Pasillos

Ben asintió, un poco más seria.

-Eso me parecía -respondió, pensativa-. No te preocupes. Ella se quiere deshacer de toda esa sensación mala. Por algo me ha pedido fiesta, ¿o qué pensabas?

Sonrió para darle ánimos, y volvió a darle un par de palmaditas en la espalda.

-Ya verás que no es tan grave la cosa -. Lo que fuera la cosa-. Yo hablo con ella, tú sin fallo.

Al final, con la conversación, se habían puesto a dar vueltas en torno a la puerta del comedor en vez de entrar. Cuando volvieron a pasar por delante, Ben se decidió a abrirla.

-Habrá que comer algo, ¿no? -comentó.

*Se van al comedor*

La lluvia resulta desagradable. Ya es una constante. Un tema recurrente. Lo mismo una y otra vez. Me cansa, a estas alturas, y siento que la desgana me invade.
Tengo que hacer cosas. Hoy quería entrenar, hacer algo de provecho. Pero me siento entumecida y no logro decidirme, y al final el tiempo pasa y cargo con esa sensación constante de que no lo estoy aprovechando como debería.

Antes era más exigente conmigo. Antes acababa un trabajo y enseguida estaba encargándome de preparar el siguiente. Pero desde hace tiempo parece que, de forma consciente o inconsciente, he ido asumiendo el periodo de descanso como algo que debe ser. Y las cosas no deberían funcionar así.
No para mí.

*se queda rondando*

Me encuentro parada, con la mirada clavada en una de las ventanas y un amago de mueca a punto de salir cuando escucho mi nombre y me giro hacia él. Adain. Llevaba tiempo sin verlo. Parece que entrenar conmigo no lo ahuyentó.

-Hola -saludo, terminando de girarme hacia él para no ser maleducada-. ¿Qué tal todo? ¿También te ha dejado atrapado dentro este tiempo espantoso? -inquiero, y aunque mi voz suena monocorde, no enfadada, se distingue un deje de desprecio hacia el clima que resulta evidente.

Lo que se espera de esta época del año, claro. Y Fulmen tiende a ser un lugar húmedo. Todo eso ya lo sé, pero ver el agua cayendo día tras día, impregnando la tierra, no deja de resultar algo de lo más desagradable. En lo personal, no lo soporto.

-No me gusta sentirme encerrada, pero tampoco la sensación que deja la lluvia al dar con el cuerpo. En lo personal, soy más de ambientes secos-. Aunque el exceso de calor y yo tenemos otros problemas.

Lo del tiempo que ha pasado desde nuestro último encuentro es un tema socorrido, por lo que acabo por aceptarlo con un asentimiento.

-He participado en una misión recientemente, y luego en el ataque de la semana pasada. Lo cierto es que todo ha estado bastante movido en lo que a mí respecta, ciertamente. ¿Qué tal tú? -inquiero entonces, correspondiendo así a su pregunta.

Si es por adaptarme, me adapto. La cuestión es el gusto con el que lo haga. Eso es lo que cambia, en mi caso. Y ese gusto suele ser más bien poco. Pero si tuviese que enfrentarme a un clima desagradable en el entorno profesional no podría pegas.
Aunque ahora mismo podrías estar entrenando fuera, si me lo planteo de esa forma.

"No mucho", pero "alguna misión". Lo miro con interés. No sé mucho de él, apenas lo he visto un par de veces. Y desde el primer momento me pareció una persona que no se tomaría en serio algo como esto. Y sin embargo entrenó conmigo, y parece estar participando activamente.

-¿A dónde has ido? -inquiero, manteniendo el gesto curioso-. Bueno, lo cierto es que nunca está de más que haya gente más y menos ocupada. SI todo el mundo estuviese ocupado al mismo tiempo no habría nadie para encargarse de los nuevos asuntos que surgiesen.

Ventus e Ignis. Claro.

-Yo iré a Ventus dentro de poco -le digo entonces, cayendo en la cuenta de ese hecho-. Nunca he estado, así que no tengo más opinión sobre el lugar que la de todo lo que he leído sobre él. Quizás tengas algún consejo para mí-. Tras decir eso hago una pausa y retomo el que era, en este caso, el asunto principal: él-. ¿Y qué tal fue todo?-. Imagino que bien, dado el orgullo con el que lo cuenta-. ¿De qué tipo de misiones se trataba?

A lo último que dice no tengo nada que objetar. Tiene toda la razón del mundo, de hecho. Aunque todo el mundo puede tener sus descansos.

-Si llevas un ritmo de entrenamiento constante no habrá reproche alguno que hacerte.

Todo lo que dice puede leerse en libros. Lea me dijo algo parecido. No obstante, agradezco la información con un asentimiento. Con todas las personas que me han dicho lo del abrigo, desde luego, no voy a dejarme la capa en casa.
Al halago no puedo sino torcer una sonrisa.

-Bueno, hago lo que puedo al respecto. De todos modos, aunque no sea una tierra hostil, siempre es bueno ir preparado. Por suerte para mí me agradan las alturas. Eso sí sería un contratiempo -añado, entretenida.

Así que no ha encontrado un ritmo adecuado. Comprendo...

-Yo te recomendaría hacer un calendario semanal poco estricto para cumplir siempre con un mínimo. Aunque en lo personal me gusta entrenar a diario.

De hecho, estoy bastante de acuerdo con él. Me siento tranquila con mi viaje. No está de más asegurarse, hacer algunas preguntas, pero es algo a lo que no me gustaría darle muchas más vueltas.

-Gracias por la información. Yo también espero no encontrarme con ningún gran inconveniente, de todos modos. Si lo hago y no he sido avisada ya descargaré sobre ti mis reproches a la vuelta -le comento, atreviéndome con una sonrisa burlona muy corta y algo seca.

Volar. La incapacidad para volar de los aethers en Brontë es un problema. Para mí llega a ser difícil entenderlo. Pero pese a todo puedo llegar a imaginar una minusvalía semejante, in intento por ser equivalente.

-Envidio un poco vuestras alas -le confieso-. Son engorrosas, también, pero permiten cosas increíbles. Trabajé con un aether bastante tiempo y las maniobras que podía realizar con él eran dignas de admiración -confieso, haciendo un poco de memoria.

Jager tuvo sus momentos buenos.

Lo cierto es que su respuesta llega a hacerme gracia (y eso es inusual en alguien como yo), y resoplo, amagando una risa, o tal vez tratando de ocultarla.

-Es una buena idea -reconozco, con un tono algo más relajado-. Y te recomiendo también algo de camuflaje, o semejantes.

El que me haya visto enfadada le podrá decir que no es agradable. Y no es que haya habido solo una persona con ese placer. No obstante, siento que, pese a todos los contratiempos que haya podido haber, llevo bastante tiempo estable.

Dedico un vistazo a sus alas cuando él lo hace. Tengo el impulso de extender la mano y rozar las plumas para sentir de nuevo el tacto tan familiar, pero soy evidentemente capaz de reprimirlo por completo. Es un elemento extraño en el cuerpo de una persona, pero de algún modo las echo en falta.

-No es aquí donde debe servirte, de todos modos. Supongo que te serviría en las misiones a las que fuiste. Aunque, desde luego, sería muy útil poder hacerlo -coincido.

Cambio el peso de pie, pensativa, y echo un vistazo al pasillo.

-Creo que voy a ir a cenar ya -le digo entonces-. Se está haciendo algo tarde-. Lo miro, dudando un momento-. ¿Has cenado? -termino por preguntar, monocorde.

El chrysos vagaba sin rumbo por los pasillos, pensativo, dándole vueltas a la conversación que había tenido con Rick. Llevaba pensando en ello desde ayer, y hoy aún no había bajado a las mazmorras precisamente porque no paraba de darle vueltas. A pesar de que la información nueva que tenía era escasa, con lo que sabía de la banda, con lo que había visto durante todos los años que había estado dentro de ella, creía poder tener una idea de lo que podía haber pasado. Que tanto Dena como Malia hubiesen sido enviadas por obligación a Brontë en busca de sus antiguos compañeros y de él mismo explicaba la diferencia de actitud de la flamma y la caeruleus, por qué la primera apenas había atacado. Él sabía, y Dena también y Dena se lo había advertido ya en su momento, que las traiciones eran castigadas y estaba convencido de que el motivo por el que lo buscaban era precisamente ese: un castigo. También creía que un castigo era el propio ataque a Brontë: resultaba evidente que con los medios con los que habían contado no iban a poder hacer nada, que el ataque había sido una locura. Probablemente en la misión a Aqua se hubiese descubierto que llevaba todo ese tiempo sin ponerse en contacto con la flamma, que, por los problemas que él había tenido hasta entonces y por el propio inicio de los que tenía ahora, seguramente había estado callándose, a pesar de la amenaza que le había hecho hacía un año, encubriéndolo de alguna forma, quizá esperando que él recapacitase o volviese, y quien fuese que estuviese por encima de ella en aquellos momentos probablemente la considerase a ella también una traidora. Malia quizá había ido a ayudarla; el chrysos siempre había notado que la caeruleus sentía una fuerte amistad hacia la flamma, un apego que no tenía con el resto probablemente derivado de su lejano primer encuentro: había sido ella, a fin de cuentas, quien le había ofrecido a Dena la oportunidad de salir de los suburbios. 

Aquello, no obstante, no explicaba el silencio de la flamma. ¿Por qué proteger a alguien que te había vendido de aquella forma? ¿Era por miedo? Pero si era por miedo, ¿a qué le tenía miedo exactamente? Brontë era un lugar seguro: nadie podría hacerle daño ahí. ¿Temía que le hiciesen algo una vez la enviasen a otra prisión? Quizá. ¿Pero a quién le tenía miedo? 

Empezaba a arrepentirse de no haberle preguntado a Alehyss qué había pasado en la misión y aquello resultaba irónico cuanto menos: siempre se arrepentía de quedarse callado, al final.

*se queda vagando pensando muy erróneamente*

Ben sabía hacerlo. Después de todo, ya lo había hecho muchas veces, de una forma o de otra. No era nada nuevo. Nada que escapase a lo que había aprendido. Hasta se atrevería a decir que había hecho cosas todavía más complicadas, si lo pensaba un momento. Y llevaba moviéndose desde que se levantó de la cama. Tenía el cuerpo en marcha. Como para asegurarse, de que así era, dio un par de saltitos y rotó los hombros hacia atrás de nuevo, mientras giraba lentamente el cuello. Sí, claro que tenía el cuerpo en marcha.

Ben empezó por lo sencillo. El pasillo era amplio, lo suficiente como para que pudiera coger carrerilla. Aprovechó ese hecho para correr de una pared a la otra... y a continuación por la propia pared. Sabía que tenía que coger buen impulso, que tenía que apoyar los pies con firmeza para conseguir que estos no resbalasen, y que tenía que ser rápida para que la gravedad no pudiera con ella. Y podía coger buen impulso, y sus movimientos eran rápidos y ágiles. Ben subió unos pocos pasos por la pared y la utilizó como apoyo para saltar de nuevo al suelo. Sonrió.

Al momento, corría de nuevo, subía, utilizaba el apoyo y saltaba. Y lo repitió una vez y otra, hasta la saciedad. Lo ideal hubiera sido tener un tejado al otro lado del que sujetarse para seguir subiendo, pero Ben sabía que, si buscaba una zona con aquellas condiciones, se dejaría llevar por sus instintos y no sería capaz de practicar lo que quería. Así que siguió corriendo por el pasillo y la pared y saltando hasta que llegó al recodo del mismo, y entonces se dio la vuelta y miró la zona que había recorrido, siempre con una sonrisa.

Entonces comenzó a probar lo más complicado. Ben echó a correr por el pasillo. Cuando sintió que tenía la velocidad suficiente, se impulsó para pisar la pared y ascendió por ella una zancada, dos, tres. Y entonces, cuando tuvo suficiente altura, inspiró hondo, concentrada, relajó el cuerpo, y saltó hacia atrás... El cuerpo de la chica, flexible y relajado, giró sobre sí mismo en un mortal y ella cayó al suelo de pie, entera y en equilibrio.

La adrenalina que le recorría el cuerpo la hacía incapaz de borrar la sonrisa. Sin poder hacer otra cosa, repitió el experimento. Corrió, subió por la pared, se concentró en mantener el cuerpo relajado pese a la firmeza de cada paso. Como la vez anterior, ganó altura por el muro y se impulsó para saltar, y de nuevo realizó su pirueta. Ben aterrizó en el suelo sin mayores daños. Y, al momento, se levantó para repetir lo que hacía.

No fue hasta que volvió a darse la vuelta, al llegar al extremo del pasillo, que lo vio doblando una esquina. Era como un fantasma, vagando sin rumbo. Pero Ben tenía toda la energía que a él le faltaba, así que no se dejó amilanar por su aspecto. Entre cabriolas y saltos, recorrió el espacio que los separaba, dispuesta a ejercitar también las cuerdas vocales.

-¿Qué hay, compañero? -preguntó de buen humor-. Una buena noche, ¿eh? Perfecta para moverse. Para moverse dentro, que la lluvia no da tregua. En fin, suficiente para el que sepa adaptarse.

Sumido como estaba en sus divagaciones, tardó un momento en notar aquellos extraños ruidos, pero cuando lo hizo, no evitó una expresión confusa, alzando la vista del suelo y frunciendo el ceño, buscando por los pasillos al creador del sonido. No lo encontró en un primer momento, sin embargo: tuvo que esperar a doblar una esquina y a volver la vista al frente, a la otra punta del pasillo, donde Ben, la caeruleus de la misión, esperaba o miraba el pasillo, no estaba seguro. 

En un primer momento, pensó en seguir adelante sin más, dedicándole un simple y cordial saludo a la muchacha cuando pasase por su lado, pero pronto descubrió que la caeruleus tenía otras ideas. O mucha energía, al menos. Lyam no pudo evitar alzar las cejas, algo sorprendido por la forma tan... ¿atlética? con la que la chica había decidido acercarse. 

Parpadeó.

—Eh. Buenas noches. —Compuso una sonrisa, a pesar de que su humor parecía (o al menos a él se lo parecía) el contrario al de la caeruleus—. Y sí, bueno, supongo que sí es buena noche para moverse. —Se encogió de hombros. A él le parecía una noche como otra cualquiera, la verdad, pero él no solía dedicarse a pegar brincos por los pasillos como un conejo o algo así—. Aunque sería mejor si no lloviese. 

Solo había visto a la caeruleus durante la misión. A saber cómo era en Palacio. Aunque, bueno, acababa de hacerse una idea.

Ben quería moverse, o quizás podría decirse que no podía evitarlo. Con la sonrisa siempre en los labios, no paraba quieta, a pesar de haber bajado el ritmo. Parecía estar dando saltitos todo el rato, o cambiar de postura, o revolverse el pelo, o cualquier otro gesto que sirviera de excusa para moverse.

Y, cuando él habló, volvió la vista al techo y giró sobre sí misma, antes de mirarlo de nuevo. Se encogió entonces de hombros, mirándolo con curiosidad.

-Mientras haya techo, ¿no da igual si llueve? -preguntó.

Después de vivir aquel invierno, no podía sino pensar en lo afortunada que había sido de pasarlo en Brontë. Sabía exactamente cuál habría sido la alternativa.

Comparar la energía que él desprendía con la de la caeruleus resultaba un tanto humillante. Gracioso también, o al menos eso creía, porque se imaginaba la escena desde fuera y lo que veía era a una chiquilla moviéndose y moviéndose, incapaz de estar quieta, y a un tío con cara larga que parecía amargado o extremadamente cansado y que permanecía quieto como si no supiese qué hacer o decir. 

—Bueno, supongo que da igual porque no te mojas, pero hay un montón de gente que no soporta la lluvia y a mí me gusta más estar fuera de Palacio que dentro, así que.

Se encogió de hombros.
¿Cuánto hacía que no iba al pueblo de paso?, se preguntó, de pronto.

Ben asintió, pensativa. Por supuesto, podía gustarle más estar fuera, pero no con aquel tiempo. A ella no le molestaba la lluvia. Le gustaba, de hecho. Quizás su sangre piscis le indicaba que debía ser así. Pero no era tan amiga del frío, en cualquier caso. Aunque aquel frío, tan fácil de evitar, tampoco le molestaba.

-¿Qué gente no soporta la lluvia? -preguntó, divertida por la forma en que él lo había expresado, pese a que imaginaba la respuesta. Se estiró-. Cuando haga bueno estará todo el mundo fuera, estoy segura. Yo me subiré al tejado y bailaré y tocaré la flauta. Vais a oírme todos los que salgáis fuera -aseguró.

Bien pensado, tenía ganas de hacerlo en aquel momento, con lluvia y todo. Aunque no dejaba de ser un mal día, y nadie estaría fuera para oírla.

El chrysos esbozó una corta sonrisa.

—Mucha gente no soporta la lluvia. —Alzó ambas cejas—. Yo soy uno que no la soporta, pero seguro que si preguntas te encontrarás con mucha gente con mi opinión. 

Y con razón, tío. Vamos, ¿qué tenía la lluvia exactamente? ¿Por qué había gente que la veía así como atractiva o relajante? Si era una molestia. 

—Si cuando haga bueno estás en los tejados, igual nos vemos —comentó, sin más. A él los tejados sí le gustaban. Las alturas, más bien.

Ben no pudo evitar una risa. Por supuesto.

-Y con otra tanta que no -defendió de buen humor-. A mí me parece muy refrescante. Y en verano es una auténtica delicia. El problema no es la lluvia, es lo que trae con ella.

Ladeó la cabeza, entretenida. Vaya, un compañero de alpinismos. No le había dado esa sensación, pero estaba bien.

-¿Vas mucho por allí? ¿Y qué haces allá arriba?

Ella, desde luego, muchas cosas. Pero ella tenía sus motivos para corretear por encima de las tejas, después de todo.