Huerta.

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Johan camina tranquilo, silbando, con Rina detrás. Mira hacia el cielo, donde Dardo vuela en círculos sobre ellos. Va a pasar un día con las chicas, en vez de dedicarse a sus cosas. Tiene que encargarse de su hermana y de Rina, a fin de cuentas. Pero de pronto a Dardo se le cruza otro ser, un ser angelical y alado que se mueve en la dirección opuesta, y Johan pierde de vista al esmerejón por un momento.

Se trata de la chica grácil de las alas blancas. Se llama Curtis Ginger, y a Johan se le parece bastante al concepto de belleza inmaculada que tiene en mente. Ella es...

El chico se tensa y mira a los lados, nervioso. Termina por acercarse deprisa al almacén donde se guardan las herramientas de la huerta y se esconde detrás, asomándose solo un poco para mirar al cielo.

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Los aleteos cambian de ritmo a tu gusto, a medida que escoges cómo moverte exactamente. Dominas, por supuesto, las piruetas, y tu flexibilidad es envidiable. La luz parece querer captarte con más exactitud que al resto. Y, mientras ejercitas tus inmaculadas alas blancas, comienzas una danza con el viento, con las nubes, más bella y brillante que la de las propias hojas de la estación que, en otras circunstancias, podrían llevarse todo el mérito artístico.

No contigo para competir con ellas, por supuesto.

Acabas por descender, y la suavidad con que lo haces hace que tus alas sean, sencillamente, la más límpida de las capas, y que tus pies, etéreos, caminen por las etéreas nubes, sobre el viento. Cuando te posas en tierra, tu delicadeza roba el aliento, incluso, de las propias plantas. Paseas entonces bajo las parras, y la luz se cuela entre las hojas con el único objetivo de llegar a tu piel.

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Dardo, en el cielo, termina por seguir a la chica que vuela. Como los ojos de Johan, que también la persiguen. El querría volar con ella. Siempre quiso volar, como el resto. Pero él no puede volar. No puede acompañarla en las nubes. No puede participar en nada.

Cuando ve que empieza a descender se oculta de nuevo, tenso, recto, pegando la espalda a la madera. Enseguida, alterado, se toca el pelo y la ropa. Lleva una coleta sencilla, baja. La ropa normal, como siempre.
Rina le picotea un pie, llamando su atención un momento. Johan la mira y después se golpea las mejillas con las manos, serio.
Se muere por un cigarro.

El chico se mete las manos en los bolsillos y dibuja una sonrisa suave, acercándose al lugar en el que Curtis ha aterrizado. No es hasta que lleva medio camino que alza la vista y la mira, con gesto de sorpresa.

-Oh, no te había visto -menciona, tranquilo. Ladea un poco la cabeza, examinándola-. Nos conocíamos, ¿no? Me suenas.

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Cuando lo ves acercarse, dibujas una sonrisa suave, encantadora como tú lo eres. Aleteas ligeramente, acomodando las alas, y te yergues un poco, acomodando una postura perfecta, elegante y arrebatadora. Y él, cuya ceguera no le ha permitido verte hasta que ya estáis cerca, te siente por fin y alza la vista, quedándose asombrado con lo que encuentra, como siempre.

De pronto te detienes, sintiéndote tensa, dolida, insultada. El público, te recuerdas, debes acomodarte al público.

-Sí, digamos que hemos coincidido un par de veces -respondes, sin dar demasiada importancia a su comentario.

Pero empiezas a dudar. Él no debe sentirse perseguido por ti, pero no puedes mostrarle indiferencia. Un espectador que se siente ignorado despreciará la obra, por maravillosa que esta sea. Haciendo gala de toda tu habilidad artística, lo desarmas con una sonrisa irresistible. Si ha osado olvidarte, no volverá a atreverse.

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Johan no puede evitar pensar que se trata de una imagen significativamente bella. Como una grulla, de alguna forma. O un cisne. Si los aether son aves, ella quizás es un cisne, grácil, nadando en un lago a la espera de unas migas de...
El chico tiene ganas de negar. Quizás, se dice, tenga que pensarlo un poco mejor.

Ella responde sencilla. No da el nombre otra vez, pero Johan asiente, como cayendo. Llega a señalarla un instante, sacando la mano del bolsillo derecho.

-Ah, claro. Tú-. Asiente otra vez-. La chica aether. Nos vimos en la cascada, o algo así. Había agua y...-. Y ella le dedica una sonrisa que lo hace titubear un momento. "Dile la verdad, Johan". "¿Qué verdad? No hay ninguna verdad"-. ¿Y qué tal? ¿Qué hacías?-. Mira a su alrededor, risueño, y termina por señalar la huerta, unos metros tras ambos, con una sonrisa interrogante.

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Por supuesto que sabe quién eres. No va a engañarte con una actuación tan mala. Nadie podía olvidarte. Claro, de pronto hasta se acuerda de dónde os visteis por última vez. De la nada. No, no vas a caer en una treta tan simple. ¿Cuántos han intentado fingir que no te conocían, como si eso los hiciera a ellos más interesantes? Pero ya sabes cómo funciona, y no vas a dejarte afectar por algo así.

Llevas los dedos a tus sedosos rizos y los acaricias un momento, con un aire distraído que te permite adquirir un toque de inocencia encantador. Después, agitas suavemente las alas, terminando de completar una imagen divina. Más que eso. Ni las gayatris fueron tan bellas en vida.

-Volar -respondes, con una sencillez embaucadora, fijando en él unos ojos de dulce miel.

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Volar.
Sus gestos... Su voz...
De verdad que volaba. ¡Claro que volaba! Ojalá pudiese verla volar de nuevo. Pero al menos puede hablar con ella. No parece enfadarse, pese a esa torpeza artificial.

Johan mira al cielo y localiza a Dardo. Luego mira a Curtis de nuevo y se palpa los bolsillos desde fuera, localizando el tabaco, pero sin tomarlo. Aunque tiene muchas ganas de fumar.
Le sale una sonrisa algo tonta.

-Qué bien -. Asiente-. Yo nado a veces.

Rina vuelve a picarle en el pie, como si fuese un castigo por un comentario tan vacío.

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Exacto. Esa es la mirada, la expresión. Ya empieza a encauzarse hacia la actitud que debe tomar ante ti. No tanto por respeto a ti, en realidad, como por respeto a sí mismo, a sus propios sentimientos y admiración. Tu sonrisa, a medida que te relajas, se va volviendo más bonita... si es que eso es posible.

Reparas entonces en el pequeño. Otro admirador secreto, ¿eh? No esperabas que fuera tan insistente. Pero, con una delicadeza y gracilidad que solo tú posees, te dignas a arodillarte para ponerte a su altura, y le dedicas también una sonrisa. Por su fidelidad, por su amor a la belleza, se lo ha ganado.

-Otra vez tú, ¿eh? -señalas, con tierno entretenimiento.

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Johan se queda en blanco. No sabe que decir. Y ese vacío en su cabeza es, de alguna forma, muy sincero. Pero no se siente preparado para algo como eso. Acaba por bajar la vista, mirar al suelo y, al romper el contacto visual, parece que vuelve a pensar un poco.
Ella se agacha junto a Rina, que ahueca las plumas y abre un poco las alas, piando ufana. Johan se entretiene en ella, en Rina, distrayéndose un poco.
¿Otra vez? La primera ni pareció fijarse.

-No le gusta mucho la gente -dice a Curtis, volviendo a mirarla.

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De nuevo, te quedas algo descolocada. ¿No le gusta la gente? ¿Qué tontería es esa? Es imposible que tú no le gustes, en primer lugar. Quizás se refiera, pues, a que tú no eres gente, sino alguien muy especial, y por tanto, no estás incluida. En cuyo caso, el comentario tampoco tiene demasiado sentido, porque no viene mucho a cuento. Pero tiene algo más de sentido, por lo menos.

Estiras levemente las alas, y aleteas de nuevo con suavidad. Le dedicas una pequeña sonrisa. Intenta cantar para ti. Sueña con igualar la belleza de tu voz.

-Algún día serás espléndido -señalas.

No es necesariamente cierto, pero es una mentira piadosa. Los espectadores suelen aceptarlas con agrado, así que no están de más.

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Es bastante dócil. Pero Rina sigue mirándola con desconfianza. Es lo que suele hacer con todo el mundo.
Johan las mira a las dos interactuar. Rina podrá volar alguna vez, piensa. Ya empieza a intentarlo. Y entonces puede que él pueda volar. Quizás no sea él el que vuele, pero sí será el responsable. Johan, el que domina los vientos.

Carraspea, incómodo. Termina por sacar el tabaco y encender un pitillo, girándose un poco para que el humo no la alcance. No puede aguantar más. Se está poniendo nervioso.
Da una calada y la mira de nuevo.

-Estabas... -. Le sale una especie de gallo y carraspea- apuntada en una misión hace poco, ¿no? Me suena haberlo oído...

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Acabas por incorporarte de nuevo, sin abandonar esa elegancia que te caracteriza. Tus palabras lo han conmovido; puedes verlo en sus ojos como si lo leyeras en su alma. Ahora, todo vuelve a estar en orden.

La pregunta de él te deja confusa un instante. Entonces, de nuevo, sonríes. Con que es así. Está tan obsesionado contigo, con cada faceta de ti, que incluso ve tu nombre allí donde no está. Te acomodas suavemente el pelo sobre los hombros, mientras finges, encantadora, que cavilas un instante la respuesta.

-Oh, no lo creo -anuncias al fin-. Aún no he encontrado una adecuada.

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Johan intenta seguir la conversación de forma normal cuando ella le responde. Ladea un poco la cabeza, aspira de nuevo el humo del tabaco, que le llena los pulmones. Se siente repentinamente mucho más relajado. No hay ni punto de comparación.
De nuevo, echa el humo a un lado.

-¿Una adecuada? -repite, con curiosidad-. ¿Qué es una adecuada? ¿Que buscas en una misión adecuada?

Él no ha ido a más que a una, pero no busca nada especial. Unos mínimos, como todos, imagina.

Johan la imagina luchando. Se le hace difícil.

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Curtis mira las hojas de la parra, e incluso se ve obligada a entrecerrar los ojos cuando la luz, eterna amante, intenta penetrar en ellos. Acaba por volverse y mirar al piscis, con una sonrisa ligeramente misteriosa, aunque siempre encantadora.

-Bueno, tener la oportunidad de extraer todo mi potencial -respondes, tan natural como siempre-. No serviría de nada que me ofreciera para un trabajo en el que resultaré mediocre. ¿No busca Brontë siempre los mejores resultados?

Si no fuera así, no te habrían llamado a ti. El solo hecho de que estés aquí implica que están buscando lo mejor.

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Johan la examina de nuevo, torciendo un poco la cabeza, prestando atención a las alas, al pelo, a los ojos... Se pregunta de qué potencial habla, qué puede hacer. No suele llamarle atención la gente, aunque en Brontë ya ha visto a algunos curiosos. Pero ella es diferente. Porque ella le genera curiosidad sin motivo (o eso parece), y además no sabe qué espera.
Carraspea, con una sonrisa algo inquieta, y se quita el pitillo de los labios.

-Yo creo que es cuestión de lanzarse -le dice, y algo hace que sienta que se lo dice también a sí mismo. Rina sigue dando picotazos, y acaba apartando el pie-. No tiene que ser nada especial. Si lo haces bien, ya está.

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Niegas con suavidad. No, no es cuestión de lanzarse. Uno debe saber bien lo que está haciendo si quiere ser una auténtica estrella. Tú no te limitarás a hacer las cosas bien: serás una experta en tu papel y cumplirás como ninguno. Por eso es importante que todo salga exactamente como debe, y que encuentres el papel perfecto para darte a conocer. De ello depende que puedas demostrar que tienes razón.

-Preferiría que sí fuera especial -confiesas, con cierto tono pícaro en la voz-. He venido aquí a tomarme las cosas en serio. No dejaré que salgan mal.

Estiras las alas, pensativa. Si no lo aprovechas, el sol va a irse. Comprendes que está deseando ver más de ti, pero quizás ha llegado la hora de decir adiós. Él tendrá que aceptarlo.

-Voy a volar un poco más antes de que el sol se ponga -anuncias, recogiéndote un dorado mechón de pelo tras la oreja-. A esta hora es especialmente agradable.

Porque la visión que puedes crear en el cielo es sobrecogedora.

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Johan entiende lo que ella quiere, pero sabe que en Brontë no se busca que las cosas sean más especiales de lo que deben. De todas formas, no insiste en ello, y termina por zanjarlo con un asentimiento.
Sonríe para ella. Aunque no espera que su sonrisa consiga nada especial. Mira hacia el cielo. El sol ya empieza a ocultarse.

-Entonces seguiré a lo mío -le dice, risueño-. Todavía tengo que aprovechar el tiempo que queda del día. Ya ns veremos, eh... y eso. Venga.

Le hace un gesto y comienza a alejarse, con tranquilidad, sin volverse. Rina lo sigue, junto con una pequeña nube de humo que va dejando. De un silbido atrae a Dardo, que lo sigue por el cielo.

Ella estará a punto de despegar. Decide no girarse.
No se girará...

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Haces una ligera y graciosa reverencia, y aunque no te hace mucha gracia que se gire de esa forma, no dices nada al respecto. No procede. Al público se lo atrae mediante actos, no mediante palabras. De todos modos, sabes que conseguirás atraerlo, así que no te parece que tenga por qué ser un problema.

Extiendes las alas en todo su esplendor y aleteas, creando un viento suave rítmico a tu alrededor. No tardas mucho en separar los pies del suelo, y das un pequeño salto para ayudarte a impulsarte. En seguida te alejas de las parras con un vuelo digno de admiración, y asciendes en preciosos círculos hacia el cielo, como si, en lugar de vuelo, se tratase de una preciosa danza.

Acabas por pasar sobre él y adelantarlo, pero no vuelves la vista para comprobar si te mira. Eso sería muy poco profesional. De todos modos, sabes que lo has embaucado. Continúas con tu ejercicio, utilizando tu habilidad para crear una perfecta armonía con la puesta de sol.

*Se va volando*

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Al final no puede evitarlo, porque ella lo sobrevuela, y mientras que Dardo baja hasta su cabeza Johan la mira alejarse, deslumbrante por el cielo. Cuando ya está lejos se detiene, se acuclilla, y se frota el pelo con las manos, espantando a Dardo, que aletea y se posa de nuevo en su hombro.
Lo ha hecho fatal. Hasta se le cae el cigarro y prende en un par de hojas, y tiene que apagarlo pisándolo. Cuando alza de nuevo la vista ella ya no está.

Johan suspira, agotado, y entonces... se le ocurre.

-¡Dardo! ¡Yeh! -exclama, y Dardo alza el vuelo.

Johan echa a correr y Rina lo sigue piando por tierra. Tiene tiempo para decir la verdad por una vez.

*se va*

Edad : 36 Mensajes : 1009

Me gusta salir a la huerta a ver qué tal va creciendo el cultivo. Más de una vez he ayudado a algún chico del servicio a plantar o recoger un par de cosas, porque es algo que hago a menudo en casa y me resulta muy reconfortante.

Me he quedado recogiendo un par de hortalizas que quedaban rezagadas de estos días, pasando el rato realmente. Las coloco en el cesto y me sacudo las manos. Creo que será mejor que recoloque un poco la tierra.

Cojo la pala y la voy acomodando con cuidado. Masslow sigue dando clase con el líder Tld'Michael a estas horas así que todavía tengo tiempo para despejarme.

*se queda haciendo de campesino*

Edad : 32 Mensajes : 524

-Se supone que ese es nuestro trabajo.- Le digo en cuanto le veo a lo lejos mientras me acerco desganado.
Pese a todo, intento mantener la compostura, ya he tenido bastante con la bronca del otro día.
Carraspeo.
- Aunque siempre está bien tener ayuda.- Suavizo.

Le ayudo un poco para acabar antes, aunque no tengo mucho de lo que hablar con él. Supongo que nuestros caracteres chocan demasiado. -¿Qué tal todo? - Pregunto aburrido. - ¿Alguna novedad?

No es que me interese su vida en absoluto, pero bueno siempre está bien tener información sobre las cosas importantes de palacio como Masslow o la muerte de Silvanus.

Edad : 36 Mensajes : 1009

Estoy bastante animado y tranquilo mientras acabo con la tierra, pero parece que el día me depara menos calma de la aparente. Me yergo cuando veo venir a ese elemento y miro hacia la tierra para seguir el trabajo.

—No creo que te preocupe mucho que hagan tu trabajo —Reprocho a sus palabras. Aun por encima, va a decirme ahora que le parece mal que haga también esto. Si hace todo lo posible por no mover un dedo. Lo miro de reojo cuando parece retractarse, pero no le respondo más. Dice muchas tonterías.

—Como siempre —Le respondo cortante. De pronto, con su pregunta y mi respuesta, la incomodidad empieza a convertirse en rabia y tristeza, al acordarme de Silvanus y todo lo que tuvo que pasar por su culpa. Y pensar que ahora él está... y este individuo sigue aquí, molestando. Aprieto la pala con fuerza mientras aplano la tierra y se me crispan algo las plumas. Por un momento me veo dándole con la pala en la cara, pero yo no soy así... Silvanus no conoció a un Heylel así.

Edad : 32 Mensajes : 524

*palaso* xd

Alzo una ceja con escepticismo. Parece que no soy de muy buen agrado al leer su lenguaje corporal y su tono.
Me encojo de hombros.- Hombre, tonto no soy.- Suelto simplemente.

-Entonces todo bien.- Acabo.- ¿Qué tal Masslow? - pregunto mientras me veo las uñas de las manos, cuidándome que no quede tierra en ella. - Supongo que bien.- Intento autoresponderme. - Al fin y al cabo este lugar es un...- Me da la risa floja.- lugar seguro.- Me miro la mano metálica con ironía.- Sino que se lo pregunten a algunos.- Explico haciendo referencia a todos los que descansan en el cementerio.

Rodeo un par de plantas y suspiro, mirando al cielo y, de golpe, rompo el silencio.- Me pregunto dónde estará la líder Flamma.- Espeto.

Edad : 36 Mensajes : 1009

Trato de ignorarlos. Su tono y sus gestos me ponen cada vez de peor humor y no estoy en el mejor momento para ser correcto y amable.

Abro los ojos sorprendido cuando dice "todo bien", pero sigo a lo mío, simplemente indignándome para mis adentros, intentando evitar conflictos. Todos bien, dice... Cómo puede ser tan desgraciado. Pero cuando sigue hablando se me acaba por abrir la boca tanto como los ojos y paro lo que estoy haciendo, para mirarlo, anonadado.

No me puedo creer que esté diciendo todo eso tan ancho, como si no pintase nada con él, como si no hubiese pasado nada en absoluto. La rabia me acaba dominando y suelto la pala para agarrarlo del cuello de la camisa. Abro mucho las alas, mostrándome imponente.

—¿Cómo puedes ser tan rastrero y despreciable? ¿Es que ya te has olvidado de Silvanus? ¿De lo que le hiciste? ¿De lo que pasó contigo, por tu culpa y de cómo ha acabado? ¡¡Gracia a ti!! Tú fuiste la peste que acabó con su vida y te atreves a estar tan tranquilo ahí, mirándote las uñas. Eres lo peor que existe... —La rabia me humedece los ojos y aprieto el cuello de su camisa con ambas manos hasta que me duele los puños. —Cállate de una vez por lo menos. Bastante tenemos que soportar teniendo delante a un despojo como tú —Lo empujo para soltarlo y me paso el brazo por la cara, para secármela.

—No vuelvas a hablarme. Ni te dirijas a mí. Tú estás más muerto que él —Sentencio. Y me marcho de la huerta. Ya no lo soporto más. Ojalá no tuviese que verlo nunca más. Ojalá... hubiese sido él.

*se va*

Edad : 34 Mensajes : 1289

Aunque Zacharyas era feliz de vuelta en Brontë, rodeado de guerreros, donde el rechazo no tenía la misma cabida que había tenido en su pueblo, seguía disfrutando de la soledad como siempre. Julia requería mucho tiempo, y pasaba gran parte de los días con Ayne y ella, pero a veces se escapaba para ampararse en las sombras, él solo.
Aquella noche llovía, pero al mago no le preocupaba. El agua le empapaba la ropa, se la pegaba a la piel, fría, y encontraba algún tipo de paz en aquella sensación.

Al pasar junto a la huerta se fijó en las plantas: el tiempo del otoño había acabado con las que no soportaban el frío, y en aquel momento solo resistían las que sí lo hacían. Incluso en invierno había vegetales. Incluso en Caligo los había, aunque eran diferentes a los de allí: plantas que nacían en la noche, iluminadas por la luna o que no necesitaban nada de luz.
Un campo de giralunas hubiese sido hermoso, se dijo, pero no había ninguno cerca. Buscaría alguno alguna vez y se lo enseñaría a Ayne y a Julia.

*fin de escena*