Pasillos

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Sonrió mientras ella anunciaba lo que iba a hacer. No tenía nada de miedo. Solo se sentía cansado.

Cuando el cuchillo abandonó su cuerpo, Zacharyas jadeó. El dolor le provocaba placer, pero a ese nivel también notaba dolor, aunque no sabía si su percepción del dolor coincidía con la del resto. Rápidamente, tomo la mano de Stalon con la suya para ayudarla a presionar con más firmeza.

-Gracias... -jadeó, esbozando una cansada sonrisa.

FdR- Lo siento, ya sabes que me surgió un problema con el videoclip u.u

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La tela estaba ya empapada en sangre. Sin embargo, sabía que poco a poco la hemorragia iba remitiendo. El problema era que, probablemente, si el chiquillo se movía todo comenzaría de nuevo. Sin embargo, no parecía tener intención de estropear el proceso, pues su mano se posó sobre las mías para apretar con más fuerza. Empezaba a verlo todo rojo, y lo peor era que nadie parecía haberme escuchado.

Negué con la cabeza a su agradecimiento, con mucha energía.

-¿Te vas a poner bien? -pregunté con voz temblorosa.

Aunque las había bloqueado en parte, las imágenes de la muerte de Sodeth parecían buscar la manera de ocupar de nuevo mi mente. Luché con todas mis fuerzas contra ello. Me acurruqué más junto a Zacharyas y apoyé la cabeza sobre él, junto a mis manos.

FdR.: Tranqui, amore~

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Zacharyas apretó su mano en respuesta a su comentario. Se sentía físicamente bien, aunque cansado, pero el pesar de la pequeña parvus le hacía sentirse algo culpable.

- Claro que sí... -le dijo en un débil susurro, incapaz de hablar más alto-. ¿Acaso lo dudas?

Si aquel Cierzo no se hubiese ido, o si no lo hubiera tentado así, nada de aquello hubiese pasado, pero ¿qué podía saber él de su problema? Seguramente ahora mucho más de lo que Zacharyas quisiese, pero dudaba de que se lo dijese a nadie más. Aquel hombre casi parecía tan triste como él.

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Poco a poco se fue estabilizando. Al cabo de un rato bien largo, la sangre dejó de manar del todo. Aflojé un poco las manos, no muy convencida, pero todo parecía en orden. Sin embargo, no me atreví a quitar aquella venda improvisada de su vientre. Habría que limpiar la herida y conseguir una venda de verdad, o al menos algo más limpio, pero no quería seguir actuando por mi cuenta. Yo no sabía de aquellas cosas. Miré el cuchillo, tirado en el suelo, y luego me volví hacia el chiquillo con un puchero infantil.

-No sé. Yo quiero -dije con disgusto.

Estaba completamente manchada de sangre, pero apenas me daba cuenta. Con una mano pegajosa y roja le separé un poco el pelo de la cara y le toqué la frente en una especie de caricia. Estaba un poco frío.

-¿Qué hago? -le pregunté, insegura. Él parecía entender un poco aquellas cosas, y yo no sabía qué hacer para ayudarle.

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Zacharyas sonrió. Por alguna extraña razón, allí tumbado y cubierto de sangre, más pálido, cansado y frío parecía menos macabro y más dulce que de costumbre. Incluso sus ojeras parecían menos oscuras.

-Déjame un rato más...-dijo cansado-. Estoy cómodo aquí.

Inspiró profundamente y la herida le tiró un poco. Era agradable.

-Hacía mucho que no te veía, Stalon... ¿Qué...? -. Carraspeó-. ¿Qué has estado haciendo?

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No repliqué y lo dejé estar. No creía que dejarlo allí sin más fuera demasiado bueno, pero no quería contradecirle. Lo abracé como pude, manteniendo mi puchero como gesto de protesta. Finalmente suspiré y me relajé un poco.

-Nada -refunfuñé-. Conocí a una chica el otro día que me regaló muchas plumas. Pero nada más. Y Aren ha desaparecido y ya no lo veo nunca.

Me incorporé un poco de nuevo. A pesar de la situación, era incapaz de estarme quieta. Necesitaba emplear mi energía en algo, pero no sabía en qué, así que me recolocaba una y otra vez a su lado, intentando no perder de vista la herida.

-¿Y qué has hecho tú? -le pregunté en voz bajita, aunque no tanto como la suya.

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-He estado leyendo... -le dijo-. Y he conocido a dos personas estos días... Un hombre extraño y una chica muy agradable.

Se ahorró contarle que se sentía confuso en ciertas cosas. Por una parte le daba vergüenza, pero además no consideraba que fuese necesario, y menos en aquella situación.

-No demasiado -.Tosió-. Vamos.

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Lo miré con ceño. Aquella tos me preocupaba. Aunque decía que se sentía cómodo, a mí no me parecía que estuviera en situación de decir algo así. Me mordí el labio. Empezaba a ponerme nerviosa de nuevo. Era muy pálido, pero hoy lo estaba más aún de lo normal.

-Hay que llamar a alguien... La enfermería...

Recordé cuando yo me había herido en el costado y él me había llevado en brazos hasta allí. Maldije mi tamaño, que me impedía actuar de la misma forma. Miré su cara y el paño ensangrentado alternativamente, notando cómo mi respiración se aceleraba por momentos. Me recoloqué en una nueva postura, aún incómoda.

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Al ver a la chiquilla preocuparse, Zacharyas cerró con fuerza los ojos y comenzó a erguirse. A él no le importaba el dolor, ni sangrar un poco. La herida se rompió y salió algo de sangre, pero nada grave, y pronto volvía a cristalizar de nuevo.

-¿Ves como puedo levartarme...? -le dijo risueño, con el rostro empapado en sudor-. Creí que tú nunca te preocupabas... No sé si alegrarme o... -. Carraspeó-. sentirme mal...

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Comenzó a incorporarse y abrí los ojos con terror. Miré la herida, que volvió a abrirse un momento antes de que la sangre se coagulase de nuevo. Lo detuve para que no siguiera moviéndose y me lancé a su cuello, abrazándolo con toda la fuerza que era capaz.

-No. ¡No, no! -exclamé, asustada-. Para. Estate quieto. No te muevas más. No te muevas.

Hundí la cabeza en su hombro, clavando las uñas en la base de su nuca de puro nervio. Cada movimiento suyo me alarmaba. Tenía la sensación de que, de pronto, era muy frágil y se desharía en un charco de sangre si no hacía algo por detenerlo. El problema era que no sabía qué podía hacer.

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Le agradaba el dolor extra que le causaron las uñas de Stalon en el cuero cabelludo. Ello, junto con el escozor de la herida, junto con el olor a sangre y las manchas de esta que teñían a la parvus hizo que comenzase a sentir cierta excitación.

Odiaba eso. Le gustaba el dolor, y eso no siempre era problema, pero sí en esos casos. Zacharyas se sentía incómodo, pues era más fácil torcerse el tobillo que ver a una mujer en cueros y, por ello, él tenía más fácil tener un "accidente" que el resto de chicos, o así había sido durante su juventud. Eso, junto con su ineptitud en ciertos ámbitos, lo hacían sentirse muy incómodo y fuera de lugar.

Al menos, pensó, mientras la sangre bajase no moriría. No era muy dado a esas bromas, pero consideró que en un caso como aquel, tan irónico, aquel chiste mental tenía su gracia.

-Tranquila... -le dijo.

En ese momento le hubiera gustado estar solo en un lugar oscuro para que nadie pudiese reparar en su incomodidad.

FdR- Lo siento, pero tenía que hacerlo XD

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Me separé de él y me froté la cara con el puño, manchándome la mejilla de sangre. Aunque a aquellas alturas, empezaba a no sentir ya el tacto pegajoso ni los pegotes. Miré de nuevo el cuchillo, y luego al chiquillo.

-¿Y tú estás tranquilo? -pregunté con ceño-. Un día te vas a hacer daño de verdad. Y a ver qué hacemos entonces.

Bajé la vista al trapo sanguinolento y lo aparté un poco de la piel, con lentitud. Los pegotes de sangre camuflaban bastante la línea de la herida, pero aún así se podía distinguir con cierta claridad. Volví a colocar la tela como estaba, con un suspiro, intentando relajarme.

-Hay que tener cuidado -lo regañé-. Una herida, vale, pero con cabeza.

FdR.: ¿Lo siento? No lo sientas. A estas alturas ya deberías saber lo polas que es esta niña xDDDD Ya se lo puede poner en la cara que yo creo que ni con esas se entera xDDDDU

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Asintió.

Zacharyas se quedó un momento pensativo, mirando a la parvus fijamente, sin decir nada. Desde hacía un tiempo la notaba extraña. Quizás ese momento tan sangriento no era el más adecuado para hablar de esas cosas, pero Zacharyas no podía quitarse de la cabeza que la muchacha estaba mucho menos activa y más seria que cuando él la había conocido. Quizá fuese su percepción, quizá simplemente él se había acostumbrado a ella, pero lo dudaba.

La examinó. ¿Le habría pasado algo malo y estaba triste? Le daba vergüenza preguntar porque no sabía cuál era su grado de amistad y carecía de motivos para hacerlo, pero en cierta parte le preocupaba,

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Lo solté definitivamente, poniendo las manos en jarras y asintiendo con convicción. Tomé el cuchillo del suelo y traté de limpiarlo en mi camiseta antes de dejarlo de nuevo en el suelo. Luego paseé a su alrededor con fuertes pisadas hasta colocarme al otro lado. Le cogí un mechón de pelo y di un pequeño tirón, antes de empezar a jugar con él. Tenía el pelo muy espeso.

-A ver, ¿qué pasa? -pretunté ante su silencio-. No me estarás engañando, ¿no?

En realidad, lo veía tan callado que hasta me resultaba incómodo, y eso que sabía lo callado que era normalmente. Sin embargo, no me sentía capaz de hablar yo. Era como si tuviera un trozo de pirita atascado en mitad de la garganta.

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Zacharyas arrugó la nariz, confuso. ¿Engañando? ¿Cómo iba a engañarla? Aquello no tenía ni pies ni cabeza. Mientras tanto, ella jugaba con su pelo.

Antes de que la parvus pudiese darse cuenta, le arrebató el cuchillo de las manos y tiró de un mechón propio. De un limpio corte, sesgó todos los cabellos que lo componían y se lo tendió a la parvus. La había visto jugar con cosas así antes, pelo y plumas, y no le parecía justo que él no le hubiese regalado nada. Quizás así se le pasase el susto.

-Ten -le dijo-. Un regalo. Por ayudarme.

No estaba seguro de cómo funcionaba la mente de la pequeña, pero tenía la sensación de que para ella aquello sería un acierto.

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Me quedé muy quieta, de pronto, mirando el mechón de pelo que me tendía. Acerqué a él una mano temblorosa, alternando miradas al mechón y a su cara. Parpadeé un par de veces antes de coger el mechón con gesto muy serio. Me lo acerqué a la cara para observarlo con atención y curiosidad.

Luego, poco a poco, compuse una sonrisa que se ensanchó por mi cara. Miré al chiquillo con ojos brillantes antes de sacar un saquito de uno de mis bolsillos y meter dentro el mechón. Volví a mirarlo, muy quieta, con una expresión de ilusión en los ojos y una enorme sonrisa.

Entonces, sin previo aviso, me abalancé sobre él con un pequeño grito de alegría y le planté un beso de lo más entusiasta en la mejilla.

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Al parecer, Zacharyas había dado en el clavo con su regalo. Se alegró de poder haber hecho algo por la pequeña parvus, que parecía ilusionarse por todo pero, a la vez era difícil de contentar.

Tras una ancha sonrisa, esta se abalanzó sobre él para besar su mejillas. Zacharyas sintió entonces el dolor punzante de nuevo y noto la piel tirante alrededor de la herida. Hizo una mueca de placer.

Imaginaba que había perforado tanto su cuerpo que sus tripas podían salir en cualquier momento por la herida. El solo pensar en manosear sus propias vísceras se le hacía de lo más agradable. Podría incluso sacarlas por completo y observar cómo era por dentro mientras sangraba en abundancia. Podría, incluso, cortarlas en trozos y sentir el dolor que se siente cuando te rasgan por dentro.

FdR- Qué feliz es XD

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No lo solté tras el beso. Junté su mejilla a la mía y la froté un poco, con una risita, antes de dedicarme a cubrirle la cara de besos, completamente ilusionada.

-Eres muy bueno, chiquillo -afirmé con una sonrisa-. Pero tienes que ser más bueno.

Me separé un poco y llevé la mano a su vientre, sobre la herida. Mi sonrisa se borró y volví a la realidad.

-¿No hay que lavarla? -pregunté-. Hay que lavarla y vendarla. Como me pasó a mí.

Me levanté un poco la camiseta para observar la cicatriz de mi costado, aquella que me había hecho en la sala de entrenamiento.

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Zacharyas asintió lentamente. Si así la contentaba, lavaría la herida.

-Sí, está bien... -le dijo con voz ronca-. Si me ayudas a llegar al baño creo que puedo apañármelas.

Ya había molestado lo suficiente a la muchacha por aquel día. Aquello, junto a lo de la mano de hacñia poco, hacía que se sintiese culpable hacia ella. No quería que tuviese que pasar por todas y cada una de sus crisis. Esperaba que, al menos, por ser ella tan especial, no le acabase teniendo miedo.

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Asentí con energía, más que dispuesta. Quería asegurarme de que no hacía más tonterías. Lo ayudé a apoyarse en mí y levantarse como pude, tambaleante. Como apoyo, mi estatura dejaba bastante que desear, pero de una manera u otra, me las apañé para llevarlo, aunque fuera medio a rastras, hasta el baño.

Por el camino le fui repitiendo una y otra vez lo que debía hacer, a pesar de que no tenía ni idea de cómo tratar aquella situación y sin darme cuenta de que estaba repitiendo lo mismo constantemente. Me despedí de él en la puerta del baño, habiéndome asegurado de hacerle prometer que se comportaría, se cuidaría la herida y tendría más cuidado.

Detrás de nosotros, en los pasillos, solo quedó una llamativa mancha de sangre junto a un cuchillo también manchado.

*Se van*

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Hoy me he despertado de buen humor, para seguir con la trayectoria del día anterior. Estoy descansada y relajada. Llevo ropa cómoda y mi largo cabello negro está recogido en forma de trenza. He decidido que lo primero que haré a mi vuelta será entrenar.

Atravieso los pasillos con seguridad sin encontrarme con nadie. Iré fuera, allí me muevo mejor y es más fácil no ser molestada.

*se va*

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No ha sido un día de especial mención tras lo ocurrido ayer con Runek, el extraño joven del pelo rojo como el fuego. Lo único de importancia que ha pasado es lo que ando pensando, con este paquete en mano. Antes, cuando iba de los comedores camino a la biblioteca para continuar estudiando, el servicio me detuvo y me preguntó si yo era Fier Galatea. Ante la afirmativa respuesta, me anunciaron que un mensajero aether me traía un paquete.

Y obviamente, de quién sino que mi madre. Era un viejo amigo de papá el que trajo el envío, así que acabé entretenida hablando con él y poniéndole al día, para que así cuando se pasase por la taberna, hartase a mis padres de describirme a mi y qué tal me iba y esas cosas.

Suspiro de nuevo. Madre, pero por qué... Nada más abrí la caja, ya vi todo el vaporoso tejido del vestido, y casi me da un revés ahí mismo. Cerré la caja en cuanto pude, sin apenas tiempo de admirar la máscara, y me despedí de Kreuvthe. Ando leyendo el revés de la carta, pone con la elegante caligrafía de mi madre "Para los bailes de disfraces". Como si yo fuera capaz de lucir eso en público, madre, como si fuera capaz...

Spoiler:

*De camino a los dormitorios*

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Avanzaba por el pasillo sin ningún rumbo determinado, por el simple placer de pasear. Fuera del palacio la lluvia arreciaba con fuerza, y no me apetecía en absoluto entumecerme los huesos. Me moría de ganas de que mejorara el tiempo. Con sol, mi cuerpo funcionaba mejor y daba muchos menos problemas.

Me detuve a mitad del pasillo al ver a una figura a cierta distancia. Entrecerré los ojos un momento. De nuevo, Fier Galatea. Parecía estar en todas partes. Tal vez fuera una buena ocasión para indagar un poco más en los motivos de su comportamiento. Todavía seguía desconcertado por la despedida del otro día.

Me acerqué lentamente, al mismo ritmo relajado de mi paseo, aunque sin apartar la vista de ella ahora. Llevaba una caja en las manos y algo que parecía una carta. Debía haber recibido correo.

-Buenas tardes -saludé con gesto serio, sin dejar de mirarla, como si así fuera a desvelar todo el misterio.

Edad : 33 Mensajes : 453

Tan concentrada estaba en mis pensamientos de cómo escribirle a mi madre una carta lo suficientemente convincente como para que no me mandase más vestidos, que no oí que alguien se me acercaba. Cuando la ronca voz de hombre sonó justo a mi lado, me sobresalto, dando un pequeño salto hacia un lado abrazándome a la caja. Es Cierzo, con lo que enseguida respiro hondo y sonrío, para retomar mi posición apenas un pasito hacia él.

- Buenas tardes, Cierzo. Perdona, estaba en los cielos.- Murmuro con suavidad, con el corazón calmándoseme poco a poco, mirándole a los ojos. Parecían querer mirarme, más allá de lo que sería correcto. Pero de nuevo, como en el balcón, decido que no me importaba. No sé a ciencia cierta si debo continuar andando o quedarme parada para charlar con él, pero de momento no me muevo.- ¿Qué tal? ¿Vas a algún lugar en particular?

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Estaba en los cielos.

Sonreí para mí con algo de burla. El lugar que le correspondía y donde mejor encajaba. Me sentí algo extraño, de todas formas, por haberla sobresaltado de esa forma. Bajé la vista un momento a la caja que tenía en las manos, quizá el motivo de sus profundas cavilaciones, pero no tardé en volver a alzar la vista.

Actuaba con total naturalidad, como si no hubiera pasado nada o como si lo que había pasado fuera algo completamente normal. A aquellas alturas, empezaba a dudar sobre si no lo sería. Tal vez, secillamente, le resultaba fácil coger confianza. Me di cuenta entonces, por primera vez, de la forma que tenía de pronunciar mi nombre, como si fuera un conocido de toda la vida, como quien llama a un hermano o a un amigo íntimo. Era curioso que no me hubiera dado cuenta antes, teniendo en cuenta la poca gente que había en mi entorno que me llamase por mi nombre con tanta naturalidad.

Contuve una mueca de dolor cuando me encogí de hombros.

-Simplemente, paseaba -respondí-. ¿Adónde vas tú? Si no es molestia...

Casi me sentí orgulloso de la facilidad con que me había salido un trato tan familiar.

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