Huerta.

Subía y bajaba una y otra vez, y acabé por cerrar los ojos, concentrada en el movimiento. Sentía cómo el chiquillo, en consonancia con mis movimientos, ascendía y descendía, haciendo más notable cada encuentro. Cada vez me costaba más respirar, y lo hacía de forma más sonora y superficial.

De pronto, sentí dos grandes manos sobre mis caderas que, en un movimiento para levantarme, me impulsaron para hacerlo un tanto más. Sentí un cosquilleo en la boca del estómago y solté un gemido, sorprendida. El chiquillo, al alzarme sobre él, hacía más amplio el movimiento, y también más profunda cada embestida, con lo que una nueva oleada de excitación, más amplia que las anteriores, me recorrió por entero.

Aunque al alzarme era él el que tenía mayor control de los movimientos pese a su postura, traté de colaborar como podía, empleando una mayor fuerza en ello. Con esto, parecía haber un mayor contacto entre ambos, que a su vez me animaba a emplear más energía. Me sentía arder.

Aquello pareció surtir efecto. Zacharyas sentía una nueva oleada de placer con cada movimiento. Continuó de esa forma, ayudando a la parvus a elevarse para conseguir aquel descenso extra, mientras su cuerpo se cargaba de energía, acumulándola poco a poco.
Finalmente, explotó.

Zacharyas pasó un brazo alrededor de la cintura de la parvus, rudo, y elevándola en el aire la tumbó en el suelo, saliendo un instante de su interior. La puso boca arriba, y pronto recuperó su posición, entre sus piernas, adentrándose de nuevo en su interior, aunque esta vez encontrándose él arriba. Todo ese movimiento le arrancó un gruñido de placentero dolor, aunque se contuvo para no llevarse una mano al costado.
Con los brazos a ambos lados del cuerpo de Stalon, Zacharyas comenzó a empujar en su interior y retroceder, moviendo su cadera hacia adelante y hacia atrás rítmicamente. Aunque resultó ser más complejo de lo que el caeruleus pensaba, especialmente para, según sabía, ser la práctica sexual más común entre seres humanos. Sin embargo, le daba mayor movilidad, por lo que, cubierto de sudor y con la espalda llena de tierra, Zacharyas continuó tratando de acoplarse a algún ritmo que le resultase agradable.

Aquello continuó hasta que, sin tener tiempo de reaccionar, sentí un gesto brusco que tiraba de mí hacia el suelo, y antes de darme cuenta estaba tendida boca arriba en la tierra, con una sombra sobre mí. En el proceso, un profundo latigazo me obligó a soltar un sorprendido grito de dolor.

Por un momento, perdí el ritmo de mis movimientos y mi respiración, y me sentí ligeramente desorientada. El chiquillo, por su parte, continuaba sus movimientos, aunque tampoco parecían tan exactos como los de antes. Al principio, aún dolorida, no me vi capaz de hacer nada al respecto, sino que me limité a continuar allí tirada.

Poco a poco, sin embargo, el dolor dejaba de nuevo paso al placer, permitiéndome concentrarme en lo que estaba pasando. Incapaz de colaborar mucho con los movimientos del chiquillo, y tras fallidos intentos de seguirlos, acabé por clavar ambos pies en el suelo y, usándolos como apoyo, alcé la cadera en el aire, acercándola más a él para recibirlo mejor. Con esto, además, ganaba algo de mi movilidad perdida, aunque ni de lejos era la misma que había tenido antes.

El grito hizo que Zacharyas la mirase un instante. Como pudo, acercó su rostro al de ella para besarla, pero la diferencia de alturas se lo dificultaba enormemente, de modo que tuvo que abandonar sus labios para poder proseguir.
Al principio la cosa no parecía ir muy bien para ninguno de los dos, pero, poco a poco, el concentrado caeuruleus consiguió adoptar un ritmo bastante sencillo de seguir. Fatigaba más que estar tumbado, pero para él resultaba de lo más placentero poder adoptar en cada momento la velocidad que le pedía el cuerpo.

Stalon alzó la cadera, facilitando la entrada al mago. Él, por su parte, aumentó el ritmo, calibrando la fuera lo máximo que podía dentro de su descontrol para no pasarse, y tratando de no gastar demasiada energía. La costilla le dolía más con cada nuevo gesto, pero eso solo le daba fuerzas para seguir.

Jadeaba.

Su torso, cubierto por una fina capa de pegajoso sudor frío, se pegó al de ella. La velocidad aumentaba más y más a medida que se acercaba el final, pero Zacharyas tenía la esperanza de no resultar tan ridículo como las ocasiones anteriores. No tenía experiencia en aquello, pero había escuchado suficiente como para saber qué era insuficiente.

Zacharyas aumentaba el ritmo por momentos, haciéndome exhalar el aire de golpe cada vez y aumentando mi necesidad de moverme, que se traducía en suaves vaivenes de cadera, todo lo que mi posición me permitía. Las manos se me cerraban solas en puños a causa de la tensión, aferrándose a la tierra y sirviendo, junto a los pies, de apoyo.

Con el aumento de las embestidas, el chiquillo se iba inclinando sobre mí, hasta que su cuerpo quedó pegado al mío. Fue entonces cuando solté al fin la tierra, alzando los brazos para rodearlo y clavando las uñas en su carne como forma de desahogo. A su vez, la boca tomó su brazo, aspirándolo primero y mordiéndolo después, mientras los ojos permanecían cerrados.

La cadera, pese a su mala posición, continuaba yendo y viniendo con creciente urgencia. La tensión se hacía cada vez más insoportable, señalando la cercanía del clímax.

Zacharyas resollaba, y no solo por la excitación y el placer, sino también por el cansancio. El caeruleus no creía que aquello fuese a ser tan cansado, y la costilla hacía que, además, gastase más energía. Pese a todo, puso todas sus fuerzas en no detenerse. Una vez llegado a aquel punto, parar no era una opción.
Stalon, mientras tanto, se agarró a su cuerpo, clavando en él sus uñas y sus dientes, usándolo de apoyo. Aquello le daba una energía extra que usaba para mantener aquel ritmo que cada vez le resultaba más cansado.

Estaba a punto de llegar al final. Su cuerpo comenzaba a contraerse, preparado para ello, pero él no quería. Notaba a Stalon crispada sobre él, y supuso que el motivo sería parecido al suyo. Las dos veces anteriores había sido socialmente patético, de forma que tenía como objetivo tratar de conseguir servir de algo a la chica. Aunque, por mucho que tratase de impedirlo, apenas aguantaría algunos segundos más.

Zacharyas jadeó. Luego apretó la mandíbula. Resistir era más complejo de lo que el caeruleus esperaba, al fin y al cabo. Sabía resistir el dolor, pero el placer era algo diferente que lo instaba a buscar más.

Llegado un punto, la tensión era demasiado grande como para desahogarla tan solo con aquello. Fue entonces cuando, ya casi incapaz de sostenerme contra él, sentí cómo empezaba a temblar.

Las manos, clavadas en su carne, estaban tan sudorosas que se me resbalaban. La boca, para evitar el temblor, se clavó más en el brazo, hasta el punto en que un repentino sabor a sangre me invadió. Hacía ya tiempo que tenía los ojos cerrados con excesiva fuerza, y tenía que hacer grandes esfuerzos para mantener las piernas estiradas. La cadera, en cambio, se movía con sorprendente fluidez, a un ritmo que, conscientemente, no habría sido capaz de conseguir.

Comenzaba a no poder contener los gemidos, que de vez en cuando se me escapaban por la boca y la nariz, al ritmo de las embestidas. En un momento dado, la cadera interrumpió su vaivén de golpe, permaneciendo repentinamente quieta, pese a que seguía recibiendo las embestidas. Embestidas que, de pronto, me provocaron un hormigueo notablemente más fuerte que los anteriores, y que detuvo también momentáneamente mis gemidos. Las uñas y los dientes, por el contrario, se clavaron con más fuerza que nunca.

Abrí los ojos de golpe al sentir la oleada de placer que subía hasta el pecho, dejándome sin aliento, obligándome a expulsar una sonora bocanada de aire. Tras unos segundos de extraña calma, la cadera hizo un par de movimientos más atropellados. Después, empecé a temblar con más fuerza que nunca.

Zacharyas la sintió de pronto. Primero sus uñas, clavándose con más fuerza, dolorosamente agradables; luego su boca, perforando su piel, haciéndolo sangrar y estremecerse. Sus gemidos lo alentaban a ir más rápido, y ni él mismo comprendía cómo no había terminado todavía, pues hacía ya tiempo que, en una situación normal, hubiese alcanzado el final.

Ella se detuvo de pronto, siendo Zacharyas el único que se movía a partir de ese momento, sintiendo en su carne las uñas y dientes de la parvus. Sus jadeos acompañaban todavía cada movimiento. Ella se crispó, haciendo suponer al mago que algo había pasado. Él, por su parte, dejó de tratar de contenerse, sintiendo enseguida como él mismo alcanzaba aquel estado, contrayéndose, empujando contra ella, introduciéndose lo máximo posible en su interior, y deteniéndose allí.

Un ronco gruñido abandonó la garganta del caeruleus. Sintió entonces el temblor de la muchacha y, lentamente, sus brazos comenzaron a flaquear. Jadeaba todavía, pero de otra forma.

Apenas un momento después, él también se había detenido. Agotada, sudorosa, con la tierra pegada a la espalda y temblando espasmódicamente, lo solté por fin, dejándome caer. Lo solté, abriendo la boca para tomar aire y dejando caer los brazos al suelo. Mantuve la cadera en alto un momento más, pero al fin, sin poder evitarlo, la dejé descender también.

Me sentía, de pronto, muy débil. Por una parte, me podía el cansancio, y la falta de aire incluso me mareaba un poco. Por otra, sentía un extraño hormigueo en todo el cuerpo, queja de los músculos, que habían pasado de una enorme tensión a una repentina relajación. Además, sentía el frío morderme la piel de nuevo.

Pero, sobre todo, no podía contener los violentos temblores, que me recorrían todo el cuerpo y me hacían castañear los dientes.

Zacharyas tenía ganas de tumbarse sobre la parvus, pero no quería aplastarla, por lo que cuando ella se tumbó él se esforzó por seguir sosteniendo su cuerpo con los brazos. Se sentía repentinamente extenuado, sin energía, y notaba también el frío de la noche que hasta ese momento le había pasado inadvertido. Sin embargo, pronto se percató de que la chica parecía estar bastante peor que él, lo que lo hizo sentir cierta y extraña preocupación. ¿La habría herido, acaso?

-¿Estás... bien? -inquirió con voz ronca, preocupado, observándola con atención, pasando una mano por su cabello un instante.

Zacharyas carraspeó. Buscó a su alrededor hasta dar con su capa, alargando una mano para cogerla, descubriendo entonces lo mucho que le temblaba y una herida sangrante en el brazo. Ignorando eso, cubrió a la parvus como pudo con su prenda.

Nuevamente, carraspeó.

Poco a poco, iba recuperando el aire, aunque seguía sintiéndome liviana y débil, y no dejaba de temblar. La piel se me había erizado por el frío.

Cuando el chiquillo habló, permanecí en silencio, limitándome a cerrar los ojos. Acepté con gusto la capa que él me echó por encima, tomándola con manos temblorosas y enredándome como pude en ella. Entre tiritonas, suspiré, haciéndome un ovillo y tumbándome de lado.

Permanecí así un momento hasta que, por fin, abrí una rendija un ojo y lo miré por el rabillo. Con un nuevo suspiro tembloroso, asentí sutilmente con la cabeza. Volví a cerrar el ojo.

Casi con timidez, una mano asomó por debajo de la capa y se desplazó hasta su brazo, recorriéndolo en una suave caricia. Luego volvió a su posición original, bajo la capa.

La parvus parecía estar mejor de lo que Zacharyas había pensado en un principio. De todos modos, el caeruleus pensó que lo mejor sería sacarla de aquella fría tierra, al aire libre y sin ropa, o acabaría por enfermar. Eso era lo que la gente solía decir, al menos, pues él casi nunca se constipaba, pese al frío.

Con lentitud, casi con pereza, el mago tomó sus pantalones y se los puso, despacio. Notaba la espalda llena de tierra y el cuerpo débil y sensible. Pese a todo, buscó luego su camisa y se la puso también, sin abrocharla. Enseguida la manga se manchó ligeramente de la poca sangre que aún brotaba de su brazo.

-Debería llevarte dentro -dijo entonces con voz ronca, arrodillándose de nuevo junto a la parvus.

Su pulso todavía estaba acelerado. COn cierta timidez, extendió una mano y acarició la frente de Stalon, peinando un par de mechones.

El chiquillo se alejó, dejándome allí, mientras yo sentía los temblores recorrerme y un extraño sopor invadirme. Cuando volvió, apenas entendí lo que decía, pero tampoco me importaba demasiado. Los dedos sobre mi frente me hicieron reaccionar lo justo para, arrastrándome por la tierra, acercarme un poco a él, aún con los ojos cerrados.

Todo lo que emití fue un suave gruñido, apenas audible. Me encogí un poco más sobre mí misma, medio atontada. Con una mano, agarré su pantalón como único gesto.

Zacharyas la observó unos instantes, pensativo. Tras hacerlo, dio una nueva caricia a la parvus, esta vez en la mejilla, y se levantó nuevamente, recogiendo la ropa que había por el suelo. Una vez se hubo hecho con todo, volvió una vez más, tembloroso y débil, junto al cuerpo tendido de la guerrera. Se agachó a su lado, entrecerrando los ojos al sentir el dolor de sus costillas, y la tomó en brazos, arropándola en su capa, como pudo, alzándose de nuevo.

-Vamos dentro -repitió, cansado-, St... Ayne.

Jadeó. Aquello había empeorado bastante el dolor de su costado, aunque se sentía extrañamente bien y completo. Aunque agotado.

De nuevo, una caricia, que me hizo estremecerme. Al sentir que se agachaba a cogerme, solté su pantalón y, alzándome apenas, en un enorme esfuerzo, rodeé su cuello con las manos y apoyé la cabeza en su hombro, tratando de pegarme a él con mis escasas fuerzas.

Cuando volvió a hablar, me estremecí de nuevo, e incluso llegué a hacer amago de ir a abrir los ojos. Sonreí suavemente y suspiré con cansancio. Girando levemente la cabeza, le di un suave beso en la base de la oreja.

No fui consciente de mucho más, aunque sí sentí cómo iniciaba la marcha, de camino al palacio.

*Se van*

-Sin comida no hay fuerza.- El joven comenzó a marchitar todo tipo de hortalizas con calma.

Lluvia paseaba por los exteriores de Palacio cuando vio a una extraña figura en la huerta. Curiosa, la aether se acercó al lugar, preguntándose quién sería y qué hacía ahí. Había algo extraño en el desconocido, aunque desde lejos no podía distinguir a ciencia cierta qué era. Mientras avanzaba hacia él, la aether se preguntaba si sería alguien que se había perdido, o un guerrero nuevo. Tal vez, pensó, acabase de llegar y no sabía dónde estaba.

Sin embargo, cuando estaba apunto de llegar a la huerta, Lluvia se detuvo, entre confusa y asustada. Alrededor del muchacho, las hortalizas habían empezado a pudrirse, marchitarse. La aether se preguntó por qué ocurría eso y, de nuevo, quién era el muchacho. Tragó saliva, nerviosa, más asustada que antes, y se llevó una mano al carcaj que colgaba en su espalda. Silenciosamente, tomó el arco y, con una flecha en las manos, y apuntando al muchacho, comenzó a retroceder, tratando de no hacer ningún ruido y, a la vez, intentando alejarse lo máximo posible del extraño.

Respiraba con cuidado, apenas tomando aire, y mientras retrocedía no apartaba sus ojos del muchacho.

*intenta huir, sí, exacto*

El suave hombre sacó sus ojos por su nuca.- Hola.- Dijo brotando por su espalda, de modo que ahora estaba de frente a la chica.- Dispara.- Dijo mientras se arrancó una parte del pecho e hizo una bola de esporas.- A ver qué llega antes.- Aclaró. Juguetón.

Lluvia, al ver cómo los ojos del hombre aparecieron en su nuca, ahogó un grito y comenzó a correr, todavía sin darle la espalda al extraño, intentando huir de él. Notaba cómo los dedos le temblaban, y como el arco se movía de arriba a abajo, con rapidez, síntoma del movimiento de sus manos.

La aether, que intentó huír, se vio sorprendida al descubrir al hombre justo delante de ella. Confusa, y atemorizada, frunció levemente el ceño, notando cómo los ojos se le humedecían. No entendía qué estaba pasando, cómo había entrado aquel hombre ni qué quería. Pero sabía dos cosas: la primera, aquel extraño no era un ser normal; la segunda, ella, con su poca experiencia, no podía hacerle frente. Lo único que le quedaba, o eso había pensado, era huír, pero acababa de comprobar que tampoco podía hacerlo.

Gimió. Por primera vez, se arrepentía de no haber continuado con sus entrenamientos, de haberlos abandonado en favor del piano.

—Por favor, no... no me haga daño... —pidió, todavía retrocediendo y notando cómo empezaban a resbalarle las lágrimas—. Yo... Yo prometo no hacerle daño... ¡Y dinero! Tengo... Mis padres... Tenemos dinero... Podemos darte lo que quieras...

Aparezco a escasos milímetros del chico-seta, con un gruñido.

-Su aire solo esparcirá tu asqueroso cuerpo -siseo, a su oído.

Sonrío y conjuro un hechizo. Uno de mi invención. Me gustaba hacer esas cosas cuando era más joven. La edad lo vuelve a uno aburrido.
Enseguida se genera una esfera de roca alrededor del chico verde. Al apretar el puño, la esfera se contrae, volviéndose del tamaño de una cabeza, y cae pesada al suelo, conteniendo las esporas en su interior.

-No las respirres -gruño a la pequeña aether. ¿Qué demonios hace aquí?

Rió en un tono feliz, dando palmadas y extendiendo más esporas por todo el lugar.- Eres una chica tan graciosa que merece morir bajo el yugo de Mithos. Detened este ejército.- Dijo corriendo hacia ella.

La chica disparó y la flecha le atravesó por completo y, con una sonrisa macabra, la placó con fuerza y se sentó a horcajadas encima de ella, mientras el suave viento nocturno removía las suaves y largas hifas que era su cabello.

Cogió una piedra grande, con ambas manos y la dejó caer sobre el arco de la chica, partiéndolo.- Mithos es dolor. Mithos es poder. Tú. Eres. DÉBIL.- Chilló con voz pastosa, mientras dejó caer la enorme piedra del tamaño de un melón encima de una de sus alas, repitiendo la operación con saña y fuerza.


*Lluvia ha perdido un ala. El usser escogerá cual.*


Un fuerte hechizo hizo desaparecer al hongo y prácticamente ya no había diferencia entre la piedra usada por él y la que él era ahora. Sólo la distinguía la sangre.

Observo, apenado, el triste aspecto de la muchacha, ahora mutilada. Ella no... no debería estar aquí. Si eres débil no debes ser una carga para otros.
Sin embargo, fue llamada. ¿Por qué alguien como ella...?

La pequeña está en estado de shock. Normal, teniendo en cuenta su situación. Con cuidado, cierro la mano en torno al muñón y lo cierro con un hechizo de curación. Quizás aún sea posible implantarla, pero habría que actuar muy rápido y dudo que Errst tenga tiempo para ponerse a operar ahora, por desgracia...

Tomo a la muchacha en brazos y me la llevo a un lugar seguro. Al menos sigue viva.

*se van*