Pasillos

Lo miré un momento desde abajo, con el rostro tenso y expresión temerosa. Me quedé inmóvil en un primer momento, pero cuando abrió la boca para hablar ya me había alejado un poco, arrastrándome hacia atrás, y tenía las piernas por delante del cuerpo, como una barrera. Hundí la cara en las rodillas y me estremecí.

Me moví al cabo de un momento, cuando sentí que no tenía suficiente aire en un espacio tan pequeño. Alcé entonces apenas la cabeza, evitando mirarlo.

-No lo sé -murmuré con voz compungida.

El rostro de Zacharyas, todavía semiensombrecido, pálido, como aterrado por aquello que estaba viviendo, se tensó un instante. Parecía que Ayne le hubiese dado un claro y preciso "sí" por respuesta, y no otra cosa. Incluso sus pupilas menguaron un instante, acobardadas ante aquella situación nueva para ellas, cohibidas.

-Increíble... -murmuró de pronto, a medio camino entre la aterrada incredulidad y la curiosidad y sorpresa más grandes.

Tras largos segundos, sus ojos oscuros y hundidos abandonaron la figura de la pequeña guerrera para ascender hasta llegar a su rostro, algo desmejorado, y clavarse en los propios ojos de ella. Arrancarlos ya no parecía la opción más hermosa en aquel momento. No eran los ojos brillantes que uno querría guardar y conservar como trofeo.

Se le escapó un único jadeo, nervioso, pero el mago parecí ya algo más calmado.

Aún evitándolo, sentía la mirada clavada sobre mí. Abracé con fuerza mis piernas y busqué un punto fijo, seria. La mirada seguía. Un murmullo. Más mirada. Me iba a volver loca.

Al final, de reojo, alcé la vista hacia él, encontrándome con el clavo punzante que se me clavaba ahora en la cara. Con el cuerpo tenso, me encogí un poco más, si es que era posible, abrazándome a mí misma con más fuerza. Apoyé el mentón en las rodillas y aproveché para esconder la mitad inferior de mi cara, temblorosa.

Los ojos lo miraban, entre asustados y expectantes.

Con lentitud, Zacharyas secó sus grandes manos pálidas a la más exterior de sus capas. Tragó saliva, casi de ridícula forma aparatosa, y se llevó el índice y el pulgar al ceño, masajeando un instante el tabique nasal, pensativo, inspirando hondo.
El mago movía los labios, pero ningún sonido salía de ellos. Parecía que estuviese recitando un conjuro en voz baja para no ser interceptado por el enemigo.

Finalmente, con torpeza, Zacharyas consiguió armarse de fuerza. Tembloroso, como un muchacho tímido al que piden actuar en público por primera vez, se acercó a la pequeña parvus con intención de arroparla de nuevo entre su ropa.

-Asusta un poco -dijo, con su particular tono ronco, sorprendiéndose a sí mismo con una confesión como aquella.
Zacharyas nunca había temido al miedo.

Seguía sus movimientos en silencio, muy quieta, apretándome bien para ocupar menos espacio. Solo los ojos se movían. Lo vi acercarse y lo dejé hacer, sintiendo caer sobre mí la capa. En el momento en que sentí la tela sobre mis hombros, me lancé de pronto contra él con un salto felino, y aferré con fuerza su ropa. Enterré un momento el rostro en su pecho, temblorosa.

Al cabo de un momento, alcé la vista con gesto algo avergonzado.

-Un poco mucho -puntualicé en un leve murmullo.

De nuevo bajé la vista.

Las ojeras del caeruleus parecían más profundas de pronto, y también su palidez más extrema. Incluso podría haber parecido más delgado e insano que de costumbre, si bien era imposible que su masa corporal hubiese cambiado en los minutos anteriores.
Con monotonía, asintió, confirmando con ello las terribles palabras de la parvus. Aquello asustaba más que cien cuchillos volando hacia la tráquea, amenazando con punzarla hasta matar. Más incluso que los dolorosos latigazos d Aren Darvenwish, que el caeruleus recordó en aquel momento sin hallar una razón concreta para ello.

Arropó a la parvus como pudo, aunque temblaba más de lo que le hubiese gustado admitir. Una inseguridad más profunda que ninguna que hubiese sentido jamás se había apoderado por completo de él.
Como pudo, sin embargo, el caeruleus sonrió.

-Necesito... descansar un poco -murmuró, con un leve deje final de desesperación en la voz que tapó cómo pudo-. Sentarme...

Ya estaba sentado. Sin embargo, de pronto el suelo se le antojaba duro, frío, cruel, injusto... Pero, pese a todo, se mantuvo junto a Stalon, sin saber bien si la arropaba a ella o a sí mismo.

Asentí lentamente, pero no hice nada al respecto. Simplemente me quedé allí, quieta, con los puños bien apretados y la mirada ausente. Al cabo de un rato, suspiré con cansancio y, temblorosa, abrí las manos y me separé de él, poniéndome en pie.

Fruncí el ceño y los labios, mirándolo un momento mientras trataba de mantener la compostura. Al final, acabé por seguir mi costumbre: tomé su brazo y tiré de él con intención de hacerlo incorporarse. Después, eché a andar por el pasillo.

-Vamos. A sentarse -murmuré.

Y me lo llevé de allí.

*Se van*

Atravieso los pasillos con el ceño fruncido y los brazos cruzados, pensativa. Lanzarme al bosque, al río, al lago... Lanzarme sin pensar a cualquier lugar no es mi estilo. Es poco práctico, arriesgado y conlleva una gran pérdida de energía, lo que no me conviene. Por tanto, si no encuentro a Corbin dentro del palacio creo que lo buscaré mañana por la mañana.


¿Quizás haya ido a comer?
No... Se me ocurre algo mejor...

Una sonrisa asoma a mis labios. Quizás ni siquiera esté entrenando... su cuerpo. Tal vez no sea eso.

*se va*

Atravieso los pasillos con paso seguro, casi agresivo, decidida, como si me dirigiese a un lugar concreto y fuese a por todas. Puede sonar estúpido, pero mi pelo, prácticamente recién cortado, sigue resultándome incómodo. Casi sin darme cuenta, me encuentro buscando sitios aislados para evitar miradas desagradables o simplemente curiosas.

Me detengo junto a una ventana, viendo algo en el exterior que me llama la atención. Ligera, me aproximo al alféizar y contemplo el exterior, buscando qué fue lo que me ha hecho detenerme.
Quizás mi imaginación...

*se queda*

Era curioso pensar que parecía más cerca de ir a salir volando sin alas que en cualquier momento que las hubiera tenido. Pero lo cierto era que, por más que lo pensara, no encontraba un recuerdo de haberme sentido tan ligero. Y no era el único cambio; probablemente hubiera ganado un par de centímetros al librarme de aquel peso inútil en la espalda.

Por supuesto, no todo era positivo. El cambio me había afectado entero, y me hacía sentir mi cuerpo extraño, como si en realidad no me perteneciese. Además, la falta de peso había cambiado mi equilibrio, por lo que mis pasos eran un tanto vacilantes, como si temiera ir a caer.

Por lo demás, los dolores habían desaparecido prácticamente por completo, y las heridas estaban ya cerradas. Por costumbre, continuaba llevando capa, y se me hacía raro sentirla directamente contra la espalda. Mi humor, por su parte, había mejorado.

Caminaba por los pasillos, como habitualmente hacía para mejorar la nueva sensación de mi cuerpo. Pese a todo, seguía sin gustarme la idea de salir al frío exterior, aunque comenzaba a contemplarlo como una posibilidad. Miré por una ventana junto a la que había una chica morena al venirme esta idea a la mente. Tal vez debería salir...

Unos pasos me hacen volver el rostro, repentinamente alerta. Contemplo al hombre que atraviesa los pasillos. Nunca he cruzado palabras con él... Aunque lo recuerdo de la fiesta de Nagorr. Estaba junto a Gerald... Y hay algo en él que ha cambiado desde aquel momento, y no me refiero a su expresión más relajada.
Su espalda. Juraría que es aether, y sin embargo...

Termino de girarme y ladeo la cabeza ligeramente, contemplando al guerrero por completo, sin pudor. Parece un guerrero de lo más capaz, sin embargo no he oído mucho acerca de él. No parece dedicarse a destacar, y eso es malo para la gente que busca información. Ese ya no es oficialmente mi trabajo, pero de todos modos me gusta estar al tanto de todo lo que pueda.

-Buenas tardes -saludo, tranquila, recorriendo su cuerpo con la mirada y deteniéndome, finalmente, en los ojos.

FdR- Arrogancia máxima XD

Al girarse la chica y dirigirme la palabra desvíe la vista del exterior a ella, irguiéndome de pronto y volviendo a la realidad. Al hablarme ella fue cuando entendí que la había ignorado. Hice una inclinación de cabeza.

-Buenas tardes -saludé con un murmullo-. Siento si te he molestado.

La miré fijamente, preguntándome si la habría visto antes. No me sonaba, lo cual me hacía pensar que pudiera haber llegado hacía poco. Tal vez durante la misión...

No responde de manera muy efusiva. De hecho, dudo que se hubiese dignado a hacerlo de no haber saludado yo primero. Los hombres de hoy en día son de lo más secos. Menudo fastidio.

-Te he visto antes. En la fiesta del jefe Brumm, si mal no recuerdo. -. No lo hago -. Acompañabas a Gerald. Sin embargo, nunca he tenido el placer de mantener una conversación contigo, ... -. Alzo ambas cejas a la vez, interrogante.

Lo recuerdo vagamente, aunque aquel día estuve ocupada con otras cosas. Fue, de todos modos, una velada bastante relajada...

Arqueé una ceja, algo sorprendido por su exactitud. Cualquiera diría que me ha estado vigilando de cerca. En cualquier caso, asentí con la cabeza. Aunque yo no la recordara, sí recordaba la fiesta, y eso indicaba que ella ya llevaba aquí unos cuantos meses. Como mínimo.

-Así es -confirmé-. Cierzo Cogo. ¿Y tú eres...?

Me resultaba extraño dirigirme así a una desconocida, a pesar del tiempo que llevaba ya en Brontë. A pesar de ello, sabía que era el tono que esperaban de mí otros guerreros.

Me acerqué a la pared con pasos algo vacilantes y me apoyé en ella. Aún me costaba un poco acostumbrarme a mi nueva situación.

Enarco las cejas, con un deje de ofendida sorpresa en la mirada, aunque no demasiado acentuada. Lo cierto es que, como excepción, me preparé especialmente para aquella noche, y toda mujer tiene un orgullo insatisfecho en el momento en el que un hombre admite no haberse fijado en ella en esas circunstancias. Aunque, de todos modos, mi aspecto era diferente entonces. Quizás se deba a eso.
Esbozo una sonrisa tranquila.

-Alehyss Lester -respondo con calma.

Lo contemplo, tranquila. Tengo, ciertamente, la tentación de preguntar por sus alas. De todos modos, no me apetece convertir esta conversación en un momento como este. Quizás más tarde.

-¿Llegaste hace mucho a Brontë? -. Teniendo en cuenta, claro, que ya estaba en la fiesta.

Me mantuve un momento en silencio, haciendo pequeños cálculos. Si no recordaba mal, había llegado unos días después a mi cumpleaños, y dadas las fechas... Me encogí de hombros con el extraño gesto que me era habitual para evitar los dolores. Pese a que ya no había dolores que evitar, inconscientemente tomaba las mismas precauciones que antes.

-Hará cosa de un año -respondí finalmente.

No añadí nada más en un principio, sino que me limité a observarla. Si me fijaba con atención, sí podía decir que sus rasgos me eran familiares, que era probable que la hubiera visto en algún momento. Aún así, ni siquiera con el nombre la identificaba.

-¿Qué hay de ti? -pregunté.

Aguardo a que me responda, y una vez lo hace levanto ambas cejas con delicadeza, en un suave gesto de sorpresa. Parece que el palacio es lo suficientemente grande como para que haya gente que pase más desapercibida. Aunque en este caso... esa soy yo, pues no me ha reconocido y llevo aquí bastante más que él.

Esbozo una sonrisa y me meto un corto mechón de pelo tras la oreja.

-Yo llevo algo más -murmuro, tranquila- del doble. Sin embargo veo que no nos ha tocado coincidir demasiado.

Se acerca el momento de indagar, pero todavía... le permitiré un par de minutos más de paz.

Asentí.

-El palacio es... -Miré un momento alrededor, preguntándome si de verdad aquel edificio merecía esa palabra, pero acabé por utilizarla- grande. Es normal que no siempre se coincida, por más tiempo que se lleve en él. Basta con tener horarios un poco distintos.

En el caso de la chica, que pese a sus cortas orejas y sus ojos opacos podría pasar por mestiza de claritas, era probable que se moviera más de día que de noche. Si con ella no coincidía, no podía imaginar la cantidad de caeruleus que me habrían pasado por alto.

Asiento, ladeando un poco la cabeza, dándole la razón. Parcialmente. Es normal no coincidir, pero bastaría con hacer una búsqueda profunda para acabar encontrando a todos los guerreros. Aunque, de todos modos, nadie en su sano juicio haría eso. Sin resultar sospechoso, claro.

Me peino un mechón, haciendo el inútil amago de colocarlo tras la oreja. Luego lo miro a los ojos, serena, segura de mí misma. La mejor forma de hacer una pregunta, especialmente si desconoces sobre si es incómoda o no para la otra persona, es no darle muchas vueltas ni la sensación de que también es incómoda para ti. De ese modo, suena mucho más natural.

-¿Has tenido un accidente? -inquiero relajada, como si la pregunta no fuera más que una mera formalidad.

La pregunta de la chica explicaba que me hubiera reconocido, o eso pensé al oírla. Pese a que aquella noche, como tantas, llevaba las alas bajo una capa, era inevitable que llamaran la atención. Ahora que ya no las llevaba, su ausencia no pasaba tampoco desapercibida. Y yo que quería ser un simple flamma.

Accidente. Yo no lo llamaría así, pero era lógico que ella lo hiciera. Después de todo, cualquier otro lo diría.

Me encogí de hombros, y el gesto resultó extraño, ya que no sentí la habitual tirantez, la alarma que precedía al dolor, que me avisaba de que, si hacía el gesto completo, lo lamentaría. Y, pese a que no había nada que lamentar esta vez, por costumbre trunqué el gesto a medio hacer.

-Podría decirse que sí -murmuré con voz tranquila.

Hablar del asunto como un accidente me recordaba que nadie fuera de Brontë estaba avisado de la situación. Lo cual, en realidad, yo agradecía enormemente.

Asiento, lentamente. Por lógica, podría decirse que sucedió en una misión. Al fin y al cabo, no ha habido ataques recientemente. Por otro lado, aunque es menos probable, quizás haya sido un accidente de su vida privada. Desconozco lo que hace en su tiempo libre, la verdad.

Lanzo una ojeada a la ventana. No puedo imaginar lo que se siente al tener alas, pero el perderlas debe ser similar a perder un brazo, una pierna... Sigo sin poder explicar qué se siente en esas situaciones, pero puedo tratar de imaginarlo, aunque dudo... que resulte demasiado exacto.

-Conozco a alguien... Un... Amigo -titubeo un instante. Lo cierto es que no sé por qué hablo de él ahora mismo. Quizás porque hace demasiado que no lo menciono en voz alta-. Él perdió un ojo. No puedo saber si es siquiera parecido...

Jager... Incluso tras haber perdido uno de tus ojos pareces tan seguro de ti mismo... No puedo evitar envidiarte, de algún modo.

Fijo la vista en Cierzo de nuevo, suavizando el gesto.

-Pero no hay motivo para hablar de ello -murmuro, pasándome una mano por el pelo con falsa distracción.

Solté una especie de risa ronca ante su comentario. Hablaba de forma un tanto distante, así que no tenía muy claro si lo que intentaba era darme sus condolencias o hacerme ver que sentía lástima por mí. Había oído esa clase de comentarios con bastante frecuencia a lo largo de mi vida. "Al sobrino de la prima de... también le pasa eso. O algo parecido." Tampoco me importaban mucho sus intenciones, ya que no necesitaba ni condolencias ni lástima. Y, por otra parte, estaba demasiado acostumbrado a la curiosidad como para que me molestara.

Arqueé una ceja, con un amago de sonrisa.

-¿Tu amigo era ya tuerto antes de quedarse sin ojo?

Me preguntaba si se sentiría incómoda. Era común cuando la gente creía estar tocando un tema delicado. Sin embargo, ella no parecía exactamente incómoda.

Repetí mi extraño encogimiento de hombros.

-No te preocupes -dije, con tono un tanto indiferente-. No es ningún trauma.

¿Tuerto?
Mis ojos se abren ligeramente más de lo habitual, denotando cierta sorpresa. Ese comentario puede explicar varias cosas. Y tampoco parece incómodo con el tema, como él mismo añade a los pocos segundos.
Recupero la compostura enseguida, esbozando una sonrisa.

-Por tu actitud, no lo parece -respondo, sin más, aceptando su aclaración-. No tienes ese aspecto deprimente de aquel que vive un trauma.

Jager tampoco lo tuvo nunca. Pero él es distinto... Aunque su orgullo haya sido herido, aunque su mueca esté perfectamente justificada, él siempre se cubre con esa sonrisa arrogante y no deja entrar a nadie. Pero eso no significa que no sienta nada más allá de esa seguridad.

No respondió a mi pregunta, pero por su expresión, supuse que había entendido el matiz por sí misma. De todas formas, tampoco es que fuera mi objetivo vital aclararle la situación. Una cosa era que no me importara su curiosidad, y otra que fuera a relatarle mi biografía.

Negué suavemente con la cabeza.

-No tengo motivos para vivirlo -repuse, simplemente-. Sería un absurdo en sí mismo. Y tampoco soy muy amigo de la autocompasión.

¿Autocompasión? ¿Por qué? No me había sentido tan liberado en toda mi vida. Y esperaba que durara tanto como fuera posible.

Resulta hasta entretenido. Al final resulta tener una historia más interesante de lo que esperaba o, más bien, inusual... Sin embargo, a él mismo parece darle un poco igual. Es, sin lugar a dudas, un tipo curioso...

Tras esbozar una nueva sonrisa, con cierta suficiencia, me vuelvo por última vez hacia la ventana, contemplando una vez más el paisaje. Se nota el frío sin sacar el brazo. Qué desagradable...

-Bueno, creo que ha llegado la hora de que siga con mis asuntos -informo, girándome hacia el aether-. Espero poder charlar contigo de nuevo. Un placer, Cierzo Cogo.

Jager no lo soportaría, intuyo. No aguantaría que le afectase menos que a sí mismo? Al fin y al cabo, Jager, te mueve el egoísmo. Ni siquiera yo puedo estar a tu altura en soberbia. Ni siquiera yo trato a la gente como tú lo haces. Y, aún así, seguramente en tu interior existan momentos en los que te arrepientas de haber hecho ciertas cosas.
Pero, Jager... ¿Acaso le importa no poder volar al que nunca lo hizo?

*se va*