Pasillos

Zacharyas sonrió a la pequeña, que corriendo a su alrededor le recordaba a un niño jugando o a un cachorro, a pesar de que los niños no solían acercarse mucho a él por su aspecto amenazador.

Bajó el libro, marcando la página en la que iba colocando un dedo entre ambas tapas y ensanchó la sonrisa hasta que esta se volvió francamente perturbante.

-Stalon -dijo con cierto deleite-. Veo que no pierdes tu energía.

Ver a la parvus siempre lo animaba un poco, si bien era incapaz de seguirle el ritmo.

Solté una leve sonrisa de regocijo, mirando hacia un lado en un gesto teatral de timidez. Luego, con cierta cautela, alcé la mano y le acaricié el vientre, ladeando la cabeza con curiosidad.

-¿Ya estás mejor? -pregunté con tono infantiloide.

A continuación dejé de prestar atención a su herida para agarrar el libro que sostenía e inspeccionar su portada y contraportada, sin obligarle a soltarlo. Fruncí el ceño, sintiendo que me reconcomía la curiosidad.

-Tú nunca lees...

El caeruleus asintió con una sonrisa.

-Sí, ya... -. Carraspeó -. Ya estoy bien. Siempre me he curado bastante rápido, desde niño.

Durante un instante recordó su infancia, cuando comenzaba a probar en su cuerpo diversos castigos, a escondidas, y como su padre lo había pillado tantas veces y lo había reprendido. Por suerte, curaba rápido, y muchas veces sus padres no llegaban a darse cuenta.

Volvió a la realidad cuando ella tocó el libro.

-Realmente leo bastante -. La miro, pensativo-. Si bien esta es de las pocas veces que leo una historia, y no un libro de medicina o magia...

Asentí, satisfecha. Había pasado bastante tiempo desde el accidente, pero saber que se había recuperado deprisa era una buena noticia. No di más importancia al asunto. Cicatriz cerrada, asunto zanjado.

Alcé la vista de nuevo, con ojos curiosos.

-¿Medicina? -pregunté, sorprendida.

Tiré del libro para quitárselo, metiendo los dedos en el libro para no perderle la página, con intención de echarle una ojeada. Desde luego, aquello no era magia ni medicina.

Asintió.

-Me gusta desde pequeño. Anatomía humana, enfermedades... Incluso diseccionaba pequeños animales cuando tan solo era un niño y -. Carraspeó- los examinaba.

Lo que Zacharyas no dijo fue que muchas veces simplemente lo hacía por placer.
Al ver que Stalon tomaba su libro para verlo esbozó una sonrisa.

-Este es una historia. La dama y el asesino. Es "romántica" -. Hizo una mueca.

Asentí, aunque ya no le prestaba mucha atención. En lugar de ello, examinaba el libro con detenimiento. Me puse de cuclillas en el suelo para estudiarlo más cómodamente. Sonreí con cierta nostalgia, pensando en la de tiempo que hacía que no abría un libro.

Al final, sacudí la cabeza y se lo volví a poner en las manos, intentando alejar imágenes que no quería que entraran en mi mente. Sonreí, mirando a Zacharyas de nuevo.

-¿Y te gusta? -pregunté, pícara.

Zacharyas sonrió, contemplándola mientras ella observaba las páginas de aquel libro. No se esperaba su pregunta, y sintió cierto pudor al responder. Al fin y al cabo, había cosas, como esa, que solían serle difíciles de contar, aunque consideraba que se llevaba lo suficientemente bien con Stalon como para responderle.

-En principio no me atraía la idea, pero el protagonista es tratado como un monstruo, y aún así la chica acaba -. Carraspeó, tímido- acercándose a él, que nunca antes había hablado o estado con una mujer.

Hurgó en su mullido pelo para rascarse la cabeza dubitativo.

-Él me recuerdaba a mí, de alguna forma. Y sentí curiosidad.

Le avergonzaba hablar de amoríos, aunque fueran en los libros, pues era algo que para él era lejano y desconocido.

Sonreí, contenta.

-Entonces también es como yo -comenté, con tono seguro-. Solo que a mí no se acercan ni los chicos ni las chicas. Soy un babociélago pequeñito del que todos escapan.

Alcé los brazos sobre mi cabeza y, haciendo muecas extravagantes, moví los dedos, como imitando a un fantasma. Luego reí y puse los brazos en jarras.

-Así que, al final, me acerco yo a ellos. Cuando la gente sabe un poco, ya no escapan. Lo difícil es enseñarles -expliqué. Entonces recordé algo, y di un par de saltitos con los pies juntos, alejándome de él, antes de continuar. De nuevo, me puse de cuclillas en el suelo y repasé las líneas de la piedra con los dedos-. De pequeña solo se me acercaba la gente si mi padre les daba dinero. Y a veces, ni así -comenté-. Pero una vez se me acercó un chico porque él quería. Al principio creí que se lo habían ordenado, aunque me pareció raro. El pobre acabó turuleta a base de aguantarme.

Hice girar los ojos en las cuencas, sacando la lengua y haciendo un gesto circular con el índice junto a la sien.

La escuchó hablar. Muchas veces la parvus parecía distraída, pero Zacharyas tuvo claro, nada más oír sus palabras, que pese a su excéntrica personalidad se daba cuenta de muchas más cosas de las que parecía.

-Me gustan los babociélagos -dijo el caeruleus con una sonrisa.

Era verdad. Aquellos viscosos animales le encantaban, desde pequeño. Había llegado a tener uno de mascota. Son embargo, a la gente solían resultarles desagradables.

-Así que también me gustas tú -añadió inocentemente.

Luego ella le hablo de su padre pagando a gente para que estuviera con ella (supuso que no tenía hermanos) y luego de un chico.
Ladeó la cabeza, sonriente, y su espeso pelo se balanceó.

-¿Se hizo tu amigo? -preguntó.

A él no se le acercaban chicos ni chicas de pequeño. Siempre jugó solo. Pero ni siquiera una vez, como le contaba Stalon, había tenido realmente un amigo.

Alcé la vista para mirarlo fijamente, como intentando descubrir hasta que punto era cierto lo que decía. Parpadeé un par de veces, muy seria de pronto, pero pronto volví a sonreír. Bajé la vista al suelo y, a gatas, seguí la línea de las piedras hasta que se escondió bajo la alfombra. Ladeé la cabeza, decepcionada, como si hubiera intentado cazar un insecto y se me hubiera escapado en el último momento.

Oí que Zacharyas volvía a preguntar y me senté en el suelo, volviéndome hacia él. Reí, divertida, y negué con la cabeza.

-Él quería, dijo -comenté, encogiéndome de hombros-. Pero luego llegó aquí -señalé mi cuerpo- intentando llegar aquí -señalé mi cabeza.

Negué con la cabeza, con el aire triste pero conformista de quien ha perdido un sorteo.

-Era un fracaso desde el principio. Pero bueno, era buen chico. Luego me echaron y él pudo quedarse tranquilo.

Vi un boro un poco más allá y, tirándome en el suelo, rodé hacia él. Me incorporé y lo acerqué a mí.

-No has comido nada, ¡mira cuánto polvo tengo! -lo regañé, con voz cariñosa.

Zacharyas la escuchó serio.

-¿Llegó a tu cuerpo? -preguntó confuso.

Quizás el chico no la entendía, pero aún así estaban juntos y eran amigos. Zacharyas tampoco sabía de qué edades estaban hablando.
En resumen, estaba algo confuso.

Mientras ella hablaba con el boro, imaginó que el animal la envolvía con sus tentáculos y la estrangulaba.
La idea se le hizo desagradable.

La observó jugar como si fuera un padre que contempla a su hijo, sano, divertirse corriendo y saltando.

Puse los brazos en cruz y dejé que el boro recogiera la suciedad que se me había pegado a la ropa, riendo al sentir las cosquillas que me hacían sus tentáculos al tocar la piel al descubierto. Pronto me cansé de estarme tan quieta, y me alejé de él para sacudirme la ropa.

Caminé de nuevo hacia Zacharyas, me descolgué a Amatista de la espalda y observé la hoja, buscando imperfecciones o suciedad en ella. Quizá pudiera darle de comer al boro, aunque la idea no me convencía. Alcé la vista hacia el chiquillo.

-Llegó a mi cuerpo -confirme, respondiendo a su pregunta cuando ya parecía que no fuera a hacerlo. Estaba extrañamente seria-. Le permití el paso, para mí estaba bien. Como he dicho, era buen chico -hice un gesto con la mano, como si intentara apartar una molesta mosca que en realidad no estaba allí-. Pero él no me dijo que para él no estaba bien. Eso lo supe luego.

Volví a guardar la guadaña. Me puse otra vez en cuclillas y me repasé los labios con el dedo, con aire pensativo.

Zacharyas se ruborizó al oírla, cayendo en la cuenta de qué le hablaba. Se llevó una larga mano al rostro, cubriéndose disimuladamente para ocultar su vergüenza, y no lo era tanto por hablar de "eso" como por haberle preguntado tan directamente por un asunto de intimidad.

-Lo siento -se disculpó, algo torpe.

Oírla hablar de aquello le hizo pensar que era normal. No sabía cuántos años tenía la muchacha, pero, por lo que tenía entendido, lo común era lo que ella le contaba, y no lo suyo propio. ¡Incluso Rick lo había subrayado como extraño!

De alguna forma había dado por hecho que la extraña chica no estaba envuelta en esas acciones, pero al pensarlo bien le pareció tan obvio que su vergüenza creció por no haberlo supuesto.

-He sido un -. Carraspeó-. cotilla...

FdR- Inocencia personificada

Alcé la vista, con un pequeño sonido interrogante. Abrí mucho los ojos al verlo allí de pie, con las mejillas color cinabrio y tapándose la cara con la mano como un auténtico cachorro. Tan grande y a la vez tan pequeñito. No pude evitar una sonora carcajada.

-Te lo cuento yo porque yo quiero -repliqué, sonriendo-. Y, bueno, no es tan personal. Puede pasarle a cualquiera -le lancé una mirada penetrante-. A ti también, aunque te dé más miedo que la sangre.

Volví a reír, divertida. El chiquillo siempre tenía alguna sorpresa escondida, esperando a ser descubierta. Era como una mina, en la que había que ir picando con mucho cuidado hasta dar con las piedras preciosas.

FdR.: Cejas cejas XDD

Apartó la mano de su cara, pues cubrirse era quizás más vergonzoso que haberse confundido de forma tan evidente. Se rascó la cabeza, a través del abultado pelo. Aquello lo tranquilizaba un poco.

Asintió. No dudaba que, de no haber querido, la muchacha no le hubiese contado nada. Pero, al mismo tiempo, aquellos no eran temas apropiados para él.

Su mirada le hizo sentirse algo incómodo. Entonces dijo eso de "Puede pasarle a cualquiera. A ti también", y el rubor volvió a sus mejillas.
¿Qué decía? Él no sabía de esas cosas, y estaba más alejado de esos temas que un recién nacido.

-No me asusta la sangre -es lo único que logró decir, avergonzado, sintiendo que eso no hacía más que corroborar las palabras de la pequeña.

Pocos temas había que lo turbasen como aquel. Pero, claro, pocos temas había que le resultasen tan desconocidos. Y en esos momentos solo el pudor tenía cabida en su mente.

FdR- Riquiño XD

Me levanté y fui hacia él, aún sonriente. Le tomé la mano, buscando una cicatriz reciente, una que yo había visto formarse, y le di un suave beso.

-Exacto -corroboré-. Eres el amante de la sangre. La mayoría teme al dolor porque lo desconoce. Tú, que lo conoces, sabes apreciarlo, hasta el regocijo. Yo sé apreciar ambos, y por eso estoy tan contenta.

Tomé su mano y la puse sobre mi cabeza, acariciándome a mí misma el pelo con su mano.

Zacharyas la observó hacer. Por mucho que pasase el tiempo, y por muchas veces que se vieran, seguía extrañándose cada vez que ella lo abrazaba, lo acariciaba... De todas formas, había logrado apreciar aquellos diferentes gestos, tan agradables a veces como el más profundo de los cortes. Simplemente que nunca saldría de él algo así, o al menos ello pensaba, como era el besar, del mismo modo que sí salía de su cuerpo el herir, el cortar, el dañar...

Acarició su cabeza, pensando en sus palabras. Ella era la única, hasta entonces, que no se había asustado de sus gustos, escalofriantes para muchos.

-Podría decirse entonces -dijo en voz alta, aunque hablaba para sí- que soy lo opuesto a ellos.

Y así lo veía, pues lo que ellos temían él lo disfrutaba, y lo que ellos disfrutaban...
Visto así, pensó, no sonaba tan mal.

Asentí, satisfecha. Lo había entendido.

-Eso es -afirmé, como quien felicita a alguien.

Quité su mano de su cabeza, y me entretuve un momento en apretar, una por una, las yemas de sus dedos. Tenía las manos ásperas, pero la carne estaba blandita bajo los callos de sus dedos. Apretarlos era divertido.

Alcé la vista, y esta se encontró entonces con el libro. De pronto, me asaltó una duda.

-¿Y el asesino también tiene miedo? -pregunté.

Zacharyas calviló. No se había leído el libro entero, y en sus hojas se describía más el pensamiento de la mujer, mientras que de él se describían más las acciones y el comportamiento.

-Supongo -dijo dubitativo-. Ella le tiene miedo a él al principio, pero le planta cara. Y él, poco acostumbrado -. Carraspeó- a que no le rehuyan...

Calló, quedando largos segundos en silencio, pensativo.

-Supongo que tendrá miedo. Aunque no sabría explicarlo -dijo al fin.

FdR- Algún día escribiré el cuento xD

Negué con la cabeza, poco convencida. Solté su mano, mirando algún punto perdido en el techo con enorme atención. Mi vista empezó a volverse borrosa, y sonreí, divertida.

-Entonces no se parece a ti -murmuré, con voz ausente-. Tú piensas más que actúas.

Cerré los ojos con fuerza, con una risita, y los volví a abrir, enfocando de nuevo.

Zacharyas caviló sobre las palabras de la parvus, aunque no tuvo que pensar mucho para darse cuenta de que lo que estaba haciendo, "pensar", corroboraba las palabras de la chica.
Se le escapó una sonrisa.

-Tienes razón -le dijo-. Quizás incluso pienso demasiado.

Le di unas palmaditas en el brazo, moviendo la cabeza arriba y abajo con mucha energía.

-Claro que tengo razón. Y si piensas mucho, te entra el miedo, así que hay que tener cuidado -advertí-. Por eso yo no pienso nada. Pero veo piedras. Las piedras ayudan. Como tú, que eres todo de piedras bonitas.

Le sonreí con cariño.

-Me voy -dije, de pronto, como si acabara de decidirlo.

Y eché a correr por el pasillo a toda velocidad.

*Se va*

La vio marchar, confuso. Lo que le acababa de decir lo confundía, como casi todas las cosas que pronunciaba la muchacha.
Zacharyas todavía se quedó largos minutos observando el lugar por el que ella se había marchado, y no fue hasta bastante después cuando se alejó en dirección contraria, con el libro en la mano, pensativo.

-¿Todo de piedras bonitas? -dijo para sí.

No sabía, exactamente, qué eran las piedras para la parvus. Pero sabía que aquello era un cumplido. Y eso no estaba mal.

*se va*

FdR- Siento haber tardado tanto, pero me engañaron vilmente ¬¬

Tras atravesar el bosque y el jardín, ambos llegaron al interior del palacio. Ahora mismo, tras recorrer la entrada, se encontraban avanzando por los pasillos. Mientras caminaban, el chrysos se preguntaba qué podía hacer. Había pensado dedicar parte de la noche a explorar la cueva, pero había cambiado de opinión el encontrarse con Fier (a pesar de que al final no hubiese aceptado la capa), así que ahora no tenía muy claro qué podía hacer. Supuso, no obstante, que teniendo en cuenta la hora, lo más sensato sería irse a dormir aunque no tuviese demasiado sueño.

Miró a la aether.

—Pues aquí estamos...

Sonrió. Ahora que estaban dentro, el chrysos ya no llevaba puesta la capucha ni tenía el rostro iluminado. Estaba un poco mojado, pero, en comparación con la mojadura de la aether, aquello no era nada.

—Y, bueno, mojaduras aparte, ¿qué tal estás? No te he preguntado ni nada... ¿Cómo te va?