Huerta.

El dorso de la mano de Zacharyas descendió en aquella caricia, dejando el suficiente espacio en la otra mano para que ella respirase, pero sin llegar a soltarla. La libre seguía bajando, llegando al cuello, semicubierto por la otra, y luego a los hombros, y a la clavícula, marcada y frágil, y al pecho, que palpó por encima del sostén, extrañándose de su tacto, blando pero firme. El caeruleus siempre había creído que el pecho de una mujer sería más blando, aunque seguía pensando que con un fuerte golpe podría hacerlo estallar, causándole un gran dolor.
La izquierda terminó de descender al llegar a la cintura, afianzándose a esta, como haría si estuviese bailando, firme. La derecha seguía fija.

Zacharyas miró a la parvus a los ojos, esbozando una macabra sonrisa. Si se oponía a su muerte, la asfixiaría. Si no se lo impedía, la traspasaría con su espadín, o le arrancaría la piel con las propias uñas.

Parecía tan frágil...
De pensar en lo fácil que sería matarla, un escalofrío recorrió a Zacharyas de abajo arriba.

Rodeando su cintura con un brazo, alzándola entre ese y el derecho, aún en su cuello, Zacharyas la sentó sobre sí. El peso de Stalon apretó el bulto de su pantalón, hiriéndolo satisfactoriamente. Cada una de sus exhalaciones era audible.

Aunque era incómodo, respiraba. A pesar de ello, seguía sin mantenerme quieta. Tal y como me tenía agarrada, me sentía incómoda y sujeta, así que me empleaba en clavar las uñas con ganas, buscando que me soltara.

Pese a mis esfuerzos, me movía a su gusto, manejándome con facilidad. Al sentarme sobre él, pude sentir cómo la bola crecía. Mientras el jadeaba, yo seguía boqueando como podía.

En un impulso, alcé una mano hacia su pelo y, tirando de él hacia mí, traté de acercarlo para besarlo.

Respiraba poco.

Algo raro comezaba a bullir en él. Cuando la pequeña lo atrajo, Zacharyas jadeó sorprendido.
De pronto, algo se quebró en el caeruleus. Su sangre se heló, sus ojos se abrieron, y también su mano, que liberó al fin la garganta de la parvus, dejando vía libre al aire para que penetrase de nuevo en sus pulmones.

Cuando sus labios se rozaron, Zacharyas olvidó la muerte, el dolor, el sufrimiento, la sangre... Su actitud cambió, como si parte de su agresividad, o su totalidad, hubiese muerto. De pronto, el hombre parecía más atento a corresponder al gesto de la parvus que a su sufrimiento.
Zacharyas no tenía claro en aquel momento qué acababa de suceder. Quizás, pensaba, aquel nuevo gesto había resultado más atractivo de lo que hubiese pensado, o tal vez había acabado sucumbiendo a la extraña sensación de cosquilleo que había ido ascendiendo por su cuerpo durante todo aquel tiempo.

Zacharyas llevaba mucho tiempo confuso. Hasta su propia identidad se había revolucionado un poco en los últimos meses. Sus nuevas experiencias, la relación con otros guerreros... Quizás el caeruleus había aprendido muchas cosas, pero a veces seguía obcecándose con lo que siempre había creído verdad: era un monstruo, el dolor lo estimulaba más que nada, la sangre poseía el más delicioso sabor... Sin embargo, una parte del mago acababa de sucumbir, finalmente, ante una evidente verdad.
Zacharyas no necesitaba dolor para sentir placer. No en aquel instante. Eran dos estímulos diferentes, y comenzaba a poder separarlos.

Por fin, podía respirar con normalidad. En cuanto sentí la mano retirarse de mi garganta, cerré los ojos y aspiré aire con fuerza por la nariz. El chiquillo, por su parte, respondió a mis exigencias en seguida.

Al retirar él la mano de mi garganta, había retirado yo la propia, que subía ahora hacia su cara, con intención de acompañar a la otra en su afán cada vez más urgente de atraerlo más hacia mí. Al tiempo, me erguí un poco más, apoyándome sobre él para estirarme y alcanzarlo. Al hacerlo, sentí de nuevo la bola revolverse.

Algo había cambiado de pronto, y tenía sus consecuencias. Ante el interés creciente del chiquillo, yo me volvía más activa, respondiendo a sus movimientos, buscándolo, atrayéndolo, cada vez con más ansia.

Las respiraciones se aceleraban, y con ellas los movimientos. En un abrir y cerrar de ojos, el mago había pasado de sentir ganas de herir a la muchacha y arrancarle las tripas con las manos a una enorme urgencia por sentirla contra sí. Zacharyas seguía sin sentirse él mismo por completo, pues dudaba que pudiese comportarse de aquel modo en un momento normal, pero la repentina excitación lo hacía no preocuparse por aquello en absoluto.
Su lengua persiguió a la de la parvus, sin vergüenza por una vez, recorriendo el interior de su boca y aumentando la cantidad de avispas que picaban su estómago y la sangre que se reunía entre sus piernas, la dureza. También aquella respiración, veloz, descontrolada, mareante, aumentaba su excitación.

Pese a todo aquello, el inexperto Zacharyas no sabía qué hacer con sus manos en momentos como aquel. Quizás hacía tanto que no seguía sus instintos que su cuerpo, torpe, continuaba sin ser capaz de decidir según qué cosas.

El chiquillo, entusiasta, parecía más animado que nunca, moviéndose con energía y menos trabas de lo habitual. Yo, animada por este hecho, trataba de pegarme a él tanto como podía, acompañándolo en sus gestos y moviéndome ligeramente al ritmo de mi respiración.

Sus acciones, envalentonadas, me arrancaban ligeros jadeos ahogados.

Bajé ambas manos de su nuca, dejándolas resbalar por el cuello, hombros y tórax, antes de dirigirlas por los costados a la espalda. Los dedos se clavaban en la piel en su afán por atraerlo, y el sentirlo debajo de mí no hacía sino acrecentarlo.

Zacharyas gruñó de forma ahogada. El costado le dolía, pero aquello le resultaba irrelevante, aunque las manos de la parvus, cerca de la zona, incrementaban un poco aquella sensación de dolor.
No necesitaba el dolor para aquello, pero tampoco lo despreciaba.

Si hubiese llegado a ese nivel de excitación en su soledad, cosa que, según Zacharyas recordaba, jamás había sucedido, haría ya rato que se habría hecho cargo de ello. En aquel momento, sin embargo, encontraba tantos motivos para hacerlo como para seguir con aquello, que incrementaba la excitación.
Las manos del mago rodearon a la parvus, mientras él la besaba. Inconscientemente, Zacharyas la atrajo hacia sí, pero hacia abajo a la vez, pretendiendo aumentar el contacto en lo que era en aquel momento la zona más irrigada de su cuerpo. Aquello le producía cierto desahogo.

Ya ni siquiera sentía frío. Era como si estuviera metida en una nube de calor. A pesar de que no había ya espacio entre nosotros, el chiquillo continuaba intentando acortar las distancias. Yo no oponía resistencia, sino que tiraba de él hacia mí para acompañar el movimiento que él parecía buscar, y que cada vez era más amplio y evidente. Mi respiración empezaba a convertirse en gemidos.

La mano derecha volvió a ascender hacia el rostro, rodeando una vez más la nuca para atraerlo, al tiempo que yo me impulsaba hacia arriba, profundizando de nuevo en su boca y volviendo a explorarla. La otra mano, algo menos tensa, descendía lentamente hacia la cintura, sirviendo para apoyar el movimiento de las caderas.

Me sentía sudorosa y húmeda, pero sobre todo muy activa. Tenía mucha energía que emplear.

FdR. Rol pausado

Ella comenzaba a hacerse más ruidosa. Zacharyas no sabría concretar qué la hacía gemir, pero ya alcanzaba a comprenderlo. También él respiraba más fuerte, casi como si gruñese. El movimiento de la parvus sobre él, como un preludio de algo futuro (basado en algo del pasado para que él se lo tomase así), lo descentraba. Resultaba lo suficientemente placentero como para desear más y hacerlo mover su cuerpo sutilmente, de forma involuntaria.

Zacharyas respondió a su beso, acalorado, algo confuso y mareado. Imaginaba que la saliva era sangre, o quizás ni siquiera lo hacía.
Las uñas del caeruleus se clavaban en sus palmas, hurgando en la carne, apoyando aquella caótica situación con aquel fino y agudo dolor, apenas perceptible.

La bola seguía creciendo, y yo no podía ignorarla. Con cierta brusquedad, alcé una rodilla, apoyando la planta del pie en el suelo en un fuerte pisotón. Apoyé ambas manos en su pecho e, impulsándome con el pie, lo empujé hacia atrás para tirarlo al suelo. Al hacerlo, ahogué un jadeo.

Desde mi nueva posición, continué con mi actividad. Mi cadera se movía apretándose cada vez más contra él, mientras que el contacto con su boca se hacía más rápido, dificultando más mi agitada respiración. Acabé por abandonarla en pos de su cuello, que ataqué con urgencia. Las manos descendían y ascendían de forma poco ordenada, acariciando su tórax sin decidirse a detenerse en ningún punto en concreto.

El empujón hizo gruñir al mago, que cayó de espaldas sobre la tierra. Su costado herido sufría menos si se dejaba caer que si trataba de impedirlo, pues al hacer fuerza para mantenerse erguido los músculos se tensaban, constriñendo la zona.
Miró fijamente a Stalon en aquella oscuridad. Ella atacó de nuevo, más violentamente que antes. Aquello no hacía sino repartir un cosquilleo por todo el cuerpo del caeruleus, focalizándose concretamente en ciertos lugares: estómago, garganta, entrepierna...

La parvus hacía cada vez más presión sobre la zona, de forma que el mago se sentía más ansioso a cada momento. Una fina capa de sudor lo cubría, haciendo que la tierra se pegase a su espalda. Su pecho subía y bajaba, buscando oxígeno superficialmente.
Las manos de Zacharyas terminaron, finalmente, en la cintura de la parvus, siguiendo su movimiento, sin presionarla, pero preparadas para hacerlo en caso de buscar un mayor contacto. Inclinó también la cabeza hacia atrás, elevando la barbilla, dejándole espacio.

FdR- Al final es el uke siempre u.u

Descendí por todo su cuello, desde el lóbulo de la oreja hasta la clavícula, sin detenerme en ningún punto en concreto. Llegada a esta altura, volví a ascender hasta la boca, en un beso igualmente urgente pero, en cierto modo, algo más suave.

Por último, me separé de él, mirándolo fijamente desde arriba, aunque sin ver más que una sombra.

Me alcé verticalmente sobre él. Aunque mi cadera seguía moviéndose y el movimiento era igualmente amplio, también se había vuelto más lento.

Llevé las manos a la cintura, tomando una de las suyas por la muñeca. Me cubrí la cara con ella, sintiendo cómo expulsaba el aliento sobre ella, que me era devuelto en forma de calor. Besé la palma, superficialmente al principio, y luego a suaves mordiscos. Recorrí los dedos uno a uno, ejecutando en cada uno las mismas acciones. Por último, repetí el proceso en la muñeca.

Giré entonces la mano, situando el dorso contra mi mejilla y haciéndola descender por ella, sintiendo al hacerlo un suave escalofrío y presionando un poco más la cadera contra él. Hice descender la mano por el cuello y el hombro, acabando por apretar la palma contra mi pecho. Inspiré profundamente entonces y me incliné hacia adelante, soltando la mano, para volver a besarlo.

FdR.: Pensemos... ¿Por qué será? ¿Será porque no hace una mierda?

Todo comenzó a ralentizarse, aunque no por ello dejaba de ser excitante. Lo era, sin embargo, de un modo más calmo, menos urgente. Aunque en aquel momento sería difícil que el caeruleus dejase de sentir urgencia. Inconscientemente, alzaba la cadera, pegándose más a ella, como buscando la entrada a su interior que ya había tenido una vez, aunque en este caso la ropa de ambos hubiese impedido de todos modos el acceso a ninguna parte.

Ella tomó su mano, captando la atención del caeruleus, que, dentro de aquella confusión, siguió sus gestos con la mirada, con el tacto, tratando de entenderlos. Primero ella besó y mordió su piel, arrancándole escalofríos y provocándole olas ascendentes de calor. Luego lo hizo acariciarla, y él puso de su parte para recorrer con suavidad su piel, extrañamente concentrado. Pasó por su mejilla primero, curvando su trayectoria para acariciar sus labios antes de llegar al mentón y al cuello.
Cuando ella lo llevó hasta su pecho, Zacharyas se sintió extraño por un instante. Los pechos de las mujeres servían para amamantar a las crías. Eran, además, consideradas zonas "prohibidas" que los hombres admiraban. Siempre había oído que querían "grandes pechos" en las mujeres. Era, pues, una zona que despertaba pudor, pero cuya utilidad le resultaba algo confusa. No comprendía si era simplemente un rasgo sexual visual.
Zacharyas presionó ligeramente, confuso. Luego acarició con suavidad por encima de la tela que lo cubría, algo perdido, delimitando su forma y su tamaño, como si no viese y usase su mano para ello.
Cuando ella lo besó, como volviendo en sí, respondió al gesto, y su mano se crispó sobre el pecho sobre el que ella la había dejado, hundiéndose, abarcándolo por completo.

La sangre de Zacharyas se había acumulado por completo. El calor y la presión de la parvus sobre ella lo aliviaba en parte, pero también aumentaba las ganas que tenía de acabar con aquello.
La mano libre ocupaba ahora la nuca de Stalon, hundiéndose en su cabello para atraerla con furia. Su lengua buscaba la de ella, recorría su boca, torpe, algo insegura, pero mejor de cómo lo había hecho las primeras veces.

De nuevo se alzó una mano hacia la cabeza, tirando del pelo hacia mí para atraerlo más, al tiempo que las caderas aumentaban la intensidad del movimiento. Al igual que él, profundizaba en la boca, repasando su lengua, mordiéndola suavemente y tirando de ella, tratando de atraerlo más aunque ya no era posible.

La otra mano, que se apoyaba en el pecho, se desplazó ligeramente hasta dar con un pezón. Lo palpó al principio superficialmente, casi sin sentirlo, como parte más de la piel, antes de comenzar a juguetear con él, tratando de levantarlo.

Por su parte, la mano enterrada en el pelo lo abandonó en pos de la del chiquillo, presionándola más contra mi pecho, animándolo a explorarlo. De nuevo, respirar se hacía difícil.

Pese a los movimientos caóticos, la parvus seguía pareciendo muy interesada en su propio pecho, forzando a Zacharyas a tocarlo con mayor intensidad, presionarlo... Pese al desconocimiento del mago sobre muchas cosas, era capaz de comprender aquel mensaje, de modo que, aún movido por aquel arrebato pasional en el que se encontraban, respondió a la demanda de la parvus introduciendo, finalmente, la mano bajo su ropa, palpando la zona como ella parecía desear, tocando la suave piel, más suave en el centro. Poco a poco, al hacerlo, imitando los gestos que ella hacía sobre él, notó cómo el pezón se endurecía un poco.

Su cadera comenzaba a moverse lentamente, y su mano libre la recorrió entera, bajando por su costado y llegando hasta su cadera, para presionar su cuerpo hacia abajo cada vez que él ascendía.
Los dientes del caeruleus atraparon el labio inferior de la parvus. Descendieron, tras soltarlo, llegando a su cuello, y tratando de alcanzar también su hombro, su clavícula, arañando suavemente con los dientes, mordiendo en ocasiones, los lugares por los que pasaba.

Aunque tardó un poco en hacerlo, Zacharyas acabó por responder, por lo que solté su mano, dejándola libre. Volví, pues, a situar la mano junto a su oreja, sobre el pelo, dando nueva energía al beso. Dejé, cuando así lo quiso, que llevara las riendas del mismo, y no traté de impedir que lo diera por finalizado, estirando el cuello para darle mayor libertad de abarcarlo. La mano en su cabeza, además, lo atrajo más hacia mi cuello.

Cuando mi boca quedó libre, solté una bocanada de aire que arrastró un gemido.

Con la otra mano, fui explorando su torso, ignorando las vendas que lo cubrían. Un instinto me pedía que me revolviera para liberarme de su boca y poder explorar su cuerpo con la mía, pero otra parte de mí no quería hacerlo.

La mano de su cabeza acabó por soltarla, dejándolo actuar libremente. En su lugar, se desplazó hasta mi cadera, donde su mano acompañaba mis movimientos, para tomarla. No la desplazó muy lejos; sin obligarlo siquiera a perder el contacto con mi cuerpo, la desplazó hacia adelante y hacia abajo, entre mis piernas. Al hacerlo solté un nuevo gemido y presioné su mano contra mí, desplazando al tiempo la cadera para lograr un mayor contacto.

Todo se entremezclaba. El sudor, la saliva, la falta de oxígeno... Y, pese a todo, el caeruleus seguía las señales de su propio cuerpo, y también las que le daba ella, como podía, esforzándose al máximo por interpretarlas. Dejaba su cuello enrojecido, húmedo, y continuaba tocando su pecho como ella había pedido, tratando de comprender su funcionamiento.

Una nueva petición. La diestra de Zacharyas fue guiada esta vez, partiendo de la cadera y descendiendo a ras de piel, casi sin que el mago se diera cuenta, terminando en un lugar inusual para él: entre las piernas de la parvus, que respondió al contacto con un gemido y una nueva presión. Dada la situación, Zacharyas supuso que sería para ella como era para él, que sentía placer al ser presionado o acariciado. Quizás, en ese aspecto, una mujer no se diferenciase tanto de un hombre.
Con cierta inseguridad, comenzó a mover su pálida mano acariciando el lugar donde ella se la había depositado, tratando de presionar, no muy seguro. El pantalón dificultaba todavía más su tarea, por lo que trataba de guiarse por los movimientos de Stalon recordando lo que deseaba él cuando los hacía. Notaba cierta humedad, como de sudor, en la zona, y también bastante calor. Mordió su cuello, concentrado, descuidando quizás la otra mano. Zacharyas, al fin y al cabo, no tenía tanta destreza, y terminaba no pudiendo realizar tantas acciones paralelas.

Poco a poco, me iba sintiendo cada vez más tensa, más brusca. Se me escapaba de vez en cuando algún sonido con la respiración, pero no prestaba demasiada atención a ese aspecto. La bola se había roto, y se extendía ahora en hormigueos por todas partes.

Animada por los hormigueos, me movía cada vez más. Atrapada entre su boca y sus manos y tan cerca del chiquillo, no tenía demasiada movilidad, pero me revolvía, escurriéndome, para no permanecer quieta.

Así, aprovechando la mano que había acompañado la suya, alcancé como pude su cinturón, que desabroché tras numerosos intentos. Cuando, tras el cinturón, conseguí desabrochar el pantalón, tiré de él para abrirlo y apartarlo. Llevé la mano entonces a su miembro, que asomaba por debajo de la ropa, enhiesto, y comencé a acariciarlo.

Los intentos por bajar su pantalón de Stalon aumentaron la excitación de Zacharyas, pues su subconsciente enseguida comenzó a recordar lo que había sucedido las últimas veces que había pasado aquello. Y cuando ella rozó su miembro, un leve jadeo emergió de su garganta, sorprendido. La sensibilidad hacía que aquel contacto valiese más que cualquiera de las veces que Zacharyas se encargaba solo en los baños. Apretó los dientes, pellizcando más la piel de su cuello, deteniéndose al saborear algo de metal, apartando entonces la boca de ella.
Su mano, torpe, continuó moviéndose en respuesta a la de ella, como si imitase sus movimientos, sus intenciones, su velocidad. La del pecho, algo parada hasta ese momento, la acarició, deteniéndose a ratos a causa de la distracción y moviéndose levemente poco después, notando la dureza de su pezón, ya erecto.

La cadera de Zacharyas se movía, mientras él respiraba cada vez más fuerte. El cabello de su nuca se pegaba a esta con sudor. En un momento de confusión, el caeruleus alcanzó los labios de la muchacha y la besó, pero el contacto no duró mucho.
La excitación crecía. Casi le era incómodo. La izquierda bajó del pecho, buscando también con tremenda torpeza, desabrochar el pantalón de la parvus.

Respondí a su gemido con un suave quejido al sentir un leve dolor en el cuello, que no tardó en remitir. Acabé de extraer su miembro para tener mayor libertad y aumentar el contacto, y jadeé al sentir que imitaba mis gestos. Podía notar cómo me buscaba en sus gestos, en su cada vez mayor urgencia.

Cuando llevó la mano a mi pantalón, no opuse la menor resistencia, sino que dejé rápidamente lo que estaba haciendo para ayudarlo. Separándome de él lo mínimo posible, lo ayudé a deshacerme de mi pantalón y mi ropa interior, sintiendo una nueva oleada de frío al hacerlo, que no hizo sino aumentar mi excitación.

Ya desnuda, volví de nuevo sobre él, buscando otra vez con la mano su miembro y con la boca la suya, en gestos cada vez más enérgicos.

Ella ayudó al torpe caeruleus a desnudarla, facilitándole enormemente la misión. Cuando lo hubo hecho, Zacharyas la contempló un instante, como si hubiera sido la primera vez que la veía. Y, al fin y al cabo, ¿no era la primera vez que se fijaba, en parte?
Zacharyas apretó la mandíbula y se cargó de fuerza. Tímidamente, o todo lo tímidamente que podía actuar en aquellas circunstancias, aproximó de nuevo su diestra al lugar que había ocupado antes. A mayor cercanía con la entrepierna de la chica, más calor sentía en la mano, y también más inseguridad.
El contacto fue extraño: la superficie era suave y estaba caliente y húmeda... Zacharyas pensó que tocar los intestinos de alguien moribundo debía de resultar similar.

El caeruleus sintió de pronto la mano de ella en él y exhaló un jadeo. Correspondió a su beso, aunque en aquel momento lo que más sentía era la mano de la parvus en torno a él, ascendiendo y descendiendo, provocándole un intenso placer y haciendo más audible su respiración.
Aquel deseo era extraño para él, pero quería entrar en la parvus como había hecho aquel día.
Mientras tanto, torpemente, su otra mano se movía sin demasiada maestría, tratando de tantear para averiguar cómo actuar.

Volvió a mí de nuevo, obligándome a inspirar hondamente al hacerlo y a moverme en consonancia con su gesto, aunque no tardé en detenerme al sentir que se movía de forma tan rara. Sin tiempo para remilgos, y sin abandonar el movimiento sobre él, bajé la otra mano y la coloqué sobre la suya, acompañándolo y guiándolo en el movimiento, y dejando salir un suave gemido al hacerlo. Al tiempo, retomaba el movimiento de cadera.

A aquellas alturas, dado lo complicado de mi posición, había abandonado ya su boca; en su lugar, mi cabeza reposaba sobre su pecho. Mi boca, inquieta, buscaba algo que hacer, y acabó por encontrarlo en su pezón, con el que empezó a juguetear.

Cuando ella lo ayudó, fue más sencillo para el caeruleus proceder en aquella situación. Siguió, pues, concentrado, las indicaciones que la pequeña mano le daba, imitando su ritmo, su presión, notando cómo la humedad de la zona aumentaba, y también su temperatura, aunque de forma menos preceptible.

Tras un rato tratando de ser del agrado de Stalon, o al menos eso creía estar haciendo él, Zacharyas sintió que debía dejar que su cuerpo se desahogase. Con un jadeo, Zacharyas la tomó por la cintura, invitándola a alzarse un poco a fin de liberar su miembro palpitante. Cuando ella lo hizo, trató de guiarla, con torpeza, hasta que estuviera encima de él. No estaba muy seguro de si así, sin más, daría resultado, pero la vez anterior la había visto hacer aquello, por lo que fue eso lo que el mago intentó.
Con lentitud, Zacharyas empujó hacia su interior en cuanto la sintió sobre él, tratando de entrar en ella. Una parte de él recordaba haberla herido aquel día, por lo que prestó especial atención a su rostro, ciertamente curioso. Ansiaba ver, en cierto modo, el dolor reflejado en sus ojos de nuevo.

No tardó mucho en reclamar algo más, alzándome sobre él. Sin soltarlo, seguí su movimiento, también yo interesada en llegar a aquel punto. Así pues, mientras él me guiaba, yo lo guiaba a él, introduciéndolo en mi interior.

Al principio me impacientó su lentitud, pero al entrar en contacto, un latigazo de dolor me hizo esbozar una mueca y detenerme, con la respiración interrumpida. Demasiado rápido. En el momento en que, como él, me decidí a movimientos más lentos, sentí cómo un calor y un hormigueo me invadían cada vez más, haciéndome, al llegar a cierto punto, soltar todo el aire de golpe. Me estremecí, cerrando los ojos.

Volví a abrirlos en apenas un momento, retomando, más lentamente, el movimiento de cadera que tanto tiempo llevaba haciendo. Con cada deslizamiento, sentía una nueva oleada de calor y hormigueo, que hacían más pesada mi respiración. Mi cuerpo, tenso, respondía a los estímulos cada vez con más impaciencia.

Ella lo ayudó a dar con la dirección correcta. Cuando el dolor brilló en sus ojos, Zacharyas se sintió acelerar, teniendo que expulsar aire por la nariz, en un resoplido, para calmarse. Al fin y al cabo, aunque ni él mismo se lo creyese, no estaba haciendo aquello para herirla, sino todo lo contrario.
Pronto él estuvo en su interior. El costado le dolía terriblemente, pero no tenía tiempo ni ganas de hacerle caso. Para su desgracia, en aquella posición y con aquella costilla herida, el caeruleus apenas tenía movilidad. Para la parvus, sin embargo, quizás fuese incluso una ventaja.

Zacharyas movía lentamente la cadera, tratando de acoplar su movimiento al de ella. Cuando ella bajaba, procuraba subir, sintiendo con ello un pinchazo en el costado, pero tratando así de introducirse más, y cuando ella ascendía él bajaba, relajando el cuerpo, como si estuviese recuperando fuerzas para embestir de nuevo.
Poco a poco, la velocidad aumentaba. El caeruleus, realmente, deseaba levantarse y adopar otra posición. Se sentía atrapado en aquella, incapaz de reaccionar más que un ápice de lo deseado. Sin embargo, al no verlo muy adecuado en aquel momento, el caeruleus tomó a la parvus por la cintura, guiando su movimiento para hacerlo más veloz y amplio. Al ayudarla a ascender más alto, los descensos le resultaban más intensos, haciéndolo jadear.

Zacharyas imaginaba que la tomaba y pegaba contra una pared, tirándole del pelo, para embestirla con violencia.