Huerta.

Cayó al suelo con un gruñido, y no perdí oportunidad. Antes de que pudiera levantarse, me lancé sobre él, situándome a horcajadas sobre su abdomen y sujetándolo de nuevo por los hombros, con fuerza, como si pretendiera clavarlo contra el suelo.

Se resistía. Se resistía porque no quería que yo pudiera más, pero yo podía más porque quería poder. Por eso, como él, soportaba sus ataques, sus gestos agresivos, respondiendo con la misma actitud, luchando por situarme por encima y conseguir que admitiera la derrota. Yo manejaba. Yo decidía. Y si no le gustaba, tendría que aguantarse.

Traté, pues, de demostrárselo. A mi manera. En un confuso beso, mordía, arañaba, clavaba uñas y ejercía presión, tratando de someterlo.

Entre la parvus, sobre él, y el dolor de su costilla herida, Zacharyas no estaba siendo capaz de revertir aquella situación. Su fuerza parecía inferior desde abajo. Al fin y al cabo, pensaba, la situación lo era todo. Muchos animales se hacían ver más grandes para asustar a otros, aunque luego su fuerza acabase siendo menor. Y, en aquel caso, aunque el tamaño jugaba a favor del mago, ni la gravedad ni su situación física lo acompañaban.

Zacharyas gruñó. Por su ceño fruncido, su actitud y todo lo demás podría decirse que estaba obcecado, enfadado. Su parte de depredador, que tan pocas veces veía la luz, había despertado, y no se sentía conforme siendo una presa.
Cargándose de fuerza, el caeruleus puso ambas manos en la cintura de la muchacha. Quizás fuese más fuerte que él, y era cierto que estaba herido, pero pese a todo el peso de la parvus era casi nimio. Entonces, decidido, con gesto desafiante, Zacharyas estiró los brazos elevándola en el aire como si se tratase de un animalillo que se revolvía. Acto seguido, giró el cuerpo para tumbarla como él estaba, de lado, sobre el costado sano, frente a él. Tras soltarla, trató de erguirse lo más rápido que su cuerpo, en este caso más grande y torpe, le permitía, con intención de ser esta vez él el que la inmovilizase, apoyando ambas manos en sus hombros, como ella había hecho.
Si ella no se lo impedía, estaba claro...

Dejé de revolverme, sorprendida, cuando me vi en el aire de pronto. Aflojé la presión apenas un instante, pero fue suficiente para que, de pronto, me viera tumbada en el suelo, dándome de bruces en el costado. Cuando quise reaccionar, tenía los hombros sujetos contra el suelo.

Gruñí, molesta. ¿Quién le daba permiso? Acorralarse no era divertido, porque no podías hacer nada. Me revolví, buscando la forma de librarme de su agarre, pero pesaba demasiado. Con un bufido, clavé las uñas en el suelo, extrayendo un puñado de tierra que le lancé al costado, como pude.

Desde mi desmejorada posición, lo miré, desafiante.

Una sonrisa acudió al rostro del mago en el momento en el que pudo comprobar que su estrategia había dado resultado. ¿Acaso no era aquello una lucha en la que había obtenido repentina ventaja? Distaba del combate que había tenido con aquel claritas, pero pese a todo...

Stalon, por su parte, no parecía muy cómoda. Como él hacía unos instantes, al ocupar aquella misma posición. Pero, en su lugar, la gravedad le daba una ventaja mucho mayor de la que ella obtenía al encontrarse en una posición ventajosa.
Ella lanzó arena a su costado herido, pero el dolor fue reconfortante. Al fin y al cabo, la tenía en el punto que ansiaba. Podría tomar el cuerpo de la parvus como suyo, pues ella no podía escapar a él. Todo el daño que le hiciese, todas las heridas... Estaba en su derecho de acabar con la presa a la que había inmovilizado. Era un derecho que todo depredador tenía llegado a aquel punto, y él, que no solía serlo, estaba satisfecho aquella noche.

Zacharyas aproximó su rostro al cuello de Stalon, buscando la aorta con ferocidad, hallándola enseguida y recorriéndola con los dientes, sintiendo a través de los labios los latidos de esta. La sangre bullía y él casi podía olerla, mientras recorría su cuello con deleite, buscando el momento para atacar y acabar con la presa.
Las huesudas manos del caeruleus presionaban firmemente los hombros de Stalon, pretendiendo de aquel modo mantener su inmovilidad, dominar por una vez.

Continué intentando zafarme de su agarre entre gruñidos un rato más, sin éxito. Cuando se acercó a mi cuello, por puro despecho, incliné la cabeza hacia ese lado, impidiéndole el acceso. Sin embargo, llegado un punto y visto que no retrocedía, me vi en la necesidad de ceder.

El mordisco me hizo soltar el aire en un repentino gemido. La posición de los hombros me impedía moverme con libertad, pero me las ingenié para estirar los brazos, dentro de mis posibilidades, en dirección a su cabeza.

Comenzaba una especie de juego de contradicciones. En un primer momento, cerré los ojos y enterré las manos en su pelo, atrayéndolo un poco más hacia mi cuello al tiempo que tensaba el cuerpo hacia arriba. A continuación, cerré los puños con fuerza en torno a algunos mechones, abriendo de golpe los ojos y tensando el cuerpo esta vez hacia abajo, tirando de él para alejarlo, al tiempo que gruñía y volvía a revolverme.

Los mensajes de la parvus resultaban contradictorios para el caeruleus: uno lo instaba a seguir recorriendo su cuello con los labios, con los dientes, con agresividad y a la vez con calma mientras que el otro parecía instarlo a apartarse y cesar. Sin embargo, aquello tampoco era una mala noticia para él, pues si la forzaba ella sufriría más, y aquel hermoso sufrimiento haría el acontecimiento mucho más bello. Por desgracia para él, al tener las manos ocupadas en inmovilizarla no podía valerse de ellas, lo que no le permitía extraer su espada. El riesgo de que escapase era demasiado elevado.

Zacharyas caviló. Si aquel gesto tan peligroso, como lo era el amenazar su aorta, la hacía estremecerse, pese a la aparente contraposición de sus acciones, quizás otros gestos ayudasen también a que bajase la guardia. De otro modo, mientras mantuviese tanta tensión, no podría continuar con su objetivo.

El caeruleus ascendió por el cuello de la muchacha hasta hallar el lóbulo de su oreja, punto en el cual comenzó a moverse lateralmente, descendiendo la subida, buscando sus labios con seguridad, incluso agresivamente, abriendo los labios para profundizar en su boca. También él guardaba en su interior un monstruo que en aquel momento, sediento de sangre, quería mostrar al mundo que dentro de Zacharyas existía un ser poderoso capaz de controlar una situación y volverla favorable para él. El sufrimiento no solo debía pertenecerle a él, sino que debía ser repartido entre todos.
La debilitaría para acabar luego con ella.

Pese a mi rechazo, insistía, como si sintiera un enorme placer por el hecho de llevarme la contraria. Por mi parte, yo continuaba revolviéndome, tirando de él y tensándome para apartarme; todo sin éxito.

Bien situado, desde mi cuello ascendía hacia la oreja, con lo que yo giré la cabeza a un lado, soltando aire por la nariz en una mezcla de bufido y quejido. Él, indiferente a mis gestos, avanzó hacia la boca, tomándola sin reparo.

Incapaz de hacer nada al respecto, acabé por soltarlo, relajando el cuerpo de golpe y dejando caer los brazos a los lados, muertos. Permanecí un momento quieta, limitándome a mirarlo con ceño, antes de tensar el cuerpo de nuevo, esta vez para tomar fuerza y erguir la cabeza, arremetiendo salvajemente contra su boca; podía fingir que me dominaba, pero seguía teniendo mi fuerza.

El caeruleus no pudo cantar victoria, pues tras una breve retirada táctica ella arremetió de nuevo, demostrando que no le resultaba necesaria ninguna posición para resistirse a él. Así pues, ganó gran parte de terreno, aunque no por ello pudo zafarse de su agarre.
Durante un instante él inspiró con fuerza, abandonando la respiración varios segundos, como concentrándose en aquello que recibía. Luego, como volviendo en sí y recordando su deber, Zacharyas decidió que necesitaba otro modo de desarmarla, puesto que su fuerza le ponía las cosas bastante difíciles.

Tenía calor, tanto por la emocionante situación como por el ejercicio.

Una mano de Zacharyas, como movida por un instinto ancestral, abandonó la posición que ocupaba, teniendo la diestra que suplir su labor aplicando más firmeza sobre el hombro restante. Mientras tanto, la izquierda descendía por la piel desnuda del costado y del vientre de la parvus, sintiendo el roce de la piel rugosa por el frío.
Zacharyas, que si bien era hombre, no entendía muy bien la utilidad de algunas reacciones físicas, simplemente sintió aquellas avispas crecer en su estómago mientras reconocía el torso de la parvus. Quiso, por un instante, ponerse en su piel, pues la ausencia de ropa seguramente provocaría que varias piedras se clavasen en su cuerpo.
Mientras tanto, su boca, inexperta, trataba de hacer frente a Stalon, que poco a poco iba ganando terreno.

No se rendiría tan fácilmente.

FdR- Instinto everywhere.

Sentí cómo un hombro se me clavaba con más firmeza en la tierra, al tiempo que el otro quedaba libre. Un roce, en consonancia con el frío, comenzó a erizarme la piel del costado. De pronto, me di cuenta de que tenía las manos entumecidas.

No le di demasiada importancia. Aunque un escalofrío inicial me hizo perder un momento el ritmo, haciéndome perder algo de terreno, la nueva libertad de mi brazo izquierdo me ayudó a recuperarlo. Seguía clavada al suelo e incapaz de levantarme, pero había ganado movilidad.

Llevé la mano izquierda de nuevo a su pelo, enterrando los dedos en él, atrayéndolo más hacia mí. Una vez acomodada la mano, volví a cerrarla y di un fuerte tirón hacia la izquierda, con intención de dejar disponible para la boca su cuello y atacarlo.

Su cuello, que era mío.

La lucha de poderes se mantenía, y no parecía que ninguno de los dos estuviese dispuesto a dar su brazo a torcer. Uno ganaba terreno, pero poco después lo perdía en pos del otro, y viceversa. La cabezonería parecía la misma en ambos, aunque cada uno tendría motivos diferentes para su obcecación.
Zacharyas no podía ser presa aquel día. Algo en su interior no le permitía aceptar aquello.

Un tirón de pelo le hizo mover la cabeza, causándole también un pinchazo en la costilla fisurada, obligando al caeruleus a llevar a aquella zona su mano enorme, cubriéndola un instante, como si así apaciguase el dolor. Aquello, además, le arrancó una sonrisa macabra. El dolor era lo que faltaba allí, y cada vez que se presenciaba lo hacía todo mejor.

Su cuello recibió enseguida la acometida, pero Zacharyas se revolvió, poco dispuesto a aceptarlo. Un depredador debía mostrar su garganta solo al someterse, y aquel momento todavía no había llegado. Aunque aquello le erizaba el vello de la nuca, resultándole no menos agradable que un corte superficial de espada.

Su mano libre pasó de palpar la piel frágil de la parvus a desabrochar su oscura capa, que se deslizó y cayó a un lado, sobre la tierra. Aquello libró de algo de calor a Zacharyas, aunque la actividad física seguía haciendo que su espalda y su pecho comenzasen a cubrirse de una finísima capa de sudor.

La mano ocupada en el hombro de Stalon, mientras tanto, clavó sus uñas en ella. Quizás la parvus usase su mandíbula, pero él tenía sus uñas y sus hechizos. No estaba necesariamente en una posición inferior. Podía estrangularla si lo deseaba.

Hacía tiempo que la sangre se había reunido, inexorablemente.

Poco dispuesto a aceptar mis tratos, se revolvió, obligándome a soltarlo. Traté de aprovechar el contacto de mi hombro derecho con el suelo como punto de apoyo para erguirme, pero el chiquillo clavó con más fuerza las uñas en mi hombro, haciéndome soltar un gruñido ronco perfectamente audible, mezcla de rabia y dolor.

Alcé, pues, la mano izquierda hacia su hombro, dispuesta a ejercer allí la misma presión que él ejercía en el mío. A mitad de camino, sin embargo, desvié la mano hacia la cara, clavando las uñas y tratando de arañar con saña la mejilla.

Furiosa, lo miraba fijamente sin verlo, jadeante.

Zacharyas gruñó al sentir aquellos arañazos en su rostro, mas no se revolvió ni quejó más allá de aquel sonido. Su mano se aflojó y cerró los ojos, sintiendo cómo las uñas se clavaban en su mejilla, áspera por la barba incipiente, pero de piel más sensible y fina que otras zonas de su cuerpo, y por tanto más propensa a sentir dolor.

El calor lo fatigaba. Finalmente, con un brusco quejido frustrado, Zacharyas liberó a la parvus, arrodillándose e irguiéndose, dejando de inmovilizar su cuerpo, y arrancando la camisa de su cuerpo, jadeando aliviado al sentir el aire fresco contra su piel húmeda. El costado, sin embargo, seguía sin transpirar bien, vendado de forma prieta, como si se tratase de una faja que sujetaba la zona herida.
El caeruleus se llevó las yemas de los dedos a la mejilla. Sangraba un poco, apenas un par de gotas, pero las tomó y se las llevó a los labios, concentrado. Luego miró a la chica muy fijamente, sereno, alerta.

Se había apartado, pero no se había rendido. En aquel momento el Zacharyas normal se encontraba muy dentro de aquel cuerpo, que solo ansiaba demostrar su capacidad para cazar, herir, dominar...

De golpe, me sentí liberada de un enorme peso. Mi primera reacción fue soltar todo el aire de golpe y relajar el cuerpo, fatigada por el forcejeo. Cerré un momento los ojos y, cuando volví a abrirlos, me incorporé.

Me costaba ver. Había sombras altas, sombras bajas y la sombra-chiquillo, que era la más cercana y la que más se movía. Aunque no la distinguía claramente, me centré en ella, dedicándole una mirada que mezclaba una burla por la victoria con un desafío, dejando claro que podría seguir mucho más tiempo.

El calor y el frío se me juntaban en la piel, y tosí. Entre jadeos, me incorporé hacia adelante y me acomodé de rodillas. Aunque estaba algo menos tensa, no le quitaba ojo a la sombra-chiquillo.

Yo.

Ella se mostraba arrogante, victoriosa. Parecía muy segura de sí misma para ser incapaz de ver más allá de dos palmos. Si en aquel momento sacase un cuchillo, Zacharyas estaba casi seguro de que podría clavárselo en la garganta y degollarla antes de que pudiese darse cuenta de con qué la estaba atacando.

El caeruleus gruñó, apartando los ojos de Stalon. Se sentía incómodo, agresivo, molesto... Pronto se dio cuenta de que estaba disconforme con aquello. Él solo quería mostrar a todos que Zacharyas no era aquel hombre pasivo del que tanta gente se había burlado. Si no había matado a todos aquellos inútiles que se reían a lo largo de su vida había sido por su padre, que lo había educado enseñándole que también ellos merecían la opción a vivir, aunque él disfrutase más con su sufrimiento.

El mago apartó los dedos de sus labios, notando el último matiz a sangre desaparecer en su boca. Tenía la mandíbula crispada y se sentía extraño.

Ni siquiera Zacharyas sabía que aquello era tan parte de él como la forma de comportarse que poseía habitualmente. Pero hacía tantos años que no se sentía de aquel modo que Zacharyas no lograba ubicarse en sí mismo.

Parecía que se había acabado la pelea. Inconscientemente, me llevé una mano al hombro derecho y lo froté. Al hacerlo, sentí un pinchazo de dolor que me pilló por sorpresa, con lo que no pude evitar una mueca.

Parpadeé un par de veces, como si por hacerlo la oscuridad fuera a disiparse. Visto que no tenía éxito, alcé la cara y olfateé el aire con curiosidad.

De nuevo, me centré en la sombra-chiquillo. ¿Qué hacía? Desde mi posición, no podía saberlo. Avancé, pues, hacia él, tanteando el suelo hasta alcanzarlo. No había ido muy lejos, después de todo. Ya relajada, sonreí.

La sombra-chiquillo tenía la piel húmeda y pegajosa, pero sobre todo emitía calor. A aquellas alturas, no tenía ni idea de qué había pasado con mi camisa, así que aquel calor resultaba de lo más atractivo. Busqué la forma de pegarme a él, con la mandíbula apretada para evitar empezar a tiritar.

Zacharyas no puso objeción alguna al contacto de Stalon, que tras haber acabado todo aquello parecía volver a buscarlo de buenas. Él, sin embargo, solo podía ver dos cosas en aquellos momentos: si admitía su derrota o un empate era un pésimo depredador, y si no lo hacía la situación acabaría siendo similar.
Rudo, extendió una mano para recuperar su capa, sosteniéndola luego en las manos sin llegar a ponérsela. Lentamente la sangre se disipaba, comenzando a alejarse de su entrepierna, pero en su mente seguía aquella sensación de insatisfacción, casi ira.

Zacharyas hacía mucho que no sentía resentimiento, quizás porque su padre le había inculcado aquellas ideas desde que era un niño. El Zacharyas común, en su interior, se debatía por salir, pretendiendo regresar a la calma, pero aquel Zacharyas más dominante y agresivo no se lo permitía, manteniendo entonces su inconformismo.

Seguramente el mago terminase yendo al baño, sin más, acabando lo que su cuerpo había comenzado, quizás haciéndose un par de cortes, para terminar descansadno y olvidando aquella situación de incomodidad hacia sí mismo.

Seguí palpando su cuerpo hacia arriba, buscando dónde acomodarme y saber cuál era exactamente su posición. El frío empezaba a ganar terreno al calor del ejercicio, y cada vez se hacía más evidente por mis temblores.

Traté de acurrucarme, acomodándome sobre él, pero no encontraba la forma. Fui a decir algo, pero al abrir la boca me empezaba a temblar la mandíbula, así que volví a tensarla.

Al final, resolví quedarme de pie, pegada a la sombra-chiquillo. Busqué su cara y, cuando la encontré, su boca.

El frío parecía estar enfrentándose mejor a Stalon que él, pues la parvus no dejaba de buscar calor en su cuerpo, pero sin decidirse sobre qué posición adquirir. Finalmente, tomando al caeruleus por sorpresa, lo besó.
Zacharyas, sorprendido, tardó en corresponder. Creía que había terminado todo aquello, y con ello su cacería, pero parecía que ella no lo veía igual. Aunque los niveles de agresividad de la joven parecían haber descendido. El mago creyó que quizás aquello era una rendición. Tampoco era lo que ansiaba, pues lo que había querido era someterla por sí mismo, pero quizás le sirviese para el mismo propósito.

Recuperando parte de su agresividad anterior, aunque sin parecer tan animal, Zacharyas correspondió al beso, atrayendo firmemente el cuerpo de Stalon hacia sí. Podía ansiar calor, y él se lo daría, compartiendo con ella la temperatura que su cuerpo emitía. De esa forma dejaría claro su poder en aquel momento, al no sucumbir al frío y mostrarse determinado y seguro.

Aquel Zacharyas depredador todavía no había probado la sangre aquella noche, y llevaba demasiado tratando de cazar. Su arma seguía enfundada, pero sedienta de gritos de dolor y sangre.

El chiquillo me arropaba, y yo lo aceptaba de buena gana, sintiendo cómo el contacto hacía remitir el frío. Respondió con cierta violencia y yo, que sentía aún la bola de energía despierta, correspondía a su urgencia. Eso hacía irse el frío más rápido, y era más divertido.

Rodeé su cuello con las manos, tomando plena posesión de su boca y profundizando en ella tanto como él me permitía. Los temblores remitían al tiempo que regresaba la respiración superficial. Con los ojos cerrados y mucho más cómoda que antes, me mantenía en mi posición, ahora más relajada, permitiéndole un mayor rango de actuación sin oponer resistencia.

FdR- Roleo pausado

Ella parecía estar más sumisa. Zacharyas, aquel Zacharyas malvado ansioso de poder, creyó que quizás había notado al fin que no cesaría en su empeño por gobernar, pues había amanecido como depredador, y aquella noche no planeaba abandonar tan fácilmente su tarea. Casi llegaba a sentir cómo la traspasaba con su afilada arma, de lado a lado, haciéndola gritar primero, sangrar después y, finalmente, morir.

Su cuerpo lo guiaba para responder con agresividad a su beso, ansiando la sangre que había bajo la piel de sus labios, como aquella primera vez que ella se la había entregado, pero queriendo que en este caso le fuese arrebatada. Su frecuencia respiratoria aumentaba, también la cardíaca, y al mismo tiempo lo hacía su necesidad por hacerse con su presa hasta arrancarle la vida.

De nuevo tanteaba el terreno, y de nuevo avanzaba. Tal y como había hecho antes, enterré las manos en su pelo y, apretando con fuerza, di un tirón hacia atrás, cortando el beso a la mitad y dejando su cuello completamente al descubierto.

Tras relamerme, me sonreí.

Manteniendo su cabeza hacia atrás, me lancé a por el cuello sin dudarlo, recorriéndolo superficialmente al principio, para luego repetir el proceso en más detalle. Me mantenía pegada a él, tratando de absorber su calor. En las zonas de la piel que quedaban más expuestas, podía sentir cómo el aire nocturno me provocaba escalofríos.

Zacharyas frunció el ceño, aunque en principio no se opuso demasiado. No comprendía bien por qué Stalon no dejaba de tratar de revolverse contra él. No la veía más que como una pequeña ardilla en las fauces de un lobo tratando, banalmente, de plantarle cara para no morir en ellas, aún sabiendo todo aquel que lo viese que no tenía más opción que la muerte. Aquel día el caeruleus no se veía capaz de ser presa. Bajo ningún concepto era capaz de visualizar aquello. Así pues, debía plantar cara.

Mientras ella trataba de atacar su cuello para estrangularlo o cortar su aorta, él le recorría la espalda con las uñas, dejando un cerco enrojecido, terminando por clavarlas en algunas partes, cuando espasmos en sus largos dedos lo obligaban a contraerlos. Al recorrerla palpaba sus huesos, pequeños como ella. ¿Cómo de fácil sería partirlos solo con las manos? Zacharyas no podía dejar de imaginar aquello y sentir deseos de probarlo.

-No vas a derrotarme -siseó en algún momento, alejándose de ella para mirarla a los ojos, desafiante.

Zacharyas demostraría que, pese a su pasividad habitual, podía ser tan poderoso como cualquier guerrero, aunque la gente acostumbrase a verlo más como un monstruo.

Las zonas de la espalda que rozaba el viento pasaban, en apenas segundos, a quedar ocupadas por manos rudas, por uñas que se clavaban. Sin embargo, yo estaba demasiado ocupada en clavar mis propios dientes como para preocuparme por la espalda.

En un momento dado, una voz me hizo detenerme. No tardé en soltarlo, tanto con las manos, que se desplazaron a la nuca, como con la boca. Me separé un poco de él y lo miré, aún jadeante pero seria.

Avancé una mano hasta su mejilla y, sonriendo de medio lado, le di una pequeña caricia.

-¿A ver? -pregunté, entre curiosa y retadora.

Durante un instante, cuando ella tocó su áspera mejilla, se hizo el silencio. Zacharyas la miró fijamente. El tiempo parecía avanzar despacio, como si lo hubiesen manipulado, mientras la contemplaba. Su pequeño rostro parecía poder hacerse trizas tan fácilmente... ¿Sería acaso posible destrozar tanto su rostro como para que ni él mismo lo reconociese luego? Casi veía sus ojos respingones por falta de carne, su dentadura a la vista, sin mejillas, o toda la musculatura, falta de piel...

La paz terminó para el mago cuando ella habló. Primero la vio despegar los labios con suavidad, en aquel nuevo y lento transcurso del tiempo. Pensó que quizás lo besaría, que quizás se sometería, o tal vez mordiese su labio para darle su sangre, como otra vez, rindiéndose ante el cazador. Pero las palabras no tardaron en surgir, y con ellas la vuelta a la realidad del caeruleus, que oyó en ellas un desafío y recuperó la visión normal de su tiempo.

Como un disparo, la mano del caeruleus voló hacia el cuello de la parvus, tomándolo con violencia y presionándolo a la altura de los ganglios con el pulgar índice. Su respiración, acelerada, ansiaba verla tendida, muerta. Aunque aquella fuerza que aplicaba no haría más que entorpecer un poco su respiración, sin detenerla siquiera.
La mano libre sirvió a Zacharyas para, lentamente, acariciar la mejilla de la parvus con el dorso de los dedos, casi cariñosamente.

Por un momento todo estuvo quieto, y luego de nuevo en movimiento, aún más rápido. Al sentir la mano que me presionaba la garganta, abrí los ojos al máximo un instante, al tiempo que me echaba instintivamente una mano al cuello, aferrándose a la mano que lo sostenía.

Abrí la boca y boqueé sin mucho éxito. Traté de tragar saliva, pero tampoco era fácil.

La mano que aún se apoyaba en su nuca clavó las uñas en ella como consecuencia de la sorpresa. Acabó, sin embargo, por soltarla y unirse a la otra, tratando de abrir un hueco para respirar.

Tan solo cerré los ojos a la caricia. Al instante, volví a abrirlos, buscando los suyos, todavía desafiándolo.