Sala común

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Sopesé aquello. Obviamente tenían que haberle dado muchas vueltas, pero ambos eran guerreros capaces y sabrían arreglárselas. En cuanto a si acabaría caeruleus como su padre... Bueno, no sería muy incómodo para la madre si estaba con Zacharyas, aunque si que podría ser difícil esa barrera entre madre e hija. ¿Acabarán las dos siendo como él? La imagen de tres capas negras de distinto tamaño por los pasillos me resultaba extrañamente divertida.

-Bueno, lo importante es que crezca sana. -Tampoco sabía qué más decir al respecto.

La repuesta era la esperada, me habría extrañado más que se fueran.

-Oh, para nada. A mí por lo menos, claro. Pero no creo que le pongan pegas. Además alegrará un poco el sitio. -Esperaba que Brontë no se convirtiera en una guardería, eso sí, ya había oído de la llegada de los nuevos líderes y ambos tenían hijos, las edades ya las desconocía pero aun así...
Bueno, en cierto modo era una forma de asegurar que el lugar no era peligroso, ¿no?

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Sana. Aquella palabra lo hizo sonreír. Zacharyas no solía esperar que las cosas estuviesen sanas, y muchas veces deseaba influir él mismo en la salud de los seres. No obstante, Julia y Ayne eran diferentes a los demás. Y no solo ellas, de alguna forma. Zacharyas sentía que en Brontë había cambiado un poco.

Julia terminó de comer y dejó ir un suspiro, a gusto. Al soltar el biberón pasó a mirar a Adain con curiosidad, aunque se la veía adormilada. Zacharyas se la puso en el hombro y le dio unos suaves golpes en la espalda, con evidente práctica. Asintió, con una sonrisa, cuando Adain no puso pegas a la estancia de Julia en Brontë.

-Quizás esté bien -razonó, reflexivo. La gente parecía alterada por lo que había pasado. Se encogió de hombros-. Pero no a todo el mundo le gustan-. Carraspeó -los niños-. De todos modos, es hija de Brontë -añadió-. Tiene derecho a estar aquí.

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-Bueno, Brontë no puede basarse en gustos concretos, ¿no? -Sonreí ligeramente, con complicidad, alargando el gesto al ver a la niña mirarme.

"Hija de Bontë". De alguna forma sonaba a algo que iba a dar mucho que hablar. A lo mejor era algo nuevo ahora pero de alguna forma todo parecía dirigir a algo así. Hija de guerreros auténticos que entrenaron duro desde que recibieron la Llamada, criada entre espadas y hechizos... Julia parecía tener el futuro ante ella. Una parte de mí me hizo preguntarme si la niña que apenas tendría unos meses estaría contenta de ese hecho, de tener marcado el futuro. Habría que ver cómo eran sus padres a ese respecto.

-Acabará siendo más fuerte que todos nosotros. -Bromeé con una sonrisa amable. Aunque no lo decía en broma.

A pesar de estar lejos del fuego y no necesitar demasiado el calor empezaba a notar que me adormilaba, si bien mi rostro se mantenía impasible. No tenía mayor motivo para entretener la noche padre e hija así que me levanté y me despedí haciendo una reverencia con la cabeza.

-Yo me temo que tengo que retirarme. Parece que el día de hoy me ha dejado más cansado de lo que esperaba y la noche es más cosa tuya. -Dije con un tono algo más cercano. -Bueno, quien dice que no acabe siendo vuestra. -Sonreí algo más ampliamente, dentro de mi costumbre, sin enseñar los dientes, formal. -Espero volver a encontrarme pronto con ambos, Julia y Zacharyas. Que paséis buena noche. -Y con una nueva reverencia y una ligera sonrisa les di la espalda y me alejé.

La cama no estaría tan caliente como la sala común pero de alguna forma me reconfortaba. Seguí pensando en el futuro de Brontë, en una Julia guerrera. Me preguntaba si estaría para verlo.

*se va*

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Más fuerte que el resto. Zacharyas lo calibró, realmente, pero en aquel momento no le parecía posible, porque podía sostenerla entre sus manos con suma facilidad y ella ni siquiera sabía pedir con palabras lo que deseaba. Pero más adelante, se dijo, quizás fuese cierto. Ayne lo decía, algunas veces. Él prefería no pensar, de todos modos, en lo que depararía a Julia. Él hubiese sido herrero, de haberse tratado de herencia. Quizás ella, se le ocurrió, prefería ser médico.

Despidió a Adain, y Julia también lo hizo, sacudiendo la mano en el aire a petición de su padre.

Cuando se quedaron solos pudieron jugar un poco, aunque Julia pronto sucumbió al sueño. Quizás no fuese caeruleus, o tal vez lo fuese. A Zacharyas, realmente, no le importaba.

*fin de escena*

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El día de hoy es frío, húmedo y gris. Quizás es eso lo que me ha inspirado para tomar las agujas de calceta por la tarde. He escogido una lana color rojo burdeos y otra blanco arena, y con ambas confecciono una boina de chica. El color principal es el rojo, que tendrá en la base y la cima, pero con el blanco crearé un estampado de cuadros por la franja central. Me entretengo con la tarea en lo que Lino descansa en su cojín. Hemos salido por la mañana a hacer ejercicio, así que está tranquilo.

Dejo ir un breve bostezo que interrumpe mi trabajo momentáneamente, y tengo que secarme los ojos bajo las gafas para poder seguir con mi labor. Mi gesto es algo ausente, como si me encontrase lejos de lo que tengo entre las manos, aunque las agujas se mueven con destreza y los dedos guían ágilmente la lana.

Con el paso del tiempo, de las horas, sin embargo, la agilidad se va perdiendo un poco. La tranquilidad, el silencio y la monotonía de la acción hacen que en algún momento pierda, poco a poco, la noción de las cosas. Fluye de forma tan natural que ni me doy cuenta hasta que, de hecho, ya no puedo hacerlo.

Lino me despierta en algún momento con tirones de la manga. Me levanto sobresaltada, pero estoy sola. Enseguida recojo para marcharme.

*se va*

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El tiempo otoñal te converte en una constante manta rodante con pequeños pies sobresalientes. Las tardes envuelto en pelo al calor de una hoguera era sin duda, la mejor parte del otoño.
No duermes, pero sí yaces en una especie de letargo provocado por las caricias suaves de las suaves olas de calor que manan del fuego. Tus pies están realmente calientes, aunque fríos si los comparamos con el interior de la manta, pues ahí descansas, echo una bola, esperando a que los días cortos pasen y den lugar a la bella primavera.

*se queda*

Jefe de Raza Edad : 57 Mensajes : 411

Bajo por las escaleras que unen la sala común de los líderes con la de los guerreros. Llevo las manos a la espalda y un ceño fruncido, preocupado, en lo que mis cortos pasos descienden con dificultad por escalones demasiado grandes para mis piernas cortas. Alzo la vista del suelo, que contemplo pensativo, al llegar a la habitación inferior. EN uno de los sofás se encuentra Marik, el parvus, haciendo lo que más suele hacer: dormir.

Carraspeo, aproximándome al sillón.

-Marrik Loukta -lo llamo-. Qué coincidencia. Tengo algo parra ti -le digo.

No esperaba verlo hoy, tenía pensado que nos encontrásemos más adelante, pero aprovecharé la oportunidad.

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Tu paz se rompe en pedazos al escuchar la voz de tu líder tan cerca.
Rapidamente te revuelves de entre las mantas y saltas, poniéndote de pie al instante. En cuanto lo haces te arrepientes, pues notas el cambio de temperatura demasiado fuerte y gimoteas internamente, deseando volver a tu manta. Sin embargo, aparcas ese sentimiento y decides prestar atención al líder.

-¡Hola Señor!- Dices en un tono quizá demasiado alto.
Le escuchas. ¿Algo para ti? ¿Quiere darte algo? A ti nunca de dan nada.
Una sonrisa hace que tus pequeños ojos se achiquen quizá más de lo normal. - ¡Gracias!
Si hubiese sido una conversación con cualquier otra persona, Hebilla hubiese intervenido de inmediato. Sin embargo, dejas las bromas y los juegos a un lado y decides mantener la compostura. - ¿Es algún encargo o alguna misión? ¡Estoy preparado!- Exclamas mientras te pones más tenso todavía.

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Parece más despierto de lo habitual. Eso es algo bueno. Esbozo una sonrisa al verlo levantarse, y el hecho de hacerlo me animal un poco. Me duele la frente de fruncir el ceño. Me vendría bien relajarme, pero las cosas han estado mejor y somos menos que nunca.

-No es un encarrgo, no -respondo, negando-. Aunque sabes que si quierres parrticiparr en alguno erres librre de hacerrlo. Y rrecuerrda que entrrenarr cuando hace frrío también ayuda al cuerrpo a estarr caliente -le digo, con segundas.

No tardo en hurgarme en el bolsillo, y saco entonces una pequeña esfera atada a una cadena. Se la tiendo. Es un collar, y el colgante tiene forma de ojo: una esfera blanca con el iris marron y un punto negro en el centro.

-Es un arrtefacto mágico -le explico-. He tenido en cuenta esa enferrmedad tuya. Cuando te duerrmas de rrepente, el ojo se cerrrarra, y te cubrrirrá un escudo hasta que despierrtes o lo destrruyan. Puede que te sea de ayuda si estás en peligrro.

Edad : 31 Mensajes : 81

Te quedas en silencio. Analizando sus palabras.
Lo coges con cuidado y lo observas. Parece que ese ojo te esté mirando más profundo de lo normal. Desde luego si hubiese sido un regalo de un desconocido no habrías aceptado tan macabro artefacto. Sin embargo viniendo del lider parvus, no puede ser malo.
-Gracias...- Susurras. Ahora te sientes bastante avergonzado. Desde luego necesitan que te alienten y te premien para encenderte.
Ahora tienes ganas de hacer cosas y estás contento.
Rápidamente lo guardas a buen recaudo y haces una reverencia al líder. -Gracias señor. Le prometo que me anotaré a la próxima misión que se asome en el tablón sin dudarlo y, poco a poco, resolveremos todos estos problemas.- Dices con una sonrisa.
-Ahora, si me disculpa.- Frunces el ceño con convicción.- Tengo que irme a entrenar.

*se va corriendo a la sala de entrenamientos (se queda dormido por el camino pero esa es otra historia)*

Jefe de Raza Edad : 57 Mensajes : 411

Me atuso la barba viéndolo alejarse. A ver cuánto le dura... Espero que, al menos, le sirva de algo. Su problema es peligroso, más allá de Brontë. No puedo dar un amuleto a cada persona con el mismo problema, pero uno es una buena acción. Supongo que, de alguna forma, es como haber protegido a una persona más.

Suspiro y me estiro un poco. Todavía tengo que hacer cosas hoy. Al menos los problemas llevan tiempo sin aparecer. Poco a poco las cosas vuelven a la normalidad, pero eso no me gusta. Yo no quiero este tipo de normalidad.
Necesitamos un triunfo. El mundo empieza a confiar en nosotros, pero yo me siento algo frustrado.

*se va*

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Leo en silencio, mientras Lino ocupa su nuevo cojín, más grande que el anterior, con gesto cansado. Hemos estado entrenando por la tarde, y me ha acompañado en mi trabajo nocturno de la noche pasada. Ahora investigo, y más tarde trabajaré un poco más.
El fuego crepita algo lejos, pero la habitación es más cálida que otras, y en algún momento empiezan a cerrárseme los ojos y me veo forzada a sostener el libro con algo más de fuerza al notar que los dedos que lo sujetan flaquean un poco. Me detengo un momento para frotarme los ojos y eso me da algo más de tiempo. Al final, pese a eso, los párpados vuelven a querer caer, y la tranquilidad del cuarto lo propicia.
La vista se me enturbia un poco, incluso con las gafas puestas.

Al final termino por dejar estar el libro. Es hora de que me ponga a trabajar antes de que sea demasiado tarde.

*se va*

Edad : 28 Mensajes : 711

El relleno es de algodón, como la tela marrón rojizo oscuro. Al final no he dado muchas vueltas y he decidido hacer un oso, que por algún motivo es más clásico. Había pensado en hacer un vulpus, como Vilo, pero Lea me sugirió que usase colores tierra y los vulpus son principalmente blancos. Espero que, como ella dijo, no importe.

No me ha sido difícil darle la forma, y en unas pocas horas ya lo tengo listo. Los ojos son de madera pulida, que pedí al servicio, y la nariz de corcho. En las patas y el vientre tiene círculos de color más claro, y he puesto un parche en uno de los cuartos traseros, que abarca un trocito de la espalda. Da la sensación de que es un remiendo, pero el único objetivo es añadir un detalle diferente.
He dudado sobre si añadir algo más complejo o no, pero al final solo le he anudado un trozo de tela azul en forma de pajarita.

Contemplo mi obra, ladeando suavemente la cabeza. Lino me mira con los ojos muy abiertos. Vuelvo el oso hacia él.

-No sé si le gustará, ¿tú qué dices? –pregunto, poco convencida-. No sé si debí haber hecho un animal distinto…

Lino ulula. Yo retiro la pajarita del muñeco.
Casi lo prefiero sin ella.

*fin de escena*

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Descansa en la sala común practicando su lectura. Cuando llegó como sirvienta al palacio uno de sus compañeros la había ayudado a aprender, pero entonces no tenía mucho tiempo para dedicarse a ello. Desde que su propia líder le había permitido ser guerrera podía poner su aprendizaje como parte de su horario de entrenamiento. Por otra parte, la sala común siempre es un lugar iluminado por el que pasa bastante gente a todas horas y la aleja de la sensación de intranquilidad que le genera la oscuridad.

*se queda estudiando*

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Camino cabreado hacia las habitaciones. El pasillo está en penumbra prácticamente, por lo que me llama poderosamente la atención que al fondo haya una luz importante. Decido huronear.

Cierto. La Sala Común. A estas horas no debería haber nadie, así que me asomo. Con suerte me encontraré con algún líder al cual quejarme del condenado Duende que tienen en la Sala de Entrenamiento. Sin embargo, lo que me encuentro en el interior manda a volar todas las quejas que acumulaba.
Frunzo el ceño. No estoy enfadado. Solo serio.
—Buenas noches Aloe —me ahorro cualquier comentario adulador como "preciosa" o "caramelo". Después de lo de hace un par de noches, no es el momento—. ¿Puedo pasar? He tenido un día de perros —confieso, agotado. Relajo los hombros y espero su orden. Después de saber todo lo que sé de ella, me siento un poco cohibido en su presencia.

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Levanta la vista al escuchar la interrupción y se encuentra con el piscis de la otra noche. Lo mira un momento. Se encoje de hombros.

-Claro, la sala es de todos -Comenta con tono afable. Luego vuelve la vista a su libro. Los años en Brönte la han ido curtiendo con la gente. Al llegar era insegura y miedosa al hablar, sintiendo que aquel no era su lugar, poco a poco ha ido forjando su hueco y ha dejado imponerse a su derecho de estar en el palacio.

Al poco levanta la vista de nuevo-. Oye, necesito ayuda. ¿Sabés qué significa "enjuto"? -Pregunta al rubio. Sus ojos miran con inocencia y sus pequeñas pecas resaltan con cada llama de la chimenea. Sus pechos se aprietan contra el escritorio.

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Sonrío. Tiene razón, pero sonrío igualmente ante su respuesta afirmativa.
Mientras camino hacia ella la observo sentada a la mesa, con la luz del fuego perfilando su rostro. Suspiro para mis adentros. Qué mona es.

Me pide ayuda. ¡A mí! Rápidamente me coloco a su lado y veo la palabra que me ha preguntado. Aparto una silla y me siento a su lado.
—Enjuto enjuto enjuto enjuto... —mierda, Kettleburn. Si hubieses atendido más a clase de lengua en vez de darle tú a la lengua, ahora habrías quedado como un rey. Chasqueo la lengua—. Te voy a ser sincero —estiro las palmas hacia delante y separo los dedos—. No tengo ni idea —concluyo con una sonrisa—. Pero si me tengo que poner a divagar... juraría que eso me suena a algún tipo de salsa picante. ¡Me han echado mucho enjuto en el bocadillo! —imito a un señor enfadado que sostiene un pan en las manos.
Me río, nervioso.
—Puedo... buscar un diccionario. Tendrá que haber uno entre este montón de libros —me rasco la cocorota. Estoy bastante sudado. Puto Duende—. ¿Te gusta leer?

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Lo mira con sus ojos curiosos similares a un gato que investiga un nuevo hallazgo. Aunque espera que le de una respuesta, él piscis sabe tanto como ella. Frunce el ceño, extrañada con su comentario. Ladea ligeramente una sonrisa divertida.

-Me parece que no es eso -Le replica entretenida. Niega y se frota los ojos-. No importa, estoy cansada -Estira los brazos sobre la mesa y su cuello también, desentumeciéndose. Gira la cabeza para ver con nueva curiosidad al chico.

-No lo sé -Responde suavemente -Es que hace poco que sé hacerlo bien. Antes un compañero del servicio me ayudaba porque sabía cosas muy básicas, ahora intento practicar para aprender magia -Explica con voz suave. Cruza los brazos sobre la mesa y apoya la cabeza encima, de lado. Su pelo cae hacia atrás y deja al descubierto su cuello y su cara.

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La he hecho reír. ¡Más uno en mi cuenta personal!
Entorno los ojos al escuchar lo que dice y me rasco los cuatro pelos de la chiva. "Compañero". Yo no he llamado "compañero a los del servicio en mi vida.
—¿A qué te refieres con compañero? —me aventuro—. ¿Eras tú su compañera también? ¿Trabajabas en el servicio? —esta chica es un verdadero misterio. No obstante, no me quedo ahí—. Uf, no me hables de entrenamientos... vengo molido. En la Sala de Entrenamiento hay un Duende más revoltoso que un crío de tres años que te pone pruebas imposibles. Si quieres practicar magia, deberías intentarlo.

Imito su postura, por lo que yo también apoyo los brazos en la mesa y apoyo la cabeza en ellos horizontalmente para hablarle desde ahí. Quizá así pueda conectar algo mejor con ella desde un mismo ángulo. Prrr en otras circunstancias le mordería el pescuezo. Contrólate, Gabi. No eres un hombre sin corazón.
—A mis Aquaerum les falta fuelle... —invoco uno pequeño con el dedo justo delante de su nariz y la bolita de agua tiembla como un postre recién hecho. Con un gesto de mi índice, lo mando a volar a la hoguera que nos calienta y termino por cerrar los ojos.
—Si quieres podemos entrenar juntos un día de estos. Creo que si conseguimos entrenar nuestra velocidad, podremos superar la primera prueba de ese condenado Duende —ña, qué sueño.

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Aloe asiente, algo ensimismada por el cansancio.

-Sí, vine aquí para trabajar en el servicio, pero luego me dejaron ser guerrera -Explica con calma. Sonríe un momento al escuchar lo del duende-. Será que no le caes bien -Le dice. Ha entrenado con el duende algunas veces y sabe que es difícil.

El piscis se acomoda frente a su cara. Ella se levanta para apartarse y suspira. Sus pechos se mueven ligeramente con el gesto.

-Está bien -Asiente con la cabeza- Entrenar en compañía es más útil -Añade- También necesito salir y conseguir materiales. Quiero un arma nueva. Aunque todavía no sé cuál sería mejor -Divaga.

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Me apuesto los dedos de los pies a que la largaron del Servicio porque traía a todos locos.
—No creo que haya nadie en todo Fulmen que pueda hacerse amigo de semejante incordio —critico al Duende con ganas y asiento fuerte con la cabeza—. La verdad es que estaré encantado de bajarle los humos a ese chiflado, así que para la próxima vez, cuento contigo —alzo mi pulgar y sonrío.
Ella decide elevarse de nuevo y abandonar la postura en la que estoy. Yo decido quedarme así. Es mejor, o creerá que la estoy imitando y podría enfadarse. Además, estoy cómodo.
Comenta lo de salir y hacerse con materiales y un arma nueva. Quiero hacer una broma con "mi arma" y que si quiere "usarla un rato" y en otras circunstancias lo haría. Pero ¡agh!, esta chica se ve que ha sufrido mucho y ya he metido la pata con ella una vez. No quiero ser pesado.
—¿Una misión? —trago saliva—. ¿Crees que estás lista? —mierda, parece que la estás llamando inútil—. Quiero decir... —recuerdo a mi hermano, pero no digo nada—. Hay gente que ha muerto.

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Lo mira seria un momento- Llevo entrenando varios años. Es verdad que no soy guerreraza, pero algo he aprendido -Se echa hacia atrás, apoyándose completamente en el respaldo de la silla y toma aire. Su torso se eleva de forma rítmica con el gesto, su pecho sale hacia adelante y baja suavemente. Traga saliva.

-Además es una misión sencilla para conseguir material o, con suerte, el arma. Hay mucha gente que le pide a Brontë ayuda con el ganado o así. No todas las misiones son de vida o muerte -Comenta con calma, con la mirada perdida en la sala. Lo mira de nuevo a los ojos-. Te viene bien salir y moverte y así me ayudas. Si quieres acostarte conmigo deberías hacerme favores -Su cara es seria, pero su tono es meloso.

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Escucho todo lo que dice. Tiene sentido, supongo. Al fin y al cabo, Brontë es un lugar para ayudar a todas las razas por igual, sea cual sea su problema. Aquello me da fuerzas.
—Bueno entonces estaré pendiente del tablón por si sale algo sencillo —subo el dedo gordo a la altura de mis ojos en señal de aprobación.
Su última coletilla me hace crispar el rostro.
Raudo, me levanto de la mesa y me tenso.
—Yo... Yo... ¿Yo? ¿Acostarme contigo? —me rasco el trasero, nervioso y luego me llevo una mano a la nuca. Venga ya, Gabi, no intentes disimular la evidencia: casi te la comes nada más conocerla. No le intentes vender la burra. Sé un hombre y afronta la verdad—. Bueno sí... —carraspeo y centro la mirada en el libro que leía, nunca en ella—. Pero... —me tomo unos segundos para mí. Siento el silencio de la Sala Común y aprieto los puños. Entonces busco sus ojos con los míos y esta vez respondo muy seriamente— no querré acostarme contigo hasta que tú lo quieras de verdad —eso es. Así se deben hacer las cosas bajo mi techo. O sea, que no tengo techo y este techo no es mío, pero vamos, que yo me entiendo. La señalo entonces con un dedo—. ¡Lo has oído bien, caramelito de café! ¡No me acostaré contigo hasta que tú me lo pidas de corazón! —quizá he subido el tono más de la cuenta.

Me quedo ahí, tieso, como un palo y con los labios apretados. Así es como debe ser. Yo no uso a las mujeres como a trapos. Antes me corto el jurel.

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Lo escucha alterado y rota los ojos con sus pretensiones. Suspira antes de levantase de su silla.

-Eso del corazón no tiene nada que ver con acostarse. Simplemente es sí o no -Responde airada. Pasa a su lado tranquilamente y se acerca a la puerta. El pasillo apenas tiene luz a estas horas. Siempre procura marcharse antes de que apaguen todo, pero hoy es de los días en los que se ha despistado.

Toma aire. Sabe que Brontë es un lugar seguro, pero sigue sintiéndose incómoda en la oscuridad.

-Tengo que pedirte otro favor -Se gira para hablarle -Acompáñame a las habitaciones, por favor, no veo nada bien a estas horas -Esa explicación es suficiente.

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Tendría razón si fuese una chica normal, pero no en su caso. Si todo lo que me contó hace dos noches es cierto y por cómo lo hizo tenía toda la pinta, me niego a ser uno más del montón.
Vale, sí, soy un ligón y no me cuesta acostarme con alguna titi más que beberme una pinta. Es cierto. El corazón no pinta nada cuando estoy bañando a la nutria con alguna nena. ¡Pero en su caso considero que es importante!
La señalo de nuevo.
—¡Lo dicho! —asiento con fuerza. Estoy convencido de mis palabras. Quiero que sea ella la que me bese. Quiero que lo haga convencida de verdad. Si lo logro, conseguiré anotarme un tanto apoteósico en mi lista personal.

Escucho su petición y yo, gallardo y altanero como un gallito de corral, camino a su lado y le ofrezco mi percha.
—Vamos, puerrito fresco —dejo que se coja de mi brazo y salgo el primero—. No tienes nada que temer a mi lado —mal sabe que lo único que tengo en los bolsillos en caso de un ataque son migajas de pan revenidas y dos botones sueltos—. ¿Sabes? Creo que enjuto se llamaba el gato de una vecina...

*se marchan charlando*

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