Sala común

Voy perdiendo la cabeza con cada nuevo grito y movimiento, sintiendo como ella se mueve generando un masaje que se acopla al movimiento desenfrenado, buscando cualquier tipo de parte o recobeco que pueda no estar ya electrizándose con la fricción de su carne.

Jadeo al sentir que se me pierde la respiración y que no tengo tiempo de encontrarla en medio de la coral de gritos y chasquidos de carne con carne. Siento su mano compitiendo con la mía para ganarse un hueco en su inundado claro y, mientras continúo moviéncome, solo puedo pensar en lo bien que estaría poder rellenarla al completo.

[...]

Las últimas embestidas resuenan en su punto álgido de máxima velocidad, acompañadas por el sonido húmida similar al chapoteo de cuando se palmea un charco. Agarro con fuerza sus antebrazos y clavo con la intención de atravesarla para soltar todo el contenido que llevo guardando hasta ahora. Suelto algunos jadeos, pero no sus brazos. Espero un momento mientras descanso y me recreo en la intensidad del orgasmo, notando la palpitante calidez. Una vez mi erección va perdiendo fuerza es cuando me retiro por fin para dejarme caer en mi lado del sofá, sudoroso.

Recupero el aliento en silencio, con el brazo sobre los ojos para disfrutar mejor de la brusca relajación que siente mi cuerpo. Noto la cabeza nublada y los párpados pesados. Sin duda ha sido un gran encuentro y con gusto me dormiría ahora mismo sin siquiera vestirme de nuevo.

Sin embargo, mi situación actual no me permite darme ese lujo así que me limitaré a tomarme un momento antes de marcharme.

Las piernas le flaquean y la muchacha no tarda en dejarse arrastrar por el brío del chrysos, sintiendo un escalofrío con cada golpe, atenta a cada jadeo, a cada sonido, que parecen crear música. Sólo cuando nota que llega el final de la sinfonía recupera las fuerzas y se une al hombre para aumentar la violencia del movimiento mientras su pelo se agita con suavidad, como si fuese seda roja.

[...]

Durante un instante la muchacha pierde la noción del tiempo y todo parece detenerse, o puede que acelerarse. Es como que se le nubla hasta la vista y se deja caer sobre el sofá, rendida, sostenida sólo por el joven que aún la agarra por los brazos mientras jadea con las últimas embestidas. Recuperando el aliento lo nota salir de ella y dejarse caer a un lado, seguramente tan cansado como ella. Aunque no es un cansancio del que al menos ella vaya a quejarse.

Se desliza hasta su lado con suavidad y posa la cabeza sobre su pecho, respirando pausadamente tras el éxtasis de hace un momento. Aún parece que sigue con la cabeza embotada, como somnolienta.

-La próxima vez que a uno de los dos se le ocurra ir a un sitio donde se pueda dormir sin miedo a que entre alguien del servicio. O un líder. -Sonríe tras su comentario, posando una mano en el pecho del hombre que se cubre la cara con el brazo, dejando ver sólo sus labios.

Noto como se acomoda a mi lado, pero como si ocurriese a lo lejos. La relajación ye l cansancio del día hacen que me resulte muy fácil abandonarme al sueño, pero una alarma interna no deja de repetirme que hay demasiada brisa bajo mi ombligo.

La voz de la flamma hace que me obligue a aferrarme a la vigilia y, con cierta incomodidad, trato de escuchar y razonar lo que dice, asintiendo.

—Seguro que alguno se ha llevado una alegría mientras estabamos ocupados... —Comento somnoliento, con pereza al vocalizar. Me muevo con fastidio, llevando las manos a mis pantalones algo patoso. —Sólo necesito... —Consigo colocarmelos más o menos bien -al menos cubriendo lo necesario- y me reacomodo en mi sitio. El traqueteo de la ropa me ha despertado un poco, pero no lo suficiente como para querer levantarme. Seguro que mi espalda me lo reprochará mañana, pero hoy no parece quejarse.

Me acerco a ella, sin siquiera abrir los ojos, y le paso la lengua por los labios, besándola luego con cansancio y dejando escapar el aire entre los labios con un "ssssh". Acomodo la caebza y encuentro de nuevo su pelo suave. Incluso con los ojos cerrados, parece que pueda sentir el rojo fuego de sus mechones mediante el tacto. Aspiro en busca del olor característico que empiezo a duda de si realmente lo tiene o soy yo quien lo huele mentalmente; apenas es capaz de mezclase con el sudor.

No sé si dice algo más después de mis gestos porque siento como caigo en un calor mullido y profundo.

Es tarde, ya, pero no me he ido todavía al dormitorio. Me encuentro en la sala común, sentada en el sofá junto a Lino, que ocupa un cojín color crema que le he hecho yo misma. Ya le queda un poco pequeño, pero sigue cabiendo dentro. Yo, por mi parte, estoy bordando, y en la mesa que tengo en frente hay un par de sobres, un tintero y una pluma: son restos de las cartas que he estado respondiendo hace nada.
Tengo que enviarlas antes de ir a descansar.

Doy puntadas seguras a un ritmo calmo, aunque la expresión relajada, casi ajena a mi labor, pueda hacer creer al que me vea que estoy distraída. No cometo, sin embargo, ningún error.

Alzo la vista de mi labor cuando escucho la voz que se dirige a mí. Lino ya la está mirando. Bajo las manos con la labor a medio hacer y le dedico una sonrisa suave.

-Buenas noches, Amya -la saludo, con tono sosegado. Hace mucho que no la veo-. ¿Qué tal estás?-. Me pregunta entonces por mi trabajo, y bajo la vista a mis manos un momento antes de volverlo hacia ella, para mostrárselo. No hay demasiado hecho, pero se intuye el comienzo de un paisaje boscoso-. A veces leo antes de dormir, pero hoy había pensado en coser un poco. Es relajante. ¿Lo has hecho alguna vez? -le pregunto, mirándola.

Lino no se levanta, pero la sigue con la mirada, muy atento.

Esbozo una sonrisa ante su halago, aceptándolo con un gesto de cabeza, un asentimiento suave, y bajo la vista a la labor de nuevo, examinándola yo misma. A veces, por estar concentrada en el trabajo, una no ve los resultados desde el mismo punto de vista que el resto. Aunque, de hecho, aún queda bastante para que esté acabado.

-Puedo enseñarte un día si quieres -le digo, con amabilidad-. Si tienes tiempo, claro. No quiero distraerte.

Pero su actitud cambia de pronto, y mi sonrisa tranquila se borra, pasando a gesto de atención. Y luego a cierto agobio, muy superficial.

-Ah, bueno... Tengo algunos proyectos a medias, pero ninguno es tan urgente como para no atender una petición que sí lo sea -me apresuro a decir, posando las manos que sostienen la labor sobre las rodillas-. Es decir... Ahora mismo no estoy atareada, como es evidente... Por lo que puedo trabajar si es necesario-. Callo, respirando con calma un instante, relajándome antes de volver a dirigirme a ella, más dispuesta-. ¿Qué he de hacer?

Aún con el pelo algo húmedo me dejo caer cobre el sofá boca abajo con pesadez (aunque con las alas tampoco había muchas otras formas). No es que me importara que lloviese, pero que me pillase volando me fastidiaba más.
Me estiré y coloqué de costado dejando escapar un gruñido con pereza. Al menos el baño me había dejado relajado, aunque me notaba algo cansado. No me importaba volar con lluvia pero preferiblemente si sabía que iba a llover y podía prepararme un poco.

-Y no para... -Dije para mí, con un brazo tapándome los ojos. El ruido contra los cristales y el recuerdo del calor del baño acabarían dejándome frito en aquel sofá, aunque tampoco me importaba.


*se queda remoloneando*