Huerta.

Zacharyas asintió, esbozando una ancha sonrisa, aceptando la manzana y contemplándola luego, dándole un par de vueltas en las manos antes de morderla discretamente. Tras masticar en silencio, asintió, tragando al mismo tiempo. No sabía a sangre, pero no era peor por ello.
Al tragar, un pinchazo acudió a sus costillas. Ni siquiera se llevó la mano a la zona, aunque su cuerpo se lo pidió durante un instante.

Zacharyas había querido toparse con alguien hasta ese momento. Sentía ganas de hablar o participar en alguna actividad. Con Stalon, sin embargo, siempre le costaba más encontrar algo que le apeteciese hacer. El caeruleus se sentía bloqueado en esos momentos, torpe, y dejaba de tener claro cómo debía comportarse para que ambos pudiesen tener participación en algo común. Le costaba hablar con ella.

-He entrenado últimamente -murmuró de pronto, carraspeando al acabar de hablar, poco convencido con aquel tema, pero esperando llenar un poco el silencio.

Quizás, pensaba Zacharyas, el no haber tenido nunca a nadie con el que mantuviese una estrecha relación, llegados a un punto no sabía qué temas sacar o cómo comportarse. Zacharyas no entendía qué debía hacer uno cuando se sentía cómodo junto a otro.

Tomó la manzana y lo observé dar un bocado muy quieta, expectante. Una vez lo hizo, me relajé un poco y mordí yo también la mía. Luego tragué y sonreí, asintiendo a sus palabras.

Alzando una mano, presioné suavemente su costado, palpando en busca de heridas, e hice amago de rascarle.

-Sí, mucho -asentí-. ¿Te duele?

Retiré la mano y me aparté con la palma un mechón de pelo de la cara, al tiempo que pegaba un nuevo mordisco. Me di la vuelta y eché a andar de nuevo hacia mi montón de manzanas.

Al sentir la mano de la parvus presionando sobre la zona, escuchando su pregunta, Zacharyas asintió suavemente, pensativo.

-Un poco -dijo con voz ronca-. Se ha fisurado un hueso.

Sin embargo, en lugar de hacer lo que una persona normal haría, como quejarse o apartarse de la muchacha, el caeruleus cubrió la pequeña mano de Stalon con la suya propia, obligándola a hacer una firme presión en su costilla dolorida. Esto sirvió para arrancarle un pequeño quejido que estaba a medio camino entre el dolor y el alivio.

Errst había vendado un poco la zona para que estuviese sujeta, recomendando a Zacharyas que no se moviese demasiado. Pese a todo, podía notar con cada paso o gesto aquel dolor entumecido, menos agradable que otros para él.

Stalon se alejó de él, volviendo junto a las manzanas. Zacharyas, inmóvil, la contempló. Parecía completamente concentrado, con los ojos fijos en ella, quizás pensando una forma de matarla y desmembrarla...

Di un par de mordiscos rápidos a la manzana antes de decidirme a desecharla. Hice amago de ir a coger otra, pero me lo pensé mejor y las dejé estar. Me dediqué, pues a caminar alrededor de los árboles, buscando más frutas caídas, aunque no encontré más que tres. En seguida las había sumado al montón recopilado.

Me arrodillé entonces ante las manzanas y comencé a organizarlas. Puse al principio cinco, cuatro como base y una de pico. Luego, como a poco, comencé a rodear la pequeña pirámide con más manzanas, haciendo cada vez más ancha y alta mi pirámide.

Mientras construía, canturreaba para mí.

Con pasos lentos, casi arrastrando los pies, el alto caeruleus avanzó hasta llegar junto a la parvus, contemplando su labor con los ojos atentos, aunque sin decir nada durante el trayecto. Imaginó durante un instante que no eran manzanas, sino corazones sangrantes, y la idea le agradó más, llegando a hacerlo sonreír. Aquellos sangrantes corazones salpicaban mucha sangre por el suelo, dejándolo todo perdido y maravillosamente armónico.
Dio un mordisco a la que él llevaba, saboreando la sangre que emanó enseguida de aquel órgano, tiñendo su mano, su brazo, su ropa... Aunque al mirarla de nuevo volvía a ser una simple manzana dulce.

El silencio resultaba incómodo, pero el caeruleus no sabía cómo romperlo. Optó por seguir los consejos que su padre le había dado para relacionarse con las personas.

-¿Cómo estás? -inquirió, vacilante.

Zacharyas carraspeó.

Lo miré cuando se acercó, dejando de tararear pero todavía sonriente. Cuando habló, se me escapó una pequeña risita, y me tapé la boca para sofocar la carcajada más fuerte que siguió al primer impulso de reír. Cuando conseguí controlarme, inspiré profundamente mientras cerraba los ojos, antes de volver a mirarlo, con una expresión que pretendía parecer seria pero no podía evitar ser risueña.

-De rodillas -respondí, divertida.

Coloqué una manzana para completar el nuevo piso de la pirámide, y después me sacudí las manos y me levanté. Me acerqué a él y le di un abrazo, irguiendo la cabeza para mirarlo.

-¿Y tú?

Zacharyas la contempló extrañado, frunciendo el ceño con confusión, tratando de encontrar algún sentido primero a las risas de la parvus y luego a su respuesta. Entreabrió los labios, repitiendo en voz baja lo que ella había dicho, para sí.

-De rodillas...

Zacharyas clavó de nuevo los ojos en ella, y tras un instante, una especie de bufido abandonó sus pulmones mientras el caeruleus componía una mueca que parecía una sonrisa.

-Qué malo -dijo, nuevamente para sí. Conocía juegos de palabras, los había leído en libros, pero no estaba familiarizado con su uso en la realidad, y lo había pillado desprevenido. Cuando ella lo abrazó e hizo su pregunta, se ruborizó, adoptando una evidente expresión de concentración-. De pie -añadió, pasándose una mano por el flequillo, echándoselo primero hacia atrás y luego peinándoselo hacia adelante, como si aquello lo avergonzase.

Apoyó su gran mano en el cráneo de Stalon.

Sonreí a su respuesta, asintiendo.

-Ya -respondí-. Como yo. Digo además de eso.

Tomé la mano que posó sobre mi cabeza y la hice descender por delante de mi cara hasta la boca. Le di un beso en la palma y, tal y como me gustaba hacer, comencé a repasar sus dedos con los míos.

-Hoy soy constructora -informé.

Zacharyas esbozó una sonrisa cuando ella tomó su mano, siguiendo sus acciones con la vista. Se sentía un poco más cómodo en aquella situación, aunque tampoco estuviese diciendo nada, precisamente.

-Estoy bien -dijo, examinando su cráneo desde arriba. Con la mano libre repasó algunas zonas, imaginando el mejor lugar en el que clavar algo para dejarla sin vida. Quizás, pensaba, lo mejor sería en la unión entre dos de los huesos...

Zacharyas alzó la vista, apartándola de Stalon y llevándola a la pirámide de manzanas, que hacía pocos minutos habían sido órganos palpitantes. Oprimió ligeramente la punta de los dedos de la parvus con su mano. Se acuclilló junto a las manzanas, observándolas curioso.

-¿Para qué construyes? -inquirió, mirándola de nuevo, afable-. Son marrones.

Zacharyas se quedó mirando largos segundos a la parvus, fijamente, como si se hubiese calado. Ni siquiera pestañeaba, y parecía muy concentrado en ella.
Ladeó sutilmente la cabeza.

-Tus ojos son negros, pero no veo en ellos como en la oscuridad -observó, como si aquella revelación lo asombrase. Y de hecho, así era, pues Zacharyas veía en la noche sin luz, pero el negro de los ojos de Stalon no se volvía claro como lo hacía la noche. Se preguntaba por qué sucedía aquello.
Lentamente, el mago acercó un dedo al ojo izquierdo de Stalon, como queriendo tocarlo, pero sin llegar a hacer contacto. Era un precioso orbe oscuro y brillante que deseaba poseer en su mano.

Me encogí de hombros, haciendo una especie de puchero.

-No lo sé -respondí, intrigada, de pronto-. ¿Para ordenar? -No parecía una respuesta muy válida.

Asentí con entusiasmo.

-Marrones y ricas -corroboré.

Fruncí el ceño. Tomé su mano por la muñeca, acercándola hasta que tocó mi ojo, y al instante sentí la necesitad de cerrarlo, mientras sentía cómo se me ponía lloroso. Aparté su mano y me froté el ojo.

-Pues yo sí veo con él -repuse-. A veces.

Zacharyas sintió el suave y húmedo tacto del ojo enseguida, pero no tuvo tiempo ni permiso para mover su dedo por él, por desgracia. Curioso, se lo llevó a los labios, saboreando la sal de las lágrimas que siempre los mantenían húmedos. No sabía diferente a otras que hubiese probado. Se preguntó si las lágrimas de terror, las de miedo o las de tristeza variarían su sabor. Quizás, pensaba, alguna vez torturase a alguien y lo comprobase por su cuenta. No podía saberlo en aquel momento.

-Garves -susurró, esbozando una sonrisa-. ¿Ves ahora? -preguntó entonces.

Zacharyas aguardó un instante a que ella respondiese. Luego, en un movimiento lento pero continuo, se acercó a ella y besó superficialmente su frente.

El día anterior, Zacharyas había experimentado el hechizo contrario a su garves. Aquel dolor de ojos, aquella ceguera blanca... Solo con recordarlo sentía un cosquilleo en el vientre. Deseaba repetir un combate como aquel.

No tardé en perder la poca visión que me quedaba. Sentí un escalofrío y, entonces, me quedé inmóvil. Cuando Zacharyas preguntó, sí me atreví a moverme, agitando la mano ante los ojos, incapaz de percibirla siquiera un poco.

Negué con la cabeza, seria.

-Nada de nada -declaré.

Sentí un nuevo escalofrío, esta vez un poco más agradable, cuando posó los labios sobre mi frente. Aproveché el contacto para rodear su cabeza con las manos y pegarme un poco a él, lo que me hacía sentir un poco menos desorientada.

Al cabo de algún tiempo, volví a ver.

-Ya -informé.

Zacharyas esbozó una macabra sonrisa antes de que ella recuperase la visión, sintiendo una intensa necesidad de repetir aquel hechizo, cegándola todavía más tiempo, pero logrando contenerse. El autocontrol era esencial en momentos como aquel, o terminaban sucediendo cosas como las del día anterior. Pero ver a alguien cegado le resultaba tan maravilloso... Su capacidad de protegerse mermaba y Zacharyas lo veía frágil...

-¿Te asusta la oscuridad? -siseó el mago, frío y cruel, junto al oído de la parvus.

La huesuda mano de Zacharyas presionó la garganta de Stalon, haciendo amago de apretar, como para tratar de asfixiarla, pero aquella presión necesaria nunca llegó. En su lugar, el caeruleus la descendió, pasando por sus hombros y su pecho hasta sus costillas, que palpó sobre la ropa, como si esperase hallar en ellas una muesca como la que había en las suyas.
Todo el cuerpo de Zacharyas se tensó. De nuevo, lentamente, una extraña agresividad comenzaba a surgir en su interior, todavía en un lugar muy profundo.

¿Qué pasaría si la degollaba?

Apreté un par de mechones de su pelo, estremeciéndome de nuevo cuando habló. Cerré un momento los ojos, como poniéndome en situación.

-No -respondí, con cierta seguridad-. Pero es rara.

Estaba soltando ya los mechones cuando sentí la presión en la garganta. Volví a cerrar los dedos en torno a su pelo, al tiempo que tragaba saliva. Por algún motivo, me sentía como si estuviera esperando algo.

Finalmente, la mano descendió, situándose en mi costado, palpándolo. De nuevo, relajé las manos.

La sonrisa del caeruleus se acentuó, pareciendo quizás más siniestra. Parecía divertirlo la respuesta que la muchacha le había dado, pues el gesto fue veloz, involuntario.

-En la oscuridad no puedes huir de mí -siseó de nuevo. Su voz sonaba más grave y amenazadora.

La mano de Zacharyas se introdujo bajo la camisa de la parvus, volviendo a las costillas, pero palpando esta vez la piel directamente, dibujando los huesos, y recorriendo los huecos entre costilla y costilla con el índice, como si estuviese seccionándolas y separándolas. Sus uñas rascaban la piel, sin arañarla, y las yemas de sus dedos ejercían una presión agresiva.

Zacharyas quería comprobarlo: ¿Hasta qué punto se parecería realmente el cuerpo de un ser humano al de uno de los animales que se comían, sin importar si habían sufrido o no en la muerte?
Tras matarla también probaría su carne, casi cruda.

Volví a estremecerme y a cerrar los ojos, esta vez con más fuerza.

-Sé escabullirme sin ver -repuse, desafiante.

Cuando coló la mano por debajo de la ropa, sentí cómo se me erizaba la piel y me invadía un nuevo escalofrío.

No hice, sin embargo, nada al respecto, sino que lo dejé explorar y palpar la piel libremente. No sabía qué, pero seguía esperando.

De la garganta del mago emergió una risa gutural en respuesta a lo que ella había dicho. Aquello le había resultado muy divertido, y no porque dudase de que realmente fuera cierto, sino por el tono con el que lo había pronunciado.

Zacharyas deseaba poseerla contra su voluntad. Su mente no entendía por qué, como casi siempre sucedía, pero al verse emborronada por aquellos pensamientos era incapaz de reaccionar. En su lugar, otra fuerza, y su cuerpo, tomaban el control, y entonces deseaba hacer cosas como aquellas, impensables en otros momentos.
Quería arrancarle la piel con las uñas, ensartarla con su espadín, golpearla hasta dejarla inconsciente...

Zacharyas quería que ella gritase y se opusiese a aquello para disfrutar más al hacerlo. Así era como funcionaba.

La otra mano buscó las costillas opuestas, ascendiendo la izquierda por su espalda y la derecha por su vientre, dejando un surco blanquecino en la piel al repasarla con las uñas. Al llegar a la base de su pecho y notar el aumento de volumen, al cambio de forma, la nueva textura...
Zacharyas se detuvo de pronto, retirando la mano de nuevo al vientre, crispada. Podría abrir el estómago y hurgar en su interior. Averiguaría así qué había comido ella, o la haría digerirse a sí misma. Quizás el dolor fuese insoportable.

Abrí los ojos lentamente, dejándolo explorar mi piel sin detenerlo. Estaba raro, pero tampoco era importante. Despacio, solté su pelo y retiré las manos, llevándolas a mi ropa. Casi con cautela, como si fuera a huir si hacía algún movimiento brusco, llevé las manos a mi ropa y retiré la camisa. Al momento sentí cómo el frío nocturno me mordía la piel, erizándola, pero no le di importancia.

Miré a Zacharyas, seria, entre curiosa y expectante. Con la punta del índice, recorrí su brazo hasta la mano situada en el vientre. La tomé un momento, apretando los dedos con los míos, al tiempo que bajaba la vista a ella. Después la solté y volví a mirarlo a la cara.

Stalon se quitó la camisa, dejando a la vista toda aquella vulnerable piel que parecía tan fácil de rasgar, arrancar y cortar. La observó en silencio, entre intimidado y deseoso por arrancar tiras de aquella capa blanca que recubría sus músculos, su sangre...
Zacharyas apretó los puños, clavándose las uñas en las palmas de las manos hasta que la sangre brotó de una de ellas, escasa. Apenas sintió aquel dolor, el mago se relajó, ganando la fuerza que precisaba para forzar a Stalon a hacer algo que no deseaba.

Zacharyas avanzó su cuerpo, atrapando el labio inferior de la parvus entre sus dientes y pellizándolo ligeramente con ellos, soltándolo al instante. Todos los músculos de su cuerpo se crisparon de pronto, y el dolor acudió enseguida a su costado, arrancándole un quejido.

La mano izquierda del caeruleus se ubicó en la nuca de la parvus, aferrando su pelo, tirando de él con la fuerza justa.

-Garves -siseó de nuevo. Su rostro se ensombreció, macabro.

¿Escabullirse sin ver? La parvus estaba en sus manos, y él podria matarla si quería. Cuando quisiese, más bien.

Zacharyas avanzaba, y yo di un paso hacia él en respuesta. En un momento, se acercó lo suficiente como para tomar mi labio inferior entre sus dientes, pero el contacto fue tan efímero que ni siquiera pude darle un beso.

Permanecí quieta. Parecía intranquilo, nervioso, y eso me tenía intrigada y confusa, por lo que no sabía bien cómo actuar.

Tras obligarme a echar la cabeza hacia atrás, volví a perder la vista. Como una copia de la última vez, mi respuesta a aquel hecho fue alzar las manos hacia él, buscándolo como referencia.

Aunque esta vez, por algún motivo, incluso tocándolo estaba desorientada.

-Se ha ido otra vez la luz -murmuré.

Ella parecía tranquila, mientras que Zacharyas estaba cada vez más nervioso, comenzando a notar, una vez más, cómo su parte racional trataba de combatir a aquella que solo quería dañarla, forzarla, obligarla a hacer cosas contra su voluntad, sin importarle que gritase, o incluso prefiriéndolo.
Zacharyas apretó la mandíbula. En aquel momento, por su hechizo, ella ya no lo veía, pero él contemplaba su figura perfectamente gracias a la oscuridad. En aquella situación se sentía más seguro, lejos de su mirada, amparado en la ceguera.
Los músculos de la mandíbula del caeruleus se tensaron. También hicieron lo propio los de las manos y los de los brazos. Con toda esa tensión, acercó una vez más sus labios al oído de ella, ciega. Su voz rasposa habló allí tan bajo que ni siquiera ella podría decir que lo había escuchado con total claridad.

Sudor frío recubría al mago, que se apartó de ella exhalando un jadeo nervioso. Se llevó una mano al costado, que debido a la tensión agudizaba su dolor. Pronto la oscuridad del garves se fue disipando, permitiendo a la parvus volver a captar la poca luz que había en la noche.

FdR-rol pausado

Cuando habló, me sentí invadida por una sensación muy extraña que me subía desde la base del estómago. Ciega y desorientada, parpadeé un par de veces, estremeciéndome. Cuando volvía la luz, cerré los ojos; tantos cambios empezaban a marearme.

Acabé por soltarlo, y lo miré fijamente, pero no retrocedí. Con las manos bajas, cerré ambos puños agarrando las perneras del pantalón, como en un gesto de nerviosismo. Tragué saliva.

-¿Y a qué esperas? -pregunté, retándolo.

Zacharyas la miró un instante en aquella perfecta oscuridad que le desvelaba todo lo que era invisible para el resto. ¿No tenía miedo? El caeruleus no podía dejar de preguntarse por qué, pese a la ceguera de la parvus, pese a sus sinceros avisos sobre el peligro que corría, ella seguía tan tranquila...
La respuesta de Stalon a sus palabras lo hizo estremecerse, obligándolo luego a mirarla con sus oscuros ojos, evaluándola. ¿Habría comprendido el significado de sus palabras? Porque su respuesta no parecía, en absoluto, la que una persona normal daría a aquello. Aunque quizás él mismo había malinterpretado sus propias palabras, leyendo erróneamente su cerebro.

Su mano izquierda palpó el pomo de su espadín, sintiendo la lisa y fría superficie metálica como una salvación: la afilada punta estaba preparada para clavarse en cualquier momento en la blanda carne de la parvus, otorgándole la hermosa visión de su sangre desparramada por el suelo y sus tripas perforadas. Zacharyas no tenía ninguna duda con respecto a aquello, ya que ella se ofrecía tan amablemente a recibirlo. El caeruleus la traspasaría, sintiendo el placer del sufrimiento nada más hacerlo.
Mientras tanto, el resto de su cuerpo, su rostro, se acercó a ella sin remordimientos, como movido por otra persona ajena a él que lo controlaba desde algún lugar lejano, besándola con furia, agresivo.

Una vena palpitante en su cuello marcaba el ritmo que predecía el final de la vida de Stalon.

No estaba segura de si me había respondido. De nuevo, se acercaba, me tocaba, o más bien me empujaba, con tanta fuerza que tuve que alzar ambas manos y agarrarme a sus hombros (quizá con más fuerza de la necesaria) para no caer hacia atrás.

Por algún motivo, me perdí. Había algo en el gesto, en la forma en que se movía, que me hacía difícil seguirlo, por lo que tardé un momento en responder. Sentía el dolor en los labios a causa de su piel, dura por la barba incipiente, y de su boca, ruda por la agresividad del beso. Pero, a fin de cuentas, y a pesar del entusiasmo, era torpe todavía.

Cuando conseguí sobreponerme a la brusquedad inicial, comencé a responder igualmente agresiva, al tiempo que clavaba con fuerza las uñas en sus hombros, como si eso me diera más fuerza. Disconforme con la situación, avancé un claro paso, empujándolo hacia atrás, con intención de tirarlo de espaldas y marcar mi dominancia y supremacía.

Era mío, yo mandaba.

Cuando pasaron los segundos ella comenzó a responder con la misma agresividad que el caeruleus había comenzado el ataque. Ella se aferraba a él para no caer, y pronto cambió aquel simple agarre por fuerza, plantándole cara y oponiéndose a su ferocidad y su dominio. Y aquello no agradó a Zacharyas que, pese a seguir acuclillado, trató de contrarrestar la fuerza de la parvus con la suya propia.

El padre de Zacharyas había dicho siempre que debía controlar sus impulsos, por lo que el caeruleus siempre había sido lo más calmado y pasivo que había logrado, consiguiendo con los años acostumbrarse a aquello. A causa de eso, había terminado por conseguir no hacer daño a otros seres casi nunca, ocultando en parte su condición, y sufriendo en sus carnes los maltratos que ansiaba. Aquel día en las mazmorras, cuando Aren Darvenwish le había preguntado qué prefería, dar o recibir, el mago había mentido, recibiendo a cambio sus ansiados latigazos. Pero recibir era la mitad de lo que deseaba, pues ser él el causante del dolor también resultaba de los más excitante. El único problema que Zacharyas tenía con aquello había sido su educación en la sumisión, que lo había terminado por convertir en un ser sin iniciativa. Aquel era el precio de la contención.

Zacharyas, en una posición desventajosa, terminó por sucumbir al empuje y al dolor de su costado, cayendo finalmente al suelo. Un gruñido escapó de sus labios, fruto del dolor, pero, lejos de rendirse, mantuvo aquella agresividad en cada gesto.
Para una vez que el caeruleus deseaba ser el ente dominador que haría sufrir al otro, y no al revés, no pensaba retirarse con facilidad. Dar latigazos a Aren Darvenwish era impensable, pero había otros modos de dejar libre su agresividad, aunque fuese un solo día.