Baños de las chicas

Comienza a desnudarse y me quedo mirándola fijamente, tratando de disimular al darme cuenta de que estoy siendo descarada. Pero, de todos modos... Sus pechos... No me hace falta que venga nadie a decirme que incluso esa niña tiene más que yo, y eso que no es ahí la gran cosa. Vaya con los genes, eh.

-Qué bien, ¿no? -comento, algo distraída, contemplando mi mano a través del agua-. Volver a casa está bien, supongo -. Suspiro, alzando la vista de nuevo, mirándola-. Yo, por lo que sé... Gerald está bien, y el tipo... Lyam, creo. También debe de estarlo.

No sé si los conoce.
Me estiro, hudiéndome hasta cubrir por completo la cabeza, cerrando los ojos. Me permito desplegar las membranas bajo el agua, sintiendo las vibraciones. Es de lo más curioso.

-La verdad es que he estado evitando un poco a la gente desde que pasó aquello -comento, nada más salir de nuevo a la superficie. Adopto un gesto solemne-. Soy un lobo solitario.

Asentí lentamente, seria. Lyam y Gerald. Bueno, no eran exactamente los nombres en los que estaba pensando, pero no estaba de más saber que ellos estaban bien. Tendría que seguir averiguando qué había pasado con los demás, pero poco a poco.

-Me alegro -murmuré.

Ya con todos los mechones desatados, dejé el pelo esparcirse a mi alrededor, terminando de desenredar algunas trenzas y hundiéndolo en el agua. Cuando Frikka, tras hundirse un momento, volvió a la superficie, asentí a lo que decía, pensativa.

-Yo he intentado ayudar un poco desde que he vuelto -expliqué-. Ya sabes... con los destrozos, y eso. Aunque no creo que sea suficiente. Tendría que haber estado aquí cuando atacaron. Si lo llego a saber, no me habría marchado.

Dejo ir un sonido de asentimiento, como una especie de "aham", mientras froto mi cuerpo con algo de jabón. Ayudar está bien. Todo el mundo aquí es muy solidario, aunque seguramente muchos de ellos de una manera algo hipócrita. De todos modos... ¿Qué culpa tienen?

-Si lo piensas bien, no habría sido tan bueno que estuvieras. Podrías haberte muerto, como otros. Seguramente podrías haber salvado la vida de alguien, ¿quién sabe? Pero, siendo egoísta, prefiero que vivas tú.

Me encojo de hombros, simplista. Ver los cuerpos de aquellas personas fue jodidamente horrible, pero no conocía a ninguna de aquellas personas. Si hubiese visto el de Massen, por ejemplo, hubiese sido peor. No es que seamos las grandes mejores amigas, pero no hace falta ser un genio para darse cuenta de eso.

-Aunque supongo que seguirás pensando lo mismo, de todas formas.

Todavía no tengo valor para enfrentarme a la muerte. Supongo que es eso.

Tomé un poco de jabón y empecé a enjabonarme el pelo, taciturna. Me estremecí ante el comentario de Frikka. Aún no había oído nada de los muertos, y seguía teniendo miedo. Traté de apartarme ideas absurdas de la cabeza y me encogí de hombros.

-Hubiera querido ser de ayuda -respondí, algo decaída-. Me sienta muy mal volver y encontrarlo todo así, sin haber hecho nada por evitarlo. Es como si hubiera huido, aunque fuera sin quererlo. Me hace sentir culpable, de alguna forma.

Me encogí de hombros de nuevo y asentí, sin mirarla. No, la idea de morir no me asustaba a aquellas alturas. Eso era secundario. Y de morir, morir luchando.

La miro mientras habla. Me hace sentir algo patética, al fin y al cabo... Yo no hice más que asustarme y causar problemas. Y, para algo que hice, casi me muero. De no ser porque Gerald me salvó hubiese sido posible que...
¿Por qué ese cabrón está incluso en este tipo de historias? ¿Acaso va a ser ese típico chico malo que va contra el sistema pero a la hora de la verdad siempre te ayuda para que sea imposible borrárselo de la cabeza? Menudo gilipollas. Solo sabe dar la nota.

Me enjabono la cabeza, asintiendo a sus palabras sin demasiada emoción, pensativa. Supongo que me falta un motivo para arriesgar la vida, al fin y al cabo. Y más me vale encontrarlo pronto, porque no puedo estar aquí haciendo el gilipollas.

-Hablemos de otra cosa... -murmuro, recordando algunos de los cadáveres de los pasillos, mirándome con los ojos apagados.

La miré cuando, al pedirme aquello, me di cuenta de que podía dar la impresión de que estaba frivolizando. Después de todo, yo no había estado allí, pero ella sí, y probablemente estuviera afectada al respecto. Bajé la vista.

-Lo siento -murmuré.

Estuve un momento pensando en qué decirle, ya que en aquel momento mi única gran preocupación era encontrar a todo el mundo sano y salvo. Aún así, le di un par de vueltas a las cosas, y finalmente hablé.

-Bueno, ¿y has socializado mucho en este tiempo? -pregunté.

Recordaba que Frikka solía quejarse de que no conocía a mucha gente, pero imaginaba que, después de este tiempo, tal vez había hecho algunos amigos. Quizá alguien que yo no conociera, incluso.

Esbozo una sonrisa algo fría. De todos modos ella no ha hecho nada incorrecto.

-Soy yo la que es débil -respondo, sin más, quitándole importancia al asunto que se tratado.

No estoy acostumbrada a la muerte. Y espero no estarlo nunca. Pero todavía no me siento demasiado cómoda... Supongo que al final terminas siendo capaz de soportarlo. Yo, por el momento, todavía no puedo dormir bien durante el día. Tengo pesadillas.

Su siguiente pregunta me hace sonreír. Hay que animarse un poco, aunque no proceda. De todos modos, la verdad es que tampoco he socializado demasiado...

-Bueno, he conocido a un par de personas, pero creo que me quedo como estoy. La mayoría de la gente gente aquí es un jodido muermo.

Exagero, desde luego. No son malos tipos.

Tomé el jabón y comencé a enjabonarme entera. Negué con la cabeza. No había que ser necesariamente débil para que todo pareciera imponente. De hecho, en Brontë pasaban cosas que muchos no podrían soportar.

-Yo no creo que seas débil -repuse.

Reí ante su descarado rechazo. Me preguntaba si, efectivamente, sería un "lobo solitario", como ella decía. A mí me parecía un poco hosca, pero no era mala chica.

-¿Tú crees? -pregunté-. A mí me parece que, más bien, a la mayoría les sobra energía. A veces tengo la impresión de que esto es una casa de locos. Y todo el mundo por aquí tiene algo de particular que lo haga interesante. Que te caigan mejor o peor, ya es otra cosa.

La escucho sin mirarla, dedicándome a la limpieza de mi cuerpo. Encuentro muy importante oler bien, de pronto. De hecho, no. Ni siquiera es eso. Pero no tengo tener que contestar a todo lo que dice porque solo se me ocurren cosas negativas o, por otra parte...

-Supongo que tienes razón -sentencio, finalmente, poniéndome en pie para salir de la bañera, tras aclararme por completo-. Se me da bien odiar a la gente. Ya sabes... Soy de ese tipo de personas-. Le muestro una enorme sonrisa, enseñando toda la dentadura, casi burlona-. La culpa es de ellos, que no entienden mi mente brillante.

Una vez fuera camino hasta la toalla y comienzo a secarme el pelo.

Empezaba a plantearme si, tal vez, simplemente, a Frikka no le apetecía hablar conmigo. La notaba muy distante, y el tono de su voz no era el habitual, aunque no sabría decir en qué era distinto. La miré salir de la bañera, seria.

A veces me sentía un poco intimidada. Parecía como si estuviera demasiado segura de lo que decía. ¿Podía ser malo estar segura de lo que una decía? No lo sabía.

Comencé a aclararme, en silencio. Al final, me giré hacia ella de nuevo.

-No quería decir eso -aclaré, algo cohibida.

Le doy la espalda mientras me seco por encima. Primero el pelo, luego el cuerpo: el pecho, las axilas, las piernas, los pies...
Suena un poco abatida cuando habla. No sé si abatida es exactamente la palabra. De todos modos, me echo la toalla al hombro y me vuelvo hacia ella, sin ocultar mi cuerpo. Coloco las manos en mis caderas y la contemplo, desafiante.

-Massen. ¿Qué te parezco? -casi ladro, frunciendo el ceño, invitándola a contemplarme-. ¿Qué te parece mi cuerpo?

Abrí los ojos como platos. Sorprendida ante su pregunta. De pronto, por algún motivo, me recordaba a Nagore. No era que Nagore me hubiera hecho esa misma pregunta alguna vez, dudaba mucho que a Nagore le interesara siquiera mi opinión, pero su preocupación constante por su aspecto me llamaba bastante la atención.

Sentí que enrojecía levemente ante su indiferencia a dejarse ver. No había imaginado que a Frikka le importasen aquella clase de cosas; no lo parecía. ¿Se ofendería al menor comentario o simplemente tendría curiosidad? ¿Qué esperaba que le dijera? Desde luego, no parecía la típica persona que esperara halagos simplemente por preguntar, pero...

Me rasqué un hombro, pensando en qué decir.

-Pues... no lo sé -respondí, sincera-. Tú... Tu cuerpo... Tú eres... -Dudé un momento-. ¿Pequeña?

Rápidamente tuve ganas de abofetearme a mí misma. ¿Qué acababa de decir?

-Es decir -. Carraspeé-. No es que eso sea malo. Tienes... tienes curvas bonitas -. No era Alehyss, pero ¿quién podía ser como Alehyss?-. Y... bueno... también tienes una piel muy bonita. Parece muy suave. Y... aunque quieras parecer dura poniendo esas caras, en realidad eres muy mona.

Su primer adjetivo me golpea sin piedad, pero no flaqueo y dejo que siga hablando. Primero dice lo de las curvas bonitas y quiero echarme a reír. Si lo que piensa con curvas bonitas es niña de quince años pues quizás. Aunque ella... tiene quince, ¿no? De modo que...
Luego lo de la piel suave... ¡Eso hace que mi madre venza y yo quede como una damisela impecable que se echa jodidas cremitas en el cuerpo! Qué innecesario, Massen Dew... Qué innecesario. Y, para finalizar, lo peor que puede decirme... A pesar de hacerme la dura... soy mona...
Que alguien recite un jodido réquiem por mi masculinidad, por favor...

Frunciendo el ceño, claramente insatisfecha, me acerco a ella con pasos largos y amenazantes.

-Yo soy jodidamente dura -siseo, mirándola fijamente-. ¡¿Acaso no tengo pinta de una de esas bolleras comealmejas?! ¿No es eso lo que piensas al verme? "Seguro que a esa le gusta darle a la lengua en lo de abajo" ¡¿No?!

Estoy desesperada por saber la verdad. ¡Quiero la jodida verdad! La asumiré con vehemencia...

Me encogí un poco cuando se dirigió a mí, intimidada. ¿Había dicho algo malo? A mí no me parecía que hubiese dicho nada malo. De hecho, en mi opinión, había dicho cosas buenas, positivas. Y eran cosas que creía de verdad, lo cual era más importante.

Tomando coraje, fruncí el ceño yo también y me levanté, encarándome con ella. Pues si no le gustaba lo que le decía, no haber preguntado.

-No eres nada dura -repliqué, casi enfadada-. Solo quieres que lo parezca, pero es mentira. Ni tampoco quieres ser un lobo solitario ni odiar a la gente. Y no, no pareces ninguna pastelera comealmejas o como se diga -. Me crucé de brazos, mirándola con enfado-. Aunque, si lo eres, tampoco tengo ningún problema con ello.

Desvié la vista, con las mejillas rojas.

Ni me conoce una mierda, pero pretende que me conoce. Joder. ¿Acaso se cree tan receptiva la maldita niña esta?
Avanzo hacia ella, quedando a escasos centímetros de su rostro, mirándola amenazante. Despliego las membranas de mis orejas, queriendo parecer más grande y amenazante todavía. Seguro que en su raza sigue habiendo esos genes que marcan que esto amenaza, o algo así. Lo hacen entre ellos, ¿no?

Tras unos segundos de mirada furtiva me aparto, arrogante, irguiéndome por completo y cruzándome de brazos con una sonrisa burlona, casi despectiva.

-Pues tú estás para comerte -digo, con tono divertido y un gesto seductor, antes de soltar un par de carcajadas.

Maldita sea. Supongo que en este palacio la gente en general es más dura que yo, de modo que no pueden ver lo dura que soy. Qué jodienda.

Comienzo a ponerme la ropa por abajo.

-Gracias por tu sinceridad -digo, de pronto, mirándola con una sonrisa, alzando el pulgar de la derecha con aprobación.

Le mantuve la mirada, casi con el cuerpo temblando de la tensión, hasta que su comentario me desarmó por completo. Desinflándome de pronto, abrí los ojos como platos, cogida por sorpresa, y cuando se empezó a reír sentí que me ponía como un tomate. ¿Pero qué le pasaba a aquella chica?

Poco a poco, interpretando su actitud como una señal de que el ambiente se relajaba, fui bajando de nuevo hasta sentarme en la bañera, y comencé a aclararme, en silencio. No me gustaban aquellas conversaciones. Nunca me había gustado el empeño de Nagore en maquillarnos, repeinarnos y vestirnos hasta estar "divinas". Lo aceptaba, pero no lo disfrutaba como ella. No me gustaba pensar en mi propio aspecto.

Sonreí con timidez cuando volvió a hablar, un poco más aliviada, y asentí. Terminé de aclararme y salí del agua yo también, cogiendo una toalla rápidamente y envolviéndome en ella.

-No creo que tengas de qué preocuparte -murmuré, por último.

Termino de ponerme la parte de arriba cuando ella habla. Se me escapa una pequeña risa, que pronto logro contener, conformándome con la sonrisa. Bajo el rostro.

-Claro que no. No son más que gilipolleces.

Hago un montón con la toalla y la ropa sucia, cogiéndolo en las manos de cualquier manera. Sacudo la cabeza como un animal, entonces, secando un poco la humedad que me queda en el pelo, que vuelve a caer apelmazado sobre mi ropa. No tardará en traspasarle el agua, pero da igual.

-Lo que importa realmente es lo dura que soy. Te lo enseñaré cuando quieras, Massen.

La miré, segura, inflando el pecho.

Me escurrí el pelo y me fui vistiendo, sintiéndome más tranquila al ver que se había relajado un poco el ambiente. Sonreí a sus palabras, asintiendo.

-Estaré esperando a que me lo demuestres -la reté, divertida. Parecía que su convicción la ponía de mejor humor.

Me vestí rápido, más que ella, y me dejé el pelo suelto. Al menos, hasta que secara, me dije. Luego dejé la toalla en un rincón, y tanto Frikka como yo nos fuimos del baño.

*Se van*

Después de una racha de tiempo tan asqueroso cada baño de agua caliente y relajante es la maldita gloria. En casa no disfrutaba tanto de estos pequeños placeres, y eso que mi mitad (un poco menos de la mitad) piscis se hace notar en lo relativo al agua. Pero, de todos modos... aquí es diferente. No me gusta untarme con esos aceites que usa mamá, pero entre los entrenamientos y el frío meterse en el líquido caliente es un puto orgasmo, prácticamente.

Suspiro, relajada, cerrando los ojos un instante. Luego ya me pondré a menear el culo un rato más.

Al final me he decidido. He mandado la carta a casa. Y, ¿me arrepiento? Admito que sí. Revelar, por fin, dónde estoy me ha sido difícil, y me temo lo peor. Pero aún así no era justo. Hacerse valiente no es solo plantar cara a algún subnormal con un hacha.

*se baña y se va*

Un día más terminaba, y tras una tarde de intensivo entrenamiento me dirigí al baño con intención de asearme un poco. Por una vez, había conseguido evitar la tentación de acabar en el agua, pero eso se traducía en que estaba sudorosa y pegajosa tras el ejercicio. Y, por supuesto, mi recompensa por evitar la tentación era un buen baño.

Lo disfruté ampliamente, en la bañera grande, dedicándome primero a la higiene y después de nadar un rato. ¿Por qué la gente no vivía en el agua? Yo sería mucho más feliz si la gente viviera en el agua. Y la gente no lo sabía, pero probablemente ellos también serán más felices así.

Cuando terminé, me sequé un poco con la toalla, me envolví en ella y me senté frente al espejo, dispuesta a dedicarme a mi pelo un rato. Me apetecía.

*se queda*

Entro en el baño con desgana. Desde que mi pierna fue perforada me gusta menos asearme, por la complicación añadida, pero he de hacerlo de todos modos, así que debo venir al baño. Sin embargo, no tengo tiempo para pensar en cómo hacerlo, pues pronto mi mirada se cruza con Massen, que se peina frente al espejo.
Tenía pensado verla, aunque este sea un extraño momento para este tipo de encuentro.

-Buenas noches -saludo, seria, acercándome a ella, pudiendo verme entonces reflejada en el espejo.

Qué penoso aspecto, Alehyss Lester, impedida y débil como un animal herido. De estar en el mundo salvaje, de tener que acabar todavía la misión, dodo que me encontrase tan acomodada.

Dejé sobre la mesa los cordeles que iba recogiendo en mi mano mientras me deshacía las trenzas al oír una voz y sentir un movimiento por el rabillo del ojo. Me volví hacia Alehyss con una sonrisa. Me había preocupado de buscarla, aunque tampoco la había estado persiguiendo, pero no contaba con encontrarla allí.

-¡Hola! -respondí, animada-. ¿Qué tal esa pierna?

Sin volverme al espejo, seguí desatando las trenzas una a una, con la paciencia de siempre. Ya casi estaban todas sueltas, y pronto terminé con las que quedaban. Me dediqué entonces a deshacerlas con los dedos antes de pasarles un cepillo.

-Me alegra que vuelvas a estar... arriba -comenté, tratando de referirme a aquel asunto con delicadeza. Ni siquiera estaba muy segura de si era buena idea mencionarlo.

Me encojo de hombros, tomando asiento en uno de los bancos y dejando las muletas a un lado. Al sentarme dejo ir el aire, evitando soltar también voz, aunque suele ser un gesto bastante incómodo.

-Va mejor -respondo, tras la breve pausa.

La contemplo un instante, mientras trabaja. Es casi hipnótico. Envidio un poco su cabello, largo y cuidado. Siento la tentación, incluso, de llevarme una mano al mío.

-Me gusta tu pelo -comento, aunque no sé si es más por añoranza o envidia.

Siento deseos de peinárselo con la mano, pero está demasiado lejos, y no lo considero una petición normal viniendo de alguien como yo.

Ante su mención a las mazmorras, dibujo un amago de sonrisa, algo amarga, aunque prefiero utilizar, por una vez, el humor.

-Supongo que no temen que me escape en estas condiciones -. Hago referencia a mi pierna, pero evito por todos los medios moverla.

Asentí, conformándome sin más detalles. Tampoco era que los detalles fueran a ayudarme a entender mucho, así que no servía de nada pedirlos.

Me pilló un poco por sorpresa su comentario, y desvié la mirada, tímida. Nunca había sabido cómo reaccionar a comentarios de aquel tipo. Pronto volví a mirarla, y señalé con un gesto su nuevo corte de pelo.

-Tú estás muy guapa así -comenté-. Aunque también tenías una melena muy bonita.

Tomé entonces el cepillo y comencé a desenredar los nudos más pequeños que no había podido deshacer con los dedos. Detuve el proceso, pálida, al oír su respuesta a mi mención de las mazmorras.

-No te hicieron eso para... -Casi era una pregunta, una pregunta con voz asustada. ¿Hasta dónde podía llegar la severidad de los líderes?

La contemplo, con el gesto más relajado que hace un minuto. Aunque sea un tema banal, consigue despertarme un poco de mi bucle de desagrado. Me siento huraña últimamente, pero prefiero dejar eso al margen y ser capaz de comportarme con normalidad.
No me resulta difícil. Ante la expresión y el tono de la piscis, no tardo en dibujar una sonrisa, dejando ir una única y suave carcajada, divertida. No esperaba que llegase a creer algo como eso.

-Tranquila -respondo, manteniendo una sonrisa afable-. Esto me lo hizo un mago parvus durante mi viaje.

Era el más poderoso de todos, pero está muerto, como todos los demás. Es desagradable de recordar.

-¿Qué tal ha ido todo? ¿Volviste después del ataque?