. Parece tremendamente concentrada en extender el jabón. Cierra un momento los ojos y echa la cabeza hacia atrás, sumergiendo su melena en el agua por completo. Cuando se yergue de nuevo, toma un jabón diferente y se lo aplica al cabello. Mientras lo hace, vuelve la vista a Alehyss.

-Lo siento, tesoro, pero dudo que a tus superiores les gustase lo más mínimo que yo te diera esa información -repone, con una sonrisa casi de disculpa. Echa de nuevo la cabeza hacia atrás, aclarándose el pelo-. Aunque, si te sientes mejor al saberlo, en realidad ni siquiera yo sé mucho al respecto. He preguntado los motivos para que alguien esté encerrado en mi casa, pero no quiero entrometerme en asuntos políticos.

Al cabo de un tiempo, habiéndose ya aclarado ambas por completo, Fera le dirige una mirada inquisitiva a Alehyss, y esta acepta que ha llegado la hora de volver. Ambas salen de la bañera y toman sendas toallas. Aunque Fera le asegura que no hay ninguna prisa, no se entretienen mucho más. Una vez listas, Fera se acerca a Alehyss y apoya una mano con suavidad en su hombro, con una dulce sonrisa. Al momento, ambas desaparecen.

*Se desvanecen*

Se quedó quieto. Estático, ante las enormes puertas del baño de mujeres del palacio. Por supuesto no entró. A él le estaba prohibido. 
Se escondió detrás de una columna esperando por Massen Dew. En algún momento debería ir al baño.

Su enorme capa negra y capucha y el hecho de estar encogido, le hacían parecer mucho más tenebroso de lo que era en realidad.

El chico aguardó, como si un cazador esperase a su presa.

La verdad era que aquella bebida, pese a no haberme hecho recuperarme del todo, me había sentado la mar de bien. Ya me sentía con más fuerzas, y ya tenía aquello que (creía) Alehyss me había pedido.

Aún así, me sentía reticente a bajar. De alguna forma, seguía esperando que, por algún milagro, cuando fuera a decirle que lo sentía me contestase que no sabía de qué hablaba, que no había estado allí la noche anterior y que, de todas formas, muchas gracias por la comida. Eso sería perfecto, aunque poco probable.

Por suerte para mi egoísmo, aún tenía algo que hacer antes de bajar: darme un buen baño. Al final, con mi encuentro con Rick Dehnel y la borrachera de la noche anterior, no me había dado el baño en las termas que había planeado. Eso, sumado a una noche agitada, había dado como resultado que un baño me pareciera una bendición.

Así pues, me encaminé hacia los baños.

El chiquillo la vio venir y, cuando esta estaba cerca del umbral de la enorme puerta, este salió como un rayo de detrás de esta para invocar un pervatia horizontal el la pared y subir hasta él, quedando a por lo menos dos metros por encima de la adolescente.

-Nagore Brumm. Sobrina de Nagorr Brumm.- suspiró.- Massen Dew...- La capa negra le daba un aspecto horriblemente tétrico ya que nada podía ser vislumbrado debajo de esta. Además, la altura a la que se encontraba era demasiada como para siquiera casi ser visto.

-No va a regresar.- Dijo amenazante.- Olvídate de esa... mujer.

Un enorme muro de piedra se alzó de pronto frente a mí, obligándome a detener el paso, aunque estaba aún demasiado aturdida como para reaccionar como en una situación normal. Lo miré.

Habló. Parpadeé un par de veces, tratando de asumir lo que decía, aunque tardé un momento más de lo normal en asimilarlo.

No tuve una reacción demasiado exaltada. Por el contrario, me estremecí, quieta donde estaba, sintiendo un nudo en el estómago.

-¿Por qué? -musité, con un deje de amenaza en la voz.

-Me la llevaré- dijo sin más.
-Tranquila. No le pasará nada.- aclaró. - Tengo un recado para tí de ella. Ese monstruo me ha dicho que se lo ha pasado muy bien contigo y que has sido su mejor amiga y blablabla... sandeces...- musitó. - Y que te quiere mucho y esas cosas. Cosas de chicas. Idioteces. - Aclaró, sonriendo bajo su capa.

El pequeño chiquillo bajó de un salto y cayó al suelo hecho un gurruño en la capa. Rápidamente hincó una rodilla en el suelo y alzó ligeramente la cabeza.- Se está curando...- dijo aún más bajo.- No temas... estará bien.

Entonces se levantó y se encogió de hombros.- Dudo que vuelvas a verla nunca más.- Dijo sin interés.- "Ese ser desequilibrado y antinatural no debe ver la luz más"- dijo con retintín, como si imitase a alguien.

Me estremecí. Casi no me di cuenta, pero el caso es que se me habían empezado a caer las lágrimas. Bajé la vista al suelo. ¿Así, sin más? Ni siquiera sabía muy bien cómo reaccionar. Ni dónde estaba Nagore, ni quién me hablaba, ni nada.

-Cuídala -pedí, pues, alzando la vista de nuevo-. Dile que yo también la quiero. Dile que, aunque tú lo niegues, estaré esperando siempre para volver a verla.

Tragué saliva y, con una mano, me aparté, más que limpié, las lágrimas. Fruncí el ceño.

-Y sabe que buscaré al señor Brumm -añadí-. Y que hablaré con él. Y que, si existe la más mínima posibilidad de contactar con Nagore, la encontraré.

No podía hacer nada porque ni siquiera ella me había dicho nada, pero tampoco pensaba quedarme de brazos cruzados.

El joven rompió a reír con hipocresía. Su voz era de una neutralidad tonal increíble. -Nagorr... ese viejo subnormal no sabría reconocerla ni aunque estuviera delante de ella...
Se acercó un poco y ocultó su cara más si cabe. -Nagorr Brumm ni siquiera sabe que tiene una sobrina... No sabe que Nagore existe. ¿Frustrante para ella, verdad? No tanto como para mí -dijo en un susurro. No quería terceros oyentes.

-Me largo, niña -dijo dando un salto hasta la ventana más cercana.- No quiero verte más. Ni a ti ni a nadie.

Entonces saltó por la ventana, dejando, únicamente, un recuerdo para la piscis en el alfeizar: un mechón de pelo del rosa más intenso rodeado de un lazo, si cabe, aún más rosa, acompañado de un par de gotas redondeadas que mojaban la piedra.

*Se va, abandonando el Palacio*

No volví a responder a nada de lo que decía. Seguían cayéndoseme las lágrimas, pero permanecí quieta, en silencio, sin impedirle seguir hablando ni marcharse.

Lo vi salir por la ventana, y ni siquiera se me ocurrió preguntarme si llegaría sano al suelo saltando desde tan alto. ¿Importaba, acaso?

Sí me llamó la atención lo que dejaba atrás. A través de mi vista emborronada por las lágrimas, distinguí algo de un rosa tan fuerte que su origen era evidente. Con una mano temblorosa, tomé el suavísimo mechón de pelo y, entre sollozos silenciosos, me lo llevé a los labios.

Adiós, Nagore.

Al cabo de un tiempo, reaccioné por fin, dejando casi de llorar. Di media vuelta, caminando hacia la entrada del baño, que había quedado por fin libre, mientras guardaba cuidadosamente el mechón de pelo en un bolsillo.

Arrastrando los pies, entré en el baño. Dejé a un lado la caja de comida y mi ropa, doblada con un cuidado que nunca antes había tenido. Luego, lentamente, me acerqué a la bañera, la llené y me metí en el agua.

Acurrucada en el agua caliente, cerré los ojos y lloré en silencio.

*Se queda*

Al cabo de un rato que no hubiera podido determinar, abrí los ojos. El agua se había puesto fría, y se me habían arrugado hasta las membranas. Con las piernas medio dormidas por la posición estática, me levanté lentamente y tomé un jabón. Tras lavarme a conciencia, salí de la bañera y tomé una toalla.

Me miré al espejo. Al final, no tenía mucho mejor aspecto que antes de entrar. Era diferente, pero no mejor. Suspiré. Qué más daba. Comencé a frotarme, secándome, y caminé hacia mi ropa para vestirme.

Cuando tomé la caja, me sorprendió que aún conservara un mínimo de calor, pero lo cierto era que estaba cálida. Me pregunté si estaría diseñada especialmente para esto.

Cuando estuve lista, me marché. Ya había retrasado demasiado mi encuentro con Alehyss.

*Se va*

Tras una ducha rápida, todavía con el pelo chorreando y la ropa pegada a la piel húmeda, me siento en un retrete a mear. Joder, me moría de ganas... Admito que no tengo ningún reparo en hacerlo en la calle si me cuadra, pero ya que estoy aquí... ¡Y seguro que muchas guarras no esperan a salir de la bañera para hacerlo! Así olían algunos sitios en los que estuve... Aunque admito que estos baños no huelen demasiado mal. Supongo que aquí la gente come de forma equilibrada, y entonces lo que echa fuera no huele como si lo que cagasen ya hubiese sido mierda la primera vez que se ingirió...

Tras terminar, me limpio, que hay que ser higiénica, y me voy, dejando un rastro de agua allá donde paso, con el pelo mojándome toda la ropa.
Si mi madre me viese me mataba... ¡JA!

*se va*

Entro en el baño con paso resuelto, dejando la ropa limpia y la toalla a un lado. Desnudándome en apenas un instante, me meto en una de las duchas y me lavo sin demasiado cuidado, con prisa. Me encuentro frustrada, impaciente, expectante... Es desagradable.

Al salir, me seco un poco y me visto, pero no abandono el baño sin más. En lugar de eso, tomo unas tijeras que he traído y me siento frente a uno de los espejos del baño. Me contemplo un instante. Mi propio rostro impasible me devuelve la mirada, impasible, enmarcado por el largo cabello negro del que siempre me he enorgullecido, pese a lo inútil que me resultaba en las batallas. Solo una carga, un hastío, y sin embargo...

El primer mechón cae al suelo y trago saliva. Es desagradable, pero no es doloroso. No son más que células muertas. Solo eso.
No es más que una cicatriz en el costado.
No es más que tu libertad.
No es más que la muerte de personas a tus manos.

Nada de lo que hago está en mis manos. Ni siquiera mi aspecto. Si me dijese que me deformase la cara y me quemase los brazos... ¿Podría negarme?

Cuando el último de los mechones toca el suelo, desapelmazo mi pelo con una mano y me contemplo de nuevo. Es extraño.

Pareces otra, Alehyss Lester.

*se va*

Entro en el baño con el único objetivo de asearme rápidamente y pensar un poco a solas. No descarto que pueda encontrarme a alguien aquí, por supuesto, pero es más sencillo hacerlo en el comedor. Además, dudo que este sea un lugar propicio para la conversación, de modo que no me preocupa demasiado que me roben mi momento de tranquilidad.

El agua fría me cae sobre el rostro, aclarando el jabón de mi cabeza. Por una vez me permito no usar mi típico jabón inodoro. Al fin y al cabo, no me importa pasar desapercibida. No hasta que comience la misión. Probablemente sea mejor reservarlo para un momento mejor.

Tengo que encontrar a Corbin y explicarle los últimos detalles. Esa debe ser mi prioridad. Apenas quedan unos días... Supongo que Madame Desmarais ya me ha dicho todo lo que planeaba, de modo que dilatar más las cosas tampoco tiene demasiado sentido.
Y he de avisar a Lyam. Ahora mismo dudo que pocas personas más se preocupen si no vuelvo.

...

El pesimismo no te pega, Alehyss Lester.

Termino de ducharme y me seco por encima. Lo cierto es que lo bueno de mi nuevo peinado es que es mucho más fácil de cuidar. Una desgracia que me encuentre menos atractiva.

Bueno, ahora es el momento de buscar a Corbin. Siendo como es, se me ocurren un par de sitios en los que pueda estar...

*se va*

Llevo unos días durmiendo pero que la madre que me parió. Entre la derrota de Gerald, el ataque, mi puta fragilidad tras el ataque y luego... lo que pasó ayer... En fin. Parece que al menos he conseguido madrugar tanto como los que viven de día. Pues vaya una suerte asquerosa, la verdad. A estas horas el sol es una putada.
Voy a los baños, de todos modos, para mear y darme un baño caliente. Siempre dicen que esas cosas sientan bien, así que habrá que probarlo.

Tras desvestirme y tirar la ropa de cualquier manera en el suelo entro en la gran bañera. Por Mithos... Aquí podrían venir unas lesbianas a hacer una orgía y podría quedar sitio para echar unos largos.
Suspiro y me hundo hasta la nariz en el agua caliente con pesadez. Echo el aire, de modo que se generan burbujas alrededor de mi cara. Luego apoyo la cabeza en el borde y miro al techo.

Vaya mierda, Frikka.

*se queda dándose un baño*

Entré en el baño cerca ya de mediodía, dispuesta a espabilarme de una vez. No había hecho gran cosa por la mañana, así que tendría que ponerme en marcha para aprovechar la tarde. Tendría que buscar en qué ayudar en el palacio o, en su defecto, ponerme a entrenar en condiciones.

Según entré y me dirigí a la zona de las duchas, me quedé un momento quieta, sorprendida de no encontrarme sola. Animada de encontrar a Frikka en buenas condiciones, sonreí y me acerqué a la bañera, aún vestida, para saludarla.

-¡Buenos días! -dije, entusiasta-. Qué bien ver que estás bien. Acabo de volver al palacio y me lo he encontrado todo de cualquier manera. Y apenas he visto gente aún... Así que, bueno, que me alegro de verte. ¿Cómo estás?

Al ver aparecer a Massen me yergo un poco. Así que ya ha vuelto, eh. Vaya momento para volver. Ni hecho a posta, la verdad. Lo sé y le pido que me deje acompañarla o algo así.
Por lo que se ve, está bastante animada. Arrugo la nariz un momento, pero termino suspirando y esbozando una sonrisa. Ella no tiene la culpa de nada de lo que me pase a mí, al fin y al cabo. De hecho, tampoco tengo una vida tan jodidamente horrible. Me gusta dramatizar un poco.

-Bien. Ya sabes. Sin novedad -respondo, extendiendo un brazo para tomar un bote de jabón. Cambio de tema rápidamente-. ¿Qué tal fue el viaje? Como ves, aquí las cosas se pusieron algo jodidas... Qué te voy a contar que no sepas.

Pese a todo, a que me alegra verla y tal, estoy algo desganada. Debe e ser por madrugar. Odio madrugar, aunque sea sin querer.

Me fui quitando la ropa y dejándola a un lado, ordenada, y luego me metí yo también en la bañera, extendiendo las membranas al agradable contacto con el agua. Me pasé el pelo por un lado del hombro y comencé a deshacer trenzas una a una, paciente, aunque muy rápido por la costumbre.

-El viaje bien -respondí-. En casa, todo muy animado, y eso. Mucha gente, mucho revuelo. Un poco agotador, pero a algunos los echaba bastante de menos, así que ha valido la pena. Luego he pasado por Lumen a buscar a un amigo, que me ha acompañado hasta aquí, así que apenas he estado sola un par de días.

Negué con la cabeza a su comentario.

-En realidad, hay mucho que me puedas contar que no sepa, probablemente -puntualicé, seria-. Apenas he visto a un par de personas desde que he vuelto, y parece que aquí nadie sepa nada de nadie. Ya no sé quién está bien o quién no. ¿Qué sabes tú?