Pasillos

Sonrió.

—Lo primero es cierto, pero en lo segundo no estoy tan de acuerdo.  

Cruzó los brazos y evitó un suspiro. Cuando la caeruleus preguntó, asintió. 

—Bastante. A veces voy a hacer equilibrios por el borde y otras a simplemente estar. —Se encogió de hombros—. Las vistas son interesantes.

Y la gente no solía molestar. 
Era un buen sitio cuando querías estar solo.

Ben parpadeó entretenida. Afianzó la sonrisa.

-¿Cómo que no? El problema de la lluvia es que haga frío y que te arranque los pulmones -insistió-. Si la gente no cogiera frío y se pusiera enferma por culpa de la lluvia, a nadie le importaría. Bien que luego se meten todos corriendo en una bañera caliente, o debajo de la ducha, o hasta se tiran a nadar al río.

Ben se encogió de hombros.

-Las vistas son iguales siempre -opinó, rascándose la punta de la nariz con la palma de la mano. La arrugó, y luego volvió a mirarlo con su incansable sonrisa-. ¿Los equilibrios son para hacer ejercicio? ¿O solo para jugar? ¿Haces el pino? ¿Te cuelgas de las tejas? ¿Das volteretas?

Aquello era interesante. No había visto a nadie hacerlo en Brontë.

El chrysos curvó los labios.

—Bueno, me temo que también estoy un poco en contra de tirarse a nadar al río, pero... —Ladeó la cabeza, alzando un poco las cejas, y terminó por asentir—. Vale. Acepto lo de la lluvia. No se me ocurre cómo responderte ahora mismo, la verdad. 

Bueno, lo que la caeruleus decía tenía sentido, pero la cosa aquí era que la lluvia traía todas esas cosas. Y eso no iba a cambiar, así que la lluvia seguiría siendo una molestia. 

—Pero desde los tejados se ven mejor —insistió, torciendo la sonrisa—. Los equilibrios son porque me gusta hacerlos, me resulta relajante de alguna forma. —Se encogió de hombros—. No sé hasta qué punto contarlo como ejercicio, pero supongo que podrían servir. —La miró—. El pino lo hago a veces, volteretas ya doy menos y de las tejas no suelo colgarme, ¿por? —Parpadeó. Luego añadió—: Aunque me gusta escalar árboles.

Así, hablando de alturas.

Ben estrelló la base del puño derecho contra la palma de la mano izquierda, con una sonrisa lobuna. Había ganado.

-¡Sí! -exclamó, triunfal, aceptando así la victoria. Pocas veces ganaba con las palabras, después de todo. La gente siempre tenía alguna respuesta ingeniosa.

Se encogió de hombros.

-Yo las veo igual en los balcones y en el mirador -repuso, aceptando de todas formas que pudiera ser una extravagancia suya, una preferencia-. Ah, por saber. No he visto a nadie hacer esas cosas aquí. Con lo divertido que es. Y subir a los árboles, claro, y saltar de uno a otro. ¿Sabes si hay más gente que haga esas cosas o normalmente estás solo?

El chrysos dejó ir un resoplido al ver la respuesta de la muchacha y negó suavemente. Su reacción le parecía un tanto exagerada pero también graciosa, de alguna forma. La chiquilla no le resultaba desagradable. 

—Bueno, bueno, bueno, tampoco te lo creas mucho, que no es para tanto, eh. 

Suspiró. 
Al escuchar su pregunta, alzó ambas cejas y caviló durante unos segundos su respuesta.

—Bueno, normalmente no suelo encontrarme con nadie, pero creo que es más porque no coincide que otra cosa. —Ladeó la cabeza—. ¿No has visto nunca a Alehyss entrenando? —Alzó ambas cejas—. La tía es así como de goma y venga voltereta hacia aquí y voltereta hacia allá, y salto para aquí y mortal hacia allá y equilibrios por aquí y pino por allá. —Sonrió—. Me acuerdo que cuando la conocí lo primero que vi que hacía era saltar desde un árbol para atacar a una bestia, así que... —Ensanchó la sonrisa. Tras un segundo, añadió—: Y creo que no conozco a nadie más que se dedique a hacer esas cosas, pero a lo mejor lo hay. 

Se encogió de hombros.
Ahora mismo no caía en nadie. No recordaba haber estado en los tejados acompañado últimamente.

Ben desvió su sonrisa hacia él y se puso el pulgar sobre el esternón, alzándose con seguridad.

-Es más que suficiente -declaró, convencida.

Así que Alehyss. Por la descripción, parecía más de su estilo. Ben se lo planteó, pero de hecho no recordaba haberla visto hacer nada remarcable. De hecho, cuando la veía solía estar relajada, y no parecía en absoluto ir a moverse de esa forma.

-Entonces nos fuimos a juntar un buen trío -decidió, recordando la misión-. Una lástima. De haberlo sabido, podríamos haber montado un buen número. Luego podríamos enseñárselo a la gente. Molaría, ¿que no?

Ben había visto muchos números de circo y actuaciones callejeras. Sin embargo, ella siempre se había movido sola. Hacer las cosas en coordinación con otros le parecía una maravilla.

Torció una sonrisa, negando suavemente.

—Está bien, está bien. 

Que no iba él ahora a quitarle la emoción a la chavala. 
Al menos en ese tema, porque en cuanto al siguiente... El chrysos tenía serios problemas para poder imaginárselos haciendo un número de circo o algo semejante. Especialmente a Alehyss pero especialmente a él mismo.

—Bueno, si lo que buscas es gente para hacer un espectáculo, entonces creo que no somos los indicados. Al menos yo.

A lo mejor ahora Lester iba y lo sorprendía participando en un número de esos. 
Oye, eso sería interesante.

Ben asintió, conforme. En cambio, su segunda respuesta no le gustó tanto. Alzó el índice hacia él, moviéndolo a un lado y a otro justo delante de su nariz, con expresión divertida.

-No, no, no, no, no me has entendido -indicó, con supuesto gesto serio y profesional-. Busco talento, no iniciativa. La motivación la pongo yo. ¿Te parece que no tengo suficiente? -. Lo miró fijamente a los ojos, con las cejas enarcadas, como si pretendiera desafiarlo-. De todas formas, pensaba en algo íntimo, no necesitas hacerte el tímido conmigo, me sé bien esos cuentos. Lo que quiero es pasármelo bien, no atraer curiosos. No seas tan aguafiestas, hombre, que solo era un pensamiento en voz alta.

¿Pero sería divertido, o no sería divertido? Lo sería. Y mucho. Dijera lo que dijera él. No tenía ni idea, eso era lo que le pasaba.

El chrysos frunció el ceño al escuchar la respuesta de Ben, algo contrariado por su reacción.  No sabía qué decirle, entre toda la energía que tenía ella y lo cansado que estaba él...

—No me hago el tímido —empezó por aclarar. Él era así, qué pasaba. No era la persona más tímida del universo pero sí tenía sus cosas, como todos—. Y sí, claro que creo que tienes iniciativa. O al menos parece que la tienes, aunque no sé para qué... —Negó suavemente—. Quiero decir. Si quieres imaginarte esas cosas, adelante, sé libre. No voy a estropearte nada.

Se encogió de hombros.

Ben rió, divertida.

-¿Entonces lo eres? -preguntó-. Nah, no vas a engañarme. ¿Tú has visto a Jun? ESO es ser tímido. Mithos, no he visto a un chaval tan retraído en toda mi vida. Pero tú tienes pinta de dejarte llevar más, de seguirme así un poco más el juego. Lo has hecho bien hasta ahora. Si te asalta la timidez, yo te la quito.

Ben saltó en el sitio, alzando los brazos, y aprovechó el gesto para estirarse.

-¡Para lo que haga falta! -respondió-. Mira, la vida es una jodona, le encanta fastidiar. Si una no sonriera, más le valía dejarse caer de los tejados la próxima vez que se pusiera a jugar por allí. Hay que moverse, gritar, gastar energía. Luego el cuerpo te pide más, y se la das y sigues adelante. Es la única forma de estar viva de verdad. Todo lo demás es un pozo negro, y como bajes mucho, a ver quién te saca luego.

También podía ser que una se cayera al pozo, claro, pero entonces tenía que escalar, y cuanto antes mejor. Le daban escalofríos solo de pensarlo.

Frunció de nuevo el ceño, confuso, mirando de arriba abajo a la caeruleus, sin decir nada. ¿Si te asalta la timidez, yo te la quito? Pero qué. Por qué. Sin comentarios. 

—Bueno, tal vez no sea Jun, pero sí tengo mis cosas, como todos. —Torció la sonrisa—. ¿O a ti nada te da vergüenza? 

Soltó un nuevo resoplido cuando la chica saltó y negó suavemente, con los labios ligeramente curvados. Sin duda la chiquilla entusiasmo tenía más que de sobra. 

—Gran discurso. Aunque lamento decirte que no preguntaba para qué querías la iniciativa, sino que iba a preguntarte para qué buscabas talento. —Se encogió de hombros, abriendo durante un segundo mucho los ojos y ensanchando la sonrisa—. Pero gran discurso. Muy inspirador, sin duda.

Ben tuvo la decencia de pararse a pensarlo un momento. Trató de imaginar opciones. Lo más parecido que se le ocurría a lo que intentaban plantear era el regalo que le había hecho Frikka, pero no estaba segura de que aquello hubiera sido vergüenza. Era más bien lo chocante que había resultado.

-A mí la vergüenza me la arrancaron por la fuerza -declaró al fin, mirándolo con seriedad en los ojos, pese a la sonrisa-. Ahora, aunque la quiera, ya no me queda ninguna.

Llegó a formársele cierta ilusión en el rostro al oírlo hablar.

-¿Tú crees? ¿Te parezco inspiradora? -preguntó, divertida. Después pensó un momento en la pregunta. En la auténtica pregunta-. Quiero el talento para disfrutarlo -respondió por fin-. Porque me parece maravilloso.

Al chrysos le sorprendió un poco la seriedad con la que lo miró cuando respondió. No indagó más al respecto, entendiendo que debía de ser un tema lo suficientemente serio y personal para no ser tocado, y en su lugar se limitó a asentir. Tampoco sentía ningún tipo de curiosidad o interés por la vida de la chiquilla: simplemente se había defendido con la pregunta, nada más.
Sí respondió, sin embargo, a sus siguientes preguntas, esbozando una amplia sonrisa.

—Claro: muy inspiradora. ¿No has visto que hasta hace un rato parecía medio muerto y ahora hasta bromeo? —Ensanchó la sonrisa—. Eso debe de ser algún tipo de talento. 

Y hablando de talento...

—Oh, si buscas disfrutar de talento, entonces te recomiendo buscar a alguien con alguno. Probablemente con Alehyss te lo pases bien entrenando, si ambas hacéis cosas similares. Aunque es un poco seria, en el fondo es hasta maja a veces.

Ben no pudo sino ampliar la sonrisa, sintiendo una especie de gratitud recorriéndola. Hinchó pecho, sintiéndose repentinamente poderosa.

-Claro, tienes razón -coincidió, entusiasta-. Me alegra haberte ayudado. Tú ya sabes: echa las patas fuera del pozo, que es la forma más fácil de impulsarse fuera. Y si no, un poco de licor de fuego también ayuda. Me queda un poco, si en algún momento te hace un trago. No te cortes.

Ben ladeó la cabeza, mirándolo con curiosidad. Era como si Alehyss fuese más importante que él, como si estuviese por encima. Así hablaba.

-A Alehyss le gusta mi música -aportó, encogiéndose de hombros-. Ya sé que es maja. No solo a veces. Me cae muy bien. Es legal. Muy de tranquis, eso sí, pero legal. Pero sus talentos ya se los pediré a ella. A ti no te puedo pedir los de otro. Eso sería como robar, y yo cuando crucé la puerta de esta casona me propuse no robar aquí, así que... Pero bueno, si te da tantísima vergüenza, ya te pillaré un día de mejor humor. Con un discurso aún más inspirador te convenceré seguro. Solo hay que verte.

Lyam sonrió, asintiendo suavemente. 

—Gracias. El alcohol, sin embargo, me lo buscaré yo solo, pero gracias también por el ofrecimiento.

Escuchó en silencio lo que Ben dijo después, ensanchando un momento la sonrisa, negando de nuevo cuando la chiquilla terminó de hablar. Entendía lo que decía, pero ella parecía no entender que él no tenía ningún talento destacable. Buena memoria, y ya ves tú para lo que le servía con la cabeza tan vacía que tenía.

—Bueno, bueno, esperaré ese discurso inspirador entonces, aunque puedo asegurarte que no creo tener ningún tipo de talento.

Ben lo miró, algo más seria.

-Hablaba de los equilibrios. Es talento suficiente, eh. No sé qué te crees que voy por ahí buscando, tampoco -explicó-. Como me ponga muy exigente, perderé el interés por todo. Menudo aburrimiento entonces -. Se estiró de nuevo, y luego se colocó las manos tras la nuca, recomponiendo la sonrisa-. Pero bueno, si te sientes inseguro, te daré algo de tiempo para practicar -. Concedió-. Pero que no se te olvide, ¿eh? Yo mientras te preparo un discurso que te emocione hasta cambiarte la vida. Eso déjamelo a mí. ¡Y prepara tu talento!

Y, con un vago gesto de despedida, se alejó por el pasillo, entre saltitos y tarareos. Pues no veía ella tampoco que fuera un tipo tan chungo como para tener que mantenerlo vigilado.

*Se va*

El chrysos esbozó una nueva sonrisa, dejando ir un suave resoplido. De acuerdo: ella ganaba otra vez. Tenía un talento.

—Está bien, está bien. De acuerdo: entonces practicaré y para la próxima verás cuán talentoso soy. 

Suspiró. 
Maldita niña: tenía como mucha energía y era un poco contagiosa. Pero no resultaba desagradable, pese a todo. Era simpática. 

—Espero ese discurso, pues. Hasta otra —añadió, cuando la chiquilla ya se iba, respondiendo a su gesto de despedida con uno propio, y observó cómo se alejaba dando saltitos como un conejo. El chrysos volvió a suspirar. Luego se llevó una mano a la frente, echándose el flequillo hacia atrás, y siguió andando.

Aún tenía que bajar a las mazmorras, a fin de cuentas. Dena lo estaría esperando.

*se va*

Ya han pasado unos dias desde el regreso de mi ultima misión y me encuentro más traquila, aunque me sigue costando sonreír. Tengo ganas de ir al Pueblo de Paso pero antes debo hablar con ella.

Espero encontrarla por alguno de los pasillos cercanos a las Aulas. Por lo que sé, es ella quien suele organizar alguna clase por lo que quizá tenga suerte. No conozco mucho esta parte del palacio. Estudiar nunca ha sido lo mío.

Me abrazo a mi misma mientras camino sin pensar demasiado, contando las baldosas que voy pisando, aún preguntándome qué era todo aquello que encontramos en las Islas.

*olisquea la zona*

Ha esperado el tiempo necesario para asegurarse de poder tratar asuntos con seriedad. Tras la vuelta, los tres han necesitado un tiempo de readaptación, y Fera los ha vigilado en el más absoluto silencio. Cassandra en particular es un caso difícil, ya que tiene conexiones con lo sucedido. Pero, en lo que esperaba, Fera ha tenido tiempo de hilar algunas ideas, con lo que todo se va encaminando.

Se aparece frente a ella, dejando una distancia prudencial entre ambas. Esta vez no sonríe. Se limita a mantener los ojos fijos en ella, consciente de que la piscis no puede pasar por alto su presencia desde el mismo momento en que se ha presentado ante ella. Avanza entonces algunos pasos y desaparece, volátil, para volver a aparecer un poco más cerca, todavía sin rozarla, pero con ella a su alcance.

-Así que me buscabas, cielo -ronronea con su habitual voz acariciadora, esperando a que sea la piscis la que plantee sus preguntas.

La veo y noto cómo mi corazón se acelera. Echo a correr ligeramente hacia ella pero no hace falta, pues rápidamente la tengo cerca.- Sí.- Respondo automáticamente.- Sí.- Repito, avalanzando mi derecha sobre su izquierda y apretándola fuerte.- ¿Dónde está? ¿Puedo verla, llevármela?- Pregunto.- ¿Qué ocurría en ese lugar?- Echo mi otra mano hacia la que tengo cogida, de modo que ahora ambas manos agarran la suya.- Dígame que ha...- Miro hacia los lados, confusa.- Descubierto algo o...- Trago saliva.- No sé.- Me apago de nuevo.- Necesito ir al pueblo.- Me sincero, negando con la cabeza y encogiéndome de hombros.

FDR: mierda estaba con la actu y no vi esto >-<

La ansiedad de ella es pronto patente. Por supuesto. No han pasado más que unos días, y Fera no espera otra cosa. Se deja coger la mano, posando la otra sobre las de ella con gesto tranquilizador, en caricias dulces, muy suaves, sin dejar de mirarla ni prestarle atención. No está teniendo una reacción muy extraña; la chrysos ya contaba con lo que pide.

-Está a buen recaudo -responde, con voz tan suave como puede, manteniendo la seriedad-. Lo siento, amor, pero no puedes llevártela. He averiguado algunas cosas, pero aún queda mucho por hacer. Creo que no habéis hecho más que rozar la superficie, y ella puede ser clave -. Se permite una sonrisa dulce, sin dejar de ofrecerle firmeza con las manos-. Sí puedes venir a verla, cielo. Tantas veces como quieras, mientras respetes la situación. Te aseguro que se le está dando el mejor trato.

Fera alarga la derecha, la que ella mantiene libre, hacia su cara, y le recoge un mechón de pelo tras la oreja con gesto tierno. Alarga la caricia por la mandíbula, para luego bajar de nuevo a sus manos, en gestos fluidos, suaves, tiernos.

-Sabemos quién está en el pueblo -le advierte, sin amenaza en la voz, aunque sí como un aviso-. No puedo permitir que te alejes más de la cuenta, tesoro. Hay un trato en pie, y no me corresponde romperlo. Puedes ir allí, pero seguirás sirviendo al palacio como hasta ahora. De todas formas, imagino que tanto tú como Kane querréis estar al tanto de este asunto, ¿no es cierto, querida?

Sus palabras me tranquilizaron. Justo lo contrario a sus gestos. Me agobiaba el mimo en general sobre todo cuando estaba estresada por algo. Su semplante tranquilo y apacible chocaba tanto con mi interior revuelto que me costaba en gran medida no apartar la cara con un mal gesto.

Todo aquello pareció perder sentido al enterarme del conocimiento por su parte de la estancia de Kane en el pueblo y sobre todo, de que conociese su nombre. - No...- balbuceo.- Bueno... lo sé...- No sé muy bien donde meterme. Me siento como si me hubiesen cazado en una mentira.- Siento haber traído piratas al pueblo.- Fue lo primero que se me ocurrió. - Aunque tengo su palabra de que no iban a hacer fechorías. Espero que nada haya pasado.- La miro.- No me iré. Simplemente necesito ir a verle. A verlos. - Hago referencia a Lyo también.

-Necesito un poco de tiempo para recuperarme y estar con mi hijo.- Le aclaro, con voz de disculpa.- Pero en cuanto esté lista y usted descubra algo, seré la primera en sus filas.- Le explico con nobles intenciones.

Fera asiente, con su constante gesto calmo. Es cierto que el pueblo no entra dentro de la jurisdicción de Brontë, pero la cercanía supone una cierta protección.

-No eres la única a quien vigilamos, encanto -indica, enarcando una ceja, dejando claro lo evidente-. Entiendo tus prioridades, pero debes entender las mías. No solo servirás a Brontë para los asuntos que sean de tu interés, preciosa. Tienes una deuda que pagar, y eso implica colaborar como es debido. Podrás ir a verlos, por supuesto, pero descubrir qué le ha pasado a Cora no es tu única obligación.

Se desaparece, soltándose así de sus manos. No tarda en aparecer de nuevo un poco más allá, invitándola a seguirla con un gesto.

-Decías que querías verla, ¿no es así, vida? -pregunta, sugerente.

La escucho en silencio.- De... de acuerdo.- Asiento nerviosa.- Esto es como un trabajo de gente honrada.- Explico. - Nada de piratas ni esas cosas.- Trango saliva.- Pero eso no implica que no pueda vivir a unos kilómetros de aquí, ¿no? Al menos un par de meses... - Niego con la cabeza.- Ahora eso da igual. Ya lo discutiremos en otro momento.
Veo como aparece más adelante y ante sus palabras, la sigo sin decir nada, apurando el paso hasta llegar a su altura.
No puedo evitar pensar que, a pesar de las diferencias que exisnten entre nosotras, siento que es lo más parecido a una amiga que tengo en este lugar.


Me pregunto si Kane querrá verla o si quiera me creerá cuando le cuente todo esto. Ojalá hubiese alguna manera de hacérselo creer, pero dudo que quiera venir aquí. Aunque por Cora...

*vase con ella*

El chrysos obseravaba desde unos metros la entrada a las mazmorras. Hoy, a igual que ayer y anteayer y el día antes de ayer, había intentado bajar a ver a la flamma y de nuevo se había visto incapaz de hacerlo. Lo que había empezado como una leve confusión, lentamente empezaba a convertirse en genuina preocupación: aquel primer día había pensado que se trataba de algo puntual, quizá fruto de un interrogatorio que por algún motivo habían decidido hacer en las mazmorras, pero conforme habían pasado los días se había anfianzado en su cabeza la idea de que no era algo puntual, sino permanente, y que por algún motivo que aún desconocía no iba a poder volver a bajar. Al menos no de momento, quizá no hasta que a Dena la enviasen a otra prisión. Prisión en la que ¿qué? ¿Qué le pasaría entonces? Llevaba haciéndose esa pregunta desde hacía semanas y aún no había encontrado la respuesta. Últimamente parecía no encontrar la respuesta a nada: ni sabía qué pensar, ni sabía qué hacer ni sabía qué quería realmente, ni sabía qué había hecho. ¿Qué había hecho para que no le dejasen bajar a las mazmorras? ¿Había sido por su última conversación con la flamma? ¿Porque habían decidido que definitivamente no era de fiar? Quizá fuese eso. Quizá por eso tampoco se lo habían explicado: por qué explicarle las cosas a alguien de quien no te fías.

Lyam alzó un segundo la vista al techo.
Parpadeó, y luego volvió a fijarla en el suelo.

*se va*